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Bedaquilina (▼Sirturo®) en tuberculosis pulmonar multirresistente

Resumen

Bedaquilina es un nuevo antibiótico oral con actividad frente a la tuberculosis multirresistente, que actúa inhibiendo de manera específica a la enzima ATP sintasa micobacteriana, esencial en la producción de energía para el microorganismo: produce así un efecto bactericida tanto en las bacterias en reproducción como en las bacterias en reposo (fase latente). Se encuentra actualmente autorizado y está comercializado como medicamento huérfano, estando indicado en pacientes adultos y pediátricos (de 5 a menos de 18 años y un peso de al menos 15 kg) para ser utilizado como parte de un adecuado tratamiento combinado de la tuberculosis pulmonar multirresistente (MDR-TB) cuando un régimen de tratamiento efectivo no puede instaurarse por motivos de resistencia o tolerabilidad.

Se dispone de los datos de eficacia de dos estudios de fase 2 en pacientes adultos con MDR-TB que han apoyado la autorización del fármaco en la UE. El ensayo pivotal C208 fue un estudio controlado por placebo, doble ciego y aleatorizado, cuyos resultados indican una reducción estadísticamente significativa de 42 días en el tiempo mediano hasta la conversión del cultivo de esputo en pacientes tratados con un régimen que incluyó bedaquilina (83 vs. 125 días). En el ensayo C209, de fase 2b y de un solo brazo, con la misma variable de eficacia, se obtuvo un tiempo mediano hasta la negativización del cultivo de esputo de 57 días, con una estrategia terapéutica más individualizada, semejante a la práctica clínica habitual. Más recientemente se han publicado los resultados de un ensayo de fase 3 que indican la superioridad del tratamiento combinado con bedaquilina en comparación con un régimen sin este fármaco en relación a la tasa de respuesta (83% vs. 71%; p< 0,0001). Los estudios que sustentan la indicación pediátrica se encuentran todavía en marcha, pero se ha considerado que la eficacia y seguridad de bedaquilina son extrapolables a partir de los resultados obtenidos en población adulta, con el debido ajuste de dosis.

Respecto a la seguridad del nuevo fármaco, durante los estudios clínicos de fase 2 se observó una elevada proporción de eventos adversos, cercana al 100%, aunque similar en el brazo de tratamiento y en el brazo de placebo. Los eventos adversos reportados en mayor medida con bedaquilina fueron artralgias, dolor de cabeza y hemoptisis. Los eventos adversos graves fueron poco frecuentes y, aunque ligeramente más incidentes con bedaquilina (7% vs. 2%), ninguno tuvo una frecuencia superior al 1%. En su perfil toxicológico preocupa potencial arritmogénico (capacidad para alargar el intervalo QT) y una potencial hepatotoxicidad, que requieren de monitorización en estudios de fase 3 para una mejor caracterización del beneficio-riesgo.

En definitiva, se trata de la primera arilquinolina aprobada para el tratamiento de la tuberculosis multirresistente, con un innovador mecanismo de acción en la indicación (inhibición de la ATP sintasa de M. tuberculosis). Su inclusión en un régimen combinado de tratamiento, especialmente junto con un aminoglucósido inyectable y/o una fluoroquinolona, permitirá incrementar la eficacia en la erradicación de las micobacterias, además de relacionarse con un perfil de seguridad aceptable, a pesar de las incertidumbres en cuanto a su potencial arritmogénico y su hepatotoxicidad. En el contexto de un tratamiento complejo y de larga duración en el que la aparición de resistencias intra-tratamiento es frecuente, bedaquilina puede contribuir a afrontar una necesidad médica no cubierta, pero la limitación de su indicación a la ausencia de alternativas impide por ahora considerarlo como un progreso disruptivo en el tratamiento de la tuberculosis multirresistente.

Aspectos fisiopatológicos

La tuberculosis es una enfermedad infecciosa provocada por el bacilo Mycobacterium tuberculosis, una bacteria intracelular que produce una infección respiratoria. Aunque se estima que aproximadamente una tercera parte de la población mundial se encuentra infectada por la bacteria, solo una pequeña parte de las personas desarrolla la enfermedad (5-10% de los infectados), generalmente como consecuencia de una disminución de la competencia del sistema inmunitario, en muchos casos relacionada con la infección por el VIH.

Las especies del complejo M. tuberculosis son patógenos intracelulares y, a nivel estructural, se caracterizan por presentar una pared celular hidrofóbica muy rica en unos lípidos denominados ácidos micólicos, que le confieren propiedades ácido-alcohol resistentes que son relevantes en el proceso de diagnóstico y que también se relacionan con la resistencia a muchos fármacos, desinfectantes, a la desecación y a la congelación.

Tras alcanzar los alveolos pulmonares, el sistema inmunitario del paciente desencadena una respuesta inmunitaria que inicialmente consiste en la fagocitosis por los macrófagos, pero que no suele ser eficaz para la erradicación e incluso puede contribuir a la diseminación de la infección a los ganglios linfáticos regionales, al torrente sanguíneo y a otros órganos y tejidos. La micobacteria presenta un crecimiento lento que estimula una respuesta adaptativa a través de células T y anticuerpos, que salvo en caso de que el foco infeccioso sea muy reducido, tampoco logra erradicar la infección pero sí controlar el crecimiento bacteriano, permaneciendo latente durante largos periodos, de meses o años, hasta que se produce una reducción de la inmunocompetencia.

El único reservorio es el ser humano y el contagio se produce a través de las secreciones respiratorias (tos, estornudos), aunque la capacidad infectiva de este microorganismo es baja, requiriéndose un contacto íntimo y prolongado para que se produzca el contagio.

La tuberculosis es difícil de diagnosticar porque puede simular cualquier otro cuadro infeccioso, con síntomas inespecíficos como fiebre, pérdida de peso o astenia. No obstante, el esputo sanguinolento es un signo característico y también puede aparecer dificultad para respirar y sudoración nocturna. Estos síntomas corresponden a la tuberculosis pulmonar, que es la forma más habitual de presentación. Sin embargo, en ciertos casos, especialmente en individuos inmunodeprimidos, se puede producir tuberculosis extrapulmonar, que puede afectar a cualquier órgano.

La prueba de la tuberculina o de Mantoux permite detectar la infección latente en base a una reacción de hipersensibilidad retardada, pero en la actualidad el principal método diagnóstico para un caso sospechoso es la detección de interferón gamma, dado que un resultado positivo en la prueba de la tuberculina no indica necesariamente infección activa y un resultado negativo tampoco permite descartar una infección reciente. La visualización del bacilo en una muestra de esputo también es útil de cara a establecer el diagnóstico.

La infección por M. tuberculosis se considera actualmente un problema de salud pública a nivel internacional, especialmente por la aparición de casos de multirresistencia (MDR-TB), caracterizados por resistencia a los dos fármacos antituberculosos más utilizados, isoniazida y rifampicina, y de tuberculosis extensamente resistente (XDR-TB), en la que existe resistencia también a los tratamientos inyectables de segunda línea y a las fluoroquinolonas. En España, de acuerdo al Ministerio de Sanidad (MS) en el año 2021 se notificaron 3600 casos de tuberculosis, de los cuales 58 fueron casos de MDR-TB o XDR-TB (MS, 2023). En ocasiones se distingue un escalón intermedio denominado pre-XDR-TB, para casos con tuberculosis resistente a isoniazida y rifampicina y sensible o bien a inyectables de segunda línea o bien a fluroquinolonas, pero no a ambos. Se estima que la mortalidad por tuberculosis no tratada alcanza el 50% y, en el caso de la MDR-TB, a pesar del tratamiento aproximadamente un 15% fallece debido a la enfermedad (OMS, 2022).

El tratamiento de la enfermedad es complejo y requiere de varios meses de duración. Se consideran fármacos antituberculosos de primera línea isoniazida, pirazinamida, rifampicina, rifabutina y estreptomicina durante dos o tres meses, seguidos de cuatro meses de tratamiento de continuación con isoniazida y rifampicina en casos no multirresistentes (Cuéllar, 2016).

La isoniazida tiene un efecto bactericida frente a las micobacterias en crecimiento y bacteriostático durante la fase de reposo. Actúa mediante la inhibición de un precursor de los ácidos micólicos, impidiendo que las células crezcan y se reproduzcan. La pirazinamida es un análogo de la isoniazida que solo presenta actividad bactericida frente a M. tuberculosis intracelular de crecimiento lento y también modifica el pH del medio, lo que dificulta el crecimiento del bacilo. La isoniazida puede provocar reacciones neurotóxicas, como neuritis periférica, por aumento de la excreción de piridoxina, por lo que se administra conjuntamente con vitamina B6. Se utiliza también en la profilaxis.

Las rifamicinas (rifampicina y rifabutina) únicamente presentan actividad bactericida sobre las bacterias en fase de crecimiento. Actúan mediante la inhibición de la síntesis bacteriana de ARNm por interferencia con una ARN polimerasa ADN-dependiente. Esta enzima está también presente en las mitocondrias humanas, pero las rifamicinas no son capaces de atravesar la membrana mitocondrial, lo que les confiere selectividad sobre las micobacterias. La rifampicina produce una coloración rojiza de las secreciones (orina, sudor, saliva, semen, lágrimas) y es un potente inductor enzimático. La resistencia a rifampicina se desarrolla muy rápidamente cuando se utiliza en monoterapia.

El etambutol actúa impidiendo la síntesis de la pared micobacteriana mediante la inhibición competitiva de la transferencia de los ácidos micólicos, por lo que su actividad es selectiva sobre las micobacterias. Únicamente es activo frente a microorganismos en fase reproductiva, no en la fase latente. Una de sus ventajas es que las resistencias a este fármaco se producen más lentamente e incluso es capaz de retrasar la aparición de resistencias a otros antituberculosos, por lo que suele combinarse con isoniazida, rifampicina y/o pirazinamida en el tratamiento de primera línea.

La estreptomicina es un aminoglucósido con efecto tuberculostático sobre los bacilos intracelulares. Las resistencias a este fármaco se producen rápidamente cuando se administra en monoterapia, por lo que siempre se utiliza en asociación, principalmente con isoniazida y/o rifampicina. Su mecanismo de acción es el propio de los aminoglucósidos, esto es, la interferencia con la síntesis proteica al unirse a la subunidad 30S de los ribosomas bacterianos.

La MDR-TB se considera una enfermedad rara en la Unión Europea, Estados Unidos y Japón. En MDR-TB se utilizan fármacos considerados de segunda línea, principalmente los aminoglucósidos inyectables amikacina y kanamicina, las fluoroquinolonas, delamanid y otros fármacos no disponibles en España, como capreomicina, etionamida o cicloserina. Estos fármacos se reservan para casos de resistencia debido a que se consideran en general menos activos frente a las micobacterias y a la elevada toxicidad asociada al tratamiento. El régimen de tratamiento se alarga durante 4-6 meses en una fase intensiva en la que se utiliza un aminoglucósido junto con tres o cuatro fármacos adicionales, incluyendo una fluoroquinolona, seguido de una fase de continuación sin el aminoglucósido inyectable, con una duración total del tratamiento de 18-24 meses (OMS, 2019).

Amikacina y kanamicina comparten mecanismo de acción con estreptomicina, mientras que las fluoroquinolonas actúan sobre la ADN girasa, una topoisomerasa de tipo II, que impide el enrollamiento de las hebras de ADN.

Delamanid es un antituberculoso oral de tipo nitroimidazol que actúa como bactericida al inhibir la síntesis de ácidos micólicos (metoximicólico y cetomicólico).

En resumen, la aparición de resistencias frente a los fármacos habitualmente empleados en esta enfermedad constituye un problema de gran relevancia sanitaria, dada la elevada tasa de mortalidad que la tuberculosis presenta cuando no se establece un tratamiento o en los casos en que este no resulta efectivo, y actualmente se considera que en el tratamiento de la tuberculosis multirresistente existe una necesidad médica no cubierta. Por ello, se requiere de antibióticos que amplíen el arsenal terapéutico frente a esta enfermedad.

Acción y mecanismo

Bedaquilina es un nuevo antibiótico oral con actividad frente a la tuberculosis. Actúa inhibiendo de manera específica a la enzima ATP sintasa micobacteriana, esencial en la producción de energía para el microorganismo, lo que produce un efecto bactericida tanto en las bacterias en reproducción como en las bacterias en reposo (fase latente). Se encuentra actualmente autorizado y está comercializado como medicamento huérfano, estando indicado en pacientes adultos y pediátricos (de 5 a menos de 18 años y un peso de al menos 15 kg) para ser utilizado como parte de un adecuado tratamiento combinado de la tuberculosis pulmonar multirresistente (MDR-TB) cuando un régimen de tratamiento efectivo no puede instaurarse por motivos de resistencia o tolerabilidad.

El fármaco presenta actividad inhibitoria in vitro frente a cepas multirresistentes de M. tuberculosis con una concentración mínima inhibitoria (CMI) de entre ≤ 0,008 y 0,12 μg/ml. Se han observado también in vitro propiedades bactericidas que, a diferencia de lo que ocurre para otros antituberculosos, como isoniazida y rifampicina, parecen más potentes frente a micobacterias latentes que frente a los bacilos en reproducción.

En modelo murino, bedaquilina en monoterapia mostró una eficacia bactericida similar a la combinación de rifampicina, isoniazida y pirazinamida, y superior a la de rifampicina sola. En cobayas, un modelo en el que la fisiopatología de la enfermedad muestra aspectos muy similares a los que produce en humanos, bedaquilina en monoterapia mostró una eficacia incluso superior a la de la combinación mencionada, con una erradicación casi completa de las micobacterias tras seis semanas de tratamiento (EMA, 2013).

Por último, se han descrito como mecanismos de resistencia a bedaquilina mutaciones en el gen atpE, que codifica para la diana de la ATP sintasa, y en el gen Rv0678, que regula la expresión de una bomba de eflujo (AEMPS, 2021).

Aspectos moleculares

Bedaquilina es químicamente el (1R,2S)-1-(6-bromo-2-metoxi-3-quinolil)-4-(dimetilamino)-2-(1-naftalenil)-1-fenil-2-butanol, con la fórmula molecular C32H31BrN2O2 y un peso molecular de 555,50 g/mol.

Se formula junto con ácido fumárico en proporción 1:1. El fumarato de bedaquilina es un polvo no higroscópico blanco o casi blanco. Es prácticamente insoluble en agua y soluble en solventes orgánicos. Se trata de una sustancia de clase 2 de acuerdo al Sistema de Clasificación Biofarmacéutica (con baja solubilidad y alta permeabilidad).

Eficacia y seguridad clínicas

La evaluación de la eficacia y la seguridad clínicas de bedaquilina por vía oral en adultos se ha sustentado en el ensayo C208, de fase 2, controlado por placebo, doble ciego y aleatorizado, y en el estudio C209, de fase 2b y de un solo brazo. Asimismo, se dispone de los datos de seguridad de un ensayo de fase 2 (estudio C211), multicéntrico, de un solo brazo y abierto que incluyó dos cohortes de edad con población pediátrica (entre 5 y 12 años y desde 12 a 18 años).

El estudio C208 incluyó a un total de 207 pacientes con tuberculosis multirresistente por M. tuberculosis, y se dividió en una primera etapa exploratoria (n= 47) en la que el tratamiento con bedaquilina duró 8 semanas y en una segunda etapa (n= 160), considerada como estudio pivotal, en la que el tratamiento duró 24 semanas, iniciado con una dosis intensiva de 400 mg/día durante dos semanas y una posterior de mantenimiento con 200 mg tres veces por semana. El objetivo de la primera etapa fue la evaluación de la farmacocinética, de la actividad antibacteriana, de la seguridad y de la tolerabilidad del fármaco, mientras que en la segunda etapa el objetivo fue la demostración de la superioridad de bedaquilina frente a placebo en un régimen combinado frente a MDR-TB.

Antes del inicio, los pacientes discontinuaron el tratamiento previo con el objetivo de establecer un periodo de lavado de 7 días, y se excluyó a aquellos que habían sido pretratados con fármacos de segunda línea, en tratamiento por arritmias cardiacas y con complicaciones extrapulmonares o neurológicas graves derivadas de la tuberculosis.

En cuanto a las características basales en la población por intención de tratar (ITT), la mayor parte fueron varones (63,1%) y la edad mediana fue de 34 años; hubo un mayor porcentaje de pacientes positivos para la infección por VIH en el grupo de placebo (19,8% vs. 10,1%). En aquellos pacientes en los que se analizaron las características de multirresistencia (n= 111), el 76% presentaba MDR-TB, el 22% presentaba pre-XDR-TB y 3 pacientes se excluyeron de la población ITT por presentar XDR-TB. El tratamiento con bedaquilina se combinó con otros fármacos recomendados en el tratamiento de la MDR-TB, tales como kanamicina, ofloxacino, etionamida, pirazinamida y cicloserina. La variable principal de eficacia fue el tiempo hasta la conversión (negativización) del cultivo de esputo en dos muestras consecutivas; otras variables de eficacia fueron la tasa de conversión del cultivo de esputo, la curación de la enfermedad y el fracaso terapéutico.

Los resultados de la primera etapa del estudio (Diacon et al, 2009) indican una mayor probabilidad de respuesta al tratamiento con bedaquilina frente a placebo, en términos de negativización del cultivo de esputo (HR: 11,77; p= 0,0034) a las 8 semanas de tratamiento. En la segunda fase (Diacon et al., 2014), tras un seguimiento de 24 semanas, el tratamiento con bedaquilina resultó en una reducción estadísticamente significativa (p< 0,0001) del tiempo mediano hasta la conversión del cultivo de esputo respecto a placebo (83 días vs. 125 días). Respecto a los objetivos secundarios, la tasa de conversión a las 24 semanas fue también superior al añadir bedaquilina (79% vs. 58%; p= 0,008), con una diferencia –estadísticamente significativa– sostenida incluso 6 meses tras el final del tratamiento (62% vs. 44%; p= 0,035). Las tasas de conversión en la semana 24 fueron más altas en un régimen combinado con otros tres fármacos antituberculosos (tasa de respuesta: 85% vs. 64% con placebo) o cuatro (88% vs. 31%); con un quinto fármaco adicional no se observó una mejora en la tasa de respuesta, que incluso fue superior en el brazo de placebo (75% vs. 80%).

Por otro lado, el estudio C209 (Pym et al., 2016) fue un ensayo abierto de fase 2b, de un solo brazo (N= 233), con la misma pauta posológica que en la etapa 2 del estudio C208 y una duración de entre 72 y 96 semanas (al menos, 12 meses tras la negativización del cultivo de esputo). La variable principal de eficacia fue el tiempo hasta la conversión del cultivo de esputo a las 24 semanas de tratamiento. Con datos de una muestra de 205 pacientes (población por intención de tratar modificada), el tiempo mediano hasta la conversión fue de 57 días, verificándose una tasa de respuesta del 75%. Los datos de conversión en función del número de agentes antituberculosos utilizados son similares a los del estudio C208.

Se dispone también de los datos más recientes de un estudio de fase 3 aleatorizado, ciego y de no inferioridad (Goodall et al., 2022) en el que se analizó la eficacia del tratamiento para MDR-TB con bedaquilina en comparación con un régimen de control sin bedaquilina durante 9 meses en 588 pacientes. Los resultados de eficacia, determinada como la tasa de cultivos negativos en la semana 76 tras la aleatorización, mostraron superioridad de los dos regímenes que incluyeron bedaquilina, con un 83% de respuestas positivas en el régimen de bedaquilina (9 meses) y un 71% en el brazo de control (p< 0,0001).

Adicionalmente, los resultados del estudio C211 han permitido extender la indicación de uso a la población pediátrica de entre 5 y 18 años de edad. En niños y adolescentes de esos grupos etarios, la Agencia Europea de Medicamentos (EMA, 2020; EMA, 2021) consideró apropiado extrapolar los resultados de eficacia obtenidos en adultos con una dosis que permita obtener el mismo nivel de exposición.

Por otra parte, los datos de seguridad del nuevo fármaco en adultos provienen de un total de 380 pacientes con tuberculosis multirresistente tratados en estudios de fase 2 y de 265 participantes sanos que recibieron una dosis única o múltiple. En los estudios C208 y C209, la proporción de pacientes que sufrió algún evento adverso fue muy alta (>95%). En concreto, en el estudio C208 se observó una mayor proporción de determinados eventos adversos en el brazo de bedaquilina respecto al de placebo, principalmente artralgias (33% vs. 22%), dolor de cabeza (28% vs. 12%) y hemoptisis (18% vs. 11%); los eventos adversos graves fueron también más comunes en el brazo de bedaquilina (7% vs. 2% con placebo), aunque no se identificó ningún evento adverso que considerado individualmente tuviera una frecuencia superior al 1%. En la segunda etapa del estudio C208 se reportaron 10 muertes entre pacientes tratados con bedaquilina (vs. 2 en el brazo de placebo), pero ninguna de ellas se relacionó con el nuevo fármaco, pudiendo tratarse de un efecto del reducido tamaño muestral.

En los dos estudios con población adulta, el tratamiento con bedaquilina se asoció a un incremento significativo, aunque asintomático, del intervalo QTc1 (diferencia mediana de +10 ms frente a placebo a la semana 18), aspecto que debe ser tenido en cuenta en su manejo. Por otro lado, se ha identificado un incremento de las transaminasas hepáticas con el uso de bedaquilina en comparación con placebo, y 3 pacientes en el estudio C208 (de un total de 102) abandonaron el tratamiento debido a efectos adversos hepáticos.

En la población pediátrica, se dispone de los datos de 30 pacientes (15 en la cohorte de entre 5 y 12 años y 15 en la cohorte de 12-18 años), de modo que el reducido tamaño muestral limita la extracción de conclusiones respecto a la frecuencia de los eventos adversos observados. En cualquier caso, la frecuencia de los mismos fue similar a la vista en los estudios en adultos, y no parece que el perfil de seguridad difiera sustancialmente para un mismo nivel de exposición sistémica. En niños no se vieron cambios significativos en el electrocardiograma durante el uso del fármaco.

Aspectos innovadores

Bedaquilina es un nuevo antibiótico oral activo frente a la infección por M. tuberculosis multirresistente. Su mecanismo de acción consiste en la inhibición específica de la ATP sintasa micobacteriana, esencial en la producción de energía para el microorganismo, lo que produce un efecto bactericida tanto en las bacterias en reproducción como en las bacterias en reposo (fase latente). Se encuentra actualmente autorizado y está comercializado como medicamento huérfano, estando indicado en pacientes adultos y pediátricos (desde 5 años hasta menos de 18 años y un peso de al menos 15 kg) para ser utilizado como parte de un adecuado tratamiento combinado de la tuberculosis pulmonar multirresistente (MDR-TB) cuando un régimen de tratamiento efectivo no puede instaurarse por motivos de resistencia o tolerabilidad.

Su autorización se sustentó en los datos clínicos de un estudio de fase 2, que analizó la eficacia de bedaquilina frente a placebo en un régimen multifármaco en pacientes con MDR-TB y pre-XDR-TB en términos de la reducción del tiempo hasta la conversión del cultivo de esputo. En la segunda etapa del estudio (fase 2b, considerada pivotal), el tratamiento con bedaquilina redujo de manera estadísticamente significativa (p< 0,0001) la mediana de tiempo hasta la obtención de un cultivo negativo respecto a placebo, en más de 40 días (83 vs. 125 días). La tasa de conversión fue también significativamente superior al añadir bedaquilina (79% vs. 58%; p= 0,008), con una diferencia sostenida en torno a 20 puntos porcentuales incluso 6 meses tras el final del tratamiento (62% vs. 44%; p= 0,035). Otro estudio, también de fase 2b y de un solo brazo, reveló que la mediana del tiempo hasta la conversión del cultivo con un tratamiento con bedaquilina fue de 57 días: esta mayor reducción respecto al estudio pivotal podría explicarse por el hecho de que los pacientes recibieron un tratamiento más individualizado, lo que se asemeja en mayor medida a la práctica clínica habitual (AEMPS, 2023).

Los datos de eficacia en función del número de fármacos usados de forma concomitante apuntan a que los resultados son óptimos en un régimen combinado con tres antituberculosos adicionales, incluyendo a ser posible un aminoglucósido inyectable (amikacina o kanamicina) y/o una fluoroquinolona, considerados más activos frente a las formas multirresistentes de la tuberculosis que otros fármacos de segunda línea. En pacientes en los que no es posible utilizar ninguno de esos fármacos por motivo de intolerancia o de resistencia la adición de bedaquilina a un régimen combinado de tratamiento podría ser la única opción de llegar a curar la infección multirresistente (EMA, 2013).

Como para el resto de antibacterianos, la aparición de resistencias frente a bedaquilina puede comprometer su potencial eficacia. Los datos clínicos, aunque todavía prematuros, apuntarían a una baja frecuencia de aparición de resistencias con este nuevo fármaco. Es más, parece que hasta cierto punto el tratamiento con bedaquilina puede retrasar la aparición de resistencias frente a otros fármacos; de hecho, en la segunda etapa del estudio pivotal se observó la aparición de resistencia a fármacos distintos a bedaquilina en 2 casos de 10 pacientes en el brazo de bedaquilina vs. 16 casos de 31 pacientes en el brazo de placebo.

Los estudios que han permitido obtener la indicación pediátrica se encuentran todavía en marcha y en ellos se ha considerado que la eficacia y seguridad del fármaco son extrapolables a partir de los resultados obtenidos en población adulta, con el debido ajuste de dosis que garantice una exposición sistémica similar.

En cuanto al perfil toxicológico del nuevo fármaco, durante los estudios clínicos de fase 2 se observó una elevada proporción de eventos adversos, cercana al 100%, aunque similar en el brazo de tratamiento y en el de placebo. Las reacciones adversas asociadas con mayor frecuencia al fármaco fueron artralgias, dolor de cabeza y hemoptisis. Los eventos graves, poco frecuentes en general, ocurrieron en mayor medida en el brazo de bedaquilina (7% vs. 2%), pero ninguno de ellos con una frecuencia superior al 1%. La seguridad de bedaquilina parece similar en la población pediátrica, aunque no se puede concluir al respecto por las limitaciones de los estudios llevados a cabo en este grupo de la población (pequeño tamaño muestral).

Dentro del perfil de seguridad del fármaco preocupa especialmente su potencial arritmogénico, derivado de su capacidad para alargar el intervalo QT, así como una potencial hepatotoxicidad, aunque se reportó una baja frecuencia de eventos adversos asociados a estos hallazgos clínicos. La mayor proporción de fallecimientos notificada respecto a placebo en el estudio pivotal, aunque sin relación de causalidad confirmada, también hace necesario disponer de datos adicionales de estudios de fase 3 que caractericen mejor el balance beneficio-riesgo del fármaco. Por este motivo, la indicación se ha restringido a aquellos pacientes en los que no se pueda establecer un régimen alternativo para MDR-TB por motivos de tolerabilidad o resistencia (EMA, 2013).

En resumen, bedaquilina es la primera arilquinolina aprobada para el tratamiento de la tuberculosis multirresistente, con un innovador mecanismo de acción en su indicación que se basa en la inhibición de la ATP sintasa de M. tuberculosis. Su inclusión en un régimen combinado de tratamiento, especialmente junto con un aminoglucósido inyectable y/o una fluoroquinolona, permitirá incrementar la eficacia en la erradicación de las micobacterias. Además, cuenta con un perfil de seguridad que, aun con incertidumbres respecto al potencial arritmogénico y hepatotoxicidad, parece aceptable en relación al beneficio clínico aportado. En el contexto de un tratamiento complejo y de larga duración en el que la aparición de resistencias es frecuente, bedaquilina puede contribuir a afrontar una necesidad médica no cubierta. No obstante, con una indicación por ahora limitada a la ausencia de alternativas, no parece que vaya a suponer un cambio disruptivo en la práctica clínica diaria frente a la tuberculosis multirresistente.

Valoración

Belantamab mafodotina (▼Blenrep®) en mieloma múltiple

Resumen

Belantamab mafodotina es un nuevo inmunoconjugado formado por un anticuerpo monoclonal (belantamab) selectivo frente a la proteína BCMA unido covalentemente a una molécula del agente citotóxico monometil auristatina F (MMAF). Se dirige con alta afinidad contra aquellas células que expresen BCMA –antígeno de maduración de las células B– en su superficie (la práctica totalidad de las células mielomatosas), ejerciendo actividad antitumoral tras su internalización por un mecanismo multimodal: tras su escisión, MMAF destruye la red de microtúbulos y detiene el ciclo celular e induce la apoptosis, mientras que la parte proteica contribuye reclutando células efectoras y activando la citotoxicidad celular mediada por anticuerpos y la fagocitosis. El medicamento, designado como huérfano, ha recibido la autorización condicional para el tratamiento en monoterapia y por vía intravenosa de pacientes adultos con mieloma múltiple (MM) que han recibido al menos cuatro terapias previas y cuya enfermedad es refractaria a un inhibidor del proteasoma, un agente inmunomodulador, y un anticuerpo monoclonal anti-CD38, habiéndose demostrado progresión de la enfermedad tras la última terapia.

Aunque con notables limitaciones (como el periodo de seguimiento o la ausencia de comparador), la evidencia clínica que sustenta su aprobación derivó de un estudio abierto y no controlado de fase 2 con pacientes altamente pretratados y en recaída (n= 97), en que la monoterapia con el fármaco a la pauta autorizada indujo, tras un seguimiento de 13 meses, una tasa de respuestas global del 32% (7% remisiones completas y 11% de muy buenas respuestas parciales), alcanzando en un 5% de pacientes la enfermedad mínima residual negativa. La mediana de la duración de la respuesta fue de 11 meses y la de la supervivencia global, de 13,7 meses. De modo interesante, la mediana de SG no se alcanzó en aquellos pacientes respondedores, y la eficacia parece consistente en pacientes con insuficiencia renal moderada o con MM de riesgo citogenético alto. Por otra parte, el perfil toxicológico del nuevo fármaco, aunque importante, puede considerarse en general aceptable y manejable con ajustes posológicos o medicación profiláctica. El principal riesgo asociado al tratamiento es la toxicidad ocular (queratopatía en un 71%, y con menor frecuencia, visión borrosa o pérdida de agudeza visual), que requiere valoración oftalmológica antes y durante su uso; tampoco es desdeñable la incidencia de trombocitopenia y reacciones relacionadas con la perfusión (> 20%). Pero la mayoría de las reacciones adversas son leves-moderadas, destacando entre las graves la neumonía (7%) y la pirexia (7%). No se han descrito síndrome de liberación de citocinas ni neurotoxicidad, y la tasa de discontinuaciones no es muy alta (9%, el 3% por queratopatía).

