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Oritavancina (▼Tenkasi®) en infecciones de piel y tejidos blandos

Resumen

Oritavancina es un nuevo lipoglicopéptido que ejerce su efecto antibacteriano por un triple mecanismo sobre la síntesis y reparación de la pared bacteriana (inhibe la transglicosilación y la transpeptidación e interrumpe la integridad de la membrana bacteriana), provocando un aumento de la permeabilidad en dicha pared que permite el contacto directo entre citoplasma bacteriano y el entorno químico externo. Ello resulta en una muerte rápida de las bacterias, que es la base de la autorización del medicamento en el tratamiento, en dosis única intravenosa y según las directrices oficiales del uso de antibacterianos, de pacientes adultos con infecciones agudas de la piel y tejidos blandos de la piel (IPTBs). Presenta un espectro de actividad –limitado– similar a otros glicopéptidos aprobados con igual indicación: microbicida frente a las bacterias grampositivas más frecuentemente implicadas en IPTBs, como Staphylococcus aureus (incluidas las cepas resistentes a meticilina, SARM) y los estreptococos betahemolíticos (como Streptococcus pyogenes) o del grupo viridans.

Su aprobación se sustentó en dos amplios ensayos de fase 3, de adecuado diseño, que probaron la no inferioridad de oritavancina frente a vancomicina (fármaco de elección muy usado frente a SARM) en términos de la tasa de curación clínica tras 7-14 días desde el fin del tratamiento: 80-83% con oritavancina y 80-81% con vancomicina; en pacientes tratados durante más de una semana, se alcanzó una tasa del 91-93% y 89-95%, respectivamente. No se puede concluir respecto a su eficacia frente a infecciones distintas a celulitis, abscesos e infecciones de heridas, en pacientes con septicemia, ni frente a estafilococos con sensibilidad reducida a vancomicina. Tampoco se han realizado comparaciones directas con otros antibióticos, pero los estudios comparativos indirectos disponibles –de robustez limitada– sugieren que oritavancina y dalvabancina, con un mejor balance beneficio-riesgo que telavancina, pueden considerarse como alternativas interesantes y similares a otros antibióticos usados en terapia empírica estándar cuando hay sospecha de SARM, incluido vancomicina.

Se trata de un fármaco relativamente bien tolerado, con un perfil de seguridad comparable al de otros glicopéptidos. La mayoría de las reacciones adversas al fármaco, más frecuentes en mujeres y en pacientes de > 75 años de edad, son leves-moderadas en severidad y no suponen interrupciones del tratamiento (< 4%). Por su frecuencia, destacan las reacciones de hipersensibilidad (12%, como prurito y urticaria), las náuseas (10%), el dolor de cabeza (7%), los vómitos (5%) y los eventos adversos hepáticos (5%); la celulitis es la reacción adversa grave más reportada (1%).

En resumen, oritavancina representará una alternativa más a otras opciones de antibioterapia ambulatoria (linezolid, tedizolid y dalvabancina) y por vía parenteral (vancomicina, linezolid, tedizolid, daptomicina) previamente disponibles. Su elevada vida media (200-300 h) puede ser una ventaja de cara a la adherencia terapéutica (dosis única), por ejemplo frente a vancomicina o teicoplanina, pero a la vez ser un inconveniente ante problemas de seguridad o cuando se busca el desescalado. Por tanto, en el tratamiento empírico de IPTBs parece más conveniente usar otras alternativas que puedan retirarse fácilmente cuando se conozca el agente causal. A pesar de no suponer ninguna mejora clínica sustancial en su indicación, la incorporación de nuevos agentes antibacterianos con actividad frente a microbios multirresistentes es siempre una buena noticia para la sociedad.

Aspectos fisiopatológicos

Las infecciones de piel y tejidos blandos de la piel (en adelante, IPTBs)1 son, en conjunto, uno de los tipos de infección más comunes en nuestro medio, constituyendo la tercera causa más frecuente de infecciones, tras las urinarias y las respiratorias, tanto en el ámbito comunitario como hospitalario. El último informe EPINE, divulgado en 2018, pone de manifiesto que este tipo de infecciones representan el 4,2% y el 10,6% del total de infecciones relacionadas con la asistencia sanitaria y comunitarias, respectivamente, excluyéndose de esa cifra las infecciones del lugar quirúrgico (SEMPSPH, 2018).

Las IPTBs son aún más frecuentes en las personas mayores que en la población general y, particularmente, en las personas hospitalizadas, debido a la coexistencia de varios factores de riesgo, tales como inmunodepresión, malnutrición, diabetes, otras afecciones crónicas e incontinencia fecal. Asimismo, en las residencias, en torno al 10% de los pacientes que siguen un tratamiento antibiótico lo realiza por una infección de esta tipología.

Entre los motivos por los que las personas mayores son más susceptibles a las infecciones de la piel y tejidos blandos cutáneos, destaca el hecho de que, en la edad avanzada, todas las capas de la piel se encuentran alteradas, debido fundamentalmente a una disminución en la velocidad de renovación de células y a la acumulación consiguiente de células muertas. Asimismo, el estrato córneo es más delgado, sobre todo en zonas expuestas, tiene menor contenido en agua y mayor velocidad de descamación, mientras que la epidermis también es más delgada y disminuye el número de glándulas sudoríparas en la dermis y la hipodermis.

Las infecciones de la piel más frecuentes, sobre todo en las personas mayores, son las de etiología bacteriana por grampositivos, el intertrigo, el herpes y la onicomicosis. El punto de entrada más frecuente de las IPTBs son las soluciones de continuidad por pequeñas heridas, aunque también lo pueden ser traumatismos o heridas quirúrgicas. La fiebre, el signo cardinal de las infecciones, está ausente o se presenta más tarde en el 20-30% de los casos, lo que retrasa el diagnóstico y aumenta la mortalidad de este tipo de enfermedades.

La etiología predominante varía según el tipo de infección y la localización, pero las bacterias que más frecuentemente ocasionan infecciones en la piel y tejidos blandos del anciano son las grampositivas, como estreptococos betahemolíticos del grupo A (Streptococcus pyogenes) y Staphylococcus aureus; las infecciones por gramnegativos y anaerobios son más raras. Si bien el estreptococo es más frecuente en la piel del anciano, en los pliegues cutáneos con humedad y maceración son más frecuentes las enterobacterias.

La presentación clínica de las IPTBs puede ser muy variada y compleja, desde cuadros leves como infecciones superficiales de la piel, pasando por infecciones moderadas como la celulitis o abscesos cutáneos, hasta procesos graves con afectación sistémica como la fascitis necrotizante o la gangrena de Fournier, que pueden requerir antibioterapia sistémica, hospitalizaciones y cirugía. En su clasificación suele simplificarse entre purulentas o no purulentas y, según su gravedad, en leves, moderadas o graves. Las infecciones bacterianas más frecuentes se describen a continuación.

  • La erisipela es la infección bacteriana de la dermis, mientras que la celulitis también afecta al tejido celular subcutáneo y es menos demarcada. Se localiza mayoritariamente en las extremidades inferiores y, en segundo lugar, en la cara. Se manifiesta con eritema, tumefacción, calor y dolor. En la erisipela se forman con frecuencia ampollas superficiales, que pueden hacerse hemorrágicas o necróticas. Asimismo, una celulitis grave puede producir necrosis dérmica afectando a fascia y músculo subyacente. Los gérmenes causantes más frecuentes de la erisipela son los estreptococos betahemolíticos (A: Streptococcus pyogenes; B: Streptococcus agalactiae), aunque también pueden producirse por otros estreptococos o estafilococos. En la celulitis, la etiología suele ser más variada, con predominio de estreptococos, si bien pueden estar implicados neumococos y gramnegativos. Las complicaciones en ancianos son muy frecuentes cuando no se instaura tratamiento antibiótico: erisipela y celulitis pueden evolucionar a fascitis, necrosis y sepsis, y en las extremidades pueden producir linfedema, elefantiasis y trombosis venosa profunda. La celulitis orbitaria es también frecuente en ancianos y suele producirse por Streptococcus viridans (un estreptococo alfahemolítico), solo o asociado a gramnegativos.
  • La fascitis necrosante es una infección particularmente destructiva que causa rápidamente la necrosis de tejidos profundos. La etiología más común es polimicrobiana e incluye cocos grampositivos y bacilos gramnegativos, y anaerobios, como Escherichia coli, Klebsiella pneumoniae y Pseudomonas aeruginosa. Alrededor del 10% está producida por Streptococcus pyogenes, y puede evolucionar a gangrena estreptocócica. Las lesiones menores, como los forúnculos, se encuentran en alrededor del 20% de los pacientes antes de que presenten una fascitis necrosante.
  • El impétigo es una infección superficial de la piel, que se presenta sobre áreas de piel normal o eritematosa sobre la que aparecen lesiones vesiculoampollosas, de consistencia flácida y ligeramente pruriginosas. Se manifiesta como placas rojas, blandas, dolorosas, calientes y bien delimitadas, si bien en ancianos se presenta más comúnmente en forma ampollosa, producida por Staphylococcus aureus y Streptococcus pyogenes. El contenido de las ampollas es claro, seroso o purulento. En el impétigo ampolloso el estado general suele ser bueno y sin fiebre; son raras las complicaciones como la linfadenitis o la glomerulonefritis.
  • El ectima es una infección vesiculopustulosa, que posteriormente se abre y forma una úlcera de márgenes elevados indurados y violáceos, más profunda que en el impétigo. Se localiza casi siempre en las extremidades inferiores, donde las lesiones ampollosas dejan a la luz unas úlceras de fondo granuloso, exudativo, purulento y con bordes indurados. Evoluciona favorablemente a pesar de la presencia de linfangitis, fiebre, adenopatías y malestar general.
  • Las foliculitis son infecciones superficiales o profundas que se asientan alrededor de un folículo piloso. Se localizan en cualquier zona de pelo corto y grueso, como cuero cabelludo, barba, axilas, nalgas y extremidades inferiores. Son lesiones pustulosas de pequeño tamaño, alrededor de un pelo y rodeadas de un halo eritematoso y ligeramente pruriginosas. Su etiología más frecuente es Staphylococcus aureus, pero pueden estar involucrados estreptococos y gramnegativos. Por su parte, el furúnculo es una foliculitis aguda, profunda y necrosante, que aparece en zonas pilosas de roce o presión, se inicia como un nódulo duro, rojo y doloroso, crece rápidamente de tamaño y se rodea de un edema considerable y es muy doloroso; puede acompañarse de fiebre y malestar general, e incluso ocasionar complicaciones locales (linfadenitis, linfangitis) o generales (osteomielitis, endocarditis, sepsis). Finalmente, el ántrax consiste en una foliculitis profunda que se produce sobre todo en pacientes diabéticos, malnutridos y con malas condiciones de higiene, en quienes suele afectar a la raíz de varios pelos (en especial, los de la nuca y/o espalda), así como al tejido dérmico y subcutáneo de alrededor, con la formación de varios focos de necrosis; se presenta como una placa elevada, edematosa, roja, caliente y dolorosa, que se acompaña de fiebre elevada, dolor intenso y malestar general. Los factores que favorecen la aparición de estas lesiones son: una alta carga nasal de colonizados por Staphylococcus aureus resistentes a meticilina (SARM), arañazos, diabetes mellitus, obesidad, neoplasias linfoproliferativas, desnutrición o tratamiento previo con glucocorticoides o inmunosupresores.
  • Por último, el eritrasma es una infección crónica que se da más en mayores hospitalizados. Está causada por Corynebacterium minutissimum y se presenta como una placa delimitada de forma variable, que al inicio es húmeda y roja, y tiende a volverse marrón y descamativa. Se localiza en pliegues interdigitales de pies, ingles o axilas.

El riesgo de empeoramiento y la mortalidad asociada a muchas de estas infecciones agudas requieren la administración rápida –empírica– de terapia antibacteriana sistémica, y en la mayoría de los casos manejo quirúrgico y hospitalización para minimizar el daño tisular y evitar la diseminación de la infección. No obstante, en un estudio con más de 47.000 pacientes hospitalizados por IPTBs se observó que el fallo del tratamiento ocurre en casi un cuarto de los pacientes (22,8%) y se asocia con un aumento de la mortalidad en casi 3 veces (OR= 2,91); se constató que esa alta tasa de fracaso terapéutico también prolonga la duración tanto de la terapia intravenosa como de la estancia en el hospital (de 5 a 6 días) (Edelsberg et al., 2008).

Otra problemática importante en el abordaje de estas infecciones se refiere al aumento notable durante las últimas décadas en la incidencia de IPTBs por grampositivos multirresistentes como el Staphylococcus aureus resistente a meticilina (SARM) y el neumococo (Streptococcus pneumoniae) resistente, lo cual está obligando a cambiar el perfil clásico del tratamiento antibiótico, pues frente a dichos microbios se inhabilita el uso de la mayoría de los antibióticos considerados de elección en este tipo de infecciones (sobre todo, los betalactámicos).

El caso del SARM es especialmente preocupante, pues sus cepas se han difundido a escala mundial. Se han descrito numerosos mecanismos de resistencia en S. aureus, incluyendo la trasmisión de la misma a través de plásmidos compartidos entre bacterias o la transferencia desde distintos genes de la bacteria. Su prevalencia varía notablemente según zona geográfica, incluso dentro del mismo país. En Europa se han descrito cifras de prevalencia de este patógeno en IPTBs variables entre el 10,2% y el 22,8%, llegándose a describir un 25,3% de aislamientos de SARM invasivo en España en el año 2017; en EE.UU. esa prevalencia es mayor, pudiendo alcanzar la mitad de los casos de IPTBs. Debe tenerse en cuenta que SARM no solo tiene relevancia clínica en el ámbito hospitalario, sino también en las infecciones adquiridas en la comunidad: por ejemplo, un estudio observacional prospectivo realizado en un Servicio de Urgencias de la Comunidad de Madrid en 2010 reveló ya entonces que su prevalencia en pacientes que ingresaron con una infección cutánea supurativa adquirida en la comunidad a lo largo de un semestre era del 22%, y entre el total de infecciones estafilocócicas, representaba el 33% (Casado et al., 2010).

No existe un consenso generalizado sobre el tratamiento antibiótico empírico a implementar frente a las IPTBs, si bien el uso de antibióticos de la familia de los betalactámicos se reconoce todavía como una de las mejores opciones en los casos en los que no se sospecha de que esté implicado SARM. Las recomendaciones terapéuticas más aceptadas a nivel internacional están basadas en la presencia o no de exudado purulento y en la gravedad de la infección, recomendándose solo en las infecciones purulentas severas el uso empírico de antibióticos que retienen su actividad frente a SARM, tales como vancomicina, daptomicina, linezolid, ceftarolina, telavancina2 o el de más reciente aprobación dalbavancina.

Junto a la resistencia a meticilina, un porcentaje creciente de cepas de SARM están adquiriendo la condición de multirresistentes, volviéndose insensibles a múltiples fármacos antibacterianos, incluyendo a algunos de los más recientemente incorporados, como oxazolidinas (linezolid, tedizolid), estreptograminas, pleuromutilinas (tiamulina), etc. Además, las terapias disponibles actualmente tienen ciertas limitaciones: todas ellas consisten en regímenes multidosis y de varios días de duración, lo que implica que los pacientes estén hospitalizados durante el tratamiento y expuestos a un mayor riesgo de adquirir y difundir infecciones nosocomiales; algunas requieren ajustes posológicos en pacientes con insuficiencia renal y monitorización terapéutica (vancomicina); con otras se deben extremar las precauciones al usarlas en mujeres embarazadas (tigeciclina); y otras incluso pueden provocar reacciones adversas relacionadas con la inmunosupresión (linezolid).

Todo ello ha hecho que el SARM sea considerado como una prioridad entre los microorganismos importantes para la investigación y desarrollo de nuevos antibióticos, y que se hayan impulsado diferentes iniciativas encaminadas a la concienciación del problema sanitario que representa, en especial en el Sur y Este de Europa, donde la prevalencia de cepas de SARM es mayor. En este sentido, la adecuada adherencia terapéutica a los regímenes prescritos es fundamental para limitar el potencial desarrollo de resistencias microbianas.

Por otra parte, los estreptococos y, en especial Streptococcus pyogenes (estreptococo beta-hemolítico del grupo A), son microorganismos habitualmente implicados en las IPTBs. No obstante, al contrario que en el caso de S. aureus, su relevancia clínica y terapéutica radica más en su virulencia que en su resistencia a antimicrobianos, pues hoy en día sus cepas son uniformemente sensibles a penicilina y otros betalactámicos.

Acción y mecanismo

Oritavancina es un nuevo antibiótico semisintético perteneciente al grupo de los lipoglicopéptidos que ejerce su efecto antibacteriano a través de un mecanismo de acción complejo y triple: inhibe el paso de polimerización –transglicosilación– de la biosíntesis de la pared de la célula bacteriana mediante su unión al péptido madre precursor de los peptidoglicanos, inhibe la etapa de enlazamiento cruzado –transpeptidación– de la biosíntesis de la pared celular por su unión a los segmentos de formación de puentes peptídicos y, en su forma dimerizada, provoca la disrupción de la integridad de la membrana bacteriana conduciendo a la despolarización y permeabilidad incrementada, todo lo cual resulta en una muerte rápida de la célula. En base a ello, el medicamento ha sido autorizado para su uso a nivel hospitalario por vía intravenosa, siguiendo las directrices oficiales del uso apropiado de antibacterianos, en el tratamiento de pacientes adultos con infecciones bacterianas agudas de la piel y tejidos blandos de la piel.

Es preciso recordar que la cubierta de las bacterias varía sustancialmente de una especie a otra, pero colectivamente se aprecian diferencias cualitativas entre bacterias grampositivas y gramnegativas. Estas últimas disponen de una membrana citoplásmica similar a la de las células eucariotas: rodeando a la membrana celular existe lo que se conoce como espacio periplásmico, que a su vez está encerrado por una red de peptidoglucano y, finalmente, por una membrana exterior. En cambio, la cubierta de las grampositivas es más simple, pero contiene una capa mucho más tupida de peptidoglucano, formada por fibras poliméricas3 estrechamente entrelazadas que forman una estructura reticular cuya misión esencial es proporcionar rigidez a la cubierta bacteriana, y permite a la bacteria sobrevivir en entornos químicos agresivos. Dado que la osmolaridad citoplasmática bacteriana es de casi 3 veces la de las células eucariotas, sin la existencia de una pared celular y su red de peptidoglucano, el protoplasto bacteriano se hincharía y estallaría, debido a su hipertonicidad con respecto al medio (generalmente hipotónico), conduciendo a la muerte de la célula bacteriana. Se comprende, por tanto, que el efecto inhibitorio de oritavancina sobre la síntesis correcta de la pared bacteriana subyace tras su efecto bactericida.

En ensayos in vitro, el fármaco ha demostrado tener actividad microbicida4 frente a las bacterias grampositivas más frecuentemente implicadas en las IPTBs, o sea, S. aureus sensible a meticilina y resistente a meticilina (SARM), estreptococos beta-hemolíticos (de los grupos A, B, C y G) y estreptococos del grupo viridans (grupo S. anginosus). De igual modo, ha probado su actividad in vitro frente a enterococos, tanto sensibles como resistentes a vancomicina, si bien no se dispone de evidencia clínica que respalde su uso frente a cepas de enterococos o S. aureus resistentes a vancomicina, o con sensibilidad disminuida, frente a las que sí se vieron in vitro ciertos casos de resistencia. En los estudios clínicos se ha confirmado la eficacia antibiótica de oritavancina frente a los siguientes patógenos que mostraron sensibilidad in vitro: Staphylococcus aureus, Streptococcus pyogenes, Streptococcus agalactiae, Streptococcus dysgalactiae, estreptococos del grupo anginosus (incluye S. anginosus, S. intermedius y S. constellatus).

Por el contrario, oritavancina no posee actividad frente a bacterias gramnegativas, y solo retiene actividad reducida frente a grampositivas que pertenecen a los géneros Lactobacillus, Leuconostoc y Pediococcus, todos los cuales son intrínsecamente resistentes a los glicopéptidos. No se conoce ningún caso de resistencia cruzada entre oritavancina y otras clases de antibióticos no glicopéptidos.

Aspectos moleculares

Oritavancina forma parte, junto a vancomicina (cabeza de serie), del grupo de antibióticos glicopeptídicos, todos los cuales comparten la presencia de un núcleo estructural heptapeptídico: un resto azucarado (aminoazúcar) unido a un sistema de tres anillos aromáticos ligados entre sí por puentes oxi (–O–) y con átomos de cloro (Cl); también hay una cadena peptídica simple y un sistema de bis-resorcinol. Más concretamente, oritavancina (Figura 1) tiene, como los ya comercializados teicoplanina y dalvabancina, una estructura más compleja que vancomicina por contener, además de aminoazúcares distintos, restos de ácidos grasos de diversa longitud (9 a 12 átomos de carbono) que le confieren ese carácter de lipoglicopéptido.


El principio activo se presenta como una sal difosfato (1:2) que se corresponde con el nombre químico [4”R]-22-O-(3-amino-2,3,6-trideoxi-3-C-metil-α-L-arabino-hexopiranosil)-N3’’-[(4’-cloro[1,1’-bifenil]-4-il)metil] vancomicina fosfato y una fórmula molecular C86H97Cl3N10O26 y un peso molecular de 17,93 KDa. Es un sólido de color blanco a rosa pálido soluble en agua y en dextrosa al 5%, cuya solubilidad decrece considerablemente hacia valores de pH neutro o básicos. No se han observado polimorfos de oritavancina, pero la molécula sí muestra estereoisomería por la presencia de 22 carbonos asimétricos y tres elementos quirales adicionales asociados a la rotación restringida de la unidad de bifenilo y de los residuos de difenil éter.

El mecanismo de acción de los antibióticos (lipo)glicopeptídicos recuerda al de los betalactámicos, pues ambos grupos actúan interfiriendo con los procesos de síntesis y reparación de la pared bacteriana, específicamente sobre el peptido¬glucano. Se ha descrito que los antibióticos (lipo)glicopeptídicos se unen de forma selectiva a las unidades de UDP-pentapéptido, que contienen un resto de D-Ala-D-Ala, mediante el grupo carboxílico libre en la molécula, con lo que provocan una acu¬mulación de los precursores UDP-N-acetilmuramilpép¬tido. La unión al UDP-pentapéptido se debe a que el antibiótico (lipo)glicopeptídico tiene una zona hidrofóbica –restos clorobencénicos unidos por puente oxi– que favorece su unión al péptido, la cual se inicia por la interacción entre el grupo carboxílico peptídico y una amina protonada del antibiótico.

A diferencia del mecanismo de acción de vancomicina, que es simple (inhibición de la transglicosilación), el mecanismo de acción de la oritavancina es triple, según se ha indicado.

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia clínica de oritavancina por vía intravenosa en la indicación y dosis autorizadas ha sido adecuadamente contrastada en dos ensayos pivotales de fase 3 –SOLO I y SOLO II– de idéntico diseño: aleatorizado (1:1), multinacional y multicéntrico, doblemente ciego, de grupos paralelos y controlado por comparador activo. Ambos estudios siguieron las guías vigentes en la UE sobre antimicrobianos a fin de investigar la no inferioridad de una dosis única del nuevo fármaco (1.200 mg) frente al uso también intravenoso de vancomicina (1 g o 15 mg/kg) dos veces al día durante 7-10 días, e incluyeron inicialmente un conjunto de 2.364 adultos con IPTBs, de los cuales 1.959 recibieron al menos una dosis de tratamiento.

Estos pacientes debían tener sospecha o confirmación de una infección bacteriana aguda y complicada de la piel y sus estructuras (ABSSSI) por bacterias grampositivas que cumpliera los criterios de la Sociedad Americana de Enfermedades Infecciosas (> 75 cm2 de enrojecimiento, induración o edema, y coexistencia de al menos un signo clínico de infección sistémica como inflamación de ganglios linfáticos, fiebre alta o leucocitosis, entre otros), bien fueran casos de celulitis/erisipelas, infecciones de heridas o abscesos cutáneos mayores. Debían requerir al menos 7 días de antibioterapia intravenosa y, en ausencia de signos de infección, tenían que ser mayores de 70 años, diabéticos o haber recibido terapia inmunosupresora o quimioterapia en los 3 meses previos. Por el contrario, se excluyeron aquellos pacientes con tratamiento antibiótico activo frente a bacterias grampositivas en las 2 semanas previas, con bacteriemia, neutropenia, contraindicación de vancomicina o no dispuestos a dejar de usar antipiréticos, entre otros.

Sus características basales estuvieron bien equilibradas en ambos estudios pivotales y entre grupos de tratamiento. Así, al inicio del estudio SOLO I la mitad de los pacientes tenía celulitis/erisipelas y un 30% padecía abscesos cutáneos mayores, oscilando el tamaño medio del área afectada entre 226 cm2 y 248 cm2 para los brazos de vancomicina y oritavancina, respectivamente; en el SOLO II se registró una tasa del 31% de casos de celulitis/erisipelas, un 32% de abscesos cutáneos mayores y un 37% de infecciones de heridas, situándose la extensión media basal de la infección entre 288 cm2 (grupo oritavancina) y 309 cm2 (grupo vancomicina). En global, se identificó el agente causal en el 37% de los casos de celulitis, en el 77% de las infecciones de heridas y en el 84% de los abscesos cutáneos; en más de la mitad de los pacientes aleatorizados a oritavancina (53%) y a vancomicina (54%) se aisló al menos un microorganismo grampositivo, de los cuales el más frecuente fue S. aureus (48%; 21% resistentes a meticilina), seguido de especies de Streptococcus (los mayoritarios fueron S. anginosus y S. pyogenes). Los casos de septicemia al inicio fueron muy escasos.

