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Diroximel fumarato (▼Vumerity®), ozanimod (▼Zeposia®) y ponesimod (▼Ponvory®) en esclerosis múltiple

Resumen

En el presente artículo se analizan las evidencias disponibles para tres nuevos fármacos activos por vía oral aprobados frente a distintas formas clínicas de la esclerosis múltiple (EM), que no implican a priori ninguna mejora sustancial en relación con el arsenal farmacoterapéutico previamente disponible.

El primero de ellos, diroximel fumarato, es, igual que el ya disponible dimetil fumarato, un profármaco que ejerce sus acciones farmacológicas a través de su principal metabolito activo, el monometil fumarato. No se conocen por completo sus efectos farmacodinámicos, pero parecen mediarse al menos en parte por la activación de la vía de trascripción génica del factor nuclear Nrf2: regula al alza la expresión de los genes antioxidantes y la protección frente al daño por estrés oxidativo, reduciendo la migración de los leucocitos por el endotelio vascular y minimizando el daño axonal y de la mielina de las neuronas. Esto, unido a sus propiedades antiinflamatorias e inmunomoduladoras (reduce la activación de células inmunitarias, el recuento linfocitario y la liberación de citocinas proinflamatorias), subyace tras la autorización del medicamento para el tratamiento de adultos con EM remitente-recurrente (EMRR). Si se extrapolan las consideraciones clínicas aceptadas para dimetil fumarato, el nuevo fármaco se posicionará como una alternativa por vía oral a otros FAMEs disponibles en primera línea de la EMRR (por ejemplo, glatirámero o teriflunomida), de elección en casos sin evolución rápida o alta agresividad de la enfermedad.

Recientemente también se han comercializado otros dos nuevos fármacos activos por vía oral, ozanimod y ponesimod, que comparten mecanismo de acción y se unen al grupo farmacológico de moduladores de receptores de esfingosina, inaugurado por fingolimod y al que ya se había incorporado siponimod en 2021. Al unirse con alta afinidad al receptor S1P1 en los linfocitos, actúan como antagonistas funcionales y previenen sus efectos biológicos: inducen así un “secuestro” de los linfocitos en los ganglios linfáticos, minimizan su infiltración patológica al SNC, y reducen el riesgo de inflamación y lesiones en el tejido nervioso en los pacientes. Ozanimod se ha aprobado para su uso en pacientes adultos con EMRR y enfermedad activa, definida por características clínicas o estudios por imágenes, mientras que ponesimod se ha autorizado para el tratamiento de adultos con cualquier forma de EM en recaída, abarcando la EMRR pero también la EM secundariamente progresiva con brotes superpuestos.

Habiéndose evaluado en ensayos pivotales controlados y de adecuado diseño, han probado su superioridad sobre los comparadores interferón beta y teriflunomida, respectivamente, en términos de reducción de la tasa anualizada de brotes y de variables de resonancia magnética, pero no parecen atenuar en mayor medida la progresión de la discapacidad. Así, pese a ciertas limitaciones de la evidencia, sus IPT establecen que ozanimod y ponesimod pueden considerarse como opciones de tratamiento en primera línea de sus indicaciones, alternativas similares a sus respectivos comparadores. Serán fármacos interesantes en pacientes con formas activas de EM y factores de mal pronóstico de carácter clínico o radiológico, pero aún se requieren datos a largo plazo (> 2 años) para una mejor caracterización de su balance beneficio-riesgo, necesaria en el contexto de una enfermedad crónica y progresivamente debilitante.

Aspectos fisiopatológicos

La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad autoinmune inflamatoria y crónica del sistema nervioso central (SNC). Se caracteriza por la presencia de múltiples placas diseminadas de desmielinización focal –se la denomina también esclerosis en placas o esclerosis diseminada– distribuidas a lo largo del cerebro y la médula espinal, dando lugar a múltiples y variados síntomas y signos de disfunción del SNC (Fernández del Pozo et al., 2018).

Esta enfermedad afecta a más de 2,8 millones de personas a nivel mundial, especialmente a adultos jóvenes, y se la considera la causa de invalidez de tipo no traumático más frecuente en esta población. La edad típica de debut clínico de la enfermedad es entre los 16 y los 50 años de edad (media de 30 años), con un máximo entre los 20 y los 40, siendo muy rara su aparición antes de los 10 años o después de los 70. Es 2-3 veces más común en las mujeres, en quienes suele comenzar más temprano, y su prevalencia es mayor en los países del norte de Europa, siendo menos frecuente en el área mediterránea. En España, la prevalencia –que está en aumento– se sitúa en torno a los 100-125 casos por cada 100.000 habitantes.

El curso de la enfermedad es variable. Se caracteriza mayoritariamente por la presencia de periodos de remisión y recaídas (brotes), con algunos efectos acumulativos, y, aunque la discapacidad neurológica puede aparecer desde el inicio de la enfermedad, lo más frecuente es que comience a manifestarse tras varios años de evolución. O sea, se trata de una enfermedad con un carácter lentamente progresivo, con remisiones y exacerbaciones recurrentes que reduce significativamente la calidad de vida y la esperanza de vida del paciente. Los brotes suelen remitir parcial o totalmente, sobre todo en las etapas iniciales de la enfermedad, si bien hasta un 10% de pacientes tiene un comienzo de deterioro neurológico progresivo sin brotes.

Las manifestaciones clínicas son muy variadas, dependiendo de los nervios afectados. Pueden observarse alteraciones musculares y de la coordinación, sensoriales, alteraciones neurológicas, trastornos visuales o disfunciones sexuales.

Entre los trastornos musculares sobresale la debilidad muscular, que puede intensificarse con el calor, la fiebre o el esfuerzo. Esta debilidad se traduce también en fatiga, que se añade a la causada por los problemas de movilidad y que, si afecta a la respiración, deriva en una situación de discapacidad muy importante. Los músculos también pueden estar tensos o rígidos (espasticidad). Si afecta a nervios craneales, puede provocar parálisis facial. Además, la afectación del cerebelo puede ocasionar trastornos en el habla, temblor y dificultad de coordinación que, junto con los trastornos del equilibrio y la debilidad muscular, la espasticidad, la fatiga y las alteraciones sensoriales, contribuyen a uno de los signos más característicos de la EM: los trastornos de la marcha; éstos son muy frecuentes –aparecen en casi el 50% de los pacientes incluso en fases tempranas– y de los más limitantes para la actividad diaria de los pacientes.

Por su parte, las alteraciones sensoriales son muy frecuentes y suelen iniciarse distalmente, con hormigueo o entumecimiento en la punta de los dedos –parestesias– y posible aparición de dolor (disestesias). La afectación de algunos nervios craneales puede dar lugar a cefaleas (neuralgia del trigémino) o alteraciones del sentido del gusto y la propiocepción. La EM puede también ocasionar trastornos visuales: la inflamación del nervio óptico (neuritis óptica) da lugar a dolor ocular, que empeora con el movimiento del globo, pérdida de visión y/o percepción del color, y la parálisis de los músculos oculares puede causar diplopía. Adicionalmente, en hasta dos tercios de los casos pueden observarse trastornos de la función vesical (incontinencia en los primeros estadios que puede derivar en retención urinaria) y la función intestinal (estreñimiento, diarrea). La función sexual puede verse alterada por problemas de erección y lubricación, disminución de la excitación y pérdida de sensibilidad. Se observan, en algunos casos, alteraciones neuropsicológicas, ya que la afección del SNC puede conducir a un procesamiento más lento de la información, fallos de atención, problemas de memoria y alteración de las funciones ejecutivas.

Este amplio abanico de manifestaciones posibles de la EM (Figura 1), comúnmente conocida como la enfermedad de las mil caras, podrá alterar el estado emocional de la persona, aumentando en estos pacientes la incidencia de depresión y ansiedad, que empeoran algunos de los síntomas anteriores.


Con una etiología no bien conocida, el desarrollo de la EM se atribuye, como en otras patologías autoinmunes, a la exposición a factores de riesgo ambientales de individuos genéticamente predispuestos. En este caso, entre los factores genéticos de riesgo se han identificado el haplotipo HLADRB1 y algunos genes que codifican para receptores de la célula T. Entre los factores ambientales, se ha descrito una estrecha asociación con la infección previa por algunos virus como el de Epstein-Barr, así como el tabaco, las toxinas ambientales y los niveles bajos de vitamina D; las hormonas sexuales afectan también a la sintomatología y evolución de la EM, observándose un efecto protector de los estrógenos y progestágenos (la EM mejora en el embarazo y con niveles altos de testosterona).

Sea como fuere, en la patogenia de la enfermedad se consideran 2 fases: a) en primer lugar, un proceso inflamatorio autoinmune, con participación de la inmunidad celular y humoral, que caracteriza los años iniciales y se manifiesta por brotes, y en el que se constatan por resonancia magnética nuclear (RMN) lesiones desmielinizantes que afectan tanto a la sustancia blanca como a la gris; y b) en segundo lugar, un proceso degenerativo, consecuencia del daño neuronal irreversible, que, si bien existe desde las primeras etapas, constituirá el sustrato de la fase progresiva tardía. El estudio histopatológico de las placas muestra lesiones formadas por infiltrados de células, con desmielinización y gliosis (proliferación de astrocitos y pérdida neuronal, que da lugar a una cicatriz glial).

Se ha propuesto que un antígeno, todavía desconocido, pero probablemente de origen externo (posiblemente herpesvirus o retrovirus humanos, como el virus de Epstein-Barr o, menos probablemente, el virus inotrópico de células T humanas HTLV-1, que causa la paraparesia espástica tropical, o virus implicados en infecciones comunes, como el sarampión), desencadenaría, por mimetismo molecular con la fracción proteica de la mielina, la reacción autoinmune. Ese antígeno se presentaría sobre la superficie de los macrófagos en combinación con moléculas del MHC de clase II. La resultante estimulación de los linfocitos T cooperadores Th1 provocaría la expresión de LFA-1 y de VLA-4, facilitando la unión de dichos linfocitos T a moléculas de adhesión (como la ICAM-1 y la VCAM-1) sobre las células endoteliales de los vasos sanguíneos, facilitando su migración a través del endotelio y su penetración en el SNC.

Para la posterior destrucción de la mielina se han planteado 3 mecanismos complementarios: a) liberación de TNFα por los linfocitos Th1; b) liberación de TNFα y de radicales libres de O2, NO y proteasas por los macrófagos activados; y c) activación de la cascada del complemento mediante anticuerpos. Sea como fuere, la principal consecuencia de la destrucción de las vainas mielínicas es la alteración de la conducción de los impulsos nerviosos transmitidos por las fibras desmielinizadas. La velocidad de transmisión se hace más lenta y los estímulos no se transmiten correctamente o incluso no lo hacen en modo alguno. El grado de anormalidad de la conducción, que determina la sintomatología de la EM, puede variar dependiendo de circunstancias como la temperatura corporal (la mayoría de los pacientes experimentan un empeoramiento de sus síntomas al aumentar la temperatura), el ejercicio o la composición iónica del espacio extracelular.

La enfermedad se asocia a un primer episodio con síntomas neurológicos indicativos de desmielinización (síndrome desmielinizante aislado), que persiste durante al menos 24 horas. Esta situación no implica un diagnóstico de EM y, a partir de ella, puede desarrollarse o no EM. Dependiendo de su comportamiento clínico, la enfermedad puede clasificarse en las cuatro formas clínicas que se recogen a continuación; distinción que es importante dado que no responden igual a los tratamientos disponibles (de hecho, la mayoría carecen de efecto sobre la forma progresiva primaria).

_EM remitente-recurrente (EMRR). Afecta al 85-90% de los pacientes con EM y se caracteriza por recaídas y remisiones alternantes, que pueden ser parciales o completas. Tiene un inicio brusco, con la máxima expresión de los síntomas en unas horas o pocos días, disminuyendo de intensidad hasta remitir prácticamente de forma completa durante un largo periodo antes de un nuevo brote.

_EM secundaria progresiva (EMSP). Comienza de la misma forma que la EM remitente-recurrente, pero en algún momento se produce un deterioro continuo, sin relación con los ataques agudos o subagudos. La mitad de los pacientes con EMRR terminará por sufrir la forma progresiva secundaria a los 15-20 años, por lo que parece que esta forma podría ser la fase tardía de la EMRR (no existen criterios claros que marquen el paso de una a otra). La forma secundaria se diagnostica retrospectivamente por una historia clínica de empeoramiento gradual tras un curso inicial de EM recurrente1, cursando con o sin exacerbaciones agudas durante la fase progresiva; resulta difícil determinar el momento en que predomina la progresión con independencia de las recaídas. En relación con la actividad de la enfermedad, las características distintivas de la actividad inflamatoria en la EMSP pueden estar relacionadas con los brotes o con la imagen, es decir, lesiones T1 realzadas con gadolinio o lesiones T2 activas (nuevas o que han crecido).

_EM primaria progresiva (EMPP). Como su nombre indica, no se manifiestan recaídas bruscas ni remisiones, sino un deterioro neurológico continuo y progresivo desde el inicio. Esta forma clínica se manifiesta en aproximadamente el 10-15% de los pacientes diagnosticados de EM.

_EM progresiva-recurrente. Representa un 5% de los casos de EM, que presentan una progresión lenta, como en la progresiva primaria, pero con brotes agudos más graves.

Aunque las remisiones asintomáticas pueden perdurar hasta más de 10 años, algunos pacientes tienen crisis frecuentes y rápidamente llegan a la incapacitación. En líneas generales, a los 5 años desde la aparición de los primeros síntomas, algo más del 50% de los pacientes tiene algún tipo de afectación leve, en otro 40% hay afectación moderada y en menos de un 10% es grave; se estima que en torno al 70% de los pacientes está en condiciones de trabajar habitualmente. No obstante, a los 15 años desde el inicio de los síntomas solo el 25-30% de los pacientes continua con una afectación leve y un 50% requiere ayuda para caminar. A los 20 años, solo un 35% continua en condiciones de trabajar y un 20% ha muerto como consecuencia de las complicaciones.

Se acepta que la EM produce globalmente una reducción media sobre la duración de la vida en los varones de unos 9 años y hasta de 14 años en las mujeres. La esperanza de vida media suele rondar los 25 años tras el comienzo de la enfermedad, aunque con notables variaciones interindividuales. El pronóstico depende fundamentalmente del número de ataques, siendo un signo de mal pronóstico la existencia de una elevada frecuencia de recaídas durante los primeros años de enfermedad (la frecuencia media de es de 1 ataque anual al principio). Igualmente, el tipo de ataques es relevante, pues los síntomas primarios de tipo motriz, ataxia o problemas bulbares se asocian con peores pronósticos, mientras que, si son de tipo visual, el pronóstico es más favorable.

Tratamiento

Desde el punto de vista de su terapéutica, en la actualidad tiende a hablarse de formas clínicas que cursan con/sin actividad (episodios agudos de disfunción neurológica, y/o aparición de nuevas lesiones o captación de contraste y/o progresión).

En líneas generales, el tratamiento de la EM tiene los siguientes objetivos: reducir la gravedad y la frecuencia de las recaídas (minimizar la carga inflamatoria, que sería el desencadenante de la neurodegeneración), limitar la discapacidad persistente, aliviar los síntomas y promover la reparación tisular. Para ello, el abordaje del paciente debe contemplar tanto farmacoterapia como tratamiento rehabilitador físico y neuropsicológico. Este último mejora la capacidad motora y la calidad de vida de los pacientes; supervisado por el neurólogo, se adecuará a la situación del paciente y puede incluir fisioterapia, atención psicológica, terapia ocupacional y logopedia.

No existe por el momento ningún tratamiento farmacológico curativo de la enfermedad y este se aborda desde 3 perspectivas: i) tratamiento de fase aguda, que reduzca la gravedad del brote y su repercusión posterior; ii) tratamiento modificador de la enfermedad, para el que se dispone de cada vez más fármacos, que actúan a diferentes niveles; y iii) tratamiento sintomático, para aliviar la sintomatología y mejorar la calidad de vida del paciente.

En primer lugar, atendiendo al carácter inflamatorio e inmunológico de la EM, el tratamiento de elección para las recaídas agudas son los corticosteroides, que son capaces de reducir la intensidad y la duración de la recaída, probablemente reduciendo el edema, pero no afectan a la progresión de la discapacidad.

Posteriormente, la terapia modificadora de la enfermedad busca reducir la frecuencia y la intensidad de los ataques y prevenir la acumulación de discapacidad. En la actualidad, se encuentran autorizados en la Unión Europea varios fármacos modificadores de la enfermedad (FAMEs), entre los que se dispone de agentes inmunomoduladores (beta-interferones, peginterferón beta-1a, acetato de glatirámero), anticuerpos monoclonales (antagonistas de la alfa-4-beta integrina [natalizumab], anti-CD52 [alemtuzumab] y anti-CD20 [ocrelizumab2 y ofatumumab]), agentes inmunosupresores y citotóxicos. Entre las terapias orales se encuentran fingolimod (análogo de esfingosina), teriflunomida (inhibidor de la síntesis “de novo” de pirimidinas), dimetil fumarato (derivado del ácido fumárico que activa la vía de transcripción del factor nuclear 2) y cladribina (análogo nucleósido de desoxiadeosina) (AEMPS, 2022a).

Otros tratamientos usados en el pasado para tratar la EM, como mitoxantrona o azatioprina han caído en desuso.

Los fármacos inmunomoduladores empleados en el tratamiento de las formas recurrentes de EM son el interferón (IFN) beta y el acetato de glatirámero.

El IFN-β (1a y 1b) ha demostrado un efecto beneficioso en cuanto a reducción del número y la gravedad de las recaídas, así como una importante mejoría de las lesiones. El IFN-β 1b está indicado en pacientes ambulatorios con formas remitentes-recurrentes de EM, capaces de andar, para reducir la frecuencia y la gravedad de las recaídas; también está indicado para ralentizar la progresión de la enfermedad y reducir la frecuencia de las exacerbaciones clínicas en pacientes con y sin crisis y en todos los niveles de incapacidad investigados (no se ha estudiado a pacientes leves ni a aquellos que no podían andar). El tratamiento de 2 años en estos casos ha demostrado un significativo incremento del tiempo hasta la progresión de la enfermedad, así como otros importantes beneficios, tales como el retraso de la necesidad de usar silla de ruedas, reducir el consumo de corticosteroides y el número de hospitalizaciones.
Por su parte, el IFN-β 1a está indicado en el tratamiento de pacientes ambulatorios con formas remitentes-recurrentes de EM, capaces de andar, en los que reduce la frecuencia (en un 30%) y la gravedad de las recidivas clínicas, así como el número de hospitalizaciones por la enfermedad. Se observa además una prolongación del intervalo sin enfermedad, pero no un efecto importante sobre la progresión de la misma. El peginterferón-β 1a tiene la misma indicación y presenta una semivida más prolongada que el IFN no pegilado. Hasta hace poco, las dos formas de interferón (INF-β1b e INF-β1a) eran los únicos medicamentos disponibles para el tratamiento de las formas secundariamente progresivas con brotes.

El acetato de glatirámero es una mezcla de péptidos sintéticos formados por copolímeros de ácido L-glutámico, L-alanina, L-tirosina y L-lisina, parcialmente acetilados. No se conoce su mecanismo de acción, pero se ha sugerido que podría actuar como un péptido que mimetiza a la proteína base de la mielina, provocando un efecto inductor de los linfocitos T supresores, deficitarios en la EM, e inhibiendo el efecto de los antígenos anti-mielina del SNC, al inhibir el efecto de los linfocitos T autorreactivos. También se cree que actúa sobre las células dendríticas, que tienen una intensa capacidad presentadora de antígenos, orquestando las respuestas Th1 y Th2. Es capaz de reducir en un 30% el número de recaídas, y la discapacidad resultante, en los pacientes con EM de tipo remitente-recurrente. Sin embargo, no hay evidencia de que tenga efectos beneficiosos sobre la duración o la gravedad de la recaída, ni datos clínicos significativos en pacientes afectados con formas progresivas de la enfermedad.

Una opción en esas situaciones es, ya entre los anticuerpos monoclonoles, natalizumab. Dicho fármaco inhibe selectivamente las moléculas de adhesión, uniéndose a la subunidad α4 de las integrinas humanas, de modo que evita la penetración de los leucocitos al SNC inflamado y facilita la reducción de la inflamación y de las lesiones neurológicas asociadas a la EM. Es capaz de reducir la frecuencia de los ataques y frenar, en cierto grado, la progresión de la enfermedad a través de un mecanismo innovador, que le permite ser combinado con otras terapias. Se ha contrastado su eficacia clínica tras más de 2 años de uso en cuadros insatisfactoriamente tratados con IFN-β, con una buena tolerabilidad general del tratamiento (incidencia global de eventos adversos solo levemente superior a placebo) y sin los molestos síntomas de tipo gripal del IFN. Todo ello, añadido a una pauta de administración notablemente más aceptable, ha motivado que se haya autorizado (2006) en monoterapia como tratamiento modificador de la EM remitente-recurrente para pacientes con elevada actividad de la enfermedad a pesar del tratamiento con un IFN-β, o bien en pacientes con EM remitente-recurrente grave de evolución rápida.

Más recientemente (2017), la EMA autorizó el uso de cladribina (Mavenclad®) en adultos con EM recurrente muy activa. Este análogo de desoxiadenosina es más resistente que ésta a la degradación, lo cual aumenta su permanencia intracelular. Ejerce una acción selectiva sobre los linfocitos frente a otras células en la medula ósea; por tanto, tiene mayor efecto sobre las células del sistema inmunitario adaptativo que sobre el sistema innato: en los linfocitos, donde es eficazmente fosforilada a 2-clorodesoxiadenosina trifosfato, se acumula e induce la apoptosis al interferir la síntesis de ADN (Cuéllar, 2018).

Por otro lado, hasta hace poco el único abordaje eficaz de la EM progresiva primaria, que afecta aproximadamente al 15% de los pacientes, era la terapia inmunosupresora. Los fármacos inmunosupresores más utilizados son ciclofosfamida, azatioprina y natalizumab. El fundamento de la aplicación de ciclofosfamida (que no tiene autorizada indicación específica en EM) y azatioprina es la disminución de las células en rápida proliferación, entre ellas las linfoides, teóricamente responsables de la destrucción de la mielina en el SNC. Su uso en las formas progresivas más graves no ha demostrado un beneficio uniforme y tienen notables riesgos tóxicos. No obstante, azatioprina, administrada sola o junto con corticoides orales en dosis bajas, ha evidenciado una eficacia modesta en algunos aspectos clínicos como la rapidez de progresión o el número de recaídas, pero no en la incapacidad; este leve beneficio es el principal motivo que justifica que continúe siendo un fármaco usado en pacientes con múltiples brotes o en rápida progresión. Otros fármacos inmunosupresores ensayados en las formas progresivas primarias, con resultados más o menos decepcionantes (por su escasa eficacia o por su inaceptable toxicidad), han sido ciclosporina, clorambucilo y metotrexato.

En 2019 se comercializó en España el primer fármaco con indicación específica en formas tempranas de EM progresiva primaria, ocrelizumab, que también está aprobado para el tratamiento de pacientes adultos con formas recurrentes de EM y patología activa. Se trata de un anticuerpo monoclonal que actúa de forma selectiva contra linfocitos B que expresan CD20 (un antígeno de superficie celular que se encuentra en linfocitos pre-B, linfocitos B maduros y linfocitos B de memoria): su acción inmunomoludadora en EM parece deberse a la depleción de linfocitos B, limitando su efecto en la destrucción de las vainas de mielina neuronales (evento crucial en la patogénesis de EM). Reduce notablemente (47%) la tasa de recaídas en pacientes con EM recurrente, emergiendo como una nueva alternativa de segunda línea (como natalizumab, fingolimod o alemtuzumab) para aquellos pacientes que no respondan al menos a un FAME, y también disminuye un 24% el riesgo de progresión de la enfermedad en los pacientes con EMPP (Fernández-Moriano, 2019). En 2021 se también se autorizó ofatumumab, otro anticuerpo anticuerpo anti-CD20, aún no comercializado en España, pero que se indica en el tratamiento de pacientes adultos con formas recurrentes de EM con enfermedad activa definida por características clínicas o de imagen.

Finalmente, la más reciente incorporación al arsenal terapéutico frente a la EM ha sido siponimod (2021), un modulador del receptor de la esfingosina 1-fosfato (S1P), que se une selectivamente a dos receptores de la S1P (S1P1 y S1P5), con un mecanismo de acción similar al de fingolimod. Al actuar como un antagonista funcional en los receptores S1P1 de los linfocitos, que se insensibilizan al efecto de la S1P, previene la señal bioquímica que induce la induce la salida de dichas células desde los órganos linfoides y, en consecuencia, provoca una redistribución linfocitaria: los linfocitos quedan “secuestrados” en los órganos linfoides (se reducen sus niveles plasmáticos en un 70-80%) y se evita su infiltración patológica al SNC, reduciendo el riesgo de inflamación y lesiones en el tejido nervioso. Habiéndose probado en estudios clínicos que el fármaco es capaz de reducir el riesgo de progresión de la discapacidad en un 26-37% a los 6 meses y de disminuir en un 46-55% la tasa anualizada de brotes de la enfermedad, ha sido autorizado para el tratamiento diario por vía oral de pacientes adultos con EM secundaria progresiva (EMSP) con enfermedad activa definida por brotes o por características de imagen típicas de actividad inflamatoria (Fernández-Moriano, 2021).

En España, las recomendaciones recogidas en el Documento del Grupo de Consenso de la Sociedad Española de Neurología (García-Merino et al., 2017) sobre el uso de medicamentos en EM orientan al uso de las siguientes opciones en el tratamiento inicial de la EM remitente-recurrente (la más común): INF-β 1b subcutáneo o intramuscular, acetato de glatirámero, teriflunomida o dimetil fumarato. Natalizumab o fingolimod son considerados alternativas de tratamiento en aquellos casos de evolución rápida y agresiva. Para aquellos pacientes que no responden al tratamiento con inmunomoduladores, continúan presentando brotes y actividad lesional (evidenciada por técnicas de neuroimagen) o tienen formas muy graves de inicio, se valora la selección de natalizumab, fingolimod, ocrelizumab o cladribina según factores dependientes del paciente (gravedad clínica, comorbilidades, etc.); alemtuzumab se suele reservar para pacientes no candidatos a natalizumab o fingolimod.

Pero incluso a pesar del tratamiento con fármacos de 1ª línea, un número importante de pacientes continúa presentando brotes de la enfermedad y/o acumulando discapacidad. Teniendo en cuenta el amplio abanico de opciones terapéuticas disponibles, es indispensable conocer en profundidad el perfil de eficacia y seguridad de cada uno de ellos y ponerlos en contexto frente a las alternativas disponibles, con el fin de decidir cuál es la opción más adecuada en cada caso.

En relación al tratamiento de las formas de EM secundarias progresivas, solo se disponía hasta ahora de cuatro fármacos autorizados: el interferón-β1b y siponimod, como opciones para los pacientes en recaída (brotes), y ocrelizumab y cladribina, en pacientes con enfermedad recurrente activa o muy activa. Por tanto, las alternativas de tratamiento para los pacientes que entran en una fase de progresión secundaria son escasas y están restringidas a pacientes con actividad inflamatoria persistente (AEMPS, 2022a; AEMPS, 2022b).

Acción y mecanismo

Diroximel fumarato es en realidad un profármaco que ejerce sus acciones farmacológicas a través de su principal metabolito activo, el monometil fumarato, en el que se metaboliza rápidamente –por esterasas– tras su administración oral y antes de alcanzar la circulación sistémica. Aunque no se conocen por completo sus complejos efectos farmacológicos, los estudios preclínicos realizados con su antecesor dimetil fumarato (que también se transforma en monometil fumarato), apuntan a que la respuesta farmacodinámica se media, al menos en parte, por la activación de la vía de trascripción génica del factor nuclear Nrf23, regulando al alza la expresión de los genes antioxidantes dependientes del mismo. En base a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía oral de adultos con EM remitente-recurrente (AEMPS, 2021a).

Si se sigue el paralelismo con lo descrito para dimetil fumarato (Cuéllar, 2015), se comprende que diroximel fumarato, a través de su metabolito, potencia una de las principales vías intracelulares protectoras frente al daño oxidativo por especies reactivas de oxígeno4, las cuales parecen estar íntimamente implicadas en la patología de la EM al actuar como promotores de la migración de los leucocitos a través del endotelio vascular, responsables últimos del daño axonal y de la mielina de las vías nerviosas. Por tanto, al potenciar la vía del Nrf2, el fármaco ejerce un papel protector sobre neuronas y oligodendrocitos.

Igualmente, ejerce propiedades antinflamatorias e inmunomoduladoras: reduce significativamente la activación de las células inmunitarias y la posterior liberación de citocinas proinflamatorias en respuesta a los estímulos inflamatorios y, además, modula los fenotipos linfocitarios, regulando a la baja la maduración de los perfiles de citocinas proinflamatorias (Th1, Th17) y fomentando la producción antiinflamatoria (Th2). Estos efectos están posiblemente mediados también por la inhibición del del factor nuclear potenciador de las cadenas ligeras Kappa de las células B activadas (NF-kB). En estudios clínicos se ha probado que el tratamiento con dimetil fumarato induce reducciones medias de en torno al 30% en el recuento de linfocitos en el primer año de tratamiento.

Por su parte, ozanimod y ponesimod tienen un mecanismo de acción muy similar, compartido con siponimod, y, por tanto, ahondan en los efectos farmacodinámicos de fingolimod, cabeza de serie del grupo farmacológico.

Ozanimod es un nuevo modulador potente de los receptores de esfingosina 1-fosfato (S1P)5 que se une con gran afinidad a los dos receptores S1P1 y S1P5 (2 de los 5 receptores acoplados a proteínas G que se han descrito para esa molécula), mientras que no tiene actividad –o es mínima– sobre los receptores S1P2, S1P3 y S1P4. No se conoce por completo su mecanismo de acción, pero se ha postulado que, igual que sus dos principales metabolitos activos en los que se metaboliza ampliamente (responsables del 73% y 15% de la exposición total), cuando ozanimod se une a los receptores S1P1 actúa como antagonista funcional de los mismos –promueve su internalización y degradación– y previene la señal bioquímica que median, esto es, la inducción de la salida de linfocitos desde los órganos linfoides. Así, el fármaco provoca una redistribución linfocitaria: los linfocitos quedan “secuestrados” en los ganglios linfáticos y se minimiza su infiltración patológica al SNC, reduciendo el riesgo de inflamación y lesiones en el tejido nervioso en los pacientes. Cabe destacar que tiene efectos diferenciales en las subpoblaciones de leucocitos, con una mayor disminución de las células implicadas en la respuesta inmunitaria adaptativa, pero impacto mínimo sobre las implicadas en la inmunidad innata que contribuyen a la inmunovigilancia.

