Resumen
La difícil adquisición de la información sanitaria de épocas pasadas ha determinado que se conozca de forma escasa cuáles eran las medidas que desde las autoridades se trataban de difundir entre la población en pro de la educación sanitaria y la salud pública. A este respecto, son variados e interesantes los documentos que –no sin dificultad– se han conservado en el tiempo, sobre todo, en colecciones privadas, relativos a la información divulgada durante el periodo histórico en que se sembró el germen del actual Sistema Nacional de Salud: el franquismo.
A lo largo del presente artículo se exponen ejemplos de imágenes y textos que ilustran las recomendaciones relativas a la higiene, la prevención de accidentes relacionados con el trabajo y de la transmisión de zoonosis, así como de las recomendaciones de vacunación que por aquel entonces se emitían.
Preámbulo: nota del autor
En el artículo publicado con anterioridad vimos algunas características de la información sanitaria, concebida y enviada durante la Segunda República, referente a la crianza de los bebés.
Comenté cómo ese material había llegado a mis manos, por pura casualidad, en El Rastro, a donde llevamos acudiendo de manera constante desde hace ya más de treinta años.
La publicidad farmacéutica es difícil de conseguir por su carácter efímero. La información sanitaria, casi imposible.
En la actualidad todos los dispensarios y los hospitales están repletos de cartelería, en donde se resaltan los elementos más importantes para su correcto funcionamiento o para el mantenimiento de nuestra salud. La misma es distribuida por canales oficiales y, una vez cumplida su misión, destruida. De esos avisos que forman parte de nuestra cotidianeidad, llamándonos al silencio en los espacios sanitarios, a la humanización de la sanidad, a la vacunación o a tantas otras cosas, no creo que quede huella en institución ninguna y así ha sido desde tiempos remotos. Los vestigios republicanos son difíciles de conseguir por su escasez y por estar muy buscados por los coleccionistas. Con los franquistas pasa otro tanto.
Recordemos, quienes lo hemos vivido, cómo la figura del General y la de José Antonio Primo de Rivera estaba omnipresente en todos los centros oficiales y en algunos particulares. Deberían quedar miles de ellos. Intenten encontrar ahora una de esas fotografías o litografías: les costará tiempo y dinero; solo han pasado poco más de cuarenta años del fin de la dictadura. Con la cartelería de información sanitaria pasa lo mismo.
Pasaré a exponer, de nuestra colección, los carteles editados con la intención señalada. Primero los de tipo general. Luego me centraré en los dedicados a la infancia y a la maternidad, con lo cual entroncaré con mi anterior artículo, ahora visto en el periodo franquista.
La atención sanitaria durante el franquismo
No debemos olvidar cómo, pese a los antecedentes monárquicos y republicanos, el Seguro Obligatorio de Enfermedad no se estableció hasta 1941 y el siempre denostado Fuero de los españoles (1945) dio un cuadro bastante completo de los seguros sociales, con el reconocimiento del derecho a la asistencia en la maternidad, accidentes de trabajo, invalidez, paro forzoso, vejez o fallecimiento1.
Con todas las carencias e insuficiencias que se quiera, el actual sistema nacional de salud tiene sus antecedentes más robustos y un principio de enérgico desarrollo durante la dictadura franquista.
Información sobre higiene en general y normas de prevención en el trabajo y la vida cotidiana
Ya en el año 1939, el recién creado Instituto de España, en territorio franquista durante la Guerra Civil, para reunir en su seno a todas las Reales Academias nacionales editó una serie de textos escolares. Uno dedicado al Análisis Lógico Gramatical; dos a hacer una Antología de la Literatura Española; otro era un Manual de Aritmética y Geometría; dos manuales de Historia de España y otro dedicado a Higiene elemental2, lo cual da idea de la importancia otorgada a estos asuntos desde principios de la dictadura (Figura 1).

Prevención de accidentes de trabajo
En 1963, el Instituto Nacional de Medicina y Seguridad del Trabajo publicó un impactante cartel (34×49 cm) en el que, sobre fondo negro, se ve una escalera con los peldaños rotos, una mancha de sangre en el suelo y la leyenda Pudo evitarse3, en donde, de manera sencilla y explícita, se llama al buen estado de los utensilios necesarios para el trabajo (Figura 2).