La variable principal de eficacia en ambos estudios fue la respuesta clínica temprana en la población por intención de tratar modificada (ITTm)5, evaluada a las 48-72 h tras el inicio de tratamiento y definida como una medida compuesta por: cese de la expansión o reducción del tamaño de la lesión basal, ausencia de fiebre y no necesidad de antibioterapia de rescate. Como variable secundaria –considerada primaria por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA)– se midió la curación clínica en la visita de evaluación tras 7-14 días desde la finalización del tratamiento, tanto en la población ITTm como, dentro de ella, en la población clínicamente evaluable (pacientes tratados durante ≥ 7 días y con resultados de evaluación clínica).

Los resultados con los tratamientos antibióticos citados en la población ITTm (n= 1.959, 954 en SOLO I y 1.005 en SOLO II) se resumen en la siguiente Tabla 1 y demuestran la no inferioridad de oritavancina frente a vancomicina (fijada estadísticamente por un límite inferior del IC95% superior al -10%). Hay que subrayar que se adicionó aztreonam y metronidazol al tratamiento de los pacientes con infecciones mixtas, y que la pauta posológica de vancomicina se ajustó a las prácticas de cada centro hospitalario.

Finalmente, la seguridad del nuevo fármaco ha sido bien caracterizada por los datos de más de 3.000 sujetos que lo recibieron durante su desarrollo clínico, incluidos 1.075 pacientes con IPTBs tratados con una dosis única en los estudios de fase 2 y 3. En el conjunto de los ensayos pivotales, la incidencia global de eventos adversos –incluidos los graves y los conducentes a la interrupción del tratamiento– y de muertes fue similar para oritavancina y para vancomicina. En general, los efectos adversos relacionados con complicaciones infecciosas fueron solo ligeramente mayores con el uso de oritavancina (16% vs. 14% con vancomicina), siendo los más reportados la celulitis y los abscesos.


Entre las reacciones adversas más frecuentes a oritavancina (sobre vancomicina) destacan las náuseas (9,9%), el dolor de cabeza (7,1%), los vómitos (4,6%) y los eventos adversos hepáticos (4,7%). Otras que ocurrieron con menor frecuencia que con vancomicina fueron las reacciones de hipersensibilidad (12% vs. 19%), sobre todo prurito y urticaria.

En cualquier caso, una amplia mayoría de los eventos adversos fueron leves-moderados en severidad, destacando como reacción adversa grave más incidente la celulitis (1,1%). Si bien la tasa global de interrupción del tratamiento por motivos de seguridad fue baja (3,7% vs. 4,2% con vancomicina), la celulitis fue también la principal causa (0,4%), seguida de la osteomielitis como complicación de la infección (0,3%). Ningún caso de muerte se consideró relacionado con la administración del nuevo antibiótico. Cabe destacar que la tasa de notificación de reacciones adversas fue mayor en las mujeres que en los hombres y que, pese a la escasez de datos en adultos mayores, también parece que la tolerabilidad del fármaco es peor en mayores de 75 años.

Aspectos innovadores

Oritavancina es un nuevo antibiótico perteneciente al grupo de los lipoglicopéptidos que ejerce su efecto antibacteriano a través de un triple mecanismo de acción sobre la síntesis y reparación de la pared bacteriana (inhibe la transglicosilación mediante su unión al péptido precursor de los peptidoglicanos, inhibe la transpeptidación por su unión a los segmentos de formación de puentes peptídicos e interrumpe la integridad de la membrana bacteriana), provocando erosiones y un aumento de la permeabilidad en dicha pared que permite el contacto directo entre citoplasma bacteriano y el entorno químico externo. Ello resulta en una muerte rápida de las bacterias y ha sido la base de la aprobación del medicamento para el tratamiento, en dosis única por vía intravenosa y según las directrices oficiales del uso apropiado de antibacterianos, de pacientes adultos con infecciones bacterianas agudas de la piel y tejidos blandos de la piel (IPTBs).

Autorizado por primera vez en la UE bajo el nombre comercial de Orbactiv® (ahora se comercializa por primera vez en España), el fármaco ha probado en estudios in vitro y clínicos su actividad microbicida frente a las bacterias grampositivas más frecuentemente implicadas en las IPTBs, destacando Staphylococcus aureus (sensible o resistente a meticilina, SARM) y los estreptococos betahemolíticos (como Streptococcus pyogenes) o del grupo viridans, entre otras. Presenta, pues, un espectro de actividad similar a otros (lipo)glicopéptidos aprobados con igual indicación. No tiene actividad frente a bacterias gramnegativas ni se conoce ningún caso de resistencia cruzada con otras clases de antibióticos. Tampoco es esperable que bacterias resistentes a glicopéptidos sean sensibles a oritavancina, si bien su mecanismo más complejo puede reducir el desarrollo de resistencias.

Las IPTBs constituyen un grupo heterogéneo de enfermedades, que pueden ser agudas y graves en cualquier sujeto o, aun siendo leves, tener importancia clínica en pacientes con comorbilidades. Además del estado clínico y la gravedad de la infección, su abordaje suele considerar la epidemiología local de resistencias a antimicrobianos: junto a la cirugía o el drenaje de la lesión, la antibioterapia empírica –mayoritariamente a nivel hospitalario– debe cubrir las bacterias grampositivas más comunes y suele hacerse con penicilinas, cefalosporinas, clindamicina o cotrimoxazol si no se sospecha de SARM, recurriendo a un antibiótico que cubra dicho patógeno en caso de sospecha fundamentada, como linezolid o tedizolid, ceftarolina, daptomicina, tigeciclina o los glicopéptidos (vancomicina, teicoplanina) o lipoglicopéptidos (dalvabancina) disponibles.

Muchos de esos tratamientos implican pautas multidosis por vía intravenosa (dalvabancina solo dos dosis) y, dado que en el marco de los PROA –programas de optimización y uso racional de antibióticos– se prefiere idealmente un manejo extrahospitalario del paciente tras la fase aguda (para evitar los costes relacionados con la hospitalización y los riesgos de la vía parenteral), se está empezando a optar por pautas como el uso de vancomicina con posibilidad de cambio a terapia oral con linezolid tras el 3er día.

La aprobación de oritavancina se sustentó en dos amplios ensayos pivotales de fase 3, de adecuado y similar diseño (aleatorizados, doblemente ciego, de grupos paralelos y con comparador activo), que corroboraron su no inferioridad frente a vancomicina, precisamente un fármaco considerado de elección frente a IPTBs, de los más usados frente a infecciones por SARM. La comparabilidad de eficacia se verificó en términos de la variable primaria, esto es, la tasa de respuesta clínica temprana evaluada a las 48-72 h tras iniciar tratamiento: 80-82% con oritavancina y 79-83% con vancomicina; esas tasas aumentaban hasta el 84-87% y el 86-88%, respectivamente, si solo se consideraban los pacientes tratados durante ≥ 7 días. Igualmente, se verificó la no inferioridad para la tasa de curación clínica tras 7-14 días del fin del tratamiento (variable secundaria): fue del 80-83% con oritavancina y del 80-81% con vancomicina; en pacientes tratados más allá de una semana, se alcanzó una tasa del 91-93% y 89-95%, respectivamente. Es preciso subrayar que la EMA considera esta segunda variable como principal, de modo que ha sido la empleada para su autorización en la UE.

La evidencia disponible se ve limitada por la exclusión de los estudios pivotales de pacientes con IPTBs distintas a celulitis, abscesos e infecciones de heridas; así pues, pese a que no se puede concluir respecto a la eficacia de oritavancina frente a otros tipos de IPTBs, parece plausible extrapolar las consideraciones de no inferioridad. Tampoco se tienen datos que defiendan el uso del fármaco en infecciones por estafilococos con sensibilidad reducida a vancomicina.

No existen por ahora otras comparaciones directas de oritavancina con otros antibióticos, tampoco con los glicopéptidos semisintéticos estrechamente relacionados. Las comparaciones indirectas disponibles –de escasa robustez estadística– sugieren que las respuestas clínicas que aportan oritavancina y dalbavancina no difieren significativamente en la población global de pacientes con IPTBs (OR: 1,36; IC95% 0,85-2,18) ni en pacientes infectados por SARM (OR: 1,29; IC95% 0,11-15,48). También son parejas las respuestas clínicas comparativas entre oritavancina y telavancina (OR: 0,98; IC95% 0,72-1,31) o entre dalbavancina y telavancina (OR: 0,72; IC95% 0,45-1,13). Dalvabancina y oritavancina parecen mostrar un mejor perfil de seguridad que telavancina, y pueden considerarse como alternativas coste-efectivas a otros antibióticos usados como tratamiento estándar en la práctica clínica (Agarwal et al., 2018), con un perfil beneficio-riesgo equivalente al de vancomicina (Jame et al., 2021).

En relación con la seguridad, el perfil toxicológico de oritavancina ha sido bien caracterizado con datos de más de 3.000 sujetos tratados y parece relativamente benigno, comparable al de otros glicopéptidos. La mayoría de las reacciones adversas al fármaco se presentan con una incidencia similar al uso de vancomicina, mayor en mujeres y en pacientes de > 75 años de edad, y son leves-moderadas en severidad, con una baja tasa de interrupción del tratamiento (< 4%). Destacan por su frecuencia las reacciones de hipersensibilidad (12%, como prurito y urticaria), las náuseas (10%), el dolor de cabeza (7%), los vómitos (5%) y los eventos adversos hepáticos (5%); la celulitis es la reacción adversa grave más reportada (1%).

En definitiva, se trata de un nuevo antibiótico que se representará una alternativa más en un grupo terapéutico bien provisto, en que ya se dispone de opciones para la antibioterapia ambulatoria (linezolid, tedizolid y dalvabancina) y por vía parenteral (vancomicina, linezolid, tedizolid, daptomicina). Con estrecha relación en estructura y farmacología con dalvabancina, la elevada vida media de orivatancina (200-300 h) puede ser una ventaja de cara a la adherencia terapéutica (dosis única), por ejemplo frente a vancomicina o teicoplanina, pero a la vez favorecer la aparición de resistencias y ser un inconveniente en casos de problemas de seguridad y para conseguir el desescalado.

Así pues, el IPT establece que para el uso empírico sería más conveniente usar otras alternativas que puedan retirarse fácilmente cuando se conozca el agente causal y con las que se tiene mayor experiencia de uso (AEMPS, 2022). Pese a que oritavancina no parece implicar ninguna mejora clínica sustancial en su indicación, la incorporación de nuevos agentes antibacterianos con actividad frente a microbios multirresistentes es siempre una buena noticia para la sociedad.

Valoración

Romosozumab (▼Evenity®) en osteoporosis en mujeres posmenopáusicas

Resumen

Romosozumab es un nuevo anticuerpo monoclonal que se une selectivamente a la esclerostina e impide la función normal de esta proteína (inhibir la proliferación y la función de los osteoblastos), ejerciendo un doble efecto: aumenta la formación de hueso y disminuye la resorción ósea. Por tanto, produce aumentos rápidos en la masa ósea y mejoras en su estructura y resistencia, lo cual ha sido la base para la autorización del medicamento en el tratamiento por vía subcutánea de la osteoporosis grave en mujeres posmenopáusicas con un elevado riesgo de fractura. Se debe instaurar una suplementación diaria de calcio y vitamina D.

En un ensayo pivotal de fase 3, que incluyó a pacientes mayores (media de 74 años de edad) con osteoporosis grave y antecedentes de fracturas por fragilidad (N > 4.000), el tratamiento de 12 meses con el fármaco probó su superioridad frente a alendronato semanal, en ambos casos seguido de otros 12 meses de terapia con alendronato. Se evidenció una reducción significativa de la tasa de fracturas vertebrales: a los 24 meses, redujo el riesgo relativo de fracturas a la mitad (tasa de 4,1% vs. 8,0% con alendronato). El análisis primario, tras un seguimiento de 33 meses, reveló también un descenso en la incidencia de fracturas clínicas (9,7% vs. 13%) y de fracturas de cadera (2,0% vs. 3,2%), asociados a una mejora sustancial de la densidad mineral ósea. Un segundo estudio comparado con placebo en pacientes con osteoporosis más leve (N > 7.000) reflejó que el tratamiento con romosozumab por 12 meses seguido del mismo tiempo con denosumab reduce la incidencia de fracturas vertebrales tras 2 años (0,6% vs. 2,5% con placebo), pero no de fracturas clínicas o de cadera.

En términos de seguridad, su perfil toxicológico se asocia con la incidencia de infecciones, como nasofaringitis (14%), artralgia (12%) o reacciones de hipersensibilidad (7%). No obstante, el signo de seguridad más importante es el aumento relativo (+70%) del riesgo de eventos cardiovasculares graves (ictus e infarto de miocardio) y una mayor mortalidad asociada, lo que contraindica su uso ante antecedentes cardiovasculares y obliga a evaluar de forma individualizada cada caso; pese a todo, se esperarían 2 eventos cardiovasculares graves adicionales –sobre todo, ictus o infarto– por cada 1.000 pacientes tratadas. Estos motivos hicieron que la EMA rechazara inicialmente la solicitud de autorización de este medicamento.

En definitiva, romosozumab inaugura una vía terapéutica en osteoporosis grave y su uso durante un año ha probado cierto beneficio por periodos de hasta 3 años en pacientes con alto riesgo de fractura. El mayor interés de su uso radicaría en su capacidad de reducir la incidencia de fracturas de cadera –las fracturas osteoporóticas de mayor impacto clínico y mortalidad–, pero la magnitud del efecto parece moderada. Por tanto, la dudosa relevancia clínica de los efectos observados, junto a las incertidumbres de la seguridad cardiovascular y de su efecto a largo plazo, ponen en entredicho su grado de innovación. Teniendo en cuenta que en la indicación se dispone de alternativas con un perfil diferente pero mejor conocidas (sobre todo, los bisfosfonatos alendronato, risedronato o zoledronato), que no se han probado ventajas en adherencia terapéutica para el nuevo fármaco, y que tras los 12 meses de tratamiento se requiere continuar con un tratamiento anti-resortivo, no parece que vaya a suponer un cambio de paradigma en el tratamiento de la osteoporosis. No ha sido financiado en España para su uso en el Sistema Nacional de Salud.

Aspectos fisiopatológicos

La osteoporosis consiste en la disminución de la cantidad de masa ósea por unidad de volumen, con relación a la normalidad para una determinada edad, sexo y raza, acompañado de un deterioro de la microarquitectura del tejido óseo. La patología per se es asintomática, pero conduce a un aumento de la fragilidad del riesgo de fractura del hueso, que sería su primera manifestación clínica.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció una definición para mujeres posmenopáusicas según cifras de densidad mineral ósea (DMO), medida mediante densitometría ósea1: se considera que hay osteoporosis si la DMO es < 2,5 veces la desviación estándar respecto de la población sana entre 20 y 40 años (T score). Se acepta que hay una osteoporosis establecida si existen fracturas óseas, mientras que cuando la DMO está entre 1 y 2,5 veces la desviación estándar en esa comparativa, el diagnóstico es de osteopenia.

La máxima masa ósea se alcanza durante la juventud adulta (20-40 años), y constituye la reserva para el resto de la vida, de ahí que su formación durante la infancia y adolescencia tenga tanta trascendencia. Así, cualquier medida o estrategia encaminada a reforzar dicha masa o, por el contrario, cualquier hábito insano que la reduzca, tendrán consecuencias a medio y largo plazo de gran trascendencia.

En mujeres sanas, la pérdida ósea es mínima con anterioridad a la menopausia y está limitada al hueso esponjoso, pero a partir de la menopausia se produce una pérdida ósea acelerada de alrededor del 2% anual, sobre todo dentro de los 5 a 8 primeros años, seguida de una pérdida más lenta que se acentúa tras los 75 años; así, entre los 30 y 75 años la pérdida es de aproximadamente el 35-50% de toda la reserva ósea. Se estima que en España la osteoporosis afecta a un 35% de mujeres mayores de 50 años, porcentaje que se eleva a más de la mitad (52%) en las mayores de 70 años (Tobé et al., 2010). La proporción en mujeres es de 6:1 con relación a los hombres antes de los 65 años, mientras que tras dicha edad es tan solo 2:1. La prevalencia del síndrome osteoporótico es mucho más baja entre personas de raza negra.

El nivel de masa ósea está sujeto en cada persona principalmente a un control genético, siendo estos factores –programados antes de la pubertad– responsables del 60-80% de las características estructurales y del tamaño de los huesos, pero hay factores de diversa tipología, como los relacionados con estilo de vida y el estado hormonal, que también influyen de forma notable sobre la masa ósea. Destacan los siguientes:

_Edad. Tradicionalmente los casos de osteoporosis primaria se han asociado con deficiencias estrogénicas y/o con el deterioro esquelético asociado a la edad. No obstante, también puede afectar a ciertas poblaciones específicas de niños y adolescentes como consecuencia del padecimiento de otros trastornos (osteoporosis secundaria).

_Estilo de vida: la importancia de estos factores indica claramente en qué medida la osteoporosis puede ser prevenida o, al menos, frenada. Entre ellos, el hábito de fumar se ha asociado a menopausia precoz, debido a la disminución de las concentraciones de estrógenos (por aumento del metabolismo hepático) y un posible efecto tóxico directo sobre el hueso. El consumo de alcohol también contribuye posiblemente a través de un efecto tóxico directo sobre las células óseas.

_El déficit de aporte de calcio es quizás el factor no genético más ampliamente estudiado: un aporte crónicamente bajo antes de los 20 años ocasiona una reducción del contenido mineral óseo y es un condicionante establecido de la presencia de osteoporosis en la menopausia y en la vejez.

_Estado hormonal: la menopausia precoz (antes de los 45 años) y las amenorreas previas (anorexia nerviosa, hiperprolactinemia, etc.) afectan negativamente.

_Fármacos: sobre todo, los glucocorticoides2, pero también otros como ciertos antiepilépticos (fenitoína, etc.), terapias de restauración hormonal excesivas (tiroxina, hidrocortisona, etc.), anticoagulantes (warfarina, heparina, etc.) o antiandrógenos.

_Comorbilidades. Pueden influir algunas enfermedades endocrinas (hiperparatiroidismo primario, tirotoxicosis, síndrome de Cushing, enfermedad de Addison), hematológicas (mieloma múltiple, mastocitosis sistémica, linfomas, leucemias, anemia perniciosa), reumáticas (artritis reumatoide, espondilitis anquilosante), gastrointestinales (síndromes de malabsorción por celiaquía, enfermedad de Crohn), hepáticas crónicas (cirrosis biliar primaria) o incluso psiquiátricas (el historial de depresión en las mujeres parece estar asociado con una menor densidad mineral ósea).

La existencia de una baja masa ósea se suele asociar con un incremento del riesgo de fracturas, tanto en adultos como en niños. Tal es así que en Europa se estima que en 2010 padecían osteoporosis 22 millones de mujeres y 5,5 millones de hombres, y que hasta un total de 3,5 millones de casos de fracturas fueron posiblemente relacionadas con esta patología. Otras estimaciones recientes apuntan a que casi 3 millones de personas se veían afectadas por osteoporosis en 2019 solo en España (el 79% mujeres y el 21% hombres), esto es, una tasa de prevalencia del 5,4% en la población. Se acepta que existe un caso de osteoporosis grave cuando se ha documentado la presencia en un paciente de una o más fracturas por fragilidad ósea (Compston et al., 2017). Se calcula que en España en 2019 se produjeron hasta 285.000 casos, en una tendencia epidemiológica que se espera siga en aumento.

La fractura por fragilidad se caracteriza por ser originada por mínimos traumatismos y producirse habitualmente en localizaciones concretas (vertebral, fémur proximal, tercio proximal del húmero y antebrazo distal), siendo la fractura de vértebras dorso-lumbares la más frecuente, asintomática en una proporción elevada de casos o asociada con dolor leve a moderado, lo cual dificulta el diagnóstico.

Por otra parte, las fracturas por fragilidad duplican el riesgo de sufrir una fractura de cadera3, que es quizás la forma más grave, pues requiere de intervención quirúrgica y se asocia con la mayor reducción de la funcionalidad y la calidad de vida, además de con un aumento de la mortalidad a corto plazo (un 5-10% a los 30 días y un 20-30% al año), suponiendo una importante carga para el Sistema Nacional de Salud.

En términos generales, la valoración del riesgo de fractura en un paciente habitualmente se hace mediante la combinación de factores de riesgo clínicos y los valores de la densidad mineral ósea (DMO), siendo la prueba de referencia para determinar esa DMO la medición mediante la absorciometría con rayos X de doble energía en fémur proximal y columna lumbar. Sin embargo, se ha detectado cierta inconsistencia en la validez y fiabilidad de la determinación de marcadores óseos para la predicción de fracturas por fragilidad. Asimismo, existe una alta heterogeneidad geográfica en la prevalencia de fracturas osteoporóticas mayores: por ejemplo, en España el riesgo a los 10 años en mujeres con fractura por fragilidad previa y sin otros factores de riesgo clínicos es del 9,0%, alcanzando el 27% en Dinamarca, el 21% en Estados Unidos, el 17% en Japón o el 14% en Alemania. Esto debe tenerse presente a la hora de interpretar la validez externa de los resultados de los estudios clínicos (AEMPS, 2022).

Fisiología del hueso

El desarrollo óseo durante la infancia y adolescencia resulta determinante para el esqueleto adulto: la masa ósea se va acumulando progresivamente en un proceso paralelo al propio crecimiento en altura del individuo. Hasta la adquisición de la estatura definitiva de adulto (en torno a los 25-27 años) se produce simultáneamente crecimiento y remodelación de los huesos; de hecho, la formación de hueso se produce de forma irregular durante la infancia y adolescencia, alcanzándose entre el 40-60% de la masa ósea máxima al final del “estirón” de la adolescencia, como consecuencia de un aumento del tamaño de los huesos, si bien al final de ese periodo de pubertad se observa un leve incremento del contenido mineral.

El hueso es, pues, un tejido con un elevado contenido mineral que, además de la obvia función mecánica de resistencia propia del esqueleto, desempeña importantes funciones metabólicas. El componente extracelular mineralizado (constituye > 99% del tejido óseo) está compuesto por una matriz orgánica, que representa el 30% del total y que está formada fundamentalmente por colágeno de tipo I. El otro 70% corresponde a la fracción exclusivamente mineral, constituida por fosfato cálcico, bajo la forma de cristales de hidroxiapatita (Ca10[PO4]6[OH]2).

Las células implicadas en el ciclo biológico del tejido óseo son de dos tipos, ambos derivados de la médula ósea. En primer lugar, los osteoblastos, o células formadoras de hueso, cuyo linaje es mesenquimatoso. En segundo, los osteoclastos, las células responsables de la resorción ósea –destrucción del hueso y reciclado de sus componentes– pertenecen a la familia de los monocitos/macrófagos. A lo largo de toda la vida ambos tipos de células actúan de forma compensada para equilibrar la formación, la mineralización y el remodelado de los huesos. Esta compleja interrelación está sometida a la regulación por múltiples factores, tanto endocrinos (locales y sistémicos) como paracrinos. Los factores endocrinos locales que regulan la formación y remodelación ósea consisten mayoritariamente en citocinas y factores de crecimiento producidos por células de los sistemas inmune y hematopoyético. La actividad de los osteoblastos disminuye con la edad, y en cada unidad de remodelación ósea existe un desequilibrio entre formación y resorción; la carencia estrogénica induce un aumento del número de unidades de remodelación activadas por unidad de tiempo, lo que acentúa más aún dicho desequilibrio.

Entre los factores efectores finales que regulan la remodelación ósea destacan las proteínas de la superfamilia del Factor de Necrosis Tumoral (TNF) y de la de su receptor. Entre ellos posiblemente el más importante es el RANKL (Ligando del Receptor del Activador del Factor Nuclear Kappa-B), cuya producción es máxima en las células indiferenciadas del estroma osteoclástico y se reduce a medida que madura el fenotipo osteoblástico. RANKL estimula la diferenciación, supervivencia y fusión de las células precursoras de osteoclastos, activa los osteoclastos maduros y prolonga su vida útil, permitiendo, en consecuencia, la expansión de la masa osteoclástica activa capaz de formar sitios de resorción ósea. Los efectos del RANKL están mediados por su unión a un receptor altamente especifico: el RANK, una proteína transmembrana expresada por los osteoclastos. La unión del RANK con su ligando RANKL induce la activación de una cascada de eventos intracelulares que llevan a la diferenciación y activación de los osteoclastos.

También se ha identificado la osteoprotegerina (OPG), también miembro de la superfamilia de receptores del TNF, como una proteína que inhibe específicamente el desarrollo de los osteoclastos y funciona como un factor soluble segregado por los osteoblastos no anclados a la membrana. Actúa como receptor señuelo uniéndose al RANKL y neutralizándolo, al ocuparlo e impedir su unión con el RANK. Inhibe la diferenciación, supervivencia y fusión de los precursores de osteoclastos, bloqueando la activación de los osteoclastos maduros e induciendo su apoptosis. Por tanto, para diferenciarse y madurar las células de estirpe osteoclástica deben tener contacto directo con los osteoblastos mediante la unión de un receptor a su ligando, ambos presentes en las respectivas membranas. Si hay suficiente OPG en el medio se unirá al RANKL de los ostoblastos impidiendo su interacción con el RANK de los precursores osteoclásticos: así, se frenará el proceso de funcionalización osteoclástica.

Adicionalmente, muchas de las hormonas reguladoras del calcio y citocinas, incluyendo vitamina D3, parathormona (PTH), prostaglandina E2 (PGE2) e interleucina 11 (IL-11) actúan estimulando la osteoclastogénesis a través de la doble acción de inhibir la producción de OPG y estimulando la producción de RANKL, al igual que los glucocorticoides. Por su parte, los estrógenos actúan inhiben su producción, mientras que la de OPG es estimulada por las citocinas proinflamatorias, como IL-1, IL-11, TNFα y β, Factor del Crecimiento Transformante β (TGF β), estrógenos y calcio; por el contrario, disminuye por la PGE2, glucocorticoides, calcitriol y PTH (Cuéllar, 2011).

