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Cenobamato (▼Ontozry®) en epilepsia farmacorresistente

Resumen

Cenobamato es un nuevo antiepiléptico cuyo mecanismo de acción no ha sido del todo dilucidado. Se ha postulado que ejerce una acción dual: actúa como modulador alostérico positivo del receptor del canal iónico del GABA (GABAA) y bloquea e inactiva de forma más prolongada los canales de Na+, consiguiendo reducir la excitabilidad neuronal y la descarga repetitiva. El medicamento ha sido autorizado para el tratamiento concomitante por vía oral de las crisis de inicio focal con o sin generalización secundaria en adultos con epilepsia que no han sido controlados de forma adecuada a pesar del tratamiento previo con al menos 2 antiepilépticos.

Los resultados de dos estudios de fase 2 de similar diseño, uno pivotal y otro de soporte, han revelado que la adyuvancia con cenobamato durante un mantenimiento de 6-12 semanas a dosis fija –tras un periodo de titulación previo– se asocia con una alta tasa de pacientes respondedores (50-64%), significativamente superior a placebo (20-27%), y con una marcada reducción en la frecuencia de crisis, también significativa respecto a placebo (de -55% a -63% vs. -22% a -27%). En la fase de extensión del estudio pivotal se probó que su eficacia es consistente en los distintos subgrupos de pacientes e independiente del tratamiento previo y concomitante; además, se mantiene a largo plazo: tras 25-30 meses reduce la frecuencia de crisis en un 76% y hasta un 20% de los pacientes están libres de crisis. Por otra parte, el perfil toxicológico del nuevo fármaco es dependiente de la pauta posológica, similar al de otros antiepilépticos y con una tolerabilidad similar a placebo. Las reacciones adversas más frecuentes (> 10%) se relacionan con el sistema nervioso central –somnolencia, mareo, fatiga y cefalea–, en su mayoría leves-moderadas y de corta duración; entre las graves (14%), destacan la ataxia, los mareos y la somnolencia como principales causas de discontinuación. Una titulación lenta del fármaco desde una dosis inicial baja minimiza el riesgo de DRESS.

Habiéndose solo investigado frente a placebo, no se dispone de comparaciones directas de cenobamato con otros antiepilépticos. Las comparaciones indirectas podrían sugerir que la tasa de pacientes libres de crisis (≈20%) supera la observada en los ensayos con otros fármacos anticrisis usados en epilepsia focal (< 7%), como lacosamida, eslicarbazepina, lamotrigina o los más recientes brivaracetam o perampanel; de forma similar, las altas tasas de retención con cenobamato a largo plazo (cercanas al 60% a los 6 años) serían superiores a las descritas para otros fármacos anticrisis.

En definitiva, los adultos con crisis de inicio focal farmacorresistentes –que no hayan conseguido un control adecuado o no toleren al menos 2 líneas previas (una primera monoterapia y una segunda con otra opción de monoterapia o con una primera adyuvancia)– se podrán beneficiar del uso diario por vía oral de cenobamato como alternativa en una 3ª línea de tratamiento como primera o segunda adyuvancia; muy probablemente, tras el uso de un antiepiléptico de 3ª generación (como brivaracetam, perampanel, eslicarbazepina o lacosamida). Cenobamato no incorpora un mecanismo de acción novedoso en la indicación ni parece suponer un cambio de paradigma en el abordaje de la epilepsia, pero sí va a cubrir una laguna terapéutica por tratarse del primer medicamento específicamente autorizado para el tratamiento concomitante tras el fallo de 2 o más fármacos. Su lenta titulación y el hecho de no estar disponible en formulación intravenosa impiden su empleo en situaciones de urgencias.

Aspectos fisiopatológicos

La epilepsia (palabra derivada del griego epilambanein, que significa “apoderarse de” o “atacar”) es uno de los trastornos neurológicos más comunes del sistema nervioso central (SNC), caracterizado por la presencia y recurrencia de crisis transitorias y autolimitadas derivadas de la función anormal –excesiva– de neuronas de la corteza cerebral. Se define una crisis cerebral como cualquier episodio brusco y transitorio de carácter motor, sensitivo, sensorial y psíquico, consecutivo a una disfunción pasajera, parcial o global del cerebro. Por su parte, una crisis epiléptica sería la “expresión clínica de aquella crisis cerebral que resulta de una descarga neuronal sincrónica de alta frecuencia en una zona del cerebro, que se repetirá a lo largo del tiempo y es el resultado de una afección crónica”.

Desde el año 2005 se ha venido definiendo conceptualmente la epilepsia como un trastorno cerebral caracterizado por una predisposición continuada a la generación de crisis epilépticas, esto es, “una condición caracterizada por la aparición con más de 24 h de separación de dos (o más) crisis epilépticas recurrentes no provocadas por alguna causa inmediatamente identificable”.

La International League Against Epilepsy (ILAE, Liga Internacional contra la Epilepsia) revisó la definición en 2014 para incluir los casos especiales que no responden a ese criterio, y aportó una definición clínica práctica de epilepsia como “una enfermedad cerebral definida por cualquiera de las situaciones siguientes: i) aparición de al menos 2 crisis no provocadas (o reflejas) con una separación de > 24 h; ii) aparición de una crisis no provocada (o refleja) y una probabilidad de que aparezcan más crisis durante los 10 años siguientes similar al riesgo de recurrencia general (≥ 60%) después de 2 crisis no provocadas; o iii) diagnóstico de un síndrome epiléptico1” (Fisher et al., 2014).

La epilepsia afecta a alrededor de 70 millones de personas en todo el mundo, y se erige como una de las patologías neurológicas más prevalentes. Según los datos divulgados del estudio Epiberia, su tasa de prevalencia en la población española mayor de 18 años es de casi 15 casos por cada 1.000 habitantes, o sea, actualmente algo más de 700.000 personas viven con la enfermedad en nuestro país, sin haberse detectado diferencias significativas en cuanto a regiones. La tasa de prevalencia de epilepsia activa –pacientes con sintomatología que requieren intervención médica y recursos sanitarios– ronda los 6 casos/1.000 habitantes, lo cual supone algo más de 260.000 pacientes. La incidencia de epilepsia es mayor en niños de entre 6 y 14 años, adolescentes y ancianos (la incidencia acumulada de epilepsia hasta la edad de 80 años alcanza el 3%) y, por sexos, mayor en varones. Se diagnostican entre 12.000 y 22.000 casos nuevos en España cada año (Serrano-Castro et al., 2015).

A nivel global, se estima que el 5-10% de la población experimentará una crisis a lo largo de su vida y hasta un 20% de estos tendrán crisis recurrentes, o sea, desarrollará epilepsia; poco más de la mitad de las crisis son parciales (57%) y más del 60% de los síndromes epilépticos son síndromes focales, más frecuentes en la edad adulta. La epilepsia incrementa entre 5 y 10 veces el riesgo de muerte prematura con la relación a la población general.

Desde un punto de vista clínico, las manifestaciones del cuadro epiléptico se relacionan con la localización anatómica del foco epiléptico y su extensión, y pueden ir desde un leve tic o un breve paréntesis en la atención del paciente a una crisis convulsiva generalizada, de varios minutos de duración. La ILAE clasifica las crisis epilépticas en función de la zona cerebral en que se originan y la forma de presentación –sintomatología motora y nivel de conciencia– en tres grandes grupos: de inicio focal, de inicio generalizado o de inicio desconocido (Figura 1).


Las crisis epilépticas generalizadas suponen el 30% del total de casos diagnosticados. Se originan en un punto y rápidamente comprometen redes neuronales de distribución bilateral (en ambos hemisferios), que pueden incluir estructuras corticales y subcorticales, si bien no afectan necesariamente a toda la corteza cerebral, pudiendo ser asimétricas; pese a que una crisis individual pueda parecer localizada, la localización y lateralización no tienen por qué repetirse de una crisis a otra. Las crisis generalizadas pueden ser convulsivas, es decir, con movimientos asociados (tónicas, clónicas, tónico-clónicas y mioclónicas), o no convulsivas (ausencias y crisis atónicas).

Por otra parte, las crisis epilépticas focales –antes llamadas parciales– se originan en redes neuronales limitadas a un hemisferio, con una localización más o menos amplia. Para cada tipo de crisis, la localización de su inicio se repite de una crisis a otra, con patrones de propagación que pueden involucrar al hemisferio contralateral (secundariamente generalizadas). Suponen en torno al 60% de todos los cuadros de epilepsia y, según su localización, pueden ser frontales, parietales, temporales u occipitales; se categorizan como simples o complejas según haya o no afectación de la conciencia. Finalmente, los síndromes epilépticos agrupan a aquellos tipos de epilepsia que, teniendo formas de presentación y cursos clínicos similares, responden a una etiología diversa: cada tipo de síndrome epiléptico combina uno o más tipos de crisis epilépticas, con distintas manifestaciones.

Las causas de la epilepsia varían notablemente con la edad del paciente. En algunos tipos se presentan crisis en una etapa determinada de la vida y, con el tiempo, cesan; en otros, se producen crisis durante toda la vida. Un 30% de los casos de epilepsia son de origen genético, mientras que otro 40% están originados por malformaciones cerebrales, traumatismos craneoencefálicos, infecciones del sistema nervioso, hemorragias intracraneales, tumores cerebrales o trastornos metabólicos; el 30% restante son de causa desconocida.

Sea cual sea la causa inmediata, la base fisiopatológica de las crisis epilépticas es común: una descarga eléctrica neuronal anormal y exagerada producida por un desequilibrio a nivel sináptico de los impulsos nerviosos, los cuales están modulados fundamentalmente por la acción de dos neurotransmisores (uno de carácter neuroexcitatorio, el ácido glutámico, y otro neuroinhibitorio, el ácido gamma-aminobutírico o GABA). Según se ha sugerido, la epilepsia comporta la presencia de uno o varios núcleos de neuronas epileptógenas2 con una actividad eléctrica anormal y persistente en una zona cerebral que presenta una alteración del tejido nervioso y se denomina foco epiléptico. En otras palabras, las crisis epilépticas se producen por una activación sincrónica de uno o varios pequeños grupos de neuronas epileptógenas en el foco (se desencadena una actividad sináptica excitatoria excesiva) y puede difundir a otras áreas o incluso generalizarse.

Se ha descrito que muchos pacientes epilépticos desarrollan diversos mecanismos homeostáticos para contrarrestar la hiperexcitabilidad neuronal, probablemente relacionados con la expresión de varios genes que codifican distintos péptidos implicados en un aumento de la neurotransmisión GABAérgica o una disminución de la glutamatérgica. No obstante, en la gran mayoría de los casos se debe recurrir al tratamiento farmacológico. Aproximadamente dos tercios (50-70%) de los pacientes con epilepsia tienen buen pronóstico: además de un 20-30% de casos que remiten espontáneamente, otro 30-40% de los pacientes se controla con fármacos antiepilépticos; pero hasta un 20-30% muestran una persistencia de crisis en el tiempo. Se conoce la historia natural de algunos síndromes epilépticos (por ejemplo, la esclerosis mesial temporal), pero hoy en día el pronóstico de la epilepsia en el momento de su diagnóstico es indeterminado para muchos pacientes, lo cual se relaciona directamente con la probabilidad de conseguir estar sin crisis.

La farmacoterapia de las epilepsias a base de agentes antiepilépticos (o anticrisis) es crónico y se basa en controlar las crisis y mejorar las otras manifestaciones neurológicas asociadas a la patología, si bien no está exenta de efectos adversos que pueden ser fuente de discapacidad y morbilidad, lo que provoca bajas tasas de adherencia terapéutica a largo plazo (Fernández-Moriano, 2021). Iniciada a principios del siglo XX con el descubrimiento del fenobarbital, tiene un crecimiento notable a finales de ese siglo y principios del XXI, disponiéndose en la actualidad de un amplio abanico de opciones farmacológicas, con distintos perfiles farmacocinéticos y farmacodinámicos. Atendiendo a la hipótesis de la naturaleza electroquímica de la epilepsia, se pueden clasificar los fármacos antiepilépticos disponibles en dos grandes grupos según su actuación primordial sobre las neuronas del SNC:

  • Inhibición de la hiperexcitabilidad neuronal cortical:
    • Modulación de determinados canales iónicos de Na+, K+ y Ca2+ presentes en las membranas, responsables del intercambio iónico entre el interior y el exterior neuronal. Actúan sobre las propiedades eléctricas de las neuronas y su capacidad para ser excitadas por las descargas de otras neuronas.
    • Inhibición del sistema glutamato-aspartato, implicado en la reducción del umbral de excitabilidad de las neuronas corticales.
    • Inhibición de la exocitosis de neurotransmisores excitatorios (glutamato y aspartato) mediante la actuación sobre las glicoproteínas de la vesícula sináptica 2 (SV2)3, las cuales, presentes en las membranas neuronales, modulan la neurotransmisión normal regulando la exocitosis estimulada por Ca2+.
  • Inhibición de la hiperexcitabilidad neuronal cortical:
    • Potenciación del sistema GABAérgico. Los diferentes agentes que emulan la estructura a priori simple del GABA han mostrado gran complejidad farmacodinámica: actúan sobre la cinética del GABA o sus receptores por mecanismos diversos que frecuentemente coexisten para un mismo fármaco; existen agonistas de receptores GABAA y GABAB, potenciadores de la síntesis de GABA, inhibidores de su metabolismo o de su recaptación presináptica.
    • Inhibición de la anhidrasa carbónica: esta acción, propia de algunos diuréticos (como acetazolamida), tiene interés en la epilepsia (sobre todo en cuadros refractarios) porque produce la acumulación de CO2 a nivel cerebral de la enzima localizada en la neuroglia, mielina y plexo coroideo; es la acidosis metabólica la que previsiblemente facilita la estabilización neuronal.

Como se ha sugerido, la gran mayoría de antiepilépticos actualmente usados en práctica clínica actúan a través de varios mecanismos al mismo tiempo con diferente relevancia en cuanto a sus efectos (Tabla 1). Esto, junto a las particularidades farmacocinéticas de cada uno de ellos, se traduce en una alta especificidad del perfil clínico de cada fármaco y determina que la elección de un tratamiento en concreto deba ser individualizada en función del perfil del paciente. Así, en ocasiones, las alternativas que puedan ser consideradas en un principio como de segunda elección por las guías clínicas pasan a ser la primera opción.

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Es preciso subrayar que alrededor del 40% de los enfermos con una primera crisis tiene recidivas, por lo que el tratamiento no está indicado en todos los pacientes con una primera crisis; no se recomienda, por ejemplo, en las crisis agudas sintomáticas tras un traumatismo craneal o en niños con una primera crisis, pero sí en aquellas personas con mayor riesgo de recidiva, como pacientes con una patología cerebral adicional o antecedentes de epilepsia. En cambio, el riesgo de recidiva tras la segunda crisis asciende hasta casi el 70%: en esos casos el tratamiento está indicado casi siempre.

Hay consenso científico en torno a la idea de que el tratamiento debe iniciarse con un solo fármaco antiepiléptico, procediendo a titular la dosis hasta alcanzar la dosis eficaz o la dosis máxima tolerada. Si persisten las crisis, dicho fármaco debe ser sustituido por otro, añadiendo primero el segundo hasta alcanzar la dosis eficaz y, a continuación, reduciendo lentamente la dosis del primer fármaco hasta suspenderlo. No debe demorarse el cambio del fármaco una vez que se ha comprobado que las crisis persisten a pesar de emplear la dosis máxima tolerada. Numerosos ensayos clínicos controlados han registrado que en torno a un 60-65% de los pacientes responden bien al primer fármaco ensayado y un 20-25% adicional terminan respondiendo a la monoterapia mediante cambio de fármaco. Solo un 10% de los pacientes obtiene mayor beneficio de una combinación inicial de medicamentos que de un régimen en monoterapia. Por tanto, la idea prevalente en la actualidad es el cambio de medicación hasta encontrar el más adecuado y solo después de que se haya comprobado que la monoterapia es insatisfactoria, recurrir a las combinaciones.

El tiempo que debe mantenerse la farmacoterapia antiepiléptica es una cuestión delicada. Algunos pacientes necesitarán seguir la terapia de por vida, pero un porcentaje alto no recae cuando se suspende la medicación. Son factores desfavorables para una retirada del tratamiento –por aumentar el riesgo de recaída– presentar anormalidades neurológicas, ataques de más de un tipo, necesitar más de un medicamento o haber aparecido la epilepsia en edad adulta; pero cada caso requiere hacer la prueba. En niños que han pasado 2 años sin ataques, el índice de remisión es algo superior al 75%, mientras que en adultos es del orden del 60%. Muchos autores recomiendan una retirada muy gradual de la medicación una vez transcurridos 2 años sin ataques; otros elevan el tiempo de espera a 4 años.

En cualquier caso, la clave del tratamiento antiepiléptico reside en buscar un equilibrio entre efectividad y efectos adversos, ajustando la dosis para cada paciente y fármaco, a lo que ayuda en muchos casos la determinación de niveles plasmáticos, pues algunos fracasos de la terapia se atribuyen al abandono prematuro del fármaco por no obtener respuesta a corto plazo.

Habida cuenta de que la epilepsia es la 2ª patología neurológica en años de vida potencialmente perdidos o vividos con discapacidad, y de que la expectativa de vida de los pacientes se reduce entre 2 y 10 años, con una tasa de mortalidad entre 2 y 3 veces mayor que la población general4, resulta prioritario tratar aquellos casos de epilepsia farmacorresistente. La ILAE define la epilepsia farmacorresistente como “la persistencia de crisis cuando se han utilizado de forma adecuada, y a una dosis apropiada, dos fármacos anticrisis bien en monoterapia de forma secuencial o en combinación”. Pese a que se desconocen los motivos por los que en algunos pacientes no se controla la patología con medicamentos, sí se han descrito ciertos factores de riesgo, tales como: un mayor número de crisis antes de iniciar el tratamiento, respuesta inadecuada al tratamiento inicial con fármacos anticrisis o epilepsia focal estructural. Se sabe que en pacientes farmacorresistentes la epilepsia puede ser progresiva y tienen un mayor riesgo de daño cerebral y morbi-mortalidad, así como de consecuencias psicosociales negativas (exclusión social y laboral, accidentes, peor calidad de vida, etc.).

