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Información en torno a la maternidad, crianza y prevención de accidentes infantiles durante el franquismo

Resumen

La información en relación al cuidado del bebé y del niño pequeño ha sido un asunto sensible que ha motivado históricamente la edición y divulgación por parte de las autoridades sanitarias y políticas de un gran número de ilustraciones y otro tipo de materiales con el objetivo de proteger la salud y la vida del infante. En este artículo se presenta una colección de las informaciones ofrecidas al respecto de este asunto durante el franquismo, que son reflejo de la mentalidad de la época, de la vida cotidiana en la España de mediados del siglo XX, así como de la creciente influencia de los conocimientos científicos sobre las costumbres establecidas y sobre las políticas públicas.

Introducción

Antes de seguir con el mismo asunto que en entregas anteriores, voy a exponer cómo estaba el tema a mediados del siglo XIX y durante el siglo XX. Para ello, solo consultaré algunos de los libros que tengo a mano, en mi propia biblioteca.

A mediados del siglo XIX se recomendaba el método alcanforado. Las mujeres en cinta debían inyectarse, todas las mañanas, agua de brea en las partes (sic); introducir en las mismas, todas las noches, pomada alcanforada, además de darse fricciones con ella por el resto del cuerpo.
Con respecto a la manutención del bebé, consideraba un crimen el no hacerlo con la leche materna. A su parecer las mujeres débiles se robustecían con la lactancia1.

A finales de ese siglo, o principios del siguiente, se daban consejos sobre las relaciones sexuales durante el embarazo y el tiempo conveniente entre uno y otro. Aconsejaban tranquilidad en las embarazadas y poco esfuerzo físico. En opinión del autor, el Estado debería ocuparse de tener comadronas bien instruidas y de la creación de fundaciones para mujeres desamparadas, por falta de trabajo o por carecer de pareja.

En cuanto al bebé, se considera el alimento natural el materno o el de la nodriza durante ocho meses. Si se emplea la lactancia materna, luego se va sustituyendo su leche por la de vaca hervida previamente. Con el nombre de leche para niños debería consignarse únicamente la leche de animales sanos y bien alimentados y ordeñada con la mayor limpieza posible.

Pasados algunos meses, dentro del primer año, pueden darse un sinnúmero de substitutivos de la leche, sopa de Liebig2, (Figura 1) harina de Nestlé3 (Figura 2), etc4.


A mediados del siglo XX, al menos en Francia, se tenía una postura ante la concepción, el embarazo y el parto muy similar a la contemporánea, con consejos sobre los vestidos, la higiene personal, la alimentación y la actividad física.

En cuanto a la manera de nutrir al bebé afirma: no existe más que una forma válida de alimentación para el recién nacido: el pecho; y como decía Pinard, célebre ginecólogo del fin del siglo pasado: la leche y el corazón de una madre no se reemplazan jamás. Si bien más adelante explica también con meticulosidad todas las maneras de alimentación artificial, aunque no proporciona marcas comerciales como el autor alemán antes citado5.

Como vimos, durante la Segunda República se imprimieron una serie de cartas destinadas a explicar los cuidados necesarios en las mujeres y a recomendar la lactancia, con las características allí descritas. Durante el franquismo se va a producir un fenómeno similar, con menos lectura, mensajes más concisos y no enviados de manera personal, sino colectiva, a través de carteles de gran tamaño.