En base a lo anterior, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía oral de pacientes adultos con EM remitente‑recurrente (EMRR) con enfermedad activa, definida por características clínicas o estudios por imágenes. Habida cuenta de sus efectos antiinflamatorios (reducción de la migración de linfocitos también al intestino), ha sido igualmente aprobado para tratar pacientes adultos con colitis ulcerosa activa de moderada a grave que han presentado respuesta inadecuada, pérdida de respuesta o intolerancia al tratamiento convencional o a un medicamento biológico (AEMPS, 2020).

Los estudios clínicos han probado que los recuentos medios de linfocitos se reducen en aproximadamente un 45% tras 3 meses de tratamiento con ozanimod y se mantienen estables mientras dura su administración, pero se recuperan los niveles basales en aproximadamente 1 mes desde que se interrumpe el tratamiento (un 80-90% de los pacientes vuelve a los niveles basales tras 3 meses).

Finalmente, ponesimod tiene un fundamento farmacológico similar: es otro nuevo modulador del receptor S1P1 de esfingosina en los linfocitos, al que se une con alta afinidad y provoca el secuestro linfocitario reversible en los órganos linfoides, reduciendo la cantidad de estas células en sangre periférica. O sea, ponesimod ejerce sus efectos terapéuticos probablemente mediante la reducción de la migración de linfocitos al SNC. El medicamento ha sido autorizado para tratar por vía oral a pacientes adultos con formas recurrentes de esclerosis múltiple (EMR) con enfermedad activa definida conforme a las características clínicas o estudios de imagen (AEMPS, 2021b).

Los estudios clínicos también han probado que ponesimod induce una reducción dosis-dependiente del recuento linfocitario en sangre periférica, de hasta el 26% respecto al valor basal tras una semana de tratamiento. Se afectan tanto los subconjuntos de linfocitos B como los linfocitos T de sangre periférica (los T cooperadores CD4+ en mayor medida que los T citotóxicos CD8+), pero no así las células NK. Se observó que los recuentos linfocitarios vuelven al rango normal en casi todos los pacientes (>90%) tras 1 semana desde la interrupción del tratamiento.

Como sugerían los datos experimentales para fingolimod, es posible que la acción moduladora de ozanimod y ponesimod pueda no limitarse a su efecto sobre los linfocitos, sino que afecte también a los receptores de S1P presentes en los astrocitos que rodean la vaina mielínica axónica, favoreciendo la aparición de efectos neuroprotectores y/o de reparación celular (Cuéllar, 2015).

Aspectos moleculares

Diroximel fumarato (Figura 2) tiene por nombre químico el de 4-O-[2-(2,5-dioxopirrolidin-1-il)etil]-1-O-metil(E) but-2-enedioato, que se corresponde con la fórmula molecular C11H13NO6 y un peso molecular de 255,2 g/mol. Su acción farmacológica se debe fundamentalmente a sus propiedades químicas de tipo electrofílico, gracias al grupo trans-1,2-etilendicarboxilato de metilo, que se cree responsable de la activación del sistema Nfr2. Se ha descrito que el ácido fumárico y sus ésteres constituyen un sistema conjugado de tipo α,β-insaturado con la reactividad característica de estas sustancias, entre las que destacan las reacciones de tipo Diels-Alder, susceptibles de producir modificaciones moleculares múltiples.


El principio activo es un polvo no higroscópico de color blanco o blanquecino, que presenta una solubilidad en agua independiente del pH, siendo escasamente soluble en el rango de pH de 2 a 9 a temperaturas de entre 20ºC y 37ºC. La molécula muestra polimorfismos, pero tiene una estructura no quiral.

Por su parte, ozanimod, que se presenta en su forma de sal hidrocloruro, tiene por nombre químico el 5-(3-{(1S)-1-[(2-hidroxietil)amino]-2,3-dihidro-1H-inden-4-il}-1,2,4-oxadiazol-5-il)-2-[(propan-2-il)oxi]benzonitrilo, asociado con la fórmula C23H24N4O3 y un peso molecular relativo de 440,9 g/mol. Se presenta como un polvo ligeramente higroscópico de color blanco-blanquecino, con una solubilidad en agua dependiente de pH (logP= 3,28 y pKa= 7,9). Presenta un centro quiral, con conformación (S), que aporta esteroisomería a la molécula.

Por último, ponesimod tiene el nombre químico (2Z,5Z)-5-[3-cloro-4-[(2R)-2,3-dihidroxipropoxi]benzilideno]-3-(2-metilfenil)-2-(propilimino)-1,3-tiazolidin-4-ona, la fórmula molecular C23H25ClN2O4S y un peso molecular relativo de 461 g/mol. Es un polvo cristalino no higroscópico de color blanco o amarillo suave. La molécula exhibe distintos polimorfismos y también esteroisomería por la presencia de un centro quiral.

El diseño y síntesis de los antagonistas de receptores S1P1 se inició con fingolimod, cabeza de serie del grupo, que presenta una marcada similitud con la esfingosina (tras el correspondiente proceso de fosforilización, el fosfato de fingolimod emula a la esfingosina-1-fosfato), lo cual permite explicar el efecto sobre sus receptores en la superficie de los linfocitos. Con un estrecho paralelismo farmacológico, siponimod –el siguiente del grupo en comercializarse– tiene diferencias estructurales respecto al primero, si bien fue descubierto a partir del diseño de una serie de derivados alquilamino de fingolimod tras el desarrollo de complejos estudios de relación estructura-actividad (Pan ., 2013). Se puede deducir, a partir de la relativa homología con la estructura de siponimod, que el carácter heterocíclico de las moléculas de ozanimod y de ponesimod (Figura 3) les permitirá actuar sobre los mismos receptores.

Eficacia y seguridad clínicas

Diroximel fumarato

La autorización del diroximel fumarato ha sido un tanto excepcional, sin requerir un desarrollo clínico exhaustivo como nueva entidad molecular, habida cuenta de sus propiedades farmacocinéticas. La molécula original no es cuantificable en plasma tras su administra oral, sino que, como se ha avanzado, se somete a una rápida hidrólisis presistémica por esterasas que lo convierten principalmente en su metabolito activo monometil fumarato, del cual dependen la eficacia y seguridad clínicas del fármaco. Los estudios específicos han permitido demostrar que la exposición a dosis definidas de diroximel fumarato y del previamente comercializado dimetil fumarato son bioequivalentes en términos de exposición al metabolito activo monometil fumarato, por lo que razonablemente se espera que el nuevo fármaco proporcione una eficacia general y un perfil de seguridad similares al de dimetil fumarato.

Por ello, la ficha técnica del medicamento hace alusión a los dos estudios pivotales que sustentaron la aprobación de dimetil fumarato, que tuvieron un diseño aleatorizado, doble ciego, controlado por placebo y de 2 años de duración. Los pacientes incluidos tenían diagnóstico de EM remitente-recurrente con puntuaciones de la escala EDSS de entre 0 y 5, debiendo haber presentado al menos una recaída en el año anterior o mostrar una lesión captadora de gadolinio en estudios de imagen en las 6 semanas previas (indicadores de enfermedad activa); en cambio, se excluyeron pacientes con formas progresivas de EM.

El primero de ellos, el estudio DEFINE, incluyó a 1.234 pacientes con EMRR, quienes presentaban como promedio al inicio una edad de 39 años, una duración de la enfermedad de 7 años y una puntuación en la escala clínica EDSS6 de 2,0 (un 16% tenía > 3,5 puntos); casi un tercio de los pacientes (28%) había tenido ≥ 2 brotes el año anterior y casi la mitad (42%) había recibido antes otros fármacos frente a la EM. Por su parte, el estudio CONFIRM, que incluyó un brazo cegado para el investigador con el comparador activo acetato de glatirámero, aleatorizó a 1.417 pacientes con EMRR que tenían las siguientes características basales promedio: edad de 37 años, duración de la enfermedad de 6,0 años y puntuación de 2,5 en la escala EDSS (17% con > 3,5 puntos); un 32% tuvo ≥ 2 brotes el año anterior y un 30% había recibido anteriormente otros tratamientos aprobados para la EM.

Los resultados de ambos ensayos revelaron que dimetil fumarato induce, en comparación con placebo, una reducción clínicamente significativa en términos de las variables clínicas principales de eficacia. A modo ilustrativo (AEMPS, 2021a):

  • En el estudio DEFINE dimetil fumarato redujo a casi la mitad la proporción de pacientes con recaídas a los 2 años (27% vs. 46% con placebo), lo que suponía una reducción del riesgo de recaída del 49% (HR= 0,51; IC95% 0,40-0,66; p< 0,0001).
  • En el estudio CONFIRM la tasa anualizada de brotes a 2 años se redujo también sustancialmente: fue de 0,224 eventos/año con dimetil fumarato frente a 0,401 en el brazo de placebo (HR= 0,56; IC95% 0,42-0,74; p< 0,0001). El fármaco se mostró incluso más eficaz que glatirámero, reduciendo en un 29% la tasa anualizada de brotes (0,224 vs. 0,286; HR= p< 0,05).

Cabe destacar que una gran parte de los pacientes con EMRR incluidos en dichos estudios se enrolaron en otro ensayo de extensión (ENDORSE, N= 1.736), abierto y no controlado, que pretendió evaluar la seguridad a largo plazo de dimetil fumarato y en el que más de la mitad de los pacientes (52%) recibió tratamiento oral diario –2 veces al día– durante 6 años o más. Sus resultados ponen de manifiesto que más de la mitad de los pacientes con tratamiento continuo no presentó ninguna recaída en el periodo de 8 años analizado, observándose una tasa anualizada de recaídas ajustada incluso menor que en el conjunto de pacientes tratados en los estudios pivotales (0,141 vs. 0,187). Para los que cambiaron desde placebo a dimetil fumarato, dicha tasa también se redujo drásticamente (0,149 vs. 0,330 con placebo en los estudios pivotales). Además, durante el periodo de 6 años la mayoría de los pacientes (> 75%) no presentó progresión de la discapacidad confirmada –sostenida durante 6 meses– y el número medio anual de lesiones captadoras de gadolinio nuevas o aumentadas de tamaño permaneció bajo.

El perfil de seguridad de dimetil fumarato es amplio, pero no parece revestir una especial gravedad en relación con placebo y comparadores activos como glatirámero. Las reacciones adversas notificadas con mayor frecuencia con su uso han sido rubefacción (35%) y eventos adversos gastrointestinales (14% diarrea, 12% náuseas y 10% dolor abdominal); solo algunos casos son graves y provocan la interrupción del tratamiento (3% rubefacción y 4% eventos gastrointestinales).

Se espera que la seguridad de dimetil fumarato sea comparable a la de diroximel fumarato. Pero hay que subrayar que se ha evaluado específicamente la tolerabilidad gastrointestinal del nuevo fármaco en un estudio de fase 3, aleatorizado, multicéntrico y controlado por dimetil fumarato, en pacientes adultos con EMRR (N= 504). Los resultados revelan una mejor tolerabilidad para diroximel fumarato: se notificaron reacciones adversas gastrointestinales generales en el 35% de los pacientes tratados frente al 49% de los que recibieron dimetil fumarato, que fueron motivo de interrupciones por seguridad en el 0,8% y 4,8%, respectivamente. Todas las reacciones adversas consideradas fueron menos frecuentes con diroximel fumarato: diarrea (15% vs. 22%), náuseas (15% vs. 21%), dolor en la parte superior del abdomen (7% vs. 16%), dolor abdominal (6% vs. 10%), dolor en la parte inferior del abdomen (6% vs. 6,8 %) y vómitos (4% vs. 9%).

Ozanimod

La eficacia y seguridad clínicas de ozanimod por vía oral en su dosis (escalada la primera semana) e indicación aprobada en EM en recaída han sido adecuadamente contrastadas en dos ensayos pivotales de fase 3, con diseños similares: aleatorizados, doblemente ciegos, de grupos paralelos y controlados por tratamiento activo (interferón β-1a). Los pacientes adultos con EMRR, que podían haber sido pretratados o no con FAMEs, debían tener enfermedad activa (puntuación de 0 a 5 en la escala EDSS) definida por la presencia de un brote en el año previo o bien en los 2 años anteriores si tenían indicio de lesiones captadoras de gadolinio en el año previo. Se excluyeron pacientes con una duración de la patología superior a 15 años o con > 20 lesiones captadoras de gadolinio.

El estudio SUNBEAM (N= 1.346) tuvo una duración mínima de 1 año, mientras que en el estudio RADIANCE (N= 1.320) la duración fue de 2 años; completaron dichos estudios el 93% y 87% de los pacientes, respectivamente. En ambos casos se incluyeron dos brazos de tratamiento con dosis distintas de ozanimod (0,46 mg/día y 0,92 mg/día). Las características demográficas y clínicas basales de los pacientes estuvieron equilibradas entre los estudios y entre los distintos grupos de tratamiento, sobresaliendo las siguientes: edad media de 35 años, un 67% eran mujeres, un 99% de raza blanca y habían transcurrido 6,7 años de media desde el inicio de los síntomas; solo un tercio de los pacientes había recibido previamente con algún FAME (sobre todo, interferón o glatirámero), la puntuación basal de la escala de EDSS fue de 2,5 (el 83% tenía < 3,5 puntos), el 45% de pacientes tenía al menos una lesión captadora de gadolinio y el número medio de brotes en el año anterior era de 1,3. En los dos estudios la variable principal de eficacia fue la tasa anualizada de brotes7 al final del periodo de tratamiento, y se consideraron como variables secundarias más relevantes el número de lesiones hiperintensas en T2 nuevas o aumentadas de tamaño y el número de lesiones captadoras de gadolinio en la resonancia magnética, o el tiempo hasta la progresión confirmada de discapacidad (aumento de ≥ 1 punto en la escala EDSS confirmado tras 3 o 6 meses).

Los resultados para todas esas variables (Tabla 1) probaron la superioridad clínica –estadísticamente significativa– de ozanimod sobre interferón a la dosis de mantenimiento aprobada (0,92 mg/día), no así en el caso de la dosis menor, que no alcanzó significación estadística para la variable principal. De manera interesante, los análisis por subgrupos revelaron que la eficacia del nuevo fármaco en variables clínicas y de estudios de imagen es consistente e independiente de factores como el nivel de actividad basal de la enfermedad; tampoco depende de la edad, el sexo o los tratamientos previos de los pacientes. No obstante, tomados en conjunto todos los datos, no se vieron diferencias destacables entre ozanimod e interferón en cuanto a la proporción de pacientes con progresión de la discapacidad confirmada a los 3 meses (7,6% vs. 7,8%; HR= 0,95: IC95% 0,68-1,33) ni a los 6 meses (5,8% vs. 4,0%; HR= 1,41: IC95% 0,92-2,17).


Adicionalmente, 751 pacientes de los que completaron la fase 3 de los ensayos pivotales en tratamiento con ozanimod continuaron recibiendo el fármaco en un ensayo de extensión abierto durante un máximo de 3 años (estudio DAYBREAK). Con ese mayor seguimiento, se vio que la tasa anualizada de brotes era de 0,124 tras el segundo año de tratamiento, lo que indica que la eficacia de ozanimod es duradera en el tiempo. La reducción en el número y tamaño de las lesiones por resonancia magnética siguieron un patrón similar.

Por otra parte, la seguridad de ozanimod ha sido bien definida en hasta 7 estudios clínicos de fases 2 y 3, incluyendo los realizados en pacientes con patología intestinal, en los que más de 2.700 pacientes han recibido su dosis autorizada durante al menos 1 año y más de 1.200 durante 2 años. Dos tercios de los pacientes tratados con el fármaco (67%) notificaron al menos un evento adverso frente al 79% con interferón, siendo la gran mayoría leves-moderados en severidad: solo el 4,6% fueron graves (vs. 4,4% con interferón), por lo que la interrupción del tratamiento por motivos de seguridad fue bajo (< 3%).

Las reacciones adversas descritas con mayor frecuencia en el grupo de ozanimod en los estudios pivotales de EM fueron: nasofaringitis (11% vs. 9,5%), cefalea (8,8%), infección de las vías respiratorias altas (5,9%), incremento de transaminasas (4-5% vs. 2-3%), hipotensión ortostática (4% vs. 3%), infección del tracto urinario (4% vs. 3%), dolor de espalda (4% vs. 2,6%), hipertensión (3,4% vs. 2%) y faringitis (3% vs. 2%). Quizás la toxicidad específica más relevante se refiera a la bradicardia8 transitoria que en la mayoría de los pacientes afectados se produce al inicio del tratamiento, la cual hace necesaria una escalada de dosis durante una semana para atenuarla y un electrocardiograma basal para su monitorización, y contraindica su uso en pacientes con diversos trastornos cardiovasculares. Por la linfopenia que induce (inherente a su mecanismo de acción), también se debe vigilar a los pacientes ante el riesgo de infecciones y vacunarles frente a varicela-zóster, evitando el uso de vacunas de virus vivos atenuadas durante el tratamiento y hasta 3 meses después. Se requieren aún datos de seguridad a largo plazo (> 5 años) para una mejor caracterización del balance beneficio-riesgo de ozanimod (AEMPS, 2022a).

Ponesimod

La eficacia y seguridad clínicas de ponesimod por vía oral han sido igualmente confirmadas en un único ensayo pivotal de fase 3 (estudio OPTIMUM) de 2 años de duración y un diseño aleatorizado, multicéntrico, doblemente ciego, de grupos paralelos y con comparador activo. Un total de 1.133 pacientes adultos de entre 18 y 55 años con EM de evolución recurrente –diagnóstico de EMRR o EMPS con brotes superpuestos– y con signos de actividad de la enfermedad, pretratados o no, fueron asignados al azar a recibir una vez al día por vía oral bien ponesimod 20 mg o bien teriflunomida 14 mg, con ajustes posológicos durante las 2 semanas iniciales; se les realizaron evaluaciones neurológicas cada 3 meses o ante una sospecha de recaída y resonancias magnéticas en las semanas 0, 60 y 108. Se excluyeron pacientes con brote en el mes previo a la aleatorización, enfermedad infecciosa activa o cualquier otra patología no controlada, y aquellos pretratados con alemtuzumab, mitoxantrona, leflunomida, teriflunomida, fingolimod y otros moduladores de receptores S1P.

Las características demográficas basales estaban bien balanceadas entre los grupos de tratamiento. Los pacientes tenían una edad promedio de 37 años, el 97% eran de raza blanca y dos tercios (65%) mujeres. Respecto a las características de la enfermedad, su duración media desde el diagnóstico era de 7,6 años, el número de brotes en el año previo era de 1,3 y la puntuación media en la escala EDSS era de 2,6 (afectación moderada); además, el 40% de los pacientes tenía una o más lesiones captadoras de gadolinio en la resonancia magnética y el 57% no había recibido previamente ningún FAME.

A fin de demostrar la superioridad en eficacia de ponesimod frente a teriflunomida los investigadores consideraron como variable primaria la tasa anualizada de brotes hasta el final del estudio; el análisis jerarquizado también incluyó como variables secundarias el número acumulado de lesiones activas únicas combinadas (lesiones nuevas captadoras de gadolinio en T1 más lesiones nuevas o aumentadas en T2) y el tiempo hasta la acumulación de discapacidad confirmada a 12 y 24 semanas desde el inicio y hasta el final del estudio.

Los resultados recogidos en la Tabla 2 reflejan que al final del estudio se cumplió el objetivo primario (Kappos et al., 2021), toda vez que habían completado el periodo de tratamiento el 87% de los pacientes. Sin embargo, no se hallaron diferencias estadísticamente significativas entre ponesimod y teriflunomida en las variables secundarias de acumulación de discapacidad confirmada; las diferencias en la escala de síntomas de la fatiga asociada a la EM tampoco fueron clínicamente significativas. De nuevo, los análisis por subgrupos no mostraron diferencias destacables en las distintas variables, siendo la eficacia del nuevo fármaco consistente e independiente de factores como el nivel de actividad de la patología u otras características demográficas, incluida la edad, el sexo o la raza.


Por último, el perfil toxicológico de ponesimod parece similar al descrito para ozanimod, estando bien caracterizado con datos de más de 1.400 pacientes con EM que recibieron al menos una dosis en los 4 estudios de fase 2/3. Las reacciones adversas notificadas con mayor frecuencia fueron nasofaringitis (19,7%), elevación de alanina aminotransferasa (17,9%), infección respiratoria de vías altas (11%) y cefalea. Se confirmó el riesgo de bradicardia (5,8% vs. 1,6% con teriflunomida) y de reducción de la conducción auriculo-ventricular (3,4% vs. 1,2%) al inicio del tratamiento, si bien parecen trastornos asintomáticos y autolimitados que no requieren interrupciones de uso. El riesgo global de infecciones con ponesimod no fue mayor que con teriflunomida (fueron graves en el 1,6% vs. 09%), detectándose solo una mayor incidencia de nasofaringitis e infecciones víricas, pero también se recomienda la vacunación frente a la varicela antes de iniciar el tratamiento.

Aspectos innovadores

En el presente artículo se analizan tres nuevos fármacos autorizados frente a distintas formas clínicas de la esclerosis múltiple (EM), que no implican aparentemente ninguna mejora farmacológica ni clínica en relación con el arsenal terapéutico disponible frente a la enfermedad.

El primero de ellos, diroximel fumarato, es, igual que el ya disponible dimetil fumarato (con el que guarda similitud estructural), un profármaco que ejerce sus acciones farmacológicas a través de su principal metabolito activo, el monometil fumarato. No se conocen por completo sus efectos, si bien la respuesta farmacodinámica parece mediarse al menos en parte por la activación de la vía de trascripción génica del factor nuclear Nrf2: regula al alza la expresión de los genes antioxidantes y potencia la protección frente al daño por estrés oxidativo, reduciendo así la migración de los leucocitos por el endotelio vascular y minimizando el daño axonal y de la mielina de las neuronas. Esto, unido a sus propiedades antiinflamatorias e inmunomoduladoras (reduce la activación de células inmunitarias, el recuento linfocitario y la liberación de citocinas proinflamatorias), subyace tras la autorización del medicamento para el tratamiento por vía oral de adultos con EM remitente-recurrente (EMRR).

Su aprobación se ha sustentado en la confirmación en estudios farmacocinéticos de la bioequivalencia con dimetil fumarato en términos de exposición al metabolito activo, por lo que razonablemente se espera que el nuevo fármaco proporcione una eficacia y un perfil de seguridad similares. Cabe recordar que dimetil fumarato se aprobó tras la demostración en dos estudios pivotales de su superioridad clínica sobre placebo en pacientes con EMRR, reduciendo a la mitad el riesgo de recaídas tras 2 años de tratamiento; se mostró incluso más eficaz que glatirámero (reducción relativa del 29% de la tasa anualizada de brotes). Un estudio a largo plazo permitió confirmar que más de la mitad de los pacientes tratados con diroximel fumarato no tiene ningún brote en tratamientos de al menos 6 años, y que se mantienen bajas las tasas de progresión de la discapacidad por la enfermedad y de aparición de lesiones nuevas en estudios de imagen.

El perfil de seguridad de dimetil fumarato, que se espera extensible a diroximel fumarato, es relativamente benigno y manejable clínicamente: entre las reacciones adversas más frecuentes predomina la rubefacción (35%) y los eventos adversos gastrointestinales (sobre todo diarrea, náuseas y dolor abdominal), aunque la práctica totalidad son leves-moderados, siendo baja la tasa de interrupción del tratamiento (3-4%). La tolerabilidad gastrointestinal del nuevo fármaco se ha revelado mejor que la de dimetil fumarato en un estudio comparativo de fase 3.

En ausencia de comparaciones directas o indirectas con otras alternativas en EM, si se extrapolan las consideraciones clínicas aceptadas para dimetil fumarato, diroximel fumarato tendrá un balance beneficio-riesgo similar y se posicionará como una alternativa por vía oral a otros FAMEs disponibles en primera línea de la EMRR (por ejemplo, glatirámero por vía intravenosa o teriflunomida oral), de elección en casos sin evolución rápida o no muy agresivos de la enfermedad.

Por otro lado, se han comercializado otros dos nuevos fármacos activos por vía oral –ozanimod y ponesimod– que comparten mecanismo de acción y se unen al grupo farmacológico de moduladores de receptores de esfingosina, inaugurado por fingolimod y al que ya se había incorporado siponimod en 2021. Se postula que, al unirse con alta afinidad al receptor S1P1 en los linfocitos (promueven su internalización y degradación), ambos actúan como antagonistas funcionales y previenen sus efectos biológicos: inducen así un “secuestro” de los linfocitos en los ganglios linfáticos, minimizan su infiltración patológica al SNC, y reducen el riesgo de inflamación y lesiones en el tejido nervioso en los pacientes. Ozanimod se ha aprobado para su uso en pacientes adultos con EM remitente‑recurrente (EMRR) con enfermedad activa, definida por características clínicas o estudios por imágenes, mientras que ponesimod se ha autorizado para el tratamiento de adultos con cualquier forma de EM en recaída, abarcando la EMRR pero también la EM secundariamente progresiva con brotes superpuestos.

Ozanimod se evaluó en dos amplios ensayos pivotales de adecuado diseño (multicéntricos, aleatorizados, doble ciego y controlados). Su uso diario durante periodos de 1 y 2 años se probó superior a la administración intramuscular semanal de interferón β-1a en pacientes con EMRR y patología activa (N > 2.600): indujo una disminución relativa del 48% a los 12 meses y del 38% a los 24 meses en la tasa anualizada de brotes, lo que se traduce en un riesgo relativo un 11% y 17% menor, respectivamente; asimismo, redujo notablemente el número de lesiones activas en resonancia magnética, con un descenso relativo del 48% y del 42% a los 12 y 24 meses, respectivamente. No obstante, no parece que retrase la progresión de la discapacidad confirmada por la enfermedad en mayor medida que interferón.

Por su parte, ponesimod fue investigado en un estudio pivotal de similar diseño a los de ozanimod, en pacientes adultos con EM de evolución recurrente (N= 1.133), incluidas la forma secundariamente progresiva. Tras un tratamiento durante 2 años queda demostrado que el fármaco es superior a teriflunomida en términos de la tasa anualizada de brotes (favorece una reducción relativa del 31%) y del número de lesiones activas únicas combinadas (que se reducen en un 56%), pero tampoco ha probado una mayor eficacia con respecto a la progresión de la discapacidad.

La eficacia de los nuevos fármacos se ha mostrado consistente en los distintos subgrupos de pacientes, con independencia de factores basales como la edad o un grado elevado de actividad de la patología.

Desde el punto de vista de la seguridad, tanto ozanimod como ponesimod son relativamente bien tolerados, pues muestran un perfil toxicológico similar al ya conocido para otros moduladores del receptor S1P1, que es, por tanto, manejable clínicamente con ajustes posológicos y medidas profilácticas. Entre las reacciones adversas más comunes sobresalen las infecciones (nasofaringitis y otras del tracto respiratorio, mayoritariamente), consecuencia de la linfopenia que inducen, así como la elevación de transaminasas hepáticas y los efectos adversos sobre el sistema cardiovascular (sobre todo, bradicardia).

Las principales limitaciones de la evidencia disponible para estos dos nuevos antagonistas de S1P1 se refiere a que no existen datos controlados más allá de 2 años de tratamiento y a que una mayoría de los pacientes tratados en los ensayos clínicos (60-70%) no habían recibido ningún tratamiento previo con FAMEs, a pesar de una evolución considerable de la EM (6-7 años). Las recomendaciones actuales van dirigidas a un inicio temprano del tratamiento en pacientes con EM activa para evitar la producción de lesiones irreversibles del SNC e intentar prevenir la progresión de la discapacidad, por lo que en nuestro entorno es probable que este perfil de pacientes sí hubiera recibido tratamiento. Además, una gran mayoría de pacientes evaluados mostraban afectación moderada, no siendo extraño encontrar pacientes mayores de 55 años con ese grado de afectación, que no fueron incluidos en los estudios. En todo caso, los resultados de eficacia se consideran extrapolables.

La EMA considera aceptable el uso de interferón y teriflunomida como controles activos en los estudios pivotales, pues son fármacos con efectividad contrastada en EM, superiores a placebo, capaces de reducir la frecuencia de brotes y retrasar la progresión de la discapacidad. Si bien ambos comparadores se recomiendan en primera línea, su uso ha sido actualmente desplazado en la práctica clínica por otros fármacos más eficaces –cladribina, alemtuzumab u otros moduladores de S1P1– sobre todo en las formas más activas, de rápida progresión y mal pronóstico de la EM. En ausencia de datos clínicos directamente comparativos de ozanimod o ponesimod con esas alternativas terapéuticas, y pese a considerarse consistentes y relevantes los resultados clínicos de los nuevos fármacos, no se puede concluir firmemente sobre la superioridad o inferioridad respecto a otras opciones distintas a los comparadores citados.

Así pues, sus IPT (AEMPS, 2022a; AEMPS, 2022b) establecen que ozanimod y ponesimod pueden considerarse como opciones de tratamiento en primera línea de sus respectivas indicaciones, alternativas a interferón beta y teriflunomida, respectivamente. Atendiendo a su perfil farmacológico, se podrán considerar como opciones de tratamiento en pacientes con formas activas de EM y factores de mal pronóstico de carácter clínico (afectación multisistémica, secuelas tras el brote, > 1 brote en el mismo año), radiológico (nuevas lesiones en T2 o presencia de lesión medular) o biológico (bandas oligoclonales de IgM lípidoespecíficas). En definitiva, la justificación de su uso en el tratamiento de la EM se basa en los efectos farmacodinámicos ya conocidos para fingolimod y siponimod, sin aportar ninguna novedad reseñable en el plano mecanístico ni clínico. Aunque ciertos datos sugieren que el balance beneficio-riesgo de ambos fármacos se mantiene favorable más allá de los 2 años de tratamiento, se requieren aún datos a más largo plazo para una mejor caracterización, necesaria en el contexto de una enfermedad crónica y progresivamente debilitante.

Valoración

Ravulizumab (▼Ultomiris®) en hemoglobinuria paroxística nocturna y síndrome hemolítico urémico atípico

Resumen

Se trata de un nuevo anticuerpo monoclonal que se une selectivamente a la proteína C5 del complemento e inhibe de forma inmediata y completa su escisión en C5a y C5b: impide la formación del complejo terminal de ataque a membrana y actúa como un inmunosupresor específico limitando la opsonización de microorganismos y la eliminación de inmunocomplejos. Dado que también bloquea la sobreactivación patológica del complemento que lisaría los eritrocitos sanos, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intravenosa de pacientes adultos y pediátricos de ≥ 10 kg con hemoglobinuria paroxística nocturna (HPN), tanto si tienen hemólisis con manifestaciones indicativas de alta actividad de la enfermedad como si han sido pretratados con éxito con eculizumab los últimos 6 meses; igualmente, para el tratamiento de pacientes de ≥ 10 kg con síndrome hemolítico urémico atípico (SHUa) naïve a inhibidores del complemento o adecuadamente tratados con eculizumab durante ≥ 3 meses.