La mayoría de los ensayos clínicos que han sustentado la aprobación de los fármacos anticrisis de más reciente introducción se han realizado precisamente en personas con epilepsia focal farmacorresistente en tratamiento y a quienes se les añade el nuevo fármaco en estudio o placebo como tratamiento coadyuvante; a partir de ahí suelen derivarse investigaciones del fármaco en monoterapia u otros tipos de epilepsia. De esta forma se han autorizado perampanel (2012), acetato de eslicarbazepina (2012) y brivaracetam (2017).

En la actualidad, en base a los niveles de evidencia científica hay distintas pautas posibles de tratamiento tanto para la epilepsia focal como para las crisis generalizadas. La Sociedad Española de Neurología recomienda (grado de recomendación A) para el tratamiento de las crisis focales con o sin generalización secundaria en adultos el uso en monoterapia de carbamazepina, acetato de eslicarbazepina, gabapentina, lacosamida, levetiracetam, lamotrigina, oxcarbazepina, fenobarbital, fenitoína, topiramato, valproico o zonisamida. Como tratamiento adyuvante en regímenes dobles también recomienda el uso de brivaracetam, carbamazepina, clobazam, acetato de eslicarbazepina, gabapentina, lacosamida, levetiracetam, lamotrigina, oxcarbazepina, perampanel, pregabalina, topiramato y zonisamida. Algunos estudios han revelado que, a pesar de la disponibilidad de nuevos fármacos, hasta un 30-40% de los pacientes tendrán epilepsia refractaria a fármacos a pesar de una adecuada selección del tratamiento, lo que implicaría una cifra superior a 100.000 casos en España. Por eso, se necesitan nuevos fármacos que mejoren las tasas de respuesta de los fármacos que tenemos actualmente.

Acción y mecanismo

Cenobamato es un nuevo agente antiepiléptico con un mecanismo de acción dual: por un lado, actúa como modulador alostérico positivo del receptor del canal iónico del GABA (GABAA) mediante su unión a un lugar diferente al de las benzodiazepinas, y por otro, bloquea los canales de Na+, de forma que potencia la inactivación de estos canales e inhibe el componente persistente de la corriente de Na+, reduciendo la descarga neuronal repetitiva. Aunque no se conoce el mecanismo exacto que lo media, el fármaco se ha revelado eficaz en el control de las crisis epilépticas de inicio focal, de modo que el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento concomitante por vía oral de las crisis de inicio focal con o sin generalización secundaria en adultos con epilepsia que no han sido controlados de forma adecuada a pesar del tratamiento previo con al menos 2 antiepilépticos.

Los estudios realizados durante su desarrollo preclínico y clínico han demostrado que la inhibición que cenobamato ejerce sobre la excitabilidad neuronal, es decir, su capacidad para hiperpolarizar el potencial de membrana es dosis-dependiente y más potente que el producido por lamotrigina y por carbamacepina (Nakamura et al., 2019).

Se ha probado que, sin mostrar una actividad agonista significativa, actúa como modulador al alza de la actividad de las corrientes iónicas inducidas por GABA en los 6 subtipos de receptores GABAA (α1β2γ2, α2β3γ2, α3β3γ2, α4β3γ2, α5β3γ2, α6β3γ2), con valores de EC50 que oscilan entre 42 y 194 μM (equivalente a 11-52 μg/ml). Su efecto no se alteraba por el antagonista del sitio de unión de las benzodiazepinas (flumazenilo), confirmándose así que la interacción del fármaco se produce en un sitio de unión distinto en el receptor GABAA. Además, los datos preclínicos sugieren no se produce tolerancia a los efectos anticonvulsivantes de cenobamato; por ejemplo, en las neuronas de ratas pretratadas durante 7 días no se afectaba la potenciación de GABAA por un nuevo tratamiento con el fármaco. Por otro lado, se ha visto en estudios in vitro con neuronas de rata que cenobamato reduce la amplitud de los picos de corrientes de sodio, tanto aquellas sensibles como resistentes a tetrodotoxina; esto sugiere que el fármaco puede actuar sobre una amplia variedad de canales de Na+, lo que se confirmó en estudios con isoformas humanas de canales de Na+, donde se probó un bloqueo eficaz en el estado inactivo de dichos canales con valores de CI50 entre 23 y 146 μM.

Conviene tener presente en los ajustes posológicos del tratamiento antiepiléptico que, por su capacidad de afectar al citocromo P-450 hepático, cenobamato puede interaccionar con otros antiepilépticos: puede reducir los niveles plasmáticos de fármacos metabolizados por CYP3A4 y CYP2B6 y aumentar la exposición a los fármacos metabolizados por CYP2C19. Esto se traduce, por ejemplo, en una potencial necesidad de reducir la dosis de fenitoína, fenobarbital o clobazam, y de aumentar la dosis de lamotrigina cuando se utilizan concomitantemente con cenobamato. No es necesario, en cambio, ningún ajuste posológico si se coadministra con carbamazepina, ácido valproico, lacosamida, levetiracetam u oxcarbazepina.

Aspectos moleculares

El nuevo fármaco tiene como nombre químico el de [(1R)-1-(2-clorofenil)-2-(tetrazol-2-il)etil] carbamato, que se corresponde con la fórmula molecular C10H10ClN5O2 y con la masa molecular relativa de 267,67 g/mol. Presenta una estructura química en la que destaca el anillo de tetrazol, que no se enmarcaría en ninguno de los grandes grupos de estructuras de los agentes antiepilépticos, como los ureidos y análogos, las carboxamidas o los análogos de GABA (véase Fernández-Moriano et al., 2021), pero que puede recordar parcialmente a algunos fármacos con predominio de heterociclos nitrogenados y átomos de halógenos, como rufinamida o lamotrigina (Figura 2).


El principio activo se presenta como un polvo cristalino de color blanco o blanquecino, no higroscópico y ligeramente soluble en agua. La molécula exhibe estereoisomería debida a la presencia de un centro quiral, sintetizándose como el enantiómero R. También se ha observado polimorfismo, pero se sintetiza una única forma polimórfica de cenobamato.

Eficacia y seguridad clínicas

El balance beneficio-riesgo de cenobamato en su indicación y dosis autorizadas (12,5 mg/día al inicio, con aumento gradual hasta 200 mg/día) se contrastaron fundamentalmente en un ensayo pivotal de fase 2, multicéntrico y multinacional (107 centros de 16 países), con diseño aleatorizado, doble ciego y controlado por placebo, desarrollado con el objetivo principal de investigar la dosis óptima.

Dicho estudio C017 incluyó un total de 437 pacientes adultos (18-70 años) con epilepsia de inicio focal que no estaba bien controlada pese al uso previo –al menos en los últimos 2 años– de entre 1 y 3 antiepilépticos distintos, quienes fueron asignados al azar en 4 brazos paralelos a recibir bien cenobamato a una dosis de 100, 200 o 400 mg/día5 o bien un placebo equivalente. Se excluyeron pacientes con crisis psicógenas no epilépticas, epilepsia generalizada, síndrome de Lennox-Gastaut, antecedente de estatus epiléptico en los 3 meses previos o con una cirugía programada para su epilepsia; de igual modo, se excluyeron pacientes con otros trastornos psiquiátricos o en tratamientos con potencial de interacciones farmacológicas (por ejemplo, felbamato, diazepam, fenitoína, fenobarbital, vigabatrina o uso frecuente de benzodiazepinas de rescate).

Tras un periodo basal de 8 semanas en que los participantes debían presentar al menos 8 crisis con alteración motora o de la conciencia, o bien secundariamente generalizadas, fueron tratados con cenobamato durante 18 semanas, las 12 últimas a dosis fija. Es preciso subrayar que durante ese periodo se mantuvo estable el tratamiento con los otros antiepilépticos que cada paciente usara. Hasta el 74% de los pacientes tomaba ≥ 2 antitiepilépticos concomitantes al inicio, siendo los fármacos más comunes levetiracetam, lamotrigina, carbamazepina y lacosamida. Las características basales de los pacientes estuvieron equilibradas entre los grupos de tratamiento, destacando una mediana de edad inferior a 40 años y una mediana de crisis en el periodo basal de entre 8 y 11.

Los resultados de eficacia relativos a la población por intención de tratar modificada –ITTm– (n= 397; pacientes que habían completado la fase de titulación y tenían algún dato en el mantenimiento) tras 12 semana de mantenimiento a dosis fija se reflejan en la Tabla 2. Se consideró como variable primaria de eficacia la tasa de pacientes respondedores, entendiendo la respuesta como la reducción de ≥ 50% en el número de crisis durante la fase de mantenimiento del doble ciego respecto al periodo basal. Como variables secundarias se midieron el cambio porcentual en la frecuencia de crisis del periodo basal (tasa media mensual en 28 días) o las tasas de respondedores con criterios más estrictos (reducciones de ≥ 75%, ≥ 90% y del 100% en la frecuencia de crisis), entre otras.


El análisis post-hoc por subtipos de crisis reveló que las tres dosis del fármaco redujeron significativamente durante la fase doble ciego el número de crisis focales sin alteración del nivel de conciencia. De modo interesante, las dos dosis más altas también redujeron notablemente la incidencia de crisis focales con alteración del nivel de conciencia y de las secundariamente generalizadas, que son las más graves y las que más comprometen la seguridad de los pacientes con epilepsia. Se observaron respuestas similares en los subgrupos de pacientes según la frecuencia de crisis basal (superior o inferior a la mediana) y según la duración de la enfermedad.

Además, la gran mayoría de pacientes (99%) eligió entrar en la fase de extensión abierta del estudio, de los cuales el 80% permaneció al menos 12 meses y el 58% durante 60 meses. En los primeros 6 meses de tratamiento, los pacientes que inicialmente habían sido asignados a placebo tuvieron una reducción media de crisis del 63%. A largo plazo se obtuvieron datos coherentes con los observados durante el periodo ciego, revelando que el efecto del nuevo fármaco perdura en el tiempo.

Por otra parte, un segundo ensayo de soporte (estudio C013), también de fase 2 y similar en diseño y desarrollo al pivotal, incluyó a un total de 222 pacientes con epilepsia farmacorresistente, historia de la enfermedad de al menos 2 años de duración y al menos 3 crisis focales mensuales pese al tratamiento estable (12 semanas previas) con 1, 2 o 3 fármacos anticrisis. Los pacientes fueron aleatorizados al azar a recibir cenobamato 200 mg/día (n= 113; dosis inicial de 50 mg/día y ascensos graduales) o un placebo equivalente (n= 106) durante un total de 12 semanas del doble ciego (6 de titulación y 6 de mantenimiento).

Al inicio del periodo basal la media de edad de los pacientes era de 39,6 años y tenían una mediana de crisis en 28 días de entre 5,5 (grupo de placebo) y 7,5 (grupo de cenobamato); en torno a la mitad de ellos (47-48%) estaba en tratamiento con 2 fármacos anticrisis y solo menos del 20% era tratado con monoterapia. La variable primaria de eficacia fue el cambio en el porcentaje de frecuencia de crisis en 28 días frente al periodo basal, mientras que el objetivo secundario era la tasa de respondedores (reducción ≥ del 50% en la frecuencia de crisis), medidos ambos a la semana 12.

Los resultados (Chung et al., 2020) revelaron en el grupo de cenobamato una disminución media de la frecuencia de crisis del 55,6%, desde 7,5 crisis en el periodo basal a 3,8 crisis en la fase doble ciego; esa reducción fue significativamente mayor (p< 0,0001) respecto al grupo placebo, donde el descenso medio fue del 21,5%, desde 5,5 a 5,0 crisis. La tasa de respondedores en el doble ciego fue también mayor en el grupo de cenobamato respecto al control, de 50,4% y 22,2% (p< 0,0001), respectivamente. Al final del tratamiento hasta un 8,8% de los pacientes tratados con el nuevo fármaco se mantuvo libre de crisis (tasa de respuesta del 100%), frente a solo el 0,9% en el grupo placebo; pero si se considera solo la fase de mantenimiento a dosis fija, esa proporción aumenta hasta el 28,3% con cenobamato y el 8,8% con placebo. En términos de seguridad, se acepta que el perfil toxicológico del nuevo fármaco ha sido bien caracterizado en hasta 26 ensayos clínicos que han incluido a más de 2.500 sujetos.

Los datos más relevantes proceden de los dos estudios citados y de otro ensayo abierto de fase 3 (estudio C021; N= 1.340) desarrollado específicamente para evaluar la seguridad del fármaco en términos de incidencia de DRESS (siglas del inglés “reacción de sensibilidad cutánea a medicamentos con eosinofilia y síntomas sistémicos”), ante el riesgo que se advirtió con el uso del fármaco a dosis altas de inicio y titulaciones rápidas (Sperling et al., 2020)6. En todos ellos se vio que los efectos adversos más frecuentes (> 10%) relacionados con cenobamato son aquellos sobre el sistema nervioso central, tales como son somnolencia, mareo, fatiga y cefalea; otros menos frecuentes (< 10%) fueron cuadros confusionales, irritabilidad, diplopía, nistagmo, afasia y alteración de la memoria, e incluso menos frecuentes fueron la ataxia y los trastornos gastrointestinales. En los estudios controlados se vio una incidencia de eventos adversos mayor con cenobamato que con placebo (77% vs. 68%), con tasas de interrupción por motivos de seguridad de entre el 6-19% (vs. 3%); la dosis de 400 mg/día se asoció con una peor tolerabilidad, en especial cuando se tomaba de forma simultánea con clobazam.

Sin embargo, en su mayoría son eventos adversos leves-moderados en severidad y autolimitados en duración, tienen una incidencia dependiente de la dosis y de la velocidad de titulación (se vieron casos más graves cuanto más rápido se incrementó la pauta). La tasa de eventos adversos graves ronda el 14%, entre los cuales la ataxia y el mareo fueron los que provocaron más casos de discontinuación del tratamiento (1,6% en cada caso vs. 0,5% con placebo), seguidos de somnolencia (1,4% vs. 0,5%). Se acepta que esas reacciones adversas son más incidentes en la fase de titulación, ya que en la fase de mantenimiento se asemejan al grupo placebo, incluso a la dosis de 400 mg/día.

Aspectos innovadores

Cenobamato es un nuevo agente antiepiléptico cuyo mecanismo de acción no ha sido del todo dilucidado, si bien se ha postulado que ejerce una acción dual: actúa como modulador alostérico positivo del receptor del canal iónico del GABA (GABAA) mediante su unión a un lugar diferente al de las benzodiazepinas, y bloquea e inactiva de forma más prolongada los canales de Na+, inhibiendo el componente persistente de la corriente iónica. En consecuencia, consigue reducir la excitabilidad neuronal y la descarga repetitiva. Por su eficacia en el control de las crisis epilépticas, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento concomitante por vía oral de las crisis de inicio focal con o sin generalización secundaria en adultos con epilepsia que no han sido controlados de forma adecuada a pesar del tratamiento previo con al menos 2 antiepilépticos.

Los datos clínicos que sustentaron su aprobación proceden fundamentalmente de un estudio pivotal aleatorizado de fase 2 (N= 437), de búsqueda de dosis y controlado por placebo, en que cenobamato se adicionó a la terapia previamente establecida. Sus resultados probaron que, tras un periodo inicial de 6 semanas de titulación y otras 12 semanas de mantenimiento a dosis fija, la tasa de respuesta con cenobamato –reducción de la frecuencia de crisis ≥ 50%7– fue notablemente más alta que con placebo: 56% con la dosis de 200 mg/día y 64% con 400 mg/día (dosis máxima), frente a una tasa del 27% con placebo; hasta el 11% y el 21% de pacientes se mantuvieron libres de crisis con ambos niveles de dosis (vs. 1% con placebo). De modo interesante, se vio que las dos dosis citadas de cenobamato reducían sustancialmente la incidencia de crisis con alteración del nivel de conciencia y de crisis focales que progresan a bilaterales tónico-clónicas (las más graves). La eficacia del fármaco se mostró consistente en los distintos subgrupos de pacientes, con independencia del tratamiento previo y concomitante, y se mantenía en el tiempo: se observaron resultados similares tras al menos 25-30 meses de mantenimiento en la fase de extensión abierta (reducción de la frecuencia de crisis del 76%, con un 20% de los pacientes libres de crisis).

Un segundo estudio de soporte (N= 222) –también de fase 2 y similar diseño– obtuvo resultados coherentes con los del pivotal. Tras 12 semanas de adición de cenobamato –6 semanas a dosis fija de 200 mg/día– al tratamiento establecido (monoterapia o, más frecuentemente, la combinación de dos antiepilépticos) se apreció una reducción de la frecuencia de crisis epilépticas del 56% (desde 7,5 crisis en el periodo basal a 3,8 crisis en la fase doble ciego), significativamente mayor que con placebo (-22%, desde 5,5 a 5,0 crisis). La tasa de respondedores fue también superior con cenobamato (50% vs. 22%), con una proporción de pacientes libres de crisis de hasta el 28% (vs. 9%) si se considera solo la fase de mantenimiento.

En términos de seguridad, los datos de esos dos estudios, complementados con un fase 3 más amplio, ponen de manifiesto un perfil toxicológico dependiente de la pauta posológica, predecible (similar al de otros antiepilépticos) y relativamente benigno para el nuevo fármaco, con una incidencia de reacciones adversas solo ligeramente superior a placebo (77% vs. 68%). Por su frecuencia (> 10%) destacan las relacionadas con el sistema nervioso central, como somnolencia (mayor riesgo en coadministración con benzodiazepinas), mareo, fatiga y cefalea; la mayoría de ellas son leves-moderadas y de corta duración. La incidencia de eventos adversos graves ronda el 14% y se asocia con una tasa de interrupción variable que puede alcanzar el 19%, siendo la ataxia, los mareos y la somnolencia las principales causas (< 2% en todos los casos). No obstante, la alta tasa de retención del fármaco en los ensayos de extensión (> 70% a los 5 años) es un buen indicador tanto de su eficacia como de su seguridad a largo plazo. Además, parece confirmado que una titulación lenta del fármaco desde una dosis inicial baja permite mitigar el riesgo de DRESS.

Entre las principales limitaciones de la evidencia hasta ahora disponible sobresale el diseño de fase 2 de los estudios principales y, en especial, el uso de placebo como comparador, que limita la duración de los estudios por razones éticas. En cualquier caso, esta circunstancia se acepta por la necesaria evaluación de la seguridad del fármaco, motivo por el cual la autorización de los fármacos anticrisis más recientes se ha basado en estudios controlados por placebo; no existe a día de hoy un fármaco considerado comparador de referencia en la epilepsia focal del adulto (AEMPS, 2022). Tampoco se dispone de datos suficientes respecto al uso de cenobamato en adultos mayores de 65 años.