El mismo Instituto, con idéntico autor y el mismo año, hizo imprimir un letrero de gran formato (55×79 cm)4 a través del cual se pretendían prevenir los fuegos accidentales en las parvas de las eras y en los pajares, mediante el consejo de no fumar allí. El asunto, aparte de ser de sentido común, llama hoy en día la atención, dado lo asumido que en esa época se tenía el tabaco y su consumo, incluso por las autoridades sanitarias (Figura 3).

De nuevo, idéntico Instituto, probablemente el mismo año, llamaba a la prudencia entre los labradores. Para ello, en otro anuncio de gran tamaño (69×49 cm)5 se representa el dibujo de un espantapájaros con cara triste, la mano en cabestrillo y la pierna vendada. La presencia en el dibujo de una hoz inclina a pensar en una campaña contra los accidentes en la siega y que, aún durante ese año tardío, se realizaba muy corrientemente a mano. Llama la atención el tema. El uso de la zoqueta, para evitarse heridas en las manos, estaba muy generalizado, al menos en Castilla, y los cortes en las piernas sólo podían deberse a una gran impericia o a un exceso de prisa (Figura 4).

Idéntica institución, el mismo año de 1963 y firmado también por Cerra, hizo editar un cartel grande (83×54,5 cm) en donde se resumían, probablemente, el total de los avisos difundidos, con una serie de consejos en forma de pareado (Figura 5).

En total, dieciséis. Se refieren a la precaución imprescindible frente al sol, tanto para seres humanos como animales; al cuidado de beber agua fría sudando; a no tirar colillas encendidas ni cerillas sin apagar; a protegerse bien los pies para evitar las picaduras de alacranes o los accidentes con clavos. En cuanto a la siega, preferían la protección de las manos con dediles, acaso más modernos y cómodos que las zoquetas de madera. Pedían el uso de gafas protectoras en los segadores y cuidado en el empleo de tractores; alejar a los menores de máquinas y herbicidas; tapar los brocales de los pozos y viajar con los trasportes de trabajo por la derecha de las carreteras.
Este cartel, procedente de la España de mi infancia, cuenta en imágenes cómo era en ese momento la nación. El trabajo, principal y mayoritario tenía que ver con la agricultura. Por tanto, los consejos van dirigidos a los campesinos, mediante una serie de pareados muy sencillos e infantiles –generalmente de su gusto– y unos dibujos tremendamente expresivos. El sombrero del agricultor es de paja y su vestido, un mono azul de trabajo; bebe del botijo y esa agua (que hoy tendríamos por fresquita) se considera excesivamente fría en determinadas ocasiones laborales6; quien huye del fuego lleva faja, chaleco corto y boina; las botas de protección tienen una gran semejanza con las empleadas por los soldados, al hacer el servicio militar, obligatorio durante esos años. La siega con hoz o guadaña parece cosa normal y habitual. Las novedades son las gafas de protección frente a las espigas, los primeros tractores (y, por tanto, el desconocimiento todavía de su manejo como herramienta cotidiana), los herbicidas y otras máquinas agrícolas adosadas al tractor, en lo que parece ser una primitiva segadora, aunque también las había arrastradas por caballerías. Sin embargo, los pozos siguen en pleno auge, pues se pide la tapa en los brocales para evitar problemas, lo que habla de la ausencia de agua corriente en muchas poblaciones y, en la carretera, vemos a un carro circulando frente a un camión de medianas proporciones. En definitiva: un territorio rústico tradicional, camino de la mecanización y varios accidentes producidos por ese tránsito y por la costumbre tan extendida de fumar. Una España de casas con paredes encaladas, resplandecientes al sol, macetas y pajarillos en jaulas, muy alejada en el tiempo y en las costumbres de la actual.
El mencionado Instituto, el año 1965, firmado igualmente por CERRA, editó otro pasquín de gran tamaño (50×70 cm) en donde se dan normas para el uso de los plaguicidas que, supongo, serán muy del gusto de los actuales ecologistas (Figura 6).