Información durante el franquismo
Información sobre la alimentación de los bebés

Poseemos un anuncio grande (68,5×48,5 cm) también editado, como muchos de los expuestos en el anterior artículo, por la Dirección General de Sanidad del Ministerio de la Gobernación, en donde se recomendaba, igual que durante la República, la lactancia materna. Lo curioso es que, de manera consciente o inconsciente, lo hacía con un nivel de autocrítica mucho mayor al del periodo republicano y con muchas menos palabras. Bajo la imagen de una mujer hermosa dando el pecho a un niño mayorcito, mantenido en su regazo mediante una manta enrollada a su cintura, de manera muy característica de la época en las clases menos favorecidas (Figura 3), afirma que la mortalidad infantil, entre los niños que viven en malas condiciones higiénicas, sería espantosa sin la lactancia materna, con lo cual reconoce de facto el fracaso de una política social adecuada tras muchos años de postguerra, tal vez porque entonces se empezaba a vislumbrar un primer desarrollismo español. Afirma la importancia de esa forma de alimentar a los niños para prevenir las enfermedades y sugiere mayor limpieza entre las madres lactantes, lo cual no sé si puede tomarse como un nuevo reconocimiento del fracaso de un Régimen incapaz de haber efectuado una buena política informativa. Pese a ello, cosas tan evidentes no eran reseñadas en la información republicana y se mantenían muchos años después de haberse publicado aquella.


En una serie de fotografías anteriores de gran tamaño (70×50 cm), en blanco y negro, de las cuales encontramos cuatro, sin lugar ni institución de edición, aunque evidentemente debió ser un organismo oficial, se ve una casa muy popular. Bajo la fotografía, el lema la lactancia materna es mejor y la advertencia sobre el peligro de dejar los recipientes utilizados para la lactancia artificial en cualquier sitio en donde pudieran contaminarse (Figura 4). Se da por descontado el conocimiento de la forma de actuar en esa lactancia, a base de leche de vaca, en la cual iría disuelto cualquiera de los productos citados en la misma bibliografía científica antes mencionada.


Observamos una pared muy gastada, a falta de blanqueado o una mano de pintura. Un suelo de baldosines, ajados y limpios. Sobre él una mesa de madera y una silla del mismo material. Ambas sencillas y toscas. Colgado de la pared, un capazo y, tal vez, tras la mesa, una escoba de mano de retama. Sobre el suelo, un botijo y una botella entelada para mantener el vino fresco y, encima de la silla, un par de frutos, probablemente tomates y una cazuela de barro vidriado, en donde está metida la cacharra o lechera de porcelana blanca sin tapa. Es decir, un hogar aparentemente aseado y en orden, en donde nada, a no ser la propia pobreza, invite a pensar en dejadez o posibilidad de infección.

La siguiente fotografía, de idéntico tamaño (Figura 5) es del fogón de la misma casa u otra muy similar. Ante nuestros ojos se expone el menaje de cocina propio de aquellos años. Se ve un puchero de porcelana roja, embutido en el fuego de la hornilla de leña o carbón, en donde la leche se está derramando por exceso de calor, accidente frecuente en esos años, al no venir pasteurizada, si no se tenía la precaución de estar muy atento para sacarla del foco calorífico en cuanto alcanzaba la temperatura de ebullición. Se percibe, de nuevo, una casa modesta y limpia, no pobre dada la gran cantidad de ollas expuestas y la misma advertencia que en la otra. Se proclama la supremacía de la lactancia materna y se previene, si se opta por la artificial, sobre la necesidad de no emplear los mismos utensilios para preparar la comida y cocer la leche destinada al biberón.


En la tercera de las fotografías (Figura 6) se advierte, si se emplea la lactancia artificial, acerca de la necesidad del mantenimiento necesario en la escrupulosa limpieza de las cacharras o lecheras, de las cuales se fotografían cuatro.


En la cuarta y última, se recuerda la posible adulteración de la leche de vaca con productos químicos, entre los cuales se pone un grifo, es decir el agua, y unos botes con formol, creta y bicarbonato (Figura 7).


En definitiva, una cerrada defensa de la lactancia materna como se hacía antes de la Segunda República, durante la misma y en la actualidad, en una época, por las fotografías, cercana a los años cincuenta del siglo pasado, cuando cundía el hambre en toda España a consecuencia de la postguerra y del aislamiento del Régimen franquista que se iba a mantener hasta el 23 de septiembre de 1953, fecha en que el Gobierno de Norteamérica, en su guerra fría con la URSS, empezó a instalar bases militares en España, olvidándose de lo sucedido durante la Guerra Civil y de los antecedentes fascistas o autoritarios del franquismo.