En un contexto –el del MM en recaída tras refractariedad a varias líneas de tratamiento (pacientes triple-refractarios o posteriores)– con escasas opciones de tratamiento y mal pronóstico (la supervivencia no superaba los 5 meses a pesar de los fármacos disponibles), dado que las opciones recientemente autorizadas a nivel de la UE no están aún disponibles en España (como el inhibidor de exportina 1 selinexor o las prometedoras terapias CAR-T anti-BCMA idecabtagén vicleucel y ciltacabtagén autoleucel), se puede concluir que los datos clínicos obtenidos con belantamab mafodotina determinan un balance beneficio-riesgo provisionalmente positivo y lo convierten en la primera monoterapia con eficacia probada en pacientes altamente pretratados. Pese a que su mecanismo de acción es innovador por ser el primer agente anti-mieloma que actúa por el bloqueo de BCMA, y a que cubre una necesidad médica no cubierta, representa una opción de tratamiento en una 5ª línea o posteriores, por lo que no parece ser una innovación disruptiva que cambie sustancialmente la terapéutica del MM. Habrá que esperar a los resultados de los ensayos de fase 3 ahora en marcha, con mayor periodo de seguimiento en monoterapia o combinación y comparativos con otros esquemas terapéuticos, para confirmar su posicionamiento terapéutico.

Aspectos fisiopatológicos

El mieloma múltiple (en adelante, MM) o mieloma de células plasmáticas es un agresivo tumor hematológico maligno de células o linfocitos B, caracterizado por la proliferación en la médula ósea de un clon de células plasmáticas (procedentes de la maduración de células B) que, generalmente, producen y secretan una paraproteína monoclonal –inmunoglobulina o parte de ella– detectable en suero o en orina como signo subyacente al daño orgánico. Presenta algunas características similares a la leucemia y supone aproximadamente el 1-2% de los casos de cáncer y, específicamente, es la neoplasia hematológica más frecuente tras el linfoma no Hodgkin: constituye el 10% de todos los cánceres de la sangre. Además, representa el 2% de la mortalidad por cáncer y el 20% de la de tumores hematológicos.

La incidencia del MM en la UE es de 4,5-6,0 casos por cada 100 000 habitantes/año, lo que se traduce en una cifra de en torno a 40 000 nuevos casos anuales; sin embargo, la alta mortalidad (4,1 muertes/100 000/año, con una supervivencia a 5 años en torno al 47%) hace que la prevalencia no sea muy alta. En general, los países del sur de Europa –España incluida– tienen tasas de incidencia y mortalidad más bajas que los del norte, pero tanto en unos como en otros están en aumento. La mediana de edad de diagnóstico se sitúa en torno a los 65-70 años y menos de un 15% de los casos diagnosticados corresponden a pacientes menores de 50 años. En España se registran unos 3200 casos al año (más de 40 nuevos casos por cada millón de habitantes), con una incidencia variable según grupos etarios: de 1,5-2,5 casos nuevos/100 000 en menores de 65 años, pero sube a 25-30 a partir de esa edad, afectando a un número ligeramente superior de hombres que de mujeres (ratio 1,4:1).

El MM forma parte de las denominadas gammapatías monoclonales, un grupo heterogéneo de enfermedades caracterizadas por una producción anormal de inmunoglobulinas (en adelante, Ig) y la aparición de tumores de células plasmáticas. Las llamadas células mielomatosas se acumulan en la médula ósea y pueden llegar al torrente sanguíneo, provocando una alteración de la función normal de la médula y del sistema inmunitario, y daños óseos. Estas células pueden también formar tumores localizados, los plasmocitomas, que pueden tener una localización tanto ósea como extraósea: es cuando coexisten varios plasmocitomas con diversas localizaciones cuando se emplea apropiadamente el término mieloma múltiple.

La característica típica de las células del MM es, pues, la producción y liberación al torrente circulatorio de una Ig monoclonal, denominada proteína M, pero también conocida como proteína mielomatosa, para-proteína o proteína en pico (así llamada por su identificación como una banda en forma de pico en el proteinograma por electroforesis). Se trata de una Ig producida como consecuencia de la aparición de una o más mutaciones en los genes responsables de la producción de Ig en la célula mielomatosa. Tiene una secuencia de aminoácidos y una estructura anormales –frente a las Ig fisiológicas– que provocan la adherencia entre las moléculas y con las estructuras celulares y tisulares: células sanguíneas, tales como la pared de los vasos sanguíneos u otros componentes de la sangre. Todo ello provoca la disminución del flujo sanguíneo, causando un síndrome de hiperviscosidad.

En un 30% de los casos se produce una mayor cantidad de cadenas ligeras de la requerida para combinarse con las cadenas pesadas de las inmunoglobulinas, dando lugar a la proteína de Bence-Jones1. Otra proteína pequeña cuyos niveles se encuentran elevados en pacientes con MM activo es la beta-2-microglobulina (β2M)2, si bien un 10% de los pacientes no la producen. Estas proteínas también pueden adherirse entre sí o con otros tejidos, dando lugar a amiloidosis –depósitos proteicos en cualquier tejido del organismo, como riñón, tejido nervioso o músculo cardiaco– o a la enfermedad de depósito de cadenas ligeras (dichas cadenas se depositan al azar, pero especialmente en los pequeños vasos del ojo o del riñón). Las proteínas monoclonales anormales también pueden provocar un amplio abanico de perturbaciones fisiológicas, al unirse a los factores de la coagulación (trastornos diversos de coagulabilidad) y a otras sustancias circulantes, con diversas consecuencias hormonales y metabólicas.

La etiología del MM, como para la práctica totalidad de tumores, se considera multifactorial. No se conocen con exactitud las causas directas y, aunque no se ha detectado un factor genético concreto que determine el desarrollo de la patología, suelen predominar eventos oncogenéticos primarios o secundarios que originan una proliferación descontrolada de un clon celular neoplásico; por ejemplo, se ha descrito que las traslocaciones entre el cromosoma 14q32 y sus vecinos y la desregulación del oncogén c-myc parecen jugar un papel clave en las etapas iniciales de la enfermedad. De igual modo, se ha asociado el MM con la exposición a radiaciones ionizantes, y se ha propuesto un mayor riesgo asociado a exposiciones ocupacionales –a sustancias químicas como benceno, asbesto, pesticidas o pinturas y disolventes– relacionadas con la agricultura, refinerías, industrias del corcho, metal, plástico o de la madera, o si se ha trabajado como conductor de camiones. También se ha sugerido la posible relación con algunas enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide.

Sea como fuere, el crecimiento descontrolado de las células mielomatosas tiene importantes consecuencias clínicas: destrucción del esqueleto, insuficiencia de la médula ósea (la anemia es uno de los signos más destacados), hipervolemia e hiperviscosidad sanguíneas, supresión de la producción de Ig normales e insuficiencia renal. Pese a que el MM puede permanecer asintomático durante muchos años, en la fase sintomática el dolor óseo es el cuadro de presentación más común; las células mielomatosas y el aumento del número de osteoclastos parecen ser los responsables de la destrucción ósea. El tejido nervioso se ve afectado también con frecuencia en los pacientes con MM, tanto por los efectos directos de los anticuerpos de las proteínas mielomatosas frente a la mielina como por el depósito de fibrillas proteicas (amiloide), que resultan en neuropatías periféricas: tanto en huesos como en tejidos blandos puede producirse una compresión o desplazamiento de los nervios procedentes de la médula espinal o del tallo cerebral.

Además, las infecciones virales de los tejidos nerviosos son muy frecuentes en estos pacientes, en especial por varicela zóster. Esta predisposición a las infecciones es probablemente el rasgo más característico de los pacientes con MM junto con la enfermedad ósea, debido a la inhibición de las funciones inmunitarias: producción deficitaria de anticuerpos normales, daño de la función de los linfocitos T y activación anómala de la función monocito/macrófago. Junto a las virales, los pacientes son particularmente susceptibles a las infecciones por bacterias encapsuladas, como el neumococo.

Dado el carácter heterogéneo de la clínica del MM, se acepta que el pronóstico de los pacientes depende de gran variedad de factores, como su edad, el estadio de la enfermedad y el estado funcional general. Para el estadiaje de la enfermedad, últimamente se emplea mucho el R-ISS (de las siglas en inglés Revised International Staging System), el cual incorpora, a los niveles de albúmina y beta-2-microglobulina, los niveles de lactato deshidrogenasa (LDH) y la presencia o no de determinadas alteraciones citogenéticas de mal pronóstico, tales como la deleción 17p y las traslocaciones t(4;14) y t(14;16).

Desde el punto de vista de la terapéutica, el objetivo del tratamiento del MM se basa fundamentalmente en la supresión de las células mielomatosas3: el objetivo, sobre todo en las primeras líneas de tratamiento, debe ser siempre el de alcanzar la mayor profundidad de respuesta (idealmente, valores indetectables de enfermedad mínima residual), como principal determinante de la supervivencia libre de progresión (en adelante, SLP) y de la supervivencia global (en adelante, SG). En cambio, en pacientes con MM en recaída o refractario (MMRR) tras > 1 tratamiento previo el objetivo clínico será alcanzar una respuesta objetiva y prolongar la supervivencia.

En la farmacoterapia del MM se dispone de múltiples opciones, algunas de las cuales han permitido una mejoría significativa del pronóstico en los últimos años. Entre los fármacos más usados en MM destacan los siguientes [para una información más detallada sobre el abordaje de la enfermedad, véase la revisión monográfica publicada por (Fernández-Moriano, 2020)]:

  • Quimioterapia clásica: melfalán es quizá el antineoplásico más comúnmente empleado, incluso como agente único, pero sobre todo combinado a altas dosis con prednisona en el protocolo MP, que aporta tasas de respuesta objetiva (en adelante, TRO) cercanas al 60%. Ciclofosfamida o bendamustina son alternativas de quimioterapia a melfalán.
  • Inhibidores del proteasoma 26S: con un carácter más selectivo, bortezomib y carfilzomib son dos agentes ampliamente usados en MM por su capacidad para bloquear el ciclo vital celular e inducir la apoptosis de las células mielomatosas. Permitieron una gran mejora de la supervivencia sobre todo en pacientes con MMRR.
  • Inmunomoduladores: diseñados a partir de la talidomida (se descubrieron propiedades antimielomatosas y fue aprobada con esta indicación en 2006), tanto lenalidomida como pomalidomida mejoraron su perfil de seguridad y se constituyeron como opciones preferentes en regímenes combinados, sobre todo a partir de una segunda línea de tratamiento; en la actualidad han progresado hasta ser de elección en pacientes de nuevo diagnóstico no candidatos a TPH.
  • Anticuerpos monoclonales anti-CD38: daratumumab e isatuximab son capaces de unirse y bloquear esta glicoproteína transmembrana, activando mecanismos citotóxicos e inmunitarios que lisan o inducen apoptosis en las células mielomatosas, aunque con cierta afectación de células T, B y NK normales. Tienen diversas indicaciones en MM, en asociación con distintos fármacos, tanto en pacientes naïve no candidatos a TPH como en el contexto de un MMRR.
  • Otros fármacos: elotozumab (anticuerpo monoclonal dirigido frente a SLAMF7, una molécula de activación de la señalización de linfocitos), panobinostat (inhibidor de histona deacetilasa activo por vía oral que promueve la expresión de ciertos genes supresores de tumores) e idecabtagén vicleucel (la primera terapia CAR-T específicamente dirigida frente al antígeno de maduración de las células B –BCMA–, proteína de la que se hablará más adelante) son alternativas con indicación más reciente en MMRR. Este último fármaco ha mostrado tasas de respuesta (≈70%) que pueden cambiar el enfoque terapéutico en pacientes muy refractarios.

Según se ha sugerido, el tratamiento de primera línea (Figura 1) incluye fundamentalmente regímenes combinados a base de inhibidores del proteasoma y/o fármacos inmunomoduladores, seguido –si está indicado– de un trasplante autólogo de progenitores hematopoyéticos (TPH autólogo). La asociación de altas dosis de quimioterapia con el TPH ha probado mejorar tanto las tasas de respuesta como las expectativas de vida en los pacientes con MM. Con las opciones disponibles en 1ª línea se alcanzan tasas de remisión completa que oscilan entre un 25% y 75%; la profundidad de la respuesta tras el TPH autólogo parece correlacionarse con la duración del control de la enfermedad hasta la progresión y con la necesidad de una terapia de rescate.



La radioterapia juega también un papel importante en el abordaje inicial del MM; puede ser especialmente efectiva en pacientes con importante destrucción ósea, intenso dolor y/o compresión nerviosa o de la médula espinal, pero con la desventaja de dañar de forma permanente las células progenitoras hematopoyéticas normales de la médula ósea en el área tratada.

En todo caso, el MM sigue considerándose como una enfermedad incurable, pues hasta el 90% de los pacientes sufren una recaída tras un primer tratamiento (tiempo medio de recaída entre 1 y 3 años) y la expectativa global de vida es de aproximadamente 4 a 5 años. Las recaídas son, pues, un problema muy frecuente y sobrevienen a pesar de que interferón alfa o prednisona en tratamiento de mantenimiento han probado cierta utilidad para prolongar la remisión inicial.

Ante una recaída se requiere una reinducción, donde los regímenes triples basados en bortezomib y lenalidomida son los más comúnmente usados en combinación con dexametasona, especialmente beneficiosos en recaídas tempranas (por ejemplo, carfilzomib+lenalidomida+dexametasona, daratumumab+lenalidomida+dexametasona o daratumumab+bortezomib+dexametasona). Con la introducción de las nuevas terapias en las últimas décadas, la mediana de SG se ha prolongado hasta 60 meses desde el diagnóstico de la enfermedad. Aunque también ha mejorado la SLP en casos de MM recidivante temprano, el 40-60% de los pacientes no responden a la terapia y casi todos recaen tras alguno de estos regímenes.

Se acepta que el MM reaparece con mayor agresividad tras una recaída, y las reinducciones de respuesta suelen durar menos tras cada recaída, entrando en un estadio de refractariedad que limita la supervivencia. A diferencia de la primera línea, no existe un algoritmo simple para la elección perfecta de la terapia de 2ª, 3ª y 4ª líneas, sino que se deben considerar múltiples factores relacionados con el paciente (estado de salud, comorbilidades, tolerancia y respuesta a tratamientos previos), la enfermedad (tiempo desde la última recaída) y las terapias previas al decidir el tratamiento del MM en recaída. Otro criterio importante en el tratamiento de pacientes con MMRR es la respuesta o refractariedad a lenalidomida: para quienes no responden a regímenes con este fármaco, actualmente se dispone de tratamientos combinados, por ejemplo, de pomalidomida con bortezomib, daratumumab o isatuximab o las combinaciones carfilzomib con daratumumab o isatuximab.

En todo caso, en segunda recaída o posteriores las posibilidades terapéuticas son progresivamente más reducidas y en estos momentos –cuando el medicamento CAR-T aún no se ha comercializado de forma efectiva en España– se recurre al uso de fármacos como pomalidomida, dexametasona, daratumumab, bendamustina, retratamientos y tratamientos con quimioterapia, con resultados clínicos limitados. En situación de triple refractariedad y posterior, el pronóstico del MM es adverso o muy adverso, no llegando a superar la SG medianas de 9 meses (para triple-refractarios, que no responden a un inhibidor de proteasoma, a un inmunomodulador y un anticuerpo anti-CD38) e incluso por debajo de 3-5 meses (para pacientes penta-refractarios, que no responden a dos inhibidores de proteasoma, dos inmunomoduladores y un anticuerpo anti-CD38). En ese contexto, a día de hoy no existen opciones terapéuticas adecuadas y se hacen necesarias nuevas estrategias terapéuticas que impliquen nuevos mecanismos de acción.

Acción y mecanismo

Belantamab mafodotina es un nuevo fármaco conjugado compuesto por dos subunidades activas: belantamab, un anticuerpo monoclonal humanizado altamente afín y selectivo frente a la proteína BCMA, que se enlaza covalentemente –mediante un conector escindible pero resistente a proteasas– con una molécula del potente agente antimitótico monometil auristatina F (MMAF). El fármaco se dirige contra aquellas células que expresen BCMA en su superficie, como son, además de los linfocitos B maduros, las células plasmáticas, y en mayor medida aquellas patológicas (mielomatosas). Frente a ellas ejerce su actividad antitumoral el nuevo fármaco, tras su rápida internalización y la escisión de la molécula citotóxica. En base a ello, el medicamento, designado como huérfano, ha recibido la autorización condicional para el tratamiento en monoterapia y por vía intravenosa de pacientes adultos con MM que han recibido al menos 4 terapias previas y cuya enfermedad es refractaria a un inhibidor del proteasoma, un agente inmunomodulador, y un anticuerpo monoclonal anti-CD38, habiéndose probado progresión del mieloma tras la última terapia.

La proteína BCMA o antígeno de maduración de las células B (B-cell maturation antigen), también denominado CD269 o receptor de TNF de la superfamilia 17 (TNFRSF17), es un receptor expresado en la superficie celular casi exclusivamente en células del linaje B, sobre todo en el estadio de diferenciación de células B maduras a células plasmáticas (por tanto, en muchas células de MM), pero está virtualmente ausente en células B naïve y de memoria o en células madre hematopoyéticas, lo cual le convierte en una diana terapéutica selectiva.

La acción antitumoral del fármaco sobre las células del MM es multimodal: por un lado, la molécula citotóxica MMAF libre4 destruye la red de microtúbulos induciendo la detención del ciclo celular y la apoptosis celular y, por otro, la parte proteica –el anticuerpo belantamab– contribuye reclutando y activando las células efectoras que conducirán a la muerte celular a través de los mecanismos de citotoxicidad celular mediada por anticuerpos y fagocitosis. Adicionalmente, la apoptosis que induce el fármaco se acompaña de marcadores de muerte celular inmunogénica, que puede jugar cierto papel en una respuesta inmunitaria adaptativa frente a las células tumorales (AEMPS, 2020).

El concepto farmacológico de fármacos inmunoconjugados no es nuevo, sino que se tienen ya disponibles en España varios ejemplos, destacando entre los más recientes por su similitud al fármaco aquí evaluado polatuzumab vedotina, con una molécula antimicrotúbulos similar –monometil auristatina E– e indicación en linfoma difuso de células B grandes.

En estudios in vitro se ha demostrado que el anticuerpo monoclonal tiene una elevada afinidad hacia su diana BCMA humana, en el rango nanomolar (Kd de 1,1-1,6 nM a 25ºC y 3,1 nM a 37ºC) y que no se ve afectada por la conjugación con MMAF, pero sin afinidad hacia esa proteína de roedores. Asimismo, se puso de manifiesto una alta potencia citotóxica del fármaco frente a células de MM, con valores de IC50 en el rango de 6-70 ng/ml, induciendo una detención del ciclo celular en la fase G2/M y una apoptosis de forma dosis y tiempo-dependiente. Por su parte, los estudios in vivo probaron en modelos murinos que el nuevo fármaco induce una regresión completa del tumor sobre xenoinjertos humanos, así como una reducción notable de células que expresaban BCMA en sangre y médula ósea de modelos de primates, sin efecto en el recuento absoluto de células T CD4+, CD8+, monocitos CD14+, granulocitos o células NK (EMA, 2020).

Aspectos moleculares

El nuevo fármaco (Figura 2) está compuesto por un anticuerpo monoclonal, parcialmente reducido y afucosilado, de tipo IgG1К (belantamab) que está conjugado con el agente disruptor de microtúbulos monometil auristatina F (MMAF) a través de un conector covalente de tipo maleimidocaproil, que se enlaza al anticuerpo en los residuos de cisteína intercatenarios. La molécula final se une a su diana en un ratio de 1:4, esto es, una sola molécula del fármaco consigue unirse 4 de BCMA. Se presenta como un polvo liofilizado de color blanco a amarillo.


Más concretamente, la proteína funcional –producida mediante tecnología de recombinación genética en una línea celular de mamífero (células CHO, de ovario de hámster chino)– presenta un peso molecular de 146 KDa y está formado por dos cadenas ligeras kappa y dos cadenas pesadas de tipo IgG1, conteniendo un total de 1330 aminoácidos (451 residuos en cada cadena pesada y 214 en cada cadena ligera). Las cadenas pesadas se conectan entre sí por dos puentes disulfuro intercatenarios y cada una de ellas tiene 4 puentes disulfuro intracatenarios; por su parte, las cadenas ligeras se conectan a las cadenas pesadas por un único puente disulfuro intercatenario y cada una de ellas contiene dos puentes intracatenarios. Además, el anticuerpo presenta N-glicosilación en cada cadena pesada (en los residuos de asparagina en posición 301) con estructuras afucosiladas compuestas de N-acetilgalactosamina, manosa y galactosa. La masa molecular del carbohidrato es de aproximadamente 3 KDa, de modo que el peso molecular estimado para belantamab mafodotina es de 149 KDa.

El resto de la molécula se compone del agente citotóxico monometil auristatina F y maleimida unidos por el ácido caproico, siendo la subunidad de maleimida la que se enlaza con el anticuerpo mediante una reacción de conjugación.

Eficacia y seguridad clínicas

Los datos de eficacia y seguridad clínicas disponibles para belantamab mafodotina en su pauta autorizada (perfusión intravenosa de 2,5 mg/kg una vez cada 3 semanas) proceden fundamentalmente de dos ensayos clínicos, uno de fase 1 (DREAMM1) y otro de fase 2 (DREAMM2); este último fue el considerado pivotal en la aprobación del medicamento.

El estudio DREAMM2 fue un ensayo abierto, multicéntrico, no controlado y de dos brazos paralelos, en que un total de 196 pacientes adultos con MM en recaída –confirmada por histología o citología– tras al menos 3 terapias previas recibieron el nuevo fármaco en monoterapia bien a la dosis aprobada (n= 97) o bien a una dosis superior de 3,4 mg/kg (n= 99) hasta progresión de la enfermedad o toxicidad inaceptable. La variable principal del estudio fue la tasa de respuesta global (TRG) evaluada por un comité independiente de revisión.

Se incluyeron pacientes triple refractarios (a un agente inmunomodulador, un inhibidor del proteasoma y un anticuerpo anti-CD38, solos o en combinación), que tenían una adecuada función orgánica y buen estado general (estado ECOG 0-2) y habían sido sometidos a TPH autólogo más de 100 días antes o que no eran elegibles para el trasplante. En cambio, se excluyeron pacientes que hubieran recibido TPH alogénico, que tuvieran cualquier otra patología grave o inestable o hubieran usado ciertas terapias previas, como otro agente anti-BCMA o corticoides a altas dosis.

Dado que los resultados de la eficacia anti-mieloma del fármaco fueron similares en ambos grupos y que el perfil toxicológico era favorable a la dosis más baja, nos centraremos en adelante en el brazo de pacientes tratados con 2,5 mg/kg. Entre ellos, la mediana de edad fue de 65 años (rango 39-85), el 53% eran hombres y el 47% mujeres, la mayoría tenían una puntuación ECOG de 0 (33%) o 1 (50%) y un estadio ISS del mieloma al diagnóstico de II (34%) o III (43%); se trataba de pacientes altamente pretratados (mediana de líneas previas de 7 y mediana de la exposición de 9 semanas por línea), pero menos de la mitad (42%) mostraba factores citogenéticos de alto riesgo y un cuarto (25%) tenía insuficiencia renal moderada.

El análisis por intención de tratar divulgado tras una actualización de datos con 13 meses de seguimiento (Lonial et al., 2020) refleja una TRG del 32%: un 7% de los pacientes tenía remisión completa (2% remisión estricta), un 11% muy buena respuesta parcial y un 13% respuesta parcial. En términos de la variable principal, hasta 12 de los 97 pacientes que tenía respuesta parcial profundizaron en dicha respuesta y se alcanzó la negatividad de la enfermedad mínima residual en 5 pacientes. De modo interesante, la eficacia del fármaco fue consistente en los distintos subgrupos de pacientes, no hallándose diferencias en función de la presencia de insuficiencia renal moderada o de riesgo citogenético alto. Asimismo, la tasa de beneficio clínico –respuesta mínima o mejor– fue del 36% (IC95% 26,6-46,5) y la enfermedad estable se consiguió en el 28% de los pacientes. Todo ello se tradujo en una mediana de duración de la respuesta de 11 meses (IC95% 4,2-no alcanzado), mientras que la mediana de SG fue de 13,7 meses (IC95% 9,9-no alcanzado): así, la probabilidad a los 12 meses de mantener la respuesta antitumoral al fármaco era del 50% y la de seguir vivo ascendía hasta el 57%.

Desde el punto de vista de la seguridad, los datos derivados del estudio pivotal indican que belantamab mafodotina presenta un perfil toxicológico importante, aunque manejable clínicamente5. Se notificó una elevada incidencia de eventos adversos entre los que destacan la toxicidad ocular, en especial sobre la córnea (74%) –notificada mayoritariamente como queratopatía (71%), visión borrosa (25%) y pérdida de la agudeza visual (18%)–, trombocitopenia (38%) y reacciones relacionadas con la perfusión (21%, la práctica totalidad en la primera administración).

En todo caso, la mayoría de las reacciones adversas son leves-moderadas en severidad, destacando el hecho de que los efectos oftalmológicos fueron reversibles en una amplia mayoría de casos (> 84%) con retrasos de administraciones o reducciones de dosis. Entre los efectos adversos severos sobresalen por su frecuencia: neumonías (7%), pirexia (7%) y reacciones relacionadas con la infusión (3%). La tasa de discontinuación del tratamiento por problemas de toxicidad no fue demasiado alta (9%), siendo la queratopatía la principal causa (3%). No parece que la inmunogenicidad del fármaco sea tampoco un aspecto relevante en su tolerabilidad (< 1% de los pacientes presentó anticuerpos anti-fármaco).

Finalmente, en otro contexto distinto, se han divulgado los resultados preliminares del estudio de fase 1/2 DREAMM-6 que sugieren que la combinación de belantamab mafodotina con bortezomib y dexametasona aporta una tasa de respuesta objetiva del 78% (50% de muy buena respuesta) en pacientes en recaída tras 1 o más líneas de tratamiento. La seguridad y tolerabilidad del nuevo fármaco concuerdan con los resultados previamente comentados para su uso en pacientes muy refractarios.

Aspectos innovadores

Belantamab mafodotina es un nuevo inmunoconjugado compuesto por un anticuerpo monoclonal humanizado (belantamab) selectivo frente a la proteína BCMA, que se une covalentemente mediante un conector escindible a una molécula del agente antimicrotúbulos monometil auristatina F (MMAF). Dirigido con alta afinidad contra aquellas células que expresen BCMA en su superficie (la práctica totalidad de las células plasmáticas patológicas del mieloma, pero también linfocitos B maduros y células plasmáticas sanas), el fármaco ejerce su actividad antitumoral, tras la rápida internalización y escisión de la molécula citotóxica, por un mecanismo multimodal: MMAF destruye la red de microtúbulos y detiene el ciclo celular, induciendo la apoptosis, y la parte proteica contribuye a la muerte celular reclutando células efectoras y activando la citotoxicidad celular mediada por anticuerpos y la fagocitosis.

Así, el medicamento, designado como huérfano, ha recibido la autorización condicional para el tratamiento en monoterapia y por vía intravenosa de pacientes adultos con mieloma múltiple (MM) que han recibido al menos cuatro terapias previas y cuya enfermedad es refractaria a un inhibidor del proteasoma, un agente inmunomodulador, y un anticuerpo monoclonal anti-CD38, habiéndose demostrado progresión de la enfermedad tras la última terapia.

En el estudio pivotal de fase 2 DREAMM-2, la pauta autorizada del fármaco (infusión de 2,5 mg/kg/3 semanas) probó tener una eficacia clínicamente destacable en esos pacientes refractarios a muchas líneas de tratamiento (triple-refractario y posterior): la tasa de respuesta alcanzó el 32%, con un 20% que tenía una muy buena respuesta parcial o mejor (7% remisión completa). Además, se vio consistencia de la eficacia en los distintos subgrupos de pacientes, incluidos aquellos con insuficiencia renal moderada o con MM de riesgo citogenético alto, consiguiéndose una enfermedad estable en hasta el 28% de los pacientes. Con una duración satisfactoria de la respuesta (mediana de 11 meses), en la población global de pacientes se alcanzó una mediana de supervivencia global de 13,7 meses; pero si se consideran solo los pacientes con respuesta no se llegó a alcanzar la mediana de la supervivencia, lo que es indicativo de un mayor beneficio.

Tales resultados respaldan un beneficio relevante si se considera que en la población triple-refractaria hasta ahora la supervivencia no superaba los 5 meses, incluso con las distintas combinaciones de fármacos disponibles. Pese a todo, se deben reconocer las importantes limitaciones de la evidencia, entre las que sobresalen las siguientes: i) el corto seguimiento (13 meses) y la limitada muestra de pacientes (n= 97), que cuestionan la consistencia de los resultados a más largo plazo; ii) la ausencia de comparador en pacientes muy refractarios (asumible porque no se disponía de tratamientos de rescate aprobados al inicio del estudio); o iii) el uso de la tasa de respuesta como variable principal, de la que no se conoce su correlación en supervivencia. Se espera que estas limitaciones se resuelvan con la evidencia derivada de los ensayos controlados de fase 3 ahora en marcha, que tienen mayor periodo de seguimiento y comparan belantamab mafodotina –en monoterapia o combinación– con otros esquemas de tratamiento.

El principal aspecto de seguridad del nuevo fármaco es el relacionado con la toxicidad ocular (74%), que requiere valoración oftalmológica antes y durante del tratamiento, y que se manifiesta mayoritariamente como queratopatía (71%) y, en menor medida, visión borrosa o pérdida de agudeza visual; tampoco es desdeñable la incidencia de trombocitopenia y reacciones relacionadas con la perfusión (> 20%). Pero la mayoría de las reacciones adversas son leves-moderadas, lo que define una tasa de discontinuaciones no muy alta (9%, el 3% por queratopatía). Entre las graves sobresalen la neumonía (7%) y la pirexia (7%). No se han descrito síndrome de liberación de citocinas ni neurotoxicidad, complicaciones vistas con el uso de otros tratamientos anti-BCMA (por ejemplo, la terapia CAR-T), y el perfil toxicológico, aunque importante, puede considerarse en general aceptable y manejable con ajustes posológicos o medicación profiláctica.