En ausencia de comparaciones directas con otros antiepilépticos, si se hiciera una comparación indirecta –de robustez estadística limitada– frente a otros ensayos con diseños y poblaciones de similares características, destacaría la tasa de pacientes libres de crisis con cenobamato, que puede superar el 20% y es más relevante que la observada en los estudios clínicos con otros fármacos anticrisis usados en epilepsia focal, para los que esa proporción no supera el 7%. Tal afirmación sería extensible a fármacos como lacosamida, eslicarbazepina, levetiracetam, tiagabina, zonisamida, pregabalina, gabapentina, topiramato, lamotrigina y oxcarbazepina (Costa et al., 2011), pero también para los antiepilépticos más recientes como brivaracetam o perampanel, que rondan el 5%. En las comparaciones indirectas también merecerían una reseña las altas tasas de retención con cenobamato, que en los primeros 2 años de tratamiento rondan el 70% y serían similares o superiores a otros antiepilépticos (Kwok et al., 2017), pero que, sobre todo, se mantienen estables a largo plazo (casi un 60% a los 6 años), cuando serían superiores a las descritas para otros fármacos anticrisis como lacosamida (37% a los 3 años), perampanel (43%) y levetiracetam (58%) (AEMPS, 2022).

A fin de contextualizar el posicionamiento de cenobamato, se debe recordar que, pese a los importantes avances en las 3 últimas décadas en las posibilidades de individualización de la farmacoterapia antiepiléptica, no existe para esta compleja patología un único tratamiento estándar de elección y, en especial, que ese progreso no ha tenido la misma repercusión en el 20-30% de los pacientes que tienen epilepsia refractaria. Se estima que en España hay en torno a 54.000 pacientes con epilepsia de inicio focal resistente a al menos 2 fármacos, quienes habrán sido tratados en una primera línea en monoterapia y en una segunda con otra opción de monoterapia o con una primera adyuvancia; muy probablemente, habrán usado un antiepiléptico más reciente (los llamados de 3ª generación), como brivaracetam, perampanel, eslicarbazepina o lacosamida, que suelen tener un mejor perfil de efectos adversos y de interacciones farmacológicas.

Según recoge la Sociedad Española de Neurología entre sus recomendaciones, es precisamente la población de adultos con crisis de inicio focal farmacorresistentes –que no hayan conseguido un control adecuado o no toleren las líneas previas– la que se podrá beneficiar del uso diario por vía oral del nuevo fármaco como alternativa de tratamiento adyuvante en una 3ª línea como primera o segunda adyuvancia. En definitiva, cenobamato no incorpora un mecanismo de acción novedoso en la indicación ni parece suponer un cambio de paradigma en el abordaje de la epilepsia, pero sí va a cubrir una laguna terapéutica por tratarse del primer medicamento específicamente autorizado para el tratamiento concomitante tras el fallo de 2 o más fármacos. Sin embargo, su lenta titulación (puede tardarse 2-3 meses en alcanzar la dosis deseada) y el hecho de no estar disponible en formulación intravenosa impiden su empleo en situaciones de urgencia. Serán los resultados de futuros estudios los que determinen si se puede usar el fármaco en monoterapia, en líneas anteriores de tratamiento o en otros tipos de epilepsia.

Valoración

Esketamina (▼Spravato® ) en trastorno depresivo mayor resistente

Resumen

Esketamina es un nuevo antidepresivo que, desde un punto de vista químico, es el enantiómero S de la ketamina. Su acción se media por un antagonismo no selectivo y no competitivo del receptor ionotrópico NMDA de glutamato, que produce un aumento transitorio de la liberación de glutamato y una mayor estimulación de su receptor AMPA. Así, puede contribuir al restablecimiento de la función sináptica en las regiones cerebrales implicadas en la clínica de la depresión. En base a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intranasal, en combinación con un ISRS o IRSN, de adultos con trastorno depresivo mayor (TDM) resistente al tratamiento, que no han respondido al menos a dos tratamientos diferentes con antidepresivos en el episodio depresivo moderado o grave actual. También se indica, coadministrado con antidepresivos orales, en el tratamiento agudo a corto plazo en adultos con un episodio de TDM moderado-grave, para la rápida reducción de los síntomas depresivos que se consideran emergencia psiquiátrica según criterio clínico.

El balance beneficio-riesgo de esketamina –adicionada a un antidepresivo oral de nuevo inicio– se ha evaluado en hasta 5 ensayos clínicos aleatorizados de fase 3 que enrolaron a más de 1.800 pacientes adultos con depresión moderada-grave resistente al tratamiento con al menos dos fármacos antidepresivos. Tres de los estudios fueron a corto plazo (4 semanas) con un diseño similar: doble ciego y controlados con un placebo equivalente. En uno de ellos demostró una eficacia significativa, con una diferencia entre tratamientos de -3,5 puntos en el cambio de la escala MADRS al día 28 (variable principal), lo que se considera clínicamente relevante, pero de efecto modesto; en los otros dos estudios a corto plazo no se alcanzó significación estadística, lo que genera incertidumbre por la inconsistencia de los resultados. Entre los estudios de mayor duración destaca un estudio de prevención de recaídas en el que se probó que la adición de esketamina al tratamiento de referencia y su continuación en el tiempo era superior a placebo en la prolongación del tiempo hasta la recaída, con una reducción de un 51% del riesgo de recaída y un evento prevenido por cada 6 pacientes tratados. Por último, su indicación en urgencia psiquiátrica se basó en dos estudios de fase 3 a corto plazo (4 semanas), donde se verificó una eficacia antidepresiva consistente (diferencia de -3,8 puntos frente a placebo en la escala MADRS) y significativa tras las primeras 24 h desde la administración, mayor incluso en pacientes con intentos de suicidio previo. No obstante, su eficacia a largo plazo en la prevención del suicidio no ha sido establecida.

En términos de seguridad, un amplio porcentaje de pacientes notifica algún evento adverso posiblemente relacionado con el fármaco (58-78% vs. 46-64% con placebo), pero la gran mayoría son leves-moderados y autolimitados. Destacan por su frecuencia reacciones adversas que afectan al sistema nervioso, psiquiátricas y gastrointestinales, tales como mareos, disociación, náuseas, cefalea y somnolencia. También es característica la aparición de hipertensión arterial, que requiere precaución, pero el principal riesgo de esketamina se relaciona con el potencial de abuso y uso ilícito, similar al de ketamina.

En definitiva, el nuevo fármaco incorpora un mecanismo de acción novedoso en el abordaje de la depresión, algo que no ocurría desde hace varias décadas, y constituye el primer tratamiento específicamente aprobado en España para pacientes con depresión resistente al tratamiento. A la vista del beneficio clínico modesto que aporta y las dudas sobre su efecto en la prevención del suicidio, no parece que esketamina suponga un cambio de paradigma en el tratamiento. Además, su dispensación y uso se restringen por ahora a centros sanitarios, con supervisión (durante y después) por profesionales sanitarios, que podría limitar la adherencia al tratamiento.

Aspectos fisiopatológicos

A grandes rasgos, la depresión es un trastorno emocional que se presenta como un estado de abatimiento e infelicidad, que puede ser transitorio o permanente. Cursa como una alteración del humor en la que destaca un ánimo deprimido, falta de energía y/o pérdida de interés, o una dis-minución de la capacidad para disfrutar u obtener placer (anhedonia), que afectan a la vida de la persona durante la mayor parte del día de forma continuada. Las principales manifestaciones se relacionan, pues, con 3 dimensiones: el estado de ánimo, caracterizado por tristeza y/o irritabilidad, con una pérdida de interés en actividades que previamente agradaban al paciente (anhedonia); la cognición, que hace que el pensamiento sea lento e ineficiente, con un com-ponente de autocrítica; y la actividad, que disminuye, aunque puede ser ocultada por la presencia de ansiedad o agitación.

Se estima que entre el 10% y el 20% de los pacientes atendidos en las consultas de atención primaria padece un trastorno afectivo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la tasa de prevalencia de depresión a nivel global era del 4,4% en el año 2015 (con un incremento de un 18% desde 2005), o sea, en ese año había más de 320 millones de personas afectadas en todo el mundo, más de 40 millones en Europa (OMS, 2017). Se acepta que la depresión es más frecuente en mujeres (tasa de prevalencia del 5,1%) que en hombres (3,6%), y que afectará a 1 de cada 5 mujeres y a 1 de cada 10 hombres a lo largo de su vida, con una incidencia mayor hacia los 20 años de edad y con una prevalencia global máxima entre los 55 y los 74 años. La OMS también ha predicho que la depresión se convertirá en la enfermedad de mayor relevancia sociosanitaria en Europa y en todo el mundo para 2030.

En España, los estudios epidemiológicos (Haro et al., 2006) calcularon niveles de prevalencia-año de depresión mayor ligeramente menores (3,9%; 2,1% en hombres y 5,6% en mujeres), con un nivel de prevalencia-vida de casi el 11%, de modo que se pueden superar los 1,5 millones de pacientes que actualmente padecen depresión en nuestro país. Bien es cierto que esas cifras no han tenido en cuenta el impacto de la reciente pandemia por COVID-19 sobre la salud mental. Se ha sugerido que esta ha supuesto un gran aumento de la incidencia de depresión mayor en la población –en hasta un 28% durante el año 2020 en todo el mundo–, de forma especial en jóvenes y mujeres.

Tanto por su epidemiología como por la gravedad clínica de los cuadros depresivos, el impacto en la calidad de vida de la depresión es superior al de enfermedades crónicas
como la artritis, la diabetes o las enfermedades cardiacas y respiratorias. Esta enfermedad se asocia con un exceso de mortalidad, posiblemente por tratarse de la más relacionada con la conducta suicida: se estima que hay una reducción de la esperanza de vida de 14 años en los hombres y de 10 años en las mujeres (Laursen et al., 2016).
Más concretamente, el trastorno depresivo mayor (TDM) –a veces referido como depresión unipolar– es, entre las enfermedades “no fatales”, la mayor causa de años vividos con discapacidad, ocupando el 4º lugar entre las enfermedades que provocan discapacidad (explica el 6% de la carga por todas las enfermedades, por detrás de la isquemia coronaria y los accidentes cerebrovas-culares), y es la primera enfermedad mental en frecuencia. El episodio de TDM se define en la 5ª edición de la clasificación DSM americana (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorder) como un periodo de al menos 2 semanas consecutivas con presencia casi diaria de al menos 5 de los 9 síntomas siguientes: ánimo deprimido, pérdida de interés o placer, insomnio o hipersomnia, cambio en el peso o apetito, retraso psicomotor o agitación, fatiga o pérdida de energía, sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesiva/inapropiada, disminución de la capacidad de concentración, o pensamientos recurrentes de muerte o suicidio (incluido intento de suicidio); al menos uno de los síntomas debe ser el estado de ánimo deprimido o la pérdida de interés o placer.

La depresión mayor es, en definitiva, un síndrome o agrupación de síntomas en que predominan los síntomas afectivos, aunque, en mayor o menor grado, también están presentes síntomas de tipo cognitivo, volitivo o incluso somático, por lo que podría hablarse de una afectación global de la vida psíquica. La gravedad y persistencia de estos síntomas los diferencia de la distimia1, la ciclotimia2 y de otros cambios ordinarios en el estado de ánimo de una persona, que no llegan a ser patológicos ni llegan a provocar deterioro funcional ni social, hechos característicos en la depresión. Los síndromes depresivos causados por enfermedades y por medicaciones o sustancias psicoactivas no se consideran trastornos primarios del estado de ánimo y tampoco se incluirían en el diagnóstico de TDM.

En base al tipo e intensidad de los síntomas y al grado de deterioro funcional, los episodios de TDM se pueden clasifican en leves, moderados y graves. Si bien un primer episodio depresivo puede tener remisión espontánea, con cada nuevo episodio el curso de la enfermedad empeora y se vuelve crónico, siendo el pronóstico variable a largo plazo para las depresiones moderadas-graves, con tasas de recaída y recurrencia altas (50-90%) en los pacientes con antecedentes de TDM.

Conviene además resaltar que la asociación entre TDM y ansiedad es casi más la norma que la excepción (aparece en el 90%), observándose también una mayor relación de la depresión con el abuso del alcohol o consumo de sustancias y con algunas enfermedades orgánicas cerebrales y sistémicas. Hasta dos tercios de los pacientes deprimidos se plantean el suicidio y entre un 10-15% llega a intentarlo, siendo la tasa de mortalidad por suicidio (ajustada por edad y sexo) hasta 21 veces superior en personas que padecen depresión mayor respecto a la población general. La práctica totalidad de los pacientes depresivos manifiestan una pérdida de energía, un empeoramiento del rendimiento escolar y laboral y una disminución de la motivación para iniciar nuevos proyectos. Un 80% tiene dificultades para dormir, sobre todo para mantener el sueño, con múltiples despertares que se ocupan con la reflexión sobre sus problemas. Además, muchos pacientes pierden el apetito –con la consecuente pérdida de peso–, tienen irregularidades con la menstruación y carecen de interés por las relaciones sexuales.

Desde el punto de vista de la etiopatogenia, hay que subrayar que no se conoce la causa primaria de la depresión mayor. Hay datos que avalan una participación de la genética, en especial en las formas más graves, que supone un factor de vulnerabilidad a padecerla ante determinados desencadenantes, como por ejemplo el estrés. El riesgo es 2-4 veces mayor en los parientes de primer grado de una persona afectada y, de hecho, éstos responden generalmente al mismo antidepresivo. Pero no todas las personas con componente genético de vulnerabilidad desarrollará la enfermedad. Tampoco se ha identificado una variación genética única que sea responsable de un aumento sustancial del riesgo de depresión. Se piensa que son necesarios múltiples factores genéticos, junto con factores ambientales, para el desarrollo de depresión. Otras patologías psiquiátricas, como la depresión bipolar, la esquizofrenia o el trastorno por déficit de atención, tienen una mayor carga genética.

Se han descrito diversos factores de riesgo psicológicos y sociales para la depresión. Entre los más reconocidos se encuentra una baja autoestima, experiencias adversas en la infancia, patrones de pensamiento negativo y un exceso de acontecimientos vitales recientes no deseables, como los que suponen algún tipo de pérdida (divorcio, muerte de un ser querido, etc.). Determinados rasgos de personalidad –como hiperresponsabilidad, honestidad, autoexigencia, inseguridad, escasa flexibilidad, pesimismo, dependencia o influenciabilidad–, así como la existencia de dificultades importantes persistentes, como el desempleo o la pobreza, también pueden aumentar el riesgo de padecer depresión. Sin olvidar tampoco el efecto inductor de determinadas enfermedades orgánicas o psiquiátricas asociadas.

En términos bioquímicos, ciertas evidencias sugieren que las alteraciones –disminuciones– en los niveles de varios neurotransmisores y de sus vías de comunicación están implicadas en la fisiopatología de la depresión, especialmente la noradrenalina (NA) y la serotonina (5-HT). Se han visto menores niveles de un metabolito de la NA en sangre y orina en los pacientes depresivos, además de una disminución de expresión y actividad de la bomba de recaptación de la 5-HT3, por ejemplo, en las plaquetas. Aunque de forma menos relevante, también se ha observado que la depleción de dopamina (DA) aumenta el riesgo de depresión. En consecuencia, las conexiones entre estructuras cognitivas y ejecutivas a nivel cerebral son hipofuncionantes, no se controlan las áreas límbicas y éstas estimulan el hipotálamo, lo que conduce a la desregulación neuroendocrina e hiperactividad simpática típicas de la depresión. Para una mayor información sobre las estructuras y circuitos cerebrales implicados en la regulación afectiva, y de forma específica en la depresión, se recomienda consultar la revisión monográfica previamente publicada en esta revista (Cuéllar, 2017).

Tratamiento

El abordaje del TDM tendrá como objetivos generales: reducir y eliminar los síntomas depresivos, recuperar el funcionamiento biopsicosocial y laboral del paciente, disminuir el riesgo de suicidio, minimizar la morbilidad reduciendo recaídas o cronicidad, prevenir la comorbilidad y las recaídas depresivas y mejorar la relación beneficio-riesgo de la medicación en relación con la patología. Para ello, se utiliza una familia de psicofármacos, los antidepresivos, heterogénea en cuanto a su estructura química y efectos sobre la neurotransmisión cerebral. En líneas generales, aumentan la tasa de monoaminas en la hendidura sináptica a nivel cerebral, actuando dichas monoaminas sobre distintos receptores, que actuarían a modo de interruptores poniendo en marcha los mecanismos de transducción responsables del efecto antidepresivo. No obstante, es probable que, con independencia de que “toquen” el interruptor noradrenérgico o serotoninérgico, todos los antidepresivos desarrollen su efecto molecular a través de una vía final común.

Es comúnmente aceptado que la eficacia de los antidepresivos, además de tardar un tiempo en aparecer (ese periodo puede prolongarse hasta 2-4 semanas), varía poco entre los distintos grupos, diferenciándose entre ellos fundamentalmente por sus perfiles de seguridad, tolerabilidad e interacciones. En depresiones graves, los antidepresivos constituyen el único tratamiento para el que se ha encontrado una clara evidencia de efectividad, ya sean solos o en combinación con psicoterapia; sin embargo, en los casos de depresiones más leves o moderadas, pese a ser eficaces los antidepresivos, se puede pensar en la posibilidad de emplear alternativamente estrategias de psicoterapia, que también gozan de eficacia.

En la práctica, hay que tener presente la amplia variabilidad interindividual en la respuesta terapéutica a los fármacos antidepresivos. Ciertos factores individuales pueden orientar la elección de un antidepresivo sobre otro. Así, por ejemplo, si un paciente –o familiar de primer grado– ha respondido previamente a un determinado antidepresivo, se recomienda emplear el mismo fármaco que probó efectividad. Por otro lado, algunos autores apoyan una mayor eficacia de los antidepresivos tricíclicos (ADT) y, posiblemente, de los antidepresivos duales inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN, como venlafaxina y duloxetina) en la depresión melancólica, cuadro caracterizado por presentar una mayor endogeneidad. En el caso de una DM con síntomas atípicos o una distimia, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS, como fluoxetina, paroxetina, escitalopram o sertralina) podrían ser preferibles a los ADT.