De forma óptima, el tratamiento de la osteoporosis se debería orientar a retrasar la resorción ósea, por ser esta una estrategia más efectiva que la de promover la remineralización. Esto significa que, preferiblemente, los tratamientos deberían ser preventivos, empezando antes de que la destrucción de la estructura ósea sea irreversible. Puesto que, como se ha avanzado, las fracturas óseas constituyen la principal complicación de la osteoporosis, el principal objetivo del tratamiento será su prevención y la eficacia de las distintas opciones terapéuticas se medirá por su capacidad para reducir su incidencia, en especial de la fractura de cadera, por relacionarse con la mayor relevancia clínica y mortalidad; el nivel de densidad ósea u otros marcadores de remodelado óseo pasan a un segundo plano.

El tratamiento de la osteoporosis grave en mujeres con alto riesgo de fractura incluye habitualmente terapia farmacológica añadida a las medidas básicas no farmacológicas. Grosso modo, el conocimiento de la relación beneficio/riesgo de los tratamientos anti-osteoporosis es más limitado que en otras patologías, debido fundamentalmente a que no es fácil correlacionar la densidad ósea con el riesgo de fracturas, pese a que esa correlación pudiera parecer obvia, y a que la demostración de diferencias en la incidencia de fracturas requiere de ensayos muy largos y con gran cantidad de pacientes. Además, la mayoría de los ensayos se realizan con mujeres en el periodo inmediatamente posterior a la menopausia y no en el grupo de edad donde suelen producirse la mayoría de las fracturas (> 70 años).

En la UE se dispone actualmente de diversas alternativas de tratamiento farmacológico para la prevención de fracturas osteoporóticas, desde terapias antiresortivas hasta agentes promotores de la formación de hueso.

Entre las primeras, el uso de estrógenos –por su efecto de retrasar la desmineralización del hueso (mediante un mecanismo posiblemente directo sobre los osteoblastos, pero no del todo conocido)– ha caído en desuso en los últimos años, tras pronunciarse la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) en 2004 y 2008 sobre el balance beneficio-riesgo negativo de la terapia hormonal de sustitución (THS) como primera línea para la prevención de la osteoporosis a largo plazo. Se mantiene como una opción para mujeres posmenopáusicas con elevado riesgo de fracturas que no respondan o no toleren otros tratamientos o en quienes estén contraindicados, tras una valoración minuciosa de los posibles beneficios frente a los riesgos potenciales.

Los moduladores selectivos de receptores estrogénicos (SERM, por sus siglas en inglés) retrasan la desmineralización ósea. Se han descubierto dos subtipos de receptores intracelulares de estrógenos, el alfa (α) y el beta (β), que se encuentran en diferentes concentraciones y localizaciones en los distintos tejidos del organismo: a nivel óseo, los β se encuentran principalmente en el hueso esponjoso en desarrollo, mientras que los se concentran en mayor medida en el hueso cortical. Los SERM usados en osteoporosis producen efectos estrogénicos típicos sobre el hueso, reduciendo la resorción y el ciclo metabólico total del hueso. El primero en ser comercializado fue el raloxifeno, el cual, en estudios realizados a 24 meses, demostró incrementos del 1,2-2% en la densidad ósea total corporal, con elevaciones del 1,3-2,4% en las localizaciones de espina lumbar y de cadera. También produce modificaciones en los marcadores biológicos del ciclo óseo similares a los obtenidos con estrógenos, y ejerce efectos favorables adicionales sobre los lípidos plasmáticos (aunque menos marcados que con estrógenos, especialmente en lo que se refiere a HDL); a diferencia del uso de estrógenos, no induce activación del endometrio ni parece estar relacionado con un incremento del riesgo de cáncer de mama. El bazedoxifeno está estrechamente relacionado con el raloxifeno y se une con una afinidad 4 veces mayor por los receptores α que por los β, aunque sigue sin establecerse claramente cuál es el perfil idóneo de selectividad y actividad para los subtipos de receptores.

Otro fármaco que retrasa la desmineralización es la calcitonina, una hormona que interviene en la regulación natural del metabolismo óseo del calcio, siendo su acción principal la inhibición de los osteoclastos. Su eficacia en la conservación de la masa ósea es parecida a la de los estrógenos, aunque los efectos adversos a largo plazo son menores. Además, alivia el dolor de origen óseo, lo cual es una ventaja adicional para algunos pacientes. Administrada generalmente junto a un suplemento de calcio (para evitar hiperparatiroidismo secundario), la calcitonina ha demostrado preservar la masa ósea en la espina lumbar en pacientes tratados con corticosteroides, al menos durante el primer año de terapia; sin embargo, no se ha probado tal efecto en el cuello del fémur.

Las sales de calcio también retrasan la desmineralización ósea, probablemente porque el aumento de la calcemia inhibe la secreción de hormona paratiroidea. Es importante tener en cuenta que el Ca2+ no es capaz de contrarrestar eficazmente la descalcificación acelerada debida a la falta de estrógenos durante los primeros años de la menopausia. Pasado el periodo inicial posmenopáusico, el aporte regular de calcio sí es capaz de retrasar significativamente la velocidad de descalcificación y hay datos clínicos que demuestran una reducción significativa de la incidencia de fracturas de cadera en pacientes sometidos a un régimen diario de calcio y vitamina D. Esta última actúa facilitando la absorción del calcio y diversos estudios han evidenciado que la asociación de calcio y vitamina D es capaz de prevenir también la osteoporosis inducida por corticosteroides.

Por su bajo nivel de toxicidad y bajo coste, constituye una de las terapias preventivas de primera línea en todos aquellos pacientes que vayan a iniciar un tratamiento crónico con corticosteroides.

Uno de los grupos más empleado para retrasar la desmineralización es el de los bisfosfonatos, fármacos análogos de los pirofosfatos que constituyen la estructura mineral del hueso: con una mayor resistencia a la hidrólisis enzimática que los propios pirofosfatos, no se incorporan a la estructura ósea sino que se adsorben sobre los cristales de hidroxiapatita y, una vez allí, inhiben la acción de los osteoclastos. Los bisfosfonatos se usaron inicialmente en la enfermedad de Paget, pero los buenos resultados en osteoporosis les han convertido en el tratamiento básico para esta última.

El primer fármaco en demostrar eficacia en términos de aumento de la densidad ósea y disminución de la incidencia de nuevas fracturas fue el etidronato disódico, pero pronto se detectó el riesgo de osteomalacia, por lo que sus tratamientos debían ser intermitentes. Posteriormente han ido apareciendo nuevos derivados más eficaces y seguros, que además tienen la ventaja de una pauta de administración semanal más cómoda para las pacientes: alendronato, risedronato, ibandronato, pamidronato o zoledronato. Todos han demostrado una clara efectividad en el tratamiento y prevención de fracturas óseas ligadas a la osteoporosis, con resultados especialmente interesantes en la osteoporosis inducida por glucocorticoides. Un inconveniente general de los bisfosfonatos es que se absorben muy mal por vía oral, lo que obliga a administrarlos en ayunas, y comportan cierto riesgo de esofagitis (por retención de la forma oral sólida en el esófago), por lo que deben tomarse de pie y con un vaso de agua para asegurar el tránsito digestivo adecuado.

Por su parte, la hormona paratiroidea (parathormona, PTH) y sus fragmentos, como la teriparatida, han demostrado ser potentes estimuladores de la formación y resorción óseas, pudiendo tanto incrementar como disminuir la masa ósea según las circunstancias fisiopatológicas de la persona. Así, la pauta de administración es crítica para sus efectos sobre el metabolismo óseo: la administración diaria en forma subcutánea estimula la formación ósea (pero tiene diferentes efectos sobre la resorción y la masa ósea), mientras que cuando se realizan infusiones intravenosas de PTH se aprecia una pérdida de masa ósea debida a un predominio de la actividad de resorción sobre la de formación. Los datos clínicos indican que la PTH es capaz de reducir sustancialmente el riesgo sufrir fracturas óseas vertebrales por parte de mujeres posmenopáusicas con osteoporosis durante periodos prolongados; tal reducción parece tanto más relevante cuanto mayor es el riesgo de fractura en las pacientes). Además, es capaz de incrementar la densidad mineral ósea en un 6,5%; aunque este valor es inferior al de teriparatida (la cual se asocia a un riesgo de osteosarcoma y sus tratamientos se limitan a 2 años), los resultados clínicos relativos a la reducción del riesgo de fractura vertebral son muy similares.

Entre las sales de estroncio, el ranelato de estroncio4 aumenta la formación de hueso a través de la potenciación de la replicación de las células precursoras de osteoblastos, así como del incremento de la síntesis de colágeno y de otras proteínas no colagénicas por los osteoblastos maduros. También parece reducir la resorción ósea al disminuir la diferenciación de los osteoclastos y su actividad resortiva. La AEMPS advirtió ya en 2007 de los riesgos relativos a reacciones de hipersensibilidad graves con el uso de ranelato de estroncio, tales como el síndrome DRESS, también asociado a otros fármacos (alopurinol, minociclina, abacavir, sulfasalazina, etc.), que consiste en erupción cutánea, fiebre, y afectación de diversos órganos, como riñón e hígado.

El fármaco más recientemente comercializado –en 2011– frente a la osteoporosis en mujeres posmenopáusicas con riesgo alto de fracturas ha sido denosumab. Se trata de un anticuerpo monoclonal de administración subcutánea semestral que se une selectivamente a RANKL, impide la unión al receptor (RANK) y, con ello, la diferenciación, supervivencia y fusión de las células precursoras de osteoclastos, así como la activación de los osteoclastos maduros, acortando su vida útil. El resultado es que impide la expansión de la masa osteoclástica activa capaz de formar sitios de resorción ósea, lo que se traduce en una reducción de la resorción ósea en el hueso trabecular y cortical. Ha demostrado capacidad de reducir notablemente la incidencia de fracturas vertebrales y no vertebrales en mujeres sin antecedentes, no siendo concluyentes los datos en fractura de cadera. Pero tampoco está exento de riesgos: se ha notificado un riesgo incrementado de fracturas vertebrales múltiples asociado a la suspensión del tratamiento, un riesgo 4 veces mayor en pacientes con fracturas previas al tratamiento respecto a las que no las tenían.

En definitiva, se dispone de distintas opciones farmacológicas que se han probado eficaces en mujeres posmenopáusicas con osteoporosis grave, en especial para la reducción de fracturas vertebrales. Pero su efecto sobre la prevención de las fracturas de cadera –la que sería la variable clínica más robusta– no es concluyente, y no están exentos de efectos adversos, incluso de tipo óseo (como la osteonecrosis de mandíbula y las fracturas de fémur atípicas). Habida cuenta del elevado número de tratamientos prescritos, la aparición de nuevos fármacos puede contribuir a superar estas limitaciones. Por ahora, y a pesar de su eficacia controvertida en la prevención de fracturas no vertebrales, se considera el uso de los bisfosfonatos alendronato y risedronato como de elección en la primera línea de tratamiento, en la mayoría de pacientes durante 5-10 años (no hay evidencia que respalde su uso por periodos más prolongados); en mujeres con intolerancia oral o contraindicación, el zoledronato por vía intravenosa5 es una alternativa por periodos de 3-6 años.

Acción y mecanismo

Romosozumab es un anticuerpo monoclonal que se une a la esclerostina y la inhibe, aumentando, en consecuencia, la formación de hueso debido a la activación de las células del revestimiento óseo; así, potencia la producción de la matriz ósea por parte de los osteoblastos y el reclutamiento de las células osteoprogenitoras. Pero el efecto de romosozumab es doble, pues además de aumentar la formación ósea, reduce la resorción ósea mediante la inducción de cambios en la expresión de los mediadores de los osteoclastos. Tales acciones, en conjunto, producen aumentos rápidos en la masa ósea trabecular y cortical, mejoras en la estructura ósea y en su resistencia, y han sido la base para la autorización del medicamento para el tratamiento de la osteoporosis grave en mujeres posmenopáusicas con un elevado riesgo de fractura.

Es preciso recordar que la esclerostina es una glicoproteína codificada por el gen SOST6, localizado en el cromosoma 17, que es secretada por los osteocitos y actúa como un regulador clave de la formación ósea: al inhibir vías de señalización molecular –como la de la proteína morfogenética ósea y la de las proteínas Wnt–, inhibe la proliferación y función de los osteoblastos, reduciendo la formación del hueso. Su producción se ve inhibida por la hormona paratiroidea, los estrógenos y la prostaglandina E2, entre otros factores, y potenciada por la calcitonina. El hecho de que la expresión de la esclerostina se circunscriba fundamentalmente al tejido esquelético la convierte en una diana terapéutica atractiva, pues se limitan los efectos sobre otros sistemas (off target). Se comprende, como ha sido demostrado en numerosos estudios, que el bloqueo de la acción de la esclerostina por romosozumab tiene un impacto positivo sobre el esqueleto.

En estudios in vitro se probó que la afinidad de romosozumab por la esclerostina humana es elevada (la Kd se mueve en el rango picomolar: 11 pM). En ensayos clínicos con mujeres posmenopáusicas con osteoporosis también se observó que, al inicio del tratamiento, el fármaco aumenta el marcador de formación ósea propéptido aminoterminal del procolágeno de tipo 1 o P1NP (+145% respecto a placebo) y que reduce el marcador de resorción ósea telopéptido C-terminal de colágeno de tipo 1 o CTX (hasta aproximadamente la mitad); cuando se interrumpe el tratamiento, se recuperan los valores normales (AEMPS, 2020).

Aspectos moleculares

Se trata de un anticuerpo monoclonal humanizado de tipo IgG2 obtenido mediante tecnología del ADN recombinante en células de la línea celular CHO (derivadas de ovario de hámster chino). La molécula, que consta de dos cadenas pesadas y dos cadenas ligeras de tipo kappa, contiene un total de 36 residuos de cisteína en los puentes disulfuro tanto intra como intercatenarios; hay concretamente 6 puentes intermoleculares. Cada cadena pesada contiene un total de 449 aminoácidos y 4 puentes disulfuro intracatenarios, mientras que cada cadena ligera está formada por 214 residuos aminoacídicos y presenta 2 uniones intracatenarias (EMA, 2019).

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia y seguridad clínicas de romosozumab por vía subcutánea en la indicación y dosis autorizada (210 mg/mes) han sido adecuadamente contrastadas en dos estudios pivotales de fase 3, aleatorizados (1:1), multicéntricos, multinacionales y controlados (uno con placebo y otro con comparador activo), que enrolaron a mujeres posmenopáusicas con osteoporosis de entre 55 y 90 años.

De ellos el de mayor relevancia es quizás el estudio de superioridad ARCH (N= 4.093), que empleó alendronato (70 mg/semana, vía oral) como control. Tuvo un periodo inicial de tratamiento doble ciego de 12 meses con dos brazos de tratamiento (romosozumab y alendronato), seguido de una extensión abierta de otros 12 meses con alendronato en ambos grupos; cabe destacar que durante todo el tratamiento se instauró una suplementación diaria de calcio y vitamina D. Las pacientes, quienes debían presentar antecedentes de fracturas por fragilidad7, mostraron características basales balanceadas entre los brazos del estudio, entre las que destacan las siguientes: edad media de 74,3 años, un tercio eran hispanas, y tenían una puntuación T-score promedio de densidad mineral ósea (DMO) en la columna vertebral lumbar, la cadera total y el cuello del fémur de -2,96, -2,80 y -2,90, respectivamente; el 96% había tenido una fractura vertebral previa.

Tras una mediana de seguimiento de 33 meses, cuando se realizó el análisis primario preespecificado (tras confirmación de fracturas óseas en 330 mujeres), la evaluación de la eficacia consideró como variables principales la aparición de nuevas fracturas vertebrales en los 24 meses y la incidencia de fracturas clínicas, esto es, cualquier fractura vertebral sintomática y no vertebral. Entre las variables secundarias sobresale por su valor clínico la incidencia de fracturas de cadera a los 12 y 24 meses, así como la de fracturas no vertebrales y el incremento de la DMO.

Los resultados (Tabla 1) ponen de manifiesto que, a los 24 meses, hubo una reducción notable (p< 0,001) en la incidencia de nuevas fracturas vertebrales entre las pacientes inicialmente tratadas con romosozumab. Pese a que no se vieron diferencias estadísticamente significativas en la frecuencia de fracturas no vertebrales y fracturas de cadera en ese punto temporal, sí se alcanzó significación estadística en el análisis primario (tras una mediana de 33 meses de seguimiento), como también ocurrió con la incidencia de fracturas clínicas –no vertebrales y vertebrales dolorosas. Adicionalmente, los datos evidenciaron que la administración de romosozumab durante los 12 primeros meses seguido de alendronato en el año posterior produce un aumento sustancial de la DMO en comparación con el uso de alendronato durante 2 años. Al mes 12, se verificó un incremento significativo en el 98% de las pacientes, alcanzándose un aumento absoluto de la DMO promedio en vértebras lumbares del +7,4% (12,4% vs. 5,0% en el brazo control) y del +2,9% en cadera total (2,9% vs. 5,8%); la diferencia (p< 0,001) se mantuvo al menos hasta el mes 36 a pesar de la transición a alendronato (Saag et al., 2017). El segundo ensayo pivotal –estudio FRAME– tuvo un diseño doblemente ciego y comparó un tratamiento con romosozumab frente a placebo en una primera fase de 12 meses y una extensión posterior hasta 24 meses con un tratamiento con denosumab (60 mg/6 meses) en ambos brazos. Se incluyeron un total de 7.180 mujeres posmenopáusicas con osteoporosis definida por una puntuación T-score de -2,5 a -3,5 en cadera o cuello del fémur; se debe subrayar que se excluyó a las pacientes con una mayor deficiencia de DMO (puntuación T-score ≤ -3,5) y a aquellas con antecedentes de fractura de cadera, fractura vertebral grave o > 2 fracturas moderadas, esto es, quienes representarían precisamente gran parte de la población diana con osteoporosis grave para la que se ha aprobado el fármaco. Entre las características basales de las pacientes sobresalieron: edad media de 71 años, un 40% tenía osteoporosis grave con fractura previa, un 14% presentaba una fractura vertebral (solo un 4% tenía ≥ 2), y valores de DMO promedio en columna vertebral, cadera y cuello del fémur de -2,7, -2,5 y -2,8, respectivamente.


Sus resultados (Cosman et al., 2016) evidencian una reducción estadísticamente significativa de la incidencia de fracturas vertebrales –variable primaria– en los meses 12 y 24 en el brazo de romosozumab, así como en las fracturas clínicas a los 12 meses, pero no así en las fracturas no vertebrales. En cifras: al mes 12, se verificó una reducción del riesgo absoluto de fracturas vertebrales de -1,3 puntos porcentuales y del -73% en el riesgo relativo (0,5% vs. 1,8% con placebo; p< 0,001); tras la transición al tratamiento con denosumab, al mes 24 se observó una reducción del riesgo absoluto de -1,9 puntos porcentuales y de -75% del riesgo relativo (0,6% vs. 2,5%; p< 0,001). La diferencia estadísticamente significativa no se confirmó a los 24 meses para las fracturas no vertebrales.

Adicionalmente, se dispone de los datos de otro ensayo multicéntrico de soporte –estudio STRUCTURE–, aleatorizado y abierto, que investigó el beneficio-riesgo de romosozumab frente a teriparatida en 436 mujeres posmenopáusicas de entre 56 y 90 años con osteoporosis grave que cambiaron desde un tratamiento previo con bisfosfonatos. Con una media de edad de 71,5 años, la amplia mayoría de las pacientes había recibido alendronato en los últimos 3 años (88% en el brazo de romosozumab y 93% en el de teriparatida). Su principal hallazgo fue un aumento significativo de la DMO en la cadera –variable principal– desde el momento basal y hasta el mes 12 de tratamiento con romosozumab: diferencia media frente a teriparatida de +3,4% (IC95% 2,8-4,0; p< 0,0001).

Desde el punto de vista de la seguridad, el perfil toxicológico de romosozumab parece adecuadamente caracterizado. Como ocurre con muchos anticuerpos monoclonales, las reacciones adversas más incidentes se relacionan con infecciones, sobre todo nasofaringitis (13,6%). También se notifican con cierta frecuencia: artralgia (12,4%), reacciones de hipersensibilidad (6,7%), y otras como sinusitis, dolor cervical, espasmos musculares o reacciones –dolor y eritema– en el lugar de inyección. La producción de anticuerpos anti-fármaco se dio en el 19% de las pacientes tratadas, pero solo < 1% presentó anticuerpos neutralizantes, en su mayoría transitorios y sin impacto sobre la eficacia del fármaco.

Pese a la baja incidencia, por su relevancia clínica es preciso citar el riesgo de hipocalcemia (0,4%) y, en especial, el aumento observado de eventos cardiovasculares graves asociado al uso del fármaco. A este respecto, en el brazo de romosozumab del estudio ARCH se vio una incidencia incrementada hasta al menos el doble de infarto de miocardio (0,8% vs. 0,2% con alendronato) y de ictus (0,6% vs. 0,3%), independiente de la existencia o no de antecedentes. Esto implica un riesgo incrementado en un 70% de tener complicaciones cardiacas graves con romosozumab respecto a alendronato, reflejado en una mayor tasa de mortalidad por causas cardiovasculares con romosozumab (0,8% vs. 0,6%). El estudio controlado por placebo –con pacientes con osteoporosis menos grave– no detectó una diferencia significativa entre los dos brazos de tratamiento en cuanto a la tasa de complicaciones cardiacas graves, pero se acepta que este es un signo de seguridad a tener en cuenta en estudios postautorización y que contraindica el uso del nuevo fármaco en pacientes con antecedentes de infarto o ictus; en ese estudio sí se observó, en cambio, un aumento de mortalidad en mayores de 75 años, lo cual determinó el rechazo de la EMA a la autorización del medicamento en pacientes con osteoporosis más leve (AEMPS, 2022).

Aspectos innovadores

omosozumab es un nuevo anticuerpo monoclonal humanizado que se une selectivamente a la esclerostina e impide la función normal de esta proteína reguladora del hueso, que fisiológicamente ejerce como un inhibidor de la proliferación y función de los osteoblastos. El fármaco ejerce un doble mecanismo de acción: incrementa la formación de hueso (se activan las células del revestimiento óseo, aumenta la producción de matriz ósea por los osteoblastos y el reclutamiento de células osteoprogenitoras) e induce cambios en la expresión de mediadores de los osteoclastos, disminuyendo la resorción ósea. Por tanto, produce aumentos rápidos en la masa ósea y mejoras en su estructura y resistencia, lo cual ha sido la base para la autorización del medicamento en el tratamiento de la osteoporosis grave en mujeres posmenopáusicas con un elevado riesgo de fractura. Simultáneamente se debe instaurar una suplementación diaria de calcio y vitamina D.

Su aprobación por vía subcutánea se sustentó en los resultados de dos amplios estudios pivotales aleatorizados y de fase 3. El más relevante –estudio ARCH (N= 4.093)– comparó un tratamiento de 12 meses con romosozumab frente a alendronato como control activo, seguido de otros 12 meses de uso de alendronato en todas las pacientes. Los resultados a los 24 meses evidenciaron una reducción significativa en la incidencia de fracturas vertebrales nuevas en el grupo de romosozumab (4,1% vs. 8,0% con alendronato), suponiendo una reducción relativa del riesgo a la mitad. El análisis primario, tras una mediana de seguimiento de 33 meses, también reveló un descenso notable en la incidencia de fracturas clínicas –no vertebrales y vertebrales dolorosas– (9,7% vs. 13%; reducción del riesgo relativo del 27%) y de fracturas de cadera (2,0% vs. 3,2%; reducción del riesgo relativo del 38%). Todo ello se asoció con una mejora sustancial de la densidad mineral ósea en las mujeres tratadas con romosozumab, indicador clínico que, si bien es interesante, solo constituye un factor de riesgo de fractura (variable intermedia).

Un segundo ensayo pivotal –estudio FRAME (N= 7.180)– comparó un tratamiento de 12 meses con romosozumab frente a placebo, seguido de otros 12 meses de uso de denosumab en todas las pacientes, quienes tenían una osteoporosis menos severa con menor riesgo de fractura (comprensible desde el punto de vista ético por usarse placebo como control). Sus resultados reflejaron una reducción de la incidencia de fracturas vertebrales en el mes 12 (0,5% vs. 1,8%; reducción relativa del riesgo del 73%) y también en el mes 24 tras la transición al tratamiento con denosumab (0,6% vs. 2,5; reducción relativa del riesgo del 75%). En cambio, no se vio mejora en la frecuencia de fracturas no vertebrales y de fracturas de cadera (variables secundarias).

La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) consideró que la población de pacientes incluida en el estudio ARCH refleja correctamente la diana para romosozumab: pacientes con osteoporosis grave y en su mayoría con antecedentes de fractura vertebral. Sus hallazgos con el uso inicial del fármaco tienen relevancia clínica por haberse investigado frente a alendronato, considerado de elección en la práctica clínica y que, junto a risedronato y zoledronato, constituirían los comparadores más adecuados en la indicación. De especial interés es la menor frecuencia de fracturas de cadera observada con el nuevo fármaco, si bien se debe tener prudencia en su interpretación: fue una variable secundaria exploratoria y la magnitud del efecto es moderada.

En términos de seguridad, el perfil toxicológico de romosozumab se asocia, como para otras proteínas terapéuticas, con la incidencia de infecciones, sobre todo nasofaringitis (14%); otras reacciones adversas frecuentes son artralgia (12%) o reacciones de hipersensibilidad (7%). Tampoco se debe desdeñar su inmunogenicidad (19% de pacientes tratadas producen anticuerpos anti-fármaco), si bien la presencia de anticuerpos neutralizantes (< 1%) suele ser transitoria y sin impacto sobre la eficacia del fármaco. Pero indudablemente el signo de seguridad que requiere mayor vigilancia de las pacientes es el riesgo de eventos cardiovasculares graves, con un aumento relativo del 70% respecto a alendronato, lo cual contraindica su uso ante un historial de infarto agudo de miocardio o accidente cerebrovascular y obliga a evaluar de forma individualizada cada caso, sopesando otras opciones terapéuticas. A pesar de ello, se estiman 2 eventos cardiovasculares graves adicionales –sobre todo, ictus o infarto– por cada 1.000 pacientes tratadas.