Información para mantener la salud de los bebés y prevenir los accidentes infantiles

Poseemos un cartel, para celebrar el día mundial de la salud, del 7 de abril de 1962, del mismo tamaño y características de los mencionados anteriormente, en donde se nos informa de su dedicación, en ese año, a la exaltación de la labor de la Enfermera (sic) a la cual se la considera, eficaz colaboradora del médico, e imprescindible en toda obra de educación sanitaria. En la Figura 8 se ve a una joven dedicada al cuidado de un niño con cierto aspecto ario, hospitalizado a causa de lo que parece la rotura de un brazo. Una imagen destinada a producir ternura, admiración, sosiego y confianza en la persona y en la institución, como casi todas aquellas en donde aparece un sanitario.

En ese aspecto se publicó otro cartel de gran tamaño (67×47 cm) por la sección de propaganda de la Dirección General de Sanidad. En el mismo se observa a una joven madre, presumiblemente catalana (fue editado por Seix Barral, en Barcelona) morena, sonriente y bien vestida, dándole un baño a su hijo, bien nutrido, también sonriente y evidentemente sano. En donde se aconseja dar un baño diario a los niños y la búsqueda del consejo médico en todos estos asuntos (Figura 9).


Para la sección de propaganda de la Dirección General de Sanidad, Prevenir accidentes en la infancia es salvar muchas vidas y evitar muchos inválidos. Por eso consideraban que conocer los peligros es casi tanto como evitarlos.

A consecuencia de ello, encargaron a las industrias gráficas Alvi, de Madrid, la impresión de una serie de viñetas, dibujadas por el pionero de las historietas, José Robledano Torres (1884-1974), quien fue militante socialista, condenado a muerte tras la Guerra Civil y encarcelado, desde su finalización hasta 1943 aunque, como se ve, luego obtuvo encargos oficiales dada su inmensa capacidad artística6.

Tenemos tres grandes cartelones (69,5×49,5 cm), cada uno de los cuales contiene seis historietas, para consumo tanto de los adultos como de los niños, con consejos cotidianos mediante los cuales evitar los accidentes domésticos, a la forma, se me antoja, de los periódicos murales puestos de moda durante el periodo republicano.

En el primero de ellos (Figura 10) se ve a una mujer mayor dedicada al blanqueo de prendas, con agua y lejía, antes de colgarlas al aire. Mientras hace las tareas, un pequeño, probablemente su nieto, se ve atraído por la botella, bebe su contenido y, evidentemente, se intoxica. La moraleja es la necesidad de guardar en sitios seguros los líquidos de uso en la limpieza del hogar, la lejía, amoniaco e insecticidas o, aunque no lo dice, tener cuidado para que los niños no se los beban.


La segunda historieta la dedica a un padre arreglándose frente al espejo de un armario. Como se ve, pierde algo de pequeño tamaño. Se vuelve loco buscándolo y, a sus espaldas, lo encuentra un niño y se lo traga. La moraleja, en este caso es tener cuidado con los niños y la ingestión de objetos chicos, aunque, diría yo, si uno tiene un hijo que ve cómo buscas algo como loco y, en lugar de decirte que lo ha encontrado se lo traga, poco puede hacer el padre.
La tercera va de otro buen padre, cariñoso y generoso. Compra unos juguetes en el bazar y se los entrega a sus hijas. A la mayor, una muñeca; a la menor, un pájaro de hojalata pintada. La menor lo chupa y se intoxica. En este caso la moraleja ha sido asumida por las normas obligatorias de la CEE y poca broma puede uno hacer con ellas, salvo la mala suerte de todos los padres retratados.