La tolerabilidad a los efectos secundarios de estos fármacos es otro criterio de elección del tratamiento antidepresivo, más empleado que el del mecanismo de acción. Algunas de sus reacciones adversas, como la sedación y el aumento del apetito, pueden resultar útiles si el episodio cursa con agitación, insomnio y pérdida de apetito. Los ISRS y los antidepresivos más modernos parecen tener un perfil de seguridad algo mejor y se toleran generalmente mejor que los más antiguos, por lo que suelen ser de primera elección frente a casos de depresión leve y moderada. No se debe desdeñar tampoco el potencial de interacciones farmacológicas que tienen los antidepresivos: casi todos ellos, con la excepción de la agomelatina, inhiben en mayor o menor medida diversas isoenzimas del citocromo P-450, como CYP2D6, y los ISRS en particular (salvo escitalopram) inhiben además otras como CYP3A4, CYP1A2, CYP2C9 o CYP2C19.

Se han descrito cuadros depresivos específicamente relacionados con un déficit funcional serotoninérgico, manifestados con ánimo deprimido, ansiedad, crisis de pánico, fobias, obsesiones-compulsiones y bulimia, y otros que guardan relación con un déficit noradrenérgico, caracterizados por ánimo deprimido, déficits cognitivos (atención, memoria de trabajo y velocidad de procesamiento de la información), inhibición psicomotriz, cansancio y apatía. Cuando estos cuadros son muy claros, se podría intentar de inicio abordar el déficit serotoninérgico con potenciadores de estos mecanismos, como los ISRS, y, por el contrario, en caso de déficit noradrenérgico se podría iniciar el tratamiento con un inhibidor más selectivo de la recaptación de noradrenalina (ISRN), como reboxetina. Sin embargo, se ha observado que estas vías se estimulan mutuamente, lo que dificulta predecir la eficacia específica a través del mecanismo de acción de cada fármaco.

Con respecto a las estrategias de tratamiento, en la farmacoterapia de la depresión mayor se suelen distinguir 3 fases: la fase aguda, en que se buscará suprimir las manifestaciones del episodio en curso para obtener la remisión y restaurar la funcionalidad psicosocial y ocupacional del paciente; la fase de continuación, en que se pretender mantener la remisión y prevenir las recaídas; y la fase de mantenimiento, orientada a prevenir la recidiva.

En el contexto clínico, y también de la investigación pre-autorización de nuevos fármacos, se considera que inicialmente un tratamiento ha producido “respuesta” cuando se observa una mejoría en la intensidad de los síntomas de un 40-60% en las escalas clínicas más comúnmente empleadas, tales como la Escala de Hamilton (HDRS: Hamilton Depression Rating Scale) y la Escala de Montgomery-Asberg (MADRS: Montgomery-Asberg Depression Rating Scale).

Se produce la “remisión” de la enfermedad si el paciente presenta un estado afectivo normal y muy parecido al que exhibía antes de presentarse la depresión, en ausencia de síntomas depresivos o con solo presencia de signos mínimos de enfermedad (con puntuaciones de ≤ 7 en la escala de Hamilton o de ≤ 4 en el Patient Health Questionnaire-9 o PHQ-9). Tras el cese de los síntomas agudos de depresión, si se interrumpe la terapia de forma inmediata, hasta dos tercios de los pacientes pueden experimentar una recaída. Cuando la remisión se mantiene en el tiempo (unos 4-9 meses desde el último episodio depresivo) se puede hablar de “recuperación” y el paciente entraría en la fase de mantenimiento, cuya duración podría oscilar desde 1 año a toda la vida del sujeto, según el riesgo de “recurrencias”. Se habla de “recaídas” cuando el sujeto vuelve a mostrar síntomas depresivos antes de la recuperación y de “recurrencia” si vuelve a la depresión tras haberse producido la recuperación.

Se calcula que aproximadamente dos de cada tres pacientes con depresión responden aceptablemente al tratamiento con los fármacos antidepresivos actualmente disponibles, con tasas de remisión tras los 2 primeros tratamientos farmacológicos que rondan o superan el 50% (37% con el primer tratamiento y 31% con el segundo tratamiento). Un tercio tiene una respuesta gradual y suele manifestarse entre la 2ª y la 6ª semana desde el inicio del tratamiento, y otro tercio tiene una respuesta más lenta, parcial o con síntomas residuales que hacen replantear ajustes de dosis o adición de algún otro fármaco (ansiolítico, antipsicótico, etc.).

En cambio, otro tercio de los pacientes no tiene una respuesta adecuada al tratamiento inicial, lo que obliga a un cambio del antidepresivo, debiéndose tener en cuenta que la
probabilidad de remisión a partir de la tercera línea de tratamiento es mucho menor (en torno al 13% tras un tercer y cuarto tratamiento). Hasta un 20% de los pacientes tratados no muestra ninguna respuesta.

Por ahora no hay un consenso amplio sobre la definición de depresión resistente al tratamiento (DRT), pero normalmente se considera que hay farmacorresistencia cuando el paciente no responde a al menos 2 antidepresivos de diferentes grupos usados correctamente en dosis y duración, y con una buena adherencia terapéutica. En términos estrictos, no se puede hablar de falta de respuesta o resistencia al tratamiento antidepresivo hasta transcurridas 8 semanas de tratamiento y habiéndose alcanzado la dosis máxima del fármaco utilizado. Sí es ampliamente aceptado el hecho de que la DRT implica peor calidad de vida, mayor riesgo de recaídas (y menor probabilidad de remisión), mayor discapacidad funcional-laboral y mayor uso de recursos sanitarios; aunque se ha sugerido que también aumenta la mortalidad por cualquier causa, esto no está del todo confirmado (EMA, 2019).

Las guías de práctica clínica reflejan distintas recomendaciones terapéuticas para el tratamiento de la DRT, entre las que se incluyen no solo alternativas farmacológicas, sino también de neuromodulación (terapia electro-convulsiva, estimulación magnética transcraneal, estimulación del nervio vago, estimulación cerebral profunda, etc.) así como abordajes psicoterapéuticos (terapia cognitivo-conductual, terapia interpersonal, entre otras), y, sobre todo, la combinación de estas alternativas (AEMPS, 2022). En cuanto a la farmacoterapia de la DRT, diversos estudios han evaluado diferentes posibilidades de tratamiento, habiéndose aprobado en la UE la quetiapina de liberación prolongada para el tratamiento adyuvante de episodios de TDM en pacientes que muestran una respuesta subóptima a la monoterapia con un antidepresivo, aunque esto no se corresponde exactamente con la definición de DRT (en los estudios pre-autorización se incluyeron pacientes con respuesta inadecuada a al menos un antidepresivo, en lugar de a dos agentes). En EE.UU. está autorizada frente a la DRT una combinación de olanzapina y fluoxetina, no disponible en Europa.

Acción y mecanismo

Esketamina es un nuevo antidepresivo que actúa como antagonista no selectivo y no competitivo del receptor ionotrópico NMDA (N-metil-D-aspartato) de glutamato. Mediante dicho antagonismo, produce un aumento transitorio de la liberación de glutamato, que estimulará en mayor medida el receptor de AMPA (ácido α-amino-3-hidroxi-5-metil-4-isoxazolpropiónico), con una subsiguiente potenciación de la señalización neurotrófica que puede contribuir al restablecimiento de la función sináptica en las regiones cerebrales implicadas en la clínica de la depresión, aquellas donde se regula el estado de ánimo y el comportamiento emocional. En base a lo anterior, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intranasal, en combinación con un ISRS o IRSN, de adultos con trastorno depresivo mayor resistente al tratamiento, que no han respondido al menos a dos tratamientos diferentes con antidepresivos en el episodio depresivo moderado o grave actual. Adicionalmente, se indica, coadministrado con terapia antidepresiva oral, para el tratamiento agudo a corto plazo en adultos con un episodio de trastorno depresivo mayor de moderado a grave, para la rápida reducción de los síntomas depresivos, los cuales de acuerdo al criterio clínico constituyen una emergencia psiquiátrica.

La potenciación de la neurotransmisión glutamatérgica a través de AMPA conduce a una variedad de eventos celulares y moleculares que incluyen aumento de la síntesis y secreción del factor neurotrófico cerebral (BDNF, por sus siglas en inglés), la activación de otras vías de señalización neurotróficas como las mediadas por las cinasas ERK/MAPK y por proteína cinasa B (AKT), la inhibición de la glucógeno sintasa (GSK-3) y la activación de genes de plasticidad sináptica. Tales cambios se traducen en la producción de proteínas sinápticas y en sinaptogénesis, y en algunos casos en la restauración de la función sináptica reducida.

No se puede tampoco descartar entre los efectos de la esketamina la modulación de la neurotransmisión monoaminérgica. De hecho, se ha planteado que tanto el restablecimiento de la neurotransmisión dopaminérgica en las regiones cerebrales implicadas en la recompensa, placer y motivación (córtex prefrontal, núcleo accumbens y estriado) como la disminución de la estimulación de las regiones cerebrales implicadas en la anhedonia pueden contribuir a la respuesta antidepresiva rápida que media el nuevo fármaco a dosis subanestésicas.

En la investigación preclínica se vio que la inhibición del receptor NMDA por esketamina fue más potente que con ketamina4, arketamina o sus metabolitos. En estudios de unión de radioligandos en córtex cerebral de rata, la constante de inhibición (Ki) de esketamina en el sitio de unión de fenciclidina en el receptor NMDA se movió en el rango submicromolar (y algunos de sus metabolitos en el rango micromolar), cercano a lo descrito en la literatura. El nuevo fármaco muestra una potencia hasta 4 veces mayor que arketamina y 6 veces mayor que su metabolito noresketamina; según la bibliografía, se estima que esketamina es entre 1,5 y 2,8 veces más potente que ketamina en la inhibición del receptor NMDA. Estudios funcionales de fluorescencia en modelos de expresión in vitro probaron, además, que esketamina es un antagonista no selectivo por un determinado subtipo de los receptores NMDA. No se han desarrollado ensayos in vivo en modelos animales específicos de depresión, pues se acepta que estos modelos, así como los test comportamentales para evaluar el efecto antidepresivo de una sustancia, son poco predictivos de la situación que acontece en humanos.

Aspectos moleculares

El nuevo fármaco es el enantiómero S de la ketamina racémica (Figura 1). Tiene como nombre químico el de (S)-2-(o-clorofenil)-2-(metilamino)ciclohexanona hidrocloruro, que se corresponde con la fórmula molecular C13H16ClNO.HCl, y presenta un peso molecular de 274,2 g/mol.


El principio activo, en su forma de sal hidrocloruro, es un polvo cristalino blanco o casi blanco, no higroscópico, que puede ser desde libremente soluble a ligeramente insoluble en medio acuoso por encima del rango de pH de 3,1-6,9, y de ligeramente soluble a ampliamente soluble en solventes orgánicos. Como se ha sugerido, la molécula no muestra polimorfismo, pero sí exhibe estereoisomería debido a la presencia de un centro quiral en C-2, siendo la esketamina el enantiómero en configuración S del anillo de ciclohexanona, selectivamente producido por cristalización.

Eficacia y seguridad clínicas

El balance beneficio-riesgo de esketamina –formulada en pulverizador de uso intranasal– en su indicación principal ha sido adecuadamente contrastado en hasta 5 ensayos clínicos de fase 3 que totalizaron 1.833 pacientes adultos (18-86 años) con depresión resistente al tratamiento (DRT) moderada-grave5 que cumplían los criterios del DSM-5 de trastorno depresivo mayor (TDM), sin síntomas psicóticos, y no habían tenido respuesta a al menos 2 antidepresivos orales a dosis y duración adecuadas en el episodio actual; la falta de mejoría debía verificarse en la fase de cribado inicial durante al menos 6 semanas de uso del último fármaco. En todos los ensayos se comparó la administración de esketamina intranasal con un placebo equivalente, en ambos casos adicionados a un tratamiento con un antidepresivo oral recién iniciado (un ISRS como sertralina o escitalopram, o un IRSN como duloxetina o venlafaxina de liberación prolongada) según decisión clínica.

Tres de los estudios –TRANSFORM 1 (N= 346), 2 (N= 227), y 3 (N= 138)– fueron a corto plazo (4 semanas), con un diseño aleatorizado, doble ciego y comparativo con un placebo equivalente. Se valoró como variable principal el cambio en los síntomas depresivos según la variación de la puntuación de la escala MADRS6 en el día 28, medido por un comité independiente y ciego; entre las secundarias, se midieron la tasa de respuesta y la tasa de remisión. Las características basales promedio de los pacientes fueron similares entre los tres estudios: edad media de 46 años, 67% mujeres, 83% raza blanca, duración del episodio de depresión superior a 2 años (2,2-4,2 años); el 49-61% había fracasado a 2 antidepresivos, el 24-34% a 3 fármacos y el 13-17% a 4 o más. Mientras que los estudios TRANSFORM 1 y 2 incluyeron a adultos de hasta 65 años de edad, el estudio TRANSFORM 3 aleatorizó a pacientes mayores de 65 años. En general, se excluyeron sujetos con trastornos psicóticos, trastorno bipolar, trastorno obsesivo compulsivo, deterioro cognitivo, ideación suicida con intento de suicidio en los últimos 6 meses, abuso de sustancias e hipertensión no controlada.

Se desarrollaron en distintas fases. Comprendieron una etapa inicial de cribado prospectivo de 4 semanas de duración (con un posterior periodo opcional de hasta 3 semanas para retirar progresivamente el antidepresivo previo), seguida de una fase de inducción doble ciego de 4 semanas de duración en pautas ligeramente variables y una etapa de seguimiento postratamiento sin esketamina de duración también variable (2-24 semanas). Los principales resultados de eficacia obtenidos con un tratamiento de 4 semanas con esketamina en los tres ensayos se muestran en la Tabla 1. Se observó de forma consistente que la proporción de pacientes que mostró respuesta a esketamina fue mayor que con placebo durante toda la fase de inducción. Algunos de los pacientes que completaron los estudios de corta duración fueron transferidos a los ensayos de larga duración.

Por otra parte, entre los estudios a largo plazo destaca un ensayo de prevención de recaídas (SUSTAIN 1), que presentó un diseño aleatorizado y multicéntrico, controlado, doble ciego y de grupos paralelos. Enroló a un total de 705 pacientes con depresión resistente al tratamiento, de los cuales 437 fueron reclutados directamente y tratados con esketamina más un antidepresivo oral en una primera fase de inducción abierta de 4 semanas, que permitió que el 52% de los pacientes entrara en remisión y el 66% mostrara respuesta. Todos los pacientes con respuesta (455, incluidos los 150 procedentes de los estudios a corto plazo) siguieron recibiendo tratamiento semanal o bisemanal en una fase de 12 semanas de optimización de la pauta (que buscaba asegurar la continuidad de la respuesta/remisión) y una fase de mantenimiento de duración variable, más una fase de seguimiento postratamiento de 2 semanas. Al acabar las 16 semanas del tratamiento (inducción + optimización), se aleatorizó a los pacientes en remisión estable (n= 176) o respuesta estable (n= 121) para continuar con esketamina o retirarla (cambio por pulverizador nasal de placebo), siendo la mediana de exposición posterior al nuevo fármaco de 4,2 meses.

La variable principal de eficacia fue el tiempo hasta la recaída durante la fase de mantenimiento, medida en aquellos pacientes que habían alcanzado la remisión estable al final de la etapa de optimización con esketamina intranasal. Como variable secundaria clave se midió el tiempo hasta la recaída en respondedores estables, entendiéndose siempre por recaída una puntuación total de ≥ 22 puntos en la escala MADRS durante 2 semanas consecutivas, la hospitalización por empeoramiento de la depresión o cualquier otro evento de importancia clínica indicativo de recaída.

El análisis intermedio de los datos del estudio (Daly et al., 2019) reveló una superioridad estadísticamente significativa de la continuación con esketamina (adicionado a un antidepresivo oral) respecto a placebo intranasal (también junto a antidepresivo de nuevo inicio) en la prevención de recaídas de la DRT. La mediana del tiempo hasta la recaída de los síntomas depresivos no pudo calcularse en el brazo experimental por no alcanzarse una tasa de recaídas del 50%, mientras que fue de 273 días en el brazo control (HR: 0,49; número de pacientes a tratar para evitar una recaída: 6). Tras 24 semanas de seguimiento, la proporción de recaídas fue del 32% en el grupo de esketamina intranasal y de 46% en el grupo placebo, verificándose una diferencia de -14 puntos porcentuales. Para los respondedores estables, la continuación de esketamina intranasal también redujo significativamente el riesgo de recaída frente a su discontinuación y paso a placebo (HR: 0,30; número de pacientes a tratar: 4). La mediana de tiempo hasta la recaída fue notablemente mayor (635 días vs. 88 días), de modo que, a las 12 y 24 semanas del periodo de seguimiento doble ciego, la estimación de la tasa de recaídas se situó en 21% y 21% con esketamina intranasal y en 47% y 56% con placebo, respectivamente.

Finalmente, la indicación de urgencia psiquiátrica –en la evitación del suicidio– para esketamina se sustentó en dos estudios de fase 3 (ASPIRE 1 y ASPIRE 2), corta duración (4 semanas) e idéntico diseño: aleatorizado, doble ciego, multicéntrico y controlado por placebo. En conjunto enrolaron a un total de 451 pacientes con TDM moderado o grave e ideaciones suicidas con riesgo inmediato, quienes fueron asignados al azar a recibir bien esketamina intranasal (84 mg) o bien un placebo equivalente dos veces a la semana durante 4 semanas, siempre de forma concomitante al tratamiento de referencia (hospitalización, uso de un antidepresivo oral de reciente inicio u optimización de su pauta). Las características basales estuvieron equilibradas entre los brazos del estudio; entre ellas destacan: mediana de edad de 40 años, 61% mujeres, 73% raza caucásica, una puntuación media basal de la escala MADRS de 40,3 puntos, el 63% tenían antecedentes de intentos de suicidio y la práctica totalidad (92%) estaba en farmacoterapia antidepresiva.

Los resultados de eficacia agrupados (Fu et al., 2020; Ionescu et al., 2021) reflejan que la adición de esketamina al tratamiento de referencia fue superior estadísticamente a la adición de un placebo intranasal en términos de la variable principal, esto es, la reducción de los síntomas del TDM según los cambios en la puntuación de la escala MADRS tras 24 h desde la primera dosis: se constató una diferencia entre tratamientos de -3,8 puntos de media (-15,8 puntos con esketamina vs. -12,1 puntos con placebo; p= 0,006). La diferencia entre grupos fue patente a partir de las 24 h, y se mantuvo hasta el día 25, pero sin incrementarse con el tiempo. Por subgrupos, cabe destacar que el cambio entre tratamientos fue de -4,7 puntos para la subpoblación que refirió un intento de suicidio previo y de -2,3 puntos para la subpoblación que no refirió un intento de suicidio previo.