Es preciso recordar que el MM en recaída/refractariedad tras varias líneas de tratamiento (pacientes triple-refractarios o posteriores) es una situación con escasas opciones de tratamiento y mal pronóstico. Aunque no están disponibles en España, a nivel de la UE se han aprobado recientemente dos alternativas. Por un lado, selinexor, un inhibidor selectivo de la exportina 1 activo por vía oral que bloquea la exportación nuclear; en combinación con dexametasona en pacientes refractarios a ≥ 4 tratamientos, permitió alcanzar en su estudio pivotal una TRG del 26%, con una duración de la respuesta de 4,4 meses, y medianas de SLE de 3,7 meses y SG de 8,6 meses. Por otro, el citado idecabtagén vicleucel y ciltacabtagén autoleucel, dos prometedoras terapias CAR-T anti-BCMA que, aunque no exentas de toxicidades graves (sobre todo, citopenias), han mostrado tasas de respuestas muy altas y profundas en pacientes refractarios en estudios de fase 2: TRG del 73% (33% repuestas completas) y SLE de 8 meses para el primero de los fármacos (Munshi et al., 2021), que crecían hasta una TRG del 97% (67% de respuestas completas) y una mediana de duración de la respuesta y de SLE no alcanzada tras 1 año de seguimiento para el segundo de ellos (Berdeja et al., 2021).

Sea como fuere, hasta que esas terapias que pueden suponer un cambio de paradigma en el abordaje del MM multi-refractario estén disponibles, se puede concluir que los datos clínicos obtenidos con belantamab mafodotina determinan un balance beneficio-riesgo provisionalmente positivo y lo convierten en la primera monoterapia con eficacia probada en pacientes altamente pretratados que no responden al menos a un inhibidor del proteasoma, un agente inmunomodulador y un anticuerpo monoclonal anti-CD38. Además de que su mecanismo de acción es innovador por ser el primer agente anti-mieloma disponible que actúa por el bloqueo de BCMA6, es destacable su potencial en pacientes de alto riesgo (citogenética adversa e insuficiencia renal moderada). No obstante, pese a que cubre una necesidad médica no cubierta, representa una opción de tratamiento en una 5ª línea o posteriores, por lo que no parece ser una innovación disruptiva que cambie sustancialmente la terapéutica del MM.

Valoración

Bimekizumab (▼Bimzelx®) en psoriasis en placas

Resumen

Bimekizumab es un nuevo anticuerpo monoclonal humanizado de tipo IgG1 que se une de manera selectiva y con alta afinidad a las isoformas 17A y 17F de la interleucina 17 (IL-17), así como al heterodímero IL-17AF, bloqueando su interacción con el receptor IL-17RA/IL-17RC. Estas citocinas presentan actividad proinflamatoria y parecen desempeñar un papel relevante en la fisiopatología de la psoriasis en placas. En base a este mecanismo, bimekizumab ha sido autorizado, con indicación en el tratamiento de la psoriasis en placas de moderada a grave en adultos que sean candidatos a tratamiento sistémico.

La eficacia clínica de bimekizumab ha sido adecuadamente evaluada en tres estudios pivotales de fase 3. En el estudio BE SURE, bimekizumab mostró superioridad frente a adalimumab en términos de aclaramiento de la enfermedad en la semana 16 de tratamiento (OR para PASI 90: 7,46; OR para IGA 0/1: 4,34; p< 0,001). En el estudio BE VIVID, el nuevo tratamiento se comparó con ustekinumab y con placebo, con una mayor proporción de pacientes que respondieron a bimekizumab (PASI 90 en la semana 16: 85% vs. 50% vs. 5%, respectivamente) y con resultados similares en la semana 56, indicativos del mantenimiento de la respuesta. En el estudio BE READY, bimekizumab fue claramente superior a placebo en términos de PASI 90 en la semana 16 (91% vs. 1%; OR: 496,3; p< 0,001). Además de los estudios pivotales, se dispone de los datos de un estudio de fase 3b en el que se comparó al nuevo fármaco con secukinumab. La variable principal de eficacia fue la tasa de PASI 100 en la semana 16, con un resultado favorable para bimekizumab (62% vs. 49%; p< 0,001). En la semana 48, este resultado aumentó en los pacientes tratados con bimekizumab hasta el 67% mientras que descendió ligeramente en los tratados con secukinumab (46%). El mantenimiento de la respuesta se considera un aspecto clave. A pesar de que se detectaron anticuerpos antifármaco en más de un 40% de los pacientes tratados con bimekizumab, las tasas de respuesta se mantuvieron elevadas incluso en pacientes con anticuerpos neutralizantes. En un análisis agrupado de los tres estudios pivotales se pudo observar que la tasa de pacientes con PASI 90 en la semana 16 fue del 86% vs. 83% en la semana 52. El perfil de seguridad de bimekizumab parece similar al de otros tratamientos biológicos utilizados en la psoriasis en placas. Frente a placebo, destaca un mayor número de acontecimientos adversos relacionados con la susceptibilidad a las infecciones, especialmente del tracto respiratorio superior, aunque las detectadas en los ensayos pivotales fueron en la práctica totalidad (> 98%) de carácter leve o moderado. Se detectaron también reacciones de hipersensibilidad con mayor frecuencia que con placebo (eczema y dermatitis), también mayoritariamente de intensidad leve o moderada.

Bimekizumab no presenta un mecanismo novedoso de acción en el tratamiento de la psoriasis en placas, aunque sí amplía el espectro de sus predecesores secukinumab e ixekizumab, al bloquear la acción tanto de la IL-17A como de IL-17F y del heterodímero IL-17AF. En la única comparación directa de la que se dispone hasta la fecha con otra terapia anti-IL-17 (secukinumab), bimekizumab ofreció mayores tasas de respuesta. La comparación con adalimumab y ustekinumab refleja resultados muy superiores para el nuevo fármaco, con un inicio de acción más rápido y una considerable proporción de pacientes –superior al 80%– que tras un año de tratamiento mantiene elevadas tasas de aclaramiento de la enfermedad (PASI 90). Sin embargo, se requiere de estudios poscomercialización que confirmen su eficacia a largo plazo en el contexto de una enfermedad crónica y en un marco comparado con otros tratamientos que han demostrado buenos resultados, como infliximab e ixekizumab. Pese a no ser una cura, su introducción en el arsenal terapéutico de la psoriasis permite obtener a la mayoría de los pacientes tratados un gran control de la enfermedad y una importante mejora en su calidad de vida.

Aspectos fisiopatológicos

La psoriasis es una enfermedad inflamatoria crónica y no contagiosa que da lugar a lesiones escamosas e inflamadas en la piel, asociadas con frecuencia a otras complicaciones orgánicas. Se trata de una enfermedad autoinmune con un curso que puede ser muy variable, con recaídas y remisiones de duración diversa, en la que participan numerosas citocinas proinflamatorias, como el factor de necrosis tumoral α (TNF-α) o algunas interleucinas, y también células como los linfocitos Th17.

A pesar de que la estimación de la incidencia y de la prevalencia de la enfermedad es complicada, debido a que no existen registros oficiales y a que los estudios epidemiológicos llevados a cabo en diferentes países han empleado metodologías muy dispares, de acuerdo a la OMS (2016) se han reportado prevalencias que fluctúan desde el 0,09% en algunos países hasta el 11,4% en otros. En España, se ha estimado una prevalencia del 1,4%, lo que se deriva del nuevo diagnóstico de aproximadamente 14 casos nuevos al año por cada 10 000 habitantes. Debuta con mayor frecuencia entre los 16 y los 22 años y entre los 57 y los 60 años.

A nivel histológico destaca una hiperplasia epidérmica que se caracteriza por una maduración incompleta de los queratinocitos, un engrosamiento de la epidermis y una capa granular1 reducida o ausente como consecuencia de la proliferación de queratinocitos epidérmicos. También se puede apreciar una infiltración de células dendríticas en la dermis y de linfocitos T citotóxicos (CD8+) y de neutrófilos en la epidermis, así como un incremento de la angiogénesis y de la inflamación de la piel. En la hiperplasia epidérmica se cree que tienen un papel clave los linfocitos Th17, que producen las interleucinas IL-17 e IL-22. Se conoce también el papel de otras interleucinas, como IL-12 e IL-23, que asocian asimismo a otras enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide. De hecho, entre el 5% y el 7% de los pacientes con psoriasis desarrollan artritis psoriásica, aumentando este porcentaje hasta un 40% en caso de enfermedad grave (Figura 1).


A pesar de los descubrimientos sobre su fisiopatología, el origen específico de la psoriasis no se conoce. Su aparición se ha relacionado con factores genéticos debido a la marcada agregación familiar y a la concordancia entre gemelos, así como a la asociación con determinados antígenos principales de histocompatibilidad (HLA), siendo más frecuente en presencia del alelo HLA-Cw6; en pacientes con HLA-B27 el debut suele producirse más precozmente y la enfermedad se presenta con cuadros más graves. Además, se han descrito factores externos desencadenantes, como traumatismos, determinadas infecciones, el uso de algunos fármacos (litio, antiinflamatorios no esteroideos (AINE),betabloqueantes o antipalúdicos), bebidas alcohólicas, estrés (que también puede ser un factor agravante), el clima (el frío empeora las lesiones, mientras que los climas cálidos y la luz solar se asocian a un menor riesgo) o determinados factores metabólicos, como la hipocalcemia, y endocrinos, como la pubertad o la menopausia.

La psoriasis puede afectar a la piel, uñas, articulaciones y en raras ocasiones también a las mucosas. La lesión característica es una placa de color rojo oscuro, con escamas no adherentes con un color blanco-nacarado y con borde bien delimitado. Las localizaciones más afectadas son los codos y las rodillas, la zona sacra y el cuero cabelludo. En la mayoría de casos (> 70%) presenta un curso crónico con actividad inflamatoria que evoluciona con remisiones y recaídas espontáneas, y puede persistir toda la vida o durar solo unos meses. Si bien raramente llega a poner en peligro la vida del paciente, puede ser muy discapacitante, limitando considerablemente la calidad de vida y el bienestar emocional e implicando un importante impacto socio-económico.

Se pueden distinguir distintas formas clínicas de la psoriasis, siendo la más común la denominada psoriasis en placas o vulgar, que supone alrededor de un 80% de los casos2 y se caracteriza por la presencia de lesiones escamosas y de color rojizo principalmente en rodillas, codos y cuero cabelludo. Las placas están bien delimitadas, con una distribución simétrica en la mayoría de los casos, aunque pueden confluir. Hay formas leves de la enfermedad, en las que el área corporal afectada es inferior al 2%, moderadas (2-10%) y graves (>10%), si bien este no es el único criterio empleado para determinar el estado del paciente o su respuesta al tratamiento. De hecho, se han validado una serie de escalas de valoración. Entre las que más se usan destaca: el índice PASI (Psoriasis Area and Severity Index), que permite evaluar cada lesión en base a los criterios de eritema, infiltración y descamación, y cuando se utiliza en la determinación de la eficacia de un tratamiento se acompaña de un número que indica el porcentaje de mejoría3; el IGA (Investigator’s Global Assessment), que valora la psoriasis como aclarada (0), mínima (1), ligera (2), moderada (3), intensa (4) y grave (5); o el índice NAPSI (Nail Psoriasis Severity Index), que suele usarse en el caso de la afectación ungueal.

En la fisiopatología específica de la psoriasis en placas destaca la activación del eje TNF-α-IL-23-Th17, que a su vez desemboca en la producción de otras citocinas, principalmente IL-17. La familia de interleucinas IL-17 está compuesta por seis miembros, producidos por distintos tipos de células, y son importantes en la regulación de la respuesta inflamatoria. Las principales señales inflamatorias en la psoriasis en placas están mediadas por IL-17A y por IL-17F, ejerciendo la primera un papel proinflamatorio más potente. Estas citocinas pueden dimerizar formando el heterodímero IL-17AF, con una potencia inflamatoria intermedia. La unión de IL-17A a su receptor (un trímero formado por dos subunidades de IL-17RA y una subunidad de IL-17RC) lleva a la activación de proteínas cinasas intracelulares que a su vez conducen a la activación de la transcripción de citocinas proinflamatorias y quimiocinas.

Grosso modo, el tratamiento farmacológico depende de la gravedad de la enfermedad. En los casos leves se suele recurrir a tratamientos tópicos, pero en casos moderados y graves es habitual emplear tratamientos sistémicos que tienen efectos antiproliferativos sobre la epidermis.

A nivel tópico se utilizan distintos tipos de tratamientos dependiendo del resultado que se busque conseguir. Los agentes emolientes y queratolíticos se utilizan habitualmente como adyuvantes con el objetivo de hidratar la piel, evitar la aparición de fisuras y eliminar las escamas. Como queratolíticos se emplean, entre otros, el ácido salicílico (con eficacia baja), la brea de hulla, algo más potente, y el ditranol, componente activo de la brea de hulla y más eficaz.

Los corticosteroides tópicos producen efectos rápidos y potentes, pero la duración de la remisión suele ser corta y no deben utilizarse durante periodos largos de tiempo. Se suele recurrir a corticoides de potencia media o alta, como la betametasona o el clobetasol; para las zonas pilosas se usan en forma de loción, y en las zonas más queratinizadas, suele recurrirse a ungüentos. Por otro lado, también están disponibles derivados de la vitamina D (calcipotriol, tacalcitol) que inhiben la proliferación y la diferenciación de los queratinocitos. Su eficacia es similar a la de los corticosteroides e incluso permiten obtener periodos de remisión más largos que estos, con una eficacia sinérgica en caso de coadministración (cada vez más empleada). Un efecto algo menor presenta el retinoide tazaroteno (derivado de la vitamina A), que puede combinarse con corticosteroides con el objetivo de incrementar la eficacia, aunque actualmente no se encuentra comercializado en España.



En ocasiones, para tratar la psoriasis también se utilizan la fotoquimioterapia y la fototerapia. La primera permite inducir periodos prolongados de remisión, aunque generalmente se reserva para casos graves y refractarios a otros tratamientos.

El tratamiento sistémico de la psoriasis en placas se considera de segunda línea, estando indicado en psoriasis extensas que no responden a otros tratamientos. Entre ellos se encuentran fármacos inmunosupresores (principalmente, fármacos antirreumáticos modificadores de la enfermedad o FAMEs) como la ciclosporina, el metotrexato, la leflunomida y el apremilast, e inmunomoduladores como el dimetil fumarato.

La ciclosporina es un inhibidor de la calcineurina que disminuye la respuesta inmunitaria celular, de utilidad también en artritis psoriásica. El metotrexato, antagonista del ácido fólico, es más utilizado que la ciclosporina, pues presenta, además del efecto inmunosupresor, un efecto antiproliferativo y antiinflamatorio que también es de utilidad en la artritis psoriásica. La leflunomida, un inmunosupresor, es una alternativa al metotrexato en artritis psoriásica. Apremilast es un inhibidor oral selectivo de la fosfodiesterasa 4 que actúa incrementando los niveles de AMPc intracelulares y facilita la reducción de citocinas proinflamatorias, fundamentalmente TNF-α e IL-12. Por su parte, el dimetil fumarato presenta un efecto principalmente inmunomodulador: induce la conversión de linfocitos Th1 y Th17 en linfocitos Th2, lo cual permite reducir la formación de interleucinas implicadas en la fisiopatología de la enfermedad, fundamentalmente IL-17.

Por otro lado, las terapias biológicas, de más reciente introducción, se reservan para casos moderados y graves. En general, tienen una diana muy específica, por ejemplo, TNF-α, IL-17 o IL-23 (Tabla 1).

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A pesar del amplio arsenal de medicamentos disponible, no todos los pacientes responden a ellos y, concretamente, en el caso de las terapias biológicas, un problema frecuente es la pérdida de eficacia con el tiempo debido a la aparición de anticuerpos neutralizantes anti-fármaco. Debido a ello, en el tratamiento de la psoriasis en placas moderada-grave se necesitan nuevos tratamientos que permitan cubrir la necesidad médica que suponen los pacientes refractarios o intolerantes a las opciones citadas.

Acción y mecanismo

Bimekizumab es un nuevo anticuerpo monoclonal humanizado de tipo IgG1 que se une de manera selectiva y con alta afinidad a las isoformas 17A y 17F de la interleucina 17 (IL-17), así como al heterodímero IL-17AF, bloqueando su interacción con el receptor IL-17RA/IL-17RC. Estas citocinas presentan actividad proinflamatoria y parecen desempeñar un papel relevante en la fisiopatología de la psoriasis en placas, por lo que se comprende que su bloqueo subyace tras el efecto inmunomodulador del fármaco. En base a este mecanismo, bimekizumab ha sido autorizado en el tratamiento por vía subcutánea de la psoriasis en placas de moderada a grave en adultos que sean candidatos a tratamiento sistémico.

Los estudios farmacodinámicos llevados a cabo indican que bimekizumab se une con una afinidad aproximadamente 8 veces mayor a la IL-17A que a la IL-17F y al heterodímero, produciendo también una reducción en la liberación de IL-6 y una inhibición de la quimiotaxis. En modelos animales (macaco cangrejero) se ha observado una afinidad menor por IL-17A y por IL-17F, aunque con una inhibición similar de la secreción de IL-6, lo que parece indicativo de que esta diferencia de afinidad no es clínicamente relevante (EMA, 2021).

Las fisiopatología de la psoriasis en placas está en buena medida condicionada por la acción de las interleucinas IL-17A e IL-17F, especialmente por la primera debido a su mayor potencial proinflamatorio. Estas citocinas pueden dimerizar formando el heterodímero IL-17AF, con una potencia inflamatoria intermedia.

Así, bimekizumab es capaz de unirse directa y selectivamente a estas tres citocinas, a diferencia de sus predecesores brodalumab, ixekizumab y secukinumab. El primero de ellos bloquea la acción de estas citocinas al unirse al receptor IL-17RA, mientras que ixekizumab y secukinumab se unen de manera selectiva únicamente a IL-17A.

Aspectos moleculares

Bimekizumab es un anticuerpo monoclonal humanizado de tipo IgG1 (Figura 3) producido en una línea celular de ovario de hámster chino (CHO) mediante tecnología del ADN recombinante. Presenta un peso molecular de 149,9 kDa.


Bimekizumab se compone de dos cadenas pesadas idénticas entre sí compuestas por 455 aminoácidos y de dos cadenas ligeras también idénticas entre sí compuestas por 214 aminoácidos. Cada cadena pesada contiene, sobre el residuo 305 de asparagina, un N-glicano con estructura de oligosacárido.

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia y la seguridad clínicas de bimekizumab por vía subcutánea en su indicación y pauta autorizadas han sido adecuadamente evaluadas en tres ensayos pivotales aleatorizados de fase 3, cuyas características y hallazgos principales se comentan a continuación.

En primer lugar, el estudio BE SURE fue un estudio multicéntrico, de grupos paralelos, doble ciego, de no inferioridad y de superioridad, controlado por comparador activo (adalimumab) en el que se aleatorizó (1:1:1) a 478 pacientes con psoriasis en placas de moderada a grave para recibir bimekizumab 320 mg cada 4 semanas hasta la semana 56 (brazo BKZ C4S), bimekizumab 320 mg cada 4 semanas hasta la semana 16 seguido de una pauta cada 8 semanas hasta la semana 56 (brazo BKZ C8S) o adalimumab hasta la semana 24 seguido de bimekizumab 320 mg/4 semanas hasta la semana 56 (brazo ADA + BKZ). Las características basales demográficas y de la enfermedad de los participantes estuvieron bien balanceadas en todos los grupos.

El objetivo principal del estudio fue la comparación de la eficacia de bimekizumab frente a adalimumab en pacientes con psoriasis en placas de moderada a severa en función de la tasa de respuesta PASI 90 en la semana 16 y de la tasa de respuesta IGA 0/1 con al menos dos niveles de mejoría en la semana 16. Se estableció un margen de no inferioridad del 10%.

Los resultados divulgados (Warren et al., 2021) indican que la tasa de pacientes que cumplió la variable primaria fue superior en 39 puntos porcentuales en los brazos de bimekizumab –consideradas en conjunto ambas pautas del fármaco– frente a adalimumab, por lo que bimekizumab se consideró no inferior. La demostración de la superioridad del nuevo fármaco frente al control activo se basó en la determinación de la razón de probabilidad (odds ratio, OR) respecto a las principales variables de eficacia en la semana 16. Así, se obtuvo una OR de 7,46 para la variable PASI 90 y de 4,34 para IGA 0/1, diferencias que alcanzaron significación estadística (p< 0,001). En la Tabla 2 se presenta un resumen de los principales resultados de eficacia de este estudio.



En segundo lugar, el estudio BE VIVID contó con un diseño multicéntrico, aleatorizado, doble ciego, controlado con placebo y con control activo (ustekinumab). Se aleatorizó a 567 pacientes con psoriasis en placas de moderada a grave en proporción 4:2:1 para recibir bimekizumab 320 mg cada 4 semanas (brazo BKZ C4S), ustekinumab 45/90 mg según peso al inicio y en semana 4 y posteriormente cada 12 semanas, o placebo durante 16 semanas seguido del régimen de tratamiento BKZ C4S hasta la semana 52 (n= 83). Las características basales de los participantes estuvieron adecuadamente balanceadas entre los distintos brazos de tratamiento.

El objetivo principal de este estudio fue la comparación de la eficacia bimekizumab frente a placebo en la semana 16 en el control de la psoriasis en placas, determinada en función de las mismas variables que en el estudio anterior. También se evaluó de forma comparada la eficacia frente a ustekinumab (estableciéndose un margen de no-inferioridad del 10%) y la mejora en el control sintomático.

Los hallazgos clínicos (Reich et al., 2021) reflejan una mejora clínica evidente en el brazo de bimekizumab respecto a ustekinumab y frente a placebo respecto a la tasa de pacientes con PASI 90 en la semana 16 (85,0% vs. 49,7% vs. 4,8%, respectivamente). En términos de la otra variable primaria de eficacia, IGA 0/1 en la semana 16, se obtuvieron tasas de respuesta muy similares (84,1% vs. 53,4% vs. 4,8%). Por tanto, el análisis de la eficacia demostró la superioridad estadísticamente significativa de bimekizumab frente a placebo y frente a bimekizumab (p< 0,001). En la Tabla 3 se resumen los principales resultados de eficacia en el estudio BE VIVID.



Por otro lado, en el estudio BE READY se utilizó un diseño multicéntrico, doble ciego y controlado por placebo, para aleatorizar a un total de 435 pacientes con psoriasis en placas de moderada a grave en proporción 4:1 para recibir 320 mg de bimekizumab cada cuatro semanas (n=349) o un placebo equivalente (n= 86) durante 16 semanas. Los participantes inicialmente aleatorizados para recibir bimekizumab fueron nuevamente aleatorizados en proporción 1:1:1 a los grupos de BKZ C4S, BKZ C8S y placebo (retirada de bimekizumab) hasta la semana 56. Las características basales de los participantes estuvieron bien balanceadas en todos los brazos de tratamiento.

El objetivo principal fue la evaluación de la respuesta mediante las mismas variables que en los estudios anteriores; se consideraron como variables secundarias de eficacia más relevantes la tasa de pacientes con PASI 100 en la semana 16, la mejora en síntomas dermatológicos o el mantenimiento de la respuesta definido por la tasa de pacientes con PASI 90 en la semana 56 entre los que habían conseguido un PASI 90 en la semana 16.

Los principales resultados de eficacia (Gordon et al., 2021) demuestran que la tasa de pacientes con PASI 90 en la semana 16 fue del 90,8% en el brazo de bimekizumab vs. el 1,2% en el brazo de placebo, mientras que esa tasa para la variable de IGA 0/1 en ese mismo momento fue similar (92,6% vs. 1,2%), siendo las diferencias estadísticamente significativas (p< 0,001), de modo que bimekizumab se consideró superior a placebo. En los pacientes con PASI 90 en la semana 16, la respuesta en la semana 56 fue ampliamente superior en los pacientes tratados con cualquiera de los regímenes de bimekizumab (BKZ C4S/C4S o BKZ C4S/C8S) que en los que recibieron placebo (88,8% vs. 16,2%). Los principales resultados de eficacia de este estudio se presentan en la Tabla 4.


De manera interesante, los análisis por subgrupos realizados en los estudios pivotales ponen de manifiesto que la eficacia de bimekizumab es consistente al desagregar los resultados por factores como la edad, sexo, raza, tiempo de evolución de la enfermedad, peso corporal, PASI inicial y tratamiento previo con un fármaco biológico (AEMPS, 2023). Además, conviene destacar que la eficacia del nuevo fármaco se mostró sostenida en el tiempo en todos los estudios, de modo que una elevada proporción de pacientes mantuvo altas tasas de respuesta durante el seguimiento. Por ejemplo, hasta la semana 52, un 83% de los pacientes tratados con el régimen BKZ C4S y un 89% de los tratados con el régimen BKZ C8S presentaban un PASI 100 (aclaramiento total de la piel), mientras que este porcentaje fue del 90% para un PASI 90, de acuerdo a un análisis agregado de los resultados de los estudios pivotales.

En relación a la mejora en la calidad de vida, los resultados comunicados por los propios pacientes tras 16 semanas de tratamiento en los estudios pivotales indican un cambio notable en la proporción de pacientes que referían una puntuación de 0 o 1 en el cuestionario DLQI5 respecto al estado basal, desde un 4% hasta porcentajes del 63-76% en los pacientes tratados con bimekizumab, frente a un incremento más discreto con adalimumab (47%), ustekinumab (42%) o placebo (6-12%).

Pese a que no sustentaron su aprobación, se dispone también de los datos de otros dos ensayos de fase 3. Por un lado, un ensayo abierto, de extensión y actualmente en marcha (estudio OLE) en el que se ha incluido a pacientes (N= 1286) que completaron alguno de los tres estudios pivotales y que hasta la semana 24 habían recibido o bien el régimen BKZ C4S (n= 903) o bien el régimen BKZ C8S (n= 383). A partir de ese punto temporal, todos los pacientes con un PASI 90 podían pasar, a criterio del investigador, a la pauta bimensual. Las tasas de respuesta se mantuvieron altas –en torno al 90%– en ambos brazos hasta la semana 24. Los pacientes procedentes del ensayo BE VIVID que no habían alcanzado un PASI 90 al final de aquel estudio (n= 136) fueron aleatorizados para recibir el régimen BKZ C4S (n= 97) o BKZ C8S (n= 39), con una tasa de respuesta que pasó del 55% hasta el 91% hasta la semana 24 en el primer caso y se mantuvo en el 95% en el mismo periodo con la pauta bimensual (AEMPS, 2023).

Por otro lado, se han divulgado los datos del estudio BE RADIANT (Reich et al., 2021), de fase 3b, multicéntrico, de brazos paralelos, doble ciego, de no inferioridad y superioridad, en el que se comparó la eficacia y la seguridad clínicas de bimekizumab frente a secukinumab. Se aleatorizó (1:1) a un total de 743 pacientes para recibir BKZ C4S o secukinumab, y los tratados con el nuevo fármaco se volvieron a aleatorizar en la semana 16 para continuar con el mismo régimen o con BKZ C8S en proporción 1:2. La variable principal de eficacia fue la tasa de PASI 100 en la semana 16, con un resultado favorable para bimekizumab (61,7% vs. 48,9%; p< 0,001). En la semana 48, este resultado aumentó en los pacientes tratados con bimekizumab hasta el 67,0% mientras que descendió ligeramente en los tratados con secukinumab (46,2%).

Asimismo, se ha llevado a cabo un metaanálisis (Sbidian et al., 2022) que ha comparado la eficacia de distintos tratamientos sistémicos, tanto biológicos como no biológicos, en el tratamiento de la psoriasis en placas de moderada a grave. Con un total de 167 estudios que sumaron 58 912 participantes, los resultados indican que en términos de PASI 90, el fármaco más eficaz fue infliximab (RR: 50,19), seguido de bimekizumab (RR: 30,27), ixekizumab (RR: 30,19) y risankizumab (RR: 28,75).

Respecto al perfil de seguridad de bimekizumab, se dispone de los datos procedentes de 8 estudios de fase 2 y 3 y del estudio de extensión OLE, sumando un total de 1789 pacientes tratados.

Respecto a la inmunogenicidad del principio activo, se observaron anticuerpos antifármaco en aproximadamente el 45% de los pacientes tratados con el régimen recomendado de 320 mg cada 4 semanas hasta la semana 16 seguido de 320 mg cada 8 semanas. De ellos, aproximadamente el 34% presentó anticuerpos neutralizantes. No obstante, no se observó una alteración de la respuesta clínica ni del perfil de seguridad como consecuencia del desarrollo de anticuerpos.

Los acontecimientos adversos reportados con mayor frecuencia fueron infecciones, más frecuentes en los pacientes tratados con bimekizumab en comparación con placebo (20% vs. 7%), siendo estas principalmente nasofaringitis, candidiasis oral e infecciones del tracto respiratorio superior; la mayoría de las infecciones reportadas fueron leves o moderadas y no conllevaron la discontinuación del tratamiento, ni tampoco se vio un aumento de su incidencia con una mayor exposición al fármaco. Entre otras reacciones adversas, se informó de reacciones de hipersensibilidad con mayor frecuencia en los pacientes que recibieron bimekizumab que con placebo (4,2% vs. 0,6%), principalmente eczema y dermatitis de contacto, de intensidad por lo general leve; mientras que la incidencia de reacciones en el lugar de administración fue baja (3,1%) y similar con ambos regímenes del fármaco.

Se debe subrayar que la incidencia de eventos adversos graves fue menor en los pacientes tratados con bimekizumab que en los que recibieron placebo (1,6% vs. 2,4%). Durante el desarrollo de los estudios clínicos se produjeron 8 muertes, ninguna de las cuales se consideró relacionada con la medicación. Por todo lo anterior, el perfil de seguridad de bimekizumab se considera en línea con la información disponible para otros tratamientos biológicos de la psoriasis en placas y, especialmente, para anticuerpos monoclonales frente a la IL-17, destacando fundamentalmente el aumento en el riesgo de infecciones.

Aspectos innovadores

Bimekizumab es un nuevo anticuerpo monoclonal humanizado de tipo IgG1 dirigido de manera selectiva a las isoformas 17A y 17F de la interleucina 17 (IL-17), así como al heterodímero IL-17AF, a los que se une con alta afinidad, bloqueando su interacción con el receptor IL-17RA/IL-17RC. Estas citocinas presentan actividad proinflamatoria y parecen desempeñar un papel relevante en la fisiopatología de la psoriasis en placas, por lo que se comprende que su bloqueo subyace tras el efecto inmunomodulador del fármaco. Así, bimekizumab ha sido aprobado para el tratamiento por vía subcutánea de la psoriasis en placas de moderada a grave en adultos que sean candidatos a tratamiento sistémico.

La eficacia clínica de la inyección de bimekizumab en su pauta autorizada ha sido ampliamente contrastada en tres estudios pivotales de fase 3, un estudio de fase 3b y un estudio de extensión en marcha.