Son trece instrucciones y diez dibujos. Si solo atendemos a las principales, es decir, a las acompañadas de ilustraciones explicativas, vemos a un agricultor, con mono azul y boina del mismo color, encerrando los pesticidas en un armario con la señal de veneno, pues la primera norma dice que los plaguicidas son siempre venenosos. La siguiente pintura invita a lavarse las manos si ha caído en ellas el producto, y a cambiarse de ropa si ha sucedido lo mismo, además de lavarla antes de volver a utilizarla; la tercera, explica la necesidad de destruir los envases con rapidez y sin reutilizarlos. Lo curioso es que el mismo dibujante antes había prevenido contra el fuego y ahora recomienda quemarlos. Esta aparente contradicción tal vez se deba a que muchos de los incendios se producían por tirar colillas o cerillas encendidas y muy pocos por hogueras o intencionados –a diferencia de lo sucedido en la actualidad–. En la zona de Burgos en donde pasé todos los veranos de la infancia, repleta de pinos resineros, solo en una ocasión asistí a un incendio causado por un rayo. Tocó la campana de la iglesia a rebato y, en un plis plas, todo el pueblo apagó el fuego sin necesidad de bomberos ni ninguna clase de ayuda ajena. La cuarta, aconsejaba alejar a los niños de las operaciones relacionadas con los plaguicidas; animaban a leer detenidamente las instrucciones de uso tantas veces como se utilizasen; la dilución de los principios activos en agua debía hacerse en lugares apartados de personas y ganado, en el menor tiempo posible; la aplicación, con mascarilla respiratoria cuando fuera aconsejado y, a la menor sospecha de intoxicación, debía acudirse al médico.
Como se ve, frente a la idílica idea bastante extendida en la actualidad de la forma de vida en el entorno rural durante el inicio del desarrollo económico español, y de las miles de razones dadas para explicar la ahora llamada España vaciada (-¿por quién? Me pregunto yo) en el periodo del desarrollismo, cuando las bases americanas ya estaban establecidas en nuestro suelo y el franquismo se afianzaba a base de una evolución económica imparable y constante, el trabajo del campo, en algunos aspectos, parece más peligroso que en una central nuclear. Por eso no hizo falta, ni entonces, ni ahora, que nadie lo vaciase. Se vació solo hacia trabajos más provechosos desde el punto de vista económico, aunque acaso igual de peligrosos o más.
El uso de plaguicidas demasiado enérgicos continuó hasta fechas muy recientes y no sé si continúa. Recuerdo en una tranquila y dulce tarde de pesca, hará ya más de cuarenta años, ver una especie de abejorro en la distancia. Observar cómo se acercaba poco a poco y sentir sobre mí la nube tóxica del plaguicida descargado por una avioneta minúscula: los tiempos van avanzando. No hará más de cinco años he visto las viñas regadas con vaya usted a saber qué, mediante unos pulverizadores arrastrados por tractores, aunque muy cerca otros agricultores presumían de cultivos orgánicos…
Si recuerdo bien, el relativo cuidado con que se trataban los plaguicidas en mi adolescencia, en nada se parecía a lo indicado en este cartel educador, pues ni se hacía la dilución al aire libre, ni se destruían los envases, ni muchísimo menos se utilizaba mascarilla respiratoria alguna que, al menos en donde yo pasaba los veranos, no se había visto ni en las películas y, menos aún, las gafas protectoras. Si alguien se las hubiera puesto el pitorreo habría sido generalizado.
Prevención de zoonosis
Años antes, cuando el Régimen se había alejado del fascismo alemán tras su derrota militar, pero todavía quedaban instituciones y denominaciones de tiempos más duros, la Dirección General de Sanidad, en su sección de propaganda, efectuó una campaña mediante la cual hizo imprimir a la editorial Rivadeneyra S.A. de Madrid, en el año 1957, un cartel (47×69 cm) en donde se ve a un hermoso perro de los llamados pastores alemanes dotado de collar en donde aparece un número de la lucha antirrábica grabado en una chapa metálica colgante (Figura 7).