Además, la proporción de pacientes que alcanzó la remisión fue mayor en el grupo de esketamina respecto al grupo placebo en todos los puntos temporales durante el tratamiento de 4 semanas. A las 4 h desde la primera dosis, la tasa de remisión fue del 10,6% con esketamina y del 5,8% con placebo; tras 24 h, esas tasas alcanzaron los valores de 20,4% y 9,8%, y tras 4 h desde la última dosis el día 25 del estudio, llegaron hasta el 50,4% y 37,3%, respectivamente. Pese a que la diferencia entre grupos no fue estadísticamente significativa, se vio una mejora numérica en el riesgo de suicidio según la escala específica CGI-SS-r a las 24 h desde el inicio en los pacientes que recibieron esketamina. Sin embargo, su eficacia a largo plazo en la prevención del suicidio no ha sido establecida.

Desde el punto de vista de la seguridad, el perfil toxicológico de esketamina intranasal en pacientes con DRT ha sido bien caracterizado en hasta 25 estudios clínicos con más de 1.800 pacientes; 479 lo han recibido durante 6 meses y 178 durante 12 meses en los estudios de fase 3. Una gran proporción de pacientes tratados con esketamina más un antidepresivo oral notificaron al menos un evento adverso (71-87%), en una mayoría posiblemente relacionado con el fármaco (58-78%), pero con una frecuencia solo ligeramente mayor que en los grupos de placebo (46-64%).

La práctica totalidad de las reacciones adversas se notificaron en el mismo día de la administración intranasal (65-90%), tuvieron una intensidad leve-moderada y fueron autolimitadas (duración < 1 día). Por su frecuencia, en pacientes tratados con esketamina sobresale la incidencia de: mareos (31%), disociación (27%; dosis-dependiente, grave solo en < 4%), náuseas (27%), cefalea (23%), somnolencia (12-21%, sedación en 4-10%), disgeusia (18%), vértigo (16%), hipoestesia (11%), vómitos (11%) y aumento de la presión arterial7 (10%, más frecuente en pacientes con antecedentes de hipertensión y de edad avanzada). Se notificó también mayor frecuencia de síntomas del tracto urinario inferior (disuria, urgencia miccional, cistitis, etc.) respecto a placebo. Los eventos adversos graves (< 10%, incidencia similar con esketamina y con placebo) constituyen una minoría; los más comunes fueron de tipo psiquiátrico y asociados a la patología subyacente. La tasa de suspensión del tratamiento fue baja en los pacientes tratados con esketamina (3-6% vs. 1-3% con placebo).

En condiciones de uso normal, no parece que el nuevo fármaco aumente la incidencia de ideación y comportamiento suicida. Pero quizá el mayor riesgo de seguridad asociado con su empleo se refiera al potencial de abuso, que ya había sido suficientemente establecido con ketamina. Un estudio específicamente desarrollado para evaluar este aspecto, con sujetos sanos usuarios de drogas recreativas, ha concluido que el potencial de abuso de esketamina intranasal a largo plazo es similar al de ketamina intravenosa, lo cual es consistente con los eventos adversos sugestivos de potencial de abuso observados en los ensayos de fase 3 en casi la mitad de los pacientes tratados, tales como mareo, somnolencia y disociación, y con menor incidencia (< 4%), estado de ánimo eufórico o sensación de embriaguez (Wajs et al., 2020). Si bien no se ha descrito el mecanismo exacto de inducción de abuso, ni se han notificado casos de búsqueda del fármaco, sobredosis o abuso, el riesgo de uso ilícito de esketamina (mayor en personas con antecedentes de abuso o dependencia) se minimiza con su administración bajo supervisión directa de un profesional sanitario y su dispensación en el mismo centro sanitario.

Aspectos innovadores

Esketamina, el enantiómero S de ketamina, es un nuevo antidepresivo que actúa como un antagonista no selectivo y no competitivo del receptor ionotrópico NMDA de glutamato, más potente que la ketamina. Produce así un aumento transitorio de la liberación de glutamato y una mayor estimulación del receptor AMPA, con la subsiguiente potenciación de la señalización neurotrófica que puede contribuir al restablecimiento de la función sináptica en las regiones cerebrales implicadas en la clínica de la depresión. También puede restablecer la neurotransmisión dopaminérgica en las regiones cerebrales implicadas en la recompensa, placer y motivación, contribuyendo a una respuesta antidepresiva rápida a dosis subanestésicas.

En base a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intranasal, en combinación con un ISRS o IRSN, de adultos con trastorno depresivo mayor (TDM) resistente al tratamiento, que no han respondido al menos a dos tratamientos diferentes con antidepresivos en el episodio depresivo moderado o grave actual. También se indica, coadministrado con terapia antidepresiva oral, para el tratamiento agudo a corto plazo en adultos con un episodio de TDM moderado-grave, para la rápida reducción de los síntomas depresivos que, según criterio clínico, constituyen una emergencia psiquiátrica. Su desarrollo clínico parece adecuado, habiéndose investigado en 5 ensayos de fase 3, aleatorizados y controlados por placebo, sobre pacientes adultos con depresión moderada-grave y resistente a ≥ 2 fármacos antidepresivos usados correctamente; en todos ellos esketamina se asoció a un antidepresivo oral de nuevo inicio (duloxetina, venlafaxina de liberación prolongada, escitalopram, sertralina).

Se ha evaluado en 3 estudios similares a corto plazo (4 semanas de tratamiento doble ciego), uno de ellos en pacientes de edad avanzada, con resultados inconsistentes. Para la variable primaria de eficacia –cambio en la puntuación de la escala MADRS respecto a la basal–, solo el estudio de dosis flexibles (TRANSFORM 2) probó una diferencia estadísticamente significativa entre esketamina y placebo, de -3,5 puntos en el día 28; no se verificó tal significación en los otros dos estudios, a pesar de que la diferencia numérica entre tratamientos pudiera ser favorable al nuevo fármaco (por ejemplo, hasta -4,3 puntos en el estudio de dosis fijas). En todo caso, la proporción de pacientes con respuesta antidepresiva a esketamina fue mayor que la de placebo al final del tratamiento (46-61% vs. 37-48% en menores de 65 años y 24% vs. 12% en pacientes de más edad), como también ocurrió con las tasas de remisión al final de ese periodo (33-47% vs. 28-29% en menores de 65 años y 15% vs. 6% en pacientes de más edad).

Es preciso subrayar que no hay consenso sobre el umbral de relevancia clínica en la escala MADRS, e incluso algunos autores defienden que una diferencia de 2 puntos no sería clínicamente relevante. Tampoco se conoce la significación estadística de las diferencias en las tasas de respuesta y remisión, de todo lo cual se desprende que la relevancia del efecto de esketamina a corto plazo puede ser modesta. El tratamiento durante solo 4 semanas en estos estudios ha podido limitar la aparición de beneficio con el antidepresivo oral asociado, cuyo periodo de latencia puede superar esa duración.

Los datos anteriores se complementan con otros a más largo plazo derivados de un estudio de retirada aleatorizada que evaluó la eficacia de esketamina en la prevención de recaídas durante un periodo de 16 semanas (inducción + optimización). Se verificó un tiempo hasta la recaída notablemente prolongado respecto a placebo (mediana no alcanzada vs. 273 días), lo que suponía una reducción del riesgo de recaída del 51% y una recaída evitada por cada 6 pacientes tratados. Entre los respondedores estables, tras un seguimiento de 24 semanas, la continuación en tratamiento con esketamina demostró una reducción significativa –de un 70%– en el riesgo de recaída frente a su discontinuación (mediana de 635 días vs. 88 días), estimándose que tras 6 meses recaerían solo el 21% de los pacientes que continuaran con el nuevo fármaco (vs. 56% con placebo).

Por otro lado, la indicación de esketamina en urgencia psiquiátrica se sustentó en otros dos estudios idénticos de fase 3, aleatorizados, controlados y de corta duración (4 semanas), sobre pacientes con TDM moderado-grave y riesgo inmediato de suicidio. Pese a que se confirmó la superioridad de su adición al tratamiento de referencia desde las primeras 24 h (diferencia media en la escala MADRS de -3,8 puntos frente a placebo), estable durante el periodo de uso, así como una mayor tasa de pacientes en remisión tras solo 4 h desde la administración (11% vs. 6% con placebo), la diferencia en el riesgo de suicidio según una escala específica no fue significativa, no pudiéndose concluir sobre su eficacia a largo plazo en la prevención del suicidio.

En términos de seguridad, el perfil toxicológico de esketamina parece aceptable, similar a lo descrito para ketamina. Un amplio porcentaje de pacientes notifica algún evento adverso posiblemente relacionado con el fármaco (58-78% vs. 46-64% con placebo), sobre todo tras la administración de la dosis, pero la gran mayoría son leves-moderados (graves en < 10%) y autolimitados. Destacan por su frecuencia: mareos (31%), disociación (27%), náuseas (27%), cefalea (23%), somnolencia (12-21%), disgeusia (18%), vértigo (16%), hipoestesia (11%), vómitos (11%) y aumento de la presión arterial (10%). Dada la incidencia de trastornos disociativos y sedación, el principal riesgo del nuevo fármaco se relaciona con el potencial de abuso y uso ilícito, que pretende minimizarse con la restricción de su dispensación al centro sanitario donde vaya a usarse, debiendo estar el paciente supervisado por un profesional sanitario durante y después de su administración, también para el control de la presión arterial.

No se dispone de comparaciones directas del fármaco con ninguna opción terapéutica de las usadas en práctica clínica frente a la depresión resistente al tratamiento (DRT), donde hasta ahora se podía combinar la farmacoterapia con terapia cognitivo-conductual, cambiar de un antidepresivo a otro del mismo o distinto grupo farmacológico, combinar de antidepresivos o potenciarlos con litio o antipsicóticos (olanzapina, quetiapina, aripiprazol o risperidona). Entre las comparaciones indirectas –de robustez estadística limitada– se incluye esketamina en un metaanálisis de 25 ensayos clínicos en que participaron más de 9.000 pacientes. Sus resultados (Dold et al., 2020) sugieren que puede haber una mayor diferencia en los cambios de la escala MADRS con esketamina (media de -4,1 puntos) que con el uso de antipsicóticos de 2ª generación como potenciadores (-2,1 puntos), siempre en comparación con placebo y asociados a un antidepresivo oral. Pero son resultados que deben tomarse con cautela, por la diferente metodología y definición de DRT (AEMPS, 2022).

En definitiva, esketamina incorpora un mecanismo de acción novedoso en el abordaje de la depresión, algo que no ocurría desde hace varias décadas, y constituye el primer tratamiento específicamente aprobado en España para pacientes con depresión resistente al tratamiento (de ahí que su comparación con placebo se considere adecuada), quienes pueden representar hasta el 30-40% de los casos de depresión y pueden requerir estancias hospitalarias prolongadas. Así pues, puede cambiar el panorama de tratamiento de las depresiones más graves, aquellas que no mejoran tras varias líneas terapéuticas, y con mejores periodos de latencia. Sin embargo, la evidencia es limitada y los resultados de eficacia sugieren un beneficio clínico modesto, con dudas sobre su efecto en la prevención del suicidio, lo cual pone en entredicho tal cambio de paradigma en el abordaje de la depresión resistente, donde esketamina se posicionará como una opción de tratamiento más. Además, pese a que el medicamento está diseñado para su administración por el propio paciente, su uso se limita por ahora a centros sanitarios, con supervisión estrecha (durante y después) por profesionales sanitarios, todo lo cual sugiere que podría limitarse la adherencia al tratamiento.

Valoración

Zanubrutinib (▼Brukinsa®) macroglobulinemia en Waldenström

Resumen

Zanubrutinib es un nuevo inhibidor de tirosina cinasa de Bruton (BTK) de segunda generación que, como ibrutinib, se une a esta de forma irreversible en el sitio unión del ATP. La BTK es una molécula de señalización del receptor antigénico de linfocitos B y las vías receptoras de citocinas, cuya activación conduce a la fosforilación de la fosfolipasa PLCγ2, activando de este modo factores de transcripción necesarios para la proliferación, la quimiotaxis y la adhesión de las células B. Se comprende, por tanto, que su inhibición por zanubrutinib tenga efectos antiproliferativos en esta estirpe celular. El medicamento ha sido autorizado para su uso en monoterapia para el tratamiento por vía oral de pacientes adultos con macroglobulinemia de Waldenström (MW) que han recibido al menos una terapia previa o como tratamiento de primera línea en pacientes que no son aptos para quimioinmunoterapia.

Su eficacia y seguridad de zanubrutinib se han evaluado adecuadamente en un único estudio pivotal con pacientes con MW, de fase 3, aleatorizado, abierto, controlado por ibrutinib y multicéntrico. El estudio se compuso de dos cohortes, una compuesta por pacientes con mutación en el gen MYD88 (n= 201) que fueron asignados (1:1) a zanubrutinib o ibrutinib, y una segunda cohorte compuesta de un único brazo de pacientes sin mutación en MYD88 o estado mutacional desconocido (n= 28). Ningún paciente alcanzó la respuesta completa en ninguno de los brazos de tratamiento. En la primera cohorte, un número mayor de pacientes consiguió una muy buena respuesta parcial con zanubrutinib que con ibrutinib (28% vs. 19%), tanto entre pacientes naïve como entre los que estaban en recaída/refractariedad tras un tratamiento previo, pero la diferencia no resultó estadísticamente significativa (p= 0,1160). Si bien el resto de variables se consideraron descriptivas, es destacable que el tiempo hasta alcanzar MBRP fue menor con zanubrutinib que con ibrutinib (5,5 vs. 22,1 meses) en pacientes sin tratamiento previo, pero esa diferencia se redujo considerablemente en pacientes en recaída o refractariedad (6,6 vs. 7,9 meses), manteniendo zanubrutinib una ligera ventaja. No se vieron diferencias significativas en términos de supervivencia por no haberse alcanzado las medianas de SLP ni de SG.

Por otra parte, el perfil de seguridad de zanubrutinib parece similar e incluso ligeramente más favorable que el de ibrutinib, con menor incidencia de algunos de sus eventos adversos característicos (fibrilación auricular, diarrea e hipertensión). Se caracteriza por una baja proporción de pacientes que suspenden el tratamiento por eventos adversos (4% vs. 9% con ibrutinib).

La reacción adversa más frecuente con el uso de zanubrutinib fue la neutropenia (24% vs. 12% con ibrutinib), pero no se observaron diferencias en cuanto a la incidencia de infecciones entre los brazos de tratamiento.

A pesar de que zanubrutinib no incorpora un mecanismo de acción novedoso, parece que su especificidad por la inhibición de BTK es mayor que la de ibrutinib, lo que puede relacionarse con un perfil de seguridad algo más favorable. El nuevo fármaco se incorpora al arsenal terapéutico de la MW como una opción más cuya utilidad es similar a la del ya aprobado y comercializado ibrutinib, aunque puede representar una alternativa de tratamiento para algunos pacientes en los que ciertas reacciones adversas a éste, como las cardiovasculares, desaconsejen su empleo. No parece que vaya a modificar sustancialmente la terapéutica de la enfermedad.

Aspectos fisiopatológicos

La macroglobulinemia de Waldenström (en adelante, MW) es una enfermedad linfoproliferativa poco común y por lo general de progresión lenta que se caracteriza por la infiltración de la médula ósea por un tipo de células B monoclonales en estadio previo al de célula plasmática, denominadas linfoplasmocitos (por lo que también se llama linfoma linfoplasmocítico), que son productoras de IgM.

A pesar de que la causa exacta no se conoce, en más del 90% de los casos se ha detectado la mutación con cambio de sentido L265P en el gen MYD88 en las células B, que implica la sustitución de leucina por prolina en la posición 265 del gen. Esta mutación no es totalmente específica de la MW puesto que también se ha descrito –con mucha menor frecuencia– en otros síndromes linfoproliferativos, como la gammapatía monoclonal de significado incierto (GMSI). Sobre esta mutación pueden acumularse otras, siendo comunes las mutaciones en CXCR4, la deleción 6q23 (presente en alrededor del 50% de los casos) o mutaciones en el gen TP53. La acumulación de determinadas mutaciones (CD79A, CD79B o MLL2) se asocia a la aparición de subclones más linfoproliferativos y resistentes al tratamiento (García-Sanz et al., 2017).

La incidencia de la MW aumenta con la edad, siendo extremadamente rara en niños. Así, la edad media de los pacientes en el momento de diagnóstico está en torno a los 70 años, con una incidencia ajustada por edad de 0,92 casos por cada 100.000 habitantes en hombres y de 0,30 casos/100.000 habitantes en mujeres. Además, la enfermedad es algo más prevalente en población caucásica que en afroamericanos. O sea, que tanto la edad como la raza y el sexo se consideran factores de riesgo. Otros factores de riesgo son la presencia de GMSI y la herencia genética. Por un lado, la GMSI es más común que la MW (la padece alrededor de un 3% de las personas mayores de 50 años) y cada año entre un 1-2% de los casos de GMSI se malignizan transformándose en MW (Pratt et al., 2022). Por lo que respecta a la genética, se ha descrito que una predisposición en parientes de primer grado de un paciente de MW incrementa 20 veces el riesgo de padecer la enfermedad con respecto a la población general (Kastritis et al., 2018).

La supervivencia, debido al lento curso de la enfermedad, suele ser elevada a pesar de que no existe un tratamiento curativo. Se relaciona con ciertos factores pronósticos, como la edad (> 65 años), los niveles de hemoglobina (< 11,5 g/dl), plaquetas (≤ 100 x 109/l), β2-microglobulina (> 3 mg/l) o la concentración sérica de la banda monoclonal (> 70 g/l), que permiten clasificar a los pacientes en riesgo alto, medio y bajo: la tasa de supervivencia a 5 años es del 36%, del 68% y del 87%, respectivamente. Los pacientes menores de 70 años viven una media de 10 años tras el diagnóstico, mientras que en aquellos mayores de esa edad la esperanza de vida media es menor de 7 años.