En uno de los pivotales, bimekizumab demostró superioridad en eficacia frente a adalimumab (OR respecto a PASI 90: 7,46; OR respecto a IGA 0/1: 4,34; p< 0,001), con tasas de aclaramiento total de las lesiones (PASI 100) muy superiores y estadísticamente significativas en la semana 16 (61% vs. 24% con adalimumab; p< 0,001) y 24 (67% vs. 30%; p< 0,001). Un efecto destacado fue la rapidez en la instauración del efecto del nuevo fármaco, con alta proporción de pacientes con PASI 75 en la semana 4, esto es, tras una sola dosis (77% vs. 31% con adalimumab; p< 0,001). Consistentemente, los pacientes que en la semana 24 cambiaron de brazo de tratamiento desde adalimumab al nuevo fármaco experimentaron una mejoría en términos de PASI 90, desde el 55% al 79% a la semana 28, tras solo una dosis de bimekizumab. Estos resultados se correlacionaron con los resultados reportados por los pacientes: una proporción notablemente superior en el grupo de bimekizumab consideró que, tras solo 16 semanas de tratamiento, la psoriasis no tenía ningún impacto o impacto escaso en su calidad de vida (67% vs. 42% con adalimumab).

En un segundo estudio pivotal, bimekizumab también se mostró superior a ustekinumab, con una probabilidad notablemente mayor de alcanzar PASI 90 (OR: 6,06) e IGA 0/1 (OR: 4,81) en la semana 16. En ese momento, la proporción de pacientes con aclaramiento total de la piel fue también muy superior con bimekizumab (PASI 100: 59% vs. 21% con ustekinumab; IGA 0: 59% vs. 22%), detectándose significación estadística en todas las comparaciones (p< 0,001). El tercero de los estudios principales reveló que bimekizumab es claramente superior a placebo en términos de PASI 90 en la semana 16 (91% vs. 1%; OR: 496,3; p< 0,001) y de IGA 0/1 (93% vs. 1%; OR: 657,3; p< 0,001); tras 1 año de tratamiento, las tasas de respuesta medidas como PASI 90 se mantenían claramente superiores tanto con la pauta mensual como bimensual del fármaco (87% y 91% vs. 16% con placebo; p< 0,001), lo que demuestra que la eficacia se mantiene elevada en el tiempo. De manera interesante, en ese estudio también de observó un tiempo mediano de recaída tras la discontinuación del tratamiento de 197 días, con una elevada tasa de respuesta en el re-tratamiento (PASI 90: 88% a las 12 semanas).

Precisamente, el mantenimiento de la respuesta es un aspecto clave en este tipo de tratamientos crónicos. Un análisis agrupado de los tres estudios reveló que la tasa de pacientes con respuesta PASI 90 se mantenía casi igual desde la semana 16 (86%) hasta el año de tratamiento (83%), lo mismo que para la respuesta de IGA 0/1 (85% y 80%); además, los pacientes con aclaramiento total iban incluso en aumento (respuesta PASI 100 del 59% a la semana 16 y del 67% a la 52). No obstante, dado que la psoriasis en placas es una enfermedad crónica para la que actualmente no se dispone de tratamiento curativo, se requiere todavía de datos a más largo plazo que confirmen el mantenimiento de la respuesta. Lo que sí parece claro es que la inmunogenicidad que puede comprometer la respuesta a medio y largo plazo de estos tratamientos biológicos no parece afectar a la respuesta a bimekizumab (aparición de anticuerpos anti-fármaco en el > 40% de pacientes).

En su posicionamiento, también deben destacarse los resultados de un estudio de fase 3b comparativo con secukinumab, otro anticuerpo monoclonal dirigido a la IL-17, que arrojó resultados estadísticamente significativos favorables a bimekizumab, por ejemplo, en términos de PASI 100 en la semana 16 (62% vs. 49%) y en la semana 48 de tratamiento (67% vs. 46%).

Sin embargo, los datos de un metaanálisis en el que bimekizumab se comparó con otros tratamientos biológicos no solo no mostraron diferencias importantes respecto a otros fármacos frente a la IL-17 como ixekizumab, o anti-IL-27 como risankizumab, sino que parecen indicar una mayor eficacia de infliximab, lo que genera incertidumbre sobre su posicionamiento en la práctica clínica habitual.

En términos de seguridad, el perfil toxicológico del nuevo fármaco está en línea con el de otros anticuerpos usados en la psoriasis en placas, sobre todo de otros anti-IL-17. Frente a placebo, se ha descrito una mayor de eventos adversos relacionados con la susceptibilidad a las infecciones, especialmente del tracto respiratorio superior, aunque fueron leves-moderadas en su práctica totalidad (> 98%). También se vio una incidencia aumentada de reacciones de hipersensibilidad (eczema y dermatitis), pero que tampoco revestían gravedad en su mayoría. Si bien la información sobre la seguridad del fármaco fue considerada suficiente (EMA, 2021), se requiere de datos adicionales derivados de la farmacovigilancia a más largo plazo a fin de evaluar la incidencia de reacciones adversas poco comunes, como podrían ser un aumento en la tasa de neoplasias, reacciones graves de hipersensibilidad o eventos cardiovasculares.

En definitiva, bimekizumab no presenta un mecanismo de acción genuinamente novedoso en su indicación, puesto que ya existen otros anticuerpos monoclonales dirigidos frente a la IL-17. Sin embargo, sí amplía el espectro de sus predecesores secukinumab e ixekizumab, al bloquear de manera directa la acción tanto de la IL-17A como de IL-17F y del heterodímero IL-17AF, mientras que brodalumab inhibe la acción de estas citocinas mediante su unión al receptor IL-17RA. En la única comparación directa de la que se dispone hasta la fecha con otra terapia anti-IL-17, bimekizumab ofreció mayores tasas de respuesta que secukinumab. En este sentido, bimekizumab presenta también una posología que puede resultar más cómoda para el paciente, permitiendo una mejor adherencia, al tratarse de una pauta bimensual en la fase de mantenimiento, frente a la pauta mensual de secukinumab e ixekizumab, y bisemanal para brodalumab.

La comparación con otros tratamientos de uso habitual en psoriasis en placas moderada-grave, como adalimumab o ustekinumab, refleja resultados muy superiores para el nuevo fármaco, con un inicio de acción más rápido y una considerable proporción de pacientes –superior al 80%– que tras un año de tratamiento mantiene elevadas tasas de aclaramiento de la enfermedad (≥ PASI 90). Sin embargo, se requiere de estudios poscomercialización que confirmen su eficacia a largo plazo en el contexto de una enfermedad crónica y en un marco comparado con otros tratamientos que han demostrado buenos resultados, como infliximab e ixekizumab. Pese a no ser una cura, su introducción en el arsenal terapéutico de la psoriasis permite obtener a la mayoría de los pacientes tratados un gran control de la enfermedad y una importante mejora en su calidad de vida.

Valoración

Cabotegravir (▼Vocabria®) en infección por VIH

Resumen

Cabotegravir es un nuevo inhibidor de la integrasa del VIH de 2ª generación, que se une y bloquea el sitio activo de la enzima gracias a su estructura pseudopeptídica (muy similar al ya disponible dolutegravir). Inhibe el proceso de integración del ADN retroviral en el genoma de la célula huésped que cataliza la enzima, bloqueando así la replicación del VIH. El medicamento se ha autorizado, en combinación con rilpivirina, para el tratamiento por vía intramuscular de la infección por el VIH-1 en adultos que están virológicamente suprimidos (< 50 copias de ARN/ml) en un tratamiento antirretroviral (TAR) estable, sin evidencia actual o previa de resistencia y sin fracaso virológico previo con inhibidores de la transcriptasa inversa no nucleósidos (ITINN) e inhibidores de la integrasa (INI).

En dos ensayos amplios pivotales de fase 3, la pauta mensual CAB+RPV se mostró no inferior frente a algunas de las combinaciones de TAR oral que actualmente recomiendan las principales guías clínicas: a la semana 48 permitía un control similar de la viremia, con diferencias no significativas en la proporción de pacientes con ≥ 50 copias ARN viral/ml (variable primaria), de solo +0,2 puntos porcentuales (1,9% vs. 1,7% con otros regímenes de TAR). Otro estudio de fase 3b comparó la eficacia de la pauta mensual y bimensual de CAB+RPV en pacientes con una supresión virológica por TAR oral durante al menos 6 meses, y demostró que ambos regímenes posológicos aportan una respuesta similar: las tasas de pacientes con viremia de ≥ 50 copias ARN/ml fue del 2,0% con la dosificación cada 8 semanas y del 1,0% cada 4 semanas, cumpliéndose el criterio de no inferioridad. Los distintos análisis por subgrupos confirmaron una eficacia consistente para el nuevo fármaco, con independencia de factores basales como edad, género, raza, IMC, recuento de células CD4+ o régimen oral usado, pero algunos análisis han sugerido un mayor riesgo de fracaso virológico en pacientes con obesidad, con antecedentes de resistencias a inhibidores de la transcriptasa (como rilpivirina) o infectados con el subtipo A6/A1 (prevalencia < 1% en España), por lo que conviene realizar un test genético y de tipificación viral. Los tratamientos en las fases de extensión a 96 y hasta 256 semanas confirmaron el mantenimiento de la eficacia de la asociación CAB+RPV por vía intramuscular a largo plazo.

En términos de seguridad, se trata de un fármaco bien tolerado, también a largo plazo. Su perfil toxicológico se asocia con eventos adversos leves-moderados en su práctica totalidad, y entre las reacciones adversas más frecuentes sobresalen las del sitio de inyección (76-84%, como dolor e induración), con un carácter autolimitado y más incidentes al principio del tratamiento; también se describen con cierta frecuencia: cefalea (7-12%), fiebre (7-10%), hemorroides, diarrea o dolor lumbar. Los eventos adversos graves son escasos, aunque ligeramente más frecuentes que con TAR oral (8% vs. 5%); entre ellos destaca la notificación de cefalea, diarrea, fatiga y pirexia, pero se relacionan con una tasa de interrupciones del tratamiento muy baja.

Pese a no incorporar ningún mecanismo de acción novedoso ni suponer una cura de la infección por VIH, el beneficio de la pauta de cabotegravir y rilpivirina no puede valorarse estrictamente en función de un criterio virológico o de recuperación inmunitaria, sino por tratarse de la primera terapia antirretroviral inyectable aprobada frente a la infección por VIH-1 y en relación a la comodidad de la pauta terapéutica y sus potenciales ventajas para pacientes con dificultades para un buen cumplimiento de un régimen diario. Los resultados comunicados por los pacientes apuntan a una gran satisfacción general con la calidad de vida aportada por CAB+RPV en comparación con el TAR oral, indicativos de una buena aceptación de la pauta mensual al reducir la presión psicológica y la ansiedad que se asocia a la toma diaria de tratamiento. En todo caso, son necesarias medidas de seguimiento que aseguren un correcto cumplimiento y eviten la aparición de resistencias.

Aspectos fisiopatológicos

El virus de la inmunodeficiencia humana (en adelante, VIH) es un retrovirus o virus de ARN monocatenario retrotranscrito (ssRNA-RT, por sus siglas en inglés) que forma parte de los lentivirus (familia Retroviridae), pese a que su cinética de replicación es muy agresiva y diferente a la forma insidiosa en que se desarrolla la infección por otros lentivirus (de donde procede ese nombre).

El genoma del VIH se compone de dos copias idénticas de cadenas de ARN que dependen para su replicación en la célula huésped de la enzima denominada transcriptasa inversa (retrotranscriptasa), que da lugar mediante retrotranscripción a un ADN provisional que a menudo se inserta en el genoma del hospedador por la acción de la integrasa viral, una ADN polimerasa dependiente de ARN. El tamaño del genoma del VIH es inferior a 10 000 nucleótidos y contiene varios genes: 3 principales (gag, pol y env) que codifican, cada uno, para varias proteínas (estructurales, enzimas y glicoproteínas de la cubierta viral, respectivamente) y varios genes codificantes para proteínas reguladoras (tat, rev, vif, vpu, nef y vpx).

Los VIH son virus de geometría esférica (Figura 1). Su capa más externa –cubierta– está formada por una membrana lipídica derivada de la célula hospedadora, con un alto contenido en lipoproteínas, y en la que se insertan los antígenos de histocompatibilidad (HLA) del hospedador, que le permitirán una primera unión a la célula humana, y multitud de complejos heterodiméricos de glucoproteínas, incluidas gp120 y gp41. Por debajo de la membrana lipídica se encuentra la matriz proteica formada por la proteína p17, que recubre a la cápsula o cápside propiamente dicha, constituida por la proteína p24. En el interior de la cápside se encuentran el material genético, la nucleoproteína y algunas enzimas (entre otras, la transcriptasa inversa y la integrasa). Con la participación de todos esos elementos, el virus se apodera de la maquinaria celular y silencia la replicación de numerosos genes celulares en favor de la replicación de los propios.


Se han descrito 2 tipos de VIH: VIH-11, el más prevalente en humanos, derivado del virus de la inmunodeficiencia de los simios de los chimpancés, y el VIH-2, que se originó a partir del retrovirus que infecta a los primates denominados mangabeys grises. Se encuentran mayoritariamente localizados en individuos de diversos países de África Occidental y otras áreas con lazos históricos, como la India. Dentro de cada uno de esos dos grandes grupos de VIH, se han descrito numerosos subtipos2, con características biológicas y patogenicidad distintas, algunos de los cuales han evolucionado mayoritariamente de forma pandémica.

En líneas generales, el VIH es un microorganismo extraordinariamente sensible a las condiciones ambientales y no puede sobrevivir fuera del torrente sanguíneo o del tejido linfático, presentando especial tropismo por los macrófagos y los linfocitos T CD4+. Por ello, la transmisión del VIH entre personas se produce por vía sexual (80% de los contagios), parenteral y vertical (madre-hijo), mediante fluidos biológicos en los que el virus se mantiene viable, sobre todo la sangre y secreciones (vaginal, espermática, etc.) que entren en íntimo contacto con estructuras potencialmente receptoras, como los vasos sanguíneos, o pequeñas erosiones en la piel o las mucosas.

La respuesta inmunitaria frente al VIH se produce tanto en la vertiente humoral (intensa producción de anticuerpos contra las proteínas reguladoras y estructurales, así como producción de complemento e interferones) como en la celular (activación de poblaciones linfocitarias T colaboradoras, citotóxicas y de estirpe NK o natural killer). Inicialmente, se produce una intensa expansión clonal de linfocitos CD8+ con actividad citotóxica dirigida frente a diversas proteínas del virus, y que originan cierta supresión de su replicación y una drástica disminución de la viremia, pudiendo incluso hacerse indetectable en la sangre (generalmente, < 50 copias de ARN/ml de sangre). Entre 3 y 5 semanas después de la infección aparecen los anticuerpos y a partir de ese momento el paciente se transforma en seropositivo.

Aunque la potente respuesta llega a contener la replicación vírica, es incapaz de erradicar el virus, que con el tiempo se difunde por todo el organismo. Ambos tipos de virus (VIH-1 y -2) son capaces de evolucionar a la fase de infección crónica asintomática, a lo largo de la cual se produce un deterioro progresivo del tejido linfoide y, finalmente, a SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), si no se instaura tratamiento3. Esta última fase se define a partir de un contaje del número de linfocitos T CD4+ < 200 células/ml de sangre o por la asociación de cualquier manifestación grave independientemente del recuento celular. Entre las manifestaciones más comunes de esta fase sobresalen las infecciones oportunistas (por ejemplo, por micobacterias, Pneumocystis jiroveci, Candida albicans, herpes simple y zóster, citomegalovirus, etc.) y también ciertas patologías malignas, como ciertos tumores (por ejemplo, sarcoma de Kaposi y ciertos linfomas), asociados todos a la inmunodeficiencia provocada por el VIH.

Para un mayor detalle sobre la historia natural de la enfermedad (Figura 2) se recomienda consultar el artículo monográfico previamente publicado en Panorama Actual del Medicamento (Fernández-Moriano, 2018).


Con respecto a la epidemiología, los datos publicados por la OMS en 2022 reflejan que a finales de 2021 había unos 38,4 millones de personas de todos los rangos de edad (rango 33,9-49,8 millones, incluyendo unos 2 millones de niños menores de 15 años) que vivían infectados con el VIH en todo el mundo, más de dos tercios –casi 26 millones– en el continente africano4, especialmente en África Subsahariana, región en que la tasa media de prevalencia del VIH se aproxima al 5% y alcanza el 25% en algunos países. Cabe destacar que el VIH sigue siendo uno de los mayores problemas para la salud pública global: desde que se iniciara la epidemia en 1981 ha sido la causa de 40,1 millones de defunciones (los cálculos oscilan entre los 33,6 y los 48,6 millones), de las cuales aproximadamente 650 000 se produjeron en 2021; el virus ha infectado en total a hasta 79 millones de personas, produciéndose en 2021 unos 1,5 millones de nuevos contagios (1,1-2,0 millones).

En todo caso, la epidemia se ha estabilizado o está mostrando signos de recesión en los últimos años, con una incidencia que continúa en descenso: por ejemplo, en dos décadas se ha reportado una significativa reducción desde los 3,4 millones de nuevos casos a nivel global en 1996 hasta las 1,8 millones de nuevas infecciones en 2017. La mayoría de nuevos casos se concentraron en las poblaciones de riesgo, esto es, mujeres en el continente africano, hombres homosexuales, prostitutas o drogadictos. Además, pese a los problemas de acceso en determinados territorios, los progresos en la prevención y en el tratamiento antirretroviral han permitido también reducir en más de la mitad el número de defunciones por enfermedades relacionadas con el SIDA a nivel mundial, desde el pico de 1,9 millones en 2004 hasta las 940 000 muertes en 2017.

Tratamiento antirretroviral (TAR)

Mientras no se disponga de fármacos con capacidad para erradicar definitivamente el virus, el objetivo fundamental del TAR es suprimir la replicación del VIH para mantener la carga viral plasmática (CVP) en niveles indetectables –el estándar terapéutico es una CVP < 50 copias de ARN por mililitro de sangre– durante el máximo tiempo posible. Esto persigue restaurar la función inmunitaria y limitar el desarrollo de resistencias virales, que revierta en la reducción de la morbi-mortalidad asociada, mejorando la calidad de vida del paciente para que su esperanza de vida se aproxime a la de la población general (lo cual actualmente se consigue eficazmente), así como en la prevención de la transmisión del VIH.

La última actualización del Documento de Consenso GeSIDA/Plan Nacional sobre el Sida respecto al tratamiento antirretroviral en adultos infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana (Martínez et al., 2022) establece, en base a diversos estudios observacionales y clínicos, que el TAR debe iniciarse tan pronto como sea posible en todos los pacientes con infección por VIH-1 confirmada, con o sin sintomatología, independientemente del número de linfocitos T CD4+ y del valor de la CVP, si bien estos parámetros sí deben determinarse previamente; la excepción serían los pacientes que mantienen CVP indetectable de forma mantenida sin TAR (controladores de élite). El inicio precoz del TAR –idealmente en los primeros 14 días– se relaciona con una menor frecuencia de transmisión del VIH y de nuevas infecciones, y con una menor incidencia de manifestaciones clínicas debidas a infecciones o procesos tumorales.

A día de hoy, se dispone en España de numerosas opciones farmacológicas para el tratamiento de adultos con infección por VIH-1 (Fernández-Moriano, 2018). La elección preferente para el TAR de inicio en pacientes no tratados previamente se basa en combinaciones de, al menos, 2 o 3 fármacos (Tabla 1). El uso combinado de fármacos combate la supervivencia de cepas resistentes, pero su uso inadecuado puede limitar el uso de algunas alternativas. Aunque se han estudiado combinaciones eficaces con menor número de fármacos, las autoridades sanitarias no las han autorizado aún como TAR de inicio. Las combinaciones de 3 fármacos indicadas constituyen también el tratamiento de inicio de elección de la infección crónica por VIH-1, referida al periodo de más de 6 meses tras la primoinfección; en esta fase rige igualmente la recomendación de iniciar el TAR en todos los pacientes diagnosticados, presenten o no sintomatología, e independientemente del recuento de linfocitos T CD4+ y la determinación de CVP.


Para seleccionar una u otra familia de fármacos se valorarán las ventajas que aportan: el potencial de interacciones farmacológicas (menor en los INI, seguido de ITINN y mayor en los IP), la mayor barrera genética frente a resistencias (en los IP) y el menor coste (de los ITINN). Una pauta con dos ITIAN (preferentemente tenofovir/emtricitabina) y un INI (dolutegravir o bictegravir) puede tener la ventaja de una mayor concentración en las secreciones genitales para reducir más rápidamente la CVP durante las primeras 4‐8 semanas en comparación con los IP o ITINN, facilitando la reducción de los contagios por vía sexual. No se recomiendan como tratamientos de inicio pautas libres de ITIAN ni monoterapia con IP potenciados.

Es fundamental recordar que, una vez iniciado, el TAR debe administrarse por tiempo indefinido, reevaluando periódicamente (dependiendo de comorbilidades, riesgo de interacciones y resistencias, mala adherencia, etc.) la pauta farmacológica administrada a partir de los 6 meses, cuando la infección se considerará crónica. Durante el tratamiento de por vida, debe tenerse presente que la aparición de resistencias –por acumulación de mutaciones virales– es un fenómeno inevitable y su detección por métodos genotípicos es muy útil en casos de fracaso virológico (cuando la viremia sube por encima de 200 copias de ARN/ml), orientando la prescripción de terapias de rescate, si bien no se recomienda suspender el TAR en pacientes con fracaso virológico avanzado y sin opciones terapéuticas de rescate.

Además, diversas circunstancias pueden obligar a un cambio proactivo del TAR incluso en pacientes virológicamente suprimidos (sin fracaso por resistencias), tales como problemas de seguridad o tolerabilidad o la conveniencia de simplificar el régimen de tratamiento, pues suele asociarse con la toma frecuente de diversos comprimidos por vía oral; factores estos que pueden comprometer una adecuada adherencia terapéutica, fundamental para alcanzar los objetivos clínicos y minimizar la aparición de mutaciones de resistencia. En este sentido se han desarrollado varios enfoques para simplificar el TAR, entre los que sobresale la reducción del número de fármacos, habiéndose mostrado algunas combinaciones de 2 fármacos (por ejemplo, rilpivirina con dolutegravir, o dolutegravir con lamivudina) similares en eficacia a otros regímenes triples.

En resumen, la farmacoterapia de la infección por VIH ha avanzado de manera significativa en las últimas décadas para mejorar la potencia, la tolerancia y la disponibilidad, asociándose con una disminución drástica en la morbimortalidad por SIDA. A ello han contribuido las mejoras galénicas en las formulaciones de medicamentos, que han permitido dejar atrás los tratamientos con posologías complejas (varias tomas orales al día) y facilitar la adherencia a los tratamientos. Pese a la extraordinaria efectividad del TAR (los pacientes alcanzan actualmente una esperanza de vida similar a la de sujetos sanos, con una excelente calidad de vida), ONUSIDA recalca que solo el 72% de los infectados a nivel mundial tiene acceso al mismo: la accesibilidad constituye sin duda un campo de mejora si se quieren alcanzar los objetivos 95/95/95 planteados por esta organización para 2030, que consisten en conseguir que el 95% de las personas con VIH estén diagnosticadas, que el 95% de ellas esté en tratamiento, y que el 95% de ellas cuente con carga viral indetectable y, por tanto, intransmisible.

Acción y mecanismo

Cabotegravir es un nuevo inhibidor de la integrasa (INI) del VIH, que se une al sitio activo de la enzima y bloquea la transferencia de la cadena de la integración del ADN retroviral en el genoma de la célula huésped, en un proceso que es indispensable para el ciclo de replicación del VIH (pues una vez integrado, la maquinaria celular llevaría a cabo la duplicación del ADN); en concreto, inhibe el tercero de los cuatro pasos del proceso de integración catalizados por el enzima (transferencia de hebras). Comparte, pues, el mecanismo de acción por el cual ejercen sus efectos farmacológicos otros INI ya comercializados en España: raltegravir, elvitegravir, dolutegravir y el más reciente bictegravir.

El medicamento ha sido autorizado para el tratamiento, en combinación con rilpivirina6, de la infección por el VIH-1 en adultos que están virológicamente suprimidos (< 50 copias de ARN/ml) en un tratamiento antirretroviral estable, sin evidencia actual o previa de resistencia y sin fracaso virológico previo con inhibidores de la transcriptasa inversa no nucleósidos (ITINN) e inhibidores de la integrasa (INI). La presentación en comprimidos puede usarse para la inducción oral diaria para evaluar la tolerabilidad de cabotegravir y rilpivirina antes de la administración de sus formas inyectables, así como para la terapia oral para adultos que no podrán recibir la pauta inyectable de ambos fármacos. La presentación en solución inyectable intramuscular permitirá dosificar el tratamiento una vez al mes o cada dos meses, pues la semivida de eliminación del fármaco en esa formulación se estima entre 40 y 80 días.

En los ensayos preclínicos con cultivos celulares, el fármaco ha mostrado un valor de CE50 (concentración eficaz que inhibe la replicación viral en un 50%) en el rango nanomolar (0,57-2,22 nM) frente a cepas de laboratorio de tipo salvaje del VIH-1, así como frente a aislados clínicos de distintos subtipos del grupo M y del grupo O (CE50: 0,02-1,06 nM). Además de que parece ejercer actividad antiviral potente frente al VIH-2, los estudios in vitro evidenciaron que ningún fármaco con actividad anti-VIH se muestra antagonista del efecto de cabotegravir.

Por otra parte, se han descrito en estudios in vitro varias mutaciones en la integrasa que se han relacionado con una resistencia in vitro del virus frente a la actividad del fármaco. Así, la mayor reducción de la sensibilidad a cabotegravir la mostraron los mutantes que contenían las mutaciones Q148K o Q148R, con disminuciones de hasta 12-22 veces y 61-81 veces, respectivamente. No obstante, en los estudios clínicos la proporción de sujetos tratados con cabotegravir que presentó fracaso virológico confirmado fue bajo (en torno al 1,2%), todos ellos asociados a la presencia de la mutación emergente Q148R y/o las mutaciones G140R y N155H que confieren sensibilidad fenotípica reducida al fármaco. En los casos de fracaso virológico, se vio que la sensibilidad a cabotegravir se reducía 0,6-9,1 veces con la pauta de administración bimensual y entre 1,8-4,6 veces para la pauta mensual de administración del fármaco; esas reducciones de sensibilidad fueron más pronunciadas que con otros inhibidores de la integrasa, como dolutegravir o bictegravir, lo que parece sugerir que esos fármacos tendrían un mejor perfil de resistencias que cabotegravir.

Aspectos moleculares

El nuevo fármaco es un inhibidor de la integrasa del VIH-1 de segunda generación, como dolutegravir y bictegravir, con los que está estrechamente relacionado: en concreto, es prácticamente idéntico a dolutegravir. Todos ellos tienen una estructura pseudo-peptídica que emula químicamente una fracción proteica y así son capaces de actuar de señuelo bioquímico para bloquear la integrasa del VIH (Figura 3). Su estructura sí difiere notablemente con respecto a los otros dos inhibidores de la integrasa de primera generación disponibles, a saber, raltegravir y elvitegravir (Mbhele et al., 2021).


Su nombre químico es el (3S,11aR)-N-[(2,4-difluorofenil)metil]-6-hidroxi-3-metil-5,7-dioxo-2,3,5,7,11,11a-hexahidro[1,3]oxazol[3,2-a]pirido[1,2-d]pirazina-8-carboxamida, que se corresponde con la fórmula molecular C19H17F2N3O5 y un peso molecular de 405,35 g/mol. El principio activo se presenta como un polvo blanco o casi blanco, prácticamente insoluble por debajo de valores de pH de 9 y ligeramente soluble en medios acuosos por encima de pH= 10. Presenta dos valores de pKa, de 7,7 para el grupo OH y de 11,1 para el grupo NH. Además, tiene dos centros estereogénicos (es el isómero con configuración 3S y 11aR) y exhibe polimorfismo (se han identificado hasta 4 formas en estado sólido).

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia y seguridad clínicas de cabotegravir más rilpivirina (en adelante, CAB+RPV) en su indicación y pauta de uso intramuscular autorizada7 se han contrastado fundamentalmente en dos estudios pivotales de fase 3, con similar diseño: aleatorizados (1:1), multicéntricos, con control activo, de dos grupos paralelos, abiertos y de no inferioridad.

Esos dos ensayos con pacientes adultos con infección por VIH –estudios FLAIR y ATLAS– valoraron la no inferioridad tras 48 semanas de un cambio de TAR a la pauta experimental por vía intramuscular cada 4 semanas frente a la continuación con la pauta triple de inicio del TAR. Si bien todos los pacientes debían estar virológicamente suprimidos –carga viral indetectable– al iniciar CAB+RPV en ambos ensayos, la principal diferencia radicó en que los pacientes incluidos en el estudio FLAIR (N= 631) no habían recibido TAR previo y debían ser tratados en una primera fase durante al menos 20 semanas con un régimen basado en dolutegravir (con abacavir y lamivudina, ABC/DTG/3TC8) antes de la aleatorización, mientras que los incluidos en el estudio ATLAS (N= 616) podían estar estables durante al menos 6 meses y hasta 12 meses previos con cualquier régimen consistente en 2 ITIAN y un tercer fármaco de tipo INI, ITINN o IP.

En ambos casos la variable principal de eficacia fue la proporción de pacientes en la semana 48 con niveles de carga viral de ≥ 50 copias de ARN/ml en la población por intención de tratar estratificada, prefijándose un margen de no inferioridad del 6%. Entre las variables secundarias se consideró la proporción de pacientes con niveles de viremia inferiores a 50 copias de ARN/ml. Dada la similitud en el diseño de los estudios se hizo un análisis agrupado de los datos después de que todos los sujetos completaran su visita al menos a la semana 48 o interrumpieran el estudio prematuramente.

Cabe destacar que las características demográficas y clínicas de los pacientes en el estado basal estuvieron bien equilibradas entre los dos brazos de tratamiento de cada estudio (Tabla 2). Si se consideran en conjunto todos los pacientes tratados con CAB+RPV sobresale lo siguiente: la mediana de edad fue de 38 años (solo 1% tenía > 65 años), el 27% eran mujeres, el 27% no eran de raza blanca, y el 7% tenían un recuento inferior a 350 células CD4+/ml. Las frecuencias de comorbilidades, factores de riesgo para la infección y riesgo cardiovascular fueron similares entre los distintos grupos de tratamiento.