La cuarta explica cómo un hombre mayor va al médico y compra el medicamento recetado en la oficina de Farmacia. Lo deja sobre una mesilla baja y un niño se lo toma y enferma. La moraleja ha sido asumida por el consejo habitual de: mantenga los medicamentos fuera del alcance de los niños y tampoco puedo bromear con ella pues un familiar muy próximo, también boticario, perdió a un hijo intoxicado con un jarabe olvidado en un mueble accesible al pequeño.

La quinta va de otro padre que se fuma un puro mientras lee el periódico. Deja el tabaco apagado en el cenicero y un niño, para imitarle, se sienta donde él estaba, hace como que lee el diario y apura el final de la pava, con lo cual echa hasta la primera papilla. La moraleja es que el tabaco y el alcohol pueden causar intoxicaciones en los niños. Lo sorprendente, visto en la actualidad, es que se refiera solo a los niños y, de nuevo, la curiosidad malsana del muchacho ante la cual poco puede hacerse.

La sexta, con la misma moraleja que la anterior, nos presenta a dos adultos celebrando un encuentro bien mojado con al menos dos licores. Cuando uno despide al otro, los dos hijos aprovechan para beberse las botellas y, evidentemente, se cogen una cogorza de campeonato.

En definitiva, historias cotidianas en donde se reflejan más que niños inquietos, de la misma piel del diablo.

En el siguiente cartel del mismo tamaño y de idéntico autor, nos narran otras seis historias (Figura 11).


En la primera se observa a un hombre en camiseta afeitándose a navaja en presencia de su hijo. Cuando se va, le intenta imitar y se corta con gran disgusto de la madre. En la actualidad esto sería imposible porque no creo que nadie, excepto algunos peluqueros, sepa manejar una navaja y por tanto no la tiene en casa. La otra mitad de la historieta es la de un niño jugando con un velero en una bañera llena de agua. Se empina demasiado, se cae dentro y surge el problema. Pone de manifiesto los peligros cotidianos dentro de una vivienda, con gran maestría gráfica, pero parece dirigirse a niños muy traviesos y a padres tontos de solemnidad que quisieran poner en peligro a sus hijos.

En la segunda, se ve a un hombre que apaga lo que parece un quinqué. Tras él llegan una niña y un niño que se ponen a jugar con el fuego y se queman. Conocido es el peligro de entretenerse con las llamas.

La tercera va de una madre que mete a su hijo en la cama y se deja el fuego de gas encendido. Tras ella, otro hijo sopla sobre una llama y, dotado de unos grandes pulmones, la apaga. Sale el gas y por el color con que le pintan el chaval tiene mal pronóstico. Aparte del consejo de cerrar la llave del gas en cuanto se deja de utilizar, la historia tiene algunas debilidades. La primera es la potencia de soplado del muchacho. La segunda, la flaqueza mental del mismo, a no ser que quisiera ayudar a su madre o se acordara del cumpleaños. Y la tercera, que la hornilla tiene dos fuegos y uno permanece encendido, con lo cual, más que intoxicarse, la casa se habría ido a hacer gárgaras en su totalidad si la madre no hubiera vuelto a tiempo.

La cuarta es similar a la primera: una niña imita a su madre con la plancha y al intentar hacer lo mismo se le cae literalmente encima, con lo cual no se sabe si se quema o le pasa algo aún más grave.

La quinta va de una señora lactante de un tamaño considerable quien, después de amamantar a su bebé, conforme a las indicaciones ministeriales, se mete en la cama con él y lo deja literalmente como un sello de correos. Puede pasar, claro, pero parece un pelín exagerado.

La última va de un niño deslizándose por una barandilla, mientras dos señoras charlatanas se despistan y el muchacho finaliza la bajada rompiéndose la crisma de manera poco ortodoxa, porque el cuerpo queda en dirección contraria a la caída. En la otra mitad, un hombre se queda dormido mientras un niño acerca una silla al balcón, se asoma y se desploma en el vacío. La moraleja es que los niños no tienen toda la culpa, sino las personas encargadas de educarlos y vigilarlos. Lo que contrasta con la idea mantenida en la actualidad sobre la educación franquista y el adagio de la letra con sangre entra. Parece que desde instancias ministeriales se buscaba una mayor responsabilidad paterna.