En todo caso, conviene destacar que la enfermedad puede permanecer silente durante meses o años. Los signos y síntomas característicos son consecuencia de la afectación de la médula ósea y de la elevada concentración de paraproteína IgM monoclonal. Las manifestaciones más frecuentes al inicio son: fatiga, debilidad y tendencia al sangrado. También son comunes los sudores nocturnos, la pérdida de peso, y la anemia y la neutropenia inducidas por la infiltración de la médula ósea. La anemia puede ser causa o agudizar los síntomas de fatiga y debilidad. Es habitual la presencia de un síndrome de hiperviscosidad como consecuencia de la alta concentración de IgM monoclonal, que provoca: a) síntomas neurológicos: mareo, vértigo, cefalea, hipoacusia, ataxia, parestesias, somnolencia y coma, pudiendo aparecer también neuropatía periférica; b) hemorragias en mucosas: epistaxis y gingivorragias; c) trastornos visuales: visión borrosa, pérdida de agudeza visual e incluso ceguera completa; y d) alteraciones cardiovasculares: insuficiencia cardiaca congestiva (García-Sanz et al., 2017).

En el diagnóstico de la enfermedad se considera esencial la evaluación de la médula ósea mediante aspirado y posterior biopsia. A partir de la muestra de médula ósea debe realizarse un análisis genético de MYD88 por PCR con el objetivo de detectar la mutación L265P. Al inicio de diagnóstico se recomienda también la cuantificación de IgM por densitometría. Por otro lado, será característica la identificación –revelada por citometría de flujo– de células B monoclonales con un inmunofenotipo CD22 débil y CD25+.

No obstante, las pruebas de laboratorio podrán variar dependiendo del proceso clínico y de la sintomatología. Por ejemplo, ante la sospecha de complicaciones como el síndrome de Bing-Neel1 se recomienda un análisis del líquido cefalorraquídeo (LCR) por punción lumbar para detectar la posible infiltración a este nivel.

El manejo de la enfermedad con frecuencia implica la observación o supervisión clínica del paciente hasta el inicio de aparición de síntomas relacionados con la elevación del componente monoclonal de IgM (como hiperviscosidad) o con la infiltración de la médula ósea (como citopenia). La hiperviscosidad suele comenzar a aparecer cuando la concentración de IgM en sangre es superior a 4 g/dl, y su tratamiento consiste en la plasmaféresis2 hasta iniciar el tratamiento sistémico antineoplásico que permita reducir la hiperproducción de IgM; si esa terapia se inicia rápidamente, una única plasmaféresis suele ser suficiente para controlar los síntomas. Posteriormente, la terapia sistémica antineoplásica puede contemplar distintos regímenes en función del estadio de la enfermedad, del estado de salud general y de la edad del paciente. La terapia antineoplásica no suele permitir alcanzar la remisión completa (Tabla 1), pero sí prolongar la supervivencia y reducir la sintomatología.



El tratamiento puede consistir en inmunoterapia con anticuerpos monoclonales anti-CD20 como rituximab u ofatumumab, aunque su eficacia en monoterapia es inferior a la de los regímenes combinados y además se ha observado un incremento del nivel de IgM al inicio del tratamiento en monoterapia con rituximab que puede resultar contraproducente. Por este motivo, como primera línea de tratamiento suele considerarse la combinación de rituximab con ciclofosfamida y dexametasona (DRC) en 6 ciclos espaciados cada 3 semanas en pacientes en los que la enfermedad no está demasiado avanzada y que no presentan comorbilidades de gravedad. En caso de que el tumor esté más avanzado, se puede considerar la combinación de rituximab con bendamustina (BR) como alternativa al régimen DRC. En algunas ocasiones se considera la introducción de clorambucilo a estos regímenes, aunque su uso en MW ha descendido debido a la introducción de agentes con mejor perfil de efectos adversos.

Por su parte, el inhibidor del proteasoma bortezomib se puede utilizar en monoterapia o en combinación con rituximab (régimen VR) en administración subcutánea. A la combinación se puede añadir también dexametasona. Los regímenes con bortezomib pueden ser primera línea de tratamiento en los casos en que los niveles de IgM sean muy altos y coexistan con síndrome de hiperviscosidad o en pacientes con insuficiencia renal.

A pesar de que el empleo de fludarabina no se suele considerar como primera (o incluso segunda) línea de tratamiento debido a sus propiedades inmunosupresoras y mielosupresoras, los regímenes combinados que lo incluyen pueden ser útiles como terapia de rescate en pacientes refractarios a otros tratamientos. Es el caso del régimen combinado con fludarabina, ciclofosfamida y rituximab (FCR).

A diferencia de lo que ocurre en otros procesos hematológicos malignos, el trasplante de precursores hematopoyéticos (TPH) autólogo o alogénico no suele considerarse como opción debido a que se trata de una alternativa relacionada con una elevada toxicidad y que no es bien tolerada por pacientes de edad avanzada, que suele ser el grupo de población en el que se diagnostica la MW. Por este motivo, suele descartarse salvo en pacientes más jóvenes, con buen estado de salud y en los que la enfermedad se manifiesta de forma más agresiva o es refractaria al resto de opciones.

Indudablemente, ha sido la introducción de los inhibidores de la tirosina cinasa de Bruton (BTK, por sus siglas en inglés) el principal avance en la terapéutica de la MW en los últimos años, tanto por la eficacia mostrada en ensayos clínicos como por tratarse de medicamentos de administración por vía oral. Actualmente, en España está autorizado el inhibidor de BTK (iBTK) de primera generación ibrutinib (Imbruvica®) para su uso en monoterapia en pacientes adultos con MW que han recibido al menos un tratamiento previo, o en tratamiento de primera línea en pacientes en los que la quimioinmunoterapia no se considera apropiada. También se utiliza en régimen combinado con rituximab en pacientes adultos con MW.

Ibrutinib fue el primer medicamento aprobado con indicación específica en MW. Actúa inhibiendo de manera irreversible la BTK mediante la formación de un enlace covalente con un residuo de cisteína ubicado en el lugar activo de la BTK. En un estudio de fase 2, se analizó en 63 pacientes la respuesta en pacientes con MW a la administración de 420 mg/día de ibrutinib. A pesar de que no se produjo ninguna respuesta completa, se observó una respuesta global del 90,5%, con un 73% de respuestas mayores (considerando la suma de MBRP y RP). Los pacientes incluidos en el ensayo que presentaron síndrome de hiperviscosidad tuvieron una buena respuesta al tratamiento con ibrutinib. Los efectos adversos más comunes son neutropenia, anemia y diarrea, mientras que los efectos adversos graves (grado 3 o 4) más frecuente fueron anemia, neutropenia, neumonía y trombopenia.

Acalabrutinib, otro inhibidor de BTK comercializado en España, no cuenta con indicación en MW, estando su uso circunscrito por el momento a la leucemia linfocítica crónica.

A pesar del avance que ha supuesto ibrutinib tanto en lo que respecta al mecanismo de acción como a la eficacia clínica, la posibilidad de conseguir una respuesta completa que permita frenar las recaídas e impedir el consiguiente empeoramiento de los síntomas sigue siendo un reto pendiente.

Acción y mecanismo

Zanubrutinib es un inhibidor de BTK de segunda generación que, como ibrutinib, actúa generando un enlace covalente irreversible con un residuo de cisteína en el sitio de unión del ATP (región catalítica) de la BTK. La BTK es una molécula de señalización del receptor antigénico de linfocitos B y las vías receptoras de citocinas, cuya activación por procesos de transfosforilación y autofosforilación conduce a la fosforilación de la fosfolipasa C gamma 2 (PLCγ2), que activa a su vez diversos factores de transcripción necesarios para la proliferación, la quimiotaxis y la adhesión de las células B. El medicamento ha sido autorizado en España en monoterapia para el tratamiento de pacientes adultos con macroglobulinemia de Waldenström (MW) que han recibido al menos una terapia previa o como tratamiento de primera línea en pacientes que no son aptos para quimioinmunoterapia.

La selectividad de zanubrutinib ha sido contrastada de manera comparada con ibrutinib, siendo el primero más selectivo frente a BTK en relación con enzimas similares como EGFR, JAK3, ITK o HER2. A nivel celular se comprobó la mayor selectividad de zanubrutinib sobre BTK frente a EGFR e ITK, lo que se tradujo en una menor inhibición de la función de los linfocitos T y NK y una mayor citotoxicidad dependiente de anticuerpos que la observada para ibrutinib.

La actividad antitumoral del nuevo fármaco ha sido evaluada in vitro e in vivo. En líneas celulares de cáncer hematológico, exhibió una interesante capacidad inhibitoria de la proliferación celular. Los estudios de unión a BTK confirmaron el carácter covalente del enlace y la ocupación de la proteína con una IC50 de 2,2 nM, o sea, una potencia similar a la descrita previamente para ibrutinib. A pesar de que la resistencia a ibrutinib está descrita principalmente, entre otros mecanismos, a través de mutaciones en el residuo de cisteína Cys481 y en el sustrato CXCR4 del enzima, en los ensayos pre-autorización no se estudió la posible aparición de resistencia en líneas celulares.

Finalmente, cabe destacar que zanubrutinib ha mostrado una actividad antitumoral dosis-dependiente en modelo murino. El parámetro de estabilidad en el peso del modelo animal, que se correlaciona con el estado de salud, se mantuvo durante los primeros 40-50 días de administración (duración total: 78 días) y a partir de entonces el peso comenzó a descender como consecuencia de la progresión de la enfermedad. No obstante, zanubrutinib confirmó su mayor eficacia en la reducción del volumen y la masa del tumor.

Aspectos moleculares

De acuerdo a su estructura química (Figura 1), zanubrutinib es el (7S)-2-(4-fenoxifenil)-7-[1-(prop-2-enoil)piperidin-4-il]-4,5,6,7-tetrahidropirazolo[1,5-a]pirimidin-3-carboxamida, que se corresponde con la fórmula molecular C27H29N5O3 y su masa molecular relativa es de 471,6 g/mol.


Guarda una estrecha homología estructural con ibrutinib. Ambos compuestos se unen al mismo residuo de cisteína (Cys481), en el centro activo de la enzima, pero además quedan estabilizados mediante la interacción entre el anillo de fenoxifenilo con el residuo de lisina Lys430 y a través de enlaces de hidrógeno con residuos de ácido glutámico y de metionina (Brullo et al., 2021).

La sustancia purificada es un polvo cristalino blanco o blanquecino, ligeramente higroscópico. Es muy soluble en metanol, soluble en etanol y acetona y ligeramente soluble en una solución tampón de ácido clorhídrico a pH 1,2; en agua es prácticamente insoluble. La molécula presenta actividad óptica, con configuración (S) en el único estereocentro. Esta configuración no puede interconvertirse en el enantiómero (R).

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia y la seguridad de zanubrutinib por vía oral fueron evaluadas de forma comparada con ibrutinib en adultos con MW en un único estudio pivotal (ASPEN) de fase 3, con diseño aleatorizado, abierto, controlado y multicéntrico. Los pacientes incluidos en el estudio presentaban un diagnóstico previo de MW sin tratar o en recaída/refractariedad al tratamiento; podían haber sido sometidos a trasplante de precursores hematopoyéticos, pero debían ser considerados no aptos para el tratamiento estándar con quimioinmunoterapia por la presencia de comorbilidades o factores de riesgo, a pesar de presentar un buen estado de salud general (estado ECGO de 0 a 2). Los principales criterios de exclusión fueron: exposición previa a inhibidores de BTK, comorbilidades de relevancia clínica o infecciones no controladas, síndrome de Bing-Neel o cardiopatía grave (insuficiencia cardiaca de grado 3-4 en la escala NYHA o arritmia).

El estudio se compuso de dos cohortes según el estado mutacional en el gen MYD88. Los 201 pacientes de la Cohorte 1 (164 en recaída o refractariedad y 37 no tratados), con mutación en MYD88, fueron asignados al azar (1:1) al brazo de zanubrutinib o al de ibrutinib. La Cohorte 2 se compuso de un único brazo de 28 pacientes sin mutación en MYD88 (n= 26) o con estado mutacional desconocido (n= 2), de los cuales solo 5 eran naïve al tratamiento. Se administró una pauta diaria (160 mg/12 h de zanubritinib o 420 mg/día de ibrutinib) hasta progresión de la enfermedad o toxicidad inaceptable.

Respecto a las características basales de los pacientes, en el brazo de zanubrutinib se incluyó a un mayor número de pacientes mayores de 75 años (33% vs. 22%) y con anemia (hemoglobina < 11,0 g/dl (66% vs. 54%). La variable principal del estudio fue la proporción de pacientes que alcanzan RC o MBRP, evaluada por un comité de revisión independiente, mientras que fueron variables secundarias la tasa de respuestas mayores o TRM (incluye RC, MBRP o RP), la duración de la respuesta o la supervivencia libre de progresión (SLP), entre otras. El análisis estadístico planteado para la variable principal fue de superioridad, estratificado según el estatus de mutación de CXCR4, las líneas de tratamiento previas y la edad de los pacientes (≤ 65 años o > 65 años), con un valor de p< 0,025; para la variable secundaria TRM se realizó un análisis de no inferioridad respecto a ibrutinib (margen predefinido del 12%).

Los resultados de eficacia (Tam et al., 2020) revelan que en la Cohorte 1 ningún paciente alcanzó la RC en ninguno de los dos brazos de tratamiento. Sin embargo, una mayor proporción de pacientes consiguió una MBRP en el brazo de zanubrutinib respecto al de ibrutinib (28,4% vs. 19,2%), tanto entre los pacientes que no habían recibido tratamiento previo como en aquellos en recaída o refractariedad. Pese a todo, la diferencia no resultó estadísticamente significativa (p= 0,1160), por lo que el resto de variables se consideraron descriptivas. En el caso de la Cohorte 2, tampoco hubo ningún participante con RC y la proporción de MBRP fue similar a la obtenida en el brazo de zanubrutinib en la Cohorte 1 (26,9%), aunque con una TRM menor (50%).

Por cuanto respecta a las variables secundarias, el tiempo hasta alcanzar MBRP fue menor en el brazo de zanubrutinib que en el de ibrutinib en pacientes sin tratamiento previo (mediana de 5,6 meses vs. 22,1 meses), pero esa diferencia se redujo considerablemente en pacientes en recaída/refractariedad (6,6 vs. 7,9 meses), manteniendo zanubrutinib una ligera ventaja. La proporción de pacientes con respuesta mayor fue similar en ambos brazos (78%): a pesar de que la no verificación de superioridad en la variable principal impidió realizar el análisis de no-inferioridad, los datos TRM sugieren que se cumpliría la no inferioridad entre tratamientos. Las medianas de SLP y de supervivencia global (SG) no se alcanzaron en ningún brazo de tratamiento y las tasas a los 12 y 18 meses fueron 87,2% vs. 89,7% y 83,8% vs. 85,0% para los pacientes tratados con zanubrutinib e ibrutinib, respectivamente. Respecto a la tasa de SLP a los 30 meses de seguimiento, esta fue mayor en el brazo de zanubrutinib (84,9% vs. 77,6%; HR: 0,73; IC95%: 0,38-1,42). También se observó un mayor periodo de tiempo hasta el fracaso del tratamiento con zanubrutinib, con una tasa de fracaso a los 30 meses del 5,7% frente al 17,1% con ibrutinib.

Adicionalmente, se presentó un estudio de soporte (Trotman et al., 2020) de fase 1/2, abierto, de escalada de dosis más fase de expansión, para investigar la seguridad y farmacocinética de zanubrutinib en pacientes con neoplasias linfoides de fenotipo B, incluyendo MW. En este estudio se incluyó a 73 pacientes con el objetivo de analizar la proporción de RC + MBRP. Tras una mediana de seguimiento de 30,3 meses, se obtuvo una proporción en la suma de estas variables del 45,2%, con una TRM del 82,2%.

Por otro lado, la seguridad del nuevo fármaco fue evaluada en el ensayo pivotal ASPEN y en el estudio de soporte recién mencionado. En la Cohorte 1 del estudio ASPEN, prácticamente el 97% y el 99% de los participantes sufrió algún evento adverso durante la administración de zanubrutinib e ibrutinib, respectivamente. La proporción de eventos adversos graves (de grado 3 o superior) fue elevada, pero también ligeramente inferior en el brazo de zanubrutinib (58,4% vs. 63,3%); no obstante, la tasa de interrupción por motivos de seguridad se mantuvo baja, incluso menor en el caso de zanubrutinib (4,0% vs. 9,2%).

Si desagregamos estos datos por tipo de reacción adversa observamos que la más característica durante la administración de zanubrutinib fue la neutropenia (24,8% de los pacientes vs. 12,2% para los tratados con ibrutinib). No se observaron diferencias en cuanto a la incidencia de infecciones e infestaciones entre ambos brazos de tratamiento. Respecto a las infecciones respiratorias, destaca la diferencia en la incidencia de neumonía, muy superior en el caso de ibrutinib (12,2% vs 2,0%). Sin embargo, en el estudio de soporte se observó una incidencia global de neumonía en pacientes tratados con zanubrutinib del 16,3%. La diarrea, que fue un evento adverso frecuente, presentó una incidencia menor en el brazo de zanubrutinib (20,8% vs. 31,6%), lo cual puede estar relacionado con una menor capacidad de inhibición de EGFR por parte de este fármaco.
En relación con eventos adversos de grado 3 y superior, la neutropenia fue el más frecuente en los pacientes tratados con zanubrutinib (15,8% vs. 8,2%), mientras que la hipertensión lo fue en aquellos tratados con ibrutinib (11,2% vs. 5,9%). También en el brazo de ibrutinib destaca la incidencia de neumonía de grado 3 o superior (7,1% vs. 1,0%).

Entre los eventos adversos considerados de especial interés por encontrarse habitualmente asociados a la administración de inhibidores de BTK se encuentran las hemorragias, la fibrilación auricular / flúter, la hipertensión, las segundas neoplasias primarias3, las infecciones o la citopenia. En el caso de los eventos relacionados con el sistema cardiovascular, la incidencia observada en el estudio ASPEN fue superior en el brazo de ibrutinib, tanto en el caso de la fibrilación auricular (14,3% vs. 2,0%) como en el caso de la hipertensión (16,3% vs. 10,9%). Por otro lado, las segundas neoplasias primarias (11,9% vs. 11,2% para zanubrutinib e ibrutinib, respectivamente) y las infecciones (que afectaron a alrededor de dos tercios de los pacientes) presentaron una incidencia similar en ambos brazos. En cambio, en lo que respecta a las citopenias sí se observa una mayor frecuencia de aparición en los pacientes tratados con zanubrutinib, aunque esta diferencia se debe fundamentalmente a la neutropenia. Curiosamente, la mayor incidencia de neutropenia en el brazo de zanubrutinib no se asoció a mayor afectación por enfermedades infecciosas, probablemente debido a un mayor uso de factores estimulantes de colonias de granulocitos en los pacientes tratados con zanubrutinib.