En el tratamiento de la osteroporosis grave, a pesar del uso adherente a las opciones farmacológicas disponibles (las más usadas son alendronato o risedronato, pese a no haber un gold standard), no pocas pacientes posmenopáusicas se ven afectadas por nuevas fracturas óseas. Además, el tiempo de uso de esos fármacos no ha sido claramente establecido en una enfermedad crónica que requeriría tratamientos prolongados, y no están exentos de riesgos (como efectos adversos a nivel óseo), lo que representa un hándicap para su manejo óptimo. A fin de posicionar el nuevo fármaco, no se dispone de otras comparaciones directas de romosozumab frente a otros bisfosfonatos (risedronato y zoledronato), ni hay datos que permitan comparar la adherencia terapéutica frente a otras alternativas, siendo este un factor que en vida real impacta sobre los resultados clínicos por considerarse baja, de forma general, entre pacientes con osteoporosis. En este sentido, serían interesantes estudios sobre la preferencia de las pacientes, pero la pauta mensual del nuevo fármaco no mejoraría a priori la adherencia que se alcanza, por ejemplo, con la pauta anual de zoledronato.

Conviene tener presente que el medicamento fue inicialmente rechazado por la EMA por el riesgo incrementado de eventos cardiovasculares mayores en pacientes con osteoporosis grave y por el aumento de mortalidad que se registró entre mayores de 75 años con osteoporosis menos severa. Otra limitación importante de su potencial uso a futuro es que el tratamiento está limitado a 12 meses, tras lo cual se recomienda que los pacientes continúen con un tratamiento anti-resortivo, como un bisfosfonato o denosumab8.

En definitiva, con un mecanismo de acción que inaugura una vía terapéutica, el tratamiento de la osteoporosis grave durante 1 año con romosozumab en pacientes posmenopáusicas con alto riesgo de fractura ha evidenciado un beneficio a medio plazo (por periodos de hasta 3 años), de especial interés por su capacidad para reducir la incidencia de fracturas de cadera –las fracturas osteoporóticas de mayor impacto clínico y mortalidad–, algo que no se ha probado consistentemente con otros fármacos usados en la indicación, como la teriparatida. En todo caso, su empleo deberá sopesarse de forma individualizada por las incertidumbres de la seguridad cardiovascular y por su efecto a largo plazo, teniendo en cuenta que se dispone de alternativas con un balance beneficio-riesgo diferente pero mejor conocidas. El IPT de la AEMPS estima que el número de pacientes a tratar para evitar una fractura vertebral sería de 54, de 56 para una fractura clínica, y de 71 para una no vertebral. A la vista de la evidencia disponible, no parece que romosozumab vaya a suponer un cambio de paradigma en el tratamiento de la osteoporosis. No ha sido financiado en España para su uso en el Sistema Nacional de Salud.

Valoración

Editorial

Queridos lectores,

Como es habitual en estas fechas, nos encontramos preparando todos los detalles de los Premios Panorama 2022, galardones impulsados por el Consejo General de Colegios Farmacéuticos a través de esta publicación para reconocer la innovación farmacológica. Durante los pasados doce meses hemos asistido a interesantes progresos en la farmacoterapia de las enfermedades raras, como la atrofia muscular espinal o las porfirias, y también en lo referente a otras patologías que, por desgracia, continúan afectando a una gran parte de la población, como ocurre con la COVID-19. Así, el Jurado ha decidido otorgar ex aequo el premio a los medicamentos Givlaari® (givosirán) y Zolgensma® (onasemnogén abeparvovec). En este número de Panorama se recuerdan los aspectos innovadores de cada uno de ellos. Confiamos en que el nuevo año que se acerca sea al menos tan fructífero como el actual desde el prisma del arsenal farmacoterapéutico.

Por cuanto respecta a la actualidad en el mundo farmacéutico, merece una mención la reciente publicación de los resultados del informe titulado El papel de la farmacia en el futuro, elaborado por GAD3, que pone en relieve el alto valor que otorgan los ciudadanos españoles a la farmacia comunitaria como establecimiento sanitario, destacando la importancia creciente otorgada a los servicios asistenciales que ésta ofrece, tales como la información sobre medicamentos y el consejo farmacéutico; además, subraya la reclamación por parte de la sociedad de un mayor grado de colaboración con la farmacia hospitalaria y con los servicios de atención primaria.

En los últimos días también hemos tenido conocimiento de varias noticias positivas en relación con la salud: por un lado, parece que España empieza a superar el bache que la COVID-19 supuso para la esperanza de vida, que se redujo en 15 meses durante el 2020. Así, los españoles ya habríamos recuperado aproximadamente la mitad de la esperanza de vida perdida, no solo por la disminución de la gravedad de la enfermedad, sino también por la recuperación paulatina de la normalidad en la capacidad asistencial, necesaria para hacer frente al diagnóstico y tratamiento del resto de enfermedades. En otro orden de cosas, se hecho pública la decisión de varias comunidades autónomas de ampliar la vacunación frente al virus del papiloma humano a los varones, lo cual constituye un hito que sin duda redundará en un beneficio para la salud pública y en una reducción de la incidencia de determinados tipos de cáncer asociados a la infección por dicho virus, como ha sido sobradamente constatado en mujeres. Se nos plantea la duda de si el acceso a estas vacunas se generalizará en todo el país o si, por el contrario, persistirán inequidades entre ciudadanos en función de su lugar de residencia.

En este nuevo número traemos una profunda revisión sobre la fisiopatología, aspectos clínicos y tratamientos de las anemias, un grupo de enfermedades muy prevalentes a nivel global y también en nuestro país, lo que debe animar a todos los profesionales sanitarios a mantenerse actualizados con el objetivo de colaborar en su prevención y tratamiento. La evaluación de nuevos medicamentos comercializados en España incluye, este mes, al antibiótico oritavancina (Tenkasi®), autorizado en el tratamiento de infecciones de piel y tejidos blandos, y al anticuerpo monoclonal romosozumab (Evenity®), de utilidad en osteoporosis grave en mujeres posmenopáusicas. De forma complementaria, en la sección Farmacovigilancia se recogen varias actualizaciones de información que han suscitado interés en las últimas semanas, destacando las recomendaciones relativas a los medicamentos que combinan codeína e ibuprofeno.

Deseamos que la lectura os sea amena y enriquecedora. Recibid un afectuoso saludo.

¿Son las células CAR-T «universales» el futuro de la terapia oncológica?

La terapia con células CAR-T autólogas representa uno de los avances más recientes y prometedores de la medicina oncológica. Sin embargo, en la práctica su utilidad se ve en parte limitada por factores como el elevado coste, la complejidad asociada al propio proceso de ingeniería celular, el largo periodo de tiempo necesario para llevar a cabo el cultivo de las células (que en ocasiones obliga a descartar esta posibilidad terapéutica), y a ciertos efectos adversos provocados por la activación del sistema inmunitario frente a las células infundidas.

Para superar tales limitaciones, un equipo de investigadores de Reino Unido ha planteado una alternativa que consiste en la edición genética mediante la tecnología CRISPR-Cas9 para eliminar la cadena α del receptor de las células T alogénicas (de donante distinto al receptor), a fin de prevenir la enfermedad de injerto contra huésped (EICH), y también eliminar la molécula CD52, a fin de aumentar la supervivencia de estas células T. De este modo, las células generadas serían potencialmente universales y estarían listas para usar en cualquier paciente.

Se diseñó un estudio clínico de fase 1 abierto y no aleatorizado en el que participaron 6 niños con edades comprendidas entre los 14 meses y los 11 años, con leucemia linfoblástica aguda de precursores B (LLA-B) CD19+ recidivante o refractaria al resto de tratamientos. Esto es, pacientes con enfermedad avanzada y para los que no existía ninguna alternativa terapéutica. Con carácter previo a la infusión de las células T con un receptor de antígeno quimérico (CAR) anti-CD19 y editadas genéticamente se realizó un proceso de acondicionamiento con fludarabina, ciclofosfamida y alemtuzumab con el objetivo de generar una inmunosupresión –linfodepleción– que evitara el rechazo. Tras la infusión de una dosis de 0,8×106 hasta 2×106 células/kg se observó expansión celular del clon de células T infundidas y remisión de la enfermedad en 4 de los 6 pacientes, que fueron después sometidos a un trasplante de progenitores hematopoyéticos, como opción potencialmente curativa. De esos 4 niños, 2 continuaron en remisión de su leucemia tras 9 y 18 meses, respectivamente, mientras que otros 2 recayeron en la enfermedad. En general los efectos adversos observados fueron leves o moderados, exceptuando un caso de neurotoxicidad de grado 4 y un caso de EICH cutánea, que fueron transitorios y se resolvieron con tratamiento. No se vio ningún caso de toxicidad inmediata posinfusión.

A pesar de tratarse de una muestra pequeña, propia por otro lado de un ensayo de fase 1, este estudio pone de manifiesto el potencial de desarrollo de las terapias CAR-T. Considerando que los pacientes carecían de alternativa terapéutica, la trascendencia del resultado de curación o, al menos, de remisión a largo plazo para dos de los pacientes es aún mayor. La edición genética de células T alogénicas con CRISPR-Cas9 abre la puerta a ofrecer tratamientos universales (para cualquier paciente que cumpliera ciertos criterios clínicos), más precoces (podrían estar rápidamente disponibles, en stock en los hospitales) y en estadios más tempranos de la enfermedad (por un potencial abaratamiento de su coste). Pero se debe aún esperar a estudios más amplios y con adecuado diseño para poder extraer conclusiones sólidas.

Las prescripciones intrahospitalarias de antimicrobianos como campo de optimización

Las resistencias a los agentes antimicrobianos representan actualmente –y a futuro– uno de los principales desafíos tanto para la investigación sanitaria como para los sistemas de salud. Una problemática que ha ido ganando cada vez más relevancia debido en buena medida al uso excesivo –en ocasiones, mal uso– que se ha hecho de los antibióticos a lo largo de las décadas pasadas, tanto en humanos como en animales. La sujeción a prescripción médica de los medicamentos antimicrobianos en España pretende atajar una parte el problema, en tanto que su uso requiere un diagnóstico previo por un médico o veterinario. Sin embargo, las resistencias adquiridas en el pasado por muchos microorganismos patógenos y el desarrollo de nuevos mecanismos de resistencia, ocasionados por factores como el incumplimiento de la pauta posológica o los tratamientos empíricos no adecuados, entre otros, obligan a perseverar en la optimización de su uso.

Recientemente se han publicado los datos de un estudio –denominado PAUSATE– realizado en España sobre el uso hospitalario de antimicrobianos. Se trata de una investigación observacional, multicéntrica y transversal, sobre el 10% de los pacientes ingresados en los 103 hospitales participantes un día del mes de abril de 2021. Los autores, farmacéuticos hospitalarios, utilizaron un algoritmo para calificar la prescripción como adecuada, mejorable, inadecuada o no valorable. Se revisó el tratamiento de 3.568 pacientes, de los que 1.498 (42,0%) recibieron terapia antimicrobiana; de entre estos, 424 (28,3%) recibieron terapia combinada. Los antibióticos más frecuentemente prescritos fueron amoxicilina-clavulánico (7,2%), ceftriaxona (6,4%), piperacilina-tazobactam (5,8%) y meropenem (4,0%). Los antifúngicos y antivirales tienen una presencia muy inferior, siendo los principales fluconazol (1,7%) y aciclovir (1,3%), respectivamente. Estos datos están en consonancia con los que publicó la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE) en 2019.

La prescripción se consideró adecuada en el 34% de los casos, mejorable en el 45%, inadecuada en el 19% y no valorable en el 2%, en función de variables como la indicación del antimicrobiano, la pauta posológica, la duración del tratamiento o el registro en la historia clínica. Entre otros hallazgos, se vio que era mucho más frecuente la duración excesiva del tratamiento frente a una duración corta (19% vs 2%). No obstante, especial preocupación comporta el hecho de que casi una de cada cinco prescripciones se considerara inadecuada, o sea, la consideración del tratamiento por parte del farmacéutico como innecesario, ineficaz o perjudicial para el paciente.

Si bien el estudio cuenta con varias limitaciones, entre las que destacan un sesgo de selección al incluir únicamente a pacientes que recibieron tratamiento antimicrobiano (excluyendo a pacientes que lo necesitaban y no lo recibieron) o la recogida de datos durante un periodo de exceso de ingresos por COVID-19, lo que pudo ocasionar un mayor número de prescripciones de antimicrobianos, el estudio evidencia que, a pesar del alto nivel de concienciación y de la puesta en marcha de acciones como el PRAN (Plan Nacional de Resistencia a Antibióticos), todavía existe un amplio margen de mejora en el uso racional de los medicamentos antimicrobianos.

El sueño: su relevancia clínica y trastornos asociados

Bien conocida es la importancia de un descanso suficiente para disfrutar de un rendimiento físico y mental normal. Aunque no todas las personas necesitan dormir el mismo número de horas para sentirse despejadas y activas al despertar, la relación entre el sueño y la salud va mucho más allá: numerosos estudios han probado la relación causal que existe entre un descanso nocturno insuficiente y el desarrollo de determinadas enfermedades crónicas, como la diabetes o la enfermedad cardiovascular.

Un reciente trabajo ha examinado la asociación entre la duración del sueño y la aparición de más de una enfermedad crónica (multimorbilidad) usando los datos de otro estudio prospectivo con un periodo de seguimiento de 25 años. La duración del sueño fue auto-reportada por los participantes seis veces entre 1985 y 2016 y fue analizada a las edades de 50, 60 y 70 años. Se evaluaron los datos de un total de 7.864 participantes (32,5% mujeres), que se consideraron elegibles por no presentar multimorbilidad a los 50 años. De ellos, alrededor del 7% reportaron una duración del sueño de máximo 5 horas, mientras que una mayoría (60,5%) informó de una duración del sueño de 7 horas o más. En comparación con aquellos que dormían 7 horas, quienes dormían 5 horas o menos presentaban un riesgo incrementado –en un 30%– de padecer multimorbilidad (hazard ratio HR= 1,30; p< 0,001). Datos similares se observaron para los participantes de 60 y 70 años (HR= 1,32 y 1,40, respectivamente; p < 0,001). Además, dormir 5 o menos horas a los 50 años también se asoció con mayor probabilidad de aparición de una primera enfermedad crónica (HR= 1,20; p= 0,003).

Teniendo presentes las potenciales consecuencias a largo plazo de un sueño escaso, merece la pena mencionar también los resultados de otra investigación respecto de una causa relativamente frecuente de mal descanso: las pesadillas. A pesar de que las pesadillas son habituales, en ciertos casos constituyen un trastorno patológico (más de una pesadilla a la semana de forma crónica) que afecta a la calidad y a la cantidad de sueño de la persona que las sufre. Se estima que afecta a alrededor del 4% de la población y el tratamiento suele consistir en una terapia que pretende reconstruir la pesadilla narrada por el paciente de forma que resulte positiva (imagery rehearsal therapy, IRT, en inglés). Sin embargo, esta terapia no siempre es efectiva, por lo que un grupo de investigadores ha planteado una estrategia (targeted memory reactivation, TMR, en inglés) que consiste en añadir a la terapia anterior un sonido durante la fase REM del sueño con el objetivo de modular las emociones del paciente mientras está dormido y evitar la aparición de las pesadillas. En el estudio participaron 36 pacientes, de los cuales la mitad se sometió a las terapias IRT y TMR y el resto solo a IRT (como control). Los resultados mostraron que los pacientes tratados con TMR experimentaron menos pesadillas y sueños más agradables incluso tres meses después de la finalización de la terapia.

En definitiva, se comentan aquí nuevas muestras de que la investigación biomédica sobre el sueño está adquiriendo una importancia creciente: dado que cada vez se conocen mejor las consecuencias de su déficit, parece evidente que los programas de prevención en salud pública deberían hacer un mayor hincapié en las recomendaciones sobre higiene del sueño.

Anemias

Resumen

La anemia es una enfermedad en la que se produce una disminución del número de glóbulos rojos o de la concentración de hemoglobina dentro de estos. Se trata de una enfermedad de elevada prevalencia a nivel mundial y, aunque su frecuencia es menor en países desarrollados como España, constituye un problema de salud de especial relevancia en determinados sectores de la población, como niños, ancianos, mujeres en edad fértil y embarazadas. La causa más común es el déficit de hierro, que ocurre por factores como una baja ingesta con los alimentos o por problemas en la absorción, pero también puede tener otras causas, como déficits nutricionales de determinadas vitaminas (B12 o ácido fólico), exposición a agentes tóxicos, entre los que pueden encontrarse algunos medicamentos, enfermedades crónicas que cursan con inflamación o incluso el cáncer.

El abordaje clínico dependerá en buena medida de la causa subyacente y, por tanto, puede ser muy variable según el tipo de anemia. En todo caso, más allá de la terapia dirigida a combatir la causa, el tratamiento pasa habitualmente por una mejora de los hábitos de vida (nutrición, ejercicio físico, reducción del consumo de alcohol o tabaco) y, a nivel farmacológico, suele consistir en la administración de compuestos que permitan reponer las reservas de hierro o de vitaminas o incrementar la población eritrocitaria a través del empleo de formas recombinantes de eritropoyetina (EPO), la hormona que estimula la producción de glóbulos rojos.

Así pues, la farmacoterapia de la anemia presenta numerosas peculiaridades en cuanto a la forma de administración y al perfil de reacciones adversas de los medicamentos disponibles, lo que hace imprescindible la labor del farmacéutico en la consecución de los objetivos terapéuticos. Su actuación comienza en la prevención a través de la educación sanitaria, pasa por el favorecimiento de un diagnóstico médico temprano y llega hasta la optimización de los resultados de la terapia instaurada. La alta prevalencia de esta enfermedad y la aparición de síntomas inespecíficos, de consulta habitual en la farmacia comunitaria, deben animar al farmacéutico a estar familiarizado con los recursos y las herramientas que le permitirán contribuir como profesional sanitario a reducir la incidencia de la anemia, mejorando así el estado de salud de la población.

Introducción: definición y clasificación

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) se define como anemia aquella afección caracterizada por una disminución del número de glóbulos rojos o de la concentración de hemoglobina dentro de estos. Constituye actualmente una de las causas más frecuentes de consulta clínica, estimándose que alrededor de un 30% de la población mundial padece anemia en diversos grados. Esta prevalencia es más elevada en países subdesarrollados y afecta en mayor medida a las mujeres en edad fértil y a los niños. Aproximadamente la mitad de los casos de anemia se deben a un déficit de hierro, bien por una ingesta insuficiente o bien debido a un aumento en las pérdidas, que pueden ser fisiológicas, como ocurre en la menstruación, o patológicas, entre las que destacan las pérdidas por hemorragias digestivas. No obstante, otros estados carenciales como el déficit de vitamina B12 o de ácido fólico representan también causas frecuentes de anemia, tanto en países en vías de desarrollo como en países desarrollados como España. Las anemias por estados carenciales se presentan tras un periodo más o menos largo de ingesta insuficiente, durante el cual la disponibilidad de uno o varios nutrientes no ha podido cubrir los requerimientos para la síntesis de hemoglobina o de eritrocitos.

Otros procesos que pueden desencadenar una anemia son algunas enfermedades infecciosas o crónicas. Por ejemplo, en enfermedades que cursan con un estado de inflamación crónica la elevación de determinadas citocinas proinflamatorias puede interferir en el metabolismo normal del hierro, provocando un “secuestro” en los depósitos fisiológicos (ferritina y hemosiderina) y una reducción de la vida media de los eritrocitos, que en condiciones normales es de 120 días. Además, ciertas infecciones bacterianas, parasitarias (como la malaria) o por virus (como el del VIH) pueden provocar también una mayor destrucción de glóbulos rojos. Por otro lado, determinadas alteraciones en la estructura de la globina son consecuencia de fallos genéticos: las llamadas hemoglobinopatías pueden cursar con anemia debido a una menor estabilidad del eritrocito y a una menor capacidad de la hemoglobina para transportar oxígeno.

La hemoglobina es una proteína presente en alta concentración en el eritrocito y se encarga del transporte de oxígeno hacia los tejidos, así como de llevar el dióxido de carbono desde los tejidos hacia los pulmones para su eliminación mediante la respiración. Estructuralmente, está compuesta por cuatro cadenas de proteínas globulares denominadas globinas, a cada una de las cuales se une un grupo hemo, cuya estructura está conformada por un anillo tetrapirrólico denominado protoporfirina IX, que en su centro une un catión de hierro divalente (Fe2+). Cabe recordar que existen varios tipos de globinas, que se designan con las letras del alfabeto griego. Su variabilidad condiciona, en consecuencia, la existencia de varios tipos de hemoglobina, siendo la hemoglobina A (HbA), que cuenta con dos cadenas α y dos cadenas β, la predominante en el adulto, en una proporción aproximada del 97%; en el feto, en cambio, predomina la HbF (α2γ2), que tiene mayor afinidad por el oxígeno y permite el correcto aporte de este gas al feto a través de la sangre materna, reduciéndose sus niveles rápidamente a los pocos días del nacimiento.

Sin embargo, más allá de las formas fisiológicas de la hemoglobina, existen determinadas formas patológicas en las que se altera la capacidad de transporte de oxígeno o que generan mayor labilidad –inestabilidad– en el eritrocito. Son principalmente las talasemias, enfermedades hereditarias en las que se produce un defecto genético que impide la formación de alguna de las cadenas de la hemoglobina (habitualmente la globina α o la globina β), y, adicionalmente, otros defectos en las cadenas de globina debidos a mutaciones puntuales en alguno de los genes que las codifican que produce hemoglobinas inestables. La más conocida es la hemoglobina S, HbS, que produce la anemia falciforme o drepanocítica, llamada así porque los glóbulos rojos adquieren una forma similar a una hoz y tienen una mayor tendencia a romperse.

La anemia se manifiesta clínicamente con unos rasgos característicos, que son consecuencia tanto de la hipoxia celular como, especialmente, de los mecanismos de compensación que se ponen en marcha en respuesta a tal hipoxia. Así, los síntomas propios del síndrome anémico pueden incluir: astenia (quizás el más común), laxitud, debilidad muscular generalizada, intolerancia al esfuerzo, cefalea, acúfenos, vértigos, dificultad para concentrarse y pérdida de memoria, disnea o palpitaciones. Dependiendo de la gravedad y de la causa concreta, estos síntomas pueden aparecer con mayor o menor intensidad y pueden acompañarse de signos visibles durante la exploración médica como palidez mucocutánea (piel, conjuntivas, mucosas, lecho ungueal), soplo sistólico en ápex1 o foco pulmonar, taquicardia y signos de insuficiencia cardiaca.

El diagnóstico de la anemia se fundamenta en la determinación de la concentración de hemoglobina en sangre periférica, independientemente del número de hematíes. En la población adulta, los niveles se consideran normales cuando están por encima de 13 g/dl en el hombre y por encima de 12 g/dl en la mujer. En la población infantil, estos valores varían según la edad: desde los 6 meses a los 6 años el límite inferior se sitúa en 11 g/dl, y desde los 6 a los 14 años en 12 g/dl. Esta determinación y otras complementarias se realizan en laboratorio fundamentalmente a partir de dos tipos de técnicas: el hemograma y el frotis de sangre periférica.

El hemograma permite determinar tanto la concentración de hemoglobina como otros parámetros de utilidad en la caracterización del perfil hematológico del paciente. Estos parámetros incluyen:

  • Volumen corpuscular medio (VCM): es el tamaño medio de los eritrocitos, que determina la clasificación de la anemia como microcítica, macrocítica o normocítica.
  • Hemoglobina corpuscular media (HCM): es el valor medio de la cantidad de hemoglobina contenida en el eritrocito, que permite clasificar la anemia como hipocrómica, hipercrómica o normocrómica.
  • Concentración de hemoglobina corpuscular media (CHCM): es la cantidad de hemoglobina relativa al tamaño del eritrocito.
  • Índice de distribución eritrocitaria (IDE): mide la heterogeneidad en el tamaño de los hematíes (o anisocitosis) y es relevante a la hora de distinguir entre una anemia ferropénica y una talasemia.

Por su parte, el frotis de sangre periférica consiste en la extensión de una gota de sangre, que puede teñirse con determinados colorantes para su posterior observación microscópica, que permitirá distinguir la morfología y el grado de coloración de los eritrocitos, así como la presencia de otros elementos formes y de precursores del eritrocito como los reticulocitos. El recuento de estos reticulocitos, que también puede abordarse con contadores automáticos, es un dato de gran interés, pues sirve de indicador de la actividad eritropoyética de la médula ósea y permite clasificar las anemias en regenerativas o arregenerativas (Tabla 1), de acuerdo a un criterio fisiopatológico. Las anemias regenerativas son aquellas en las que se produce un aumento de la eritropoyesis como respuesta compensatoria a la anemia, lo que hace aumentar el número de reticulocitos en sangre periférica e indica que la anemia no es consecuencia de una afectación de la médula ósea. En cambio, en las anemias arregenerativas no se da tal aumento compensatorio, por lo que se debe sospechar de un fallo a nivel de la médula ósea.


También, en función del grado de VCM, se puede distinguir entre anemias microcíticas, normocíticas y macrocíticas.

  • Las anemias microcíticas son aquellas en las que el VCM es inferior a 82 fl y es habitual que en un frotis se observe asimismo hipocromía. La microcitosis es característica en la anemia ferropénica, en la anemia sideroblástica y en las talasemias.
  • En las anemias normocíticas el valor de VCM se sitúa entre 82 y 100 fl. Un tamaño normal de los eritrocitos es común en las anemias secundarias a enfermedades crónicas y en las anemias hemolíticas.
  • En las anemias macrocíticas se observa un tamaño aumentado de los glóbulos rojos, con un VCM superior a 100 fl. Los casos más habituales se deben a la carencia de vitaminas que son esenciales en el proceso de maduración del eritrocito, fundamentalmente la vitamina B12 y el ácido fólico.