La rabia fue un problema para el ganado y los humanos hasta 1885, cuando Pasteur inyectó una serie de vacunas nuevas a un niño mordido por un perro rabioso y sobrevivió. Hasta entonces, la mayoría de los que contraían la enfermedad, de la manera descrita, morían7. En España, uno de los primeros en fabricarla fue Jaime Ferrán y Clúa en su laboratorio barcelonés8.
En España no existe esa enfermedad desde el año 1978, con excepción de un caso importado de Marruecos en 2013. Sabemos que es un trastorno viral, cuyo principal reservorio es el perro, si bien también pueden transmitirlo animales salvajes como el zorro, el lobo o los murciélagos. Es curioso cómo a veces, los humanos, aun otorgando a los animales una serie de derechos de los que no son portadores, se ponen en peligro a sí mismos. Los animales han de ser tratados, a mi parecer, con el cuidado derivado de nuestra condición de seres humanos sensibles a la naturaleza, pero jamás humanizados, aunque todos los seres humanos somos animales, más o menos desarrollados.
Cuando se hizo esta campaña, en 1957, se estaba muy lejos de tener controlada la enfermedad. Los dueños de perros de protección o guarda y la mayoría de los cazadores vacunaban a sus perros –al menos esa es mi experiencia– entre otras cosas porque convivían con ellos. Sin embargo, en las idealizadas aldeas rurales había una especie de sentencia según la cual a los perros se les daba vestido y calzado: lo demás iba por su cuenta. Esta situación de desapego hacia los animales de compañía, vividos todavía como competidores en una sociedad en donde se seguía pasando hambre, hacía que a muchas personas les pareciera una excentricidad cualquier cuidado proporcionado a las mascotas e incluso a los perros de trabajo, como los pastores, pues había demasiados niños y demasiados seres humanos privados de casi todo, aunque las generalizaciones han de tomarse con escepticismo, pues suelen corresponder a las vivencias de quien las pronuncia, a no ser que sea sociólogo y haya efectuado estudios sobre la aseveración. Sea como fuese, el cartel pone de manifiesto el intento de prevenir las zoonosis y recuerda a los pregones de los pueblos castellanos, cuando se prohibía tener a los perros sueltos durante el periodo en que maduraban las uvas, para evitar que se las comieran.
En el mismo sentido, pero en el año 1968 tenemos un nuevo cartel (50×70 cm) editado por el Instituto de Medicina y Seguridad del Trabajo en donde se indica como se propaga el quiste hidatídico (Figura 8).

El quiste lo producen larvas enquistadas del Echinococcus granulosus. Sus huéspedes definitivos son los perros, gatos y otros carnívoros. Los humanos se pueden contagiar por contacto directo con ellos, más cuanto más dóciles sean, al lamernos, o al ingerir vegetales o agua contaminada con las heces de los animales. Si las plantas infectadas o las deyecciones son comidas por animales herbívoros como vacas, ovejas, u omnívoros como los cerdos, se producen quistes en órganos como hígado o pulmón. Si estas vísceras son utilizadas por un carnívoro como el ser humano en su alimentación, se desarrolla la forma adulta, que le puede infectar los pulmones, el cerebro o el hígado con efectos muy peligrosos e incluso mortales.
La hidatidosis en España no ha sido todavía vencida y sigue causando problemas en las ganaderías y los seres humanos, si bien cuando apareció este cartel las dificultades eran aún mayores. A este respecto, llama la atención que en la actualidad se considere que la lucha contra este problema se inició durante la Democracia. En realidad, es muy anterior como demuestra este cartel
Prevención sanitaria: ceguera, tuberculosis
El 7 de abril de 1962 se proclamó el día mundial de la salud. Con ese motivo se editaron varios letreros, alguno de los cuales poseemos en nuestra colección (Figura 9).

Uno de ellos (48×69 cm), editado por la sección de propaganda de la Dirección General de Sanidad en la imprenta Rivadeneyra de Madrid, está dirigido a Conservar la vista: evitar la ceguera. Mantiene, mediante una curiosa mezcla de fotografías en blanco y negro, algún dibujo y varios mensajes escritos, que más de la mitad de los casos de ceguera pueden evitarse y los atribuye a accidentes, en el trabajo, en el hogar o en juegos y deportes. A infecciones, avitaminosis, cataratas y glaucoma, circunstancias, supongo, sobre las que desea poner sobre aviso a la población.
Tenemos otros dos carteles seguramente anteriores a esa fecha, editados por el Patronato Nacional Antituberculoso de la Dirección General de Sanidad. Esa institución se creó en 1936, en plena guerra civil, en el bando franquista. En 1953 pasó a llamarse Patronato Nacional Antituberculoso y de las Enfermedades del Tórax, por lo cual deberían ser anteriores a 1953.
El primero de ellos (50×70 cm) es la fotografía, en blanco y negro, de una armónica enfermera en trance de vacunar a un bebé hermoso y tranquilo. Mediante la misma se contribuye a la Campaña nacional de vacunación antituberculosa y se hace mediante dos afirmaciones, una pregunta y una información (Figura 10).