Aspectos innovadores

Zanubrutinib es un nuevo inhibidor de tirosina cinasa de Bruton (BTK) de segunda generación que actúa generando un enlace covalente irreversible con un residuo de cisteína en el sitio de unión del ATP de la enzima. La BTK es una molécula de señalización del receptor antigénico de linfocitos B y las vías receptoras de citocinas, cuya activación conduce a la fosforilación de la fosfolipasa C gamma 2 (PLCγ2), activando de este modo factores de transcripción claves para la proliferación, quimiotaxis y adhesión de las células B. Se comprende, por tanto, que su inhibición por zanubrutinib tenga efectos antiproliferativos en esta estirpe celular. En base a ello, el medicamento se ha autorizado para su uso en monoterapia para el tratamiento por vía oral de pacientes adultos con macroglobulinemia de Waldenström (MW) que han recibido al menos una terapia previa o como tratamiento de primera línea en pacientes que no son aptos para quimioinmunoterapia.

Es preciso recordar que hasta ahora el único tratamiento potencialmente curativo de la MW es el trasplante de precursores hematopoyéticos, que en la práctica apenas se utiliza debido a la avanzada edad media de los pacientes en el momento de diagnóstico y al curso –habitualmente lento– de la MW; el trasplante solo se indicaría en los pacientes más jóvenes, con buen estado de salud general y en los que la enfermedad avance rápidamente. Los tratamientos más usados suelen basarse en quimioinmunoterapia –regímenes como rituximab+ciclofosfamida+dexametasona o rituximab+bendamustina– o en inhibidores del proteasoma (bortezomib), junto con plasmaféresis en pacientes con niveles altos de la paraproteína IgM monoclonal. El desarrollo de inhibidores de la BTK, primero ibrutinib y ahora zanubrutinib, representa una alternativa de tratamiento diario con una interesante vía de administración oral.

La aprobación del nuevo fármaco se ha sustentado en los datos clínicos generados en un único ensayo pivotal de adecuado diseño (estudio ASPEN), que evaluó comparativamente zanubrutinib frente a ibrutinib con un planteamiento inicial de superioridad respecto de la variable principal (respuesta completa o muy buena respuesta parcial). Ningún paciente incluido en el estudio alcanzó la RC, pero una mayor proporción de pacientes consiguió una MBRP en el brazo de zanubrutinib que en el de ibrutinib (28,4% vs. 19,2%). Sin embargo, no se alcanzó la significación estadística en esa comparativa y el análisis de las variables secundarias fue solo descriptivo; en todo caso, la EMA considera positivo que la diferencia en la TRM fuera solo del 0,5% entre brazos de tratamiento (muy similar con zanubrutinib y con ibrutinib, en torno al 78%), sugerente de no inferioridad.

Para las variables más robustas en oncología, la supervivencia libre de progresión (SLP) y la supervivencia global (SG), no se alcanzó la mediana a los 18 meses de seguimiento; las tasas estimadas de SG en ese momento fueron también muy parejas: 84% para zanubrutinib y 85% para ibrutinib.

Se comprobó que el tratamiento con zanubrutinib permite reducir o eliminar algunos de los síntomas más característicos de la enfermedad, como la hiperviscosidad, la anemia, la neuropatía, los sudores nocturnos, la pérdida de peso, los síntomas de autoinmunidad y la organomegalia. Además, la eficacia del fármaco fue consistente, sin diferencias sustanciales en los distintos subgrupos de pacientes, con independencia del tratamiento previo y el número de líneas (que permitirá individualizar la decisión sobre el momento óptimo en el que introducir este fármaco), y del estado mutacional del gen MYD88 (probó eficacia en pacientes sin mutación, quienes suelen ser refractarios al tratamiento habitual).

Con respecto a la seguridad de zanubrutinib, desde una perspectiva comparada con ibrutinib los datos parecen ser favorables al primero en tanto que se ha podido observar un incremento del periodo de tiempo hasta el abandono del tratamiento como consecuencia de la aparición de eventos adversos, con una diferencia de hasta el 10% en la proporción de discontinuación; esa diferencia parece aumentar con el tiempo a favor de zanubrutinib, lo cual es especialmente interesante dado el carácter de tratamiento a largo plazo que se plantea en la indicación. El evento adverso más característico con el uso del nuevo fármaco fue la neutropenia, aunque esta no se asoció con una mayor frecuencia de infecciones o infestaciones, que fue comparable entre ambos brazos, sobresaliendo la mayor incidencia de neumonía en el brazo de ibrutinib (12,2% vs. 2,0%).

La hipertensión grave (grado ≥ 3), un efecto adverso asociado a los inhibidores de la BTK, apareció con menor frecuencia en los pacientes tratados con zanubrutinib (6% vs. 11%), y la fibrilación auricular grave solo se dio en el brazo de ibrutinib (3%). Por tanto, el perfil de seguridad del nuevo fármaco parece similar al de ibrutinib, aunque con un riesgo ligeramente menor de aparición de efectos adversos cardiovasculares y de neumonía y mayor de neutropenia. El planteamiento de una administración prolongada plantea incógnitas sobre los riesgos derivados del tratamiento crónico, incluida la posible aparición de resistencias al tratamiento; también se necesita más información respecto a la seguridad del fármaco en insuficiencia renal o hepática grave.

En definitiva, zanubrutinib se presenta como un nuevo inhibidor de BTK con un mecanismo de acción similar al de ibrutinib. Sin novedad importante en el plano mecanístico, parece que su especificidad por la inhibición de BTK es mayor que la de ibrutinib, lo que puede relacionarse con un perfil de seguridad algo más favorable, especialmente en relación a la aparición de arritmias cardiacas e hipertensión. Pese a que se aprecia una tendencia favorable indicativo de una no inferioridad, no se ha probado una superioridad clínica en términos de eficacia respecto a ibrutinib, y además, existe incertidumbre sobre los posibles efectos –potencialmente graves– derivados de su uso continuado, tales como el desarrollo de segundas neoplasias primarias. Por todo lo anterior, se puede considerar que zanubrutinib se incorpora al arsenal terapéutico de la MW como una opción más cuya utilidad es similar a la del ya comercializado ibrutinib, con las mismas indicaciones, aunque puede representar una alternativa de tratamiento para algunos pacientes en los que ciertas reacciones adversas de ibrutinib, como las que se producen a nivel cardiovascular, desaconsejen su empleo. No parece que vaya a modificar sustancialmente la terapéutica de la macroglobulinemia de Waldenström

Valoración

Editorial

Queridos lectores,

Nada mejor que aquella locución latina –tempus fugit– para resumir lo que nos revela el final de un nuevo año. Un periodo de 12 meses que ha sido muy intenso desde el punto de vista sanitario y también científico. A su través hemos sido testigos de cómo, afortunadamente, hemos conseguido dejar atrás –no sin dificultades– las peores etapas de la pandemia por COVID-19 en términos de impacto sanitario, si bien las consecuencias socioeconómicas siguen muy patentes. Del lado del progreso farmacoterapéutico, ha sido un curso de lo más prolífico: hasta primeros de diciembre, se han comercializado por primera vez en nuestro país –tras fijación de precio y financiación– más de una treintena de principios activos nuevos, que han abierto importantes vías de tratamiento en diversas enfermedades y sobre los que se ha ido escribiendo extensamente en estas páginas. Debe ser este un motivo de satisfacción para todos los que, de algún modo, participamos del mundo del Medicamento y la Salud, toda vez que se mantiene el alto ritmo de investigación clínica que alcanzó su clímax quizás en el segundo semestre de 2020.

Echar la vista atrás no debe desviar el foco de los asuntos de actualidad. En un último trimestre en que preocupan sobremanera las olas epidémicas por virus respiratorios, entre las cuales la debida a bronquiolitis por VRS ha crecido especialmente en términos de sobrecarga asistencial (puede suponer la hospitalización de 1 de cada 56 recién nacidos), los problemas de suministro de determinados medicamentos –como antibióticos de uso pediátrico o algunos tipos de antidiabéticos– en las farmacias comunitarias han adquirido una nueva dimensión en la opinión pública. Una problemática que, siendo patente, tiene causas muy diversas, muchas relacionadas con la globalización, pero que conviene matizar en un mensaje de calma a los ciudadanos: se dispone en las farmacias de otras alternativas terapéuticas que los pacientes pueden usar para continuar sus tratamientos con las mismas garantías de éxito. Además, para solucionar puntualmente esos desabastecimientos, las autoridades pueden implementar mecanismos como la pionera habilitación por la AEMPS a los farmacéuticos comunitarios para sustituir formas farmacéuticas de amoxicilina a finales de noviembre. Se abre así la puerta a ahondar en las posibilidades de aprovechamiento de la Farmacia en favor de los pacientes.

Entre los retos futuros se plantea la advertencia recientemente esbozada por un grupo de expertos en Lancet sobre el riesgo de una epidemia de cáncer en la próxima década; no porque aumente su incidencia sino por la relajación pospandemia en el diagnóstico precoz y la prevención; advierten de que hasta 1 millón de europeos viven con un tumor sin diagnosticar. Impera la necesidad, pues, de estimular la inversión en investigación, concienciar a la población y optimizar tratamientos. En ese contexto, no parece prudente limitar –o no facilitar– el acceso a las nuevas terapias bajo pretextos económicos, como hace poco ocurría con un medicamento con lorlatinib como principio activo. Más bien al contrario: son oportunas iniciativas como Cassandra, el primer proyecto piloto para impulsar el cribado de cáncer de pulmón en España, promovido por diversas sociedades científicas.

En este número con que cerramos un nuevo volumen anual de PAM, traemos en portada una revisión sobre el estado actual de la farmacoterapia antipsicótica en esquizofrenia y trastornos relacionados; la cual se complementa en su sección con un artículo monográfico, desde una visión eminentemente clínica, respecto a los aspectos más relevantes de los trastornos de la articulación temporo-mandibular. Adicionalmente, se evalúan tres nuevos medicamentos, dos de ellos para pacientes farmacorresistentes, como son cenobamato y esketamina, frente a la epilepsia y el trastorno depresivo mayor, respectivamente; también se presenta la evaluación de zanubrutinib, un nuevo inhibidor de la tirosina cinasa de Bruton indicado en macroglobulinemia de Waldenström.

Os deseamos una lectura agradable y enriquecedora. Recibid un afectuoso saludo y nuestros mejores deseos de salud y felicidad para el 2023.

Modificar la diana celular, posible nueva estrategia para evitar la infección por SARS-CoV-2

La infección por el SARS-CoV-2 se produce a través de la unión de la proteína de la espícula viral con el receptor ACE2 (isoforma 2 de la enzima convertidora de angiotensina), presente en la superficie de las células epiteliales de múltiples tejidos de nuestro organismo. El conocimiento sobre el modo en que se produce la infección ha motivado el desarrollo de vacunas que han permitido reducir la probabilidad de sufrir COVID-19 grave y la mortalidad asociada, especialmente entre los grupos de población más vulnerables.

Recientemente, un grupo de investigadores ha planteado una nueva estrategia de acción frente al coronavirus, que consiste en modificar al receptor ACE2 de manera selectiva cuando entra en contacto con el virus, de modo que no se produzca la unión que le permite el acceso a la célula humana y la posterior replicación; en cambio, en ausencia de SARS-CoV-2, el receptor mantiene su estructura normal y funcional.

Esto se ha conseguido a través de un fármaco que es estructuralmente similar a los ya conocidos memantina y amantadina, utilizados en la enfermedad de Alzheimer y de Parkinson, respectivamente, pero que inicialmente fueron diseñados como antivirales. En un modelo animal (hámster sirio) se ha podido comprobar que este fármaco experimental, denominado NMT5, utiliza al SARS-CoV-2 como transportador, de manera que cuando el virus se aproxima al receptor ACE2 en la célula, se produce la transferencia de un grupo nitro al receptor –en una reacción de S-nitrosilación–, que inhibe la unión de la proteína de la espícula del virus al receptor, necesaria para su penetración en la célula. Este mecanismo es especialmente interesante si se tiene presente que las mutaciones en la proteína de la espícula de algunas variantes virales han provocado una reducción en la eficacia de las vacunas autorizadas. Se ha postulado que el bloqueo del receptor ACE2 podría ser efectivo incluso cuando están presentes mutaciones en la proteína de la espícula, pues la inhibición del receptor impediría la unión en cualquier caso. De hecho, se ha podido probar en distintas líneas celulares la eficacia de NMT5 frente a distintas mutaciones del SARS-CoV-2 en las variantes alfa, beta, gamma, delta y ómicron.

Los ensayos desarrollados hasta la fecha han revelado que la unión de NMT5 al virus se produce mediante la proteína E (proteína de la envoltura), una capacidad del fármaco que puede reducir notablemente la infectividad del SARS-CoV-2 y su contagiosidad entre individuos. Los autores hipotetizan que si una persona con COVID-19 toma este fármaco no solo reducirá la propagación del virus en su propio organismo, sino que al transmitirlo a otras personas con las que tenga contacto las partículas víricas se encontrarán unidas a NMT5 y verán reducida su capacidad infectiva.

A pesar de tratarse de resultados interesantes, tanto por la originalidad del mecanismo como por la aparente eficacia, se trata de un estudio preclínico realizado in vitro y en modelos animales, por lo que serán necesarios datos de eficacia y seguridad en humanos para poder hablar con mayor fundamento de un posible nuevo tratamiento contra la COVID-19.

Se dan pasos para llegar a tener una vacuna universal frente a la gripe

La campaña de vacunación contra la gripe se desarrolla todos los años en los meses de otoño e invierno con el objetivo de proteger a los grupos de población más vulnerables, como ancianos y enfermos crónicos, entre otros. Las variantes del virus de la gripe se designan en función de la presencia de dos proteínas superficiales que permiten que el virus infecte nuestras células, la hemaglutinina (de la que existen 18 subtipos conocidos) y la neuraminidasa (que cuenta con 11 subtipos), generando así 20 subtipos del virus de la gripe. Cada año, la composición de las vacunas que se comercializan en España varía en función de la previsión respecto a las variantes que serán dominantes durante esa temporada en el hemisferio norte, puesto que producir una vacuna frente a todos los subtipos de gripe con la tecnología convencional resulta complejo y económicamente inviable. Esto provoca que, si la previsión no es del todo precisa y circulan variantes no cubiertas por la vacuna, la protección disminuya y la tasa de infecciones aumente.

Las vacunas de ARN mensajero, tecnología que ha experimentado un merecido auge gracias al éxito que ha tenido en el control de la pandemia por COVID-19, podrían permitir ahora la producción de una vacuna universal frente a todos los subtipos de gripe. Esta es la apuesta de un grupo de investigadores que ha desarrollado una vacuna que contiene ARNm codificado para producir a nivel celular los antígenos de hemaglutinina presentes en los 20 subtipos del virus de la gripe. La hemaglutinina producida por las células no tiene capacidad infectiva por sí misma pero es reconocida por el sistema inmunitario, generando una respuesta humoral y celular que permitiría reducir la gravedad de la infección por el virus. El candidato vacunal se ha administrado a modelos animales (ratón y hurón) en forma de nanopartículas y se ha observado una respuesta consistente en todos ellos. Tras 28 días desde la administración de la vacuna se inoculó el virus de la gripe a los animales vacunados y a un grupo de control, de modo que todos aquellos que no habían sido vacunados murieron, mientras que los vacunados no murieron ni perdieron peso, lo cual es indicativo de que, en caso de producirse enfermedad, esta fue leve.

La posible investigación en humanos planteará distintos retos. Por un lado, la evaluación de la eficacia global puede verse comprometida en la medida en que cada año circulan solo unas pocas variantes del virus, por lo que no se podría determinar la eficacia en variantes frente a las cuales no existe exposición. Otra cuestión a analizar sería la duración de la respuesta y sus características, puesto que el estudio se ha realizado en animales sin inmunidad previa, mientras que una elevada proporción de la población humana ha estado expuesta al virus de la gripe. En cualquier caso, estos resultados preliminares resultan esperanzadores en la medida en que podrían permitir un control más eficaz de la enfermedad. Además, ponen de manifiesto el interés científico que existe actualmente por las vacunas de ARNm y el prometedor devenir de una tecnología en etapas incipientes de su desarrollo.

La esquizofrenia y la farmacoterapia antipsicótica

Resumen

La esquizofrenia es una enfermedad mental grave de heterogénea presentación que interfiere en el desempeño global de la persona que la padece. El debut clínico suele ocurrir en la adolescencia o en adultos jóvenes, especialmente entre los varones, a quienes afecta en mayor medida (prevalencia de 0,45% vs. 0,29% en mujeres); sin embargo, en las mujeres se observa un incremento de la incidencia a partir de los 50 años. Las manifestaciones clínicas características incluyen síntomas positivos (como delirios, alucinaciones, agresividad en algunos casos), síntomas negativos (anhedonia, desinterés social, aplanamiento afectivo), síntomas cognitivos que afectan a la atención y a la memoria, y síntomas afectivos como ansiedad o agitación. La causa de la enfermedad no se conoce, pero se acepta su carácter multifactorial, en el que participan factores ambientales pre-, peri- y posnatales, factores genéticos, sociales y una desestructuración de los circuitos neuronales o de las áreas cerebrales.

Todos los tratamientos antipsicóticos disponibles interaccionan con las vías dopaminérgicas cerebrales, por lo que se ha asumido como hipótesis principal que la disfunción dopaminérgica es fundamental para la aparición de la esquizofrenia. Sin embargo, se han observado alteraciones en otros circuitos y neurotransmisores, como el glutamato, la serotonina, el GABA o los cannabinoides endógenos, que provocarían una afectación global del funcionamiento cerebral. En todo caso, el uso de fármacos antipsicóticos constituye la principal línea de tratamiento de la esquizofrenia. Generalmente, estos se dividen en típicos o de primera generación y atípicos o de segunda generación. Los primeros actúan fundamentalmente como antagonistas de los receptores D2 de la dopamina, mientras que el mecanismo de acción principal –aunque no exclusivo– de los segundos es el antagonismo de los receptores 5-HT2 de la serotonina. Además, las terapias psicoeducativas y cognitivo-conductuales han mostrado eficacia en combinación con el tratamiento farmacológico en la mejora del desempeño sociolaboral y en la funcionalidad global de los pacientes.