Diseñado a partir de eculizumab (con el que comparte mecanismo de acción), el nuevo fármaco ha sido evaluado para su uso en HPN en dos estudios pivotales de adecuado diseño (aleatorizados, abiertos y con comparador activo), de 6 meses de duración, que han confirmado su no inferioridad frente a eculizumab en variables relativas a la hemólisis, la anemia y la calidad de vida. Así, hasta un 73% de los pacientes naïve a inhibidores del complemento no necesitó transfusiones plasmáticas (vs. 66% con eculizumab), y entre los pacientes controlados previamente con eculizumab, también una gran mayoría se mantuvo independiente de transfusiones (88% vs. 83%). Por otro lado, su aprobación en SHUa se sustentó en dos ensayos pivotales, también abiertos, pero de un solo brazo y con menor número de pacientes. En adultos naïve, un tratamiento de 6 meses proporciona una tasa de respuesta clínica completa del 54% según parámetros hematológicos y de función renal. El estudio pediátrico reflejó una respuesta clínica incluso mayor (78%) en niños naïve con SHUa; además, probó que quienes cambian desde eculizumab mantienen estables los parámetros de la microangiopatía trombótica. Ravulizumab redujo drásticamente la necesidad de diálisis en aquellos pacientes que antes del tratamiento la requerían. En líneas generales, su eficacia es consistente en los distintos subgrupos y parece mantenerse en el tiempo al menos durante periodos superiores a 1 año.

En términos de seguridad, es un fármaco con un perfil toxicológico benigno, caracterizado mayoritariamente por efectos adversos leves-moderados, que no implican gran número de interrupciones del tratamiento. Las reacciones adversas descritas con mayor frecuencia (hasta 25-30%) son: cefalea, alteraciones gastrointestinales (diarrea, náuseas y vómitos) e infecciones del tracto respiratorio superior (faringitis). Se debe prestar atención al riesgo de infección o sepsis meningocócica, descrito para eculizumab y manejable mediante profilaxis. Aún se requiere una mejor caracterización de la seguridad a largo plazo.

En definitiva, se posiciona como una alternativa de tratamiento a eculizumab en las dos indicaciones aprobadas, con un balance beneficio-riesgo similar, sobre todo en pacientes con requerimientos transfusionales altos, alto grado de anemia hemolítica intravascular y/o episodios agudos de debut de la patología, no debiéndose usar como rescate en casos refractarios a eculizumab. Pese a que no aporta una innovación disruptiva frente a eculizumab, la principal ventaja del nuevo fármaco es la referente a su pauta de administración más espaciada (cada 8 meses vs. 2 meses).

Aspectos fisiopatológicos

Hemoglobinuria paroxística nocturna

La hemoglobinuria paroxística nocturna (HPN) es una forma de anemia hemolítica crónica, progresivamente debilitante y potencialmente mortal, provocada por un defecto en la membrana de los glóbulos rojos, que tienen una sensibilidad anormal a su destrucción mediada por el sistema del complemento. Se caracteriza por hemoglobinuria y presencia de hemoglobina en el plasma –fuera de los glóbulos rojos– con carácter paroxístico y nocturno; todo ello debido a la aparición de hemólisis intravascular en forma de crisis y por la noche, generalmente durante el sueño.

Es una enfermedad multisistémica de gravedad variable en función del grado de hemólisis (que se relaciona con la proporción y tipo de células anormales en cada paciente). Las crisis agudas de hemoglobinuria –que son desencadenadas por diferentes causas, tales como infecciones, esfuerzo físico, vacunaciones, intervenciones quirúrgicas o ciertos fármacos (como el ácido acetilsalicílico)– tienden a agravar el cuadro de anemia hemolítica, que acaba por cronificarse y provocar además esplenomegalia, ictericia, hemosiderinuria1 y leucopenia (por afectación de la hematopoyesis). A consecuencia de la neutropenia, y por defecto de la función de los granulocitos, se produce un defecto inmunitario que favorece las infecciones, y la trombocitopenia. Los pacientes también pueden presentar dolor abdominal, de espalda y de cabeza. Entre los hallazgos de laboratorio más importantes sobresalen la pancitopenia y los signos de hemólisis: aumento de reticulocitos, elevación de los niveles de la enzima lactato deshidrogenasa (LDH) y de bilirrubina, y descenso de la haptoglobina, acompañados de ferropenia por la hemosideruria crónica.

La alteración fisiopatológica característica de la HPN –imprescindible, pero no suficiente–consiste en un defecto genético somático adquirido en el gen GPI-A3, localizado en el cromosoma X, que conduce a la ausencia total o parcial de las proteínas CD59 y CD55 sobre la superficie de los eritrocitos, siendo el resultado un déficit de grupos GPI (glicosilfosfatidilinositol) en la misma; son precisamente estos grupos los que favorecen el anclaje de distintos inhibidores del complemento a la membrana celular. Sin la presencia de GPI-A, importantes proteínas no pueden fijarse a la superficie de las células y protegerlas de sustancias destructivas en la sangre. Concretamente, la CD59 y la CD55 actúan fisiológicamente bloqueando la formación del complejo terminal del complemento –denominado también complejo de ataque de membrana– sobre la superficie de los eritrocitos, evitando así la hemólisis. Por consiguiente, en los pacientes con HPN acontece una activación continua de la vía alternativa del complemento que ejerce de forma crónica sus funciones sobre los eritrocitos, lisándolos (hemólisis intravascular crónica).

El sistema del complemento

El sistema del complemento, distribuido entre el plasma sanguíneo y la superficie celular, consiste en un complejo conjunto de una veintena de proteínas bioactivas (proteolíticas, inflamatorias, receptores de superficie y proteínas con capacidad de provocar lisis celular) que se caracteriza por una estrecha regulación. Se trata, pues, de un sistema formado por enzimas proteolíticas, reguladoras y otras, capaces de lisar células insertándose en sus membranas. Su activación en cascada y la interacción entre los elementos a que dan lugar condiciona numerosas funciones efectoras de la inmunidad y la inflamación.

Los componentes del complemento se denominan por la letra “C” seguida de un número que se relaciona más con la cronología de su descubrimiento que por su posición en la secuencia reactiva. Los componentes del complemento presentes en forma inactiva en el plasma están numerados desde C1 a C9. En condiciones fisiológicas, actúan en los procesos inmunitarios de defensa frente a microorganismos, y su objetivo final es la lisis de los mismos mediante la formación del denominado complejo de ataque de membrana (CAM).

El paso más importante para su función biológica es la activación de su tercer componente: C3. La formación de la proteasa responsable de la fragmentación del C3 se puede producir por 3 vías (Figura 1):

  • Vía clásica: se inicia por la activación del C1 sobre el anticuerpo (IgG o IgM) unido al antígeno (Ag) extraño.
  • Vía alternativa: su activación es espontánea, o consecuencia de la activación previa de la vía clásica a la que amplifica.
  • Vía de las lectinas: frecuentemente incluida dentro de la “vía alternativa”, se inicia cuando la lectina ligadora de manosa (MBL) reconoce azúcares bacterianos, activándose la proteasa serina proteasa asociada a MBP.

Cada una de las vías de activación del complemento cuenta con elementos reguladores. La vía clásica es bloqueada por el inhibidor de la C1-esterasa (C1INH, la proteína que se une a C4) y el factor 1, mientras que la vía alternativa se regula por la properdina, el factor H o factor acelerador de la degradación de complejo C3C, Bb y el factor 1. No obstante, cualquiera que sea la vía de activación de la C3 convertasa, ésta divide al C3 en dos fragmentos, el C3a, que es liberado, y el C3b que continúa la cascada de activación y dará lugar a C5 convertasa que, a su vez, interacciona con C5 para liberar C5a y C5b. Este último se incorpora a la formación del CAM (C5b-9), el cual, cuando se une a los extremos hidrofóbicos de la bicapa lipídica de las células diana, forma finalmente los canales transmembrana que provocan la lisis celular.

En resumen, el complemento funciona como una cascada proteolítica en la que un componente activado escinde al siguiente, dando lugar a dos fragmentos activos, uno de mayor peso molecular que se fija a la superficie activadora, y otro de menor peso molecular con función quimiotáctica. Los fragmentos pesados C3b y C5b son necesarios para la formación de poros en la superficie activadora, y los ligeros, como el C3a y C5a (anafilotoxinas), se unen a receptores en mastocitos y basófilos y provocan la liberación de histamina y otros mediadores anafilácticos. El C5a actúa, además, como factor quimioatrayente para neutrófilos y monocitos.

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Se trata de una enfermedad rara que presenta una prevalencia estimada de 15,9 casos por millón de habitantes en Europa, siendo más frecuente en países de Asia que en los occidentales. Aparece en ambos sexos a cualquier edad, pero es algo más incidente en la adultez temprana (entre los 30-40 años) y en mujeres. Se puede confundir con anemia aplásica y convertirse en el síndrome mielodisplásico o leucemia mielógena aguda. No se conoce ningún factor de riesgo predisponente, salvo una anemia aplásica previa.

El pronóstico de la HPN es muy variable, siendo la supervivencia media de alrededor de 15 años tras el diagnóstico. Se estima que aproximadamente la mitad de los pacientes mueren como consecuencia de las complicaciones de la enfermedad, aunque, con carácter excepcional, pueden producirse de forma espontánea remisiones parciales de la misma (3-4%).

El principal elemento patogénico está relacionado, según se ha indicado, con la presencia de cantidades excesivas de hemoglobina libre en el plasma durante la hemólisis intravascular, que incrementa la activación plaquetaria, la actividad procoagulante y el riesgo de tromboembolismo venoso o arterial; este último constituye la principal causa de mortalidad en estos pacientes (45%), seguida de los eventos hemorrágicos y las infecciones secundarias a la aplasia medular. Los eventos trombóticos pueden provocar como secuelas hipertensión pulmonar o insuficiencia terminal de órganos vitales, como hígado, riñones, cerebro o intestino. El peor pronóstico se relaciona con la aparición de anemia aplásica, de leucemia mielógena aguda y de trastornos mielodisplásicos.

El único tratamiento específicamente aprobado frente a la enfermedad es eculizumab (Soliris®), un anticuerpo monoclonal humanizado que se une de forma selectiva y con alta afinidad a la proteína C5 de la cascada terminal del complemento, inhibiendo su escisión en C5a y C5b. Fue autorizado en 2007, tras demostrar en ensayos clínicos eficacia en el control de la hemólisis subyacente (con uno o más síntomas clínicos indicativos de una alta actividad de la enfermedad), que permite alcanzar la independencia de las trasfusiones, y en la prevención de la aparición de trombosis, con un impacto favorable en la supervivencia de los pacientes con HPN, equiparándose la esperanza de vida a la de los sujetos sanos.

Previamente, el abordaje estándar de estos pacientes se limitaba a una terapia de soporte dirigida a controlar las manifestaciones de la enfermedad –manejo de la hemólisis, la anemia, la trombofilia y la insuficiencia de la médula ósea– mediante transfusiones de componentes sanguíneos desleucocitados conjuntamente con la administración de agentes estimulantes de la eritropoyesis, corticosteroides, anticoagulantes o esteroides anabólicos. Es posible que se requieran, además, suplementos de hierro y ácido fólico, si bien no es demasiado aconsejable el tratamiento con hierro, pues el aumento de la eritropoyesis hace más graves e intensos los episodios de hemólisis. En general, no está indicada la esplenectomía y la aplasia medular se puede tratar con ciclos de inmunosupresores (ciclosporina) o suero antilinfocitario. Todos los pacientes que padecen HPN deben recibir vacunas preventivas contra ciertos tipos de bacterias para prevenir infecciones, y con seguridad también intervenciones psicológicas.

En cuadros que cursan con aplasia medular grave se puede valorar el trasplante de médula ósea: de hecho, el único enfoque potencialmente curativo de la HPN es el trasplante alogénico de progenitores hematopoyéticos, pero se asocia con una alta tasa de mortalidad y morbilidad (AEMPS, 2019; EMA, 2019).

Síndrome hemolítico urémico atípico

El síndrome hemolítico urémico (SHU) atípico es otra enfermedad considerada como rara (prevalencia estimada de 1 caso/100.000 habitantes2), de carácter progresivo y potencialmente mortal, que se caracteriza cínicamente por la existencia de anemia hemolítica no inmune, trombocitopenia, lesión renal aguda y complicaciones extrarrenales. En su etiopatogenia subyace la desregulación de la vía alternativa del complemento, cuya activación descontrolada provoca inflamación, daño endotelial y un estado protrombótico/procoagulante que resultan en una microangiopatía trombótica (MAT) sistémica.

La mayoría de los casos de SHU (≈90%) se asocian con infección entérica por bacterias productoras de toxina Shiga, siendo la más frecuente la infección por E. coli serotipo O157:H7 Shiga o más raramente por otros gérmenes productores de verotoxina, dando lugar a lo que se conoce como SHU típico. Por contraposición, se denomina SHU atípico (SHUa) a todo cuadro de SHU no causado E. coli, incluyendo las formas de SHUa primario o genético, causado por desregulación del sistema del complemento (es la forma mayoritaria y a la que suelen referirse la mayoría de los autores cuando se habla de SHUa), y también las formas de SHUa secundario a múltiples causas. Las mutaciones en los genes relacionados con el complemento se identifican en 50-60% de los pacientes con SHUa, aunque no se requiere evidencia de una anomalía genética para el diagnóstico (es suficiente con la triada clínica).

Se estima que en torno al 20-48% de los pacientes tienen manifestaciones clínicas3 en órganos extrarrenales cuando la enfermedad debuta, mayoritariamente las siguientes: elevación de enzimas hepáticas o pancreáticas, pericarditis, hemorragia intraalveolar, convulsiones, alteración de la conciencia y déficits neurológicos focales. La disfunción multiorgánica suele asociarse con un mal pronóstico y requiere atención crítica, lo cual subraya la importancia de la detección y el tratamiento tempranos. El inicio de la triada clínica específica (riesgo elevado y crónico de trombosis, insuficiencia renal crónica y otras manifestaciones graves de MAT, como fenómenos isquémicos o alteraciones cardiacas o neurológicas), que suele ser abrupto –horas o días– en la mayoría de los casos (80%), se precede generalmente de un periodo prodrómico caracterizado por malestar, fiebre, dolor abdominal, náuseas o vómitos.
Sea como fuere, el curso de la enfermedad depende del componente del complemento que se ve afectado, siendo mayor el riesgo de insuficiencia renal terminal o muerte precoz en quienes pacientes con mutaciones en el factor H, factor I o ganancia de función de C3 y CFB, y presentando un curso más favorable los casos en población pediátrica con mutaciones en la proteína cofactor de membrana.

Desde el punto de vista del abordaje, la terapéutica del SHUa está también limitada. De nuevo, el único fármaco aprobado (2011) es eculizumab, indicado para combatir los eventos de MAT mediados por el complemento que amenazan la vida; pero no está exento de riesgos: requiere infusiones intravenosas repetidas (cada 2-3 semanas) que se asocian con reacciones en el lugar de infusión (como el dolor) y riesgo de infecciones. Las opciones de tratamiento a las que se recurría con anterioridad a su aprobación se centraban en medidas de soporte y la plasmaféresis o infusión de plasma4, si bien no hay datos clínicos que avalen su uso, por lo que han caído en desuso (IPT, 2014; EMA, 2020). En los casos que no responden a ninguna de esas medidas, el trasplante renal o hepático-renal es la única opción de tratamiento, si bien se contraindica en casos de mal pronóstico porque las recidivas de la enfermedad –que normalmente ya no responden tratamientos con plasma– suelen provocar frecuentes fallos del trasplante; de hecho, la tasa de recurrencia de la enfermedad en el riñón trasplantado es del 60%, con una supervivencia del injerto a los 5 años del 30%.

En general, se acepta que los pacientes con SHUa que no reciben terapia con eculizumab tienen mal pronóstico, con tasas de progresión a enfermedad renal terminal (con necesidad de diálisis o trasplante de riñón) o muerte tras 1 año desde el debut clínico del 31% entre pacientes adultos. Entre los pacientes no tratados se ha reportado una necesidad de diálisis crónica del 25% en los 6 primeros meses tras el diagnóstico; en ese periodo, casi 1 de cada 5 pacientes (19%) habrá requerido un trasplante renal y 2 de cada 3 (67%) presentará manifestaciones clínicas adicionales de SHUa a pesar del uso mayoritario de plasmaféresis. Las comorbilidades extrarrenales –gastrointestinales, cardiovasculares o respiratorias– suelen también persistir más allá del medio año si no se tratan.

Acción y mecanismo

Ravulizumab es un anticuerpo monoclonal que se une selectivamente a la proteína C5 del complemento humano e inhibe de forma inmediata, completa y sostenida su escisión en las dos fracciones C5a (anafilatoxina proinflamatoria) y C5b. Dado que esta última subunidad sería la responsable de iniciar el complejo terminal de ataque a membrana del complemento (C5b-9), ravulizumab impide la acción final del complemento y actúa como un inmunosupresor específico que preserva los componentes iniciales de la activación de este sistema, esenciales para la opsonización de los microorganismos y la eliminación de inmunocomplejos.

En base a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intravenosa de pacientes adultos y pediátricos de ≥ 10 kg de peso corporal con hemoglobinuria paroxística nocturna, tanto si tienen hemólisis con manifestaciones indicativas de alta actividad de la enfermedad como si están clínicamente estables tras haber sido tratados con eculizumab durante los últimos 6 meses. Además, se ha aprobado para el tratamiento de pacientes de ≥ 10 kg con síndrome hemolítico urémico atípico que no han recibido tratamiento previo con inhibidores del complemento o bien que han recibido eculizumab durante al menos 3 meses y presentan evidencia de respuesta al mismo.

Se comprende que en esos pacientes la administración de ravulizumab en dosis terapéuticas, al impedir la acción del complemento, bloquea la formación de los canales transmembrana que provocarían la lisis de los eritrocitos: consigue así contrarrestar el efecto biológico de las alteraciones en genes relacionados con el complemento que predominan en esas enfermedades, en las que la acción del complemento sobre la superficie de los eritrocitos sanos está patológicamente incrementada.

Aspectos moleculares

Ravulizumab es un anticuerpo monoclonal humanizado de tipo IgG2/4К producido en cultivo celular (estirpe CHO, derivadas de ovario de hámster chino) mediante tecnología de ADN recombinante. Consiste en dos cadenas pesadas idénticas y dos cadenas ligeras también idénticas –de tipo kappa– unidas por puentes disulfuro. Ha sido sintetizado mediante la introducción de 4 mutaciones únicas en la cadena pesada de su “predecesor” eculizumab, por lo que comparte con este la mayor parte de su estructura.

Conviene recordar que eculizumab está compuesto de regiones constantes humanas y de regiones determinantes de complementariedad murinas injertadas en una estructura marco humana en los segmentos variables de las cadenas pesada y ligera. Concretamente, se compone de dos cadenas pesadas de 448 aminoácidos cada una y dos cadenas ligeras de 214 aminoácidos, totalizando un peso molecular de aproximadamente 148 kDa.

Con las modificaciones introducidas en la molécula original –de eculizumab– se ha conseguido que ravulizumab tenga una semivida de eliminación incrementada que permite un tratamiento cada 8 semanas (en la fase de mantenimiento), en comparación con las administraciones bisemanales de eculizumab. Se ha confirmado que las mutaciones en ravulizumab aumentan significativamente el tiempo para la disociación de los complejos de ravulizumab:C5 a ravulizumab libre en el ambiente acidificado del endosoma después de la pinocitosis y aumentan también la fracción de ravulizumab libre reciclado desde el endosoma de regreso al compartimiento vascular.

Eficacia y seguridad clínicas

Hemoglobinuria Paraxística Nocturna (HPN)

La eficacia y seguridad clínicas de ravulizumab por vía intravenosa han sido adecuadamente contrastadas para la pauta posológica bimensual autorizada (4 perfusiones en 26 semanas, en concentración según peso) en dos ensayos clínicos pivotales de fase 3, con diseño aleatorizado y controlados con tratamiento activo, de igual duración (26 semanas) pero en pacientes con distintos perfiles, todos los cuales recibieron vacunación contra la infección meningocócica5 antes o en el momento de iniciar el tratamiento experimental.

El primero de ellos (estudio 301) fue un estudio multicéntrico, de no inferioridad y abierto que asignó al azar (1:1) a un total de 246 pacientes adultos con HPN que no habían sido tratados previamente con ningún inhibidor del complemento a recibir bien el nuevo fármaco (n= 125) o bien eculizumab como comparador activo a su dosis autorizada (n= 121). Entre los criterios de inclusión –también usados para la estratificación de los pacientes– destaca el diagnóstico confirmado de HPN con alta actividad6 o los antecedentes de transfusiones de hematíes en el contexto de la enfermedad, mientras que en general se excluyeron los pacientes tratados con un inhibidor del complemento y trombocitopenia, peso de < 40 kg, antecedentes de trasplante de médula ósea, de tumores malignos o de infección por meningococo, así como aquellos con infecciones recurrentes en un pasado o infecciones de diversa etiología activas en las dos semanas previas; también se excluyeron mujeres embarazadas y lactantes, y pacientes con comorbilidades cardiacas, pulmonares, renales o hepáticas consideradas graves.

Las características basales demográficas y clínicas de los pacientes estuvieron bien balanceadas entre los grupos de tratamiento (Tabla 1). Las variables co-primarias del estudio fueron la independencia de transfusiones (proporción de pacientes libres de trasfusiones hasta la semana 26) y el grado de hemólisis intravascular, medida por la normalización de los niveles de lactato deshidrogenasa (LDH) hasta el límite superior de normalidad (LSN) desde el primer mes y hasta el final del tratamiento. Entre las variables secundarias claves se consideraron el cambio porcentual respecto al valor basal en los niveles de LDH, el cambio en la calidad de vida medida por la subescala de fatiga del cuestionario de evaluación funcional del tratamiento de enfermedades crónicas (FACIT-Fatiga) o la proporción de pacientes con niveles de hemoglobina estabilizada en ausencia de transfusiones (reducción < 2 g/dl respecto a los niveles basales).

Los principales resultados de eficacia del estudio (Lee et al., 2019) confirman estadísticamente la no-inferioridad7 de ravulizumab frente a eculizumab a la semana 26 de tratamiento en todas las variables consideradas (Tabla 1). La eficacia del nuevo fármaco se mostró consistente en los distintos subgrupos evaluados, siendo por tanto independiente de factores como la edad, el sexo, la raza, el número y cantidad de transfusiones previas o el nivel basal de hemólisis (concentración de LDH).

Por otra parte, el segundo ensayo pivotal (estudio 302) tuvo también un diseño multicéntrico y abierto, pero aleatorizó a 195 pacientes adultos con HPN pretratados con eculizumab durante al menos los 6 últimos meses y clínicamente estables (niveles de LDH ≤ 1,5 LSN), estratificados por los antecedentes de transfusiones. No se incluyeron, en cambio, candidatos con la patología descontrolada (niveles de LDH > 2 LSN), siendo el resto de los criterios de exclusión similares a los comentados para el estudio 301. Los pacientes fueron asignados al azar (1:1) a recibir por vía intravenosa durante 26 semanas bien ravulizumab (n= 97) o bien eculizumab como comparador activo (n= 98), a fin de determinar la no-inferioridad del nuevo tratamiento.

No hubo diferencias reseñables en las características demográficas y clínicas basales de los pacientes entre los dos brazos de tratamiento. En conjunto, la edad media al diagnóstico de la enfermedad fue de 35,5 años, y la edad a la primera infusión de eculizumab previa al estudio, de 42 años; en el momento de la inclusión, habían transcurrido una media de 12,2 años desde el diagnóstico y la duración media del tratamiento con eculizumab era de 5,8 años. La práctica totalidad (95%) de los pacientes presentaba alguna comorbilidad asociada a la HPN (67% anemia, 49% hematuria, 9% insuficiencia renal), mientras que solo el 13% tenía antecedentes de transfusiones en el año previo, con una mediana de unidades de hematíes mayor en el brazo de ravulizumab.

En este estudio, la variable principal de eficacia fue la determinación de la hemólisis según el cambio porcentual en las concentraciones plasmáticas de LDH desde el nivel basal, y se incluyeron entre las secundarias la calidad de vida, la capacidad de alcanzar la independencia transfusional o la proporción de pacientes que evitaron transfusiones o que tuvieron niveles de hemoglobina estabilizada. Los resultados (Kulasekararaj et al., 2019) revelan que ravulizumab cumplió de forma estadísticamente significativa los criterios de no inferioridad en la variable primaria frente a eculizumab (límite superior del IC95% < 15%), como también en cada una de las variables secundarias (Tabla 2). Al final del estudio alcanzaron un nivel normalizado (< LSN) de hemoglobina el 66% de los pacientes tratados con ravulizumab y el 59,2% de los que recibieron eculizumab (OR= 1,18; IC95% 0,74-1,89).


De nuevo, la eficacia del fármaco se mostró consistente en los distintos subgrupos analizados, sin diferencias según factores como el historial de transfusiones, el sexo, la raza, la región o la edad. No obstante, los datos no probaron una superioridad de ravulizumab sobre eculizumab en términos de la variable principal, por no alcanzarse el umbral de significación predefinido (p< 0,05).

Es preciso subrayar que completaron el ensayo 191 pacientes, quienes pasaron a una fase de extensión en tratamiento abierto con ravulizumab. Los resultados recientemente divulgados de esa fase de extensión (Kulasekararaj ., 2021) tras otras 26 semanas con el fármaco –periodo total de tratamiento de 1 año– apuntan a que su eficacia es duradera y estable en el tiempo. Los niveles medios de LDH, respecto al inicio del estudi0 302, aumentaron en un 8,8% en los pacientes procedentes del brazo original con ravulizumab (n= 96) y en un 5,8% en quienes habían sido aleatorizados inicialmente al brazo de eculizumab (n= 95). La proporción de pacientes que evitaron las transfusiones y la de aquellos con estabilización de la hemoglobina se mantuvieron estables a la semana 52, en tasas cercanas al 85% y 81%, respectivamente, en el conjunto de pacientes; algo similar ocurrió con las puntuaciones relativas a la calidad de vida.

Síndrome Hemolítico Urémico atípico (SHUa)

La eficacia y seguridad clínicas de la pauta de ravulizumab ajustada por peso han sido bien contrastadas en esta enfermedad en otros dos estudios pivotales de fase 3, uno de ellos en pacientes adultos y el otro en niños de < 18 años. Los pacientes, que recibieron vacunación y/o profilaxis anti-meningocócica, debían tener confirmación diagnóstica de SHUa y evidencia de microangiopatía trombótica (MAT) mediada por complemento (trombocitopenia, hemólisis y alteración renal), podían haber recibido trasplante renal o diálisis, y haber presentado MAT posparto. Se excluyeron los casos de SHU típico por E. coli u origen yatrogénico, de MAT causada por púrpura trombocitopénica trombótica, y a los pacientes con determinadas comorbilidades e infecciones víricas o bacterianas.

El estudio 311 es un ensayo de fase 3 actualmente en marcha, abierto, multicéntrico y de un solo brazo. Ha incluido a un total de 56 pacientes adultos no pretratados con inhibidores del complemento que recibieron ravulizumab durante un mínimo de 26 semanas y hasta un máximo de 4,5 años. En el momento basal, presentaban una edad media de 42,2 años, un 34% eran hombres, un 51% de raza blanca y un 27% asiáticos; el 14% de los pacientes había sido sometido a trasplante, aproximadamente la mitad requería diálisis (52%) y una mayoría presentaba insuficiencia renal severa (73% en estadio 5), así como manifestaciones extrarrenales de SHUa (93%).

Los resultados derivados del análisis intermedio de los datos (Rondeau et al., 2020; AEMPS, 2022) pusieron de manifiesto que, a las 26 semanas, el 53,6% (n= 30; IC95% 39,6, 67,5) de los pacientes tuvo respuesta clínica completa para la MAT, que era la variable primaria definida por la normalización de los parámetros hematológicos (≥ 150.000 plaquetas/µl y niveles de LDH ≤ 246 U/l) y la mejora de la función renal (reducción ≥ 25% de la creatinina sérica basal); la respuesta se alcanzó tras una mediana de 86 días. Respecto a los componentes individuales de la variable, se observó lo siguiente: el 84% de los pacientes había normalizado sus niveles de plaquetas (n= 47), el 77% los niveles de LDH (n= 43), en el 59% se redujeron los niveles basales de creatinina en ≥ 25% (n= 33) y se verificó la normalización hematológica en el 73% (n= 41). Estas cifras aumentaron ligeramente tras confirmarse respuestas completas en 4 pacientes en una evaluación posterior a las 26 semanas. El análisis por subgrupos sugirió que los pacientes asiáticos y aquellos con antecedentes de trasplante renal se benefician en menor medida del tratamiento.

Sin grandes cambios en los cuestionarios de calidad de vida, entre las variables secundarias destaca el hecho de que, tras 26 semanas de tratamiento, el 69% de los pacientes con enfermedad renal crónica avanzada presentaba una mejoría de 1 o más estadios tras el tratamiento con ravulizumab (hasta el punto de que 17 de los 29 pacientes que necesitaban diálisis al inicio pudieron interrumpirla), con mejoras notables de la tasa de filtración glomerular, y que una proporción similar (71%) tenía un aumento de los niveles de hemoglobina de > 20 g/l respecto al inicio.

Por otro lado, el ensayo en población pediátrica (estudio 312), también de fase 3 y similar diseño (multicéntrico, de un solo brazo y de 26 semanas de duración), incluyó un total de 21 niños con SHUa y signos de MAT no pretratados con inhibidores del complemento (cohorte 1) y otros 10 niños que sí habían recibido eculizumab al menos durante los 3 meses anteriores y tenían respuesta clínica con patología estable, quienes cambiaron a ravulizumab (cohorte 2). Por ello, las características demográficas difirieron entre ambas cohortes (Tabla 3).

De modo similar, las variables de eficacia consideradas también fueron distintas. Para la cohorte 1 se midió como variable principal la respuesta clínica completa para la MAT, que se confirmó en las primeras 26 semanas de tratamiento para el 77,8% de los pacientes (n= 14), obtenida tras una mediana de 30 días desde el inicio del nuevo fármaco; esa tasa de respuesta creció hasta el 94% con la continuación posterior del tratamiento (Tanaka et al., 2020). En dicha cohorte se verificó, tras el análisis primario de los datos, una mejora significativa de la función renal (88% mejoraron el estadio de la enfermedad renal y todos los pacientes que al inicio requerían diálisis pudieron interrumpirla) y una normalización en el recuento de plaquetas (94%) y en los niveles de LDH (89%).