Se afirma que millares de españoles se han vacunado contra la tuberculosis y que la vacunación con el B.C.G. es completamente inofensiva. Se pregunta porqué no lo ha hecho quien lo lee y ha hecho vacunar a sus hijos. Al fin se explica cómo se puede obtener información en todas las Jefaturas provinciales de sanidad, en los dispensarios antituberculosos y en los centros de puericultura.
La vacuna contra la tuberculosis la crearon Albert Calmette y Jean-Marie Camille Guerin en 1921. Fue la llamada del bacilo Calmette y Guerin (B.C.G.). En España, el plan nacional contra la erradicación de la tuberculosis tuvo lugar entre 1965 y 197210. El año 1953 se creó el Servicio Nacional de Vacunación para B.C.G. No era obligatorio vacunarse, pero se realizó mucha propaganda. En 1956 se organizó el Plan de Erradicación de la Tuberculosis, promovido por el Patronato mencionado de la Dirección General de Sanidad y en diez años, doscientas setenta y cuatro enfermeras bien entrenadas, vacunaron al ochenta por ciento de los niños entre cinco y catorce años11.
Otra fotografía de la misma época, editada por idéntica institución y con el mismo tamaño (50×70 cm) incita a realizarse una revisión periódica, con el fin de evitar daños irreparables. Para ello se emplea la fotografía de un mecánico, perfectamente repeinado, con empleo masivo de brillantina al uso de la época, en el momento de revisar un avión, aparentemente de un tetramotor, parece que civil por el mono empleado por el trabajador (Figura 11). Pese a lo avanzado de la fecha, una estética muy similar a la de la revista Signal, la dedicada a la propaganda nazi en España, en esas fechas desaparecida hacía tiempo, pero con una forma de presentar los asuntos seguramente del gusto de la Falange, ya domeñada en el Movimiento Nacional, más dedicada a las formas que a lo sustantivo de su ideario.

En el anuncio sanitario se pregunta porqué tratar al cuerpo con menos consideración que a un motor. Aconsejan visitar el médico al menos una vez al año y siempre que se tenga cualquier síntoma. Explica como un catarro, un adelgazamiento o exceso de cansancio, pueden ser síntomas de la tuberculosis, enfermedad curable, con mayor facilidad si se coge a tiempo.
Campaña nacional de vacunación contra la difteria, tétanos, tosferina y poliomielitis
Tenemos un pequeño cartel (24×33,5 cm) publicado en Edicolor (una imprenta barcelonesa) durante el año 1966 y firmado por el dibujante Alfonso, a quien no soy capaz de distinguir entre los numerosos dibujantes posibles con ese nombre. El cartel señala cómo los fantasmas de la poliomielitis, difteria, tétanos y tosferina, son tachados mediante la vacuna de la misma.
En 1963 se inició la vacuna oral frente a la poliomielitis12 y en 1965 se añadió frente a la difteria, tétanos y tosferina. El muy atractivo cartel es del año siguiente y trata de atraer al público a inmunizar a sus hijos (Figura 12).

El problema estriba en que la primera campaña nacional de vacunación, para la que se utilizó la vacuna oral de Albert Sabin, se llevó a cabo entre 1963 y 1964, pese a que estaba disponible desde 1957. Otro método de inmunizar, mediante el inyectable de Jonas Salk, existía desde 195413. Por ello la polio se erradicó tardíamente en nuestro suelo y dejó a muchas personas con secuelas hasta fechas contemporáneas. En el año 1966 la campaña pública de vacunación estaba en pleno rendimiento y por eso los carteles. Hablo en plural pues también tenemos otro, mucho más grande (49×67 cm) publicado en la misma imprenta y realizado durante el año 1965 por “Yo, Gimeno”14 en donde se ve a un niño que corre tras una paloma blanca, en medio de unos probables olivos sobre fondo rojo, en un grafismo de evidente calidad (Figura 13).

Con esta difusión de, a mi parecer, preciosas piezas, acabo el artículo de este número. En la próxima entrega seguiré con la información dirigida a los recién nacidos y niños de poca edad; así como enlazaré con el dedicado a la puericultura durante la Segunda República.