Los resultados de eficacia del análisis agrupado de los dos ensayos pivotales revelan que, tras 48 semanas de tratamiento y careciéndose de datos virológicos en ese momento de un total de 53 pacientes (de los 1.182 aleatorizados), el régimen mensual de CAB+RPV fue no inferior al TAR actual respecto a la proporción de pacientes que tenían una carga viral plasmática de ≥ 50 copias ARN/ml (1,9% y 1,7% respectivamente), de modo que solo hay una diferencia ajustada entre tratamientos de 0,2 puntos porcentuales en la tasa de ausencia de control estricto de la viremia (IC95% -1,4 a 1,7), sin significación estadística. Conviene subrayar que los análisis por protocolo respaldaron la no inferioridad entre tratamientos, y en ambos estudios las diferencias en función de las características basales (recuento de CD4+, género, raza, índice de masa corporal, edad, tercer agente del TAR basal) fueron comparables (AEMPS, 2020).

El estudio FLAIR tuvo una duración superior al corte del análisis principal. Los resultados obtenidos a las 96 semanas de tratamiento fueron consistentes con los descritos a las 48 semanas, con igual proporción de pacientes con niveles plasmáticos de ARN viral ≥ 50 copias/ml en ambos brazos, del 3,2% (diferencia: 0,0; IC95% -2,9, 2,9), redundando en la no inferioridad entre terapias. Además, en aquellos pacientes que a la semana 100 decidieron cambiar del TAR de inicio al brazo CAB+RPV intramuscular con (n= 121) o sin fase de inducción oral (n= 111), se vio que a la semana 124 (o sea, tras 24 semanas con la nueva pauta) los resultados eran también muy similares: proporción de sujetos con ARN del VIH-1 ≥ 50 copias/ml del 0,8% y 0,9%, respectivamente; las tasas de supresión virológica (< 50 copias ARN/ml) fueron similares en los dos grupos (93,4% y 99,1%).

Complementariamente, se tienen los resultados de un tercer ensayo de fase 3b aún en marcha (estudio ATLAS-2M), aleatorizado (1:1), controlado, abierto, multicéntrico y de grupos paralelos que comparó entre las dos pautas de CAB+RPV intramuscular, con dosificación mensual o bimensual (cada 4 u 8 semanas), administradas durante al menos 48 semanas en pacientes con infección por VIH-1 pretratada y virológicamente suprimidos durante al menos 6 meses (N= 1.045). La mayoría de pacientes procedían de alguno de los brazos del previamente citado estudio ATLAS (en el que debían haber cumplido 52 semanas de seguimiento), pero los que no habían sido tratados antes con la pauta experimental (63%) recibieron al inicio la combinación CAB+RPV en tomas diarias por vía oral durante 1 mes. Las características de los sujetos estaban balanceadas en los dos brazos: mediana de edad de 42 años (4% con > 65 años), 27% mujeres, 73% de raza caucásica y un +6% tenía un recuento de < 350 células/ml. El análisis principal (Jaeger et al., 2021) reveló que, a la semana 48, un tratamiento con CAB+RPV cada 8 semanas (n= 522) se muestra similar en eficacia a la pauta mensual (n= 522) en términos de la proporción de pacientes con una viremia de ≥ 50 copias ARN/ml (variable principal de eficacia): 2,0% (n= 9) y 1,0% (n= 5), respectivamente; no hubo una diferencia sustancial entre tratamientos (+1,0 puntos porcentuales; IC95% -0,6 a 2,2), cumpliéndose el criterio de no inferioridad, sin identificarse tampoco diferencias clínicamente significativas en los distintos subgrupos según las características basales. Los datos divulgados a 96 y 152 semanas de tratamiento son consistentes con los anteriores y permiten concluir que la pauta de administración bimensual de CAB+RPV tiene una eficacia a medio-largo plazo parecida a la pauta mensual, sin asociarse con una frecuencia significativamente mayor de falta de supresión virológica: por ejemplo, tras casi 3 años la proporción de sujetos con niveles plasmáticos de ≥ 50 copias de ARN/ml fue del 2,7% y 1,0%, respectivamente (diferencia de +1,7 puntos; IC95% 0,1-3,3).

De todo lo anterior se deduce que el número de fracasos virológicos confirmados con el uso durante 1 año del nuevo fármaco es escaso en todos los estudios de fase 3 (tasa del 1%), quizá solo ligeramente superior con la pauta bimensual en el estudio ATLAS-2M (1,7%). Pese a ello, un análisis multivariable de aquellos casos permitió establecer una asociación significativa entre el riesgo de fracaso virológico y la presencia de 3 factores: mutaciones de resistencia viral a RPV, el subtipo A6/A1 de VIH-1 con polimorfismos en la integrasa y la obesidad (IMC > 30 kg/m2). En cambio, la distancia entre dosis (4 u 8 semanas) no se asoció con mayor riesgo de fracaso (AEMPS, 2023).

Finalmente, desde el punto de vista de la seguridad, el régimen CAB+RPV parece bien tolerado, con un perfil toxicológico relativamente benigno en el que la amplia mayoría de eventos adversos son leves-moderados (de grado 1 o 2), no habiéndose notificado eventos de grado 5 –muerte– relacionados con el tratamiento. Las reacciones adversas más frecuentes fueron las emergentes en el lugar de inyección (hasta 84% y 76% con las pautas mensual y bimensual, respectivamente), siendo la mayoritaria el dolor (77%), con porcentajes tampoco despreciables de nódulos o induración local (< 15%); aunque no revestían gravedad (solo grado 3 en un 3-4%), eran autolimitadas (3 días de duración promedio) y menos frecuentes conforme avanzaba el tratamiento, provocaron el abandono del mismo en hasta el 1% de los pacientes. Otras reacciones adversas no relacionadas con la vía de administración tuvieron una incidencia similar con CAB+RPV respecto a los regímenes de TAR oral usados como controles; destacan entre ellas la cefalea (7-12%), la sensación febril (7-10%), las hemorroides, el mareo y las náuseas, astenia, diarrea o dolor lumbar.

Las reacciones adversas graves, de grado 3 o 4, fueron más frecuentes en el grupo tratado con CAB+RPV (afectaron hasta el 8% de los pacientes) respecto al tratamiento con TAR oral (5%). Entre las relacionadas con el tratamiento que tuvieron mayor incidencia con cabotegravir (todas en torno al 3%) sobresalen: cefalea, diarrea, fatiga y pirexia. Los datos disponibles a más largo plazo sugieren que el perfil de seguridad de cabotegravir es consistente con el observado a la semana 48, sin apreciarse nuevos signos de preocupación ni diferencias reseñables entre la frecuencia de dosis o la ausencia de una inducción oral.

Aspectos innovadores

Cabotegravir es un nuevo inhibidor de la integrasa del VIH de segunda generación, que se une y bloquea el sitio activo de la enzima gracias a su estructura pseudopeptídica prácticamente idéntica al ya disponible dolutegravir. En concreto, inhibe uno de los pasos (transferencia de hebras) del proceso de integración del ADN retroviral en el genoma de la célula huésped que cataliza la enzima, bloqueando así la replicación del VIH. En base a ello, el medicamento se ha autorizado, en combinación con el inhibidor de la transcriptasa inversa rilpivirina, para el tratamiento por vía intramuscular de la infección por el VIH-1 en adultos que están virológicamente suprimidos (< 50 copias de ARN/ml) en un tratamiento antirretroviral estable, sin evidencia actual o previa de resistencia y sin fracaso virológico previo con inhibidores de la transcriptasa inversa no nucleósidos (ITINN) e inhibidores de la integrasa (INI).

Con un diseño similar (abierto y con comparador activo), considerado adecuado por la Agencia Europea de Medicamentos, los dos estudios pivotales –FLAIR y ATLAS– que han sustentado la aprobación de la pauta de tratamiento con la asociación CAB+RPV, con o sin periodo inicial de administración por vía oral, han demostrado adecuadamente su no inferioridad frente a algunas de las combinaciones de TAR que actualmente recomiendan las principales guías terapéuticas. Con casi 1.200 pacientes aleatorizados, los resultados del análisis agrupado revelan que, tras 48 semanas de tratamiento, el nuevo régimen intramuscular administrado cada 4 semanas cumplió los criterios óptimos de no inferioridad –margen del 4%– frente al TAR oral, permitiendo un control similar de la viremia: la diferencia en la proporción de pacientes con ≥ 50 copias ARN viral/ml (variable primaria) fue de solo +0,2 puntos porcentuales (1,9% con CAB+RPV vs. 1,7% con otros regímenes de TAR), no hallándose significación estadística. Los análisis por subgrupos confirmaron una eficacia consistente para el nuevo fármaco, con independencia de factores basales como edad, género, raza, índice de masa corporal, recuento de células CD4+ o régimen oral usado.

Por otro lado, el estudio de fase 3b ATLAS-2M, también aleatorizado, abierto y de grupos paralelos, con más de 1 000 pacientes con infección por VIH-1 y supresión virológica con un TAR oral durante al menos 6 meses, demostró que no hay diferencias sustanciales en la eficacia de las dos pautas posibles de CAB+RPV, una de dosificación mensual y la otra bimensual . Un tratamiento durante 48 semanas en ambos casos se relacionó con similares tasas de pacientes con viremia de ≥ 50 copias ARN/ml (2,0% con la dosificación cada 8 semanas y 1,0% cada 4 semanas; diferencia de +1,0 punto), cumpliéndose el criterio de no inferioridad. Tampoco se vieron cambios clínicamente significativos en función de la pauta usada en los distintos subgrupos de pacientes según características basales.

Tanto en este como en los estudios pivotales, los tratamientos en las fases de extensión a 96 y hasta 256 semanas confirman la eficacia de la combinación CAB+RPV por vía intramuscular a largo plazo. Análisis multivariables sugieren un mayor riesgo de fracaso virológico al tratamiento con cabotegravir –aunque bajo en general– en pacientes con obesidad, con antecedentes de resistencias a ITINN (como rilpivirina) o infectados con el subtipo A6/A1 (prevalencia < 1% en España), por su cierta resistencia natural a inhibidores de integrasa; por ello, es recomendable realizar un test genotípico de resistencias y de tipado viral antes de iniciar el nuevo fármaco.

Por otro lado, se trata de un fármaco bien tolerado, incluso a largo plazo, con un perfil de seguridad bien caracterizado por datos de casi 1 200 pacientes. Se asocia con eventos adversos leves-moderados en su práctica totalidad, y entre las reacciones adversas más frecuentes sobresalen las del sitio de inyección (76-84%, dolor mayoritariamente), que suelen tener carácter autolimitado y más incidente al principio del tratamiento. También se ha descrito una reseñable incidencia –similar a otros TAR orales– de cefalea (7-12%), fiebre (7-10%), hemorroides, diarrea o dolor lumbar. Los eventos adversos graves son escasos, aunque ligeramente más frecuentes que con TAR oral (8% vs. 5%); entre ellos destaca la notificación de cefalea, diarrea, fatiga y pirexia, pero se relacionan con una tasa de interrupciones del tratamiento muy baja.

En un escenario de infección viral que requiere tratamiento de por vida (la única, a excepción de la hepatitis B), y en que si se detiene el tratamiento repunta la viremia a las pocas semanas, los avances en la terapéutica no solo consisten en disponer de fármacos más efectivos o con menor toxicidad a largo plazo, sino también en una simplificación de las pautas que permita una mejora de la adherencia terapéutica. La aparición de esta nueva terapia con cabotegravir de liberación –y duración– prolongada y de administración por vía intramuscular supone un paso más allá del importante progreso que, en términos de calidad de vida, supuso la co-formulación de regímenes de TAR en una única dosis oral diaria.

Con un control de la viremia similar al de otras alternativas de elección, el nuevo fármaco forma parte de la primera terapia antirretroviral inyectable autorizada frente a la infección por VIH-1. Como principales ventajas, permitirá separar las dosis varias semanas, reducir los efectos adversos gastrointestinales y el riesgo de interacciones farmacológicas a nivel digestivo de otros TAR orales y, sobre todo, una reducción de la presión psicológica y el estigma asociado a la toma diaria de medicación. Pero, por otro lado, su administración parenteral supondrá una mayor frecuencia de visitas médicas, con el consiguiente coste indirecto y sobrecarga del sistema, y la administración espaciada puede paradójicamente provocar olvidos de cumplimiento, agravando el problema de la selección y transmisión de resistencias virales, por lo que insistir en la promoción de la adherencia por distintas vías se revela fundamental.

Pese a no incorporar ningún mecanismo de acción novedoso ni suponer una cura de la infección por VIH, el beneficio de la pauta de cabotegravir+rilpivirina no puede valorarse estrictamente en función de un criterio virológico o de recuperación inmunitaria, sino respecto a la comodidad de la pauta terapéutica y sus ventajas para aquellos pacientes con dificultades para un buen cumplimiento de un tratamiento diario: los resultados comunicados por los pacientes apuntan a una gran satisfacción general con la calidad de vida aportada por CAB+RPV comparado con el TAR oral, indicativos de una buena aceptabilidad de la dosificación inyectable mensual al reducir la presión psicológica y la ansiedad que se asocia a la toma diaria de tratamiento (Mantsios et al., 2020; Chounta et al., 2021).

Es previsible que a futuro el nuevo fármaco pueda tener un interesante papel en la profilaxis pre-exposición. De hecho, en dos estudios ha demostrado que la pauta aquí evaluada reduce el riesgo de infección en un 69-90% frente a tenofovir disoproxilo fumarato/emtricitabina por vía oral, pero esta indicación no ha sido aún autorizada en la UE.

Valoración

Editorial

Queridos lectores,

El pasado mes de marzo celebrábamos, en Barcelona y con gran éxito de afluencia, uno de los eventos más conocidos del sector farmacéutico: Infarma 2023. Esta edición, la número 33, estuvo marcada por un programa científico y profesional en el que destacaron las ponencias acerca de las múltiples funciones asistenciales de los farmacéuticos en sus diferentes ámbitos de trabajo, pero también por asuntos sanitarios de interés global, como la aplicación práctica del enfoque One Health o los problemas de suministro de medicamentos, así como por las oportunidades que la digitalización ofrece de cara a optimizar la atención a los pacientes.

Abundando en este aspecto de la atención al paciente, merece la pena mencionar que recientemente se han dado a conocer los datos recogidos por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), que otorgan a España el primer puesto a nivel mundial en consumo de benzodiazepinas, un dato preocupante que da cuenta, por un lado, de la delicada situación de la salud mental en nuestro país y, por otro, de la necesidad de implementar políticas públicas preventivas frente al abuso de estos psicofármacos, teniendo en cuenta el problema que se plantea para la retirada tras largos periodos de uso. En este mismo sentido, también se han divulgado datos de un estudio que pone el foco en el uso excesivo que muchos pacientes realizan del denominado tratamiento de rescate del asma, principalmente con agonistas beta-2 de acción corta, que a largo plazo puede conllevar un peor control de la enfermedad. Lo anterior trae a primera línea la necesidad –complementaria a la de disponer de innovaciones terapéuticas– de avanzar en la optimización del uso de los medicamentos “de uso común”, campo donde entre todos los profesionales sanitarios debemos encontrar la solución.

Por otro lado, la actualidad sanitaria de este mes viene marcada, en primer lugar, por la llegada al Ministerio de Sanidad de un nuevo titular, farmacéutico de profesión. Habiendo recibido la felicitación expresa por su nombramiento y los mejores deseos desde el Consejo General de Colegios Farmacéuticos, el nuevo ministro tendrá entre sus retos principales avanzar en la actualización de la Ley de Garantías y Uso Racional de Medicamentos y Productos Sanitarios y abordar las medidas que palíen los problemas de suministro (desde la UE se empieza a preferir hablar de “escasez de medicamentos”), que han tendido a agravarse en los últimos meses.

En el ámbito de los nuevos medicamentos, destacamos la incorporación de Bimervax®, la vacuna contra la COVID-19 desarrollada por el laboratorio español Hipra, que finalmente ha recibido opinión positiva por la Agencia Europea de Medicamentos como refuerzo del régimen vacunal, y confiemos, llegará a la población de forma inminente; se trata de una vacuna con fácil capacidad de adaptación a nuevas variantes virales y que puede conservarse en nevera, una clara ventaja respecto a otras opciones.

En este número de Panorama ofrecemos la revisión de cuatro nuevos medicamentos de reciente comercialización. El más innovador de ellos es quizás bimekizumab, una nueva terapia biológica frente a la psoriasis en placas con resultados prometedores. También representan un notable progreso en sus indicaciones los antiinfecciosos cabotegravir, en el tratamiento del VIH, y bedaquilina, en la farmacoterapia de la tuberculosis multirresistente, así como el anticuerpo monoclonal belantamab mafodotina, indicado en últimas líneas del mieloma múltiple y con designación de medicamento huérfano. En las siguientes páginas presentamos asimismo una actualizada revisión sobre aspectos generales y específicos el cáncer de colon, una enfermedad en la que los farmacéuticos cumplen un importante papel asistencial.

Esperamos que disfrutéis de la lectura.

Baclofeno en esclerosis múltiple: ¿también para inducir la remielinización?

La esclerosis múltiple es una enfermedad en la que se produce un ataque de las células del sistema inmunitario a las vainas de mielina que recubren los axones de las células nerviosas. La mielina es fundamental para permitir que la transmisión nerviosa se produzca a gran velocidad, de modo que los síntomas más característicos de la enfermedad, tales como debilidad muscular, pérdida de la sensibilidad y rigidez o espasticidad muscular, están directamente asociados a la desmielinización.

El baclofeno es un fármaco usado desde hace décadas como tratamiento de la espasticidad en diferentes enfermedades, entre ellas la esclerosis múltiple. Actúa como un agonista selectivo del receptor B del ácido gamma-aminobutírico (GABAB) reduciendo la liberación de neurotransmisores excitatorios como el glutamato y, así, la contracción y la rigidez muscular.

Sin embargo, recientemente se ha descubierto un posible nuevo mecanismo por el cual el baclofeno podría ser de utilidad para los pacientes con esclerosis múltiple. Un grupo de investigadores de distintas instituciones científicas españolas ha llevado a cabo un estudio in vitro a partir de tejido nervioso de modelos de rata y ratón a los que se provocó desmielinización en el sistema nervioso central (SNC) y que posteriormente fueron tratados con suero salino o baclofeno por vía intraperitoneal. De los animales se extrajo tejido cerebelar y del nervio óptico y se analizó por métodos inmunohistoquímicos o por microscopía de transmisión electrónica. Los resultados indican que la administración de baclofeno indujo la remielinización de estos tejidos y que el tratamiento podría contribuir a la maduración de los oligodendrocitos, las células encargadas de producir la vaina de mielina en el SNC. Los investigadores hipotetizan, en definitiva, que este efecto podría deberse a la activación específica del receptor de GABAB producida por el baclofeno.

Dado que la magnitud de la pérdida de mielina se relaciona directamente con la gravedad de la esclerosis múltiple, la posibilidad de incrementar la capacidad de remielinización podría permitir un mejor control de la enfermedad, aun no suponiendo una cura de la misma. El hecho de que el baclofeno sea ya un fármaco habitualmente utilizado en pacientes con esclerosis múltiple abre la puerta a analizar mediante técnicas de imagen no invasivas el posible efecto en humanos en la remielinización. Por ahora se cuenta con estos resultados en modelos animales, pero la determinación de la eficacia y, en su caso, de una dosis apropiada, requerirá de estudios clínicos exhaustivos.

Más cerca de una prueba no invasiva de cribado en cáncer de vejiga

El cáncer de vejiga es uno de los tumores más prevalentes en España y fue la causa de más de 4000 fallecimientos en nuestro país en el año 2021. El diagnóstico precoz es fundamental para el pronóstico, puesto que en el caso de los tumores localizados la supervivencia a los 5 años es superior al 80%, mientras que se reduce a menos del 50% si la detección se produce en estadios avanzada. La prueba considerada actualmente como gold standard en el diagnóstico del cáncer de vejiga es la cistoscopia. Se trata de una prueba invasiva y que causa molestia e incomodidad en los pacientes, al consistir en la introducción de un tubo con una cámara a través del meato urinario hasta la uretra y la vejiga con el objetivo de visualizar el tejido y, en su caso, tomar una muestra histológica que posteriormente podrá ser analizada en laboratorio.

Tratando de reducir esta incomodidad, se ha investigado con nuevas técnicas y métodos mínimamente invasivos pero con alta sensibilidad y especificidad. Este ha sido el propósito de un equipo de investigadores que, aprovechando los avances en genética y biología molecular, ha diseñado y validado un test urinario que permite detectar mutaciones en 10 genes relacionados con un incremento del riesgo de desarrollar la enfermedad1.

Se recogieron muestras de orina de más de 50 000 participantes a lo largo de 10 años, 40 de los cuales desarrollaron la enfermedad en ese periodo. Se pudieron analizar las muestras de 29 de esos 40 pacientes y se testaron frente a las de otros 98 participantes que sirvieron de control. Los parámetros incluidos en el test permitieron la identificación del 66% de los casos de cáncer con muestras recogidas hasta 12 años antes del diagnóstico. En 14 casos el cáncer se produjo en los 7 años siguientes a la recolección de la muestra y, de ellos, con el test pudo predecirse el 86%. En los pacientes con resultado negativo en el test que padecieron cáncer de vejiga durante el periodo de seguimiento, éste se produjo al menos 6 años después de la recolección de la muestra. También se analizaron muestras de orina de pacientes ya diagnosticados de la enfermedad, encontrándose mutaciones en el test urinario en el 71% de los pacientes con tumores visibles en cistoscopia, mientras que el test fue negativo en el 94% de los casos en que la cistoscopia también fue negativa.

Las características de este test lo convierten en un buen candidato para servir de técnica de cribado poblacional, pero antes de ello deberán realizarse estudios más amplios que permitan cuantificar detalladamente la sensibilidad y la especificidad de la prueba, parámetros cruciales dada la gravedad que puede conllevar un diagnóstico erróneo, especialmente en caso de falso negativo.

Infecciones del tracto respiratorio inferior en la infancia y mortalidad prematura en el adulto

La infancia temprana, el periodo que abarca los 2 primeros años de vida, es a la vez una etapa crucial en el desarrollo de todos los órganos y un momento en el que la susceptibilidad a numerosos factores agresivos se encuentra incrementada, por ejemplo como consecuencia de la madurez incompleta del sistema inmunitario, que provoca una mayor vulnerabilidad frente a las infecciones.

La sospecha de que estas infecciones padecidas en los primeros meses de vida puedan tener repercusiones tales como un aumento del riesgo de desarrollar comorbilidades e incluso de condicionar un aumento de la mortalidad en la edad adulta ha llevado a un equipo de investigadores británicos a realizar un estudio longitudinal de cohortes con el objetivo de estimar la asociación entre las infecciones del tracto respiratorio inferior (en adelante, ITRI) en la infancia temprana y el riesgo de mortalidad prematura en el adulto debida a una enfermedad respiratoria.

En su trabajo emplearon una cohorte representativa de 5362 personas nacidas en Reino Unido en marzo de 1946, con 3589 participantes que se incluyeron en el análisis de supervivencia a partir de 1972 (tras cumplir 26 años). De entre estos, el 25% de los participantes que padeció una ITRI en la infancia temprana presentaba un mayor riesgo de muerte hasta los 73 años respecto a aquellos que no la padecieron (HR: 1,93; p= 0,021), tras ajustar el análisis en función de factores como el peso al nacer, el hábito tabáquico o factores socioeconómicos. Estos datos se corresponden con un exceso de riesgo poblacional del 20,4% y con un exceso de mortalidad estimado en aproximadamente 180 000 personas en Inglaterra y Gales entre 1972 y 2019. Por tanto, las ITRI en la infancia temprana se asociaron en este estudio a una probabilidad de muerte prematura de casi el doble respecto a la población no afectada por este factor.

En este estudio no se diferenció entre tipos de ITRI (bronquitis, bronquiolitis o neumonía, por ejemplo) ni entre agentes causales, por lo que no permite conocer si el exceso de riesgo observado está relacionado en mayor medida con un tipo de exposición más concreta, o si el mero hecho de padecer estas infecciones resulta por sí mismo en un mayor riesgo de muerte prematura por enfermedades respiratorias. No obstante, los resultados ponen de relieve la importancia de prevenir infecciones graves en este crítico periodo de la vida (y también de tratarlas adecuadamente) y abren la puerta a realizar estudios más concretos que arrojen luz sobre el mecanismo concreto que subyace tras este aumento del riesgo.

Cáncer colorrectal: terapéutica actual

Resumen

El cáncer de colon es un tipo de cáncer colorrectal (CCR) que se produce como consecuencia del crecimiento descontrolado de células presentes a este nivel, con capacidad para invadir órganos a distancia. Se trata de uno de los tipos de cáncer más comunes en España y a nivel mundial, con una prevalencia estimada superior a los 200 000 casos en nuestro país. Así, en España es el tercer cáncer más frecuente en varones y el segundo en mujeres y es responsable de la muerte de aproximadamente 11 000 personas al año. A pesar de tratarse de una enfermedad de etiopatogenia multifactorial, se conocen determinadas mutaciones vinculadas a un incremento del riesgo, como las que se producen en el gen APC o en los genes relacionados con la reparación del ADN, como el MMR (mismatch repair); también es uno de los tipos de cáncer más claramente influidos por factores relacionados con el estilo de vida, como el sedentarismo, el hábito tabáquico, dietas bajas en fibra y ricas en carnes rojas y la obesidad.

El CCR habitualmente se desarrolla a lo largo de varios años a partir de lesiones y pólipos, de los cuales pueden distinguirse varios tipos con diferente morfología, características moleculares y tendencia a la malignización. El precursor más frecuente del CCR es el adenoma clásico, aunque existen subtipos con bajo y alto grado de neoplasia. Esta y otras lesiones menos habituales son generalmente silentes en estadios iniciales y, cuando aparecen síntomas, suelen consistir en cambios en el hábito intestinal (estreñimiento o diarrea), rectorragia y dolor abdominal. Debido a ello y dado el largo periodo de desarrollo, en esta enfermedad destaca la importancia de la prevención y el diagnóstico precoz, motivo por el que se han diseñado estrategias de cribado fundamentadas en la detección de sangre oculta en heces. Ante un resultado positivo, la colonoscopia se considera el gold standard como prueba de diagnóstico. La introducción de estos programas de cribado ha permitido aumentar la supervivencia, dado que el pronóstico del CCR en estadios iniciales (0 o 1) es muy favorable, con una supervivencia en torno al 90%, frente a un 15% cuando la enfermedad se ha diseminado a distancia.

El tratamiento se fundamenta en la cirugía siempre que el tumor sea resecable, generalmente junto con quimioterapia adyuvante con el objetivo de erradicar micrometástasis y de reducir la probabilidad de recidivas. La quimioterapia clásica suele consistir en regímenes combinados de fluoropirimidinas, oxaliplatino e irinotecán. No obstante, en los últimos años se han aprobado nuevos fármacos de origen biológico e inhibidores de tirosinas cinasas que se dirigen a frenar la angiogénesis, el potencial neoplásico o a favorecer la respuesta inmunitaria frente a las células tumorales en CCR metastásico.

Los farmacéuticos, comunitarios y hospitalarios, desempeñan una función asistencial clave respecto al CCR, pudiendo actuar a nivel de educación sanitaria en la prevención mediante la promoción de hábitos de vida saludables, tales como una dieta equilibrada, la práctica de ejercicio y el abandono del tabaquismo; también a través de la participación en los programas de cribado en algunas Comunidades Autónomas; y finalmente en el manejo de los efectos secundarios del tratamiento y en el cuidado de la ostomía.

Introducción: definición y clasificación

El cáncer colorrectal (en adelante, CCR) se produce cuando las células del revestimiento interno del intestino grueso crecen de forma incontrolada, desarrollando la capacidad de invadir órganos a distancia. Dependiendo del lugar de origen (Figura 1), el CCR puede clasificarse como cáncer de colon estrictamente hablando, cuando los tumores se presentan en el colon ascendente o derecho, en el colon transverso o en el colon descendente o izquierdo; y como cáncer de recto, cuando los tumores se producen en esta localización distal.


Históricamente se han propuesto diferentes clasificaciones según el estadio de la enfermedad. La primera, propuesta en 1932, dividía la enfermedad en tres estadios dependiendo de la profundidad de la infiltración del tumor y la afectación o ausencia de afectación de ganglios linfáticos (A, B y C). Esta clasificación fue modificada para diferenciar dos subestadios –B y C– que consideraban si la infiltración tumoral sobrepasaba la muscular propia1. Posteriormente se introdujo un estadio D para los casos en los que se confirmaban metástasis a distancia, con un peor pronóstico.

Actualmente, el sistema más utilizado para clasificar el CCR es la clasificación TNM (tumor, node, metastasis) de la American Joint Committee on Cancer (AJCC), que tiene en cuenta el tamaño tumoral (T), la afectación de los ganglios linfáticos regionales (N) y la invasión de los órganos a distancia (M) (Tabla 1). Dependiendo de las características presentadas a nivel individual, esta clasificación permite establecer un pronóstico y guiar el tratamiento.


En líneas generales, el CCR es una enfermedad que habitualmente se desarrolla a lo largo de varios años, a partir de lesiones y pólipos (Figura 2) con tendencia neoplásica como consecuencia de la mutación en determinados genes. La morfología y características moleculares de estas lesiones se relacionan con los genes concretos en los que se han producido mutaciones y permite distinguir varias posibles vías de desarrollo (IARC, 2019), descritas a continuación.


El adenoma clásico es el precursor más frecuente del CCR. Se trata de una lesión neoplásica frecuentemente relacionada con mutaciones en el gen APC. Se pueden distinguir tres tipos de este adenoma en función de sus características “vellosas”2 : el adenoma tubular (<25% de adenomas vellosos), el adenoma tubulovelloso (25-75% vellosos) y el adenoma velloso (>75% vellosos). Se pueden distinguir también los adenomas avanzados, que son aquellos con un tamaño superior a 10 mm y/o de tipo tubulovelloso o velloso y/o con un alto grado de neoplasia y están asociados a un mayor riesgo de desarrollar nuevos adenomas y CCR.

Se pueden distinguir también pólipos serrados, denominados así por presentar una morfología en forma similar a una sierra, y que se pueden asociar también al desarrollo de la enfermedad. El más común es el pólipo hiperplásico, que habitualmente es inferior a 5 mm de diámetro y se presenta en las zonas más distales del colon. El pólipo hiperplásico, no obstante, tiene un potencial de malignización muy bajo.

Por el contrario, los pólipos hiperplásicos microvesiculares más proximales tienen una mayor tendencia a progresar hacia las denominadas lesiones serradas sésiles, que se consideran un tipo de lesión precursora del CCR. La neoplasia puede ocurrir en más de un 30% de este tipo de lesiones, que habitualmente presentan mutación en el gen BRAF y un fenotipo metilador de las islas CpG, que provoca inestabilidad en los microsatélites.