Como se ve, una serie de carteles de sensibilización ante los posibles accidentes domésticos, pero excesivamente cargada de situaciones demasiado extremas y con mucha culpabilidad de por medio.

El tercero de los carteles contiene otras seis historietas parecidas (Figura 12).


Las dos primeras tienen por motivo los peligros de morir ahogado a consecuencia de imprudencias. En primer lugar, en un pozo y, en segundo, en una gran tinaja de vino.

Me recuerda la extrema murga que me dieron durante mi infancia con el pozo que había en el jardín de nuestra casa de verano, que acabaron tapando con una cubierta metálica. También a una vecina del pueblo la cual, cada vez que sospechaba que nos íbamos a bañar al río, amenazaba a su hijo diciéndole: si te vas al río y te ahogas, a la cama sin cenar. Palabras para mí incomprensibles, de pequeño y de mayor, lo cual indica que, en ocasiones, los vigilantes y educadores no eran los más adecuados para prevenir este tipo de accidentes.

La siguiente exponía el peligro de los bebés dejados al alcance de los cerdos. Si era real, nos da idea del estado de higiene de los pueblos, en donde animales y personas convivían en una extrema proximidad.

La cuarta ponía de manifiesto la posibilidad muy real, sobre todo de los niños ciudadanos cuando íbamos al campo, de envenenarnos con algún fruto silvestre o ser picados por las abejas, si nos acercábamos sin protección ni cuidado a las colmenas.

La quinta prevenía contra el hostigamiento o la brutalidad con los animales, no por lo inadecuado de hacerlo, sino porque si se maltratan pueden atacar.
Al final se prevenía sobre los juegos junto al río y aconsejaba enseñar a nadar cuanto antes a los pequeños.

Una serie de consejos, exagerados a veces, oportunos otras, reflejo de la forma de vida de una época en la historia española de la postguerra civil, bien desarrollada en forma de historietas y que, al dibujante de ideología socialista, no le costaría nada hacer porque, en este terreno, no se adivinan diferencias entre lo que pudiera pensar y lo aconsejado por el Régimen.

Entre la información sanitaria y la propaganda política

Para finalizar, presento una tarjeta del Instituto Nacional de Estadística (Figura 13), dependiente de la Presidencia del Gobierno, del año 1949, en donde se muestra la curva descendiente de la mortalidad infantil en España, desde 1905 en que había once fallecidos menores de cinco años y seis menores de un año por cada mil habitantes, hasta 1949, en que la cifra era de dos de los menores de cinco años y uno de los de un año. Lo curioso son las líneas en bajada constante, con unos leves picos durante la guerra civil, con lo cual no parece que el nuevo régimen tuviera mucho de lo que felicitarse, aunque la postal se hizo para eso y quienes nacimos en los años inmediatos celebramos muchísimo esos datos.


El último es una curiosidad en miniatura (5×4 cm) de plena guerra civil, en la cual se hace propaganda del Auxilio Social de la Falange (Figura 14), concretamente de: comedores de niños (sic) (aunque hubiera sido menos inquietante si se refiriesen a comedores para niños); cocinas de Hermandad; cocinas dietéticas; comedores para diabéticos; auxilio a poblaciones liberadas; reparto de víveres en los primeros momentos del rescate; comedores para ex presos y perseguidos; centros de alimentación infantil; policlínicas; casas de maternidad; guarderías y jardines maternales; hogares infantiles; colonias veraniegas; servicios de Farmacia y La Obra Nacional del ajuar. Todo expuesto en pequeñas fotografías en blanco y negro (Figura 15).


Estos tres últimos artículos, para quien no desee hacer una incursión más profunda en los temas y sea capaz de mirar, le permiten tener una cierta visión sobre lo aquí tratado a través de una colección privada. Para mayor información puede consultarse la bibliografía adjunta.