En la cohorte 2, compuesta mayoritariamente por adolescentes (media de edad de 11 años) con parámetros estables para la MAT, se probó que el cambio desde eculizumab al tratamiento con el nuevo fármaco permite mantener el control de la clínica, con parámetros hematológicos y renales consistentes, y sin repercusión evidente en la seguridad.

Finalmente, desde el punto de vista de la seguridad, el perfil toxicológico de ravulizumab en su pauta adaptada al peso ha sido caracterizado sobre todo en base a los datos de 222 pacientes con HPN y 74 con SHUa tratados durante los ensayos de fase 3 por periodos de al menos 26 semanas. Si se consideran en conjunto ambos perfiles de pacientes, la incidencia de eventos adversos relacionados con el nuevo fármaco rondó el 33-40%, y fue similar a eculizumab (≈29%) en los estudios comparativos. La mayoría de ellos fueron, además, leves-moderados en severidad, describiéndose una frecuencia de eventos adversos graves (grado ≥ 3) con ravulizumab que no superaba el 16%. Pese a que los casos de interrupción del tratamiento por motivos de toxicidad fueron muy escasos, parece que los pacientes con SHUa tienen una mayor incidencia de eventos adversos asociados con el fármaco.

Las reacciones adversas más comúnmente descritas con su uso fueron: cefalea (32-34%), alteraciones gastrointestinales como diarrea (9-28%) y náuseas y vómitos (9-26%), e infecciones del tracto respiratorio superior (14-20%), sobre todo nasofaringitis; también fueron relativamente frecuentes las notificaciones de pirexia e hipertensión. Por su potencial gravedad sobresalen los casos de infección o sepsis meningocócica, ya descritos para eculizumab y que se trataron de minimizar con la vacunación (solo se confirmaron 3 casos, que se recuperaron). La inmunogenicidad relacionada con el riesgo de desarrollar anticuerpos antifármaco es muy baja (< 1%). Los tratamientos por periodos superiores a 1 año no han revelado nuevas señales de seguridad, si bien la evidencia es limitada. Cabe destacar que el perfil de seguridad del fármaco es consistente entre pacientes adultos y pediátricos; aunque los datos en mayores de 65 años son también muy limitados, no parecen sugerir una mayor toxicidad en ese grupo etario.

Aspectos innovadores

Ravulizumab es un nuevo anticuerpo monoclonal que se une con alta afinidad y selectividad a la proteína C5 del complemento humano e inhibe de forma inmediata, completa y sostenida su escisión en C5a y C5b: impide la formación del complejo terminal de ataque a membrana del complemento (C5b-9) y actúa como un inmunosupresor específico que limita la opsonización de microorganismos y la eliminación de inmunocomplejos. Dado que también bloquea la sobreactivación patológica del complemento que lisaría los eritrocitos sanos, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intravenosa de pacientes adultos y pediátricos de ≥ 10 kg de peso corporal con hemoglobinuria paroxística nocturna (HPN), tanto si tienen hemólisis con manifestaciones indicativas de alta actividad de la enfermedad como si están clínicamente estables tras haber sido tratados con eculizumab durante los últimos 6 meses. También se ha aprobado para el tratamiento de pacientes de ≥ 10 kg con síndrome hemolítico urémico atípico (SHUa) que no han recibido tratamiento previo con inhibidores del complemento o bien que han recibido eculizumab durante al menos 3 meses y presentan evidencia de respuesta al mismo.

El nuevo fármaco ha sido sintetizado a partir de la molécula de eculizumab. Comparte con él mecanismo de acción e indicaciones, pero tiene una vida media 3-4 veces más larga, lo que permite un régimen de dosificación más favorable: frente a las administraciones intravenosas –no exentas de inconvenientes– cada 2 semanas de eculizumab, ravulizumab mejora la conveniencia del tratamiento con una dosificación cada 8 semanas (en la fase de mantenimiento), lo que puede suponer una ventaja en términos de adherencia.

Su aprobación en HPN se ha sustentado en dos estudios pivotales de fase 3 y adecuado diseño (aleatorizados, multicéntricos, abiertos y con comparador activo), de 26 semanas –6 meses– de duración, que han confirmado estadísticamente la no inferioridad de ravulizumab frente a eculizumab en variables relativas a la hemólisis, la anemia y la calidad de vida, tanto en pacientes con enfermedad activa naïve a inhibidores del complemento (N= 246) como en pacientes clínicamente estables pretratados con eculizumab durante al menos los 6 últimos meses (N= 195). Así, a la semana 26, entre los pacientes naïve hasta un 73% no tuvo necesidad de transfusiones plasmáticas (vs. 66% con eculizumab) y un 54% normalizó el grado de hemólisis medido por los niveles de LDH (vs. 49%). En los pacientes controlados previamente con eculizumab, el nuevo fármaco permitió mantener el bajo grado de hemólisis (reducción de -0,8% en los niveles de LDH vs. +8,4% con eculizumab) y una gran mayoría se mantuvo independiente de las transfusiones (88% vs. 83%).

De forma similar, su indicación en SHUa se autorizó en base a los datos derivados de dos estudios pivotales de fase 3, también abiertos y multicéntricos, pero de un solo brazo y con un menor número de pacientes (lo que se comprende por la prevalencia más baja de la enfermedad). El estudio en pacientes adultos no pretratados con inhibidores del complemento (N= 56) reveló que, tras 6 meses, el uso de ravulizumab permite que el 54% de los pacientes tenga una respuesta clínica completa según parámetros hematológicos y de función renal, destacando una normalización de los niveles de plaquetas (84%) y de los de LDH (77%). El estudio en población pediátrica, más pequeño, demostró que los niños naïve tenían una respuesta clínica incluso mayor (78%, que creció hasta el 94% con la continuación del tratamiento más allá de 6 meses), con mejoras superiores de los niveles de plaquetas y de LDH (94% y 89%, respectivamente). Además, en ese estudio se probó que los niños que cambian de eculizumab a ravulizumab mantienen estables los parámetros de la microangiopatía trombótica, sin un impacto aparente en la seguridad. Cabe destacar la capacidad del fármaco para reducir drásticamente la necesidad de diálisis en aquellos pacientes que antes del tratamiento la requerían.

En líneas generales, los análisis por subgrupos de los distintos estudios han puesto de manifiesto que la eficacia de ravulizumab es consistente con independencia de factores como edad, sexo, raza, historial de transfusiones o nivel basal de hemólisis. Los estudios en que se ha prolongado el tratamiento con el fármaco sugieren que la eficacia se mantiene en el tiempo, al menos durante periodos superiores a 1 año.

En términos de seguridad, se trata de un fármaco bien tolerado, con un perfil toxicológico relativamente benigno, consistente en niños y adultos, y caracterizado por efectos adversos leves-moderados en su mayoría (graves en < 16%), que no determinan una tasa reseñable de interrupciones del tratamiento. Las reacciones adversas descritas con mayor frecuencia –pueden notificarse en hasta el 25-30% de los pacientes– como asociadas al uso de ravulizumab son: cefalea, alteraciones gastrointestinales (diarrea, náuseas y vómitos) e infecciones del tracto respiratorio superior, sobre todo faringitis. Por su potencial gravedad, se debe prestar atención al riesgo de infección o sepsis meningocócica, ya descrito para eculizumab (ligado al mecanismo de acción) y que es manejable mediante profilaxis. Aún se requiere una mejor caracterización de la seguridad a largo plazo.

Pese a que no se dispone de resultados directamente comparativos entre ravulizumab y eculizumab en pacientes con SHUa, a la vista de las comparaciones directas en pacientes con HPN (acotan las incertidumbres) los informes de posicionamiento terapéutico apuntan a que el nuevo fármaco puede ser una alternativa de tratamiento a eculizumab en las dos indicaciones aprobadas, sobre todo en pacientes con requerimientos transfusionales altos, alto grado de anemia hemolítica intravascular y/o episodios agudos de debut de la patología (AEMPS, 2022a; AEMPS, 2022b). Ambos fármacos presentan un balance beneficio-riesgo similar (no se ha probado la superioridad en eficacia de ravulizumab), pero que aún debe ser mejor caracterizado en tratamientos a mayor plazo.

Es preciso subrayar, como principal limitación de la evidencia disponible, que no se ha evaluado ravulizumab como terapia de rescate en pacientes pretratados con eculizumab y sin evidencia de respuesta (no todos los pacientes responden a los inhibidores del complemento), ni tampoco en pacientes asintomáticos o con síntomas leves, quienes a priori no serán candidatos para el tratamiento.

En definitiva, los resultados aquí comentados para ravulizumab pueden considerarse clínicamente significativos y relevantes en el contexto de dos enfermedades raras y graves que se caracterizan con un curso desfavorable en la mayoría de las ocasiones, con crisis hemolíticas frecuentes, pronóstico incierto, alta carga de comorbilidades multiorgánicas y una mortalidad prematura. Si bien no aporta un valor o innovación terapéutica disruptiva frente a lo que ya se consigue con eculizumab, al menos a corto plazo, la principal ventaja del nuevo fármaco es la referente a su pauta de administración más espaciada; se trata de un aspecto diferencial que, junto a los beneficios clínicos del fármaco, puede reducir la carga del sistema sanitario, pero que no debe ser el único criterio que guíe la selección de un fármaco u otro.

Valoración

El papel de la farmacogenética en el abordaje de la depresión

El grado de robustez de las evidencias en torno a la implicación de la farmacogenética en la consecución de la ansiada medicina personalizada o de precisión ha ido creciendo constantemente en las últimas dos décadas. Por su interés, merece una reseña especial un estudio reciente que ha evaluado la influencia de los genes–y de las pruebas genéticas para dilucidar el perfil genético del paciente– en el tratamiento del trastorno de depresión mayor, habida cuenta de las dificultades encontradas en su abordaje en la práctica habitual: las tasas de remisión se estancan en torno al 30% con el tratamiento inicial.

Se trata de un ensayo clínico aleatorizado que comparó la selección de tratamiento farmacológico guiado por pruebas farmacogenéticas frente a la atención habitual, esto es, la selección del medicamento antidepresivo según las características individuales del paciente, pero sin tener en cuenta su perfil genético. Participaron en el estudio 676 médicos de 22 centros sanitarios distintos de los Estados Unidos y 1.944 pacientes tratados en ellos (media de edad 48 años, 25% mujeres); el periodo de inclusión de los pacientes se inició en julio de 2017 y finalizó en febrero de 2021, prolongándose el seguimiento hasta noviembre de 2021. Para su inclusión, debían tener un diagnóstico de trastorno depresivo mayor e iniciar o cambiar el tratamiento con un solo fármaco antidepresivo, si bien se excluyeron aquellos con otra comorbilidad psiquiátrica activa, tal como trastorno por uso de sustancias, psicosis o manía, o aquellos con uso concomitante de determinados medicamentos. Los pacientes se asignaron al azar a dos grupos: el de intervención, en que los médicos emplearon un test farmacogenético comercial y guiaron en base a ello sus decisiones clínicas (n= 966), y otro grupo control en el cual se desarrolló la práctica asistencial habitual y solo tuvieron acceso a los resultados del perfil genético de los pacientes tras 24 semanas (n= 978). El 79% (1.541) del total de pacientes completó ese periodo de evaluación.

Los resultados revelan que el riesgo de recibir un antidepresivo con predicción de causar una interacción gen-fármaco en los 30 días posaleatorización (variable co-primaria) era notablemente menor en el grupo de intervención: se estimó que las probabilidades de recibir un fármaco con ningún riesgo, riesgo moderado y riesgo sustancial eran del 59,3%, 30,0% y 10,7%, respectivamente, frente a un riesgo del 25,7%, 54,6% y 19,7% en el grupo control. O sea, los pacientes del grupo guiado por la farmacogenética tenían mayores probabilidades (> 4 veces más) de ser tratados con un antidepresivo con nulo potencial de interacción gen-fármaco en comparación con una interacción moderada/sustancial (OR= 4,32; IC95% 3,47-5,39; p< 0,001). Y lo que es más interesante: las tasas de remisión de los síntomas depresivos a las 24 semanas, medidas de forma ciega por el cuestionario validado Patient Health Questionnaire-9 (definida la remisión como una puntuación de ≤ 5), eran mayores entre los pacientes del grupo de intervención respecto a los del grupo control (OR= 1,28; IC95% 1,05-1,57; p= 0,02). No obstante, cuando se comparó entre pacientes de ambos grupos que estaban en remisión (n= 130 y n= 126), las diferencias no fueron estadísticamente significativas (diferencia estimada de riesgos= 1,5%; p= 0,45).

En definitiva, se pone de manifiesto que la selección de la farmacoterapia antidepresiva guiada por las pruebas genéticas resulta en una mayor seguridad para el paciente, con menor riesgo de interacción gen-fármaco, si bien su influencia sobre los resultados clínicos pueden ser no consistentes. Este último punto merece una investigación más profunda.

El potencial de las CAR-T se extiende a tumores sólidos

Hasta ahora los medicamentos basados en linfocitos T autólogos transducidos con un receptor de antígeno quimérico, comúnmente conocidos como CAR-T, han probado su favorable perfil beneficio-riesgo de diversos tipos de neoplasias hematológicas (sobre todo, aquellas con células CD19+), con una efectividad clínica realmente esperanzadora. Sin embargo, los datos al respecto de su posible uso frente a tumores sólidos siguen siendo muy limitados, quizás por la mayor dificultad de encontrar biomarcadores específicos del tumor.

En base a los positivos datos obtenidos en un estudio preclínico, se acaban de publicar los resultados de un pequeño ensayo clínico de fase 1 de escalado y expansión de dosis, con diseño abierto, multicéntrico, de un solo brazo y todavía en marcha, que ha investigado el tratamiento con una novedosa inmunoterapia CAR-T experimental, denominada CT041 y dirigida frente a Claudin18.2 (CLDN18.2), en 37 pacientes pretratados (≥ 2 líneas en el 83%) con cánceres del sistema digestivo refractarios a tratamientos anteriores y positivos para CLDN18.2. Es preciso subrayar que esta es una proteína que se une estrechamente a las células epiteliales gástricas y se expresa en aproximadamente el 60% de los cánceres gástricos. Los pacientes recibieron una de las tres dosis evaluadas (2,5×108, 3,75×108 o 5,0×108 células) con el objetivo de evaluar la seguridad de su infusión intravenosa (objetivo primario), midiéndose la eficacia e inmunogenicidad como variables secundarias.

Los resultados del análisis intermedio no pre-especificado indican que todos los pacientes experimentaron una toxicidad hematológica de grado 3 o superior. En línea con el perfil de seguridad descrito para otras terapias de este tipo, se notificó síndrome de liberación de citocinas de grado 1 o 2 en el 94,6% de los pacientes, si bien no se informaron casos de grado 3 o superior, ni tampoco eventos de neurotoxicidad, toxicidad limitante de dosis o de muertes relacionadas con el tratamiento. En términos de eficacia, la tasa de respuesta global y la tasa de control de la enfermedad alcanzaron niveles elevados, del 48,6% y el 73,0%, respectivamente. La respuesta duró al menos 6 meses en el 44,8% de los pacientes. En el subgrupo mayoritario de pacientes con cáncer gástrico (n= 28), la tasa de respuesta global fue del 57,1% y la de control de la enfermedad del 75,0%, logrando una tasa de supervivencia global a los 6 meses del 81,2%.

Estos resultados iniciales, indicio claro de que las terapias CAR-T también pueden revolucionar la terapéutica de tumores sólidos, sugieren que CT041 tiene una eficacia prometedora con un perfil de seguridad aceptable en pacientes con cánceres del sistema digestivo positivos para CLDN18.2, particularmente aquellos con cáncer gástrico, pero también se han incluido pacientes con tumor pancreático. Cabe recordar que estos tumores suelen ser refractarios a las terapias habituales1, careciéndose de tratamiento efectivo, y generalmente tienen un pronóstico muy pobre.

La lactancia materna, uno de los mejores medicamentos para el cerebro

Son múltiples los estudios que han abordado los beneficios de la lactancia materna en la salud de los recién nacidos. Un nuevo trabajo ha demostrado que también puede ser fundamental en el desarrollo neurológico de los recién nacidos pretérmino.

Para sacar esa conclusión se ha realizado un estudio de cohortes prospectivo que ha evaluado los resultados clínicos a los 7 años de 586 recién nacidos (edad gestacional media de 29,6 semanas, 54% varones) de 486 madres (edad media de 30,6 años, 92% de raza blanca) antes de las 33 semanas de gestación en 5 centros de Australia, todos los cuales se habían enrolado en un estudio específico para evaluar el impacto del ácido docosahexaenoico en la mejora del desarrollo neurológico, desarrollado entre 2001 y 2005. La ingesta media de leche materna en la UCI neonatal fue de 99 ml/kg/día y la duración media de la ingesta fue de 5,1 meses; el coeficiente intelectual medio –según la escala abreviada de Weschler– fue de 98,5 puntos. Además del desempeño académico, se midieron distintas variables que fueron reportadas por los padres, como las manifestaciones del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (según el índice de Conners, Third Edition) o la funcionalidad ejecutiva (según el Behavior Rating Inventory of Executive Functioning).

Tras un ajuste por covariables, se verificó que una mayor ingesta de leche materna durante la hospitalización neonatal se asocia con un mayor coeficiente intelectual de rendimiento: 0,67 puntos por cada 25 ml adicionales de leche/kg/día (IC95% 0,10-1,23 puntos). De igual modo, se relacionó con un mejor desempeño académico, con incrementos en las puntuaciones de lectura (1,14 puntos por cada 25 ml/kg/día; IC95% 0,39-1,89) y de matemáticas (0,76 puntos por cada 25 ml/kg/día; IC95% 0,14-1,37), así como con una mejora –disminución– en los síntomas del TDAH (-1,08 puntos por cada 25 ml/kg/día; IC95% -1,96 a -0,20).

Complementariamente a la cantidad de leche materna, una mayor duración de la ingesta se asoció con beneficios cognitivos en los hijos, confirmándose una mayor capacidad de lectura (0,33 puntos por cada mes adicional de lactancia; IC95% 0,03-0,63), de habilidades ortográficas (0,31 puntos por mes; IC95% 0,01-0,62) y matemáticas (0,30 puntos por mes; IC95% 0,03-0,58 puntos). En cambio, la ingesta de leche materna no se relacionó con una mejora del coeficiente intelectual global, el coeficiente intelectual verbal, la funcionalidad ejecutiva o el comportamiento. La mayoría de esas relaciones fueron más fuertes entre pacientes nacidos a menores edades gestacionales, en especial por debajo de las 30 semanas (p < 0,01).

En resumen, este trabajo es una muestra interesante de los beneficios que la lactancia materna –tanto durante la hospitalización como tras el alta hospitalaria– puede tener sobre el desarrollo neurológico a largo plazo en niños prematuros, de mayor relevancia a menor edad gestacional en el momento del nacimiento.

La falsificación de medicamentos: un desafío sanitario

Resumen

Los medicamentos falsificados que escapan del control sanitario, además de promover el movimiento ilícito de grandes cantidades de dinero, pueden contener componentes de baja calidad, dosificación incorrecta de los principios activos e, incluso, no contener principios activos. Por tanto, llevan implícitos riesgos directos para la salud individual del paciente que los recibe –intoxicaciones, sobredosis o descontrol de la patología por infratratamiento–, así como para la salud pública y para los sistemas sanitarios; pero, además, comportan importantes riesgos indirectos de carácter social y económico.

La detección de medicamentos y productos farmacéuticos falsificados en el actual mundo globalizado es un desafío sanitario global, cuya relevancia ha ido en aumento en los últimos años con la introducción de nuevas tecnologías. Aparecen mayoritariamente en el mercado ilegal, pero en ocasiones llegan a penetrar en la cadena de suministro de medicamentos legítimos, minando la confianza del paciente, tanto en la fabricación como en la distribución de los medicamentos.

La respuesta de los diferentes territorios es desigual, afectando este problema en mayor medida a los países en vías de desarrollo, con una regulación más pobre en materia de medicamentos. En paralelo al incremento del mercado negro de productos farmacéuticos, las autoridades sanitarias de los países desarrollados, tanto a nivel nacional como internacional, han establecido normas legales y estrategias de actuación que permitan un control progresivamente mayor sobre estos productos; se han definido cada vez de forma más exhaustiva los canales legales y seguros de distribución, y se han facilitado sistemas de alerta frente a la distribución de productos ilegales. Destaca sobre el resto de normas el Reglamento Delegado (UE) 2016/161 que, entre otras cosas, estableció el sistema de serialización para la verificación y desactivación de los identificadores únicos de medicamentos. Para su cumplimiento, se ha creado en España –en el marco del sistema de repositorios europeos– el sistema SEVeM, que ha supuesto un gran cambio en la cadena de fabricación, distribución y dispensación para que ningún paciente pueda recibir un medicamento falsificado, garantizando la veracidad y calidad del medicamento dispensado en la farmacia comunitaria o en el servicio de farmacia hospitalaria.

El presente artículo revisa la situación actual en nuestro medio de la legislación en torno a los medicamentos falsificados, las consecuencias sanitarias que éstos pueden tener, y las iniciativas que los distintos agentes implicados en el canal de suministro desarrollan para minimizar su impacto, centrando finalmente el foco en el papel que los farmacéutico desarrollan en sus distintos ámbitos de actuación profesional como garantes de la calidad, seguridad y eficacia de los tratamientos farmacológicos.

Introducción: definición de medicamento falsificado

Todas las personas del mundo tomarán, en algún momento de su vida, medicamentos para prevenir o tratar alguna enfermedad. Es fundamental para la salud de la humanidad, y para todos los sistemas sanitarios, tener acce­so a medicamentos y productos farmacéuticos seguros, eficaces y de calidad. Sin embargo, los medicamentos a veces causan graves daños si se almacenan, prescriben, dispensan o administran de forma incorrecta, o si no se controla su uso de forma adecuada y suficiente.

Las prácticas de medicación poco seguras y los errores de medicación –favorecidos en situaciones de alto riesgo, transiciones asistenciales, por la polifarmacia y los medicamentos con apariencias o nombres similares– figuran entre las principales causas de daños evitables en la atención sanitaria en todo el mundo, siendo más frecuentes cunado el proceso de uso de los medicamentos se afecta por deficiencias en los sistemas sanitarios, o por factores humanos como el cansancio, las malas condiciones ambientales o la escasez de personal. Esta problemática, que se ha visto exacerbada por la pandemia por COVID-19, puede provocar al paciente graves daños, discapacidad e incluso a la muerte.

El uso –consciente o no– de medicamentos y productos farmacéuticos falsificados es otro de los factores fundamentales que pone en riesgo la salud del paciente. La comercialización de medicamentos falsificados es un fenómeno que se ha visto notablemente incrementado en los últimos 20 años, llegando a alcanzar cifras especialmente elevadas en aquellos países en los que los sistemas de supervisión y control del mercado farmacéutico son más débiles, favorecida además por la pobreza y la falta de sistemas oficiales de suministro.

Sin embargo, los intentos por ampliar su mercado en países desarrollados no han dejado tampoco de crecer en los últimos años, apoyados especialmente en las nuevas tecnologías. En este caso, el comercio de medicamentos falsificados se concentra fundamentalmente fuera de los canales legales e inicialmente aglutinaba en mayor medida a medicamentos “relacionados con el estilo de vida”, destinados a situaciones para las que existe una importante demanda en nuestro medio (obesidad, disfunción eréctil, tabaquismo o trastornos del sueño, entre otras patologías), así como anabolizantes hormonales1 . En mucha menor medida se han detectado en el canal legal medicamentos de alto valor terapéutico falsificados, con los que, al ser objeto de distribución intracomunitaria y hacerse más compleja su trazabilidad, se generaba un punto débil en el sistema.

Sea como fuere, la OMS (Organización Mundial de la Salud) ha conocido la existencia de falsificaciones de todo tipo de productos medicinales en todas las regiones del mundo, y de medicamentos de todas las categorías terapéuticas principales. Se realizan “copias” –en muchas ocasiones con un aspecto prácticamente idéntico (Figura 1)– tanto de medicamentos genéricos como de medicamentos innovadores, desde antineoplásicos muy caros hasta analgésicos muy baratos, si bien se ha registrado una mayor frecuencia en aquellos que presentan una gran comercialización y elevado precio (pues los beneficios obtenidos pueden ser mayores).



Los medicamentos falsificados suelen fabricarse en laboratorios clandestinos que carecen de las mínimas condiciones higiénicas exigibles, con personal no cualificado y generalmente con medios muy limitados y rudimentarios, pudiendo contener impurezas desconocidas o incluso estar contaminados por microorganismos. Todo ello da lugar, por un lado, a un gran problema de seguridad con estos productos, que pueden ocasionar daños irreparables a millones de personas y, por otro, un mercado ilícito de elevada rentabilidad económica que explica el éxito de este tráfico ilegal a nivel mundial.

Hasta el momento, los esfuerzos realizados para frenar su falsificación se habían centrado principalmente en los derechos de la propiedad intelectual. No obstante, estas falsificaciones pueden desencadenar graves consecuencias en distintos niveles del espectro sanitario. Los medicamentos y productos farmacéuticos de calidad subestándar y falsificados, como los productos sanitarios para diagnóstico in vitro, producen un aumento de la prevalencia de enfermedades, agravan el problema de resistencias a antimicrobianos y dan lugar a efectos negativos en la salud. Pero, además, también suponen un desperdicio de recursos, provocan pérdidas económicas e incrementan el gasto directo destinado a tratamientos médicos.

El Real Decreto Legislativo 1/2015, de 24 de julio, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios incorpora la definición de medicamento falsificado que se recoge en la Directiva 2011/62/UE: “cualquier medicamento cuya presentación sea falsa con respecto a: i) su identidad, incluidos el envase y etiquetado, el nombre o composición en lo que respecta a cualquiera de sus componentes, incluidos los excipientes, y la dosificación de dichos componentes: ii) su origen, incluidos el fabricante, el país de fabricación, el país de origen y el titular de la autorización de comercialización; o iii) su historial, incluidos los registros y documentos relativos a los canales de distribución empleados. Esta definición no comprende los defectos de calidad involuntarios y se entiende sin perjuicio de las violaciones de los derechos de propiedad intelectual.”

Adicionalmente, la OMS plantea que hay que tener en cuenta las siguientes definiciones:

  • Productos médicos de calidad subestándar: denominados también productos “fuera de especificación”, son productos médicos autorizados que no cumplen las normas de calidad, sus especificaciones, o ambas.
  • Productos médicos no registrados/sin licencia: son productos médicos que no se han sometido a la evaluación y/o aprobación por los organismos nacionales o regionales de reglamentación para el mercado en el que se comercializan/distribuyen o usan, a reserva de las condiciones permitidas por la reglamentación o legislación nacional o regional.
  • Productos médicos falsificados: son productos médicos que tergiversan deliberada o fraudulentamente su identidad, composición u origen.

Breve reseña histórica

Desde que se tiene constancia del manejo de los remedios curativos por parte del hombre han proliferado los fraudes. Cuando venían hace más de cuatro siglos las especias del Nuevo Mundo había que estar muy atento a los posibles engaños, ya que poseían un elevado valor y eran muy demandadas. Tanto las especias como las plantas medicinales eran susceptibles de ser falsificadas o manipuladas con fines lucrativos. Así, por ejemplo, el polvo de corteza de canela era fraudulentamente sustituido por cáscara de almendra a la que se le añadía esencia de canela. La observación histológica simple evidenciaba que el polvo de canela debía poseer fragmentos de fibras sencillas, poco lignificadas, que resistían la molturación, mientras que la testa de las semillas de las almendras presenta células pétreas con abundante lignina y ausencia de fibras. Asimismo, era frecuente sustituir las hojas de digital por las de gordolobo (Verbascum thapsus); ambas hojas poseen pelos tectores diferentes.

Cuando avanzaron los conocimientos fitoquímicos, se “perfeccionaron” los fraudes, de modo que, en algunos casos, se vendían drogas a las que previamente se les había extraído sus principios activos. Todo ello hacía necesaria la existencia de controles de pureza (sin sustancias extrañas), identidad, calidad y actividad. Ya en 1591, por ejemplo, el Cabildo de Sevilla elaboró unas Ordenanzas para los boticarios donde uno de los requisitos es acreditar una cantidad suficiente de dinero para comprar drogas de calidad para elaborar los medicamentos.

Los citados hechos delictivos que, para la época en que se producían eran importantes, se han complicado y pervertido por la complejidad de los procedimientos actuales y los mayores conocimientos de que se dispone hoy en día, de modo que, en materia de medicamentos, son más frecuentes las falsificaciones y sustituciones que las adulteraciones.

Conviene considerar que muchas falsificaciones están asociadas a sectores sociales fragmentados y, en otros casos, a las extravagancias de personas marginadas. Es el caso de los drogadictos, a los que se les sustituye fácilmente una droga adictiva por otra que, además, puede tener muy baja calidad. Los casos de sustitución de heroína impura por chocolate en polvo, con efectos embolígenos, son un claro ejemplo. También ciertos locales de “masajes”, en los que se ha notificado la venta de falso sildenafilo (anfetaminas o análogos), son ejemplos de un movimiento que pone de manifiesto lo que algunas mentes perversas pueden hacer con los medicamentos cuando éstos circulan sin control del farmacéutico.

Cabe recordar en este apartado un hecho luctuoso, pero ejemplarizante, que ocurrió en La Calzada de Oropesa, un pueblo de la provincia de Toledo. Durante sus fiestas en 1959, llegó un fotógrafo con síntomas febriles, al que el médico le prescribió unas obleas de sulfato de quinina, que fueron elaboradas por el farmacéutico. El paciente falleció con síntomas tetaniformes tras tomar el medicamento, por lo que los testigos acusaron al farmacéutico como responsable. Éste, manifestando seguridad en la fabricación, tomó tres obleas en presencia del médico y otros testigos. El resultado fue que también falleció con idénticos síntomas de tetania. Los envases que contenían el principio activo estaban rotulados como “sulfato de quinina”, pero realmente contenían “sulfato de estricnina”, un poderoso veneno que fue el causante de las muertes. Todo se debió a una actividad fraudulenta de importación de estricnina (que estaba prohibida) bajo la denominación de quinina. Simplemente se les olvidó reetiquetar los envases a los delincuentes (Zaragozá et al., 2021).