Existe un tercer tipo de lesiones y pólipos serrados, el denominado adenoma serrado tradicional. Se trata de un tipo raro, que representa entre el 0,5% y el 2,5% de los pólipos colorrectales.

El citoplasma de estas células suele ser característicamente eosinofílico y su núcleo elongado. Habitualmente presentan mutaciones en el gen KRAS y el riesgo de progresión hacia adenomas avanzados o CCR es aproximadamente el doble respecto a los adenomas clásicos.

Epidemiología y factores de riesgo

El CCR es el tercer cáncer más prevalente a nivel mundial. De acuerdo al informe Las cifras del cáncer en España (SEOM, 2023), se estima que en el año 2020 en España había una prevalencia de más de 220 000 casos de cáncer de colon, de los cuales el aproximadamente el 56% se presentaban en hombres y el 44% en mujeres. En el caso de los cánceres de recto, se estima que en ese año había 110 000 pacientes con esta enfermedad, siendo también más prevalente entre los varones (58% vs. 42%). El cáncer de colon ocuparía así el tercer lugar en frecuencia en el varón, tras los tumores de próstata y pulmón, y el segundo en la mujer, tras el cáncer de mama. En 2021 fallecieron en España 11 000 personas como consecuencia del cáncer de colon y 4000 debido a tumores malignos del recto, de la porción rectosigmoide y del ano.

A nivel de la Unión Europea de los 27, la incidencia media de cáncer de colon se encuentra en 49 casos por 100 000 habitantes, encontrándose España por encima de la media (59 casos por 100 000 hab.), de acuerdo a los datos del European Cancer Information System (2020). Respecto a la tasa de mortalidad por cáncer de colon, la media europea se encuentra en 24 casos por 100 000 hab., siendo ligeramente superior en España, con 26 casos por 100 000 hab.

De acuerdo a los datos del National Cancer Institute3 (NCI) de Estados Unidos, la supervivencia a cinco años en el CCR es del 65%, pero varía de manera importante dependiendo del estadio del tumor en el momento del diagnóstico. En el caso de los tumores localizados, la supervivencia es del 91%, desciende al 73% en tumores que afectan a ganglios linfáticos regionales y tan solo alcanza el 15% cuando la enfermedad se ha diseminado a distancia.

El riesgo de padecer CCR aumenta con la edad, especialmente a partir de los 50 años. Según datos del NCI, la edad mediana al diagnóstico para el CCR es de 67 años, pero se está observando una preocupante tendencia de aumento de la incidencia en población joven sin factores genéticos identificados de aumento del riesgo (Giannakis et al., 2023), de modo que a pesar de que la incidencia global de CCR se ha reducido desde la década de los 90 del siglo XX, la incidencia ajustada por edad se ha doblado en pacientes menores de 30 años, probablemente como consecuencia de la exposición a factores de riesgo relacionados con el estilo de vida, como la obesidad o el sedentarismo.

Los factores de riesgo identificados para el desarrollo del CCR, comentados a continuación, pueden dividirse de acuerdo a su naturaleza ambiental o hereditaria y a los antecedentes personales y familiares.

SÍNDROMES DE PREDISPOSICIÓN HEREDITARIA

Poliposis adenomatosa familiar (PAF)

Se trata de una enfermedad con un patrón de herencia autosómico dominante causada mayoritariamente por mutaciones germinales en el gen APC, que codifica para una proteína con el mismo nombre y actividad supresora de tumores. Supone el 1% de todos los casos de CCR y se caracteriza en su forma clásica por la presencia de múltiples (>100) adenomas colónicos que aparecen en la infancia y evolucionan hacia la malignidad en el 90% de los pacientes antes de los 45 años. La mutación en el gen APC también puede producir una forma atenuada de la enfermedad en la que hay un menor número de adenomas colónicos (10-100), un riesgo algo inferior de desarrollo de CCR y una edad de aparición más tardía.

Además del gen APC se ha descrito la relación de la PAF con mutaciones en otros genes, como NTHL1, que predispone al desarrollo de poliposis y múltiples tumores en diferentes localizaciones; MBD4, en el que aparecen poliposis y leucemia mieloide aguda; POLE y POLD1, que predisponen a múltiples tumores por alteración de la capacidad correctora de errores en el ADN; y MSH3 y MLH3, relacionados con el sistema de reparación de bases desapareadas del ADN y cuyas mutaciones predisponen a la aparición de poliposis adenomatosa (Balaguer et al., 2022).

Se recomienda el análisis mutacional del gen APC en el caso índice y el asesoramiento de los familiares en riesgo con el objetivo de establecer un adecuado programa de seguimiento y prevención. El tratamiento consiste en la cirugía, normalmente entre los 20 y los 40 años.

Cáncer colorrectal hereditario no polipósico (CCHNP)

También llamado síndrome de Lynch, es una enfermedad hereditaria autosómica dominante más común que la PAF, relacionándose con hasta un 3% de los casos de CCR. Se produce por una mutación germinal en alguno de los genes MMR (mismatch repair), relacionados con la reparación de emparejamientos erróneos del ADN (ML1, MSH2, MSH6, PMS2) o por la pérdida de expresión de MSH2 secundaria a la deleción del gen EPCAM. Estas mutaciones ocasionan inestabilidad de fragmentos repetitivos del ADN (microsatélites), distribuidos a lo largo del genoma, y en la acumulación de errores en la replicación del ADN.

Se caracteriza por el desarrollo de cáncer de colon a edades tempranas (frecuentemente antes de los 50 años), con tendencia a presentar lesiones sincrónicas o metacrónicas4, así como neoplasias de otro origen (ovario, endometrio, estómago, páncreas, vías urinarias, vías biliares, intestino delgado y cerebrales). Histológicamente, destaca la presencia de abundante moco y un pobre grado de diferenciación celular. Los tumores se presentan con mayor frecuencia en el colon derecho o ascendente.

Otras características que diferencian al CCR relacionado con el síndrome de Lynch de otros tipos son (Balaguer et al., 2017):

  • La aparición de pólipos planos. En la población general, los pólipos tienen una forma similar a un champiñón, que los hace más fácilmente detectables en una colonoscopia.
  • Un proceso de malignización de los adenomas más rápido (incluso inferior a 3 años).
  • Mejor pronóstico que en la población general.

HISTORIA PERSONAL O FAMILIAR

Los antecedentes personales de CCR suponen un riesgo de padecer un segundo tumor incrementado en un 1,5-3% durante los 5 primeros años tras la cirugía. Las personas que presentan pólipos adenomatosos de tamaño superior a 1 cm con displasia de alto grado también presentan un mayor riesgo de padecer la enfermedad, por lo que en estas personas está especialmente recomendado el seguimiento y la realización habitual de un test de cribado (Figura 3).


Además, los antecedentes familiares de CCR, aun sin diagnóstico de un síndrome genético, pueden hacer que la probabilidad de padecer un CCR sea del doble respecto a la población general en el caso de tener un familiar de primer grado afectado. En el caso de que en una misma familia haya más de dos familiares de primer grado afectados, el riesgo se ve incrementado en mayor medida y el pronóstico empeora cuando el diagnóstico se produce en pacientes menores de 50 años.

CONDICIONES DE SALUD DEL PACIENTE

La enfermedad inflamatoria intestinal (EII), especialmente la colitis ulcerosa, es un factor de riesgo bien identificado de desarrollo de neoplasias de colon. En los casos en que la enfermedad es extensa (pancolitis), el riesgo puede ser de entre 5 y 15 veces superior respecto a la población general, mientras que cuando la afectación tiene lugar a nivel de colon izquierdo el riesgo es unas 3 veces superior. Para la enfermedad de Crohn se dispone de menos datos, pero en caso de pancolitis parece que el aumento del riesgo es similar al de la colitis ulcerosa. El tratamiento específico de estas enfermedades permite controlar la inflamación y puede reducir el riesgo de desarrollo de tumores.

La acromegalia, la inmunosupresión a largo plazo tras trasplante renal, el uso de terapias de deprivación androgénica y la colecistectomía también se han descrito como factores asociados a un mayor riesgo de padecer la enfermedad.

FACTORES AMBIENTALES Y SOCIALES

Numerosos factores relacionados con el estilo de vida y con condicionantes sociales se han relacionado con un incremento del riesgo de padecer CCR. Entre ellos destacan el consumo de alcohol, que es un conocido carcinógeno; el hábito tabáquico; el sedentarismo; o una dieta baja en fibra o rica en carnes rojas y grasas de origen animal.

La obesidad se relaciona también con un mayor riesgo de desarrollar la enfermedad. Aunque en ocasiones se ha intentado establecer un vínculo entre la obesidad y determinados subtipos de CCR, en un reciente estudio de casos y controles (N= 22 885) se encontró que los pacientes obesos, con un IMC (índice de masa corporal) superior a 30 kg/m2, presentaban un riesgo más alto de padecer cualquier tipo de CCR frente a aquellos que tenían un peso considerado normal de acuerdo a su IMC (18,5-25), con una OR de 1,47 (IC95%: 1,36-1,59; p< 0,001), o sea, una probabilidad un 47% mayor, pero sin un vínculo claro entre la obesidad y un subtipo concreto de la enfermedad (Murphy et al., 2023).

Factores de índole socioeconómica como la pobreza, un bajo nivel educativo, el hecho de ser inmigrante, la carencia de redes de apoyo social y el aislamiento social se han asociado tanto a una mayor incidencia de CCR como a una menor tasa de supervivencia. En una revisión sistemática (Coughlin, 2020) se observó que las personas casadas o bien integradas socialmente tienden a ser diagnosticadas en estadios más tempranos, lo que puede relacionarse con una mayor probabilidad de supervivencia.

Etiopatogenia y aspectos clínicos

Grosso modo, durante la etapa de iniciación de la carcinogénesis, con independencia del tejido, es característica la alteración –mutación– de genes que tienen funciones críticas de control del crecimiento celular; mutaciones que se van acumulando a lo largo del tiempo y provocan un desequilibrio de los sistemas de control de la proliferación y división celulares, hasta el punto de impedir la neutralización de las mutaciones oncogénicas y su sucesiva acumulación. Por otro lado, en el crecimiento y en la división celular participan diferentes procesos de señalización que, en condiciones fisiológicas normales, facilitan el equilibrio entre los estímulos que inducen el crecimiento celular y aquellos que lo inhiben; en consecuencia, la neoplasia aparece solo cuando este equilibrio se rompe a favor de un crecimiento desmesurado y desordenado.

Si bien es relativamente común que las cadenas de los ácidos nucleicos experimenten alteraciones o lesiones, en el núcleo celular existen varios sistemas de reparación de las mismas; pero estos sistemas no siempre son competentes y algunas de las lesiones pueden llegar a ser tan relevantes como para hacer inviable la continuidad vital de la célula. En ese momento, se ponen en marcha un conjunto de mecanismos bioquímicos programados que acaban por destruir la célula en cuestión; se trata, por tanto, de un auténtico suicidio programado, denominado apoptosis. Es este un mecanismo de seguridad que tiene una importancia biológica extraordinaria, ya que elimina las células muy defectuosas que impedirían o dificultarían gravemente el normal desarrollo y actuación de las restantes sanas. No obstante, no todas las lesiones del ADN son lo suficientemente importantes como para inducir la apoptosis celular.

Los agentes externos al propio organismo susceptibles de inducir directa o indirectamente la transformación tumoral de una célula sana son los denominados carcinógenos. Pueden ser productos químicos, microorganismos (especialmente virus, tanto ADN como ARN) y procesos físicos (especialmente radiaciones ionizantes y ultravioletas). Por otro lado, los genes relacionados con la inducción de la transformación maligna y el crecimiento tumoral se llaman oncogenes, los cuales codifican la síntesis de proteínas muy variadas –factores de transcripción, proteínas reguladoras, remodeladores de la cromatina, factores de crecimiento y sus receptores, entre otras– que controlan la proliferación celular, el proceso de apoptosis o ambos. La activación de los oncogenes es también muy variada: las mutaciones y translocaciones acostumbran a ocurrir en la etapa de iniciación o durante la etapa de promoción, mientras que la amplificación génica sucede habitualmente durante la etapa de promoción y progresión.

El CCR, como el resto de procesos neoplásicos, es una enfermedad con una etiopatogenia compleja en la que participan numerosos factores, de naturaleza biológica y también relacionados con factores sociales y culturales del individuo. Como se ha indicado, puede existir una predisposición a la aparición de las lesiones premalignas (pólipos), pero en la mayor parte de los casos en los que la malignización llega a producirse se pueden identificar diversos factores que incrementan el riesgo individual.

Los pólipos colónicos son crecimientos anormales de tejido que se producen a partir de la mucosa del intestino grueso. Son frecuentes en la población adulta, con una prevalencia del 20-30%, y se clasifican dicotómicamente como neoplásicos (adenomas y pólipos serrados) o no neoplásicos (hiperplásicos, mucosos, etc.).

La mayor parte de los CCR se desarrollan a partir de adenomas evolucionados que progresan desde pequeñas lesiones milimétricas a lesiones de mayor tamaño, con displasia y tumor infiltrante, en la secuencia conocida como “adenoma-carcinoma”, que se produce a lo largo de varios años.

La resección de estos pólipos permite reducir el riesgo de desarrollo de CCR. Por este motivo, y teniendo en cuenta la alta prevalencia de las lesiones polipoideas en la población adulta, especialmente por encima de los 50 años, así como su carácter silente, se han desarrollado programas de cribado poblacional que pueden permitir la detección antes de que existan síntomas perceptibles por el paciente. Estos cribados, de acuerdo a la Fundación Española del Aparato Digestivo, pueden consistir en una prueba de detección de sangre oculta en heces, en una sigmoidoscopia o en una colonoscopia.

El test para la detección de sangre oculta en heces es una prueba sencilla y barata. La muestra puede recogerse en casa, consistiendo en la toma de una muestra de heces que se analiza en laboratorio con el objetivo de descartar la posible presencia de pequeños restos de sangre. Un resultado negativo indica una probabilidad muy baja de padecer CCR, mientras que el resultado positivo indica la presencia de sangre, pero no su causa, puesto que además del cáncer de colon puede producirse por otros motivos como un pólipo grande, hemorroides o lesiones de otro tipo. Por ello, un resultado positivo implica la necesidad de realizar una colonoscopia que permita encontrar la causa del sangrado. Se trata de la prueba más habitual en cribado poblacional para esta enfermedad.

La colonoscopia, técnica gold standard en el diagnóstico, permite visualizar el interior del colon y del recto mediante un endoscopio flexible introducido por el ano. Se trata de una técnica rápida, pero más invasiva, y que suele requerir de la sedación –a nivel intrahospitalario– del paciente con el objetivo de reducir las molestias; no obstante, tras la recuperación de la sedación el paciente puede volver a casa. Para su realización es necesario que el colon esté limpio, por lo que el paciente debe acudir a la prueba en ayunas y generalmente tras haber tomado algún laxante prescrito de manera específica. Se trata de un método con alta capacidad para detectar lesiones y que permite extirpar pólipos durante la propia realización de la prueba.

Por su parte, la sigmoidoscopia permite explorar la parte más distal del colon (colon izquierdo) y extirpar las lesiones presentes en esta zona. Así, reduce la probabilidad de desarrollar cáncer de colon izquierdo y cáncer de recto, pero no de colon derecho. A diferencia de la colonoscopia, no suele precisar de sedación.

Otras pruebas que pueden estar indicadas en el diagnóstico son el test fecal inmunoquímico de ADN, que combina la detección de sangre oculta en heces con la búsqueda de mutaciones concretas del ADN específicas del CCR; la colonografía por tomografía computarizada, con una menor capacidad que la colonoscopia para detectar lesiones pequeñas; la cápsula de colon, que debe ingerirse y toma fotografías al pasar por el colon y puede ser una alternativa para personas en las que la colonoscopia esté contraindicada; y el test de septina 9, realizado a partir de una muestra de sangre para la detección de la forma metilada del gen SEPT9, que se encuentra en un porcentaje muy elevado de CCR.

Además de las pruebas de laboratorio, los criterios de Ámsterdam II (Tabla 2) y de Bethesda modificados (Tabla 3) permiten orientar el pronóstico, y también se dispone en la actualidad de modelos informáticos de estimación del riesgo, como los modelos MMRpro o PREMM, que pueden facilitar el diagnóstico.


El riesgo de malignización aumenta con el tamaño del adenoma, el número y la histología del mismo (adenomas vellosos y tubulovellosos presentan mayor riesgo que adenomas tubulares), por lo que estos factores sirven para establecer las recomendaciones de seguimiento endoscópico. No obstante, en pacientes con síndromes genéticos identificados en los que se pueda prever un mayor riesgo de desarrollo precoz será importante el establecimiento de medidas especiales de seguimiento y diagnóstico precoz.

Los síntomas más frecuentes en el momento del diagnóstico se relacionan con las lesiones ocasionadas por el tumor primario y por las metástasis, en caso de que éstas hubieran tenido ya lugar. Las manifestaciones clínicas más habitualmente debidas al tumor primario y que suelen motivar la realización de una colonoscopia son:

  • Cambios en el hábito intestinal: tanto estreñimiento como diarrea inusuales.
  • Rectorragia (hemorragia a nivel del recto que se traduce en la presencia de sangre, sola o en heces).
  • Dolor abdominal.
  • Anemia ferropénica.

Los cambios en el hábito intestinal y la rectorragia son más frecuentes en los tumores del colon descendente o izquierdo debido al menor diámetro de la luz intestinal a este nivel y también porque la localización más distal implica que el contenido fecal esté más formado. En cambio, la anemia ferropénica es más común en los tumores de ciego y colon ascendente, donde las pérdidas insensibles de sangre ocurren con una frecuencia casi 4 veces mayor. Cuando se producen tumores rectales, es característico el dolor local y sensación de urgencia por defecar aunque los intestinos estén ya vacíos (tenesmo).

Estos síntomas suelen presentarse de manera insidiosa, durante meses o años, lo que tiende a retrasar el diagnóstico. En otras ocasiones puede presentarse un cuadro agudo con intenso dolor e hinchazón abdominal, estreñimiento y vómitos, como consecuencia de una obstrucción intestinal que impide el tránsito y que puede desembocar en un abdomen agudo por perforación intestinal. El desarrollo de eventos trombóticos o de infecciones sistémicas por microorganismos habitualmente presentes en el intestino pueden ser otros elementos que sirvan de alarma y motiven el diagnóstico.

En caso de metástasis, la diseminación de las células tumorales a través del torrente sanguíneo puede ocasionar una gran variedad de síntomas y la aparición de un cuadro característico de muchas enfermedades oncológicas en situación avanzada, que incluye astenia, anorexia y pérdida involuntaria de peso. La ausencia de síntomas tempranos que alarmen al paciente hace especialmente importantes los programas de cribado poblacional, puesto que aproximadamente un 20% de los pacientes son diagnosticados una vez que ya se han producido metástasis, que pueden tener lugar por vía hemática o linfática. Inicialmente suelen ocurrir a nivel hepático, pulmonar, peritoneal o en los ganglios linfáticos, pero a medida que progresa la enfermedad, prácticamente cualquier órgano podría verse afectado. En el caso de los tumores rectales, debido a las características del drenaje venoso a este nivel, es habitual que el primer lugar de asiento de la metástasis sea el pulmón y no el hígado, como ocurre en tumores más proximales.

Uno de los elementos que mayor peso tiene a la hora de establecer el pronóstico es el estadio de la enfermedad en el momento del diagnóstico. La supervivencia a medio y largo plazo se reduce drásticamente en los tumores en estadio IV, en los que se debe tener en cuenta el estado general del paciente como condicionante de la posible adopción de tratamientos más intensivos. Sin embargo, en estadios menos avanzados se deben tener en cuenta otros muchos factores pronósticos (Tabla 4).


Para los pacientes diagnosticados en los estadios II y III existen una serie de criterios clínicos que tienen implicación pronóstica y que pueden servir para la toma de decisiones terapéuticas, como la indicación de completar el tratamiento quirúrgico con quimioterapia o radioterapia. Se acepta, por ejemplo, que aquellos pacientes que presentan mutaciones en el gen BRAF suelen presentar peor pronóstico, por lo que se recomienda su análisis de estado mutacional para realizar una adecuada selección del tratamiento. Conocer el estatus de mutaciones en otros genes, como RAS (KRAS y NRAS) es de gran interés por su valor predictivo de respuesta a fármacos anti-receptor del factor de crecimiento epidérmico (EGFR) y por su implicación pronóstica.

Los tumores en el colon derecho tienen generalmente peor pronóstico y las tasas de supervivencia de estos pacientes se reducen al ser tratados con fármacos inhibidores de EGFR en comparación con un tratamiento antiangiogénico, mientras que los tumores en el lado izquierdo presentan una mejor respuesta con fármacos anti-EGFR (Benavides et al., 2020). El motivo no se conoce completamente, pero podría estar relacionado con un diferente perfil molecular.

Tratamiento

En líneas generales, los objetivos del tratamiento del CCR pueden variar dependiendo del estadio y de la situación funcional del paciente en el momento del diagnóstico. Actualmente no existe un tratamiento farmacológico estándar establecido en primera o segunda línea. En los tumores localizados, el tratamiento suele consistir en la cirugía, que en algunos casos tiene potencial curativo por sí misma y en otros puede ser complementada con quimioterapia adyuvante para disminuir la tasa de recaídas. En aquellos tumores localizados a nivel del recto puede estar indicado el tratamiento complementario –a la cirugía– con radioterapia o quimiorradioterapia para disminuir la probabilidad de recaída a nivel local, frecuente en esta localización.

Cuando el diagnóstico de la enfermedad se produce en estadio avanzado, se debe valorar inicialmente la posibilidad de tratamiento local a nivel de las metástasis, bien con cirugía o bien con otras técnicas. En los casos en los que la enfermedad está avanzada se requiere de tratamiento sistémico que, dependiendo de las circunstancias concretas de cada caso, se establecerá en un contexto perioperatorio o tras el tratamiento local, y generalmente se alargará durante aproximadamente seis meses (Morris et al., 2023).

Si la enfermedad ya no se considera curable, el objetivo del tratamiento será mejorar la calidad de vida, evitar las complicaciones asociadas a la progresión del tumor y prolongar la supervivencia.

FARMACOTERAPIA DEL CCR

Quimioterapia adyuvante y para la enfermedad avanzada

Se denomina quimioterapia adyuvante al tratamiento establecido tras la resección del tumor primario. El objetivo de este tratamiento es erradicar micrometástasis, reduciendo la probabilidad de recaída e incrementando las posibilidades de curación en pacientes en estadio III, en los que la probabilidad de recidivas puede reducirse en torno a un 30%, y en algunos casos en pacientes en estadio II que presentan determinados factores de riesgo, como un debut clínico con obstrucción o perforación intestinal, histología pobremente diferenciada o tumores T4. En pacientes en estadio II, un déficit en determinados genes reparadores del ADN (MMR) generalmente se asocia a un mejor pronóstico y a la vez a una menor tasa de respuesta a fluoropirimidinas.

En el caso de la enfermedad avanzada, el objetivo de la administración de quimioterapia es controlar los síntomas producidos por las metástasis tumorales, mejorando la calidad de vida e incrementando la supervivencia. Para establecer un tratamiento concreto se deben considerar distintos factores:

-El estado general del paciente, teniendo en cuenta su edad, comorbilidades y síntomas relacionados con la enfermedad. La escala ECOG (Eastern Cooperative Oncology Group)5 es una de las más utilizadas con este propósito.

-La situación de la enfermedad: resecable, potencialmente resecable o irresecable. Esta valoración se realiza en muchas ocasiones en el marco de un comité multidisciplinar a nivel hospitalario con el objetivo de decidir la secuencia y la terapéutica a emplear.

-Las características moleculares de la enfermedad: se recomienda determinar el estatus mutacional de genes como KRAS, NRAS o BRAF. Los pacientes con mutaciones en KRAS o NRAS no responden adecuadamente a tratamientos anti-EGFR, mientras que aquellos con mutaciones en BRAF constituyen un grupo de peor pronóstico, por lo que, cuando las condiciones lo permiten, pueden beneficiarse de tratamientos más intensivos. Como ya se ha sugerido, otros aspectos moleculares importantes son la inestabilidad de microsatélites (MSI) y la deficiencia en los genes de las proteínas reparadoras de apareamiento erróneos (dMMR); o la presencia de posibles polimorfismos en las enzimas DPD (dihidropirimidina deshidrogenasa) y UGT1A1 (uridinadifosfatoglucoronosiltransferasa 1A1) para la seguridad en el uso de fluoropirimidinas e irinotecán.

-La agresividad o la rapidez con la que la enfermedad ha avanzado en el tiempo también se debe considerar a la hora de instaurar un tratamiento.

Quimioterapia clásica

Los fármacos quimioterapéuticos habitualmente indicados y usados en el tratamiento del CCR son las fluoropirimidinas (5-fluorouracilo y capecitabina), oxaliplatino e irinotecán (Figura 4). No obstante, también están comercializados otros tratamientos que actualmente se utilizan en menor medida (Tabla 5).


El 5-fluorouracilo (5-FU) está indicado en CCR metastásico. Actúa por inhibición de la timidilato sintetasa e incorporándose al ARN, para lo cual debe metabolizarse al desoxirribonucleótido ácido 5-fluorodesoxiuridílico (5-FdUMP). Este metabolito activo compite con el sustrato natural d-UMP en el centro activo de la timidilato sintetasa, enzima encargada de la transferencia de un grupo metilo para formar d-TMP, produciendo su inhibición. Ejerce su efecto citotóxico sobre la fase S del ciclo celular y su actividad se puede ver potenciada al ser administrado de forma concomitante con cofactores como el ácido folínico (también denominado leucovorina), prolongando la inhibición enzimática. Se metaboliza fundamentalmente a nivel hepático y se elimina casi totalmente por orina. El perfil de seguridad puede variar dependiendo del régimen empleado, pero suele producir con relativa frecuencia mielosupresión y toxicidad gastrointestinal (mucositis y diarrea acuosa). Es característico el síndrome mano-pie o eritrodisestesia palmoplantar, que se manifiesta con entumecimiento, sequedad y descamación en palmas y plantas. Puede producir reacciones adversas cardiovasculares independientes de la dosis (isquemia miocárdica, pericarditis aguda, prolongación del intervalo QT).

La capecitabina es un análogo y profármaco del 5-FU, por lo que el mecanismo de acción es similar al de éste. La diarrea es dosis limitante y se observa en más del 40% de los pacientes. A diferencia del 5-FU, produce con frecuencia náuseas y vómitos (30-40% de los pacientes). También se puede producir síndrome mano-pie y toxicidad cardiaca.

Tegafur es otro profármaco del 5-FU, que comparte con éste mecanismo de acción y perfil de seguridad. Aunque está indicado en CCR en pacientes adultos, apenas se utiliza actualmente.

Se debe evitar la combinación de las 5-fluoropirimidinas (5-FU, capecitabina y tegafur) con brivudina, puesto que este último fármaco, un análogo de nucleósidos usado como inhibidor de la replicación el virus varicela-zóster, presenta un metabolito que inhibe de manera irreversible a la enzima dihidropirimidina deshidrogenasa, que regula el metabolismo de los nucleósidos (incluyendo a análogos como el 5-FU y la capecitabina), ocasionando un aumento de la exposición a estos fármacos y de su toxicidad, con consecuencias potencialmente mortales (AEMPS, 2023a).

El oxaliplatino es un análogo del cisplatino, que actúa mediante la formación de aductos de ADN con la creación de puentes intra- e intercatenarios que impiden la replicación y la transcripción del ADN. Actúa fundamentalmente sobre la fase S del ciclo celular. Es el único complejo de platino con indicación en CCR porque su acción es independiente de las proteínas reparadoras MMR, que confieren resistencia a cisplatino y carboplatino. En cuanto a su perfil de seguridad, presenta una menor tendencia emetógena respecto a cisplatino, pero la neurotoxicidad es limitante de la dosis. También son frecuentes las reacciones de hipersensibilidad, la mielosupresión (anemia, trombocitopenia, leucopenia), las náuseas y los vómitos y la diarrea y la mucositis, especialmente al combinar el tratamiento con fluoropirimidinas.

La neurotoxicidad por oxaliplatino se caracteriza por una neuropatía sensorial aguda que cursa con disestesias o parestesias distales, que pueden verse desencadenadas o exacerbadas por el frío, aunque tienden a disminuir a los pocos días de iniciar el tratamiento. No obstante, puede aparecer neuropatía sensorial acumulativa tardía, con un aumento de la duración e intensidad de las parestesias y disestesias y la mejora puede demorar meses en producirse tras la suspensión del tratamiento. La prevención de esta situación consiste en la reducción de la dosis o en la suspensión definitiva al observar parestesias que se mantienen entre dos ciclos.

Por su parte, el irinotecán es un profármaco que se metaboliza a 7-etil-10-hidroxicamptotecina (SN-38), metabolito activo que actúa por inhibición de la topoisomerasa I, induciendo así lesiones en las cadenas simples del ADN, produciendo el bloqueo de la replicación y la muerte celular. Más del 50% de la dosis administrada se elimina inalterada, mientras que SN-38 se elimina mayoritariamente por glucuronidación y excreción biliar. Los principales efectos adversos asociados a la terapia con irinotecán son de tipo gastrointestinal y hematológico. Es característica la diarrea a los 3-10 días de administración del fármaco, que resulta limitante de la dosis. También son frecuentes las náuseas y los vómitos, controlables con antieméticos. A nivel hematológico, son muy frecuentes la neutropenia y la anemia. Puede ocurrir un síndrome colinérgico agudo con diarrea durante la infusión o en las primeras 24 horas y otros síntomas característicos de la activación del tono colinérgico (sudoración, escalofríos, hipotensión y dolor abdominal), que se puede prevenir con atropina por vía subcutánea.

Raltitrexed es un inhibidor selectivo y directo de la timidilato sintetasa. Penetra en las células mediante un transportador de folato reducido y en el interior la enzima folil poliglutamato sintetasa le transfiere varios grupos glutamato. Esto aumenta la actividad inhibidora de la timidilato sintetasa del fármaco y le permite mantenerse en el interior celular durante más tiempo. Actualmente se usa muy poco en el CCR y su indicación se limita al tratamiento paliativo en pacientes no candidatos a recibir farmacoterapia con 5-FU y ácido folínico. Como reacciones adversas, produce leucopenia y trombocitopenia con elevada frecuencia y trastornos gastrointestinales (náuseas, diarrea, vómitos, estreñimiento, dolor abdominal).