El abordaje de la anemia se enfocará, por tanto, a alcanzar los niveles de hemoglobina considerados normales en función de la edad y el sexo de paciente. Debido a la diversidad de causas2 que pueden ocasionar la anemia, el tratamiento variará en consecuencia: según la etiología concreta, podrá estar orientado a suplementar la ingesta de determinados nutrientes, a estimular la producción endógena de precursores hematopoyéticos, a tratar una enfermedad de base, etc.

En definitiva, las anemias constituyen un grupo de enfermedades de vasta heterogeneidad, tanto a nivel etiopatogénico como en lo que respecta a su terapéutica. Por este motivo, la presente revisión se centrará en aquellos tipos de anemia que se han considerado de mayor relevancia por razón de la prevalencia de la enfermedad, así como de la disponibilidad de tratamientos farmacológicos, destacando sobre otras la anemia ferropénica y la anemia megaloblástica.

Epidemiología

La disponibilidad de datos epidemiológicos globales sobre anemia es bastante limitada. De acuerdo a un estudio llevado a cabo por la OMS, en el año 2011 más del 40% de los niños, el 38% de las mujeres embarazadas y el 29% de las mujeres en edad fértil presentaban anemia, afectando a aproximadamente 800 millones de niños y mujeres a nivel global (OMS, 2015).

En el marco del grupo de estudio Global Burden Diseases, Injuries and RiskFactors (GBD) se llevó a cabo una revisión de los datos disponibles sobre anemia en 2013 (Kassebaum et al., 2016). Se estima que en ese año la población afectada por anemia se acercaba a los 2.000 millones de personas en todo el mundo, de los cuales 75 millones serían casos de anemia severa y más de 900 millones corresponderían a anemias moderadas, así clasificadas en función de los niveles de hemoglobina (Tabla 2).


Los datos muestran un impacto desigual de la anemia si se toman en consideración variables como la edad, el sexo y la geografía. Los niños resultan ser el grupo de población más afectado y, además, el que menos ha mejorado sus datos respecto a 1990. En este sentido, los datos de la OMS (2015) sobre prevalencia de anemia en niños de entre 6 y 59 meses muestran que el 60% de los niños africanos padecían esta enfermedad en 2011, frente al 7% de los niños norteamericanos o al 19% de los europeos.

Considerando exclusivamente la anemia severa, de los 9,6 millones de casos que estima la OMS para este grupo de edad, 5,2 millones se localizarían en el continente africano. Según dicho informe, el 50% de los casos de anemia a nivel global podría corregirse mediante suplementos de hierro, un porcentaje que es algo menor en zonas pobres, debido a que en estos casos las carencias nutricionales suelen ir más allá de la deficiencia exclusiva de hierro.

En cuanto a la tendencia general a nivel poblacional, los datos del GBD muestran una reducción entre 1990 y 2013 de la prevalencia de anemia desde el 33% hasta el 27%. En el caso de los países en vías de desarrollo, esa proporción habría disminuido desde el 38% hasta el 29% y, en los países desarrollados apenas se observan cambios, con una prevalencia más o menos estable alrededor del 19%. Los datos de España en este estudio están en consonancia con la media de los países desarrollados, con una prevalencia en el año 2013 del 19,4% de la población.

El desarrollo y la optimización de programas nacionales de nutrición ha permitido mejorar los niveles de anemia principalmente en el sur, este y sureste asiático y en el África subsahariana oriental. Estos programas son de vital importancia, puesto que la principal causa de anemia a nivel global es la deficiencia de hierro, que podría solventarse en una alta proporción de casos con unas pautas nutricionales adecuadas. No obstante, la anemia es una enfermedad compleja y, aun considerando únicamente las carencias nutricionales, la propia OMS considera insuficiente la suplementación con hierro para abordar el problema, por lo que incluye asimismo la vitamina A y otros micronutrientes en las recomendaciones que emite para apoyar la acción de los distintos Estados, especialmente para aquellos en vías de desarrollo donde estas carencias nutricionales son frecuentemente severas (OMS, 2017).

Sea como fuere, en estos entornos la mejora en la nutrición de la población no se puede considerar de manera separada de otros factores que impactan tanto en la capacidad de absorción del hierro como en las pérdidas por hemorragia. Así, numerosas infecciones y enfermedades inflamatorias reducen la capacidad de absorber el hierro y pueden hacer inútil la simple suplementación; por ejemplo, infecciones como la malaria afectan de manera específica a los glóbulos rojos, provocando su destrucción y pudiendo conducir a anemias graves.

Para el caso específico de las mujeres en edad fértil, la OMS propuso el objetivo de reducir los niveles de anemia en un 50% en 2025, respecto a los niveles de 2011 (OMS, 2014), cuando más de 500 millones de mujeres de entre 15 y 49 años padecían anemia.

Para ello, emitió una serie de recomendaciones a los Estados Miembros para la prevención, el control y el tratamiento de la anemia en mujeres. Algunas de tales recomendaciones son práctica habitual en España, como la suplementación con –al menos– hierro y ácido fólico durante el embarazo, y se orientan sobre todo a la prevención de la anemia y de los riesgos asociados a esta enfermedad durante el embarazo. Sin embargo, la mayoría están más enfocadas a los países en vías de desarrollo y, por ejemplo, incluyen la suplementación con hierro y ácido fólico a todas las mujeres en edad fértil que vivan en zonas donde la prevalencia de anemia supera el 20%.

Tal como se puede desprender de lo anterior, las mujeres embarazadas son consideradas un grupo de especial riesgo por lo que respecta a las anemias, tanto por un aumento de los requerimientos nutricionales como por la mayor tendencia a la aparición de complicaciones durante el embarazo, como parto prematuro, bajo peso al nacer o un aumento en la mortalidad peri y neonatal (Means et al., 2020).

Anemia ferropénica

La anemia ferropénica se produce como consecuencia de un déficit de hierro, ya sea por un aumento de las pérdidas o por un aporte insuficiente a través de la dieta. Este desequilibrio entre la absorción y la eliminación de hierro provoca que se vayan consumiendo las reservas corporales y que disminuya la disponibilidad para incorporarse a la hemoglobina.

El hierro es un micronutriente esencial que interviene en el transporte de oxígeno, en la respiración celular, en la síntesis de ADN y en muchos otros procesos fisiológicos, incluyendo la propia eritropoyesis (proceso de formación de glóbulos rojos o eritrocitos), puesto que los eritroblastos basófilos, precursores del eritrocito, internalizan por pinocitosis la ferritina presente en la sangre para incorporar el hierro a la hemoglobina que se sintetiza en los ribosomas de la célula (Figura 1). Este proceso está regulado y estimulado por una hormona, la eritropoyetina (EPO), que se sintetiza en el riñón y es activada en el hígado; su producción se ve estimulada por la hipoxia tisular.


El hierro presente en el cuerpo humano de un adulto supone unos 3-4 gramos en condiciones normales. Aproximadamente dos tercios de la cantidad total se encuentran en el grupo hemo de la hemoglobina, alrededor de una cuarta parte forma parte de los depósitos de reserva, ferritina y hemosiderina, y el resto se reparte entre la mioglobina y determinadas enzimas, con solo una mínima parte encontrándose como hierro libre. El metabolismo y la eliminación de este elemento en condiciones fisiológicas (Figura 2) están sometidos a un control estricto que condiciona unas pérdidas diarias muy escasas, de alrededor de 1-2 mg al día, salvo en las mujeres durante la menstruación. A su vez, el hierro de la dieta se absorbe con dificultad a nivel del duodeno y del yeyuno proximal, pero en una dieta normal la cantidad de hierro es unas diez veces superior a la necesaria para compensar las pérdidas y existen mecanismos reguladores de la absorción. Así, la actividad de la hepcidina, una proteína fundamental en la homeostasis del hierro se ve inducida cuando las reservas de este mineral son altas y es capaz de inhibir a la ferroportina, proteína encargada de transportar el hierro desde los enterocitos hasta la circulación.


Al margen de esta regulación, la absorción de hierro está condicionada por su grado de oxidación, de modo que el contenido en el grupo hemo de la hemoglobina, que se encuentra como Fe2+, se absorbe con mayor facilidad que el hierro no hemo, que habitualmente se encuentra como Fe3+ y asociado a compuestos que dificultan su absorción, como el ácido oxálico (presente en espinacas, acelgas, coles, entre otros vegetales) y el ácido fítico (presente en los cereales integrales y en las legumbres, especialmente en lentejas y garbanzos). El Fe2+ se puede absorber directamente gracias a la acción de la proteína transportadora de hemo 1 (HCP 1), mientras que la forma férrica requiere de la intervención previa de una ferrorreductasa que lo transforme en la forma ferrosa. En este proceso, la actividad de la reductasa depende también de la presencia de protones, por lo que la absorción de este tipo de hierro se ve favorecida por el ácido gástrico, mientras que el consumo de antiácidos o la hipoclorhidria pueden reducir la absorción.

Etiología

El equilibrio entre la eliminación y la absorción de hierro es relativamente frágil y numerosas situaciones comunes pueden ocasionar un déficit de este elemento metálico (Tabla 3). Quizá la más evidente es la menstruación en el caso de las mujeres en edad fértil, que condiciona unas pérdidas (de sangre) que implican que los depósitos de reserva sean menores en este grupo de edad, haciendo más fácil la aparición de una anemia. Pero también pérdidas digestivas por úlcera péptica o duodenal, el consumo crónico de medicamentos que aumentan el pH del tracto digestivo o la tendencia a una menor secreción ácida –normal a mayor edad– son factores relativamente comunes en nuestro entorno y que pueden desembocar en una anemia ferropénica. E incluso dietas desestructuradas, como puede ocurrir en veganos estrictos.


Sin embargo, en países en vías de desarrollo las carencias nutricionales son uno de los factores predominantes en la aparición de la anemia ferropénica, aunque las dietas deficitarias en hierro son también comunes en España y en los países de nuestro entorno. En estos casos, los grupos más vulnerables son los niños menores de 2 años, los adolescentes y las mujeres en edad fértil. En el caso de los niños menores de 2 años, el déficit de hierro puede ser especialmente nocivo puesto que este elemento es esencial en esta etapa de rápido crecimiento y de desarrollo de las funciones cognitivas. Algo similar ocurre en el caso de los adolescentes, donde las necesidades se ven incrementadas para consolidar el crecimiento propio de esta etapa de la vida. Por su parte, las mujeres embarazadas requieren de un aporte adicional de hierro para el aporte al feto y las posibles pérdidas durante el nacimiento. En situaciones de embarazo en mujeres adolescentes, se combinan dos situaciones de aumento de las necesidades, lo que aumenta la necesidad de seguimiento y, según indica la OMS, se tiene conocimiento de que, debido a las implicaciones sociales del embarazo en este grupo de edad, la atención prenatal es menor en estos casos, aumentando los riesgos de sufrir anemia severa (OMS, 2014).

En España, la prevalencia de anemia ferropénica en adolescentes y varones adultos es inferior al 1%, en mujeres en edad fértil es del 4-5%, y en lactantes y preescolares llega a ser del 7-12%. En el grupo de población anciana, la prevalencia se estima en torno al 0,4%, siendo las personas mayores de 80 años el subgrupo más afectado.

Aspectos clínicos

Con frecuencia, la anemia ferropénica resulta prácticamente asintomática hasta que los valores de hemoglobina son muy bajos, por lo que es probable que la anemia se descubra de manera casual en un análisis de sangre rutinario o realizado por otro motivo.

En cualquier caso, entre los signos y síntomas más frecuentes se encuentran: fatiga, debilidad muscular, palidez mucocutánea, cefalea, taquicardia, dificultad para la concentración, acúfenos o vértigos. Existen algunos signos característicos, especialmente en anemias persistentes, como una curvatura en las uñas denominada coiloniquia o la pérdida de las papilas gustativas, que dan un aspecto liso a la lengua. En los niños, el déficit de hierro puede ocasionar un retraso en el crecimiento y en el desarrollo psicomotor, así como una tendencia a la ingesta de materiales no comestibles, como tierra o papel, un trastorno denominado pica.

Sin embargo, el déficit de hierro puede tener consecuencias aun cuando no existan manifestaciones clínicas de anemia. Por este motivo es de especial relevancia el diagnóstico precoz, sobre todo en poblaciones vulnerables, como niños, mujeres embarazadas y ancianos. Los valores de referencia de hemoglobina que considera la OMS para diagnosticar la anemia apenas se han modificado desde los años 60 del siglo pasado.

Junto a estos valores, el análisis de una muestra de sangre puede aportar otros datos que pueden orientar el diagnóstico. En la Tabla 4 se muestran los valores medios aproximados de un hemograma normal en el adulto, teniendo en cuenta que distintas instituciones (OMS, instituciones sanitarias nacionales, etc.) fijan unos valores de referencia que pueden diferir entre sí. En una anemia ferropénica establecida, habitualmente se producirá un descenso del hematocrito por debajo del 40% en varones y del 35% en mujeres; el volumen corpuscular medio (VCM) suele situarse por debajo de 80 fl y la hemoglobina corpuscular media (HCM), por debajo de 27 pg. En este sentido, la anemia ferropénica es el ejemplo más habitual de anemia microcítica e hipocrómica, por lo que en un frotis de sangre se observarán glóbulos rojos pequeños e hipopigmentados, en consonancia con los valores obtenidos en el hemograma. La ferritina sérica se encontrará disminuida.

El análisis de la historia clínica del paciente puede apuntar hacia una causa clara de la anemia, por ejemplo, en una paciente que refiera pérdidas abundantes de sangre durante la menstruación. No obstante, en la mayor parte de los casos la causa no suele quedar clara simplemente con la historia clínica y los datos del hemograma, debiéndose completar el diagnóstico con pruebas adicionales que ayuden a dirimir la causa y permitan establecer un tratamiento que corrija la anemia. En este sentido, se deben considerar las pérdidas de sangre por vía digestiva como origen más probable en varones adultos y en aquellas mujeres en edad fértil en las que no se produzca un sangrado menstrual abundante; en tales casos se debe descartar la presencia de úlcera gástrica por gastroscopia o, en caso de que la historia sugiera otro posible origen, una endoscopia dirigida a otras localizaciones del aparato digestivo, como en casos de posible enfermedad celiaca. En determinados casos, especialmente en los adultos a partir de los 50 años, o antes si existen antecedentes familiares, se debe considerar la posibilidad de poliposis colónica o cáncer de colon, bien mediante el análisis de sangre en heces o bien mediante colonoscopia.

En otros casos serán la historia clínica y los datos de laboratorio los que, en conjunto, orienten el diagnóstico hacia otras posibles causas de anemia microcítica. En ese diagnóstico diferencial deben considerarse principalmente:

_Anemia de las enfermedades crónicas: aparece una baja concentración de hierro circulante (sideremia baja), ferritina elevada y un índice de saturación de transferrina (IST)3 bajo. Por lo general, en las enfermedades crónicas existe también un estado de inflamación crónica que puede determinarse mediante los valores de determinados reactantes de fase aguda, como la velocidad de sedimentación globular (VSG), la proteína C reactiva (PCR) o el fibrinógeno.

_Beta-talasemia minor o rasgo talasémico: es característica la combinación de la microcitosis con un número elevado de eritrocitos. La confirmación en laboratorio se puede realizar analizando la elevación de HbA2, un tipo de hemoglobina α2δ2 que es minoritaria en condiciones normales en el adulto (alrededor del 2% de la hemoglobina total), pero se eleva en la beta-talasemia al estar impedida la síntesis de cadenas β.

_Anemia sideroblástica: la ferritina suele estar elevada, al contrario de lo que ocurre en la anemia ferropénica. La confirmación se establece por la observación de sideroblastos en médula ósea mediante la tinción de Perls4.

Tratamiento

El tratamiento de la anemia ferropénica no se debe iniciar hasta que la deficiencia de hierro esté confirmada por datos de laboratorio. Antes de instaurarlo es importante conocer la causa para asegurar el éxito del tratamiento y evitar recaídas. Por ejemplo, si se ha diagnosticado al paciente de úlcera gástrica ocasionada por la infección por Helicobacter pylori y se sabe que el paciente presenta pérdidas de sangre significativas por esta causa, además de la suplementación oral con sales de hierro será fundamental tratar la úlcera con el tratamiento específico oportuno.

Paralelamente al tratamiento etiológico y farmacológico, se acepta como conveniente una recomendación de pautas higiénico-dietéticas para lograr aumentar el aporte de hierro en la dieta. Una dieta equilibrada debe incluir vegetales de hoja verde, pescado, crustáceos, carne, yema de huevo y legumbres.

En cuanto a los medicamentos disponibles frente a la anemia ferropénica, los usados en el tratamiento sustitutivo por vía oral son de elección en la mayor parte de los casos debido a su alta eficacia y bajo coste. En la Tabla 5 se detallan todos los medicamentos disponibles en España a partir de hierro monocomponente para el tratamiento de la anemia ferropénica por vía oral.


En la administración oral de sales de hierro, se debe tener en cuenta la limitada capacidad de absorción intestinal del hierro, que se estima en unos 25 mg diarios. Usualmente se recomienda administrar entre 100 y 200 mg diarios en el adulto y 3-6 mg/kg en los niños, dividiendo la dosis diaria en varias tomas para optimizar la absorción. El tratamiento debe mantenerse hasta normalizar la concentración de hemoglobina y prolongarse al menos durante 3 meses más para conseguir la repleción de los depósitos de hierro. Por lo general, las sales ferrosas se absorben mejor que las férricas y la toma en ayunas mejora la absorción.

Las formas de liberación prolongada son mejor toleradas, pero de menor absorción por su liberación en yeyuno.

El tratamiento habitualmente es efectivo pero la adherencia puede verse truncada por la baja tolerancia con la que cuentan los preparados de hierro por vía oral debido a los efectos secundarios, especialmente de naturaleza gastrointestinal. Pueden aparecer gastritis, dolor abdominal, hiperacidez, náuseas, vómitos, diarrea y estreñimiento. Se debe advertir al paciente de que las heces pueden presentar un color oscuro.

Aunque no están autorizados como medicamento en España, pero sí como complementos alimenticios, existen otros compuestos de hierro en forma liposomal y sucrosomial que presentan una buena absorción y menores efectos secundarios a nivel gastrointestinal. Por otra parte, se pueden encontrar distintas sales de hierro como componente de suplementos multivitamínicos, con aportes de hierro elemento muy variables.

Además de los preparados orales, están comercializados algunos medicamentos para el tratamiento de la anemia ferropénica para administración por vía parenteral, aunque su número es muy inferior al de los preparados orales (Tabla 6) y su uso también es menos habitual, quedando restringido a situaciones específicas.


El hierro (III) hidróxido-sacarosa es un complejo polinuclear de hidróxido de hierro (III) con sacarosa (30%) que permite un intercambio competitivo rápido de hierro entre el complejo y las proteínas selectivas fijadoras de hierro (Macdougall et al., 2020). Por su parte, la carboximaltosa férrica es un complejo de hierro (III) que permite una fácil cesión del hierro a la ferritina y a la transferrina, haciendo más rápida la reconstitución de los compartimentos orgánicos de hierro. Tras la administración, el complejo es internalizado por los macrófagos del sistema reticuloendotelial, donde se degrada, quedando disponible para su posterior cesión a la transferrina (Scott, 2018). En pacientes con anemia ferropénica, la utilización efectiva del hierro aportado con este preparado es superior al 90%. Esta mayor capacidad de la carboximaltosa férrica para reponer las reservas de forma rápida puede suponer una ventaja frente a los preparados de hierro (III) hidróxido-sacarosa, tanto en lo que respecta al beneficio clínico y a la comodidad para el paciente como en cuanto al coste total del tratamiento (Lyseng-Williamson et al., 2009).

La administración parenteral en forma de inyección intravenosa lenta o en perfusión únicamente está indicada en caso de que exista una necesidad de suministro rápido de hierro, en pacientes que no toleren la terapia con hierro oral o que no se adhieren al tratamiento, en caso de que la absorción por vía intestinal esté impedida o muy dificultada, como en el caso de pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal, y en casos de enfermedad renal crónica cuando los preparados orales de hierro sean ineficaces.

En términos de seguridad, las reacciones adversas más frecuentes a la administración parenteral de estos medicamentos son las alteraciones transitorias del gusto (sabor metálico), hipotensión, taquicardia, urticaria, exantema, fiebre, temblores y, quizás las de mayor incidencia, las molestias gastrointestinales. Aunque no es frecuente, se debe vigilar al paciente durante la administración y después de que esta finalice debido al riesgo de reacciones de hipersensibilidad graves, por lo que su uso se restringe al ámbito hospitalario, teniendo en cuenta la disponibilidad de personal que pueda actuar rápidamente en caso de reacción anafiláctica. Con el uso de carboximaltosa férrica también se ha descrito la aparición de osteomalacia hipofosfatémica con riesgo de fracturas, por lo que se debe indicar a los pacientes que busquen asistencia en caso de advertir un empeoramiento en la fatiga con mialgias y dolor óseo.

Conviene recordar que la utilización de suplementos de hierro está contraindicada en anemias con aumento de los depósitos de hierro (por ejemplo, la talasemia) y en otros trastornos que cursan con sobrecarga férrica como la hemocromatosis. Existen estudios en los que se ha detectado una disminución de la absorción de hierro cuando se administra con antiácidos (hidróxido de aluminio, hidróxido magnésico, bicarbonato sódico, carbonato cálcico, carbonato magnésico), con posible inhibición de su efecto, por formación de complejos poco absorbibles. Por otra parte, los preparados de hierro pueden disminuir la absorción de fármacos como las hormonas tiroideas, las quinolonas, las tetraciclinas, el eltrombopag, la levodopa, la metildopa o la penicilamina. En estos casos, es conveniente espaciar la administración de la sal de hierro.

En el caso concreto de la anemia ferropénica, durante el embarazo se recomienda la administración profiláctica de suplementos de hierro oral con independencia de los niveles basales de hemoglobina, habitualmente en combinación, al menos, con ácido fólico. Si ya existe anemia (durante la gestación es importante realizar una detección de la anemia ferropénica y de la ferropenia para evitar sus importantes consecuencias e instaurar precozmente el tratamiento), se puede recurrir a la administración de hierro parenteral –en dosis semanales de 1 g, y siempre durante el 2º o 3er trimestre del embarazo– con el objetivo de corregir rápidamente el déficit de hierro y reducir los efectos adversos gastrointestinales de las formas orales, lo cual es especialmente interesante puesto que las náuseas y los vómitos son comunes durante el embarazo. Reponer el déficit de hierro en las gestantes mejora la actividad y bienestar materno, disminuye la morbimortalidad asociada al parto y evita el retraso del desarrollo en el recién nacido.

Finalmente, es preciso mencionar que se dispone de un fármaco quelante para el tratamiento de la sobrecarga de hierro: deferoxamina (Desferin®). Actúa formando complejos primordialmente con iones trivalentes de hierro; posee menor afinidad por iones divalentes. Forma el complejo ferrioxamina, el cual se excreta totalmente, favoreciendo así la eliminación del hierro en la orina y las heces y reduciendo los depósitos patológicos en los órganos. La deferoxamina no elimina el hierro de la transferrina o de la Hb, ni el de otras sustancias que contengan un grupo hemo.

Anemia megaloblástica

El rasgo más característico de las anemias megaloblásticas, y que también ha servido para darles nombre, es la presencia de células sanguíneas con un tamaño superior al normal. Aunque es característica la macrocitosis, es decir, el aumento de tamaño de los glóbulos rojos, también se puede observar un aumento de tamaño de los precursores mieloides y de los megacariocitos.

La causa principal es el déficit de vitamina B12, de ácido fólico y, en determinadas ocasiones, de ambos a la vez. A nivel molecular, este déficit provoca una síntesis intranuclear anómala del ADN, que altera la hematopoyesis; la anemia megaloblástica se expresa activando la apoptosis, la hemólisis (intra y extravascular) causante de la hematopoyesis ineficaz y el acortamiento de la vida media de los hematíes.

El tamaño de los glóbulos rojos es una de las principales características diferenciales de la anemia megaloblástica respecto a la anemia ferropénica, que es típicamente una anemia microcítica. Un segundo rasgo diferencial en cuanto a la clínica es que los signos y síntomas pueden tardar años en aparecer incluso en ausencia total de ingesta o de absorción, puesto que las pérdidas son muy escasas, especialmente en el caso de la vitamina B12, y existen reservas tisulares.

Las manifestaciones clínicas, debidas fundamentalmente al fallo en la síntesis del ADN en tejidos de elevada regeneración celular (como la médula ósea y las mucosas, en especial del tracto gastrointestinal), son, igual que la instauración del déficit, de aparición lenta y progresiva: años en el caso de la vitamina B12 y meses en el caso del ácido fólico. La ausencia de signos y síntomas clínicos en los déficits leves o iniciales hace que la incidencia real del déficit de vitamina B12 y ácido fólico sea desconocida. Es más frecuente en personas mayores de 65 años, y se debe sospechar en los pacientes con baja ingesta calórica, en los vegetarianos y en los veganos estrictos, en los que es recomendable determinar los niveles plasmáticos de vitamina B12 y ácido fólico.

Anemia por déficit de vitamina b12

Las reservas de vitamina B12, que se localizan principalmente en el hígado, son de 2-5 mg. La vitamina B12 está presente en los productos de origen animal y una dieta equilibrada aporta entre 5 y 7 μg diarios, lo que supera el requerimiento mínimo para compensar las pérdidas, que es de solo 1-2 μg/día y de hasta 3 μg/día en embarazadas.

Tras la ingesta, los ácidos y la pepsina liberan la vitamina B12 de los alimentos, permitiendo su unión transitoria a las proteínas R o haptocorrinas en el estómago. En el duodeno, las proteasas pancreáticas digieren la haptocorrina, que entonces se unirá a otra proteína sintetizada por las células parietales gástricas, denominada factor intrínseco (FI). En el íleon terminal, el complejo formado por la vitamina B12 y el FI se une a un receptor (receptor Cubam o cubilina) y es internalizado mediante un proceso que requiere la presencia de calcio y un pH alcalino, liberando la vitamina en el citoplasma de los enterocitos. Posteriormente, la vitamina B12 libre se une a la transcobalamina de tipo II (TC-II), que la transporta a los diferentes tejidos (Figura 3).