La falsificación de productos de salud ha adquirido una nueva dimensión con la pandemia de la COVID-19. La demanda de productos de higiene y protección personal aumentó exponencialmente desde la primavera de 2020, y algunas empresas han tratado de aprovechar esta coyuntura para vender ilegalmente productos de calidad subestándar o falsificados: desde mascarillas quirúrgicas hasta “fármacos para combatir el coronavirus” claramente falsos. En marzo de 2020, INTERPOL coordinó una operación a escala mundial (Pangea XIII) contra la venta en internet de medicamentos y productos sanitarios ilícitos, que se saldó con la incautación de más de 34.000 productos de salud. Hasta la fecha, la mayor parte de los productos falsificados notificados por los países de la UE han sido medicamentos (antivirales, medicinas a base de plantas y tratamientos contra la malaria del tipo de la cloroquina2) y material sanitario (mascarillas, desinfectantes, falsos kits de detección del coronavirus, guantes y ventiladores) e higiénico (desinfectantes de manos, geles, jabones y toallitas de calidad subestándar).

Factores de riesgo

Los condicionantes que propician el surgimiento y el alcance de la falsificación de medicamentos se pueden resumir en seis elementos:

  1. Altos precios de algunos medicamentos “legítimos”.
  2. Bajo coste de los medicamentos falsificados.
  3. La existencia de un mercado gris y un comercio paralelo, que se define como aquellas situaciones en que los medicamentos no pasan de las plantas de los fabricantes a los grandes mayoristas, para que sean éstos quienes suministren el producto a los vendedores primarios, sino que se producen interrupciones en dicha cadena y existe una matriz de proveedores y mayoristas más pequeños que comercian entre sí, dando lugar a miles de transacciones en las que se facilita que las falsificaciones puedan entrar en la cadena de suministro.
  4. Los aranceles y los controles de precios de los medicamentos.
  5. Un marco jurídico variable, dadas las diferencias existentes entre los ordenamientos jurídicos de cada país.
  6. Las ventas a través de Internet, que se ha convertido en el gran suministrador de dichos productos, pese a que la OMS ha llegado a señalar que el 50% de los medicamentos que se distribuyen en la red han sido falsificados.

Estos seis factores se pueden reducir a dos, a saber, causas económico-jurídicas y facilitación de los cauces de distribución a través de las nuevas tecnologías de la información. Pero debemos añadir otros dos de gran importancia que se definen a continuación.
En primer lugar, el surgimiento de organizaciones criminales internacionales es de la máxima relevancia, por cuanto el establecimiento de estas organizaciones y grupos con una implantación internacional facilita la comisión de las actividades delictivas de falsificación: las nuevas tecnologías hacen posible que las comunicaciones se universalicen, se creen vínculos con sujetos que se encuentran en distintos países y se forjen nuevas alianzas y relaciones que culminen en el establecimiento de dichos grupos criminales. Este tipo de organizaciones diseñan sistemas de fabricación, cauces de distribución y canales de suministro diferentes, ofrecen productos falsificados y, con los beneficios que obtienen, fomentan el desarrollo y la amplificación del proceso, de modo que pueden aparecer nuevas organizaciones que deseen emular a las ya existentes, a la vista de los cuantiosos rendimientos económicos de la actividad fraudulenta. Con ello se genera un círculo vicioso en el que aparecen nuevos actores, se falsifican más medicamentos y se crea un mayor peligro para la salud pública.

Por otro lado, la automedicación, es decir, el uso de medicamentos que se efectúa de una manera irresponsable, fuera del diagnóstico o de la prescripción médica, o de la indicación farmacéutica, por exclusiva iniciativa del paciente, y en ocasiones hasta en contra de las advertencias de cualquier profesional sanitario, incluido el farmacéutico. El sujeto que se automedica de forma injustificada ve en Internet la gran farmacia online en la que abastecerse, donde puede adquirir fármacos que no podría conseguir en las farmacias por carecer de receta, sin ser consciente en muchas ocasiones de los peligros que ello conlleva. Se adquieren así ingentes cantidades de medicamentos a través de las compras online y en muchas de las ocasiones estos medicamentos son falsificaciones (Buenestado, 2021).

Repercusión y problemática sanitaria

La falsificación de medicamentos puede tener consecuencias negativas de distintos tipos. Para su análisis se debe diferenciar en primera instancia entre los riesgos directos y los riesgos indirectos asociados a los medicamentos falsificados.

Los riesgos directos aluden a los derivados en salud del consumo o uso de un excipiente o de un principio activo de un medicamento que ha sido falsificado, por lo que se puede hablar de una toxicidad directa e inmediata. Se incluirían también aquellos supuestos en que los medicamentos falsificados no contengan sustancias tóxicas o en dosis tóxicas, pero que puedan causar, por ejemplo, resistencia a medicamentos indicados frente a patologías que pueden ser causas importantes de mortalidad: en este caso, si bien no son directamente tóxicos, ciertos medicamentos adulterados pueden producir que los medicamentos genuinos pierdan su eficacia, con lo que comportan un serio peligro para la salud de las personas.

Entre los riesgos directos los más relevantes están, pues, aquellos daños que afectan a la salud de las personas que utilizan los medicamentos y productos farmacéuticos falsificados, que pueden, entre otras consecuencias, prolongar las enfermedades, las bajas laborales o incluso dar lugar a efectos adversos que aumentan la mortalidad. Tales efectos se relacionan con:

_Pérdida de eficacia en el tratamiento de las enfermedades a las que se destinan, cuando la copia presenta una ausencia total o parcial del principio activo, dando lugar a fracaso terapéutico y problemas en el control de la patología. Por ejemplo, un estudio sobre las repercusiones del uso de antibióticos de calidad subestándar y falsificados en el tratamiento de la neumonía infantil (de 0 a 5 años), encomendado por la OMS a la Universidad de Edimburgo y publicado en 2018, muestra que hasta 72.430 casos de niños fallecidos por neumonía a nivel mundial se podrían atribuir al uso de antibióticos con baja actividad antibiótica, mientras que si los antibióticos presentaran una ausencia total de actividad se alcanzarían las 169.271 defunciones (OMS, 2018). De forma similar, en el año 2013 se contabilizaron oficialmente 122.350 muertes de niños menores de 5 años en 39 países del África subsahariana debido a la ingesta de medicamentos antipalúdicos de baja calidad (García de Bikuña, 2017).

_Reacciones de sobredosificación si, por el contrario, el medicamento falsificado contiene una dosis excesivamente alta de principio activo.

_Intoxicaciones, si presenta impurezas o sustancias tóxicas, como, por ejemplo, talco, tiza o pinturas industriales o si contiene un principio activo incorrecto3. Para muestra, un botón: en la República Democrática del Congo, en 2015, murieron 11 personas y 930 tuvieron que ser ingresadas tras ingerir diazepam falsificado, habida cuenta de que los comprimidos realmente contenían haloperidol, que había sido envasado como diazepam. Otro caso similar se produjo en Singapur, en 2008, donde 150 personas fueron ingresadas en hospitales con diagnóstico de hipoglucemia grave, de los cuales 4 pacientes fallecieron y 7 sufrieron lesión cerebral; se pudo comprobar que los pacientes ingresados habían tomado medicamentos falsificados que estaban aparentemente indicados para tratar la disfunción eréctil, pero que realmente contenían el antidiabético glibenclamida.

De lo anterior se puede inferir una afectación de la Salud Pública potencialmente grave. En este sentido, por ejemplo, el uso de antibióticos falsificados no supone únicamente un riesgo para la salud individual de las personas, sino que podría desencadenar la aparición de cepas de microorganismos resistentes por no tener la efectividad mínima necesaria: si el principio activo se encuentra adulterado o en menor cantidad y no elimina a todos los agentes patógenos, pueden proliferar nuevas cepas farmacorresistentes de virus, parásitos y bacterias que afecten a toda la población. Cabe destacar que, según la OMS, los medicamentos antimaláricos y los antibióticos se encuentran entre los productos falsificados que se notifican con una mayor frecuencia.

No se conoce con exactitud el número de muertes producidas por los daños físicos asociados a la toxicidad de los productos farmacéuticos fraudulentos, pero se puede afirmar que generan un coste enorme para la salud pública. Una revisión de la bibliografía disponible al respecto hasta 2017 reveló que la problemática de la falsificación de medicamentos afecta a todos los países con independencia del nivel de desarrollo económico (el 56% de los incidentes se registraron en países en vías de desarrollo y el 44% restante en países desarrollados) y a todas las categorías terapéuticas, estimando que ha afectado al menos 7.200 pacientes y se ha relacionado con más de 3.600 fallecimientos (Rahman et al., 2018); pero otras estimaciones apuntan a cifras muy superiores si se consideran los medicamentos de calidad subóptima.

Igualmente, las consecuencias directas incluyen los daños sobre el sistema sanitario, claramente asociados a los efectos adversos y variaciones a nivel patológico que el empleo de medicamentos y otros productos farmacéuticos falsificados puede provocar, conduciendo a la necesidad de nuevos tratamientos y hospitalizaciones, en muchos casos de gran coste económico.

Las aproximaciones investigadoras al impacto económico que suponen los medicamentos falsificados o de calidad subestándar arrojan resultados muy heterogéneos. Una revisión sistemática y meta-análisis de 96 estudios, que sugirió que la prevalencia de estos medicamentos en regiones de bajos y medios ingresos ronda el 13,6% (18,7% en África y 13,7% en Asia) y afecta de forma importante a medicamentos antimaláricos (12,4%) y antibióticos (19,1%), enfatizó la debilidad y opacidad de los métodos estadísticos en dichas estimaciones. No obstante, con un enfoque primario en el tamaño del mercado de medicamentos, apunta que el impacto económico puede oscilar entre los 10.000 y los 200.000 millones de dólares (Ozawa et al., 2018). Otros trabajos apuntan a que el negocio de la falsificación de medicamentos mueve anualmente en torno a 75.000 millones de dólares en el mundo (García de Bikuña, 2017).

Por otro lado, se encontrarían los denominados riesgos indirectos, de tipo sociosanitario y económico, que no están conectados de una manera inmediata con la salud individual o pública y en ocasiones no son adecuadamente valorados. Sobresalen
los siguientes:

  • Grandes pérdidas económicas para los fabricantes legítimos, que ven reducidos sus ingresos de una manera ilegítima; esto conlleva repercusiones en las economías nacionales, que dejan de percibir los ingresos basados en los impuestos que las empresas farmacéuticas deberían desembolsar si hubiesen obtenido tales ganancias.
  • La vulneración de los derechos de propiedad industrial e intelectual y el consecuente daño a la imagen reputacional de las empresas farmacéuticas (marcas registradas), que ven empleados sus hologramas, imitados sus envases, marcas y otros signos distintivos; ello puede conllevar un riesgo de confusión en el público y una menor credibilidad de dichas casas comerciales.
  • La reducción de la confianza de los ciudadanos y pacientes en determinados fármacos fundamentales, al haber sido expuestos a medicamentos ilegítimos que no han supuesto beneficios o mejoras en su salud, o incluso les han perjudicado. Puede originar también recelos hacia la profesionalidad del profesional sanitario que se lo dispensa o administra, conduciendo a que los pacientes eviten solicitar atención cuando realmente se necesita, lo cual puede traducirse en nuevos problemas a largo plazo para el paciente y el sistema de salud.
  • El fomento de la economía sumergida, el blanqueo de capitales y otras conductas delictivas. Dados los grandes beneficios que las organizaciones criminales obtienen del tráfico ilícito y la opacidad de esas cuantías, para reintegrarlas en los flujos económicos deben proceder a su blanqueo o lavado, llevando a cabo adquisiciones de bienes muebles e inmuebles mediante transacciones e inversiones de carácter delictivo, que además son un estímulo para la eco-nomía sumergida y otras actividades no declaradas oficialmente. La rápida obtención de beneficios puede amplificar el surgimiento de nuevos grupos y organizaciones criminales, aumentando la oferta de productos médicos falsificados (Buenestado, 2021; Zaragozá et al., 2021). 

Entorno regulatorio

Un medicamento debe contar con garantías suficientes de calidad, eficacia y seguridad. Esta es la razón por la que, en nuestro medio, se encuentran sometidos a una estrecha regulación, tanto a nivel europeo como nacional. En este apartado se hace referencia a las principales normas anti-falsificación en materia de medicamentos que están en vigor en la UE y en España.

La primera norma específica fue la Directiva 2001/83/CE, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 6 de noviembre de 2001, por la que se establece un código comunitario sobre medicamentos de uso humano, la cual unificó las reglas relativas al control de medicamentos y la responsabilidad de las autoridades, para evitar la disparidad existente entre los diferentes estados miembro. Esta Directiva fue posteriormente modificada en lo referente a los medicamentos tradicionales a base de plantas por la Directiva 2004/27/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 31 de marzo, y por la Directiva 2004/24/CE, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 31 de marzo.

Más tarde, la Ley 29/2006, de 26 de julio, de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios, que adaptó entre otras cosas la normativa nacional al papel que asumían las Comunidades autónomas en el Sistema Nacional de Salud, incorporó también al ordenamiento jurídico la Directiva 2004/27/CE. En esta Ley, además, se incluyó al régimen sancionador la venta por internet de medicamentos sujetos a prescripción y la falsificación de medicamentos. En relación con el control de los medicamentos, la Ley 29/2006 se modificó en la Ley 10/2013, de 24 de julio, que incorpora al ordenamiento jurídico español las Directivas 2010/84/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 15 de diciembre de 2010, sobre farmacovigilancia, y la Directiva 2011/62/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 8 de junio de 2011, sobre prevención de la entrada de medicamentos falsificados en la cadena de suministro legal.

La Ley de garantías (29/2006) se desarrolla también en el Real Decreto 782/2013, de 11 de octubre, sobre distribución de medicamentos de uso humano, y en el Real Decreto 870/2013, de 8 de noviembre, por el que se regula la venta a distancia al público, a través de sitios web, de medicamentos de uso humano no sujetos a prescripción médica, incorporando la trasposición de las normas planteadas en la Directiva 2011/62/UE, que quedan todas incluidas en el Real Decreto Legislativo 1/2015, de 24 de julio, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. Esta última norma, la más relevante hasta ahora en el ámbito de los medicamentos en España (se encuentra en revisión en 2022 y se prevé su actualización en un futuro próximo), incorporó herramientas para reforzar la protección del canal legal de medicamentos y principios activos según lo previsto en la normativa europea (Calvente, 2021).

Los riesgos derivados de internet

Internet se ha convertido en un vehículo de transmisión e intercambio de todo tipo de información, así como en un canal a través del cual se efectúa la compraventa de todo tipo de productos: los medicamentos y los productos de salud en general no están excluidos de esta tendencia, y la red es, de hecho, la vía por la que se accede con más frecuencia a medicamentos y productos farmacéuticos que suponen un riesgo para la salud de la población. En muchas ocasiones estos productos corresponderán a falsificaciones. Según datos de la OMS, hasta el 62% de los medicamentos adquiridos a través de sitios web sin domicilio social declarado son productos falsificados.

Se ha comprobado –se siguen observando casos periódicamente– que es posible obtener en línea medicamentos y productos farmacéuticos falsificados que se corresponden con productos de venta con receta, lo que aumenta el riesgo para la salud. La venta de falsificaciones por internet se realiza en muchas ocasiones por personas que carecen de los conocimientos sanitarios necesarios para garantizar el uso del producto en condiciones que permitan asegurar su seguridad y eficacia. Un inadecuado o ausente consejo farmacéutico puede dar lugar al uso de un medicamento por una persona para la que se encuentre contraindicado, o a la aparición de interacciones o efectos deletéreos.

Es preciso recordar que el Real Decreto Legislativo 1/2015, de 24 de julio, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios, dispone las condiciones de custodia, conservación y dispensación de medicamentos y productos sanitarios en el panorama nacional, estableciendo que corresponde exclusivamente a las oficinas de farmacia y a los servicios de farmacia de los hospitales (artículo 3.6). Igualmente, prohíbe de forma expresa la venta por correspondencia y por procedimientos telemáticos de medicamentos y productos sanitarios sujetos a prescripción médica. Sin embargo, permite la venta telemática de medicamentos no sujetos a prescripción siempre que se garantice que la dispensación se produce por una oficina de farmacia autorizada (artículo 3.5), con la intervención de un farmacéutico en la dispensación y previo asesoramiento personalizado, según lo reglamentado en el Real Decreto 870/2013, de 8 de noviembre, por el que se regula la venta a distancia al público a través de sitios web de medicamentos de uso humano no sujetos a prescripción médica.

El citado Real Decreto 870/2013, que prohíbe la venta de medicamentos a través de otros servicios de la sociedad de la información distintos, busca facilitar a los ciudadanos la verificación de que una página web corresponde a una oficina de farmacia autorizada, para lo que incorpora al derecho español el logotipo común de la Unión Europea (Figura 2) que proporciona garantías a los usuarios sobre la legalidad del sitio web donde le van a dispensar los medicamentos. Haciendo clic en este logotipo, el ciudadano accederá mediante un hipervínculo a los datos de dicha farmacia incluidos en la página web de la autoridad competente (en el caso de España, las comunidades autónomas). Además, desde el 25 de junio de 2015, existe una web dependiente de la AEMPS –DISTAFARMA (disponible en: https://distafarma.aemps.es/farmacom/faces/inicio.xhtml)– que recoge las listas actualizadas de las oficinas de farmacia en España que ofrecen al público medicamentos mediante venta a distancia a través de sitios web.

Actuaciones de las administraciones frente a la falsificación

En España el principal peso para luchar contra el tráfico ilícito de medicamentos y contra los medicamentos y productos farmacéuticos falsificados, a nivel sanitario, lo lidera la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). Tal y como esta institución se autodefine, “como agencia estatal adscrita al Ministerio de Sanidad, es responsable de garantizar a la sociedad, desde la perspectiva de servicio público, la calidad, seguridad, eficacia y correcta información de los medicamentos y productos sanitarios, desde su investigación hasta su utilización, en interés de la protección y promoción de la salud de las personas, de la sanidad animal y el medio ambiente.”. Y dentro de las diferentes actividades que realiza en la cadena sanitaria se encuentra la lucha contra los medicamentos, productos sanitarios y cosméticos ilegales y falsificados4.

De forma paralela a la progresiva base legal que se ha ido pormulgando desde principio del siglo XXI, la AEMPS ha planteado desde 2008 estrategias cuatrienales para favorecer la actuación coordinada de todos los sectores implicados, reduciendo así el riesgo que para la salud de los pacientes supone la comercialización ilegal de medicamentos falsificados.

En la primera de ellas –Estrategia 2008-2011– se centró en favorecer la coordinación de todos los sectores implicados, tanto en el ámbito público como privado, el intercambio de información rápido entre los sectores y las autoridades sanitarias y otros organismos internacionales, la formación de los profesionales y la difusión entre los ciudadanos de la gravedad de este problema.

Tras la aprobación de la Directiva 2011/62/UE, por la que se modificaba la Directiva 2001/83/CE y se establecía un código comunitario sobre medicamentos de uso humano para prevenir la entrada de medicamentos falsificados en la cadena de suministro legal, se elaboró la Estrategia 2012-2015, que la incorporó. Pese a todo, la comercialización de este tipo de productos ha continuado incrementándose, debido fundamentalmente al beneficio económico que genera, a la facilidad de intercambio comercial con países con regulación más laxa sobre los medicamentos y a que se trata de delitos cuyas penas son ínfimas, comparativamente con el beneficio que reportan, sin que exista además jurisdicción transnacional que facilite su persecución. Bien es cierto que, en España, como consecuencia de la ratificación de la Convención Medicrime (definida más adelante), en la reforma del Código penal de marzo de 2015 se incluyeronn los delitos relacionados con falsificaciones de medicamentos y se endurecieron –en los artículos 361 y 362– las penas impuestas por delitos contra la salud pública y con los medicamentos.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, y recogiendo la experiencia de la normativa en vigor y las iniciativas previamente desarrolladas, la AEMPS planteó la tercera estrategia –Estrategia frente a medicamentos falsificados 2016-2019–. Por su interés, se debe subrayar que esta última estrategia plantea actuaciones específicas para los diferentes ámbitos y agentes implicados (Tabla 1), que tienen como objetivo último el de la protección de la salud de los ciudadanos de los peligros asociados al consumo de medicamentos falsificados. Para la consecución de este objetivo general se proponen cinco objetivos específicos: i) reforzar y consolidar las medidas de control existentes con el fin de evitar la entrada o la salida de medicamentos falsificados del territorio español, así como su distribución en el canal farmacéutico; ii) mantener un sistema de vigilancia e investigación que permita la detección precoz de la presencia en territorio español de medicamentos falsificados; iii) actuar de forma rápida tras la detección de medicamentos falsificados para conseguir su retirada inmediata; iv) desarrollar un plan de actuaciones específicas para combatir la venta ilegal de medicamentos a través de Internet; y v) concienciar a los consumidores sobre los riesgos asociados al consumo de medicamentos falsificados e ilegales, así como de los dispensados ilegalmente al público.

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La situación sanitaria derivada de la COVID-19 ha supuesto un retraso en la publicación en 2020 de la versión de la Estrategia que habría sido de aplicación desde ese año, por lo que es de esperar que se publique próximamente.

Las diferentes versiones de la estrategia de la AEMPS marcan unos indicadores que sirvan de referencia del cumplimiento de sus objetivos, tales como: actividades de formación realizadas sobre medicamentos falsificados, comunicaciones de sospechas de actividades de falsificación de medicamentos recibidas e investigadas, alertas de medicamentos falsificados emitidas y transmitidas a las redes internacionales, actuaciones desarrolladas conjuntamente con otros agentes implicados, páginas web investigadas y cerradas, suspendidas o modificadas, comunicaciones de robos recibidas, procedimientos conjuntos desarrollados, y campañas informativas dirigidas a los ciudadanos realizadas (Figura 3).


La última memoria anual publicada por la AEMPS, correspondiente al año 2021, refleja que durante ese año se llevaron a cabo un total de 466 actuaciones en relación a medicamentos ilegales, de las cuales 338 se hicieron en colaboración con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, juzgados y otras instituciones (como Comunidades autónomas, Agencia Española de Administración Tributaria o Servicios Farmacéuticos Periféricos), 121 fueron notificaciones evaluadas en relación a robos/extravíos/desvíos de medicamentos a tráfico ilícito, y hubo 7 medicamentos retirados. Igualmente, la AEMPS investigó un total de 99 páginas webs por no cumplir la normativa de venta online y/o vender medicamentos ilegales, y se retiraron hasta 796 anuncios en plataformas y redes sociales.

Entre los esfuerzos de las autoridades españolas a nivel internacional para luchar contra los medicamentos ilegales, se debe citar la participación activa –en colaboración con los países de la Red EAMI a través del sistema de intercambio de información FALFRA– en el Mecanismo de Estados Miembros de la OMS sobre productos medicinales de calidad subestándar y falsificados, creado en 2012 con el objetivo de convertirse en un foro mundial que permita a los Estados coordinarse, adoptar decisiones y organizar actividades para afrontar los retos que presentan estos productos. Asimismo, en enero de 2016 entró en vigor la Convención MEDICRIME del Consejo de Europa, el cual sitúa a las personas en el foco de su misión y se centra específicamente en la lucha contra la falsificación de productos medicinales y en la amenaza que representa para la salud pública. Este convenio sienta la base para la cooperación multilateral entre todos los países, disciplinas y sectores, así como para la colaboración con organismos internacionales tales como INTERPOL, Europol, la OMS y la Organización Mundial de Aduanas (OMA); busca acabar con la amenaza internacional que suponen los medicamentos y productos farmacéuticos falsificados para la salud pública.

Sistema Español de Verificación de Medicamentos (SEVeM)

Gracias a todas las actuaciones anteriores, en España no se han observado hasta ahora casos de medicamentos falsificados que hayan llegado a pacientes a través del canal legal de dispensación (sí casos de medicamentos falsos en el canal ilegal). No obstante, en otros países de la Unión Europea sí se han detectado medicamentos falsos en el canal legal de distribución y dispensación, motivo por el cual la Comisión Europea elaboró ya en 2008 una propuesta legislativa con diversas medidas para proteger a los pacientes, que se han ido poniendo en marcha en los últimos años tras su incorporación en sucesivas Directivas europeas (citadas en el apartado anterior). La UE contestaba así al reconocimiento realizado un año antes por la OMS sobre el peligro que para la salud de la población suponen los medicamentos falsificados [documento “Principios y Elementos para la Legislación Nacional contra los Medicamentos Falsificados”, elaborado por el grupo de trabajo IMPACT].

Los objetivos de esta política europea se han orientado en cuatro frentes:

  1. Incrementar las garantías de los principios activos utilizados en la fabricación de medicamentos, para lo cual se reforzaron los requisitos para las importaciones y se pusieron en marcha registros nacionales y europeos de fabricantes, importadores y distribuidores, así como buenas prácticas de distribución de principios activos.
  2. Reforzar la integridad de la cadena de distribución de medicamentos (lugar de entrada potencial de los medicamentos falsos) con unas buenas prácticas de distribución y registros nacionales y europeos de distribuidores autorizados que permitan seleccionar proveedores legítimos.
  3. Identificar los sitios web legales para la adquisición de medicamentos incluyendo un logotipo europeo que permite verificar la legalidad de la farmacia.
  4. Hacer posible la verificación de la autenticidad del medicamento, obtenido en el canal legal de suministro, mediante la comprobación en el momento de la dispensación de los dispositivos de seguridad presentes en cada envase.

En relación a este último punto, las bases de las características del sistema de dispositivos de seguridad se sentaron en la Directiva 2011/62/UE, la cual modifica la Directiva 2001/83/CE sobre medicamentos de uso humano, y se completaron con el Reglamento Delegado (UE) 2016/161 de la Comisión, de aplicación a partir del 9 de febrero de 2019, que define sus características técnicas, las modalidades de verificación de los dispositivos de seguridad y la creación y gestión del sistema de repositorios que contenga la información sobre los identificadores.

La norma obliga a la inclusión de dos dispositivos de seguridad en el envase exterior de los medicamentos, que son un identificador único para cada envase del medicamento y un dispositivo contra manipulaciones (Figura 4), los cuales permiten verificar la autenticidad del mismo. Estos dispositivos irán incluidos en todos los envases de medicamentos sujetos a prescripción médica, excepto los que se excluyan por su bajo riesgo, pues la norma contempla que algunos medicamentos o categorías de medicamentos puedan quedar exentos de la obligación. También podrán figurar en medicamentos no sujetos a prescripción en los casos en que se determine en base a su riesgo de falsificación.


En este proyecto, que ha tomado el nombre de serialización y es plenamente funcional en España desde la fecha de entrada en vigor del Reglamento, los farmacéuticos verifican en el momento de la dispensación la autenticidad del medicamento comprobándose los dos dispositivos: por una parte, se comprueba la integridad del dispositivo contra manipulaciones5, descartando que el envase haya sido abierto o alterado desde su salida de la fábrica y, por otra, se escanea el código bidimensional datamatrix que contiene la información del identificador único para ese envase6, comparándola frente a la almacenada en un sistema de repositorios gestionado por los agentes implicados en la cadena de suministro del medicamento. Se trata de una verificación de extremo a extremo destinada a asegurar que el medicamento procede del fabricante legítimo y que, junto a la integridad del dispositivo contra manipulaciones, garantiza que el contenido del envase es auténtico.

El funcionamiento de dicho sistema implica, por tanto, ciertas obligaciones para los distintos agentes implicados en la cadena de suministro de medicamentos.

Son todos los fabricantes de los medicamentos –ya sean medicamentos innovadores, genérios o de importación paralela– quienes deben incluir en el envase exterior el identificador único y el dispositivo contra las manipulaciones, siendo los responsables de que el identificador único sea adecuadamente legible y contenga la información correcta; esta obligación no será aplicable si la suma de las dos dimensiones mayores del envase no supera los 10 cm. Los fabricantes también están obligados a conservar registro de todas las operaciones que realice con o sobre el identificador único hasta 5 años después de que la puesta a la venta del medicamento.
Corresponde a los titulares de la autorización de comercialización (TAC) de los medicamentos en cada país asegurarse de que la información contenida en todos los identificadores únicos de sus productos esté guardada en el sistema de repositorios previsto en el Reglamento antes de que el medicamento se ponga a la venta o en distribución. Los TACs son también responsables de que dicha información se mantenga actualizada, pudiendo delegar la introducción de la información a terceros por medio de un acuerdo escrito entre ambas partes y bajo determinadas circunstancias; en cualquier caso, siguen siendo legalmente responsables de estas tareas.

Posteriormente, los distribuidores mayoristas deben verificar aquellos medicamentos con mayor riesgo de falsificación, y así evitar, si se diera el caso de que fueran falsificados, que pasen inadvertidos durante mucho tiempo. Están obligados a verificar la autenticidad del identificador único de todos los medicamentos que obren en su poder, comparándolo con el identificador único genuino almacenado en el sistema de repositorios, tanto en los casos de devolución como cuando los han recibido de otro mayorista que no sea el fabricante, el TAC o un mayorista designado por ese TAC. Adicionalmente, los mayoristas deben desactivar los identificadores únicos de los medicamentos que vayan a ser distribuidos fuera de la UE, de los medicamentos que les hayan sido devueltos y no puedan volver al canal de distribución para su venta, de los que vayan a ser destruidos y de los que, de acuerdo con lo que prevea cada Estado Miembro, vayan a ser suministrados específicamente a ciertas personas o entidades, como pueden ser veterinarios, odontólogos, prisiones o fuerzas armadas, entre otros.

Como último paso, cuando un medicamento se suministra al público por las oficinas de farmacia, servicios de farmacia hospitalaria u otros agentes autorizados para dispensar medicamentos, el identificador único de su envase se desactivará en el sistema de repositorios, de manera que cualquier otro envase que lleve el mismo identificador será detectado como potencial falsificación si se pretende verificar y, en consecuencia, no deberá ser dispensado. Es preciso subrayar que la norma permite cierta flexibilidad en cuanto al momento de verificación y desactivación del identificador único en el caso de los servicios de farmacia hospitalaria, donde la podrán realizar en cualquier momento siempre que entre el suministro del medicamento al centro y su dispensación al paciente no se produzca su venta.

En España, el Sistema Español de Verificación de Medicamentos (SEVeM), constituido el 21 de julio de 2016 como sociedad limitada sin ánimo de lucro, es la entidad jurídica que gestiona el repositorio nacional. Fue creado por los principales agentes de la cadena de suministro de medicamentos: la industria farmacéutica (representada por AESEG y FARMAINDUSTRIA), la distribución (representada por FEDIFAR) y el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (CGCOF) en representación de las oficinas de farmacia. Según sus estatutos, también participa la AEMPS en las reuniones de su consejo de administración cuando se tratan temas concernientes al desarrollo y funcionamiento del repositorio nacional.