Está aprobada también una combinación de trifluridina con tipiracilo con indicación en monoterapia en pacientes adultos con CCR metastásico previamente tratados o no aptos para el tratamiento con las terapias disponibles. Trifluridina es un antineoplásico análogo de nucleósidos (derivado de la desoxiuridina) que actúa por inhibición de la timidilato sintetasa. Sin embargo, la trifluridina es rápidamente degradada por la timidina fosforilasa, razón por la que se combina con tipiracilo, un inhibidor de esta enzima. El medicamento se administra por vía oral. En este sentido, la administración parenteral conlleva una potente toxicidad medular debida a la trifluridina, lo que descarta su uso por esta vía. Los efectos adversos del medicamento son fundamentalmente de naturaleza gastrointestinal (náuseas, vómitos, diarrea), aunque también puede tener efectos mielotóxicos, produciendo neutropenia, anemia y trombocitopenia.

Terapias biológicas

Como en muchas otras patologías oncológica e inmunomediadas, durante la última década se han comercializado nuevos tratamientos con indicación en CCR basados en anticuerpos monoclonales y en proteínas recombinantes (Tabla 6). Uno de los principales mecanismos de acción de estos fármacos es la inhibición de la angiogénesis (Figura 5).


Bevacizumab es un anticuerpo monoclonal humanizado de tipo IgG1 que se une al factor de crecimiento del endotelio vascular (VEGF), esencial en la vasculogénesis y en la angiogénesis. La unión impide que este factor se una a sus receptores, lo que produce una regresión de la vascularización tumoral e impide la neovascularización, reduciendo así la capacidad metastásica. Aunque el tratamiento es generalmente bien tolerado, puede provocar hipertensión arterial, hemorragia, tromboembolismo, proteinuria, síndrome de leucoencefalopatía posterior reversible o perforación intestinal. En España se encuentra indicado en carcinoma metastásico de colon o recto en combinación con quimioterapia basada en fluoropirimidinas.

Recientemente también se ha evaluado en un metaanálisis (Salvatore et al., 2021) la posible utilidad clínica de bevacizumab en monoterapia como mantenimiento tras un régimen quimioterapéutico en pacientes con CCR metastásico en comparación con la ausencia de tratamiento de mantenimiento. A pesar de que el tratamiento con bevacizumab parece aumentar la supervivencia libre de progresión, reduciendo en un 22% el riesgo de progresión o muerte por la enfermedad (HR: 0,78; p< 0,0001), la diferencia mediana de supervivencia es únicamente de 0,7 meses y no se encontraron diferencias en términos de supervivencia global (HR: 0,99; p= 0,982).

Aflibercept es una proteína de fusión recombinante soluble, capaz de unirse a VEGF (VEGF-A y VEGF-B) y al factor de crecimiento placentario (PIGF), factores de crecimiento relacionados con la angiogénesis. Inhibe la unión de estos factores de crecimiento a sus receptores, impidiendo la formación de nuevos vasos sanguíneos responsables de proporcionar oxígeno y nutrientes a las células tumorales. Su perfil de seguridad es similar al de bevacizumab, aunque en este caso son también frecuentes la neutropenia, neutropenia febril y la diarrea en combinación con quimioterapia. Actualmente está indicado en España en combinación con el régimen irinotecán / 5-FU / ácido folínico (FOLFIRI) en adultos con CCR metastásico resistente o que ha progresado tras un régimen con oxaliplatino.

Por otro lado, ramucirumab es un anticuerpo monoclonal humano de tipo IgG1 que se une al receptor del VEGF de tipo 2, bloqueando la unión a sus ligandos, reduciendo así la probabilidad de migración celular y la angiogénesis, con un perfil de seguridad similar al de bevacizumab. Tiene indicación, en combinación con FOLFIRI, en CCR metastásico en adultos con progresión de la enfermedad durante o tras la terapia con bevacizumab, oxaliplatino y una fluoropirimidina. En un ensayo clínico de fase 3 (Tabernero et al., 2015) en el que se ramucirumab se comparó con placebo, ambos en un régimen combinado con FOLFIRI, en el tratamiento del CCR metastásico en segunda línea, se observó un incremento modesto aunque estadísticamente significativo en la supervivencia global (13,3 meses vs. 11,7 meses; HR: 0,84; p = 0,022).

Cetuximab es un anticuerpo monoclonal quimérico de tipo IgG1 que se dirige de manera específica al dominio extracelular del factor de crecimiento epidérmico (EGFR), con una afinidad entre 5 y 10 veces superior a la de sus ligandos naturales, impidiendo así su unión. El complejo cetuximab-EGFR se internaliza y se degrada, impidiendo la activación de señales intracelulares implicadas en el crecimiento celular. Además, cetuximab también induce el fenómeno de citotoxicidad celular dependiente de anticuerpos frente a las células tumorales. En cuanto al perfil de reacciones adversas, destacan las de tipo dermatológico, que se producen en casi todos los pacientes en forma de dermatitis acneiforme, erupción, prurito o eritema, generalmente en las dos primeras semanas de tratamiento; el tratamiento de estas reacciones consiste en el empleo de cremas con acción emoliente y en antibioterapia tópica u oral. También son frecuentes la hipomagnesemia, la astenia, la diarrea y las reacciones relacionadas con la infusión.

En España, cetuximab ha sido aprobado para su uso en CCR metastásico con expresión del EGFR y sin mutaciones en RAS, en monoterapia en pacientes en los que el tratamiento con oxaliplatino e irinotecán haya fracasado, o en combinación con irinotecán o con el régimen quimioterápico FOLFOX (ácido folínico / 5-FU / oxaliplatino). Se dispone de datos comparativos de eficacia de cetuximab frente a bevacizumab –ambos en combinación con FOLFIRI– procedentes de un estudio de fase 3 aleatorizado (Heinemann et al., 2021) en pacientes con CCR metastásico sin mutaciones en RAS: la mediana de supervivencia global favoreció a cetuximab (33 meses vs. 26 meses; HR: 0,75; p= 0,011), aunque el beneficio clínico únicamente se observó en pacientes con tumores del lado izquierdo del colon.

Panitumumab es un anticuerpo monoclonal humano de tipo IgG2 con la misma diana que cetuximab, pero con una afinidad por EGFR unas 40 veces superior a la de sus ligandos naturales. Presenta un perfil de seguridad similar al de cetuximab, aunque con menor tendencia a la hipersensibilidad al tratarse de un anticuerpo humano y no murino. Se encuentra indicado en España en pacientes sin mutaciones en RAS en combinación con los regímenes FOLFOX o FOLFIRI en primera línea; también en segunda línea en combinación con FOLFIRI en pacientes que han recibido quimioterapia basada en fluoropirimidinas (excepto irinotecán); o en monoterapia tras el fracaso de regímenes de quimioterapia que contengan fluoropirimidina, oxaliplatino e irinotecán.

La adición de panitumumab a 5-FU / leucovorina en el tratamiento de mantenimiento mostró en un estudio en pacientes con CCR metastásico y sin mutación en RAS (Modest et al., 2022) un aumento significativo en la supervivencia libre de progresión respecto a 5-FU / leucovorina solos (8,8 meses vs. 5,7 meses; HR: 0,72; p= 0,014), aunque con un aumento discreto y no significativo en la supervivencia global (28,7 meses vs. 25,7 meses; HR: 0,84; p= 0,32).

Finalmente, es preciso subrayar el potencial terapéutico en CCR de algunos fármacos que en los últimos años han ido ganando numerosas indicaciones en diversos tipos de tumores sólidos, en algunos de los cuales han supuesto un importante avance: los monoclonales dirigidos frente a los puntos de control inmunitario.

Entre ellos, pembrolizumab es un anticuerpo humanizado que se une de forma específica al receptor de muerte celular programada 1 (PD-1), bloqueando su unión a los ligandos PD-L1 y PD-L2, favoreciendo así la actividad del sistema inmunitario (fundamentalmente de las células T) frente a las células tumorales. En un ensayo de fase 3 (KEYNOTE-177) internacional, multicéntrico, aleatorizado (1:1), abierto y con control activo se comparó la eficacia de pembrolizumab en pacientes adultos con CCR metastásico con alta inestabilidad de microsatélites (MSI-H) o con mutaciones en el sistema de reparación de apareamientos erróneos MMR (dMMR) con otros tratamientos quimioterápicos a elección del investigador (FOLFOX o FOLFIRI en monoterapia o en combinación con bevacizumab o cetuximab). El tratamiento con pembrolizumab aportó una mejora de 8,3 meses en la supervivencia libre de progresión (HR: 0,60; p= 0,0002) y una reducción en el riesgo de muerte del 23% en base al análisis de la supervivencia global (HR: 0,77; p= 0,0694), aunque en este caso no se alcanzó la mediana en el brazo de pembrolizumab (AEMPS, 2023b). En el perfil toxicológico del fármaco en esta indicación destacan los eventos gastrointestinales (diarrea, náuseas) y del sistema inmunitario (como colitis autoinmune). Actualmente, pembrolizumab se encuentra indicado en monoterapia del CCR con MSI-H o dMMR como tratamiento de primera línea del CCR metastásico o como tratamiento del CCR irresecable o metastásico después de tratamiento quimioterápico con una fluoropirimidina.

Nivolumab es un anticuerpo monoclonal humano de tipo IgG4 que, como pembrolizumab, se une específicamente a PD-1, inhibiendo la regulación negativa que la unión de este receptor con sus ligados produce sobre los linfocitos T. En CCR se ha estudiado en combinación con una dosis reducida de ipilimumab, un anticuerpo monoclonal que inhibe a CTLA4 (otro punto de control inmunitario que bloquea la respuesta de los linfocitos T efectores) favoreciendo la acción antitumoral de estas células. De acuerdo a los resultados más actualizados de un ensayo de fase 2 multicéntrico, abierto y todavía en marcha (Lenz et al., 2022) en el que se ha tratado a pacientes naïve con nivolumab cada dos semanas más ipilimumab cada seis semanas, se alcanzó una tasa de respuesta objetiva del 69% y una tasa de control de la enfermedad del 84%. Se ha observado beneficio clínico independientemente del estatus mutacional en KRAS y en BRAF, un hecho destacable dado el mal pronóstico de los pacientes con mutaciones en este último gen. Las reacciones adversas más frecuentemente identificadas con esta combinación son fatiga, erupción cutánea, diarrea, náuseas, prurito y dolor musculoesquelético; aunque con menor frecuencia, se han descrito también reacciones inmunomediadas como neumonitis, colitis, nefritis o hepatitis. Un posible mecanismo de resistencia es el desarrollo de anticuerpos anti-fármaco, aunque los casos identificados en ensayos clínicos con anticuerpos neutralizantes son poco frecuentes (AEMPS, 2022). Nivolumab en combinación con ipilimumab se encuentra indicado en España en el tratamiento de pacientes adultos con CCR metastásico con dMMR o MSI-H después de un tratamiento quimioterápico con una fluoropirimidina.

Inhibidores de tirosina cinasas

Los únicos inhibidores de tirosina cinasa que actualmente tienen indicación en CCR son regorafenib y encorafenib (Figura 6, Tabla 7). Son fármacos habitualmente utilizados en segunda o posteriores líneas de tratamiento.


Regorafenib cuenta con un perfil antiangiogénico por inhibición de los dominios tirosina cinasa de los receptores VEGFR-1, VEGFR-2, VEGFR-3 y TIE-2. También inhibe a cinasas implicadas en la oncogénesis (KIT, RET, RAF-1, BRAF y BRAFV600E) y en la metástasis (VEGFR-3, PDGFR, FGFR). Las reacciones adversas más frecuentes con su uso incluyen la reacción cutánea mano-pie, erupción cutánea, hemorragias y diarrea. Aunque con menor frecuencia, puede producirse hepatotoxicidad grave. Está indicado en monoterapia en CCR metastásico en pacientes previamente tratados con otras terapias disponibles (fluoropirimidinas, anticuerpos anti-VEGF o anti-EGFR) o que no se consideran aptos para recibir estas terapias. Sin embargo, el beneficio marginal de regorafenib parece ser escaso, incluso cuando se combina con otros agentes quimioterapéuticos o con inmunoterapia dirigida frente a PD-1 (Xu et al., 2022).

Encorafenib presenta un perfil farmacodinámico menos complejo que regorafenib, pues se une de forma selectiva a la RAF-cinasa y actúa por competición con el ATP. Inhibe la vía de señalización RAF/MEK/ERK, que se relaciona con la proliferación, la diferenciación y el crecimiento celular y se encuentra desregulada en numerosos procesos tumorales, como en el CCR. Este fármaco solo muestra eficacia en células con BRAF mutado (BRAFV600E)6, por lo que su indicación está restringida al tratamiento del CCR en estos casos, en pacientes que han recibido terapia sistémica previa y en combinación con cetuximab. En un estudio de fase 3 abierto (Tabernero et al., 2021), esta combinación en segunda o tercera línea permitió reducir el riesgo de muerte en un 39% en pacientes con CCR metastásico y mutación en BRAF respecto al tratamiento con irinotecán o con régimen FOLFIRI. Las reacciones adversas más frecuentes del fármaco en esta indicación incluyen diarrea, artralgias, erupción cutánea y vómitos.

TERAPIA NO FARMACOLÓGICA

Cirugía del tumor primario

En los tumores localizados en el colon, la cirugía con el objetivo de extirpar de manera completa el tumor es el tratamiento fundamental. Habitualmente, se extirparán también el pedículo vascular mayor y los ganglios linfáticos correspondientes a la zona afectada del colon. En el mismo acto quirúrgico que permite la extirpación se puede restaurar la continuidad intestinal mediante una anastomosis primaria. No obstante, en los tumores más distales, próximos al esfínter rectal, no es posible restaurar esta continuidad, por lo que el uso de ostomías es permanente.

Las técnicas quirúrgicas más utilizadas son la colectomía abierta y la colectomía laparoscópica. Esta última, debido a la menor invasividad que conlleva para el paciente, presenta menores tasas de morbimortalidad perioperatoria y mejor recuperación, pero requiere de personal altamente especializado en la técnica y solo puede realizarse a pacientes sin tumores localmente avanzados, sin obstrucción o perforación y sin antecedentes de cirugía abdominal extensa.

Cirugía de resección de metástasis y otras técnicas locales

En pacientes con metástasis, ya sean sincrónicas o metacrónicas, el tratamiento combinado, local y sistémico, mejora las expectativas de supervivencia a medio y largo plazo.

El tratamiento quirúrgico suele ser de elección siempre que sea posible aplicarlo, pero en ocasiones la cirugía no resulta factible y en tales casos se recurre a otras técnicas disponibles: ablación por radiofrecuencia, radioterapia estereotáxica o quimioembolización transarterial, entre otras. En caso de estar afectado el peritoneo, en algunos pacientes puede estar indicada la realización de una citorreducción completa seguida de quimioterapia intraperitoneal hipertérmica (HIPEC).

Radioterapia

Aunque en pacientes con tumores en estadio I la cirugía puede ser suficiente, en los estadios II y III la radioterapia –y también la quimiorradioterapia (su combinación con fármacos)– mejoran el control local y los datos de supervivencia. Este tratamiento puede establecerse antes de la cirugía o después, dependiendo de factores como la localización tumoral o el estado del paciente.

De forma general, el tratamiento con quimiorradioterapia neoadyuvante está habitualmente indicado en tumores con invasión a través de la muscular propia (T3 y T4), con posible afectación ganglionar o del mesorrecto en los estudios preoperatorios. Este tipo de abordaje facilita la posterior realización de cirugía radical y anastomosis primaria en tumores próximos al esfínter.

En pacientes con enfermedad avanzada, la radioterapia paliativa puede estar indicada en algunos pacientes con el objetivo de reducir el dolor o las complicaciones por hemorragia.

Endoprótesis colónicas

La utilización de endoprótesis colónicas puede valorarse en dos contextos clínicos. En primer lugar, como tratamiento paliativo de una obstrucción intestinal parcial o completa en un paciente sintomático que, por su estado funcional y por su situación de enfermedad avanzada, no sea candidato a una estrategia con intención curativa. De esta manera, se trata de mejorar de forma rápida la clínica local generada por la oclusión o pseudooclusión intestinal y de evitar su progresión a una complicación mayor; de forma concomitante, el paciente puede recibir otros tratamientos paliativos sistémicos.

En segundo lugar, puede usarse como un paso previo a la cirugía en pacientes con cuadros agudos de obstrucción intestinal que no presentan complicaciones a nivel sistémico y en los que sí podría plantearse una estrategia de tratamiento con intención curativa. De esta manera, la descomprensión preoperatoria reduciría la morbimortalidad perioperatoria, aumentando también la posibilidad de realización de una anastomosis primaria en un mismo acto quirúrgico.

Las complicaciones más frecuentes de las endoprótesis colónicas son la perforación, la migración distal, el dolor abdominal y el sangrado. Algunos datos señalan que el tratamiento con antiangiogénicos y el tratamiento con RT local pueden incrementar la tasa de complicaciones, por lo que hay que valorar con cautela las indicaciones de endoprótesis en estos pacientes.

ESTRATEGIAS DE TRATAMIENTO

Como se ha comentado, el establecimiento de una estrategia farmacoterapéutica concreta dependerá de diversos factores. No obstante, con carácter general se han diseñado guías de práctica clínica, como la de la Sociedad Europea de Oncología Médica (ESMO, 2016), que ofrecen una visión panorámica de las posibilidades terapéuticas, esencialmente definidas en función del grado de avance de la enfermedad al diagnóstico.

Tumores en estadio 0 y I

En el estadio 0 el tumor se encuentra localizado en la mucosa, sin llegar a invadir la submucosa. En estos casos el tratamiento es meramente quirúrgico, eliminando también una porción de la zona del intestino en la que se encuentra el tumor.

Los tumores en estadio I han crecido hacia la submucosa e incluso pueden haber penetrado en la muscular de la mucosa. El tratamiento es también quirúrgico, pero implica la necesidad de eliminar mayor cantidad de tejido intestinal, así como los ganglios linfáticos regionales.

Tumores en estadio II

En este estadio, el tumor se ha extendido más allá de la capa muscular de la mucosa y puede haber invadido órganos cercanos al colon. El tratamiento fundamental es la cirugía, pero en este caso se puede contemplar la adición de quimioterapia, radioterapia o quimiorradioterapia.

En casos de alto riesgo de recaída se recomienda quimioterapia adyuvante basada en el régimen FOLFOX, en capecitabina oral y oxaliplatino intravenoso o en 5-FU / leucovorina y capecitabina oral. En los pacientes de mayor edad puede estar desaconsejado el empleo de oxaliplatino debido a su nefrotoxicidad.

Tumores en estadio III

Los tumores en estadio III han metastatizado en ganglios linfáticos regionales. El tumor primario puede no haberse extendido más allá del intestino o puede haber invadido órganos adyacentes. La expansión del tumor fuera del intestino conlleva la necesidad de instaurar tratamiento adyuvante con el objetivo de evitar posteriores recidivas.

La resección tumoral en este estadio puede ampliarse no solo al segmento intestinal en el que se presenta el tumor y a los ganglios linfáticos regionales, sino también a los órganos adyacentes invadidos.

La quimioterapia en adyuvancia es similar a la del estado II. En aquellos casos en los que el oxaliplatino esté desaconsejado, se recurre a 5-FU / leucovorina intravenoso o a capecitabina oral.

Tumores en estadio IV

En el estadio IV se habrán producido metástasis en órganos a distancia, como el hígado o los pulmones. Las metástasis deben ser adecuadamente identificadas mediante técnicas histopatológicas y también debe determinarse si éstas son o no resecables, antes o después de la quimioterapia.

La cirugía del tumor primario, como en el estadio III, se extiende hasta los órganos adyacentes que hayan sido invadidos. Las metástasis se producen más habitualmente en el hígado y su resección permite aumentar la supervivencia. No obstante, con independencia de su localización, la resección de las metástasis deberá ponderarse con el riesgo que la cirugía pueda conllevar y en función de la cantidad de órgano que sea necesario extirpar.

En casos de CCR metastásico se hace imperativo el tratamiento farmacológico sistémico con quimioterapia, terapia biológica o inhibidores de tirosina cinasa, en combinación o monoterapia, dependiendo de las características de cada paciente. En algunos casos, la quimioterapia previa permite reducir el tamaño y la extensión de las metástasis lo suficiente como para permitir su posterior resección.

El papel asistencial del farmacéutico

Todos los farmacéuticos, desde sus diversos ámbitos profesionales y de competencias, contribuyen al adecuado asesoramiento y asistencia sanitaria a los ciudadanos y a pacientes con cáncer de colon. La práctica totalidad de los medicamentos empleados en el tratamiento de este tipo de cáncer son de dispensación hospitalaria y/o de uso hospitalario, por lo que el papel del farmacéutico especialista a nivel del servicio de farmacia del hospital es fundamental para la consecución de los mejores resultados de la farmacoterapia, desde la participación y coordinación con los equipos multidisciplinares que establecen los protocolos farmacoclínicos y deciden las estrategias de tratamiento en cada centro, hasta la vigilancia de la efectividad y seguridad de los medicamentos oncológicos y otros tratamientos concomitantes.

El perfil mayoritario de paciente con CCR es el de un adulto mayor y polimedicados que acudirá al hospital para recibir el tratamiento quirúrgico, quimioterápico y/o inmunoterápico y posiblemente requerirá ingresos por agudizaciones de su enfermedad. Pero desarrollarán la mayoría de su vida diaria en el ámbito ambulatorio (incluida la toma de la medicación oral antineoplásica, en su caso), donde también recibirán otros tratamientos farmacológicos concomitantes para hacer frente a manifestaciones secundarias de la patología o abordar la toxicidad del tratamiento antitumoral (por ejemplo, analgésicos opioides, antieméticos, etc.). Es decir, acudirán con frecuencia a la farmacia comunitaria, desde donde el farmacéutico también puede desarrollar una crucial labor asistencial.

Los antineoplásicos son mayoritariamente medicamentos de estrecho margen terapéutico y toxicidad potencialmente alta, que pueden requerir ajustes frecuentes de dosis en función de la evolución y tolerabilidad por el paciente, por lo que el seguimiento por el equipo de atención especializada resulta clave, así como su continuación en la atención primaria. Teniendo en cuenta lo anterior, la coordinación asistencial entre los farmacéuticos especialistas de hospital y los farmacéuticos comunitarios es de extraordinaria importancia en los pacientes con cáncer colorrectal, pues contribuye a facilitar y mejorar la monitorización de los tratamientos y a la revisión de la adherencia a los mismos.

En la necesaria coordinación de todos los farmacéuticos con otros profesionales sanitarios de atención primaria y especializada, se pueden identificar varias vías de actuación para con los pacientes de cáncer de colon y toda la población a través de los Servicios Profesionales Farmacéuticos Asistenciales.

El diagnóstico precoz del CCR permite reducir tanto su incidencia como la mortalidad asociada a este tumor, dado que la supervivencia cuando el diagnóstico se establece en estadios iniciales (0 o I) es superior al 90%. El CCR es además uno de los tumores más susceptibles de prevención a través del cribado poblacional, tanto por la disponibilidad de pruebas de diagnóstico rápido –calificadas como productos sanitarios de diagnóstico in vitro–como por la propia historia natural de este tipo de cáncer, caracterizada por un largo periodo preclínico de progresión silente. Ya en el año 2003, el Consejo de la Unión Europea recomendaba a los Estados Miembros la implementación de programas de cribado de CCR, entre otros tipos de cáncer. En España, la Estrategia del Cáncer del SNS de 2013 recogía esta recomendación e incluía entre sus objetivos implantar programas de cribado de CCR para población de riesgo medio-bajo organizados con carácter poblacional, con una población objetivo de entre 50 y 69 años para realizar una prueba de sangre oculta en heces, con un intervalo de exploración de dos años. Este cribado se incluyó en la cartera de servicios del SNS en el año 2014, con un periodo de cinco años para las Comunidades Autónomas para iniciar la implantación y de cinco años adicionales para alcanzar una cobertura prácticamente universal de la población diana. De acuerdo a los datos del Ministerio de Sanidad (2021), la tasa de participación en 2017 ascendía al 44% de la población, siendo las CCAA de Navarra y País Vasco las que presentaban coberturas más elevadas.

El cribado a través de la detección de sangre oculta en heces se considera, desde el punto de vista de la salud pública, una prueba óptima por la sencillez para el paciente, al consistir en un procedimiento mínimamente invasivo, así como por su coste-efectividad. Aunque la presencia de pequeños restos de sangre en heces, no perceptibles a simple vista, puede tener distintas causas, como hemorroides, úlceras o la enfermedad inflamatoria intestinal, dos de las más comunes son los pólipos colónicos y el propio CCR.

Existen actualmente distintos tipos de test que permiten detectar hemoglobina en las heces, siendo los más usados el test químico con guayaco y el inmunoquímico. El primero se basa en la actividad pseudoperoxidasa del grupo hemo, que induce la oxidación del guayaco al añadirse peróxido de hidrógeno. Determinados alimentos (como los cítricos) y medicamentos (como los AINEs) pueden interferir en el resultado de la prueba. Por otro lado, el test inmunológico es más sensible y no se ve afectado por la toma de alimentos o medicamentos, por lo que es el más utilizado actualmente. Este test utiliza anticuerpos específicos frente a la globina y los resultados pueden obtenerse de forma automatizada, facilitando la selección de un punto de corte a partir del cual estará recomendado realizar pruebas adicionales, principalmente una colonoscopia (AEG, 2018).

La relación de proximidad que existe entre pacientes y farmacéuticos comunitarios coloca a estos profesionales sanitarios en una posición privilegiada para concienciar a la población respecto a la importancia de la prevención del CCR. La accesibilidad de las farmacias es un elemento clave en la implantación efectiva del cribado pues ofrece la posibilidad de que los ciudadanos puedan acudir a las farmacias participantes en el programa a recoger y/o a recibir la información sobre el procedimiento. Actualmente, más de 2500 farmacias comunitarias de País Vasco, Navarra, Cataluña, Murcia, Comunidad Valenciana y Baleares colaboran en programas de cribado de cáncer de colon implantados por las autoridades de salud pública de estas CCAA.

Además de la participación en los programas autonómicos de cribado, destaca el papel del farmacéutico comunitario como agente centinela, pues el conocimiento de los síntomas que pueden indicar el desarrollo del CCR (como cambios en el hábito intestinal, incluyendo diarrea, estreñimiento o heces delgadas; sensación de necesidad de evacuar; fatiga y debilidad; pérdida involuntaria de peso) sirven como señal de alarma para la derivación del paciente a la consulta médica.

En cuanto a la educación sanitaria relativa a los factores de riesgo identificados, el farmacéutico comunitario puede ejercer también un papel activo de cara a la prevención de esta enfermedad. El CCR es uno de los tipos de cáncer en los que mejor se conoce la asociación con el consumo de alcohol, con el tabaquismo y con la obesidad. En este sentido, el farmacéutico puede promover hábitos de vida saludables, incluyendo la práctica regular de ejercicio, una dieta equilibrada, la reducción del consumo de alcohol y la deshabituación tabáquica.

Una vez establecido el diagnóstico de cáncer de colon, como profesional sanitario experto en los medicamentos, el farmacéutico, con independencia de su ámbito de ejercicio, debe velar por el uso racional de los mismos, para que los pacientes alcancen el máximo beneficio clínico. Los farmacéuticos conocerán toda la medicación que utilizan estos pacientes, no solo la prescrita frente al tumor (se emplearán fundamentalmente en patología avanzada/metastásica), sino también los tratamientos para enfermedades concomitantes, medicamentos que no necesitan prescripción, el uso de complementos alimenticios, etc. En líneas generales, las instrucciones dadas por el médico respecto a un tratamiento prescrito deben ir siempre reforzadas con recomendaciones relativas a las medidas preventivas generales por parte del farmacéutico. Además, en el caso concreto de los pacientes con CCR, será habitual la realización de una ostomía, por lo que será preciso ofrecer información respecto a los aspectos higiénico-sanitarios relacionados con esta.

El tratamiento farmacológico del CCR puede conllevar la aparición de efectos adversos que deben vigilarse y pueden ser prevenidos o, al menos, parcialmente aliviados mediante la recomendación de adoptar determinados hábitos o de la toma de algunos medicamentos.

La anorexia, la mucositis oral y la alteración del sentido del gusto son efectos indeseables de la mayor parte de los tratamientos quimioterápicos usados en esta enfermedad. A ellos se suman con frecuencia las náuseas y los vómitos, que dificultan aún más el seguimiento de una dieta adecuada. El uso de antieméticos suele estar aconsejado, utilizándose fundamentalmente los antagonistas de los receptores 5-HT3 de la serotonina, los denominados “setrones” (ondansetrón, granisetrón y palonosetrón) y la metoclopramida. No obstante, además del uso de fármacos bajo prescripción, es recomendable que el paciente reparta la comida en pequeñas cantidades, realizando un mayor número de comidas diarias, evitando olores o sabores intensos y las comidas muy calientes o ricas en grasas.

La diarrea es otro de los efectos gastrointestinales más frecuentemente asociados a la quimioterapia del CCR, pudiendo ser grave en algunos casos. Cuando la diarrea disminuya, pueden introducirse alimentos sólidos fáciles de digerir, como arroz o pescado hervido, evitando las comidas ricas en fibra y los alimentos irritantes, como el café y el alcohol. En determinados casos puede estar recomendado el uso de fármacos antidiarreicos como la loperamida. En otras ocasiones, por el contrario, se produce estreñimiento, estando entonces recomendada la ingesta de abundantes líquidos, de alimentos ricos en fibra y la práctica de actividad física moderada para favorecer el tránsito intestinal.

La alteración del gusto suele consistir en la disminución del sabor o en la percepción de un sabor metálico o amargo. Suele tratarse de un efecto adverso transitorio, que tiende a disminuir pasados unos días o semanas desde el inicio del tratamiento quimioterápico. Sin embargo, puede tener repercusiones sobre el apetito del paciente, por lo que conviene adaptar la dieta favoreciendo alimentos con olores agradables que compensen la disgeusia y permitan mantener una alimentación adecuada. Por otro lado, la mucositis suele presentarse a nivel oral como una inflamación de la mucosa, en ocasiones con dolor y heridas susceptibles de infectarse por bacterias y hongos. Por este motivo, se recomienda mantener una higiene estricta a nivel bucal, el uso de cepillos con cerdas suaves y evitar alimentos muy fríos o muy calientes.

Aparte de la toxicidad gastrointestinal, la mielotoxicidad es también una característica frecuente de la quimioterapia frente al CCR y que puede manifestarse de múltiples formas, según afecte a la serie roja, blanca o a las plaquetas.