La vitamina B12 ejerce de cofactor en dos procesos enzimáticos fundamentales del metabolismo: por un lado, en la isomerización de la metilmalonil-CoA a succinil-CoA, de modo que un déficit de la vitamina provocará una acumulación de ácido metilmalónico y un aumento en su excreción renal; por otro, en la metilación de la homocisteína a metionina, por lo que se produce una hiperhomocisteinemia, especialmente en déficits prolongados, y una menor desmetilación de 5-metiltetrahidrofólico (5-MTHF) a tetrahidrofolato, alterando la maduración nuclear por defecto en la síntesis de ADN (Figura 4).

El descenso en la síntesis de metionina y de 5-adenosilmetionina favorece la desmielinización de los axones y el fallo de su funcionamiento normal, con todas las consecuencias que ello conlleva sobre el sistema nervioso y el resto de sistemas orgánicos.

Habitualmente el déficit está ocasionado por algún tipo de fallo en los mecanismos de absorción. Entre las causas de malabsorción podemos destacar la anemia perniciosa y una malabsorción multifactorial en pacientes de edad avanzada.

_La anemia perniciosa –también llamada anemia de Addison-Biemer– es una gastritis atrófica autoinmune que cursa con aclorhidria y un descenso de la síntesis de factor intrínseco. En la enfermedad se generan anticuerpos anti-ATPasa gástrica de las células parietales, presentes en un 90% de los pacientes, y anticuerpos anti-FI (50-70%)5. Aunque puede afectar a todos los grupos etarios, la prevalencia aumenta con la edad, siendo especialmente frecuente a partir de los 65 años. En el paciente pueden coexistir otros trastornos de origen inmunitario, como diabetes mellitus tipo I, tiroiditis o vitíligo. Esta patología aumenta el riesgo de desarrollar lesiones cancerosas, por lo que se recomienda realizar una gastroscopia en el momento del diagnóstico y durante el seguimiento.

_En personas mayores de 65 años es habitual que coexistan, además de la anemia perniciosa, otros factores tales como un descenso en la producción de ácido clorhídrico (por gastritis o ingesta crónica de antiácidos), sobrecrecimiento bacteriano secundario al uso de antibióticos, fallos en la secreción exocrina pancreática, e infección por Helicobacter pylori, entre otros, que pueden provocar una malabsorción de vitamina B12. Se estima que hay déficit de esta vitamina en una de cada cuatro personas mayores de 65 años.

No obstante, es habitual en países en vías de desarrollo y también, aunque en menor medida, en países de nuestro entorno, que el déficit de vitamina B12 esté ocasionado por una ingesta insuficiente. Mientras que en zonas con altas tasas de pobreza esto está provocado por la imposibilidad de acceder a recursos nutricionales de modo general, en nuestro medio la causa más frecuente es la adopción de dietas vegetarianas o, especialmente, veganas estrictas, en las que la presencia de forma normal de la vitamina B12 puede ser nula, puesto que esta solo se encuentra en productos de origen animal; otra causa puede ser el alcoholismo. Además, el uso de medicamentos que reducen la secreción ácida de las células parietales, como los antihistamínicos anti-H2 y, sobre todo, los inhibidores de la bomba de protones (omeprazol, esomeprazol, lansoprazol, pantoprazol, rabeprazol) puede reducir la absorción de la vitamina B12, principalmente en tratamientos de larga duración.

Desde el punto de vista clínico, son signos y síntomas característicos del déficit de vitamina B12 –más floridos en comparación con otros tipos de anemias– la inflamación de la lengua, la palidez cutánea con ictericia leve, la disminución de la capacidad de concentración y las alteraciones neurológicas (afectación del equilibrio), junto con síntomas propios del síndrome anémico (fatiga, cefalea o debilidad muscular). Las alteraciones neurológicas pueden ser graves e irreversibles, destacando la degeneración medular subaguda que provoca inestabilidad en la marcha y parestesias, así como demencia, irritabilidad y signos extrapiramidales por afectación periférica y degeneración axonal. Pueden aparecer también anosmia, osteopenia y osteoporosis.

En el diagnóstico es característico el aumento del VCM por encima de 100 fl, con hemoglobina disminuida y reticulocitos normales. Los niveles plasmáticos de vitamina B12 pueden no ser un buen indicador, porque solo una quinta parte se encuentra en plasma y puede no haber correlación entre el nivel plasmático y el resto de los depósitos corporales; en cualquier caso, niveles inferiores a 200 pg/ml pueden hacer sospechar de un déficit. La determinación de holotranscobalamina parece ser más específica incluso en estadios precoces. También son de utilidad los niveles plasmáticos de ácido metilmalónico y de homocisteína, presentándose niveles elevados en casi el 100% de los pacientes. Por otro lado, en caso de sospecha de anemia perniciosa se pueden determinar los títulos de anticuerpos frente a la ATPasa hidrógeno-potasio o frente al FI.

Anemia por déficit de ácido fólico

El ácido fólico o vitamina B9 está presente en numerosos alimentos, como vegetales, especialmente los de hoja verde, frutas o hígado, y su déficit en la población general en España es poco habitual; se trata, eso sí, de una vitamina muy sensible al calor, por lo que las frutas y las verduras en estado crudo resultan en la práctica la principal fuente. Los requerimientos diarios en el adulto son de aproximadamente 100 μg, pero aumentan hasta 400 μg en el embarazo y en períodos de crecimiento. Las reservas en el organismo son de unos 10-15 mg.

En los alimentos, el ácido fólico se encuentra como poliglutamato y para su absorción intestinal debe ser primero hidrolizado a monoglutamato y posteriormente, en el enterocito, es transformado en ácido tetrahidrofólico por acción de la enzima dihidrofolato reductasa (DHFR). La hidrólisis intestinal se ve favorecida por la vitamina C e inhibida por el alcohol. Por este motivo, la ingesta de alcohol es, junto con una dieta desequilibrada, la principal causa de déficit de folatos.

El tetrahidrofólico o tetahidrofolato (THF) es la forma reducida del ácido fólico y es la responsable de sus funciones fisiológicas, fundamentalmente en forma de coenzima. Así, participa en la formación de ácido glutámico a partir de la histidina, que es eliminado por la orina, interviene junto con la vitamina B12 en la conversión por metilación de la homocisteína en metionina y también forma parte del proceso de síntesis de desoxitimidilato a partir de desoxiuridilato, una reacción esencial en la síntesis de ADN.

Como en el caso anterior, el diagnóstico se fundamenta en los datos del hemograma y del frotis sanguíneo, con un descenso de la hemoglobina y un aumento del VCM que puede ser similar al del déficit de vitamina B12. No obstante, dada la relación entre las reservas corporales y los requerimientos diarios, la aparición de la anemia es más rápida, pudiendo desarrollarse en cuestión de meses. La confirmación del diagnóstico se basará esencialmente en la historia clínica y en la determinación de los niveles séricos de ácido fólico.

En las deficiencias de ácido fólico no son comunes los síntomas neurológicos, pero sí lo son el síndrome anémico y la glositis. No obstante, en mujeres embarazadas el déficit de ácido fólico se asocia a defectos del tubo neural del feto, como la espina bífida. La prevalencia de estos trastornos fetales en países desarrollados es muy baja puesto que de manera general se recomienda a las embarazadas la suplementación con preparados de ácido fólico o con multivitamínicos que contienen ácido fólico.

Tratamiento

Los pacientes con déficit de B12 y/o ácido fólico, con o sin anemia megaloblástica o síntomas neurológicos, deben recibir tratamiento para restaurar los niveles normales, aunque es necesario buscar la etiología y tratarla. El tratamiento farmacológico se debe iniciar de forma empírica en todos los pacientes asociando vitamina B12 y ácido fólico; se debe evitar administrar únicamente ácido fólico, puesto que si se trata de una deficiencia de vitamina B12 puede empeorar o aparecer sintomatología neurológica. La transfusión de hematíes se debe reservar exclusivamente para situaciones de inestabilidad hemodinámica, cardiopatía isquémica o insuficiencia cardiaca.

Para el tratamiento de la anemia por déficit de vitamina B12, en España se dispone de medicamentos a base de dos tipos de cobalamina: hidroxocobalamina y cianocobalamina. Ambos principios activos son variantes de la cobalamina que al ser administrados se convierten por síntesis in vivo en las formas biológicamente activas de la vitamina B12, la adenosilcobalamina (cobamamida) y, especialmente, la metilcobalamina. Tanto los medicamentos con hidroxocobalamina como aquellos a base de cianocobalamina para el tratamiento de este tipo de anemia están comercializados en presentaciones orales y parenterales. Generalmente, las presentaciones orales incorporan la vitamina B12 en combinación con otras vitaminas y minerales, aunque están comercializadas también presentaciones monocomponente (Tabla 7).


La dosis y la vía de administración dependerán tanto de la causa que origina la deficiencia vitamínica como del grado de severidad de la anemia. Si el problema está originado por malabsorción, se preferirán en todo caso las formas para administración parenteral. Por lo general, se usan dosis altas de inicio6 con el objetivo de replecionar los depósitos hepáticos, especialmente si ya existe sintomatología neurológica. Tras iniciar el tratamiento, los niveles de LDH y bilirrubina, la macrocitosis y las cifras de reticulocitos mejoran precozmente; la hemoglobina aumenta a los 20-30 días de tratamiento, siendo los síntomas neurológicos los últimos en responder y, en casos avanzados, los problemas neurológicos pueden ser irreversibles (Arican et al., 2020). La población con riesgo de desarrollo de déficit de vitamina B12 (gestantes, personas mayores de 65 años, alcohólicos, vegetarianos o veganos) son subsidiarios de recibir tratamiento profiláctico con suplementos de vitamina B12 por vía oral o intramuscular.

El tratamiento suele ser bien tolerado y el perfil de reacciones adversas es similar para hidroxocobalamina y cianocobalamina. Son frecuentes las reacciones de hipersensibilidad cutánea, como eritema, prurito y erupciones. Se ha descrito también la aparición de hipopotasemia al inicio del tratamiento de pacientes con anemia severa.

Según se ha avanzado, en España están también comercializados otros medicamentos de administración por vía oral que incorporan hidroxocobalamina o cianocobalamina junto con otras vitaminas y minerales7 y que están indicados o bien en el tratamiento de los estados carenciales en la población general o bien en la prevención de estas deficiencias antes o durante el embarazo. La principal diferencia entre estos medicamentos es que aquellos indicados para la población general no suelen incluir ácido fólico, que sí es común en los medicamentos indicados en mujeres que están embarazadas o planean estarlo.

En el caso del tratamiento de las anemias por déficit de ácido fólico, los principios activos utilizados son el ácido fólico, el ácido levofolínico y el folinato cálcico. Generalmente, con este propósito se utiliza el ácido fólico, puesto que el folinato y el levofolinato, que son derivados formilados del THF, se utilizan más habitualmente con el objetivo de proteger a la médula ósea y a la mucosa gastrointestinal de la toxicidad producida en el marco de la quimioterapia con metotrexato (o pirimetamina) o en casos de anemia megaloblástica por defecto de la hidrofolato reductasa8. La administración por vía parenteral en el tratamiento de la deficiencia de folatos es excepcional y solo se contempla en ficha técnica de medicamentos con folinato cálcico (vía intravenosa), en caso de que no sea posible corregir la deficiencia por vía oral.

En todo caso, el déficit de folatos es raro en nuestro entorno, por lo que la principal indicación de estos medicamentos es la prevención y el tratamiento de la deficiencia en mujeres embarazadas con el objetivo de prevenir defectos en el tubo neural, que son causa de trastornos como la espina bífida, la anencefalia o el encefalocele. La Tabla 8 recoge todos los medicamentos monocomponente comercializados actualmente en España con indicación de prevención y tratamiento de la deficiencia de ácido fólico. Su uso suele ser muy bien tolerado, con escasas reacciones adversas.

Otras anemias

Anemia de las enfermedades crónicas

En los pacientes que sufren enfermedades crónicas de diversa naturaleza, bien se trate de infecciones, enfermedades autoinmunes o inflamatorias, es frecuente que junto con la enfermedad de base aparezca una anemia. A pesar de la heterogeneidad de los procesos, se ha visto que la anemia asociada a ellos tiene ciertas características bioquímicas y clínicas comunes, por lo que se han agrupado bajo la denominación “anemia de las enfermedades crónicas” o “anemia de los procesos crónicos”. Con frecuencia, el síndrome anémico en los pacientes diagnosticados de enfermedades tumorales también se considera dentro de estas, referida como anemia secundaria al cáncer.

En su etiopatogenia parecen tener un papel destacado determinadas citocinas proinflamatorias, como las interleucinas IL-6, la IL-1 (IL-1α e IL-1β), el factor de necrosis tumoral α (TNF-α) o el interferón γ (IFN-γ). La IL-6, por ejemplo, induce la síntesis hepática de hepcidina, que implica una mayor degradación del hierro internalizado en los macrófagos, observable mediante tinción de Perls. Además, la síntesis de la EPO y el crecimiento de las células eritropoyéticas más inmaduras se ven seriamente inhibidos por la acción de la IL-1, el TNF-α y el INF-γ. El TNF-α también contribuye a reducir la vida media de los eritrocitos al inducir cambios diseritropoyéticos en la médula ósea y favorecer la eritrofagocitosis.

Por lo general, suele presentarse como una anemia moderada con niveles de hemoglobina en torno a 10 g/dl y es más habitual en pacientes de larga hospitalización y en ancianos, aunque la gravedad de la anemia parece estar relacionada con la de la propia enfermedad de base. Todos estos procesos comparten rasgos analíticos, como la existencia de una disminución de los valores de hierro sérico y de saturación de la transferrina en presencia de reservas tisulares de hierro aumentadas (en concreto, niveles altos de ferritina, que es un reactante de fase aguda), siempre acompañadas de una producción de eritrocitos reducida.

A diferencia de lo que ocurre en la anemia ferropénica, en este caso la anemia es habitualmente normocítica y normocrómica, y solo en casos graves se observa una hipocromía que precede a la microcitosis. La anisocitosis no suele ser marcada, muy inferior en todo caso respecto a lo que ocurre en el déficit de hierro.

Las manifestaciones características son las propias del síndrome anémico, que se combinan con las del proceso subyacente y generalmente implican una sensación subjetiva de malestar más grave que la que cabría asociar a la anemia por sí sola. A pesar de que suele tratarse de una anemia leve si se atiende únicamente a la concentración de hemoglobina, suele resultar en un empeoramiento subjetivo del estado de salud general del paciente.

En el abordaje de las anemias asociadas a patologías crónicas resulta prioritario el tratamiento de la enfermedad de base, aunque la curación no sea posible. La reducción de los niveles de hemoglobina no suele ser lo suficientemente grave como para requerir tratamiento; sin embargo, alrededor del 20-30% de los pacientes puede precisar tratamiento hemoterápico sustitutivo con concentrados de hematíes.

En este contexto, la anemia suele correlacionarse con la calidad de vida del paciente, pues muchos de ellos presentan un infratratamiento de la anemia por darse prioridad a otros síntomas que aparecen a lo largo de la enfermedad, como el dolor, la ansiedad, la inflamación, etc. Esto contrasta con la demostración de que el tratamiento de la anemia, sobre todo en el contexto de las enfermedades oncológicas, mejora el estado general del paciente y puede suponer una mejora del pronóstico, al favorecer la aplicación del tratamiento y la respuesta. En este grupo de pacientes, la cifra objetivo de hemoglobina para mantener una adecuada calidad de vida es de 12-13 g/dl, aunque el mayor beneficio se obtiene al incrementarla de 11 a 12 g/dl. El tratamiento temprano de la anemia permite evitar transfusiones sanguíneas y los pacientes experimentan un aumento de la energía, de la resistencia al ejercicio, una mejoría del estado físico y cognitivo y del patrón sueño/vigilia, una disminución de la sobrecarga de hierro y un menor número de hospitalizaciones.

La administración de EPO recombinante –epoetinas– está recomendada en determinadas situaciones, especialmente en casos de insuficiencia renal crónica (en ausencia de daño renal suele ser ineficaz9), cáncer, respuesta anormal a la hipoxia tisular o posquimioterapia inmunosupresora. En España hay disponibles varios tipos de epoetinas con distintas indicaciones (Tabla 9), pero todas actúan estimulando los precursores medulares eritroides. Se utilizan las formas α, β, ζ y θ y la darbepoetina α10, siendo esta última una forma hiperglucosilada con una vida media más larga que las anteriores y que permite su administración a intervalos más prolongados. Se diferencian entre sí en el grado y el tipo de glucosilación, tanto en lo relativo a las secuencias variables de monosacáridos en las cadenas glucídicas laterales, como por la cantidad de ácido siálico presente en el extremo, decisivo para su actividad biológica.


En términos generales, los resultados de su empleo se observan entre las semanas 4 y 8 de tratamiento, debiéndose siempre evitar aumentos de hemoglobina mayores de 2 g/dl en 4 semanas o superiores a 14 g/dl. No hay datos clínicos que evidencien una superioridad de un tipo de epoetina sobre otra en la consecución del nivel de hemoglobina deseado, por lo que variables como la frecuencia de administración, la disponibilidad y el coste son prioritarias a la hora de seleccionar una epoetina concreta para una misma indicación (Palmer et al., 2014).

Los efectos adversos más comúnmente descritos con el uso de epoetinas son dolores de cabeza, hipertensión, trombosis, reacciones cutáneas, dolores articulares y síndrome gripal. La hipertensión es más frecuente en pacientes con insuficiencia renal y su uso en estos pacientes se ha asociado a un aumento de la morbilidad cardiovascular y de la mortalidad global. Además, en pacientes oncológicos, el uso de epoetinas se ha relacionado en algunos casos excepcionales con la progresión de la enfermedad y con un acortamiento de la supervivencia debido a que las células tumorales también presentan receptores biológicos para las epoetinas, por lo que deberá valorarse en cada caso la relación beneficio/riesgo.

En este tipo de anemias se suele desaconsejar la administración de preparados de hierro, salvo que se confirme la ferropenia, debido a que la suplementación con hierro puede favorecer la inflamación (media la formación de radicales libres) y, en caso de cáncer, contribuir a la proliferación de las células tumorales. Su uso sí está justificado de forma concomitante al tratamiento con EPO en casos en los que se demuestre una ferropenia independiente a la enfermedad crónica de base, lo que implica un cuidado riguroso y la evaluación periódica del estado hematológico y de hierro del paciente.

Por último, debido a la importancia de las citocinas proinflamatorias en el desarrollo de este tipo de anemias, se ha hipotetizado sobre la utilidad del tratamiento dirigido específicamente frente a algunas de ellas, como el TNF-α o la IL-6, con resultados positivos en algunos casos, por ejemplo en pacientes con artritis reumatoide (Koutroubakis et al., 2015; Sebastiani et al., 2016), aunque no está claro si la mejoría se debe a la actividad anticitocina o a que este tratamiento mejora la propia enfermedad de base, lo que correlaciona con una menor gravedad de la anemia.

Anemias sideroblásticas

Las anemias sideroblásticas constituyen un amplio grupo de enfermedades que comparten dos características: la presencia de sideroblastos en anillo visibles en el frotis de la médula ósea y una biosíntesis defectuosa del grupo hemo. Los sideroblastos son precursores patológicos de los eritrocitos que acumulan grandes cantidades de hierro en la mitocondria y se denominan “en anillo” porque la mitocondria en estas células forma una especie de anillo con gránulos de ferritina rodeando al núcleo (Figura 5).


Existen formas tanto adquiridas como hereditarias de anemia sideroblástica, siendo las primeras las más comunes. Entre las adquiridas, encontramos causas como la exposición a drogas y tóxicos como el alcohol, especialmente cuando se consume de manera crónica y abusiva debido a la acción del acetaldehído sobre la síntesis del grupo hemo. También la exposición crónica a niveles elevados de plomo (saturnismo) y el déficit de cobre, que puede deberse al tratamiento con penicilamina, se asocian al desarrollo de este tipo de anemia. Además, determinados medicamentos pueden provocar una anemia sideroblástica, como los antituberculosos isoniazida y cicloserina o el antitumoral busulfano.

Dependiendo del origen o causa, se diferencia entre anemias sideroblásticas microcíticas e hipocrómicas (más habitual en las congénitas), normocíticas o incluso macrocíticas, especialmente cuando la causa es el alcoholismo. En el frotis es posible observar distintas poblaciones, con coexistencia de eritrocitos microcíticos y macrocíticos. Sea como fuere, se produce un descenso de los niveles de hemoglobina, habitualmente por debajo de 10 g/dl y un síndrome anémico.

El principal escollo para el tratamiento de la anemia sideroblástica pasa por el diagnóstico preciso para conocer la causa e intentar eliminarla. En ocasiones esta puede estar clara a través de la historia clínica, como en pacientes alcohólicos, en personas expuestas a toxinas como el plomo o con deficiencia de cobre o vitamina B6 por ingesta de determinados fármacos, como la isoniazida. Precisamente, la causa puede hacer variar enormemente el tratamiento, que puede ir desde la quelación de tóxicos como el plomo y la prevención de la exposición ulterior, la suplementación vitamínica con piridoxina o ácido fólico, o la administración de EPO, hasta la transfusión de hematíes en casos refractarios. Se debe tener en cuenta que la transfusión puede provocar una hemosiderosis que requerirá de tratamiento específico con deferoxamina, por su capacidad de quelar el hierro trivalente.

Anemias hemolíticas

Las anemias hemolíticas componen también un grupo bastante heterogéneo de trastornos caracterizados por la destrucción prematura de los eritrocitos, acortando la vida media de estos, que habitualmente es de aproximadamente 120 días. Se trata de un tipo de anemia regenerativa en la que se observa un aumento en la presencia de reticulocitos por estímulo de la EPO en respuesta a la disminución de la población circulante de glóbulos rojos maduros. La hemólisis se puede producir dentro de los vasos sanguíneos (hemólisis intravascular) o durante el proceso de fagocitosis de los glóbulos rojos por parte del sistema fagocítico mononuclear en hígado, bazo y en la médula ósea (hemólisis extravascular). En ocasiones, si la hemólisis es leve, el aumento en la producción de precursores por parte de la médula ósea puede servir para compensar la pérdida de eritrocitos y evitar la anemia.

Las anemias hemolíticas pueden dividirse en congénitas y adquiridas. Las congénitas están provocadas por defectos propios del eritrocito (intrínsecos), aunque existe un caso de defecto intrínseco no hereditario sino adquirido: la hemoglobinuria paroxística nocturna. Por otro lado, las anomalías extrínsecas a los eritrocitos que producen anemia hemolítica adquirida pueden resultar de causas inmunes y no inmunes, y una de las más relevantes en este grupo, tanto entre reacciones inmunomediadas como no inmunomediadas, es el consumo de determinados fármacos. De hecho, la anemia hemolítica inducida por fármacos es una reacción adversa potencialmente letal.

En el caso de las hemólisis no relacionadas con mecanismos inmunes se suele producir un aumento del estrés oxidativo que provoca hemólisis en pacientes afectados de algún defecto enzimático, siendo el más común la deficiencia de glucosa-6-fosfato deshidrogenasa (G6PD), que aumenta la sensibilidad de los glóbulos rojos a la oxidación. Los pacientes suelen ser asintomáticos, pero determinados medicamentos, tóxicos y algunos alimentos pueden desencadenar una crisis hemolítica. Los fármacos más habitualmente asociados a la hemólisis en estos casos son la dapsona, la nitrofurantoína, la hidroxicloroquina y los antibióticos del grupo de las sulfanilamidas.

Las reacciones inmunitarias desencadenadas por fármacos que conducen a anemia hemolítica son reacciones de hipersensibilidad de tipo II, es decir, reacciones en las que el fármaco actúa como un antígeno y al unirse a los receptores celulares provoca que el sistema inmunitario ataque a las células, en este caso a los eritrocitos. Se trata de una reacción mediada por IgG, de modo que la reacción tras una primera exposición tarda varios días en aparecer. Sin embargo, en caso de reexposición la reacción puede ser inmediata. Se han descrito distintos mecanismos a través de los cuales determinados fármacos pueden ser reconocidos como antígenos:

  • Ciertos fármacos de bajo peso molecular al unirse a proteínas transportadoras o de membrana desencadenan una respuesta inmunitaria con producción de anticuerpos; a las sustancias que provocan esta respuesta se les denomina haptenos y algunos de los más utilizados son los antibióticos del grupo de las penicilinas (por ejemplo, la piperacilina).
  • En otras ocasiones, el fármaco provoca un cambio en la membrana del eritrocito y genera un antígeno al que se pueden unir tanto IgM como IgG, activando el sistema del complemento: este mecanismo se denomina neoantigénico y los fármacos más habitualmente asociados a él son la quinidina, el ácido acetilsalicílico y el paracetamol.
  • También se ha descrito un mecanismo autoinmune según el cual el consumo de determinados fármacos –como la alfa-metildopa– induce la generación de autoanticuerpos frente a la membrana eritrocitaria, provocando su destrucción.

Así pues, se comprende que el tratamiento de las anemias hemolíticas dependerá de la causa. Por lo general, frente a hemólisis inducidas por el consumo de fármacos, la retirada de este suele ser la principal medida a considerar, siendo en ocasiones suficiente. Sin embargo, en casos de hemólisis grave puede ser necesario recurrir a corticoides por su efecto inmunosupresor, llegando en ocasiones a necesitarse una transfusión (Hill et al., 2017; Renard et al., 2017).

El papel asistencial del farmacéutico

En vista de todo lo anterior, se entiende que la anemia es una enfermedad muy prevalente y que puede afectar a todos los grupos de población, aunque es de especial relevancia en determinados casos, como en los niños, en los ancianos y en las mujeres embarazadas. En este sentido, el farmacéutico puede desempeñar una labor clave tanto en la detección precoz como en la optimización del tratamiento farmacológico y el asesoramiento nutricional; así, diversos estudios apuntan a que el seguimiento farmacoterapéutico de los pacientes con anemia por parte del farmacéutico comunitario mejora el beneficio clínico y la adherencia al tratamiento (Debenito et al., 2014).