SEVeM comenzó su actividad el 1 de septiembre de 2016 a fin de hacer realidad en España el importante proyecto europeo, afrontando la complejidad tecnológica asociada. Sobre todo, debía asegurar la necesaria colaboración entre los distintos actores de la cadena del medicamento (industria, distribución y servicios y oficinas de farmacia, además de AEMPS), que se ha mantenido en el tiempo. En febrero de 2019, fecha marcada por el Reglamento europeo, estaban acreditados en SEVeM para conectarse como usuarios del sistema las autoridades españolas competentes, entidades con instalaciones autorizadas en España para distribuir medicamentos (laboratorios fabricantes, TACs con almacén propio y almacenes mayoristas, por contrato y aduaneros), oficinas de farmacia –a través de un nodo específico (Nodofarma Verificación)– y servicios de farmacia hospitalaria privados. Actualmente están conectados más de 23.000 agentes de esa cadena.

En relación a la prestación farmacéutica, se trabaja con el repositorio nacional de SEVeM en el Nodo SNSFarma –que gestionará el Ministerio de Sanidad– como instrumento de integración tecnológica e intercambio de información de medicamentos financiados con cargo al Sistema Nacional de Salud (SNS), mediante el cual se conectarán al SEVeM los servicios de farmacia públicos, según lo previsto en el Real Decreto 717/2019. Asimismo, el objeto social de SEVeM incluye que la información de los medicamentos autenticados en sistema se usará para el cálculo del reembolso debido por las oficinas de farmacia a los laboratorios farmacéuticos y las entidades de distribución respecto a aquellos medicamentos que hayan sido dispensados fuera del SNS.

El repositorio español de serialización está a su vez conectado a través de una plataforma europea al resto de repositorios nacionales (Tabla 2): en total, más de 140.000 agentes en toda la Unión Europea están conectados a través del sistema de repositorios para poder verificar los identificadores únicos de los envases de estos medicamentos. A raíz de esas comprobaciones, los fabricantes y distribuidores de medicamentos, así como farmacias comunitarias y servicios de farmacia hospitalaria, deben notificar a la autoridad competente, de acuerdo con el citado reglamento, las sospechas de manipulación o falta de autenticidad. La AEMPS, en colaboración con las comunidades autónomas, ha desarrollado unas instrucciones para dichas notificaciones.


Los fabricantes, los TACs, los mayoristas y las personas autorizadas para dispensar medicamentos serán los únicos propietarios de los datos que hayan generado en los repositorios y solo tendrán acceso a sus propios datos, si bien el Reglamento permite conocer el estado del identificador único con independencia de quién haya generado ese estado. Además, SEVeM concede acceso al repositorio y su información a las autoridades competentes para que puedan supervisar el funcionamiento y para investigar posibles incidentes de falsificación7, así como con fines de reembolso, farmacovigilancia o farmacoepidemiología.

A modo ilustrativo sobre su funcionamiento, hasta julio de 2020, SEVeM había conectado al sistema español de verificación de medicamentos, a través de la plataforma europea, a 491 titulares de autorización de comercialización de medicamentos, 315 almacenes de distribución, las más de 22.100 oficinas de farmacia y 190 servicios de farmacia de hospitales privados. Queda pendiente, no obstante, la conexión de los hospitales públicos hasta que se finalice la implantación e integración del Nodo SNSFarma.

El número de referencias de medicamentos disponibles en el repositorio nacional asciende a más de 17.400 y los identificadores únicos cargados son más de 2.100 millones. Durante el primer año y medio de funcionamiento del sistema se verificaron y desactivaron más de 497 millones de envases de medicamentos con identificadores únicos. Al alcanzar los dos años de funcionamiento, se han realizado más de 2.000 millones de operaciones, cerca de 1.200 millones de verificaciones y 844 millones de dispensaciones solo a través de la red de farmacias y su herramienta Nodofarma Verificación (Figuerola, 2021).

El papel del farmacéutico como garantía sanitaria

Según se ha avanzado, cada agente de la cadena legal de suministro de medicamentos tiene asignadas distintas funciones frente a la entrada de falsificaciones, en base a lo recogido en el Reglamento Delegado (UE) 2016/161. En las distintas fases del proceso, los profesionales farmacéuticos, encargados de la custodia de los medicamentos y su dispensación a los pacientes, se convierten en los profesionales sanitarios con un papel más relevante en la lucha contra los medicamentos falsificados. Una vez comentados los objetivos y beneficios del sistema de serialización, se debe hacer referencia a las tareas que los farmacéuticos desempeñan en los distintos niveles de participación, dependiendo del ámbito donde desarrollen sus funciones profesionales.

Los farmacéuticos que ejercen en la industria farmacéutica han sido los encargados de afrontar un importante reto: velar por la adaptación de las líneas de acondicionamiento de los medicamentos a los requerimientos normativos previamente mencionados. Esto ha supuesto, por ejemplo, la adquisición de equipos que adhieren etiquetas o sellos de plástico al envase una vez cerrado, o bien aplican un pegamento en el interior de la solapa. La impresión del código Datamatrix también ha implicado la adecuación de equipos con nuevos cabezales de impresión, sistemas visuales de reconocimiento, escáneres, actualización de programas y servicios. En muchos casos ha significado el cambio de equipos que se habían quedado obsoletos y han sido sobrepasados por la tecnología necesaria para cumplir este proyecto, mientras que, en otros, se han hecho pequeñas modificaciones en los equipos para la actualización de los sistemas ya existentes. Se estima que, en cada línea de acondicionamiento, las empresas han invertido entre 300.000 y 600.000 € para adaptarse a la nueva legislación.

Al mismo tiempo era necesario desarrollar una vía de comunicación con los fabricantes, las autoridades sanitarias, los distribuidores y las oficinas de farmacia/hospitales, para que los datos contenidos en el identificador único viajaran desde las instalaciones del laboratorio fabricante hasta los lugares de dispensación de medicamentos, de modo que se verifique el producto en el punto final del proceso para asegurar su autenticidad. Desde la industria, se ha trabajado con los fabricantes e importadores paralelos para crear repositorios propios donde alojar las bases de datos con toda la información de los medicamentos fabricados; a nivel de la UE para establecer el repositorio europeo y con las autoridades sanitarias nacionales para crear y mantener el repositorio donde alojar los datos de los medicamentos a dispensar en cada país.

Antes del acondicionado del medicamento, los fabricantes deben solicitar suficientes números de serie al repositorio propio, de modo que, una vez se ha cerrado el envase, se coloca el dispositivo contra manipulaciones elegido y se van asignando esos números de serie. Seguidamente, se imprime el identificador único en cada uno de los medicamentos fabricados junto con el código de barras bidireccional y, por último, el sistema informático del equipo verifica que el identificador impreso se ha asignado correctamente al envase. Al terminar el lote, toda la información de los envases fabricados es recogida en un fichero que se envía al hub europeo manejado por EMVO y, desde ahí, la información de cada lote se envía a SEVeM, quien recibe los datos para la dispensación del medicamento en las oficinas de farmacia, a través de Nodofarma, y a los hospitales mediante Nodo SNSFarma. Si algún envase serializado no va a llegar al mercado, como puedan muestras o ejemplares defectuosos, deben decomisionarse a este nivel y su código de identificación nunca llegará a la oficina de farmacia/hospital (Sevilla, 2021).

Por otra parte, los farmacéuticos que trabajan en el ámbito de la distribución se erigen quizá en el gran centinela frente a la llegada de productos falsificados a los usuarios. En cada almacén de distribución mayorista debe ejercer un Director Técnico Farmacéutico (DTF), quien garantiza el cumplimiento de las buenas prácticas de distribución8, con el enfoque de asegurar la legitimidad de origen de los medicamentos, sustancias medicinales y demás productos farmacéuticos que se suministren por el almacén a otros distribuidores, laboratorios y las oficinas y servicios de farmacia, previniendo la entrada de medicamentos falsificados en la cadena de suministro legal.

Los farmacéuticos de la distribución, que tienen una adecuada formación en la normativa nacional y europea en cuestiones relativas a la falsificación de medicamentos, comunicarán de forma inmediata a las autoridades sanitarias competentes9 y, si procede, al TAC de los medicamentos, la detección de medicamentos que reciban –o se les ofrezcan– de los que sospechen que puedan ser falsificados. Los almacenes de distribución cuentan con áreas especiales para separar los medicamentos falsificados o sospechosos de serlo de los medicamentos legales, a fin de evitar confusiones; deberán etiquetarse claramente como no aptos para la venta y se debe registrar cualquier operación de recepción, devolución, rechazo o retirada de los mismos.

Entre sus tareas diarias, según establece el Reglamento 2016/161, los distribuidores mayoristas verifican la autenticidad del identificador único y la integridad del dispositivo antimanipulación de, al menos, los medicamentos que obren en su poder tras haber sido devueltos por otros mayoristas o personas autorizadas o facultadas para dispensar medicamentos. Además de verificar el identificador único, lo desactivarán en los siguientes casos: a) medicamentos que les hayan devuelto otros mayoristas o personas autorizadas o facultadas para dispensar medicamentos y no puedan ser devueltos a las existencias vendibles; b) los que estén destinados a su destrucción; c) los que vayan destinados a países no miembros del Espacio Económico Europeo; y d) los que hayan sido solicitados por las autoridades como muestras sanitarias. Así se asegura que no se suministre ni se exporte ningún medicamento cuando en los procesos de verificación y desactivación del identificador único se ponga de manifiesto que el envase pueda no ser auténtico o si se sospecha que el envase ha sido manipulado, debiendo informar inmediatamente a las autoridades sanitarias.

Con respecto a las devoluciones de medicamentos que la distribución reciba de las farmacias, la plantilla de artículos contendrá un campo que señala si el medicamento está sujeto a la obligación de llevar dispositivos de seguridad o no, y antes de dar la entrada al medicamento, se debe recibir conformidad del sistema de información tras la comprobación de que el identificador único está activo en SEVEM. En las devoluciones procedentes de farmacias, hospitales u otros distribuidores, además de comprobar que concurren las circunstancias que permiten reintegrar los medicamentos devueltos a las existencias vendibles, el DTF es responsable de la comprobación de la integridad del dispositivo contra manipulaciones y la autenticidad del identificador único (Culleré et al., 2021).

Por su parte, los farmacéuticos comunitarios actúan en el paso último de la cadena de suministro de la mayoría de los medicamentos a los pacientes ambulatorios. Adquieren los medicamentos a través de los canales oficiales de distribución (distribuidor mayorista o laboratorio), siendo esta la principal garantía sanitaria de aseguramiento de su calidad, y hacen más seguro si cabe el procedimiento de custodia y conservación de los medicamentos por su participación de la serialización: realizan una operación combinada de verificación y desactivación en el momento de la dispensación, obligatoria para todos los medicamentos que por normativa están sujetos a verificación (la distribución solo lo hace en los casos previstos en la normativa, según un análisis de riesgo).

En esa operación rutinaria, la farmacia desactiva el medicamento mediante el escaneo del código Datamatrix para garantizar la autenticidad (e impedir que un envase pueda dispensarse más de una vez), comprobando mediante una consulta al SEVeM que el identificador de un envase es único y auténtico, de modo que no concurre circunstancia –caducidad, robo, retirada, ya dispensado– que impida su dispensación; en ese momento se informa al repositorio nacional de que el medicamento está siendo dispensado, impidiendo que el proceso se pueda repetir. Complementariamente, el farmacéutico comprueba que el dispositivo antimanipulación no ha sido quebrantado y está intacto. También pueden realizar una verificación previa en cualquier otro momento anterior, normalmente en la recepción del pedido, para garantizar que ningún medicamento falso se incorpora al stock de una farmacia. Se garantiza así la autenticidad de cualquier medicamento dispensado.

Si tras la verificación, el software de la farmacia informa de una incidencia con el código bidimensional, se genera una alerta en el sistema que se transmite a SEVeM y al TAC de ese medicamento, procediendo en ese caso el farmacéutico a la inmovilización del envase sospechoso, que pondrá a disposición de la autoridad sanitaria competente de la comunidad autónoma; se verificará posteriormente el resto de las unidades del mismo lote que estén en la farmacia. Algo similar se hará si en la inspección visual del dispositivo contra manipulación el farmacéutico comunitario observa que está dañado, roto o no existe, y cree que el envase podría haber sido manipulado intencionadamente; si no se sospecha de intencionalidad, es suficiente con devolver al proveedor el envase deteriorado por el procedimiento habitual.

Aunque en España no se han encontrado medicamentos falsificados en el canal legal de suministro, es cierto que en algunas ocasiones se han informado errores en el código datamatrix, de tipo de doble lectura de código, código de prueba o similar.
Por otro lado, la farmacia comunitaria juega un triple papel frente al riesgo que supone para la población las nuevas tecnologías de la información en términos de exposición a productos falsificados. En primer lugar, el de proveedor seguro en estos nuevos canales, mediante la venta a través de internet de medicamentos no sujetos a prescripción médica; en segundo lugar, como informador sanitario a la población10, dando a conocer las vías legales de acceso on line a medicamentos y los riesgos –para la salud de los pacientes y su seguridad respecto a los datos facilitados– de acudir a páginas que no están sujetas a control alguno para adquirir medicamentos sin la prescripción necesaria; en tercer lugar, el de colaborador ante la detección de vías irregulares de suministro de supuestos medicamentos, cooperando a través de la organización farmacéutica colegial para comunicar y alertar a las autoridades y organismos competentes de estas irregularidades tan nociva para la salud pública.

Cabe recordar que la normativa vigente, en pro de las garantías sanitarias, establece que solo está permitida la venta por procedimientos telemáticos de medicamentos sin receta médica y su dispensación –que debe ser directa y con intervención de un farmacéutico– a distancia a través de Internet únicamente la pueden hacer farmacias abiertas al público, legalmente autorizadas y que figuren en el listado publicado por la AEMPS (Distafarma). El transporte de los medicamentos desde la farmacia dispensadora hasta el domicilio indicado por el usuario es responsabilidad del farmacéutico titular. Los ciudadanos podrán identificar fácilmente los sitios web de farmacias que venden legalmente medicamentos mediante el logotipo común europeo (Figura 2) y distinguirlos de aquellos que los venden ilegalmente y pueden exponerles a riesgos de salud (Hidalgo, 2021).


Una vía alternativa de entrada de posibles falsificaciones en la cadena legal de distribución es la conocida como logística inversa, esto es, la devolución de medicamentos por los pacientes a la farmacia comunitaria. Ante esta situación, por la falta de garantía de unos medicamentos que han salido de la cadena de custodia, la farmacia solo puede aceptar devoluciones de medicamentos en los casos en los que se haya suministrado el medicamento por error, no se correspondan con el pedido o hayan sido dañados durante el transporte. Los medicamentos devueltos irán siempre destinados a su destrucción.

Además, en España las funciones de inspección y control que desarrolla la AEMPS desembocan con relativa frecuencia en la detección –y las actuaciones pertinentes– de diversos sitios web y aplicaciones móviles que incumplen la normativa vigente y ofrecen la venta de medicamentos, tanto sujetos como no sujetos a prescripción médica. En muchos casos, los procedimientos de denuncia parten de profesionales sanitarios y sus organizaciones profesionales, pero también de los propios ciudadanos. A pesar de estas cautelas, la venta de medicamentos por internet u otros procedimientos de venta a distancia es motivo de gran preocupación para las autoridades sanitarias de todo el mundo, ante el riesgo de que los ciudadanos puedan hacer un mal uso de los mismos y acceder a medicamentos sin garantías de calidad, seguridad y eficacia o acompañados de una información incorrecta.

La preocupación ante la aparición de páginas web de venta de medicamentos y productos sanitarios que ofrecen a los ciudadanos asesoramiento on line sobre tratamientos, así como la proliferación en redes sociales de influencers que recomiendan tratamientos que precisan de diagnóstico y prescripción médicas, es compartida por las organizaciones profesionales sanitarias. Así, el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM), el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (CGCOF), el Consejo General de Colegios de Dentistas y el Consejo General de Colegios Veterinarios publicaron hace unos meses una nota conjunta para recordar que estas acciones pueden suponer un riesgo para la salud de los pacientes; insisten y recuerdan la normativa en vigor, en la que se recoge que los únicos profesionales facultados para recetar medicamentos y productos sanitarios sujetos a prescripción son los médicos, los odontólogos y los podólogos, mientras que los farmacéuticos son los únicos profesionales competentes para su dispensación, previa presentación por el paciente de la receta correspondiente. Así se vela por el cumplimiento de las pautas de tratamiento establecidas en la prescripción por el facultativo responsable del paciente y se coopera en el seguimiento del tratamiento mediante los procedimientos de atención farmacéutica.

Además de la denuncia de situaciones de ilegalidad, los farmacéuticos no deben olvidar su papel de informadores y formadores en salud, advirtiendo a los usuarios del riesgo de seguir los consejos de páginas cuya información, sesgada o directamente falsa puede inducir a actuaciones o al consumo de sustancias que dañen nuestra salud, o a comprar medicamentos fuera de los canales legales de venta, ya sean físicos o virtuales.

Por último, pero no por ello menos importante, se debe hacer referencia al rol clave de los farmacéuticos especialistas que se desempeñan profesionalmente en los servicios de farmacia hospitalaria, puesto que también se ha confirmado la llegada de determinados productos falsificados a los hospitales. Por ejemplo, un reciente análisis en 13 países latinoamericanos durante los años 2017 y 2018 identificó un total de 596 incidentes de falta de calidad de medicamentos (236 deficientes, 239 falsificados, 116 no registrados y 5 robados), que pertenecían con mayor frecuencia a grupos terapéuticos de antiinfecciosos, medicamentos analgésicos, anticonceptivos, medicamentos para las vías respiratorias y medicamentos para trastornos mentales o del comportamiento. Los lugares donde se detectaron incidencias fueron centros comerciales (46%), farmacias comunitarias (21,8%), hospitales y clínicas (10,3%) y, en menor medida, fabricantes (Rojas-Cortés, 2020).

Si bien en Europa es más común actualmente la detección de medicamentos falsificados para tratamientos relacionados con estilos de vida, recientemente están surgiendo casos de medicamentos falsificados para enfermedades graves, como medicamentos oncológicos, por su elevado coste. Asimismo, los desabastecimientos y la necesidad de importación de medicamentos puede ser un riesgo para la entrada de medicamentos falsificados en los canales de farmacia hospitalaria. Por tanto, los farmacéuticos hospitalarios se enfrentan a las potenciales consecuencias derivadas de los medicamentos falsificados tanto por sus propias actividades de compra como por las de atención farmacéutica a los pacientes (a veces, pacientes que sufren los efectos secundarios de los medicamentos falsificados o el fracaso inexplicable de tratamientos causado por estos medicamentos). Para minimizar ese riesgo, en los servicios de farmacia hospitalaria el 95% de las compras de medicamentos se realiza directamente a los fabricantes, si bien es cierto que cada vez se utilizan más las plataformas logísticas y se recurre a la adquisición de medicamentos destinados a otros mercados por los repetidos desabastecimientos.

El concepto de trazabilidad –identificación de los medicamentos, su composición, datos de fabricación y condiciones de transporte, desde su producción hasta la distribución– se ha trabajado implementando herramientas para asegurar la calidad y seguridad en todas las etapas del uso de los medicamentos: prescripción, recepción (incluyendo procedencia), almacenamiento, manipulación y acondicionamiento, dispensación y administración al paciente que recibe, de forma que se puedan generar alertas de forma inmediata cuando existe algún incidente o desviación sobre el proceso esperado (Merks et al., 2018). Pese a que existe un consenso sobre sus beneficios, su implantación global a nivel hospitalario es escasa: según el Libro blanco de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH) 2019, la prescripción electrónica en pacientes externos solo está implantada en el 42% de los hospitales y un 55% en pacientes ambulatorios, solo un 4% de los hospitales dispone de robots para la elaboración de medicamentos y en la etapa final de la administración de medicamentos se observa un 35% de registro electrónico en pacientes ambulatorios (que desciende a un 11% entre pacientes externos).

La normativa relativa al sistema de verificación europeo establece que los servicios de farmacia de centros asistenciales verificarán los dispositivos de seguridad y desactivarán el identificador único en cualquier momento en que el medicamente obre en poder del centro, pero siempre antes de que se dispense completo; o en el caso de que se dispense solo una parte, cuando se abra el envase por primera vez. De nuevo, la verificación consiste en comprobar la autenticidad de su identificador único (que código de producto y número de serie sean idénticos a los suyos, coincidiendo asimismo el lote y caducidad de este) comparándolo con los almacenados en el sistema de repositorios, y la desactivación consiste en informar al repositorio nacional de que el envase del medicamento previamente verificado ha sido dispensado de forma efectiva, impidiendo que este envase pueda ser dispensado de nuevo. Como en el resto de etapas del proceso de serialización, si se sospecha de un medicamento falsificado la farmacia hospitalaria se comunicará a la autoridad competente de la Comunidad Autónoma.

Cabe destacar que desde el ámbito hospitalario se está trabajando para poder hacer esta verificación/desactivación de los medicamentos de forma agregada para que los procesos sean más eficientes, lo cual consistirá en la desactivación masiva de medicamentos de una misma presentación comercial y que sirva directamente la industria farmacéutica en el mismo pedido.

También los farmacéuticos hospitalarios están profundizando en liderar la trazabilidad clínica, relativa al propio proceso de uso de los medicamentos en el hospital11. El planteamiento que subyace tras esta idea es que el código único que identifica a los medicamentos podría utilizarse para registrar electrónicamente la administración en el caso de aquellos medicamentos en que el embalaje secundario llega a pie de cama (por ejemplo, las inmunoglobulinas), mediante la lectura automática del lote y la fecha de caducidad. Esto sería de gran relevancia para las tareas de farmacovigilancia y de monitorización del balance beneficio-riesgo en áreas terapéuticas de alto riesgo (medicamentos oncológicos, electrolitos, etc.) o en medicamentos sometidos a programas especiales de seguimiento, como los biológicos. Si se consigue registrar de forma sistematizada la información, y analizarla adecuadamente, la trazabilidad clínica de los medicamentos permitirá conocer los resultados en salud reales que se están obteniendo en la población y así complementar la evidencia obtenida en los ensayos clínicos.

A modo de resumen, conviene recordar que las características y el tipo de medicamentos falsificados detectados en países desarrollados tiene una idiosincrasia particular, diferente de los países en vía de desarrollo. A priori, en los países industrializados la apariencia o aspecto exterior de los medicamentos falsos, así como su acondicionamiento es casi idéntico al de los medicamentos originales, siendo los afectados con mayor frecuencia los conocidos como “medicamentos relacionados con estilos de vida”, destinados a trastornos con una elevada demanda de tratamiento en nuestro medio, como la disfunción eréctil, la obesidad, el tabaquismo o trastornos del sueño, o aquellos que se consumen ilícitamente para aumentar el rendimiento deportivo o la masa muscular, como es el caso de los anabolizantes hormonales. En la UE existe una regulación estricta del mercado de medicamentos que hace que los medicamentos falsificados suelan mantenerse dentro del mercado ilícito, y solo en raras ocasiones se ha producido su entrada en los canales legales de distribución y comercialización de medicamentos. En cualquier caso, los profesionales sanitarios deben conocer cuáles son los medicamentos más frecuentemente falsificados ya que pueden encontrarse ante las consecuencias en las personas que han estado expuestos a ellos: es fundamental estar adecuadamente formados a este respecto y saber educar y asesorar sanitariamente a los pacientes.

Algunas asociaciones profesionales –como la FIP (Federación Internacional de Farmacéuticos) o la Asociación Europea de Farmacéuticos Hospitalarios (AEFH)– han desarrollado algunas recomendaciones dirigidas a farmacéuticos para evitar el impacto de los medicamentos falsificados, tales como las siguientes: comprar los medicamentos a fuentes autorizadas; cuando se compra a distribuidores o importadores confirmar que los productos se compraron a fabricantes u otras fuentes confiables; advertir a los pacientes sobre los peligros de comprar medicamentos a través de internet; examinar los productos en busca de apariencia sospechosa; formarse e informarse sobre los riesgos de los medicamentos falsificados; monitorizar las alertas de productos sospechosos; trabajar conjuntamente con la industria farmacéutica y la administración para cerrar las brechas en la cadena de suministro; trabajar en la mejora de la trazabilidad de los medicamentos desde la prescripción a la administración; y reportar medicamentos sospechosos a las autoridades.

Insuficiencia renal aguda

Resumen

Se define como oliguria la eliminación de orina menor de 500 ml de orina en 24 h y como anuria, la eliminación de orina menor de 100 ml de orina en 24 h. Son dos trastornos en los que una de las causas más importantes es la insuficiencia renal aguda (IRA). Clásicamente, desde el punto de vista fisiopatológico, la IRA se divide en insuficiencia prerrenal, parenquimatosa y postrenal.
Detectar la clínica precozmente es muy importante para disminuir el daño renal, que en algunos casos puede ser irreversible.

Si la IRA es de origen prerrenal, el síntoma predominante es una disminución importante de la diuresis, que suele cursar con hipovolemia y los síntomas asociados a bajo gasto. Si la IRA es de origen parenquimatosa siempre se debe pensar en una necrosis tubular aguda por el compromiso renal tan importante que puede llegar a tener el paciente. Si la IRA es de orinen posrenal habrá que buscar siempre una causa obstructiva como primera opción. Para el diagnóstico son muy útiles los parámetros bioquímicos (sobre todo creatinina, excreción fraccionada de sodio) junto con técnicas de imagen, que permiten estudiar, clasificar y estadiar la IRA. El tratamiento de elección de la IRA se basa en la corrección de la causa subyacente inicial junto con un restablecimiento de la volemia para mantener un gasto cardiaco adecuado. En algunas ocasiones es necesario realizar un tratamiento de sustitución de la función renal a través de la terapia renal sustitutiva (hemodiálisis o diálisis peritoneal).

Por la frecuencia de estos trastornos en ciertos grupos poblacionales, como los ancianos, adquieren gran relevancia desde el punto de vista de la atención primaria. Se abordan en el presente artículo las principales consideraciones clínicas a tener presentes en su abordaje.

Introducción

Para determinar el buen funcionamiento renal se debe medir la diuresis, esto es, cuantificar la cantidad de orina eliminada por el paciente en 24 h. En condiciones normales, en una persona sana, el promedio de la excreción de orina puede rondar entre 1.200 a 1.500 ml en 24 h. El riñón juega un papel esencial mediante la dilución o la concentración de la orina para obtener una correcta diuresis. Estas cantidades pueden variar en función de la hidratación del paciente, así como de la temperatura ambiente o de otros procesos o enfermedades intercurrentes como la presencia de vómitos o diarrea; en general, existen diversas patologías renales o extrarrenales que pueden alterar la cantidad de orina excretada.

En función de la cantidad de orina excretada podemos definir distintos conceptos:

  • Oliguria: micción de escasa cuantía, con eliminación menor de 500 ml de orina en 24 h.
  • Anuria: eliminación menor de 100ml de orina en 24 h.
  • Poliuria: eliminación persistente mayor de 2.500 ml de orina en 24 h.

Además de las anteriores, dentro de las alteraciones de la micción podemos distinguir: estranguria (micción dolorosa), disuria (dificultad para la micción), polaquiuria (micción frecuente y escasa), retención de orina (imposibilidad para la micción), incontinencia (micción incontrolada e involuntaria) o enuresis (micción incontrolada nocturna).

Entre las alteraciones de la propia composición o aspecto de la orina se pueden detectar las siguientes: hematuria (presencia de sangre en la orina), hemoglobinuria (hemoglobina libre en la orina), piuria (presencia de pus en la orina), proteinuria (presencia de proteínas en cantidad superior de lo normal en la orina, esto es, más de 150 mg en 24 h) y quiluria (presencia de líquido linfático en la orina).

Existen distintos procesos patológicos que puede alterar la excreción de orina y hacer disminuir la eliminación de la misma por vía renal. La insuficiencia renal aguda es una de las más frecuentes de oliguria y/o anuria, y se caracteriza por la pérdida brusca de la función renal.

Insuficiencia renal aguda

En general, las distintas definiciones de insuficiencia renal aguda (en adelante, IRA) hacen referencia al descenso brusco y sostenido de la función renal y, por consiguiente, del filtrado glomerular. Como consecuencia de esta disminución, se produce un aumento de productos nitrogenados en la sangre y una alteración de la homeostasis interna del organismo. En muchas ocasiones la clínica predominante es la disminución del flujo urinario (oliguria) o ausencia de este (anuria).

Esta entidad debe ser tenida muy en cuenta por parte de los clínicos, ya que por su rápido desarrollo puede tener unos efectos irreversibles en el paciente, tales como la pérdida de nefronas en el riñón, lo cual puede condicionar alteraciones analíticas como hiperpotasemia, acidosis metabólica, etc.

Cuando se habla de una disminución inmediata de la función renal, esta alteración puede darse de manera aguda o abrupta (por causas obstructivas, por ejemplo), en horas, días o bien en semanas; si aparece en semanas, algunos autores lo consideran un proceso subagudo. Por otra parte, si la afectación renal se prolonga en el tiempo, aproximadamente más de 3 meses, se habla de insuficiencia renal crónica. En pacientes con alteraciones renales crónicas de largo tiempo de evolución también se puede desarrollar un proceso agudo que desencadene una IRA con patrones bioquímicos propios de un fracaso agudo renal.

Desde el año 2002 se ha intentado llegar a algún tipo de consenso alrededor de la insuficiencia renal aguda. Se desarrolló una primera clasificación RIFLE [Risk (riesgo), Injury (daño), Failure (fallo), Loss (pérdida prolongada de función renal) y End (fin irreversible de función renal)]. A continuación, se propuso otra clasificación, la AKIN (Acute Kidney Injury Netwok), para después llegar hasta las guías KDIGO (Kidney disease: improving global outcomes), que son las más empleadas en la actualidad. En la Tabla 1 se recogen los criterios diagnósticos diferenciales de las citadas clasificaciones.

Clasificación

Desde el punto de vista fisiopatológico la IRA se puede clasificar en 3 grupos: prerrenal (causada por una disminución del flujo sanguíneo renal y el tejido renal suele estar íntegro), parenquimatosa (existe alguna alteración en el parénquima renal) y obstructiva o posrenal (se interrumpe el flujo renal). Se exponen a continuación los distintos tipos de IRA, así como sus causas más frecuentes.

Insuficiencia renal aguda prerrenal: puede llegar a ser la causa en más del 70% de los casos adquiridos en la comunidad.