  • La anemia suele cursar con fatiga, debilidad, palidez mucocutánea, falta de aire al realizar esfuerzos y taquicardia; en general, la anemia asociada al cáncer de colon, como ocurre con la mayor parte de las anemias asociadas a enfermedades crónicas y procesos oncológicos, suele ser leve o moderada, pero su abordaje se relaciona con un mejor desempeño del paciente. El propio tratamiento del cáncer favorecerá la mejora de la enfermedad.
  • La leucopenia, especialmente la neutropenia, favorece el desarrollo de infecciones que pueden ser graves. En algunos casos puede estar recomendado el uso de factores estimuladores de colonias como tratamiento, pero es importante reforzar las medidas de prevención de infecciones. Entre estas medidas se encontrarían la vacunación, el uso de mascarilla y evitar las aglomeraciones y el contacto con personas con infecciones.
  • La trombocitopenia puede manifestarse a través de un punteado rojo en la piel (petequias), hematomas sin traumatismo previo o como una mayor facilidad para el sangrado. En este sentido, se recomienda evitar actividades que impliquen el uso de utensilios cortantes y realizar un cepillado de dientes suave para evitar el sangrado de encías.

Un efecto adverso que, aunque no reviste gravedad desde una perspectiva toxicológica, suele asociarse a un empeoramiento subjetivo de la calidad de vida, es la alopecia. Se trata de un efecto por lo general reversible pero frecuente con muchos tratamientos quimioterápicos y que puede recordar al paciente su condición de manera continuada. De acuerdo con las preferencias del paciente, se puede recomendar el uso de pañuelos, pelucas o sombreros que cubran la cabeza, así como la adopción de otras medidas que evitarán la intensificación de la caída, como un peinado suave del cabello o no utilizar secadores a alta temperatura.

Pueden ocurrir también otras alteraciones de la piel en forma de sequedad, prurito, eritema o dermatitis. El uso de cremas con efecto emoliente puede reducir estos efectos y también se deberá aconsejar al paciente que evite el contacto con agua muy caliente, con lociones o cosméticos con alcohol y la exposición prolongada al sol.

Como se comentó anteriormente, un efecto habitual de algunos tratamientos quimioterápicos usados en el CCR es la aparición de parestesias o disestesias que pueden manifestarse como disminución de la sensibilidad, hormigueos o pinchazos, sobre todo en las manos y las piernas. Suele tratarse de efectos transitorios, pero se debe comunicar al médico cualquier cambio intenso en estos aspectos.

En los pacientes oncológicos, especialmente cuando la enfermedad se encuentra en una situación avanzada, uno de los síntomas más frecuentes es la presencia de dolor, para cuyo manejo suele recurrirse a la escala analgésica de la Organización Mundial de la Salud, modificada desde su inicial planteamiento en 1986 (Carlson, 2016) para excluir medicamentos no seguros en insuficiencia renal e incluir las novedades terapéuticas (Figura 7).

Contempla el uso tanto de fármacos analgésicos no opioides (por ejemplo, AINEs o paracetamol) como el de analgésicos opioides débiles o potentes según el grado del dolor.

En cuanto al cuidado de la ostomía, el farmacéutico comunitario puede contribuir a reforzar y complementar la información recibida por el paciente en el hospital. La dispensación de las bolsas de colostomía y del resto de productos sanitarios necesarios para su colocación se realiza en la farmacia comunitaria, encontrándose incluidos en la financiación del Sistema Nacional de Salud. Se debe transmitir al paciente que la limpieza diaria de la colostomía es fundamental, lavando la piel de alrededor con agua tibia, jabón neutro y una esponja natural y secando sin frotar con una toalla o paño suave y limpio.

Además, dado que el material colector está formado por la bolsa y un adhesivo que se pega a la piel que rodea la colostomía, también resulta importante cuidar la piel que rodea el estoma, garantizar la perfecta sujeción de la bolsa y que ésta sea hermética, para evitar fugas de olores o heces. Si existe vello en la zona de colocación de la bolsa, debe cortarse al ras con tijera para garantizar la fijación del anillo a la piel. Para cambiar la bolsa, se debe retirar el anillo adhesivo lentamente, preferiblemente de arriba abajo y sujetando la piel para no tirar de ella. En caso de que no se disponga de agua y jabón para la limpieza, se pueden emplear toallitas limpiadoras y secar con un pañuelo de papel. La irritación cutánea es un problema frecuente, especialmente cuando el tamaño de la ostomía no coincide con el tamaño del adhesivo, o cuando se realiza una retirada brusca del mismo; esta irritación puede tratarse con cremas barrera o con soluciones cicatrizantes.

Finalmente, la aparición de una hernia, debida al debilitamiento de la pared abdominal que empuja hacia fuera tanto a la ostomía como a la piel de su alrededor, dificulta la colocación correcta de la bolsa. En estos casos, es conveniente el uso de un cinturón y de fajas para controlar la presión abdominal, evitando esfuerzos físicos y el aumento de peso.

Dolor: clasificación y analgesia

Resumen

El abordaje global del dolor es un desafío de gran importancia sanitaria, y debe ir más allá de los datos objetivos que podamos recabar en la anamnesis y la exploración física, debido a que el dolor tiene un importante componente psíquico y emocional, y además está muy influenciado por el nivel socio-cultural de cada individuo.

Cabe recordar que hasta el 5% de la población española padece dolor a diario, y hasta un 11% lo padece de forma crónica. Tal es así que varias encuestas poblacionales han sugerido que alrededor del 30% de la población refiere haberlo padecido en las últimas 48 horas, más del 40% en la última semana y casi un 80% en los últimos seis meses. A la vista de esos datos, se comprende que el dolor representa la principal motivación para el 50% de las visitas a atención primaria y, además, es también la causa más frecuente de visita a urgencias y de solicitud de dispensación de medicamentos sin receta en las farmacias.

A pesar de su gran prevalencia, muchas veces está infradiagnosticado y mal tratado, lo que perpetúa y cronifica el sufrimiento de estos pacientes. Por tal motivo, se deben emplear todas las herramientas necesarias, farmacológicas y no farmacológicas, para paliar este síntoma que afecta tanto física como psicológicamente a los pacientes. El presente artículo aborda, desde un prisma clínico, los aspectos generales y específicos del manejo del dolor.

Introducción

El dolor es la causa más frecuente por la que un paciente solicita asistencia médica. De hecho, el dolor agudo supone el 42% de las visitas a los servicios de urgencias; en estos casos suele ser de intensidad moderada/grave. Además, en varios estudios se ha demostrado que es frecuente el mal manejo del dolor, con el impacto que esto supone en cuanto a pronóstico, calidad de vida de los pacientes y con el riesgo que esto conlleva de progresar a dolor crónico.

Todo cuadro doloroso presenta componentes sensitivos y emocionales, y la clasificación más sencilla es etiquetarlo como agudo o crónico, siendo esta manera de etiquetarlo muy incompleta. Con frecuencia, el dolor agudo se acompaña de ansiedad e hiperactividad del sistema nervioso simpático (taquicardia, aumento de la frecuencia respiratoria y de la tensión arterial, diaforesis, pupilas dilatadas), mientras que el dolor crónico no suele asociar hiperactividad simpática, pero puede relacionarse con la aparición de signos vegetativos (fatiga, pérdida de la libido, pérdida del apetito) y disminución del estado de ánimo. La tolerancia al dolor es de cada uno, depende del umbral de cada individuo.

Los cuadros dolorosos más frecuentes están en relación con el aparato locomotor osteoarticular (principalmente la lumbalgia), seguidos de la presencia de cefalea y, muy por detrás, el dolor torácico y el abdominal. A menudo el dolor es crónico y afecta en gran medida a la calidad de vida y a la capacidad para desarrollar las tareas básicas de la vida diaria. Además de los costes directos que implica su tratamiento prolongado, se acompaña de costes indirectos muy importantes relacionados con el absentismo laboral y la disminución del rendimiento.

Definición

Es complejo intentar una definición exacta y fidedigna del dolor, por la multitud de aspectos y variantes que presenta el dolor.

Según el Diccionario de la Lengua Española, basado en su etimología latina (dolor-oris), se define como: “aquella sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior” y también como “un sentimiento, pena o congoja que afecta el ánimo”.

La definición de la IASP (Asociación Internacional para el Estudio del Dolor), la más aceptada en la actualidad, establece que el dolor es «una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a una lesión real o potencial o descrita en los términos de dicha lesión».

Fisiopatología

El dolor se produce cuando llegan a distintas áreas corticales del SNC un número de estímulos suficientes para producir esta sensación, a través de un sistema aferente normalmente inactivo, que desencadena no sólo una respuesta refleja o una sensación desagradable, sino una respuesta emocional que consta de varios componentes:

  • Componente sensorial-discriminativo: lo que distingue tanto su localización, calidad, intensidad y características temporo-espaciales.
  • Componente cognitivo-evaluativo: analiza e interpreta el dolor en función del sentimiento actual y lo que puede ocurrir.
  • Componente afectivo-emocional: la asociación del dolor con otras sensaciones como la ansiedad, depresión, temor, angustia, etc., las cuales guardan relación con experiencias previas, personalidad del individuo y factores socio-culturales.

Clasificación

Según su fisiopatología:

  • Dolor nociceptivo: ocurre por la estimulación de receptores provocada por una lesión o inflamación de los tejidos. Según el tipo de neuronas activadas, el dolor nociceptivo puede dividirse, a su vez, en:
    • Somático superficial, si se activan receptores nociceptivos de la piel o mucosas, y somático profundo, si se activan los receptores nociceptivos óseos, articulares, musculares o del tejido conectivo. Este dolor se transmite a través de fibras mielinizadas, suele ser bien localizado y es descrito como opresivo, quemante, punzante o pulsátil.
    • Visceral: ocurre por la estimulación de receptores de órganos internos y se transmite a través de fibras no mielinizadas; suele ser mal localizado, difuso, sordo, espasmódico u opresivo.
  • Dolor neuropático: este tipo de dolor es el que se produce por afectación directa del sistema nervioso central y/o periférico. Puede deberse a compresión, sección, infiltración, isquemia o lesión metabólica que afecte directamente a los nervios, y suele describirse como parestesias, hormigueo, ardor, punzadas, calambres, alodinia o hiperalgesia.
  • Dolor mixto: en este tipo coexisten los dos mecanismos fisiopatológicos previos y comparte sintomatología de ambos, tanto nociceptivo como neuropático.

Según la duración:

  • Dolor agudo: se trata de una respuesta normal fisiológica del organismo frente a un estímulo químico, físico o traumático, que suele persistir mientras dura el proceso de curación de los tejidos. Puede durar de 3 a 6 meses y suele ceder espontáneamente, cuando se resuelve la causa desencadenante. En ocasiones se acompaña de hiperreactividad del sistema nervioso autónomo, y se asocia con ansiedad y signos autonómicos como taquicardia, hipertensión, taquipnea, vómitos, sudoración, palidez, etc.
  • Dolor crónico: es aquel que dura más de 6 meses, incluso más allá del tiempo de reparación tisular, perpetuándose por factores distintos de la causa original; se puede asociar a cambios de la personalidad y depresión y casi siempre requiere de un tratamiento multidisciplinar, ya que no responde a tratamientos habituales.

Según el curso:

  • Dolor continuo o basal: si persiste a lo largo del día y no desaparece.
  • Dolor intermitente: si aparece de forma episódica.
  • Dolor irruptivo: cuando ocurre un aumento temporal de la intensidad del dolor sin causa aparente, sobre un dolor controlado. Suele ser de aparición súbita, intensa y de corta duración.
  • Dolor incidental: si tiene una causa identificable y prevenible, que puede ser inducida por movimientos o determinadas acciones como caminar, toser o la micción.
  • Dolor final de dosis: es aquel que suele aparece antes de administrar la dosis del medicamento analgésico, y que puede deberse a una infradosificación, desajuste de la dosis, intolerancia al fármaco o una mala administración. Se puede resolver aumentando la dosis o disminuyendo el intervalo entre las mismas.

Según su intensidad:

La clasificación del dolor en base a su intensidad se consigue mediante el uso de escalas de valoración del dolor, validadas según la edad. Es posible clasificarlo en: leve, moderado o intenso. Filiar en este sentido el cuadro doloroso permite seleccionar los fármacos y la vía de administración más adecuados para su control. Por ejemplo, para el dolor leve se preferirá la vía oral y el uso de analgésicos no opioides mientras que para el severo será preferible la vía parenteral y el uso de opioides mayores.

Diagnóstico

HISTORIA CLÍNICA DEL DOLOR

La anamnesis es la herramienta más importante para el asegurar un diagnóstico y tratamiento adecuados. Debe incluir la siguiente información sobre el dolor:

  • Momento de inicio y persistencia (constante o intermitente), patrón y grado de fluctuación y frecuencia de las remisiones, duración.
  • Su cualidad: por ejemplo, agudo, sordo, cólico, urente, lancinante y punzante.
  • Gravedad.
  • Localización (localizada, difusa, profunda, superficial).
  • Su patrón de irradiación.
  • Factores que lo exacerban y lo alivian.
  • Síntomas acompañantes.
  • Síntomas desencadenantes.

Esta información y el examen físico ayudan en la elección de las pruebas complementarias y de imagen para el adecuado diagnóstico y tratamiento de una condición dolorosa. Se debe tener también en cuenta el nivel de funcionalidad del paciente y el efecto del dolor sobre la misma, evaluando la limitación en las actividades cotidianas (vestirse, asearse), trabajo, pasatiempos y relaciones personales.

Además, debemos determinar cómo afecta el dolor al paciente en su esfera psicológica, diferenciando entre el dolor y el sufrimiento, sobre todo en los pacientes con dolor debido a procesos neoplásicos, pues en su caso el sufrimiento puede deberse a la pérdida de la función, o al miedo a la muerte inminente más que al propio dolor.

ESCALAS DE EVALUACIÓN DEL DOLOR

Existen una serie de escalas validadas que complementan la historia clínica en la valoración del dolor, aportando información sobre su intensidad. Suelen ser de gran utilidad especialmente en pacientes con deterioro cognitivo, alteración visual, barrera idiomática, etc. Se distingue entre varios tipos de escalas, que se definen a continuación.

Unidimensionales: suelen evaluar únicamente la intensidad del dolor (Figura 1).

  • Escalas numéricas visuales: miden la intensidad del dolor mediante reglas de 10 centímetros, en las cuales se describe en sus extremos: “sin dolor” y “el peor dolor imaginable”. El paciente elige en qué extremo se encuentra su intensidad de dolor. La Escala Visual Analógica (EVA) es la más utilizada.
  • Escala verbal simple: consiste en una serie de términos que representan el dolor de forma progresiva en intensidad: “no dolor, suave, moderado, mucho, insoportable”. Son simples y fáciles de utilizar.

Multidimensionales: estas escalas permiten evaluar varios aspectos del dolor, como la localización, naturaleza, e incluso el impacto que el dolor ejerce en la vida diaria o en el estado de ánimo.

  • Cuestionario de dolor de McGill: es el más conocido, si bien no está validado en castellano. En su forma original es muy extenso y requiere entre 20 y 30 min para su realización. Existe una forma reducida que solo necesita de 2 a 3 min (Figura 2). En dicho cuestionario el paciente tiene que escoger entre 20 grupos de palabras descriptivas para realizar una caracterización sensorial, afectiva y evaluativa del dolor. Incluye una escala de intensidad de dolor, otra de analgesia y una figura humana para que el paciente pueda localizar su dolor.
  • Escala inventario breve de dolor: fue creada básicamente para pacientes oncológicos, aunque también se ha validado para pacientes no oncológicos. Permite detectar de forma rápida como afecta el dolor en siete aspectos básicos de la vida cotidiana del paciente.

A estas escalas habría que añadir la del impacto funcional, utilizando escalas de actividad funcional (no limitación, limitación leve y significativa), de calidad de vida y valoración de efectos secundarios.

Además, es preciso subrayar la dificultad de la valoración del dolor de características neuropáticas a través de escalas unidimensionales, por lo que se precisa de escalas específicas para hacerlo, que tienen sensibilidad y especificidad similares, tales como la Neuropathic Pain Questionnaire (NPQ), Leeds Assessment of Neuropathic Symptoms and Signs (LANSS), Douleur Neuropathique en 4 (DN4) o la Pain DETECT.

PRUEBAS DIAGNÓSTICAS

Se dispone de una serie de pruebas de imagen que ayudan a confirmar el diagnóstico clínico, además de valorar signos de alarma. Las de mayor utilidad son:

  • Radiografía simple: permite observar anomalías óseas, como fracturas, metástasis, tumores y patologías de columna.
  • Tomografía axial computarizada (TAC): para ver con mayor precisión las anormalidades óseas.
  • Resonancia magnética (RM): para detectar enfermedades de los tejidos blandos; es muy útil para diagnosticar estenosis del canal cervical, hernias discales, compresiones de raíz nerviosa y tumores.
  • Termografía: para aquel dolor que tienen un patrón térmico definido.
  • Mielografía: valora anormalidades en el canal raquídeo.
  • Electromiografía (EMG): este evalúa la musculatura esquelética utilizando electrodos de aguja. Realiza estudios de conducción nerviosa, mediante estimulación externa y evalúa fibras tanto sensitivas como motoras.

Tratamiento

Para un correcto manejo del paciente hay que tener en cuenta no sólo el mecanismo que produce el dolor (ya pueden coexistir varios tipos de dolor en un mismo paciente), sino también su intensidad. Disponemos de distintas medidas terapéuticas para el tratamiento del dolor que se desarrollarán a continuación:

  • Tratamiento farmacológico: fármacos opioides y no opioides.
  • Medidas adyuvantes a la farmacoterapia analgésica: desde medidas farmacológicas, psicológicas o físicas, hasta la acupuntura
  • Procedimientos invasivos: bloqueos paravertebrales, neuroaxiales o simpáticos.

TRATAMIENTO FARMACOLÓGICO

Fármacos no opioides

Deben ser considerados como primera opción de tratamiento.

  • Paracetamol: debe ser usado en dolor leve (EVA de 1-3), tiene una potencia analgésica similar a AAS y posee escasa actividad antiinflamatoria. Su vida media es de 3 a 4 h, por lo que el intervalo de dosis suele estar entre las 4, 6 u 8 h. Su efecto secundario más importante es el fallo hepático dosis-dependiente, por lo que no se deben superar los 4 g/día.
  • Es un fármaco muy útil para reducir las necesidades de opioides en el tratamiento del dolor moderado-grave. Así, en el control del dolor agudo postoperatorio, una dosis única de 1 g intravenoso tiene una eficacia analgésica del 36%, con pocos efectos secundarios. Además, presenta una eficacia sinérgica cuando se asocia a otros antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), favoreciendo un mayor control del dolor respecto a si se usa sólo o en combinación con opioides.
  • Salicilatos: son fármacos muy efectivos frente al dolor óseo. Tienen una vida media de 3 a 6 h. Su dosis máxima es de 3 g/día como analgésico y de 6 g/día como antiinflamatorios. Pueden producir a altas dosis un cuadro denominado salicilismo, que puede cursar con mareo, tinnitus, vómitos y/o sudoración, además de toxicidad gastrointestinal.
  • Metamizol: perteneciente al grupo de las pirazolonas, es un fármaco muy efectivo en el dolor visceral por su efecto espasmolítico. Su dosis máxima no debe superar los 6 g/día con intervalos de dosis entre 6-8 h. Entre sus efectos secundarios más frecuentes tenemos la agranulocitosis, anemia aplásica, trombocitopenia y las reacciones cutáneas.
  • Antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) inespecíficos e inhibidores selectivos de la COX-2: son fármacos analgésicos con actividad antiinflamatoria adicional, ventaja por la cual están indicados en dolor leve-moderado de tipo músculo esquelético, traumatismos, cólico renal o biliar y en ciertas formas de cefalea. Permiten reducir el consumo de opioides del 25-30%.

Dentro del amplio grupo, en líneas generales son de elección: a) ibuprofeno, a dosis máxima de 3200 mg/día e intervalos de 6-8 h, con menos efectos secundarios que el resto; b) diclofenaco, a dosis máxima de 200 mg/día con intervalos de dosis de 6-8 h; y c) naproxeno, a dosis máxima de 1500 mg/día con intervalos de dosis de 8-12 h. Además, el diclofenaco y el ketoprofeno tópicos pueden mejorar el dolor tipo artrósico. Por otro lado, los inhibidores selectivos de la COX2 (llamados coxibs, tales como etoricoxib, celecoxib, etc.) tienen menor riesgo de sangrado, pero un riesgo mayor de desencadenar eventos cardiovasculares. Tanto los AINEs como los coxibs pueden empeorar la insuficiencia renal en pacientes que ya tienen daño renal previo.

Fármacos opioides

  • Opioides menores: son fármacos que producen analgesia mediante su interacción con receptores opioides, por lo cual tienen menor potencia analgésica que la morfina, y por ende, menor acción depresora del sistema nervioso central y menor capacidad de producir farmacodependencia. Pueden asociarse a fármacos del primer escalón (AINEs y analgésicos) y con fármacos adyuvantes, pero no deben asociarse con opioides mayores porque, al competir por los mismos receptores, podría disminuir la potencia analgésica de los mismos.

    La dosis de estos fármacos debe ser ajustada en función de la edad del paciente, patologías previas y del uso concomitante con psicotrópicos, ya que es preciso una vigilancia estricta para el control y prevención de efectos no deseados; para ello se debe disponer de naloxona, que se utilizará como antídoto en caso de ser necesario. Entre los efectos secundarios más habituales de los opioides menores están la aparición de estreñimiento y náuseas, por lo cual es importante asociar laxantes y antieméticos durante el tratamiento.

    En todo caso, son fármacos de segunda línea, que deben ser reservados para cuando no se consiguen objetivos de control del dolor con fármacos no opioides. El facultativo debe estar familiarizado con su manejo y sus efectos secundarios; si se utilizan de forma adecuada es infrecuente el desarrollo de dependencia y/o tolerancia durante el tratamiento, pero podría existir ese riesgo en caso contrario.

    Dentro del grupo, la codeína es el fármaco opioide de elección, sobre todo en cuidados paliativos. Es un antitusígeno potente y no produce depresión respiratoria ni farmacodependencia, representando una muy buena opción para asociar con paracetamol (se dispone de presentaciones de 500/650 + 30 mg y 325 + 15 mg). Su dosis máxima es de 240 mg/día con intervalos de dosificación cada 4-6 h. Entre sus efectos secundarios específicos sobresalen: estreñimiento, somnolencia, náuseas, vómitos y enrojecimiento facial.

    Por su parte, la dihidrocodeína es un preparado de liberación retardada, que puede administrarse cada 12 h, hasta una dosis máxima de 240 mg/día. Tiene menor efecto antitusígeno que la codeína, y está contraindicado en EPOC y en hiperreactividad bronquial. Sus efectos secundarios más frecuentes son: estreñimiento, cefalea, mareos, vértigos, náuseas y vómitos.

    Finalmente, el tramadol es el fármaco es el más eficaz de este grupo. Presenta acción sobre el sistema nervioso central y periférico, actuando como agonista opioide débil con acción serotoninérgica y noradrenérgica. Ocasionalmente podría producir una cierta depresión respiratoria que se antagoniza con naloxona. Tiene varias vías de administración: oral, rectal, intramuscular e intravenosa. La dosis máxima es de 400 mg/día con intervalos de dosificación cada 6-8 h (12 h para la formulación retard y 24 h para la formulación en gotas con matriz lipofílica), pero en pacientes con insuficiencia renal deben emplearse dosis más bajas. Igual que la codeína, es muy eficaz asociado con paracetamol (325 mg de paracetamol + 37,5 mg de tramadol).
  • Opioides mayores: son fármacos reservados para el dolor irruptivo (DI), entidad que tiene un abordaje terapéutico complejo debido a sus características, siendo esencial una adecuada identificación de los componentes físicos y no físicos del dolor. Hay que identificar los factores precipitantes del DI, porque una simple modificación en estos (cambios posturales, distracción del paciente) podrían disminuir la intensidad o eliminar la aparición de este tipo de dolor. Su tratamiento se basa en el uso de dosis extras o de rescate de analgésicos de acción y absorción rápida.

    Los opioides mayores se pueden usar por varias vías de administración: oral, transmucosa, sublingual y nasal; e incluso se puede utilizar un opioide en el tratamiento basal y otro opioide distinto para la terapia de rescate.

    Dentro de este grupo se distinguen dos subgrupos:
  • Opioides de acción corta (SAO, por sus siglas en inglés short action opioids): son mayoritarios los preparados orales de morfina, oxicodona y metadona, que inician su efecto a los 30-40 min y alcanzan su máxima concentración plasmática en 1 h, resultando útiles para el DI puntual inducido tras la realización de procedimientos diagnósticos o terapéuticos. Para ello se administran entre 30 min y 1 h antes de que ocurra la situación que precipita el dolor, como el aseo, las curas o los sondajes. La dosis de rescate se calcula dividiendo por 1/6 la dosis de opioide total diaria; si no se ha controlado tras la administración de una primera dosis, el rescate puede repetirse transcurrida 1 h, cuando el opioide a alcanzado su máximo efecto.

    De forma específica, el sulfato de morfina de liberación rápida se utiliza para titular el fármaco o como dosis de rescate cada 4 h. Existen presentaciones de 10 y 20 mg en comprimidos (se pueden partir) y solución oral de 2 mg/ml (20ml) y 20 mg/ml (100 ml). La dosis de rescate se calcula dividiendo por 1/6 la dosis diaria total de morfina pautada; si se utilizan más de 2 dosis de morfina de liberación rápida de rescate al día hay que valorar ajustar la dosis de base.

    Los medicamentos con oxicodona de liberación rápida se utilizan para titular el tratamiento o como dosis de rescate cada 4 h. Existen presentaciones de cápsulas de 5, 10 y 20 mg (se pueden partir) y solución oral de 10 mg/ml (30 ml). De igual modo, la dosis de rescate se calcula dividiendo por 1/6 la dosis diaria total de oxicodona pautada.

    Por su parte, la metadona es un fármaco de uso más limitado a cuidados paliativos y en el ámbito hospitalario. Existen presentaciones en solución oral con 20 mg/ml, 40 mg/ml y 100 mg/ml y 10 mg/ml.
  • Opioides de inicio rápido (ROO, rapid onset opioids): son preparados especiales para ser administrados por vía transmucosa, sublingual o intranasal, que tienen un inicio de acción muy rápido (similar a la morfina intravenosa) y una duración de la acción corta. El mayor exponente son las distintas presentaciones de fentanilo, que tienen diferente biodisponibilidad y no se pueden intercambiar entre sí (incluso ni las formulaciones iguales como la dosis de 100 mcg de las pulverizaciones nasales). Las dosis deben titularse individualmente y no tienen relación con la dosis total diaria de opioides que toma el paciente. Tienen características farmacológicas muy especiales para ser indicados en el dolor irruptivo oncológico [véase cuadro con las presentaciones de fentanilo].

    Otra alternativa en casos de DI refractario a los tratamientos previos de rescate es la ketamina por vía subcutánea, cuyo uso está restringido a unidades especializadas de cuidados paliativos.

MEDIDAS ADYUVANTES

Estas medidas tienen como objetivo reducir la dosis de analgésicos que precisa el paciente. Dentro de este grupo tenemos fármacos que pueden tener efecto analgésico propio o potenciar el efecto analgésico de otros grupos farmacológicos y además contamos con medios no farmacológicas.

Farmacológicas

  • Antidepresivos tricíclicos: existe evidencia limitada para su empleo en pacientes con dolor. Entre los más usados destaca la duloxetina.
  • Anticonvulsivantes: hay estudios que demuestran una escasa disminución en el uso de analgesia de base, especialmente en el postoperatorio con pregabalina como adyuvante, principalmente en pacientes con un mecanismo de dolor nociceptivo. Algunos autores cuestionan la recomendación de estos fármacos.
  • Esteroides: la administración de dexametasona reduce el dolor y, además, disminuye los requerimientos de opioides, las náuseas y vómitos postoperatorios, principalmente si se administra en la fase preoperatoria. Es importante valorar el riesgo-beneficio de forma individualizada antes de su uso debido a sus efectos secundarios.
  • Ketamina: puede reducir discretamente el dolor postoperatorio y también los requerimientos de opioides, las náuseas y los vómitos. Asimismo, es de gran utilidad en pacientes tolerantes a los opioides, especialmente en los que presentan dolores intensos y de corta duración (reducciones de fractura y amputaciones). Puede incrementar el riesgo de agitación psicomotriz en un 30%, aunque dicha situación puede ser revertida con benzodiacepinas.
  • Magnesio: tiene eficacia como tratamiento adyuvante en el dolor postoperatorio en varios tipos de cirugía, pero requiere del control estricto de su administración para evitar efectos secundarios.
  • Alfa-2 agonistas (clonidina y dexmedetomidina): generalmente utilizados en la analgesia preoperatoria, aunque su uso se ve limitado por sus frecuentes efectos adversos.
  • Cannabinoides: no existen evidencias científicas suficientes para recomendar su uso en el manejo del dolor.
  • Lidocaína: fármaco muy usado en cirugía abdominal y urológica, su administración intravenosa ha demostrado que mejora la eficacia analgésica, además de reducir la inflamación postquirúrgica y favorecer la recuperación funcional del paciente. Aún existe escasa evidencia para recomendar el uso de lidocaína en parches.

Intervenciones psicológicas

No hay suficientes evidencias para recomendar el uso de técnicas cognitivo-conductuales, relajación o hipnosis. Estas técnicas incluyen desde escuchar música, distracción y realidad virtual (más eficaces en niños y adolescentes), pero existe cierta controversia en cuanto a la aplicación de este tipo de terapias

Medidas físicas

Existe una evidencia limitada sobre el beneficio del frío, calor, masajes y magnetoterapia en el manejo del dolor. En cuanto a la estimulación nerviosa eléctrica transcutánea (TENS) la calidad de los estudios y las diferencias metodológicas hacen que estos no sean concluyentes acerca de su efectividad en el tratamiento del dolor.

Acupuntura

Existen pocos estudios que respalden la recomendación de la acupuntura en el momento preoperatorio y en el primer día del postoperatorio. Podría ser un buen coadyuvante, mejorando el dolor y disminuyendo el requerimiento de analgesia postoperatoria, aunque los ensayos clínicos sobre acupuntura presentan importantes deficiencias metodológicas y no se puede concluir al respecto de su beneficio.

PROCEDIMIENTOS INVASIVOS

Deben de ser aplicadas por especialistas en este campo. Las opciones son: analgesia epidural, intratecal, bloqueos neuroaxiales y regionales. En algunos tipos de cirugía han demostrado ser más eficaces que la analgesia parenteral.