En farmacia comunitaria es muy habitual la situación en la que un paciente refiere fatiga, astenia, dificultad para concentrarse o cefaleas. Son manifestaciones inespecíficas que pueden tener un origen diverso, pero se trata de algunos de los síntomas más característicos del síndrome anémico, por lo que la presencia de manera simultánea de varios de estos síntomas en un mismo paciente debe hacer sospechar al farmacéutico sobre la posibilidad de una anemia. En tal caso, el farmacéutico puede realizar al paciente determinadas preguntas sobre su alimentación, hábitos de vida (consumo de alcohol, tabaquismo o práctica de deporte), otros síntomas que puedan estar presentes (molestias gastrointestinales, caída del cabello o fragilidad de las uñas, mareos, taquicardia, palpitaciones, etc.), si ha presentado sangrados de relevancia en las últimas semanas o meses o sobre el consumo de medicamentos. Si durante la entrevista con el paciente se advierte una dieta deficiente en nutrientes como el hierro, la vitamina B12 o el ácido fólico, el farmacéutico puede aconsejar unas pautas dietéticas sencillas que permitan aumentar el contenido en estas vitaminas y minerales.

Tras indagar sobre los hábitos de vida del paciente, puede transmitirle una serie de recomendaciones, como parte de la educación sanitaria, que van a redundar en una mejora de su salud más allá del tratamiento farmacológico:

  • Aumentar la ingesta de vitamina C mediante el consumo de frutas y verduras frescas y de vitaminas del grupo B, especialmente B12 (hígado, yema de huevo, leche y productos de origen animal en genera) y B9 (verduras de hoja verde, preferiblemente crudas, aguacate o remolacha, por ejemplo).
  • Reforzar la dieta con alimentos ricos en hierro (legumbres, espinacas, mariscos, frutos secos, vísceras, etc.).
  • Limitar el consumo de café y té, ya que pueden disminuir la absorción del hierro.
  • Evitar el consumo de tabaco y de alcohol.
  • Asesorar sobre posibles interacciones farmacológicas (medicamentos que inhiben o neutralizan el ácido estomacal, por ejemplo.) y sobre enfermedades o condiciones predisponentes (sangrado menstrual, celiaquía, enfermedad inflamatoria intestinal, infección por H. pylori).

En el caso de pacientes procedentes del extranjero, conviene tener presente que, en países en vías de desarrollo, detrás de una anemia se pueden esconder con frecuencia otros factores, como infestaciones parasitarias que son poco comunes en España (por ejemplo, malaria o difilobotriasis por Diphyllobothrium latum) o determinados hábitos alimentarios y de vida que, por el hecho de ser percibidos como normales por el paciente, pueden ser pasados por alto y hacer más compleja la labor asistencial farmacéutica.

El alcohol, como se ha indicado, puede ser causa por sí mismo de algunos tipos de anemia (por deficiencia de folatos y anemia sideroblástica, principalmente), pero el consumo abusivo también se relaciona con malos hábitos de alimentación en general, por lo que es de especial relevancia clínica en este sentido.

Además, la anemia es cada vez más habitual el caso de personas veganas que solicitan al farmacéutico suplementos –complementos alimenticios– a base de vitamina B12. Debido a la escasa o nula ingesta con la dieta, la concentración sérica de esta vitamina en personas veganas que no suplementan el consumo puede estar por debajo de los límites recomendados. En Estados Unidos, por ejemplo, tanto el Departamento de Agricultura como la Asociación Americana de Dietética recomiendan la suplementación de vitamina B12 en dietas vegetarianas y veganas (Craig et al., 2009; McGuire, 2011). En el caso de las mujeres embarazadas (o que planean estarlo) y siguen una dieta vegana, el farmacéutico debe advertir sobre los riesgos que conlleva durante el embarazo la deficiencia de esta vitamina, incluidos los riesgos antes del parto para el feto y para el bebé durante la infancia, especialmente a nivel neurológico (Aguirre et al., 2019). Así, es importante que el farmacéutico esté familiarizado tanto con los medicamentos que contienen vitamina B12 como con la amplia gama de productos de libre dispensación que se utilizan como suplementos.

Teniendo en cuenta lo anterior, aparte de la labor de educación sanitaria que el farmacéutico puede proporcionar al paciente anémico mediante consejos sobre hábitos de vida saludables, las farmacias también pueden contribuir a un diagnóstico temprano de la anemia, tanto a partir de la información proporcionada por el paciente, de forma espontánea o en respuesta a las preguntas que pueda formular el farmacéutico, como a través de la determinación de los niveles de hemoglobina. Muchas farmacias cuentan con equipos sencillos que permiten determinar los valores de hemoglobina en pocos minutos con una gota de sangre, generalmente mediante la técnica de fotometría de reflexión. Esta prueba no permitirá descartar una anemia, para lo cual se requerirá de un análisis más exhaustivo, pero la obtención de un valor bajo de la concentración de hemoglobina sí puede servir para orientar un diagnóstico y derivar al paciente a la consulta médica.

Ante la sospecha de un paciente anémico, el farmacéutico debe tener en mente los principales síntomas que este puede presentar, como son la debilidad muscular, la tendencia a la fatiga, la falta de apetito, molestias gastrointestinales (vómitos, náuseas, diarrea, estreñimiento), dolores de cabeza, vértigos, acúfenos, palidez, palpitaciones o taquicardia.

En el caso de pacientes fumadores, se debe tener en cuenta que el tabaco aumenta la concentración de hemoglobina, lo que puede llevar a un infradiagnóstico de la anemia en este grupo de la población, hasta el punto de que la OMS planteó unos ajustes que pueden servir para estimar el valor real de la concentración de hemoglobina según el consumo de tabaco (Tabla 10). En este sentido, el servicio de Cesación Tabáquica desarrollado desde la farmacia puede contribuir a prevenir el desarrollo de anemias.

Cuando el diagnóstico ya se ha realizado y el paciente acude a la farmacia a retirar la medicación prescrita, el farmacéutico, en el momento de la dispensación, debe asesorar al paciente sobre las características más relevantes del tratamiento, lo que permitirá la optimización de la farmacoterapia.

La situación más habitual es la anemia por deficiencia de hierro, por lo que el tratamiento suele consistir en medicamentos que mayoritariamente son dispensables en la farmacia comunitaria. Destacan, en este sentido, los medicamentos por vía oral a base de sales ferrosas y férricas. Entre las sales ferrosas se utilizan el sulfato ferroso (Fero-Gradumet®, Tardyferon®), el gluconato ferroso (Losferron®), el lactato ferroso (Cromatonbic Ferro®) y el sulfato de ferroglicina (Ferro Sanol®, Ferbisol®, Glutaferro®). Entre las sales férricas, las usadas actualmente en España son el ferrimanitol ovoalbúmina (Profer®, Ferroprotina®, Kilor®, Syron®) y el hierro proteinsuccinilato (Ferrocur®, Ferplex®, Lactoferrina®).

Los compuestos liposomados o sucrosomados de hierro pueden ser una opción para algunos pacientes por su buena tolerancia y absorción, aunque se debe tener en cuenta que actualmente están comercializados como suplementos y no como medicamentos y que su precio puede ser un obstáculo para algunos pacientes. En un ensayo clínico aleatorizado (Pisani et al., 2015) se observó que la eficacia clínica del hierro liposomado en pacientes con enfermedad renal crónica fue similar a la del hierro intravenoso excepto en las primeras etapas del tratamiento, con efectos secundarios escasos y una alta adherencia. En otro estudio realizado en España (Montagud-Marrahi et al., 2020) se obtuvieron resultados similares con el uso de hierro liposomado, con una adherencia al tratamiento del 100%.

El farmacéutico debe asegurarse de que el paciente conoce el modo de administración, que es importante para la absorción, y las reacciones adversas más comunes. Así, el farmacéutico puede ofrecer unas pautas para asegurar que el modo de administración es el más correcto:

  • Los medicamentos se deberán tomar una hora antes o dos horas después de las comidas para mejorar su absorción.
  • Es conveniente evitar la toma concomitante de inhibidores de la bomba de protones o de antiácidos, dado que la hipoclorhidria gástrica dificulta la absorción del hierro.
  • Se debe informar al paciente de que con la toma de sales ferrosas las heces pueden adquirir un color negruzco.
  • Además, se puede consensuar la división de la dosis diaria total en varias tomas para facilitar la absorción, siempre en el marco de diálogo entre el farmacéutico y el médico prescriptor.

Sabiendo que la intolerancia gastrointestinal suele ser el principal motivo de descontinuación del tratamiento, en tal caso se debe derivar al paciente a la consulta médica para valorar un cambio de tratamiento hacia medicamentos mejor tolerados, como las formas de liberación prolongada, o al cambio de la forma de administración, por ejemplo junto con alimentos, a pesar de que se sabe que la absorción en estos casos se reduce.

Por otro lado, el servicio de seguimiento farmacoterapéutico es una herramienta fundamental de la que dispone la farmacia comunitaria con el objetivo de la consecución del mayor beneficio clínico del paciente y de la minimización de los problemas relacionados con la medicación. Se hace especialmente relevante en casos en que la adherencia al tratamiento se ve mermada por las reacciones adversas, como es el caso de los tratamientos orales con hierro.

En ese contexto, no se debe obviar el riesgo de interacción de los medicamentos orales para el tratamiento de la anemia ferropénica con el resto de la medicación del paciente. La interacción más relevante se produce a nivel de absorción por la ingesta concomitante de medicamentos que reducen la secreción ácida (antiácidos, antihistamínicos anti-H2 e inhibidores de la bomba de protones o IBP), siendo los IBPs los de mayor riesgo por su mayor eficacia y duración del efecto. No obstante, la administración de sales de hierro también puede alterar la eficacia de otros medicamentos, como antibióticos de los grupos de las fluoroquinolonas y de las tetraciclinas.

En mujeres en edad fértil, si la causa de la anemia es una menstruación abundante, el tratamiento puede consistir, además de en la administración de medicamentos a base de hierro para paliar la carencia, en el uso del tratamiento hormonal mediante anticonceptivos orales, que es de utilidad para reducir las pérdidas de sangre por este motivo.

En determinadas anemias, por ejemplo, en las asociadas a enfermedad renal crónica o al cáncer, se opta por tratamientos con EPO, que pueden complementarse en algunos casos con los medicamentos por vía oral. Las epoetinas comercializadas en España son de uso hospitalario y normalmente se dispensan en la farmacia hospitalaria para la administración a nivel domiciliario por el propio paciente por vía subcutánea, aunque en ocasiones se utiliza la vía intravenosa, para cuya administración se requiere de personal especializado. En caso de que se opte por la vía subcutánea, el farmacéutico hospitalario está en posición de indicar de manera detallada y precisa al paciente cómo inyectar el medicamento en el momento de la dispensación. No obstante, a pesar de que la dispensación se produce en la farmacia hospitalaria, es frecuente que los pacientes, en muchos casos mayores, realicen consultas en la farmacia comunitaria sobre el uso correcto del tratamiento. Algunas de las reacciones adversas más comunes tienen fácil solución haciendo hincapié en los pasos más importantes a seguir antes de cada administración. Además, la administración por vía subcutánea es común a otros tratamientos, por lo que es de utilidad que los farmacéuticos comunitarios estén habituados a los aspectos principales de la administración por esta vía.

El farmacéutico de hospital o de farmacia comunitaria debe informar claramente al paciente sobre la necesidad de conservar en la nevera las epoetinas. Sin embargo, es conveniente dejarla a temperatura ambiente durante unos minutos antes de administrarla para evitar las molestias relacionadas con la inyección subcutánea en frío. También es fundamental la higiene, tanto de la zona en la que se va a administrar la inyección como de las manos y la eliminación correcta de la jeringuilla utilizada.

Aunque el uso con fines farmacológicos de formas recombinantes de EPO es poco frecuente en deportistas profesionales, se debe tener en cuenta su consideración como agente dopante. Su uso en ese sentido responde a la hipótesis de que el ejercicio intenso se encuentra limitado por la cantidad de oxígeno de que disponen los músculos durante su trabajo: por tanto, incrementando la cantidad de hematíes, se aumenta a su vez la cantidad de oxígeno transportado por la sangre y la cantidad de oxígeno de que disponen los músculos durante el ejercicio, aceptándose que, a mayor disponibilidad de oxígeno, mayor rendimiento muscular.

La EPO también ejerce otro tipo de efectos sobre el cerebro, que recuerdan a los de las anfetaminas, la cortisona y los esteroides anabolizantes. Esta sustancia puede ser detectada en la orina solo unos pocos días después de su más reciente administración, aunque los cambios que produce en la sangre, especialmente el aumento de la masa roja sanguínea, tiene un efecto mucho más duradero, pudiendo observarse los beneficios de una pequeña dosis de EPO durante muchas semanas. Entre los efectos secundarios peligrosos que se han relacionado con su empleo como agente dopante se han comunicado casos de muerte súbita, principalmente durante la noche, así como la aparición de anticuerpos antieritropoyetina que pueden producir, paradójicamente, una reducción de la masa roja sanguínea.

En resumen, la labor del farmacéutico respecto al paciente anémico resulta fundamental para la consecución de los objetivos terapéuticos. Su actuación comienza en la prevención a través de la educación sanitaria, pasa por la colaboración en el diagnóstico y llega hasta la optimización de los resultados clínicos de la terapia instaurada. La alta prevalencia de esta enfermedad y la aparición de síntomas inespecíficos, de consulta habitual en la farmacia, deben animar al farmacéutico a mantenerse actualizado sobre los recursos y las herramientas que le permitirán contribuir como profesional sanitario a la mejora de la salud de la población.

Traumatismo craneoencefálico

Resumen

El traumatismo craneoencefálico constituye una de las alteraciones neurológicas más graves y una de las causas más comunes de incapacidad en adultos jóvenes, por lo que es de gran importancia que el médico de atención primaria domine la evaluación inicial de dicho trastorno para determinar el grado de severidad –mediante la Escala de Glasgow– e iniciar el manejo adecuado.

Para ello suele ser recomendable atender al ABCDE de la atención al paciente politraumatizado de la ATLS (Advanced Trauma Life Support) hasta su traslado a cuidados intensivos o a neurocirugía si el paciente lo requiere. El siguiente artículo revisa desde un punto de vista clínico los aspectos más relevantes del traumatismo craneoencefálico.

Introducción

El traumatismo craneoencefálico (en adelante, TCE) se define como una entidad médico-quirúrgica caracterizada por el daño que sufre el cráneo y su contenido como consecuencia de fuerzas externas, con la presencia de al menos uno de los siguientes elementos: alteración de la consciencia y/o amnesia debido al traumatismo, cambios neurológicos o neurofisiológicos, diagnóstico de fractura de cráneo o lesiones intracraneales atribuibles al trauma incluyendo el daño al tejido cerebral y a los vasos sanguíneos que lo irrigan.

También es definido como causa de muerte resultante de trauma que incluya los diagnósticos de lesión en la cabeza y/o injuria cerebral traumática entre las causas que produjeron el deceso.

No siempre que se da un TCE hay signos de lesión externa, de hecho, en algunas autopsias se revelan mínimos cambios externos en la cabeza asociados a gran cantidad de lesiones intracerebrales como consecuencia de la energía externa aplicada.

Epidemiología

El TCE es uno de los trastornos neurológicos más graves y frecuentes. Afecta a más de 57 millones de pacientes anualmente en todo el mundo y es una de las causas más comunes de morbimortalidad en adultos jóvenes menores de 45 años. Se estima que la incidencia de TCE a nivel mundial está alrededor de 200 personas por cada 100.000 habitantes y por año, con un 7% de casos moderados y 3-4% graves. Afecta con mayor frecuencia a hombres que a mujeres, con una relación 2:3. Las causas más frecuentes son los accidentes de tráfico, los episodios de violencia-agresiones y las caídas.

La Organización Mundial de la Salud prevé que el TCE será catalogado como la principal causa de muerte y discapacidad para la década de 2020.

Fisiopatología

La lesión primaria es aquella que ocurre como resultado directo del trauma e inmediatamente después del impacto; viene a determinar lesiones funcionales y estructurales, ya sean reversibles (contusiones, laceraciones, hematomas, fracturas) o irreversibles (como la lesión axonal difusa), en relación con la irrupción de fuerzas de estiramiento, rotación y cizallamiento.

La lesión secundaria es consecuencia de procesos metabólicos, moleculares, inflamatorios e incluso vasculares iniciados con el traumatismo, de manera que se ponen en marcha mecanismos que incrementan la liberación de glutamato. Esta situación desencadena la activación de receptores NMDA/AMPA que actúan alterando la permeabilidad de la membrana neuronal; dicha alteración origina necrosis y apoptosis celular. En el TCE grave se produce la activación del estrés oxidativo, aumentando los radicales libres de oxígeno y nitrógeno, generando daño mitocondrial y del ADN.

Algunas de las complicaciones son edema, hiperemia, hemorragias y trombosis, que pueden desencadenar en isquemia e hipertensión intracraneal.

Esta hipertensión es una de las más graves y se clasifica en hipertensión endocraneana difusa y focal. La variante difusa ocurre por el aumento agudo y diseminado de todos o alguno de los contenidos intracraneanos que causará un aumento de la presión intracraneal de tipo difuso y cursa con los siguientes síntomas: cefalea persistente, diplopía y vértigo. Por su parte, la hipertensión endocraneana focal se caracteriza por un efecto masa sobre las estructuras vecinas que en ocasiones requiere de manejo quirúrgico; los síntomas son iguales a los que se manifiestan en la difusa y los signos suelen variar desde la afectación del III par craneal, convulsión focal, hemiparesia contralateral a lesión, herniación cerebral cingular, herniación uncal, herniación de amígdalas cerebelosas, herniación central transtentorial y hasta hipotensión.

Lesiones observadas en el TCE

Fractura de la base de cráneo

Aparece en un 4% de todos los casos de TCE y se suele producir en los sitios de menor consistencia ósea, tales como el techo de la órbita, la base de las fosas craneales anterior y media, la lámina etmoidal y la cavidad timpánica. Los síntomas dependen de las estructuras afectadas, apareciendo el signo del mapache si existe afectación de la fosa anterior (Figura 1), hemotímpano y otorragia si existe daño en la fosa media, o el signo de Battle (Figura 2), hematoma en la apófisis mastoidea, si se daña la fosa posterior.

Hematoma epidural

La realización de un TAC muestra una lesión hiperdensa en forma biconvexa, que implica un aumento de presión intracraneana focal y requiere craneotomía y drenaje quirúrgico, dependiendo del tamaño. Se presenta en el 1-6,5 % de todos los TCE. La causa más frecuente es la ruptura arterial y presenta una mortalidad del 5-10% o un mayor porcentaje si no es atendida a tiempo.

Hematoma subdural

Consiste en la acumulación de sangre en un espacio patológico entre la duramadre y la aracnoides, que se produce generalmente por ruptura de una vena puente parasagital (Figura 3), las cuales drenan desde las superficies hemisféricas hacia los senos durales.

En la TAC se observa como una lesión hiperdensa, isodensa o hipodensa (según el tiempo de evolución), y con forma de semiluna. La incidencia de hematoma subdural aumenta con la edad, pero aparece en el 30% de los TCE severos, suponiendo una mortalidad de hasta el 60% aun con instauración de tratamiento y llegando al 90% en los pacientes sometidos a cirugía o en estado de coma.

En las primeras 72 horas del hematoma subdural puede aparecer cefalea progresiva, náuseas y vómitos, convulsiones y signos de focalidad neurológica o pérdida de la conciencia. El hematoma subdural subagudo (aparece entre 4 y 21 días tras el traumatismo) puede evolucionar con somnolencia y desorientación, además de los síntomas anteriores. Las características clínicas del hematoma subdural crónico pueden ser más inespecíficas, incluyendo cambios de la personalidad, bradipsiquia, obnubilación e incontinencia de esfínteres.

Hemorragia subaracnoidea

Se define como el sangrado que se da entre el espacio subaracnoideo y la cisterna basal. Es un evento de mal pronóstico puesto que duplica el riesgo de mortalidad. Las manifestaciones clínicas de la hemorragia subaracnoidea incluyen cefalea severa, deterioro de conciencia, vómito y crisis convulsivas.

Hemorragias intraparenquimatosas

Aparecen tras la ruptura de vasos sanguíneos secundaria a la contusión cerebral. Su localización suele ser en lóbulo frontal y temporal, con un forma y tamaño ser muy variables. En ocasiones se presentan acompañadas de alteraciones en el patrón respiratorio e hipotensión.

Daño axonal difuso

Se observa en pacientes con lesiones traumáticas severas. En estudios histopatológicos es posible identificar lesiones edematosas o hemorrágicas en la sustancia blanca. La gravedad del cuadro depende del número total y de la localización de los axones afectados, estando con más frecuencia implicadas las regiones frontal y temporal. Se presenta con un 33% de mortalidad en los TCE severos. Cursa con deterioro neurológico grave no concordante con los hallazgos tomográficos.

Clasificación del TCE

Debido a la sencillez, objetividad y rapidez de la valoración que presenta, la clasificación de mayor relevancia clínica –y con más frecuencia empleada– es la Escala de coma de Glasgow (Tabla 1).


Según la puntuación obtenida de dicha escala, el TCE se puede clasificar como: leve (13-15 puntos en la escala de Glasgow), moderado (9-12 puntos) o grave (3-8 puntos). La mayor puntuación que se puede obtener es de 15 puntos y la mínima, de 3.

También se puede pasar la escala durante las primeras 24 horas de evolución con el objetivo de predecir una posible recuperación o la persistencia en el futuro de una discapacidad.

Existen factores que pueden alterar el estado neurológico del paciente y, por ende, restar fiabilidad a la evaluación de la escala. Estos son: hipoxia, hipotensión, hipoglicemia, consumo de sedantes, hipotermia y trastornos hidroelectrolíticos, entre otros. Por ello es necesario corregir dichas situaciones antes de establecer la puntuación real del paciente.

Manejo clínico del paciente

Resulta necesario evaluar la situación general del paciente a fin de descartar lesiones que puedan conllevar compromiso respiratorio (contusión pulmonar, vólet costal, aspiración de sangre o vómito) o trastornos cardiovasculares (hipovolemia, taponamiento cardiaco, contusión miocárdica, etc.). Asimismo, es imprescindible una inmovilización correcta del paciente politraumatizado para evitar lesiones medulares y descartar lesiones carotídeas que pueden dar lugar a infartos cerebrales. Para ello se hace necesaria una rigurosa exploración cervical, descartando hematomas en la unión cérvico-torácica.

También debe explorarse la reacción pupilar, así como la simetría y la respuesta al estimulo luminoso. Si existe asimetría > 1 mm debemos atribuirlo a la existencia de lesión intracraneal, mientras que la no existencia de respuesta pupilar unilateral o bilateral es signo de mal pronóstico. La miosis –constricción pupilar de 1-3 mm– se da al inicio de la herniación centroencefálica por compromiso de los axones simpáticos que se originan en el hipotálamo, favoreciendo el predominio de la acción parasimpática, transmitida por el III par craneal. En cambio, la midriasis aparece por lesión del III par craneal, seguido de la disfunción de sus axones parasimpáticos, lo que detiene las señales eferentes para la constricción pupilar; ocurre mayoritariamente por herniación del uncus (por gradiente de presión transtentorial), que comprime al III par ipsilateral y al pedúnculo mesencefálico.

La valoración de los movimientos oculares extrínsecos arrojará información sobre el estado de los centros protuberanciales y de centros de la corteza frontal.

En la valoración clínica se consideran signos de alarma: la presencia de focalidad neurológica (que dependerá del área afectada), cefalea progresiva, vómitos en escopeta, agitación psicomotriz y convulsiones, amnesia lacunar, otorragia, otorraquia (emisión de líquido cefalorraquídeo por el oído) o rinorraquia (líquido cefalorraquídeo en fosas nasales) así como el signo de Battle o del mapache (hematoma en anteojo).

Estudios de imagen

La tomografía axial computarizada (TAC) es considerada el gold standard en el TCE. Existen dos reglas validadas para el uso eficiente del TAC cerebral en el abordaje del TCE: se trata de las reglas canadienses y los criterios de Nueva Orleans. Ambos gozan de elevada sensibilidad, si bien las reglas canadienses tienen mayor especificidad.

En base a ellas, se recomienda solicitar TAC cerebral para los pacientes que sufran un TCE y presenten o hayan presentado alguna de las siguientes situaciones:

  • Puntuación en la escala de Glasgow < 15 puntos. Pérdida transitoria de conciencia. Amnesia postraumática (durante más de 30 minutos). Cefalea progresiva o cefalea incoercible. Vómitos repetidos (>1).
  • Convulsión postraumática.
  • Déficit neurológico focal.
  • Sospecha de fractura craneal.
  • Criterios de riesgo.

Durante el periodo de observación se recomienda solicitar un TAC para aquellos pacientes que sufran deterioro neurológico. No obstante, no se recomienda solicitar TAC de forma rutinaria al alta para pacientes sin lesiones visibles en TAC inicial, y que no hayan sufrido deterioro durante el periodo de observación. Se debe solicitar TAC de control a las 24 horas a aquellos pacientes en los que se observen lesiones traumáticas en el TAC inicial, aunque no hayan sufrido deterioro neurológico.

La resonancia magnética (RM) es el estudio de elección en lesiones subagudas o crónicas de más de 72 horas de evolución.

Adicionalmente, según el ATLS (Advanced Trauma Life Support) se deben realizar radiografías de columna cervical, tórax, pelvis y cráneo en la búsqueda de la existencia de lesiones óseas, ya sean lineales o deprimidas.