  • Hipovolemia verdadera:
    • Depleción de volumen intravascular por pérdidas: hemorragias, pérdidas digestivas (vómitos, diarreas), quemaduras, pérdidas renales (diuréticos, diabetes insípida).
    • Redistribución: hepatopatías, síndrome nefrótico, obstrucción intestinal, pancreatitis, peritonitis y desnutrición.
  • Hipovolemia efectiva:
    • Disminución del gasto cardiaco: shock cardiogénico, valvulopatías, miocarditis, infarto agudo de miocardio, arritmias, insuficiencia cardiaca congestiva, tromboembolismo pulmonar, taponamiento cardiaco.
    • Vasodilatación periférica: fármacos antihipertensivos, sepsis, hipoxemia, shock anafiláctico, tratamientos con IL-2 o interferón, síndrome de hiperestimulación ovárica.
    • Vasoconstricción renal: sustancias alfa-adrenérgicas, sepsis, inhibición de síntesis de prostaglandinas, síndrome hepatorrenal, hipercalcemia.
  • Alteración de mecanismos adaptativos renales:
    • Vasodilatación de la arteria eferente: inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina, antagonistas de los receptores de la angiotensina II.
    • Vasoconstricción de la arteria aferente: antiinflamatorios no esteroideos.

Insuficiencia renal aguda parenquimatosa: existe una alteración de las estructuras del parénquima renal glomerular, tubular, intersticial o vascular.

  • Obstrucción vasculorrenal: obstrucción de la arteria (embolia, trombosis, aneurisma, vasculitis) o de la vena renal (trombosis, compresión).
  • Enfermedades de los glomérulos o de la microvascularización renal: glomerulonefritis y vasculitis (estas, a su vez, pueden ser consecuencia de: síndrome hemolítico-urémico, púrpura trombótica trombocitopénica, coagulación intravascular diseminada, púrpura de Schönlein-Henoch, toxemia del embarazo, hipertensión maligna, nefritis por radiación, colagenosis).
  • Necrosis tubular aguda (es el motivo más frecuente):
    • Isquemia: hipovolemia, bajo gasto cardiaco, vasoconstricción renal, vasodilatación general.
    • Toxinas exógenas: contrastes yodados, fármacos (ciclosporina, aminoglucósidos, quimioterápicos, paracetamol), etilenglicol, metales.
    • Toxinas endógenas: mioglobina (rabdomiólisis), hemoglobinuria, mieloma múltiple.
  • Nefritis intersticial:
    • Fármacos: antibióticos, AINEs, diuréticos, IECA, ARA-II, alopurinol, cimetidina.
    • Infecciosa: endocarditis bacteriana, leptospirosis, pielonefritis aguda, citomegalovirus.
    • Infiltrativa: linfoma, leucemia, sarcoidosis, tuberculosis.
    • Idiopática.
  • Obstrucción intratubular: mieloma múltiple, hiperuricemia y fármacos (aciclovir, metotrexato, sulfamidas).
  • Rechazo del trasplante renal.

Insuficiencia renal aguda posrenal: debida a una obstrucción en cualquier nivel del tracto urinario.

  • Anomalías congénitas: vejiga neurógena, ureterocele, valvas uretrales posteriores.
  • Uropatías adquiridas: hipertrofia prostática benigna, litiasis, necrosis papilar.
  • Enfermedades malignas: neoplasias de próstata, vejiga, uretra, colon, mama, cérvix.
  • Fibrosis retroperitoneal: idiopática, por fármacos, traumática, iatrogénica, asociada a aneurisma aórtico.
  • Ginecológica no neoplásica: asociada a embarazo, endometriosis, prolapso uterino.
  • Nefropatía aguda por cristales: ácido úrico, sulfamidas, indinavir, aciclovir.
  • Infecciosas: tuberculosis, candidiasis, esquistomiasis, aspergilosis, cistitis bacteriana.

Aproximación clínica

La forma de presentación de la IRA es muy variable y dependiendo de la causa que lo produzca expresará una clínica u otra.
Si la IRA es de origen prerrenal, el síntoma predominante es una disminución importante de la diuresis, esto se suele acompañar de hipotensión arterial, ortostatismo o taquicardia. Todos estos síntomas son debidos a disminución del volumen circulante. En la exploración se pueden observar signos debidos a esta depleción de volumen como el signo del pliegue, sequedad de mucosas, etc.

En caso de persistir las causas que producen este tipo de insuficiencia renal, se puede desembocar en una entidad más grave denominada necrosis tubular aguda (NTA), la cual se caracteriza por la desaparición de las células tubulares epiteliales, con disminución muy importante de la función renal debido a factores hemodinámicos como la isquemia o procesos inflamatorios, y que conlleva la formación de cilindros tubulares. Aunque se da con frecuencia en IRA prerrenal, también puede aparecer como consecuencia de isquemia, exposición a medicamentos o productos nefrotóxicos, obstrucción tubular o toxinas producidas en situaciones de infección sistémica.

Entre las fases de la necrosis tubular aguda se distinguen:

  • Fase de iniciación: tiene una duración de horas o días y termina cuando empieza a existir lesión tubular.
  • Fase de extensión: en esta fase persiste la inflamación y disminución de aporte de oxígeno originando una serie de cambios en las membranas celulares con liberación de citoquinas y elementos tóxicos que conducen a una muerte celular.
  • Fase de mantenimiento y recuperación: en esta última fase se comienza una reparación celular, con un incremento de eliminación de orina y disminución de citoquinas, sustancias tóxicas y elementos proinflamatorios con mejoría de la función renal hasta su completa regeneración.

En el caso de la IRA parenquimatosa, la clínica depende fundamentalmente de la causa que lo produzca. Los pacientes pueden tener manifestaciones inespecíficas como fiebre, artralgias, náuseas y vómitos de forma general. Existe una triada clásica de manifestación en estos casos (exantema, fiebre, eosinofilia) pero solo se cumple en el 10% de los casos. La oliguria puede presentarse hasta en un 60% de los casos.

En pacientes con afectación glomerular (glomerulonefritis agudas y subagudas), la afectación que se observa con más frecuencia es el síndrome nefrítico (fracaso renal agudo con hematuria, proteinuria, edemas e hipertensión). Asimismo, se suelen acompañar de síntomas sistémicos como anorexia, fiebre, pérdida de peso, artralgias o hemoptisis. En otras ocasiones, puede haber manifestaciones en otros órganos debidos a la toxicidad o hipersensibilidad causada por la destrucción de nefronas. Puede haber afectación hepática con elevación de transaminasas o bilirrubina, alteraciones a nivel hematológico con anemia hemolítica o de trastornos crónicos.

En las situaciones en las que la IRA parenquimatosa es debida a enfermedades sistémicas el cuadro con el que debutan los pacientes es el de la enfermedad de base y la sintomatología renal se añade al cuadro principal. En aquellos procesos que afectan a los troncos arteriales, como enfermedad ateroembólica, se pueden presentar signos cutáneos como livedo reticularis o microinfartos, petequias, equimosis o hemorragias intestinales.

Si la IRA es de origen obstructivo o IRA posrenal se produce de forma automática un proceso de oliguria o anuria brusco. Los pacientes refieren disminución del calibre y cantidad de la diuresis, así como disminución del ritmo miccional; también refieren disuria y en algunas ocasiones poliuria e incontinencia miccional debido a diuresis por rebosamiento. Si la IRA permanece en el tiempo, se producen alteraciones metabólicas e hidroelectrolíticas que pueden empeorar el pronóstico; estas alteraciones pueden ser hiperpotasemia, acidosis metabólica, hiponatremia o sobre carga de volumen. Ya de por sí la IRA tiene una elevada tasa de mortalidad, por lo que, si además se acompaña de estas alteraciones metabólicas, la gravedad del cuadro es mayor.

En la exploración física podemos encontrar datos de aumento de peso, edemas periféricos, signos de enfermedad sistémica (artralgias, astenia, mialgias) o disnea. Dependiendo del origen de la insuficiencia se pueden observar distintos signos en la exploración. Por ejemplo, si la causa es de origen prerrenal por depleción de volumen el paciente suele manifestar tensiones arteriales bajas. En otras ocasiones se puede observar hematuria o dolor lumbar que puede sugerir un patrón obstructivo en la arteria renal.

Aproximación diagnóstica

Para determinar el nivel de alteración renal, así como la causa y la rapidez de instauración de la patología, es necesario determinar la función renal a través de los parámetros bioquímicos obtenidos en un análisis de orina y sangre. Se deben obtener fundamentalmente valores de creatinina, electrolitos (sodio, potasio, calcio, fosforo), niveles de nitrógeno ureico en sangre o cistina C, entre otros. Las guías KDIGO o RIFLE utilizan estos parámetros para hacer una aproximación diagnóstica.

El mejor indicador de la función renal es la tasa de filtrado glomerular (TFG). que se calcula por el aclaramiento de marcadores de filtración (creatinina o cistina C) o por estimación a través de los niveles séricos de estos mismos marcadores. Clásicamente, se utilizan dos fórmulas para el cálculo de la TFG: la de Cockcroft y Gault, “Modification of Diet in Renal Disease” (MDRM), y la de “Chronic Kidney Disease Epidemiology Collaboration” (CKD-EPI).

Otros valores analíticos que se deben obtener para determinar la causa de la IRA (Tabla 2) son los niveles de nitrógeno urémico en sangre (BUN) y creatinina, excreción fraccionada de sodio, hemogramas para determinar si hay infección o anemia y osmolaridad urinaria, que nos permite determinar también el origen prerrenal o parenquimatoso del proceso.

En aquellos pacientes que toman medicación para la insuficiencia cardiaca o insuficiencia renal crónica –por ejemplo, diuréticos del asa–, la excreción fraccionada de sodio puede ser inferior al 15%. Es recomendable en estos pacientes emplear otro parámetro bioquímico, como la excreción fraccionada de urea, que permite discriminar mejor el origen de la IRA.

Por otra parte, en la orina (Tabla 3) también se deben cuantificar los valores de creatinina, sodio, potasio, cloro y calcio. Estos valores nos permiten obtener la excreción fraccionada de sodio que puede determinar el origen de la IRA (prerrenal vs otras etiologías).
En aquellos pacientes con disminución brusca de la diuresis siempre hay que pensar en un origen posrenal, debiéndose descartar esta entidad en aquellos enfermos que padezcan hipertrofia o cáncer de próstata, linfomas o enfermedades retroperitoneales.


Para el diagnóstico se siguen utilizando los valores de creatinina y el volumen de diuresis en aquellos pacientes con sospecha clínica. No obstante, existen una gran cantidad de biomarcadores de daño renal que pueden ser más sensibles y específicos como, por ejemplo: NGAL (neutrophil gelatinse- associated lipocalin), KIM 1 (Kidney injury molecule-1), L-FABP (Liver fatty acid-binding protein), IL-18 (interleucina 18), Cistina C o IGFBP7 Y TIMP-2 (Tissue inhibitor of metalloproteinase-2 y IGF-binding protein).

Pruebas de imagen

  • Ecografía abdominal: es una técnica de muy fácil acceso, que permite hacer un diagnóstico diferencial rápido, convirtiéndose en la técnica de elección para ver la dilatación de la pelvis renal y la obstrucción. Si se demuestra la existencia de riñones disminuidos de tamaño o con grandes quistes que compriman el parénquima renal, nos podemos encontrar con una insuficiencia renal crónica reagudizada. Si se observa una vía excretora dilatada, debemos sospechar una causa obstructiva.
  • Otras técnicas: se puede usar la radiografía simple de abdomen (permite identificar cálculos radiopacos), pero hay otras técnicas de imagen, como la pielografía, URO-TAC, URO-RNM, son pruebas más específicas y se deben realizar cuando el proceso no se resuelve y no se puede filiar bien la etiología del proceso.

Otras pruebas

  • Test serológicos: la determinación de anticuerpos como los anticitoplasma de neutrófilos (ANCA) pueden estar asociados a vasculitis de pequeño vaso con afectación renal. Los anticuerpos antinucleares (anti-DNA, anti-Scl70 y anti RNA polimerasa) apoyan al diagnóstico de enfermedades sistémicas como el lupus eritematoso sistémico.
  • Análisis de proteínas: la determinación de cadenas ligeras en la orina y electroforesis en plasma nos puede indicar alteraciones a nivel sanguíneo como por ejemplo mielomas o anemias de origen desconocido.
  • Análisis microbiológicos: los hemocultivos y urocultivos sirven para detectar infecciones con afectación renal, como por ejemplo legionelosis, enterobacterias, legionela, etc.
  • Biopsia renal: es una práctica que se realiza de forma percutánea con control ecográfico y dirigida a través de una guía. Está indicada en aquellas situaciones en las que se desconoce la causa de IRA y se han descartado las patologías prerrenal y posrenal.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, la Figura 1 presenta un algoritmo diagnóstico aceptado para la insuficiencia renal aguda.

Aproximación terapéutica

Cuando se sospecha una insuficiencia renal aguda, lo primero que se debe realizar es una valoración del estado hemodinámico del paciente y actuar sobre la causa subyacente. Así, ante pacientes con sospecha de IRA debemos observar las siguientes líneas de actuación: buscar la causa, optimizar el gasto cardiaco y la volemia del paciente, retirar aquellos fármacos que tengan potencial nefrotóxico, ajustar un balance hídrico adecuado a cada paciente, así como intervenir en la dieta del paciente para prevenir la eliminación por vía renal de productos tóxicos.

En el fallo prerrenal que normalmente va asociado a cierto grado de deshidratación, es conveniente administrar suero fundamentalmente de tipo cristaloide. El más usado es el suero salino fisiológico isotónico (suero salino al 0,9%), aunque en ciertas pérdidas gastrointestinales hipotónicas es recomendable usar el suero salino al 0,45% o una combinación de salino y glucosado. En caso de existir una hemorragia importante que cause hipovolemia, se debe realizar una transfusión de concentrado de hematíes.
De igual modo, controlar la presión sanguínea y el volumen circulante –para mantener el gasto cardiaco– es una medida importante para evitar una isquemia renal y el deterioro de la función renal. En pacientes de riesgo con patologías como insuficiencia renal crónica, o patología cardiaca estas medidas son muy importantes.

Si la etiología se debe a una infección es muy importante iniciar un tratamiento con antibióticos de una manera empírica que cubra gram negativos lo antes posible. Los pacientes con sepsis deben ser tratados y evaluados en urgencias, donde los equipos actúen con rapidez para impedir el deterioro progresivo de la función renal.

En la IRA parenquimatosa por necrosis tubular aguda se han utilizado distintos tratamientos con escaso éxito, por lo que el tratamiento sigue siendo un correcto mantenimiento del equilibrio electrolítico, así como la prevención de las complicaciones. Por otro lado, si la causa es obstructiva (IRA posrenal), el tratamiento se dirige a la resolución de la obstrucción; aunque en algún paciente se ha señalado la nefrostomía percutánea, el sondaje vesical puede ser una opción temporal.

El uso cuidadoso de los medicamentos es muy importante en el tratamiento de la IRA. Se debe utilizar un número reducido de fármacos con la menor toxicidad posible. Se deben evitar productos nefrotóxicos como AINEs/inhibidores de la ciclooxigenasa-2, aminoglucósidos, diuréticos de asa, metformina, antivirales como aciclovir, IECA y ARA-II sobre todo si los pacientes van a ser sometidos a técnicas de imagen con contraste. Se puede plantear el uso de diuréticos en aquellos pacientes con una volemia normal y con una buena tensión arterial.

Si las medias anteriores son insuficientes, se plantea el tratamiento sustitutivo renal. Aunque no existen unas indicaciones claras, hay un consenso generalizado según el cual se debe comenzar con este tipo de tratamiento en aquellos pacientes con oliguria menor de 200 ml en 12 h, anuria, edema pulmonar refractaria a tratamiento, hiperpotasemia mantenida mayor de 6,5 mEq/l, acidosis metabólica grave, encefalopatía, neuropatía y pericarditis.

Los tipos de tratamiento sustitutivo son los siguientes:

  • Diálisis peritoneal: se suele utilizar en pacientes con insuficiencia renal crónica terminal, aunque tiene una contraindicación importante como es el antecedente de intervención quirúrgica previa. Tiene su utilidad, por tanto, en pacientes pediátricos y en países sin recursos económicos.
  • Hemodiálisis: la más utilizada es la hemodiálisis intermitente que elimina los solutos y realiza una filtración con eliminación de volumen de una manera rápida y eficaz. El principal efecto secundario es la hipotensión sintomática, por lo que en algunos pacientes se tiene que suspender esta técnica. Hoy en día también se utiliza aquellas hemodiálisis de terapia continua de depuración extrarrenal, las cuales consisten en terapias que suelen durar unas 24 h, y en las que la ultrafiltración se puede juntar con difusión, convección o adsorción de solutos.

Quo vadis, scientia?

Resumen

El método científico, a pesar de no ser uniforme, siempre se fundamenta en la retroalimentación permanente entre teoría y experimento, unidos a través de la medición y los resultados. La ciencia moderna está sujeta a una rápida y continua evolución, ampliando y diversificando sus métodos de forma vertiginosa, haciéndose cada vez más multidisciplinar, interdisciplinar y transdisciplinar, lo que implica el empleo de técnicas, unidades y terminologías que no siempre son coherentes ni directamente inteligibles entre ellas. Además, cada vez más frecuentemente, los datos primarios –raw data– y los procedimientos experimentales son deliberadamente ocultados o deformados por intereses espurios. Solemos confundir la capacidad de predecir con el poder de comprender, y el crecimiento exponencial de un “big data” controlado por intereses está acrecentando esta brecha entre predictibilidad y comprensibilidad, lo que amenaza con volar por los aires todo el proyecto científico. Afirmar que dos mecanismos biológicos son diferentes por el simple hecho de ignorar su significado profundo es una forma de estafa intelectual; la ignorancia no es –no debiera ser– un argumento epistemológico. Por ello, revisar aquello que ya creíamos saber es una forma inteligente no solo de conocer dónde nos equivocamos anteriormente, sino también de apreciar aquel conocimiento que no supimos reconocer con anterioridad y que nos ayudará a enlazar diversas áreas que estaban alejadas entre sí solo aparentemente.

La pandemia provocada por el SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, ha trastocado muchos de los objetivos de la investigación biomédica básica y clínica y, con ello, la progresión del conocimiento y la prestación de atención preventiva, diagnóstica y terapéutica en otros ámbitos de la salud, tanto humana como animal y ambiental. Y, para colmo, muchos gobiernos mintieron u ocultaron deliberadamente información epidemiológica muy relevante; por ello, tenemos que responsabilizar a los políticos; porque si no, perderemos la oportunidad de estar mejor preparados para la próxima vez. Los datos asustan, pero deberían servir para establecer prioridades políticas a los gobiernos. ¿Pero están preparados para ello? Ideas no faltan; el problema es que las soluciones no son sencillas porque requieren fuertes intervenciones en diversos ámbitos y países, y porque no son muy populares, pero deberíamos aprovechar que la ciencia muestra en general un nivel de credibilidad muy superior a cualquier otro método de conocimiento. Los gobiernos de los países desarrollados disponen de científicos, técnicos y asesores expertos que pueden facilitar y racionalizar la gestión; sin embargo, las decisiones están en manos de muy pocas personas, políticos generalmente con poca –o ninguna– formación científica que desoyen muchas veces las recomendaciones razonadas de sus asesores y técnicos especializados. Por ello, sería necesario fortalecer la alfabetización científica, tanto en el público como en el liderazgo político, y comunicar las advertencias y los límites de la ciencia de manera honesta y transparente y, al mismo tiempo, potenciar la presencia social de la comunidad científica para reducir su imagen elitista.

Introducción

¿Hacia dónde va la ciencia hoy? Quizá esta pregunta pueda parecer ociosa, vista la respuesta científica frente a la pandemia provocada por el SARS-CoV-2. Sin duda, ha respondido de forma fulminante, ya que en menos de un año ya se habían investigado, desarrollado y fabricado no solo una sino varias vacunas efectivas, al menos en términos de reducción de la mortalidad y de la prevención de cuadros graves, aunque –también sin duda– con riesgos y limitaciones. Y ha sido una respuesta –una vez más, sin duda– extraordinariamente exitosa en términos sanitarios, ya que se estima que hasta el momento (julio de 2022) el empleo de las vacunas frente a la COVID-19 ha evitado 20 millones de muertes, si bien es cierto que las grandes beneficiarias han sido las poblaciones de los países ricos (Watson, 2022).

Sin embargo, la expresión “sin duda” –que hemos empleado deliberadamente– es claramente inapropiada en el ámbito de la ciencia y, en general, del conocimiento. De hecho, si hay un término que caracteriza especialmente al conocimiento científico, ese es precisamente la DUDA (con mayúsculas).

La duda es un elemento epistémico de primer orden; es su soporte estructural y lo que le da sentido. Podríamos decir que la duda es a la mente lo que la autoconciencia es a la vida, porque ni la filosofía ni la ciencia se habrían desarrollado si no existiese la duda. La duda inyecta vida a nuestras convicciones, por eso los miedosos y los fanáticos se quedan tras la barrera protectora de cualquier falsa certidumbre, viendo correr la vida a las afueras de sus conciencias. “La vida es duda, y la fe sin la duda es solo muerte”, decía Miguel de Unamuno.

Quien duda, se esfuerza en pensar; pero quien duda y no emprende la búsqueda acaba en el escepticismo, sesteando en actitud de fingida dignidad intelectual. Porque la duda es una posición dinámica y madura, una consecuencia de la comprensión de que pueden existir diferentes opciones o explicaciones para un fenómeno y ninguna de ellas es, con toda seguridad, la última; lo único indudable para el que duda es que es imposible no dudar.

El valor de una pregunta se mide por el número y la relevancia de las nuevas preguntas que suscita su respuesta, porque la duda siempre permite dar una vuelta más a la tuerca del conocimiento, liberándonos de la tiranía de la costumbre de inventar respuestas fáciles a preguntas que siempre son difíciles. La duda es sobre todo búsqueda de la verdad, aunque en realidad el que duda ya ha conseguido encontrarse con ella, al menos como posibilidad.

Ciencia, como teoría y experimento

El método científico, a pesar de no ser uniforme, siempre se fundamenta en la retroalimentación entre teoría y experimento; de hecho, es este último –el experimento– lo que diferencia al método científico de otras formas rigurosamente racionales y sistemáticas de conocimiento, como la metafísica o la historia. Por tanto, la ciencia no se basa solo en deducciones teóricas ya que, por muy bien construida que esté una formulación matemática, no demuestra por sí misma la realidad del fenómeno modelizado. Fuera de la evidencia experimental, la ciencia entra en la desnuda especulación y ahí está obligada a ceder el testigo a la metafísica, que tiene la obligación –y el derecho– de plantearse preguntas que la ciencia tiene el derecho –y la obligación– de ignorar.

En resumen, la utilidad de la ciencia como pretensión de observación y explicación racional de la realidad solo alcanza hasta donde llegan sus pretensiones legítimas de conocimiento experimental. Por ello, es difícil no estar de acuerdo con Richard Feynman, Premio Nobel de Física, quien aseguraba que “el experimento es el único juez de la verdad científica”. El problema es que, como decía Sydney Brenner, Premio Nobel de Medicina, “nos estamos ahogando en un mar de datos y, sin embargo, estamos hambrientos de conocimiento».

La experimentación no siempre ocupa el mismo lugar cronológico en la evolución del conocimiento científico. Einstein formuló la teoría de la relatividad sentado en su despacho de la oficina de patentes de Berna (Suiza) y de forma prácticamente exclusiva a partir de conceptos teóricos. No resolvió casi ningún problema experimental; de hecho, tuvieron que pasar varios años hasta que llegase la primera confirmación empírica de sus predicciones teóricas. El desarrollo de la mecánica cuántica, en cambio, les vino impuesto a los teóricos por los impactantes resultados de los experimentos; podríamos decir que ningún científico teórico en su sano juicio habría desarrollado la mecánica cuántica sin verse forzado a ello por los datos experimentales (Cuéllar, 2022).

La epistemología tiene como objeto el origen, la naturaleza y la validez del conocimiento científico o –en otras palabras– qué valor tienen, cómo se generan y cómo se validan los conocimientos proporcionados por la ciencia. Por ello, la medición es una parte esencial de la ciencia; uno de sus sellos distintivos, una fuente primaria de conocimiento y, al mismo tiempo, el imprescindible nexo de unión entre la teoría y la experimentación, en un proceso complejo mediante el que ambos se complementan y retroalimentan recíprocamente de forma continua.

¿Pero, qué significa “medir”? Básicamente, designa el proceso por el que se interacciona con un sistema con el objetivo de representar alguno de sus aspectos mediante términos abstractos (clases, números, vectores, etc.) o que tienen un carácter meramente ideal (paciente promedio, etc.), estableciendo referencias comunes que permitan ser comparadas con un patrón prefijado y acotado por márgenes de incertidumbre predeterminados (Cuéllar, 2021).

La ciencia moderna está sujeta a una rápida y continua evolución, ampliando y diversificando sus métodos de forma vertiginosa. Podemos decir, por tanto, que cada vez es más multidisciplinar porque exige la participación de áreas cada vez más diversas de conocimiento; también es más interdisciplinar, ya que combina esas áreas para alcanzar objetivos compartidos y, además, las conecta matemática y metodológicamente; y esto significa que también es cada vez más transdisciplinar. Tal multitud y diversidad de disciplinas científicas interconectadas implica el empleo de técnicas, unidades y terminologías que no siempre son coherentes ni directamente inteligibles entre ellas. Y ello hace que algunas mediciones no se validen de la manera adecuada. A esto cabe agregar que, en determinadas ocasiones, los datos primarios o “en bruto” –raw data– son sometidos por intereses espurios a ciertos procedimientos intencionadamente sesgados de refinado estadístico –cocinado– que desvirtúan el resultado real.

Entender no es lo mismo que comprender

Nadie puede negar que la teoría química funciona excepcionalmente bien al ser transpuesta al ámbito empírico. Pero, como admiten muchos de sus más reconocidos especialistas, incluyendo varios Premios Nobel, la química está, de hecho, entretejida de ficciones tan convenientes como cuestionables, como son la electronegatividad, el estado de oxidación, el tautomerismo o la acidez (Ball, 2011); en este sentido, decía Roald Hoffmann –Premio Nobel de Química– que cualquier definición rigurosa del enlace químico está condenada a ser empobrecedora; “vale la pena divertirse con la riqueza difusa de la idea”. Y es que, a pesar de contar con impresionantes instalaciones de investigación científica, seguimos sin saber exactamente qué son la energía, la materia, el espacio y el tiempo. Como ocurre con la química, los físicos también reconocen su frustración al no saber qué es, en realidad, una partícula elemental (Wolchover, 2020).

Con frecuencia confundimos predictibilidad con comprensibilidad porque, aunque la ciencia nos ofrece una imagen de que el mundo puede ser bastante predecible, eso no significa necesariamente que sea del todo comprensible. De hecho, nada impide –en principio– que dos hipótesis o modelos científicos diferentes puedan ser coherentes con un mismo conjunto de datos u observaciones. Ante esta dificultad ontológica, muchos científicos prefieren tirar “por la calle de en medio” y centrarse en lo único que dominan de la ciencia: su formidable predictibilidad. En este sentido, David Mermin –un prestigioso físico de la Universidad de Cornell– afirmaba en 1989 que «si me viera obligado a resumir en una frase lo que me dice la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, sería: ¡Cállate y calcula!”. Es decir, deberíamos contentarnos con una interpretación instrumentalista –un formalismo matemático puramente simbólico– que funcione: no importa que la teoría no represente la realidad, en tanto que permita encajar adecuadamente los resultados de los experimentos.

Con frecuencia, identificamos la capacidad de predecir con el poder de comprender; de hecho, es habitual confundir el indeterminismo con la imprevisibilidad. Sin embargo, el indeterminismo o incertidumbre es una propiedad ontológica, relativa a la esencia de las entidades y los fenómenos, mientras la previsibilidad es una propiedad epistémica, es decir, relativa a la capacitación para llegar a medirlos –encajarlos– en su entorno. Un fenómeno caótico como el clima puede ser muy difícil de prever o incluso ser imprevisible en la práctica, por la extrema dificultad metodológica de su estudio a partir del número y la naturaleza de las causas y de los factores implicados, pero eso no significa que sea un proceso intrínsecamente incierto. La incertidumbre define el carácter íntimo de un fenómeno real, no la forma ni la complejidad a través de las que puede llegar a ser conocido por nosotros.

El crecimiento exponencial del “big data” está acrecentando esta brecha entre predictibilidad y comprensibilidad hasta el punto de que el vínculo entre la comprensión y la predicción parece haber dejado de ser válido. Los modelos matemáticos, alimentados por monstruosas cantidades de datos de origen muy diverso, proporcionan predicciones cuasi-milagrosas pero, al mismo tiempo, nos ocultan la explicación hasta el punto de llevarnos a pensar que la razón llega a ser prácticamente innecesaria, siempre que los resultados obtenidos merezcan la pena.

La brecha entre predictibilidad y comprensibilidad amenaza con volar por los aires todo el proyecto científico, debido a que parece que hemos llegado a un límite en el que la comprensión y la predicción se están desalineando (Krakauer, 2022). Es el delicado equilibro entre la comprensión del significado de la realidad (la ontología, el conocimiento profundo de la naturaleza del mundo) y la predicción de las manifestaciones de la realidad (la epistemología, el dominio del proceso mediante el que adquirimos conocimiento), lo que permite optimizar nuestra comprensión y nos lleva a apreciar nuevas características, facultándonos para formular nuevas leyes fundamentales de la realidad que, a su vez, permiten hacer nuevas predicciones que deberán ser confirmadas o refutadas en un proceso infinitamente reiterado.

¿Es científica la investigación clínica?

La pregunta parece absurda –incluso insultante– para un investigador clínico.

El gran reto de la investigación clínica –aquello que la hace particularmente problemática desde una perspectiva científica– es tratar de objetivar fenómenos que, casi siempre, son esencialmente subjetivos, como el dolor o la depresión, y ensamblarlos con otros que, estos sí, pueden ser más fácilmente parametrizados.

El motivo de esta dificultad especial es que el sujeto de la investigación es el ser humano, considerado tanto individual como colectivamente, lo que implica la condición de persona pensante (que es consciente de su existencia y de sus motivos y objetivos), emocional (que responde a partir de estados mentales o de actitudes), moral (que se rige por principios que supeditan su comportamiento personal) y social (que es consciente y partícipe de su relación con otras personas y colectivos). Todo ello, entre otros factores, multiplica la incertidumbre de las respuestas y obliga a extremar las exigencias metodológicas y éticas del científico responsable de la investigación clínica.

Si bien se puede lograr una medición precisa en el laboratorio de parámetros bioquímicos, estos han debido ser previamente correlacionados de forma biunívoca y precisa con algún elemento de la salud humana. Pero esto representa solo la parte “fácil” de la investigación clínica.

¿Qué es el bienestar? ¿Según qué estándares podemos llamar a una población saludable? La inconstancia y la contingencia de la medición deja mucho espacio para que los valores y las motivaciones de los profesionales den forma –para bien o para mal– a los resultados del proceso de medición (Valles, 2020). Por otro lado, es evidente que desconocemos muchas de las variables que podrían afectar a los resultados de un experimento clínico y esperamos –un poco “mágicamente”– que la aleatorización de la muestra distribuya de forma equitativa los posibles “factores de confusión”, es decir, los numerosos aspectos no considerados en el diseño de un estudio clínico.

¿Es objetivable el nivel de comprensión de cada paciente sobre lo que le pregunta el observador clínico? ¿Lo es la capacidad del paciente para expresar lo que él experimenta en cada momento? ¿Cómo interpretar resultados que proceden de combinar datos subjetivos de múltiples pacientes? ¿Es la aleatorización de grandes series de pacientes una respuesta científicamente rigurosa? ¿Tiene sentido hablar de “paciente promedio”?

En resumen: ¿Hasta qué nivel –si es que lo hay– podemos objetivar (es decir, cuantificar sistemáticamente) sensaciones e interpretaciones subjetivas, como el dolor, la pérdida de motivación o una alucinación visual?

Nuevas estrategias para viejos problemas

Pleiotropismo –pleiotropía– es un término que indica que un mismo gen es responsable de múltiples acciones, ya sean sintéticas o regulatorias; por extrapolación, este mismo término se aplica a los medicamentos –pleiotropismo farmacológico– que son capaces de ejercer diversas actividades farmacológicas, aparentemente no relacionadas entre sí. Un ejemplo característico es el de las “estatinas”, que poseen atributos farmacológicos o terapéuticos más allá de su potente acción hipolipemiante; entre ellos pueden citarse diversas actividades ateroprotectoras, como mejorar la disfunción endotelial, inhibir la inflamación vascular, inhibir la trombosis y disminuir el estrés oxidativo (Mennickent et al., 2008).

Otro ejemplo paradigmático de pleiotropismo farmacológico es el de la metformina, un fármaco esencial para el tratamiento de la diabetes mellitus tipo 2, que ha mostrado cierto grado de efectividad en el tratamiento de dermatosis inflamatorias tales como el acné, hidrosadenitis supurativa, psoriasis y dermatitis de contacto. Además, en pacientes con dermatosis relacionadas con endocrinopatías tales como el hirsutismo, la acantosis nigricans y los xantomas eruptivos, el tratamiento con metformina ha mostrado efectividad, al igual que en el melasma. Por si fuera poco, presenta propiedades antitumorales frente al carcinoma basocelular, carcinoma espinocelular y melanoma; incluso se ha propuesto como un fármaco con propiedades antienvejecimiento cutáneo y favorecedoras de la cicatrización (Monte et al., 2022).

Podríamos citar otros muchos ejemplos de esta peculiar forma de “multipropiedad farmacológica”. De hecho, la investigación y desarrollo de nuevas indicaciones para antiguos medicamentos es extraordinariamente activa y, posiblemente, lo sería más si la regulación de patentes y la cobertura del registro de medicamentos fuese más halagüeña para los intereses económicos de los patrocinadores de la investigación. Con todo, en los seis primeros meses de 2022, el Comité de Medicamentos de Uso Humano (Committee for Medicinal Products for Human Use, CHMP) de la Agencia Europea de Medicamentos (European Medicines Agency, EMA), ha dictaminado favorablemente la extensión de las indicaciones terapéuticas oficialmente aceptadas a 44 medicamentos previamente registrados en la Unión Europea, mientras que dictaminó favorablemente la propuesta de autorización de solo 23 medicamentos que incluyen nuevos principios activos, junto con la de otros 25 nuevos medicamentos genéricos y biosimilares. Es decir, por cada medicamento nuevo –no genérico ni biosimilar– el CHMP ha dictaminado favorablemente dos nuevas indicaciones terapéuticas para “viejos” medicamentos (EMA, 2022).

Ciertamente, no todas las nuevas indicaciones autorizadas para medicamentos ya autorizados pueden considerarse completamente nuevas. Frecuentemente, se trata de extensiones de una misma indicación para determinados grupos de edad y en otros casos son nuevas indicaciones que están estrechamente relacionadas con las previamente autorizadas (subvariedades oncológicas, por ejemplo); de hecho, en ocasiones, podríamos considerar que alguna nueva indicación es, en realidad, una “orfanización” resultante de la fragmentación injustificada de una indicación más amplia, lo que implica una estrategia “pirata” de registro de medicamentos, con el fin de alargar la duración de la cobertura legal de exclusividad de comercialización de un medicamento.

Todo esto nos lleva a preguntar por el origen de esa supuesta multiplicidad de actividades farmacológicas potencialmente útiles en medicina. ¿Pleiotropismo farmacológico o simple –pero conveniente– ignorancia? Cuando se analizan en profundidad los mecanismos bioquímicos de las diversas acciones “pleiotrópicas” de un mismo fármaco, acaban por mostrar un origen común o ser estrechamente interdependientes. Atribuir mecanismos diferentes a dos o más actividades biológicas debería implicar que tales mecanismos son muy conocidos y, por tanto, que la diferencia es contrastable en términos objetivos. Afirmar que dos mecanismos biológicos son diferentes por el simple hecho de ignorar su significado profundo es una forma de estafa intelectual; la ignorancia no es –no debiera ser– un argumento epistemológico.

Con todo, revisar –someter algo a nuevo examen para corregirlo, enmendarlo o repararlo, según la Real Academia Española– aquello que creíamos saber es una forma inteligente no solo de conocer dónde nos equivocamos anteriormente, sino también apreciar aquel conocimiento que no supimos reconocer con anterioridad. Pero, además, nos ayudará a enlazar diversas áreas del conocimiento aparentemente alejadas entre sí, porque lo aparente en ciencia es muchas veces sinónimo de trampa mortal. Veamos algunos ejemplos significativos.

¿Un fármaco antirretroviral para revertir el deterioro cognitivo asociado a la edad? Un reciente estudio (Shen et al., 2022) muestra que un aumento relacionado con la edad en la expresión neuronal del co-receptor de quimiocinas de tipo 5 (CCR5) y su ligando específico (CCL5) conduce a deficiencias en la vinculación de la memoria en ratones de edad avanzada, lo que podría revertirse con la desactivación de CCR5 mediante la administración de un fármaco que está actualmente utilizándose en el tratamiento de la infección por VIH. El maraviroc (Celsentri®) actúa, en esta indicación, uniéndose selectivamente y bloqueando al CCR5, impidiendo la entrada en las células del VIH-1 que presentan tropismo CCR5. Sin embargo, más allá de ser un correceptor necesario para la infección por el VIH, el CCR5 también contribuye a la movilidad de distintos tipos de leucocitos, incluyendo los linfocitos T CD4+ necesarios para generar respuestas inmunitarias potentes tanto a nivel celular como en la producción de anticuerpos.

Los recuerdos del mundo real se forman en un contexto particular y, a menudo, no se adquieren ni se recuerdan de forma aislada. De hecho, el tiempo es una variable clave en la organización de los recuerdos, ya que es más probable que los eventos que se experimentan próximos en el tiempo se asocien significativamente, a diferencia de los que se experimentan con un intervalo más largo; sin embargo, no está claro cómo el cerebro separa los eventos que son temporalmente distintos. El estudio mencionado ha probado que la expresión retardada de CCR5 en las neuronas CA1 dorsales de ratón resulta en una disminución de la excitabilidad neuronal, que a su vez regula negativamente la asignación de memoria neuronal, reduciendo así la superposición de memorias. Reducir esta superposición afecta a la capacidad de una memoria para activar la recuperación de la otra y, por lo tanto, cierra la ventana temporal para la vinculación de memorias, sugiriendo que este deterioro podría revertirse con la desactivación de CCR5 mediante el maraviroc, que inhibe este receptor. Una bonita posibilidad que ya veremos si se cumple en seres humanos.

¿Podremos controlar la enfermedad de Alzheimer, la obesidad, la osteoporosis y la dislipidemia mediante un único fármaco, un simple bloqueante de la hormona folículo-estimulante (FSH)? Se ha constatado que la enfermedad de Alzheimer tiene una mayor incidencia en las mujeres posmenopáusicas, mostrando un incremento del deterioro cognitivo que sigue a la adiposidad visceral, la desregulación de la homeostasis energética y la pérdida ósea. Por otro lado, hay datos contrastados que muestran que la inhibición de la actividad de la hormona folículo-estimulante (FSH) reduce la grasa corporal, mejora la termogénesis, aumenta la masa ósea y reduce el colesterol sérico en animales de experimentación (ratones).

Todo lo anterior ha llevado a un grupo de investigadores (Xiong et al., 2022) a estudiar el papel de la FSH sobre el cerebro y, especialmente, sobre las neuronas cuyo deterioro se asocia más claramente con la génesis y evolución de la enfermedad de Alzheimer, comprobando en ratones que la FSH actúa directamente sobre las neuronas corticales y del hipocampo, acelerando la deposición de las proteínas tau y beta amiloide, y afectando a la cognición de forma similar a la observada en modelos animales de la enfermedad de Alzheimer. De hecho, el bloqueo de la acción de la FSH en estos ratones anuló el desarrollo de un fenotipo similar a la enfermedad de Alzheimer, al inhibir la vía neuronal C/EBPβ-δ-secretasa. Como apuntan los autores del estudio, sus resultados no solo sugieren un papel causal del aumento de los niveles séricos de FSH en la fisiopatología de la enfermedad de Alzheimer durante la menopausia, sino que también revelan una oportunidad para tratar la enfermedad de Alzheimer, la obesidad, la osteoporosis y la dislipidemia con un único agente bloqueador de la FSH.

Otro grupo de investigadores (Badrinath et al., 2022) han propuesto una estrategia innovadora en vacunas anticancerosas: atacar a los tumores resistentes mediante una acción doble coordinada de linfocitos T y células asesinas naturales (Natural Killer, NK); es decir, una vacuna anticancerosa que induce un ataque coordinado por diversas poblaciones de linfocitos T y células NK, superando las limitaciones presentes en la mayoría de las vacunas anticancerosas actualmente empleadas.

Hasta ahora, la mayoría de las vacunas anticancerosas empleadas están dirigidas hacia antígenos peptídicos, lo que requiere la personalización de la vacuna debido a la gran diversidad interindividual en las moléculas del complejo mayor de histocompatibilidad (MHC) que presentan péptidos a los linfocitos T; además, los tumores escapan con frecuencia a la inmunidad mediada por linfocitos T a través de mecanismos que interfieren con la presentación de péptidos. Frente a ello, el candidato ahora presentado se dirige a las proteínas MICA y MICB (MICA/B) expresadas por muchos cánceres humanos como resultado del daño experimentado en el ADN. Ambas moléculas (MICA/B) sirven como ligandos para la activación del receptor NKG2D en los linfocitos T y las células NK, aunque los tumores tienden a evadir el reconocimiento inmunitario mediante la escisión proteolítica de MICA/B. Sin embargo, según los autores del estudio, los anticuerpos inducidos por la nueva vacuna aumentan la densidad de las proteínas MICA/B en la superficie de las células tumorales, inhibiendo precisamente su eliminación proteolítica y mejorando la presentación de antígenos tumorales por parte de las células dendríticas a los linfocitos T, lo que redunda en un incremento de la función citotóxica de las células NK. Como resaltan los investigadores, esta vacuna mantiene la eficacia contra los tumores deficientes en MHC de clase I resistentes a los linfocitos T citotóxicos a través de la acción coordinada de las células NK y las células T CD4+, siendo también eficaz en entornos clínicamente muy relevantes, como la inmunización después de la extirpación quirúrgica de tumores primarios altamente metastásicos, inhibiendo el desarrollo posterior de metástasis. Además, esta estrategia inmunitaria protege incluso contra tumores con mutaciones de escape tumoral que son comunes.

¿Por qué conformarse como únicas opciones inmunogénicas con las actuales vacunas frente al SARS-CoV-2, a base de proteínas o de ácidos nucleicos, que además requieren múltiples dosis, si con una única nebulización nasal de partículas de interferencia terapéutica (TIP) podría ser suficiente para enfrentarse el virus de la COVID-19, incluyendo las diversas variantes resistentes a la neutralización?

Las partículas de interferencia defectuosas (DIP, por sus siglas en inglés) son formas degeneradas de genomas virales que no se reproducen pero que mantienen su carácter infeccioso por la complementación con el virus de tipo salvaje. Por eso, hace algunos años se sugirió que estas DIP podrían ejercer un importante papel en la modulación de la infección y de las respuestas inmunitarias. Además, y ello es especialmente relevante, permiten seleccionarse para la replicación del virus completo, constituyendo lo que se conoce como partículas de interferencia terapéutica o TIP (therapeutic interfering particles), capaces de inhibir a virus patógenos como el SARS-CoV-2 con una única administración, mediante la competencia por la maquinaria de replicación viral.

En definitiva, la producción de DIP durante la replicación del SARS-CoV-2 en cultivos celulares puede permitir la generación de un conjunto específico de TIP que podría utilizarse inmediatamente para tratar la COVID-19. De hecho, un estudio realizado sobre hámsters (Chaturvedi et al., 2021) ha mostrado que la administración intranasal tanto profiláctica como terapéutica de nanopartículas lipídicas conteniendo TIP específicas suprimió de forma duradera el SARS-CoV-2 en pulmones, redujo la expresión de citocinas proinflamatorias y previno el edema pulmonar severo.

La terapia celular somática se basa en la reprogramación celular con el fin de manipular la identidad de las células para generar tipos pluripotentes útiles terapéuticamente; sin embargo, el procedimiento empleado hasta ahora actúa sobre los componentes intrínsecos de la célula para su reprogramación, incluido el citoplasma y los factores de transcripción, todo lo cual es extremadamente complejo y está sometido a multitud de posibles errores. Un reciente trabajo (Guan et al., 2022) podría sentar las bases para el desarrollo de estrategias terapéuticas regenerativas que utilizan sustancias químicas sencillas para cambiar el destino de las células en humanos. Es decir, simplificar la reprogramación de las células somáticas humanas a células madre pluripotentes facilitaría el desarrollo y la generalización del empleo de terapias celulares somáticas.

Otro ámbito interesante de la innovación es la impresión tridimensional (3D) de dispositivos médicos en hospitales y otros entornos de atención al paciente, algo que permitiría crear fácil y rápidamente dispositivos y modelos anatómicos personalizados para la planificación quirúrgica o para la dosificación de fármacos adaptada a las condiciones específicas de cada paciente, así como muchos otros usos que pueden ayudar a responder eficientemente a las necesidades de cada paciente. Esta línea de desarrollo está alcanzando una relevancia tal que la Food & Drug Adminsitración de Estados Unidos viene trabajando (FDA, 2021) para regular la impresión 3D en los aspectos relativos a la seguridad y eficacia del dispositivo.

¿Está dañada la brújula de la ciencia, o simplemente nos hemos desecho de la brújula?

Cuando el faraón Ptolomeo le pidió a Euclides que le describiese la geometría de una forma sencilla para que pudiera entenderla, Euclides le presentó el libro primero de sus “Elementos”. A pesar de ello, Ptolomeo siguió sin entender nada y le instó a que escribiese algo aún más sencillo, ante lo que Euclides le contestó: “Majestad, no hay caminos reales para aprender geometría”.
Ciertamente, el conocimiento no tiene atajos y requiere formación, tiempo y esfuerzo, y aún estos no siempre son una garantía suficiente para alcanzarlo. Por eso son tan importantes los maestros, aquellos que nos orientan –a veces erróneamente, es cierto– en la elección y el discurrir de los caminos del conocimiento, así como para ayudarnos a ser constantes en nuestro caminar; y por ello, también, son tan importantes los centros de estudio e investigación, allí donde se renueva el aire imprescindible para que la inteligencia respire, esos centros que –como la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles– son tan determinantes para la consolidación y el rigor del esfuerzo en el estudio de las cuestiones importantes de la vida, esas que surgen una y otra vez a partir del mundo cotidiano.

Son precisamente los maestros –no confundir con los líderes de opinión– los que nos ayudan a discriminar entre el verdadero conocimiento y el simple entendimiento, entre lo que es fundamental y lo que simplemente solo es –aparentemente– útil en algún momento o circunstancia.

Demasiadas veces los modelos y los prejuicios –a veces, ambos– nos impiden ponernos en marcha para a hacer algo. Aquellos que consideran que hay que esperar a conocerlo todo antes de comenzar a actuar en cualquier ámbito, probablemente nunca llegarán a culminar ninguna actividad, porque la ausencia de experiencia les cierra la puerta al verdadero aprendizaje, aquel que destierra los errores preconcebidos y permite contrastar nuestro conocimiento con la realidad objetiva de una forma evolutiva, es decir, siempre retroalimentada con la experimentación. El viejo Epicteto nos alecciona desde los siglos mediante la ejemplaridad de los atletas sobre la importancia del esfuerzo metódicamente reiterado –el entrenamiento– y la actuación en condiciones reales –la competición– para madurar como personas, a través de la resistencia emocional frente al fracaso y al dolor; eso que ahora llamamos resiliencia.

El reduccionismo proporciona una engañosa y cómoda confianza al transmutar la armónica sencillez, propia de la compleja riqueza de la realidad, por la anestésica simpleza de un modelo o de un plano. La comprensibilidad de la realidad a través de la ciencia, ensalzada por Albert Einstein y Steven Weinberg, entre otros muchos, es solo aparente. Sin embargo, es la propia ciencia, aquella que nunca se da por satisfecha con la última teoría matemáticamente solvente, la que nos lleva a desconfiar de los modelos y seguir escudriñando en las entrañas de la observación y de la experimentación, escrutando lo que los modelos teóricos han desechado o ignorado. En esos momentos de lucidez, cuando somos capaces de limitar nuestra ansia –y nuestra pereza– reduccionista, caemos en la cuenta de que la realidad tiene innumerables cosas que solo son superfluas aparentemente.

¿Esperanza de vida o solo persistencia biológica? El enorme esfuerzo investigador y la generalización de la asistencia sanitaria son, entre otros múltiples y diversos factores, responsables de que la esperanza de vida, un concepto estadístico-demográfico, esté creciendo de forma generalizada en la mayoría de los países. Sin embargo, la esperanza de vida al nacimiento –o, mejor aún, a los 65 años– solo informa de la mera supervivencia biológica y es preciso recurrir a parámetros como la “esperanza de vida saludable» u otros similares para saber en qué medida la supervivencia biológica se corresponde con lo que habitualmente conocemos como «vida con calidad», «vida saludable» o, estirando un poco la idea, «vida que merece ser llamada con ese nombre».

Varios países europeos tienen previsto aumentar la edad de jubilación –España no es una excepción– como resultado de los aumentos previstos en la esperanza de vida. Sin embargo, esta ganancia en años de vida no se va a traducir en años de vida saludables o, lo que es lo mismo, cada vez será necesario trabajar más años para jubilarse… con peores condiciones de salud; de hecho, a título de ejemplo, entre 2015 y 2035, los hombres (varones) en Inglaterra ganarán más de 3 años de esperanza de vida, pero menos de medio año de vida laboral saludable (Lynch et al., 2022).

Deberíamos aclarar qué nos importa más: «alargar» nuestra vida biológica (y, con ello, nuestra edad laboral aunque sea cada vez en peores condiciones) o «ensancharla», buscando y encontrando sentido y satisfacción no solo en nuestro trabajo, sino también en todo lo demás que hace significativa a la vida humana, empezando por el cuidado de nuestros afectos y continuando por el de nuestro propio planeta y su naturaleza, porque “hemos cruzado el límite: la masa total de plásticos ya supera la de todos los mamíferos vivos en el planeta”. Esta es la principal conclusión de Bethanie Carney Almroth, ecotoxicóloga de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), en un artículo publicado en The Guardian (Carrington, 2022).

Si provocar la muerte de una o unas pocas personas es considerado como un delito grave en la legislación de prácticamente todos los Estados, no resulta lógico –ni moral– valorar como un delito menor el comportamiento de aquellos que atentan contra amplias comunidades –incluso a escala mundial– por el simple hecho de que no utilicen armas convencionales para su agresión.

¿Hasta cuándo la comunidad internacional va a seguir considerando a las agresiones contra la salud pública y el medio ambiente (tan relacionados entre sí) como “delitos menores”? No deberíamos aceptar como un “problema menor” el comportamiento de aquellas personas que anulan o incluso impiden la efectividad de las campañas sanitarias generales, o el de aquellos que provocan, inducen o permiten con su desidia los grandes desastres de la naturaleza provocados por la acción humana (contaminación, incendios forestales, agotamiento de los mecanismos naturales de reposición de los entornos físicos y biológicos, etc.).

No es necesario –no debería serlo– reiterar que la vacunación es la medida sanitaria que más vidas humanas ha salvado a lo largo de la historia, junto con la potabilización del agua de consumo. Como en estos dos casos, también el cuidado del medio ambiente en sus múltiples facetas tiene un extraordinario valor moral, porque la Tierra no es una propiedad nuestra, de los actuales habitantes, sino solo un préstamo que recibimos de nuestros padres en muchas mejores condiciones de las que, por desgracia, legaremos a nuestros hijos y nietos. Pero también tiene valor como un elemento esencial de la salud pública, esa que nos compete –siempre y sin excepciones– a todos nosotros, directa o indirectamente.

Los incendios forestales también dañan la salud humana y, de hecho, el humo de los incendios forestales es más dañino para los humanos que otras formas de contaminación, siendo responsable de cientos de miles de muertes prematuras cada año (Kozloz, 2021). Este humo contiene partículas tóxicas, como el hollín, y productos químicos como el monóxido de carbono; pero, además, las partículas más pequeñas presentes en el aire, aquellas que miden 2,5 micras o menos (1/40 el ancho de un cabello humano, designadas como PM2.5), pueden penetrar profundamente en los pulmones y entrar libremente en el torrente sanguíneo.
Homicidas son también aquellos quienes matan a muchas personas por desidia, aunque no empleen armas convencionales ni campos de exterminio. Alegar ignorancia hoy, ya no puede aceptarse como una justificación.

Hablando de desidia, tendríamos que recodar que la principal causa de muerte por infección en el mundo son ya las bacterias multirresistentes. La última evaluación integral publicada (Murray et al., 2022) de la carga mundial de la resistencia bacteriana estima en 5 millones las muertes asociadas a la misma en 2019.

Y es que la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, causante de la COVID -19, ha trastocado muchos de los objetivos de la investigación básica y clínica y, con ello, la progresión del conocimiento y la prestación de atención preventiva, diagnóstica y terapéutica en otros ámbitos de la salud, tanto humana como animal
y ambiental.

La Global Burden of Disease 2019 Cancer Collaboration ha llevado a cabo un extenso y sistemático análisis mundial del cáncer, determinando su incidencia, mortalidad, años de vida perdidos, años de vida con discapacidad y años de vida ajustados por discapacidad (AVAD) para 29 grupos de cáncer entre 2010 a 2019 (Kocarnik et al., 2022). Los resultados muestran que en 2019 hubo 23,6 millones de nuevos casos (17,2 millones excluyendo el cáncer de piel no melanoma) y 10,0 millones de muertes, estimándose en 250 millones la cantidad de AVAD debidos al cáncer. Desde 2010, ha habido un aumento del 26,3% en nuevos casos, de un 21% de muertes y de un 16% de AVAD. Entre los 22 grupos de enfermedades y lesiones, el cáncer ocupó el segundo lugar después de las enfermedades cardiovasculares en el número de muertes, años de vida perdidos y AVAD a nivel mundial en 2019. Son cifras que asustan y que deberían servir para establecer prioridades políticas a los gobiernos. ¿Pero están preparados para ello?

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la pandemia de COVID- 19 ha causado la muerte de 14,9 (13,3-16,6) millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, estas cifras calculadas por la OMS revelan que los gobiernos de muchos países subestimaron el número de muertos por COVID-19, ya que solo se informaron 5,4 millones (WHO, 2022). Por ejemplo, en India hubo 4,7 millones de muertes por COVID, 10 veces más que las cifras oficiales, lo que representa casi un tercio de las muertes por COVID en todo el mundo. Junto a India, los países con el mayor exceso total de muertes incluyen a Rusia, Indonesia, Estados Unidos, Brasil, México y Perú. En términos relativos (número de veces que los fallecimientos asociados a COVID superan las cifras admitidas oficialmente por los gobiernos), los gobiernos más «imaginativos» son Egipto (11,6 veces: 116 muertes reales por cada 10 certificadas), India (9,9), Pakistán (8), Indonesia (7,1), Bangladesh (5), Bolivia (4,5), Serbia (4,4), Kazajistán (4,2), Filipinas (3,6) y Rusia (3,5). Como indica Samira Asma, Subdirectora General de Datos, Análisis y Entrega de la OMS, “tenemos que responsabilizar a los políticos; si no contamos los muertos, perderemos la oportunidad de estar mejor preparados para la próxima vez”.

Las grandes pandemias y la mayoría de las pandemias (desde la gripe de 1918 hasta la de SARS-CoV-2 de 2019, pasando por la gripe H2N2 en 1957 VIH, el Ébola en 1976, el VIH en 1981, el SARS en 2002, el Zika en 2007 o la gripe H1N1 en 2009, entre otras) que hemos padecido han sido debidas a un «salto de especie», es decir, a la adaptación debida a alguna mutación de un microorganismo –generalmente, un virus– que inicialmente infectaba selectivamente a alguna especie animal que le hace apto para colonizar patológicamente y replicarse en seres humanos.

Son datos que asustan y que deberían servir para establecer prioridades políticas a los gobiernos. ¿Pero están preparados para ello? Ideas no faltan; el problema es que las soluciones no son sencillas porque requieren fuertes intervenciones en diversos ámbitos y países, y porque no son muy populares. Pero todo ello pasa por reconocer en qué estamos fallando.

Los cambios en la forma en que se usa la tierra, en particular los bosques tropicales y subtropicales, podrían ser el principal impulsor de las enfermedades infecciosas emergentes de origen zoonótico en todo el mundo, ya que la vida silvestre que sobrevive a la tala o degradación de los bosques naturales –salvajes– tiende a incluir especies que pueden vivir junto a las personas y a menudo albergan patógenos susceptibles de mutar para infectar a los humanos. Por otro lado, casi el 80 % de los patógenos del ganado pueden infectar a múltiples especies huésped, incluidos los animales salvajes y los humanos. Además, las personas con problemas de salud, como las que tienen desnutrición o una infección por VIH no controlada, pueden ser especialmente susceptibles a los patógenos zoonóticos. Y, particularmente en individuos inmunodeprimidos como estos, los patógenos pueden mutar más fácilmente antes de transmitirse a otros.

Para ello, algunos especialistas en política sanitaria (Vora et al., 2022) instan a los responsables de la toma de decisiones a priorizar la prevención de nuevas pandemias mediante la adopción de acuerdos internacionales sobre salud y biodiversidad, focalizándolos en las siguientes medidas globales:

  • Proteger los bosques, especialmente en los puntos críticos de enfermedades infecciosas emergentes.
  • Regular estrictamente el comercio de animales salvajes vivos, siempre respetando los medios de subsistencia de los pueblos indígenas y las comunidades locales.
  • Mejorar la bioseguridad de las granjas.
  • Invertir en la salud y la seguridad económica de las personas para reducir las actividades de alto riesgo y las vulnerabilidades, incluyendo el acceso a las vacunas y tratamientos efectivos.

La ciencia muestra en general un nivel de credibilidad muy superior a cualquier otro método de conocimiento. La sociedad española, como la del resto de los países avanzados, valoran positivamente a la ciencia. Según el Observatorio Español de I+D+i, el 46% los ciudadanos españoles tenían en 2020 una imagen positiva de la ciencia y la tecnología, considerando que los beneficios que aporta superan con creces a los perjuicios que puede ocasionar (ICONO, 2021). Sin embargo, cabe preguntarnos qué estamos haciendo mal para que un 31% que considere que los beneficios y los perjuicios de la ciencia y la tecnología tan solo están equilibrados o incluso un 13% piense que los perjuicios son mayores que los beneficios.

Quizá tenga que ver con lo anterior que “las asignaturas de ciencia siempre se me dieron mal”, como afirma el 33% de los españoles, o que “la ciencia es tan especializada que me cuesta entenderla”, como considera un 46%. Y no parece ser un problema de falta de interés ya que, en el ámbito específico de la sanidad, un 78% ha buscado alguna vez o pedido información sobre temas de salud o sobre medicinas; sin embargo, una cosa es el la curiosidad y otra –muy diferente– es querer involucrarse activamente en la toma de decisiones sobre cuestiones científicas, algo que solo el 9,4% estaría dispuesto a hacer, frente a un 65% que no está interesado en ello.

¿Deberíamos achacar esta falta de compromiso social con la ciencia a que los científicos españoles no tienen suficiente nivel? No parece ser el caso, ya que en 2020 publicaron más de cien mil documentos científicos, lo que representa un 3,3% de la producción científica mundial, ocupando la posición 11ª (China era la primera, con el 23%, seguida de Estados Unidos, con algo más del 18%, y Gran Bretaña, con el 6,1%). De hecho, el porcentaje de publicaciones españolas de excelencia –aquellas se incluyen en el conjunto del 10% de los artículos más citados de su área– se situó en un 15,1%, en la misma línea que Francia (15,3%), Estados Unidos (15,2%) o Alemania (15,7%).

Es evidente, por tanto, que los gobiernos de los países desarrollados –incluyendo el de España– disponen de científicos, técnicos y asesores expertos que pueden facilitar y racionalizar la gestión. Pero las decisiones siguen estando en manos de muy pocas personas, presidentes y ministros, generalmente con poca o ninguna formación científica, que muchas veces desoyen las recomendaciones razonadas de sus asesores y técnicos especializados. Lo cual nos lleva a plantear la siguiente cuestión: ¿Habría que alfabetizar científicamente a los políticos?

La presencia de científicos en la alta política es excepcional (lo es aún más en la “baja”). Angela Merkel, la excanciller de Alemania, ha sido la única excepción relevante a esta norma, dentro de los gobiernos de los países desarrollados, lo que enfatiza la falta de atractivo de la política para los científicos y, al mismo tiempo, la desconfianza de los políticos profesionales hacia los científicos, a los que muchas veces tachan –con manifiesto desprecio– de idealistas.

Como indicaba la revista The Lancet en su artículo editorial correspondiente al primer día del año 2022, es necesario fortalecer la alfabetización científica, tanto en el público como en el liderazgo, y comunicar las advertencias y los límites de la ciencia de manera honesta y transparente. Para ello, sería útil contar con más científicos en los gobiernos, los parlamentos y la administración pública; incrementar la diversidad y la inclusión en la comunidad científica podría, por otro lado, reducir la imagen elitista de la ciencia y cambiar la dinámica de poder en las vías de generación de conocimiento.

Quo vadis, Scientia?