Exámenes de laboratorio

Con el fin de valorar el estado global del paciente se solicitarán estudio de coagulación, biometría hemática, química sanguínea y electrolitos séricos, ya que tras el trauma el edema cerebral puede estimular una liberación excesiva de hormona antidiurética (que provocaría retención hídrica e hiponatremia dilucional). El síndrome de secreción inadecuada de hormona antidiurética está especialmente relacionado con fracturas de la base del cráneo, ventilación mecánica prolongada y aumento de la presión intracraneal. También puede aparecer hipernatremia por afectación del eje hipotálamo-hipofisario, dando lugar a diabetes insípida.

Tratamiento

TCE es de vital importancia la llamada “hora de oro”, ya que durante los primeros 60 minutos es donde se debe prestar atención a las lesiones primarias para evitar la aparición de lesiones secundarias. Para ello, se debe realizar una rápida valoración con el ABCDE a la atención del trauma (Tabla 2).


Para ello, el paciente debe presentar una correcta alineación del eje corporal y permanecer con la cabeza en posición neutra, ya que la hiperextensión o hiperflexión de la columna aumentan la presión intracraneana por alteraciones del drenaje venoso central. La cabeza se recomienda que esté elevada 20-30º siempre que se hayan descartado lesiones en la columna cervical.

Es necesario mantener niveles adecuados de CO2 ya que disminuye el riesgo de vasoconstricción cerebral. La sedación-analgesia es fundamental para el control de la presión intracraneal, ya que tiende a incrementarse ante la existencia de dolor, agitación e inadaptación al respirador. El paciente debe recibir oxígeno para mantener una saturación de O2 > 95%.

Resulta esencial mantener al paciente hemodinámicamente estable, consiguiendo una presión arterial media mayor o igual a 80 mm Hg. Para ello se emplearán soluciones isotónicas, usando noradrenalina en caso de precisar el uso de drogas vasoactivas. De forma similar, la glucemia debe oscilar entre 80-140 mg/dl, y se tratará cuando se encuentre por encima de 140 mg/dl con la administración de insulina rápida por vía subcutánea, o intravenosa si es superior a 200 mg/dl; para tratar la hipoglucemia se recomienda usar suero glucosado, pero con cautela, ya que la hiperglucemia puede agravar las lesiones isquémicas.

Los pacientes con TCE grave deben mantenerse en normotermia, tratando enérgicamente cualquier elevación de la temperatura axilar > 37ºC, ya que la hipertermia se puede traducir en aumento de la presión intracraneal. Si el paciente presenta hipotermia se deben aplicar medidas físicas correctoras de manera paulatina.

La presión intracraneal (PIC) debe ser monitorizada en los casos de TCE severo mediante catéter ventricular con calibrador de presión externa. Si la PIC se mantiene por encima de 20 mm Hg puede estar indicada la cirugía para evitar lesiones neurológicas secundarias. El manejo médico de la presión intracraneal se lleva a cabo mediante la administración de soluciones como manitol o suero salino hipertónico.

En los enfermos en los que sea necesaria una sedación de 24-72 horas se pueden emplear fármacos de acción corta y que no se acumulen, como el propofol y el remifentanilo. Cuando se presenten requerimientos de sedación más prolongados se optará por benzodiacepinas y cloruro mórfico. El empleo de ketamina está contraindicado en pacientes con hipertensión intracraneal. Para evitar la aparición de crisis epilépticas secundarias a un evento traumático, actualmente se utilizan fármacos anticonvulsionantes tipo fenitoína, ácido valproico, carbamazepina o levetiracetam como primera línea.

Por último, el tratamiento quirúrgico del TCE es útil principalmente para implantar el catéter intraventricular que permite drenar el líquido cefalorraquídeo con el objeto de mantener una adecuada presión intracraneal, realizar una craneotomía descompresiva y evacuar grandes hematomas. Los pacientes con fracturas de cráneo deprimidas más allá de 5 mm por debajo de la lámina interna también tienen indicación quirúrgica.

Premios Panorama 2022

El pasado día 3 de noviembre de 2022 se celebró la reunión de trabajo del Jurado para la concesión de los Premios Panorama 2022, formado en esta ocasión por los siguientes miembros:

  • D. Jesús Aguilar Santamaría. Presidente del Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España (Presidente del Jurado).
  • D. Antonio Blázquez Pérez. Jefe del Departamento de Medicamentos de Uso Humano de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios.
  • D. Valentín Ceña Callejo. Presidente de la Sociedad Española de Farmacología.
  • D. Santiago Cuéllar Rodríguez. Exeditor científico de Panorama Actual del Medicamento. Académico correspondiente de la RANF y de la RAFC.
  • D. Antonio L. Doadrio Villarejo. Presidente de la Real Academia Nacional de Farmacia (RANF).
  • D. Carlos Fernández Moriano. Coordinador de Panorama Actual del Medicamento. Responsable de Divulgación Científica del Consejo General de Colegios Farmacéuticos (Secretario del Jurado).
  • D. Juan Enrique Garrido Olmedo. Vocal Nacional de Oficina de Farmacia del Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España.
  • Dña. Ana Isabel López-Casero Beltrán. Directora de Panorama Actual del Medicamento. Tesorera del Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España.
  • D. Joan Permanyer Fábregas. Tesorero de la Reial Acadèmia de Farmàcia de Catalunya (RAFC).
  • D. Jorge Vázquez Valcuende. Vocal Nacional de Industria del Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España.
  • D. Francisco Zaragozá García. Vocal Nacional de Investigación y Docencia del Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España.

Los Premios Panorama valoran el grado de innovación. Conviene recordar que todos los medicamentos, tanto los no innovadores como los innovadores, tienen utilidad terapéutica en tanto que su autorización por las autoridades sanitarias (AEMPS a nivel nacional y EMA a nivel de la Unión Europea) implica que han demostrado rigurosamente su eficacia, su seguridad, su calidad y las condiciones de uso, incluyendo la información contenida en la ficha técnica –sumario de características– y en el prospecto del medicamento. Por tanto, la valoración que se hace en el informe previo a la deliberación del Jurado se refiere a la incorporación, en el grado indicado, de algún elemento innovador con respecto a otros medicamentos autorizados previamente para iguales o similares indicaciones terapéuticas o, en su caso, cubriendo la ausencia de éstas.

Asimismo, debe considerarse que ésta es una evaluación que se practica coincidiendo con la comercialización inicial del medicamento. Se trata, por consiguiente, de una valoración provisional de la innovación, realizada en función de la evidencia clínica disponible hasta ese momento; lo cual no prejuzga, en ningún caso, la disponibilidad futura de nuevos datos clínicos o la posible autorización de nuevas indicaciones terapéuticas, así como tampoco la potencial aparición de aspectos desfavorables previamente desconocidos (efectos adversos graves, contraindicaciones, interacciones, etc.).

Se consideran tres posibles niveles, adjudicados en función en de la naturaleza de la(s) innovación(es) presentes en el nuevo medicamento, siempre en relación al arsenal terapéutico disponible en España en el momento de la comercialización:

  • SIN INNOVACIÓN (*). No implica aparentemente ninguna mejora farmacológica ni clínica en el tratamiento de las indicaciones autorizadas.
  • INNOVACIÓN MODERADA (**). Aporta algunas mejoras, pero no implica cambios sustanciales en la terapéutica estándar.
  • INNOVACIÓN IMPORTANTE (***). Aportación sustancial a la terapéutica estándar.

Se distinguen dos niveles de evidencia científica para los aspectos innovadores de los nuevos medicamentos:

  • Evidencia clínica: mediante estudios controlados con placebo o comparadores activos, de buena calidad metodológica y específicamente diseñados y desarrollados para demostrar lo que pretende ser un avance o mejora sobre la terapia estándar.
  • Potencialidad: existencia de aspectos en el medicamento que racionalmente podrían mejorar la terapéutica actual, pero que no han sido adecuadamente demostradas mediante ensayos clínicos, bien por motivos éticos o bien por imposibilidad de realización en el momento de la comercialización del nuevo medicamento: perfil de interacciones, mecanismos nuevos que permiten nuevas vías terapéuticas, nuevos perfiles bioquímicos frente a mecanismos de resistencia microbiana, posibilidad de combinar con otros medicamentos para la misma indicación terapéutica, efectos sobre el cumplimiento terapéutico (por mejoras en la vía, número de administraciones diarias, etc.), mejora de la eficiencia económica, etc.

El rigor de los datos contrastados mediante ensayos clínicos controlados (evidencia clínica) sobre el grado de mejora de los resultados de la intervención con el nuevo medicamento en relación con la terapia estándar es determinante en la valoración global de la innovación, mientras que las potencialidades solo tienen un carácter accesorio en esta valoración. En ningún caso, un medicamento es valorado con un nivel de innovación importante en función de sus ventajas potenciales, si no aporta otras ventajas demostradas clínicamente. Se analizan cinco aspectos de la innovación: clínica, molecular, toxicológica, físicoquímica y económicotecnológica, aunque, como ya se ha indicado, la fundamental y determinante es la novedad clínica.

El periodo analizado en esta nueva edición de los Premios Panorama transcurre entre el 1 de septiembre de 2021 y el 31 de agosto de 2022, a partir de los datos recogidos en el Nomenclátor Oficial de la Prestación Farmacéutica del Sistema Nacional de Salud.

En estos 12 meses, un total de 24 medicamentos con nuevos principios activos han sido comercializados por vez primera en España (Tabla 1), todos los cuales han sido revisados y evaluados anteriormente, y las correspondientes monografías fueron publicadas en Panorama Actual del Medicamento a lo largo del periodo mencionado.

Continúa la tabla aquí

Tras la discusión de los méritos de cada uno de los medicamentos estudiados, en la que participan todos los miembros del Jurado, éste acuerda por unanimidad, atendiendo a los méritos específicos de cada uno de los medicamentos reseñados, concede ex aequo el Premio Panorama 2022 a:

Givosirán (▼Givlaari®) de Alnylam Netherlands

Por ser, tras patisirán, el segundo ARN pequeño de interferencia disponible en España. Se une en los hepatocitos al ARN mensajero precursor de la enzima ácido aminolevulínico sintasa 1 y causa su degradación, reduciendo la síntesis proteica. Esto se traduce en una disminución de los niveles plasmáticos y urinarios de los intermediarios neurotóxicos de la ruta biosintética del grupo hemo (ácido aminolevulínico y porfobilinógeno), que están anormalmente elevados en las porfirias.

El medicamento, designado como huérfano, constituye la primera autorización para el tratamiento de base de la porfiria hepática aguda en adultos y adolescentes a partir de 12 años, en una administración mensual por vía subcutánea. Con un perfil toxicológico caracterizado por reacciones adversas en su mayoría leves-moderadas, ha demostrado una eficacia superior a placebo: a los 6 meses había reducido en un 73% la tasa anualizada de crisis agudas de porfiria y más de la mitad de los pacientes no requirió ninguna infusión de hemina. La reducción del dolor reportado por los pacientes durante y entre crisis es también indicativo del beneficio clínico que aporta.

Onasemnogén abeparvovec (▼Zolgensma®) de Novartis

Por ser el primer medicamento de terapia génica autorizado frente a una enfermedad neuromuscular, y el primero que combate específicamente el defecto monogénico subyacente en la atrofia muscular espinal. También huérfano, se indica para el tratamiento en una única infusión intravenosa de pacientes con una mutación bialélica en el gen SMN1, junto con un diagnóstico clínico de AME tipo 1 o con hasta 3 copias del gen SMN2. Consta de un vector adenoviral que contiene el ADN complementario del gen SMN1 humano y favorece su expresión en las motoneuronas de la médula espinal, proporcionando una fuente alternativa de la proteína de supervivencia de la motoneurona. Se espera que se exprese de forma estable por un periodo prolongado.

Sus resultados clínicos revelan un beneficio sustancial en pacientes pediátricos sintomáticos y presintomáticos, quienes vivirán más tiempo y con mejor calidad de vida: por ejemplo, libres de ventilación mecánica y alcanzando hitos motores durante periodos que no se alcanzarían sin tra-tamiento. En resumen, modifica drásticamente la historia natural de la enfermedad, superando el balance beneficio-riesgo de nusinersén, y puede suponer un cambio de paradigma en su abordaje.

Las monografías con la evaluación de estos nuevos medicamentos han sido publicadas previamente en los números 451 y 450 de Panorama Actual del Medicamento, respectivamente. Ambos han sido considerados como opciones que representan una innovación importante (***), suponiendo una aportación sustancial a la terapéutica estándar. A modo de recordatorio y resumen, se recogen a continuación sus principales aspectos innovadores, con datos referentes a la evidencia clínica disponible en el momento de su comercialización.

Givosirán

Es un ácido ribonucleico pequeño de interferencia (siRNA) bicatenario diseñado para ser captado selectivamente por el hígado a través del receptor de asialoglicoproteína. Una vez dentro de los hepatocitos, se une específicamente al ARNm precursor de la ácido aminolevulínico sintasa tipo 1 (ALAS1) y causa su degradación catalítica por el proceso de interferencia del ARN. Ello resulta en una reducción –normalización– de los niveles de ARNm hepático para ALAS1, que finalmente se traduce en una menor síntesis proteica y disminución de los niveles plasmáticos y urinarios de ácido aminolevulínico (ALA) y porfobilinógeno (PBG), intermediarios neurotóxicos de la síntesis del hemo cuya acumulación en distintos tejidos constituye la base patológica de las porfirias. En base a ello, el medicamento, designado como huérfano, ha sido autorizado para el tratamiento de la porfiria hepática aguda (PHA) en adultos y adolescentes a partir de 12 años.

Su aprobación se sustentó en los resultados de seguridad y eficacia derivados de un único ensayo aleatorizado de fase 3 (N= 89, 95% con porfiria intermitente aguda), cuyo diseño –multicéntrico, grupos paralelos, controlado por placebo y doble ciego– y análisis han sido considerados adecuados por la EMA, si bien la población incluida o el seguimiento realizado –6 meses– puedan parecer limitados (aceptable en una enfermedad rara). El uso de una variable primaria compuesta –con limitaciones inherentes relativas al posible mayor peso de uno de los componentes en el resultado final– parece justificado poque las crisis de porfiria suelen ser graves y requerir hospitalización o visita a urgencias, además del uso de hemina intravenosa.

En el estudio pivotal, el tratamiento con givosirán se reveló significativamente más eficaz que placebo en pacientes con PIA en términos de la variable combinada de tasa anualizada de crisis agudas de porfiria, favoreciendo una reducción del 74% de la incidencia (3,2 vs. 12,5 eventos/año; p< 0,001); esa reducción fue del 73% en los pacientes con cualquier subtipo de PHA. El fármaco indujo reducciones notables en cada uno de los componentes de la variable principal (mayor en la tasa de crisis que requirieron visita a urgencias), apreciables desde el primer mes y mantenidas durante el tratamiento; esa mejoría fue consistente en todos los subgrupos de pacientes evaluados, no viéndose modificada por factores como edad, sexo o estado clínico previo. El nuevo tratamiento consiguió disminuir en un 77% el uso de hemina en los pacientes con PAI en comparación con el uso de placebo (razón de tasas: 0,23; p< 0,001), permitiendo que más de la mitad no requiriera ninguna infusión (54% vs. 23% con placebo). Asimismo, el fármaco redujo drásticamente (86-90%) los niveles de ALA y PBG en orina frente a placebo, todo lo cual se vio respaldado por su mayor eficacia sobre la reducción de los niveles de dolor reportados por los pacientes durante y entre ataques, y sobre la puntuación del componente físico del cuestionario validado SF-12.

Actualmente está en marcha una fase de extensión abierta de dicho estudio en que todos los pacientes recibirán tratamiento con una dosis mensual hasta los 29 meses, que revelará proporcionará información a largo plazo muy relevante para definir en mayor detalle el perfil beneficio-riesgo. Los resultados preliminares apuntan a que la eficacia del fármaco sobre los parámetros evaluados se mantiene, e incluso aumenta, hasta periodos de al menos 12 meses.

Si se considera la naturaleza de la patología, el perfil toxicológico del fármaco parece adecuadamente definido a pesar de las limitaciones del estudio pivotal (por ejemplo, la exclusión de pacientes con patología hepática o insuficiencia renal grave) y es relativamente benigno en los distintos subgrupos de pacientes. La tasa de eventos adversos relacionados con el tratamiento es superior a placebo (46% vs. 26%), pero solo el 6% fueron graves (vs. 0%). Por su frecuencia destacan las reacciones en el lugar de inyección (25% vs. 0%), náuseas (27% vs. 11%), fatiga (10% vs. 4%), enfermedad renal crónica y elevación de ALT (8% vs. 2%). La gran mayoría fueron leves-moderados y desaparecieron en el periodo de seguimiento. No obstante, y pesar de que estos datos deben ampliarse en estudios poscomercialización, se acepta que conviene una valoración individualizada del beneficio-riesgo así como evaluar la función hepática antes del tratamiento, monitorizando después posibles alteraciones hepáticas o renales que pudieran motivar interrupciones o ajustes posológicos.

Para contextualizar, es preciso recordar que las opciones terapéuticas actuales en PHA buscan el control de los síntomas (sobre todo el dolor), la interrupción de los medicamentos desencadenantes, así como la administración de análogos de gonadotropina y de glucosa oral e intravenosa. Pero no existe ningún tratamiento autorizado para el manejo específico de los pacientes, lo cual valida el uso de placebo como control, no disponiéndose de otras comparaciones directas o indirectas de givosirán. Además, el uso fuera de ficha técnica de hemina por vía intravenosa implica una carga para los pacientes con alto riesgo de morbilidad, con riesgo de sobrecargas de hierro o infecciones debido al uso del catéter.

Por tanto, a la vista de la necesidad médica no cubierta, si se valoran los resultados clínicos de givosirán se deduce que aporta un beneficio clínico relevante y se postula como una opción de tratamiento preferente1 en pacientes con PHA a partir de 12 años de edad (AEMPS, 2021b). A pesar de que la mayoría de los pacientes estudiados tenían PAI (datos muy limitados en otros subtipos) y no se incluyó ningún paciente menor de 19 años, se espera que su eficacia y seguridad sean extrapolables al conjunto de pacientes que recoge la indicación, teniendo en cuenta las propiedades farmacocinéticas/farmacodinámicas de givosirán y la fisiopatología común de las porfirias hepáticas. En definitiva, se trata del segundo fármaco basado en ARNm de interferencia que se comercializa en España (después de patisirán en amiloidosis por transtiretina), profundizando en una tecnología altamente prometedora frente a muy diversas enfermedades, y cubre una laguna terapéutica: incorpora una innovación terapéutica sustancial.

Onasemnogén abeparvovec

(OA) es una novedosa terapia génica que consiste en un vector recombinante no replicativo basado en un adeno-virus serotipo 9 (AAV9), con capacidad de atravesar la barrera hematoencefálica y transducir las motoneuronas. El vector contiene el ADN complementario del gen SMN1 humano y favorece su expresión en las células transducidas, esto es, proporciona una fuente alternativa de la expresión de la proteína SMN en las motoneuronas, a partir de lo cual se espera que aumente su supervivencia y funcionalidad. Por abordar la causa de esta enfermedad monogénica, el medicamento, designado como huérfano, ha sido aprobado para el tratamiento por vía intravenosa en dosis única –ajustable según el peso– de pacientes con atrofia muscular espinal (AME) en 5q con una mutación bialélica en el gen SMN1 y un diagnóstico clínico de AME tipo 1, o bien que tengan una mutación bialélica en el gen SMN1 y hasta 3 copias del gen SMN2.

Su autorización condicional se sustentó fundamentalmente en los resultados del estudio pivotal STRIVE (CL-303), complementado con los de los ensayos STRIVE-EU (CL-302) y SPRINT (CL-304), también de fase 3, abiertos y de un solo brazo, que han incluido en su mayoría bebés con diagnóstico clínico de AME tipo 1 y 2 copias del gen SMN2, con una mediana de edad próxima a los 4 meses y moderadamente sintomáticos (no requerían ventilación para respirar y podían alimentarse por vía oral antes de la inclusión). El fármaco ha probado su eficacia para prolongar hasta el 91% la supervivencia sin necesidad de ventilación permanente a los 14 meses de edad, frente al 26% estimado en cohortes de pacientes no tratados e historia natural de la enfermedad. Además, permite que aproximadamente 2 de cada 3 pacientes (64%) alcance el hito motor de sentarse sin ayuda (apoyo) durante un mínimo de 30 s; esta capacidad se mantiene al menos hasta los 18 meses, lo cual destaca notablemente al recordar que, sin tratamiento, no se esperaría que ninguno de los pacientes incluidos pudiera alcanzarla (p< 0,0001). Los resultados en otros logros motores, como el control de la cabeza (≈80%) o las altas puntuaciones en la escala de funcionalidad CHOP-INTEND (> 40 puntos para una amplia mayoría), refrendan los obtenidos en las variables coprimarias.

Cabe destacar los resultados –del estudio SPRINT– incluso mejores alcanzados por los pacientes con AME tipo 1 y 3 copias del gen SMN2 (cuya presentación clínica es más heterogénea), que evidencian supervivencia sin ventilación permanente a los 14 meses (100%), y altas tasas de capacidad de sentarse sin apoyo durante 30 s (87%) o de caminar al menos 5 pasos de forma independiente (40%). Dado que estos bebés eran presintomáticos y más jóvenes (< 6 semanas), se requiere un mayor seguimiento y no es posible aún sacar conclusiones definitivas sobre el beneficio a largo plazo en esta subpoblación, que se abordará con los resultados de los estudios en marcha. No obstante, los datos –todavía escasos– sobre el seguimiento a largo plazo del fase 1 START, con pacientes sintomáticos y 1-2 copias del gen SMN2, hacen pensar que el beneficio confirmado a los 2 años posadministración, cuando todos los pacientes estaban libres de ventilación permanente (vs. < 8% en las cohortes de historia natural de AME), se mantiene hasta más allá de los 6 años. En términos de seguridad, a pesar de que todos los pacientes tratados reportan algún evento adverso tras la administración, la nueva terapia génica parece bien tolerada, especialmente si se consideran las complicaciones de la evolución de la AME en ausencia de tratamiento. Sin haberse establecido una inmunogenicidad clínicamente relevante, el perfil toxicológico del fármaco, consistente a largo plazo (> 5 años), se caracteriza por la aparición relativamente frecuente de aumento –asintomático y transitorio– de los niveles de enzimas hepáticas (24%), hepatotoxicidad (9%) y vómitos (8%). La incidencia de eventos graves posiblemente relacionados con el tratamiento no alcanza a un tercio de los pacientes.

Una de las principales limitaciones de la evidencia disponible es que el fármaco no ha sido estudiado en pacientes con mutación bialélica del gen SMN1 y una sola copia de SMN2. De igual modo, se podría criticar que no se incluyó como comparador directo un brazo de pacientes tratados con nusinersén, la única terapia específicamente aprobada frente a AME, pero la EMA lo consideró aceptable ya que, cuando se inició el desarrollo clínico de OA, el anterior no estaba aún autorizado en Europa. Nusinersén fue comparado frente a placebo en un estudio doble ciego de fase 3, en el que se aleatorizaron 121 pacientes de < 6 meses de edad con mutación bialélica de SMN1 y 2 copias de SMN2: redujo notablemente la incidencia de eventos de mortalidad o ventilación permanente durante el periodo de seguimiento (34% vs. 49% en el grupo control), así como de mortalidad global (15% vs. 32%), y aumentó la proporción de respondedores según la puntuación de la escala CHOP-INTEND (71% vs. 3%) y la consecución de hitos motores. Todo apunta a que, si se hiciera una comparación indirecta de los resultados de eficacia en AME tipo 1, ésta sería favorable para onasemnogén abeparvovec. Dicho nuevo fármaco, además de un mejor perfil de seguridad (frente a los riesgos de toxicidad renal o alteraciones de la coagulación de nusinersén), aporta la ventaja principal de tratarse de una única administración intravenosa, frente a las administraciones por punción lumbar repetidas (cada 4 meses) en el tratamiento con nusinersén, que provocan problemas como escoliosis o contracturas conducentes a necesidad de cirugía.

En vista de todo lo anterior, resulta indudable el beneficio clínico –en términos de aumento de supervivencia y mejora de la funcionalidad motora– que aporta en niños nacidos con AME tipo 1 este novedoso fármaco y, aunque no pueda confirmarse como una opción curativa (los seguimientos son aún cortos), transforma muy notablemente la evolución de una enfermedad para la que, hasta hace poco, las opciones de tratamiento eran exclusivamente sintomáticas, como la cirugía ortopédica, fisioterapia y soporte nutricional y respiratorio. Representa una innovación disruptiva por inaugurar una vía terapéutica de la AME: es el primer medicamento de terapia génica, quizá el más revolucionario en el campo de las enfermedades neuromusculares, y representa un cambio de paradigma por ser el primero en dirigirse a su causa monogénica, esto es, la ausencia del gen SMN1.

Es previsible su posicionamiento en primera línea por delante de nusinersén, siendo recomendable la administración lo antes posibles tras el diagnóstico –bien clínico de AME o bien hallazgo genético de mutación bialélica de SMN1–, de modo que serán los pacientes presintomáticos quienes más se puedan beneficiar del tratamiento (pues el inicio de la degeneración de motoneuronas precede a la aparición de síntomas). La EMA apunta a que puede asumirse una extrapolación de los resultados de eficacia a los pacientes con AME tipo 2 (EMA, 2020), si bien su uso en esta población queda supeditada a la divulgación de nuevos resultados y su aprobación. En definitiva, los estudios en marcha permitirán en un futuro caracterizar en mayor detalle la eficacia y seguridad del fármaco, pero se abre ahora una puerta muy prometedora a la introducción de futuras terapias avanzadas que aporten una esperanza de curación de otras patologías neuromusculares. Se espera que el que ha sido considerado como el medicamento más caro de la historia (financiado en España desde diciembre de 2021 a un precio superior a los 2 millones de euros) pueda beneficiar en nuestro país a unos 30 pacientes pediátricos afectados por esta enfermedad rara y reducir la carga de enfermedad y tratamiento para pacientes, familiares y el sistema de salud.