La adherencia al tratamiento es un problema de especial relevancia en estos pacientes, por lo que la acción del farmacéutico a este respecto resulta fundamental. Así, la labor de educación sanitaria ejercida por el farmacéutico puede ayudar a mejorar la calidad de vida incidiendo en el control de hábitos perjudiciales para la salud, como el consumo de tabaco y alcohol, muy frecuentes en las personas con esquizofrenia, y en el manejo de comorbilidades como la obesidad y la diabetes, que pueden ser un efecto adverso común de los fármacos antipsicóticos.

Introducción: clasificación y aspectos clínicos

La esquizofrenia es una enfermedad mental grave que puede presentarse de muy diversas formas clínicas. La palabra esquizofrenia resulta de la unión de las palabras griegas “σχίζειν” schízein, que significa escindir o dividir, y “φρενός” phrenós, que significa mente o razón. Eugen Bleuler, el psiquiatra que acuñó el término, pretendía denotar así la aparente disociación que se produce en esta enfermedad entre las distintas funciones mentales.

Hasta la publicación en 2013 de la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5, por sus siglas en inglés) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, la esquizofrenia se consideraba dividida en cinco subtipos (paranoide, desorganizada, catatónica, indiferenciada y residual). El DSM-5, y posteriormente la clasificación CIE-111, han eliminado estos subtipos al estimar que su utilidad diagnóstica y su validez son limitadas, por lo que han pasado a englobarlos dentro de una categoría amplia denominada trastornos del espectro de la esquizofrenia, introduciendo así el matiz de que, al margen de unos signos y síntomas característicos, la heterogeneidad de las manifestaciones que se observan en los pacientes hace complicado establecer con precisión unos rasgos prototípicos de una variable específica de la enfermedad. A pesar de que la definición de la esquizofrenia ha tendido a armonizarse en las citadas clasificaciones, todavía se encuentran diferencias entre ambas en lo referente al diagnóstico según factores como la duración de los síntomas o la alteración de la funcionalidad (Valle, 2020).

Las manifestaciones clínicas más destacadas de la esquizofrenia según el DSM-5 son:

  • Delirios: creencias fijas e irrebatibles a la lógica.
  • Alucinaciones: percepciones
  • sensoriales sin la presencia de estímulo externo.
  • Pensamiento y lenguaje desorganizado: cambios bruscos en la temática, asociaciones laxas o discurso ininteligible.
  • Comportamiento motor desorganizado o anómalo: resistencia a llevar a cabo instrucciones, mutismo, agitación, posturas o movimientos inapropiados o extravagantes, etc.
  • Síntomas negativos: expresión emotiva disminuida, falta de iniciativa, incapacidad para disfrutar y disminución del interés social.

Los síntomas comunes de la enfermedad (Tabla 1) incluyen distorsiones y alteraciones de la percepción, el afecto, la cognición y el comportamiento, pero ninguno de ellos permite por sí solo establecer el diagnóstico, sino que este se establece sobre la base de un conjunto de signos y síntomas (Tabla 2) persistentes en el tiempo (más de 6 meses) que se asocian también a un deterioro en el funcionamiento laboral y social y a una pérdida en la autonomía del paciente. A pesar de que el inicio de los síntomas de la esquizofrenia suele producirse durante la adolescencia o en adultos jóvenes, una proporción importante de pacientes comienza a presentar síntomas después de los 40 años, sin que existan datos consistentes sobre signos y síntomas esencialmente distintos a los de los casos de inicio más precoz (Suen et al., 2019).



Además de la esquizofrenia, se consideran trastornos del espectro de la esquizofrenia los siguientes:

  • Trastorno esquizotípico de la personalidad: los pacientes presentan un patrón generalizado de alteraciones sociales e interpersonales desde la niñez o adolescencia. Son características las distorsiones cognitivas y el comportamiento excéntrico.
  • Trastorno delirante: cuando hay presencia de delirios sin otros síntomas psicóticos, con una duración de al menos 1 mes. Existen diversos tipos, como el erotomaníaco, de grandeza, celotípico o el delirio persecutorio (el más frecuente).
  • Trastorno psicótico breve: hay presencia de síntomas psicóticos –delirios o alucinaciones o discurso desorganizado– con duración de entre 1 día y 1 mes.
  • Trastorno esquizofreniforme: por su duración –entre 1 y 6 meses– podría encuadrarse entre el trastorno psicótico breve y la esquizofrenia, siendo los síntomas los propios de esta. No es un requisito de diagnóstico el deterioro de la situación social y laboral del individuo, aunque puede estar presente.
  • Trastorno esquizoafectivo: se caracteriza por una alteración del estado de ánimo y síntomas de la fase activa de esquizofrenia. Deben existir además periodos de al menos 2 semanas de delirios o alucinaciones sin alteración anímica prominente.
  • Trastorno psicótico inducido por sustancias o medicamentos: el diagnóstico se fundamenta en la aparición de síntomas psicóticos (delirios o alucinaciones) tras el consumo de una sustancia o medicamento que pueda presentar tal efecto fisiológico. El trastorno puede persistir tras la retirada de la sustancia o medicamento o puede remitir por completo.
  • Trastorno psicótico debido a otra afección médica: se observan delirios o alucinaciones atribuibles a los efectos fisiopatológicos de una afección médica concreta. El diagnóstico puede fundamentarse en la asociación temporal entre la enfermedad y el trastorno psicótico.

En vista de lo anterior, se comprende que el diagnóstico de la esquizofrenia y del resto de trastornos asociados a ella se fundamente en la entrevista clínica exhaustiva, puesto que no se dispone de herramientas diagnósticas específicas. La existencia de casos de esquizofrenia en el entorno familiar se considera un factor de riesgo, pero la susceptibilidad genética no explica por sí sola la aparición del trastorno, cuya complejidad obliga a considerar otros factores de naturaleza biológica y social.

La esquizofrenia se asocia a una reducción notable de la esperanza de vida. En un metaanálisis se determinó una pérdida potencial de entre 13 y 15 años de vida (Hjorthøj et al., 2017). Los resultados de Moreno-Küstner et al. (2021) en España están en consonancia con esos datos e indican una esperanza de vida al nacer 13 años inferior para los pacientes esquizofrénicos respecto a la población general y un aumento notable de la probabilidad de muerte. Esto puede deberse a varios motivos. En primer lugar, estos pacientes presentan un riesgo incrementado de cometer suicidio (según los datos del DSM-5, alrededor del 5% de las personas con esquizofrenia fallece por suicidio y un 20% de los pacientes intenta suicidarse en al menos una ocasión), mayor en los varones jóvenes y en aquellos que sufren un trastorno por uso de sustancias. Precisamente, el consumo adictivo de sustancias como el alcohol, el tabaco y determinadas drogas de abuso representa otro de los factores que acorta la esperanza de vida de las personas que padecen esquizofrenia y también se relaciona con peor rendimiento cognitivo, mayor tendencia a la agresividad y peor funcionalidad global.

El consumo de tabaco, en concreto, se ha asociado con un deterioro significativo en varias funciones cognitivas como la atención, la memoria y el aprendizaje que podría estar causado por una pérdida de la materia gris en la corteza prefrontal y en el hipocampo (Coustals et al., 2020). No obstante, la relación entre el consumo de tabaco y el deterioro cognitivo puede tratarse de un factor de confusión en la medida en que los pacientes que presentan un trastorno más grave también tienden a presentar mayor disfunción de las áreas relacionadas con la recompensa, por lo que es más probable que sean adictos al tabaco o a otras sustancias.

Además, la presencia de comorbilidades en pacientes esquizofrénicos es significativamente mayor que en la población general. La obesidad, la diabetes, los trastornos cardiovasculares y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica se relacionan con una mala alimentación, con el consumo de tabaco y otras drogas, con un mayor sedentarismo y con los efectos secundarios de los tratamientos farmacológicos, especialmente con los antipsicóticos atípicos o de segunda generación, que en algunos casos presentan marcados efectos metabólicos.

La gravedad de los síntomas puede determinar otros factores pronósticos, como los déficits cognitivos. La mayor parte del deterioro suele producirse en los primeros años tras la aparición de manifestaciones y el resultado clínico suele relacionarse con la funcionalidad previa a la aparición de los primeros síntomas y con una menor duración de la psicosis sin tratamiento. Además, la aparición tardía (más allá de los 45 años) se relaciona con un menor deterioro funcional. Con independencia del momento de debut clínico, la práctica totalidad de casos de esquizofrenia provocan una importante afectación de la funcionalidad social y laboral de los pacientes, siendo la sintomatología negativa y cognitiva la más limitante, en comparación con los síntomas positivos (que además son mejor controlados por los fármacos).

Etiopatogenia

La causa de la esquizofrenia no se conoce, incluso a pesar de que existen fenotipos identificables mucho antes del comienzo de los síntomas de la enfermedad y un porcentaje significativo de pacientes presenta signos premórbidos en la infancia y en la juventud. Se ha hipotetizado que entre los mecanismos etiopatogénicos se encuentran factores ambientales pre-, peri- y posnatales, factores genéticos, sociales y una desestructuración de los circuitos neuronales o de las áreas cerebrales.

Todos los tratamientos antipsicóticos disponibles interaccionan con las vías dopaminérgicas cerebrales y su efectividad está relacionada, al menos parcialmente, con la afinidad por los receptores D2, por lo que se ha asumido como hipótesis principal que la disfunción dopaminérgica es fundamental para la aparición de la enfermedad. Sin embargo, se han observado alteraciones en otros circuitos y neurotransmisores, como el glutamato, la serotonina, el GABA o los cannabinoides endógenos, que provocarían una afectación global del funcionamiento cerebral. Así, de manera análoga a lo que ocurre con otras enfermedades mentales cuya causa no ha sido dilucidada, se han planteado distintas hipótesis que se aproximan al entendimiento de la esquizofrenia desde la perspectiva de una disfunción concreta.

Hipótesis dopaminérgica

Como se ha comentado, la desregulación de las vías dopaminérgicas (Figura 1) parece ser uno de los principales factores que ocasionan la esquizofrenia y puede justificar, al menos parcialmente, la sintomatología. El sistema mesocorticolímbico, compuesto por las vías mesolímbica y mesocortical, parece ser el más implicado en la patogenia. Desde el área tegmental-ventral al núcleo accumbens hay receptores D2 inhibitorios, mientras que del área tegmental-ventral a la corteza hay receptores D1 excitatorios. La desregulación de la vía mesolímbica se implicaría en la génesis de los síntomas positivos, mientras que la vía mesocortical estaría relacionada con los síntomas negativos y cognitivos, como la apatía, la pérdida de motivación y de interés. El hecho de que los antipsicóticos de primera generación ejerzan su función bloqueando la neurotransmisión dopaminérgica es congruente con que estos fármacos puedan llegar a empeorar la sintomatología negativa.

Hipótesis gabaérgica

La función del ácido gamma-aminobutírico (GABA) se relaciona con la regulación y procesamiento de la información en la corteza cerebral, esencial para un correcto funcionamiento cognitivo. Se ha hipotetizado que la disfunción gabaérgica en la esquizofrenia podría producir tanto los síntomas cognitivos como la sintomatología alucinatoria a través de una desincronización de la actividad eléctrica cerebral.

Hipótesis serotoninérgica

Los fármacos antipsicóticos de segunda generación o atípicos basan su mecanismo en parte en la interacción con receptores de serotonina o 5-hidroxitriptamina (5-HT), modulando así la actividad de las neuronas dopaminérgicas sin llegar a bloquearla. Por este motivo, los antipsicóticos atípicos producen menor sintomatología extrapiramidal que los antipsicóticos clásicos.

Hipótesis glutamatérgica

El glutamato es el neurotransmisor excitatorio más importante del SNC. Los antagonistas del receptor NMDA de glutamato, como la fenciclidina, producen síntomas positivos, negativos, cognitivos y afectivos. Una hipofunción glutamatérgica podría explicar la alteración de la neurotransmisión de dopamina, ya que algunas vías glutamatérgicas estimulan interneuronas gabaérgicas que a su vez inhiben vías dopaminérgicas.

También se piensa que la neurodegeneración que se observa en la esquizofrenia puede estar relacionada con este tipo de neurotransmisión: la hiperexcitabilidad durante la aparición de los síntomas positivos podría conllevar toxicidad y muerte neuronal como consecuencia de la generación de radicales libres, resultado de la actividad de enzimas activadas por la entrada de calcio en la neurona.

Hipótesis del neurodesarrollo

Se trata de una hipótesis que ha ido ganando peso en los últimos años gracias a nuevos datos que apuntan a que la esquizofrenia es un trastorno mental originado a través de un desarrollo anormal del cerebro. De hecho, casi todos los genes asociados a la esquizofrenia identificados hasta la actualidad codifican proteínas involucradas en el desarrollo cerebral y en la generación de conexiones neuronales. Ciertas anomalías en el proceso de selección y fortalecimiento de sinapsis podrían originar que algunas conexiones necesarias no se conservasen durante el proceso de maduración cerebral, incrementándose los síntomas con el paso del tiempo, especialmente en la adolescencia tardía, cuando la selección sináptica es particularmente importante.

Sea como fuere, los estudios de neuroimagen cerebral demuestran una activación asincrónica de la corteza prefrontal en pacientes con esquizofrenia, que parece provocar una pérdida en su función normal, posiblemente relacionada con las alteraciones cognitivas de los pacientes con esquizofrenia. Son las áreas orbital, medial y ventral de la corteza prefrontal las que se relacionan con los síntomas afectivos y negativos, pues junto con la amígdala y el núcleo accumbens constituyen el sistema de procesamiento de emociones.

Las técnicas de neuroimagen han permitido observar una activación de la microglía que produce neuroinflamación, aunque las implicaciones de estos procesos aún no están del todo esclarecidas (Marques et al., 2019). En todo caso, la presencia de un tono proinflamatorio está bien documentada en la esquizofrenia mediante la elevación de marcadores como la proteína C reactiva (PCR) o las interleucinas IL-6 e IL-12, que se han asociado con niveles bajos de BDNF2, lo que ha llevado a pensar que esto podría ser la base del deterioro cognitivo, aunque en un metaanálisis en el que se han evaluado 21 estudios que incluyeron a más de 2.400 pacientes no se han encontrado pruebas concluyentes al respecto (Bora, 2019).

También se han documentado defectos en la conexión entre diferentes redes neuronales asociadas a la autopercepción, al procesamiento de emociones, a la atención, al uso de la información y a la percepción sensorial que provocarían, por ejemplo, dificultad a la hora de diferenciar entre la información producida a nivel cerebral por el propio individuo de la procedente del mundo exterior (Dong et al., 2018).

Epidemiología

El debut clínico de la esquizofrenia suele acontecer durante la adolescencia o en adultos jóvenes, frecuentemente antes de los 30 años, especialmente entre los varones, mientras que en mujeres es más habitual que el trastorno aparezca entre los 25 y los 35 años y, posteriormente, después de los 50 años, observándose una distribución bimodal en este caso. El curso de la enfermedad es cíclico en alrededor del 60% de los casos, progresivo sin períodos claros de remisión en aproximadamente el 30% e incierto en el 10% restante.

De acuerdo a los datos de la Subdirección General de Información Sanitaria (SGIS) del Ministerio de Sanidad (2020), en 2017 se estimó que la prevalencia de esquizofrenia en España era del 0,37% (0,45% en hombres y 0,29% en mujeres). Los datos son consistentes con el conocimiento establecido sobre la distribución de la enfermedad considerando las variables de sexo y edad (véase la Figura 2), pues se observa una mayor prevalencia en varones adultos, que tiende a igualarse por el aumento de casos en mujeres mayores de 50 años, de modo que a partir de los 70 años la prevalencia ya es superior en mujeres.



La prevalencia es inversamente proporcional al nivel socioeconómico, destacando claramente entre las personas con rentas muy bajas (Figura 3). De estos datos se pueden extraer distintas interpretaciones: la esquizofrenia es una enfermedad que en muchos casos provoca una incapacidad social y laboral severa, limitando las opciones del paciente en el ámbito económico; también se puede observar que su prevalencia es muy superior entre los desempleados. Además, los factores genéticos, aunque no son condición suficiente para desarrollar la enfermedad, sí pueden conllevar una concentración de casos en núcleos familiares en los que la prevalencia de patologías mentales es muy superior a la de la población general y en los que la tendencia a la exclusión sociolaboral también se ve incrementada. Así, los pacientes con esquizofrenia pueden ver doblemente truncadas sus opciones de ascenso social.



En cuanto al consumo de fármacos antipsicóticos en España, encontramos dos tendencias divergentes. Mientras que los antipsicóticos de primera generación han experimentado caídas generalizadas y constantes en su grado de utilización, los antipsicóticos atípicos son cada vez más usados, no solo en el ámbito de la esquizofrenia y otros trastornos relacionados con la psicosis sino también en pacientes con enfermedades en las que se producen alteraciones de la conducta, como es el caso de la demencia por Alzheimer (AEMPS, 2007). En la Figura 4 se puede observar que desde la introducción de los antipsicóticos atípicos a principios o mediados de los años 90 del siglo pasado el consumo ha aumentado de forma gradual puesto que, a pesar de la reducción observada en el consumo de los antipsicóticos de primera generación, el crecimiento de los nuevos fármacos ha compensado con creces ese descenso.


Los datos más actualizados de utilización de antipsicóticos en España (AEMPS, 2021) muestran que los cinco fármacos más consumidos pertenecen al grupo de los denominados atípicos. Como puede observarse en la Tabla 3, la olanzapina y la quetiapina supusieron cada una aproximadamente el 20% de las DHD3 en el año 2021 relativas a medicamentos que contienen fármacos antipsicóticos. La paliperidona, que habitualmente se usa en forma de inyectable de liberación prolongada, es el antipsicótico que mayor crecimiento ha experimentado en su consumo entre 2010 y 2021, pasando de una cuota del 3,90% en DHD en 2010 al 14,29% en 2021. El haloperidol es el antipsicótico típico más consumido a pesar de que solo supuso un 3,36% de las DHD de los medicamentos a base de antipsicóticos.


De acuerdo con los datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios entre 2010 y 2021 el consumo de antipsicóticos ha experimentado un crecimiento del 27% (AEMPS, 2021). No obstante, este crecimiento está sustentado principalmente por dos grupos farmacológicos de la clasificación ATC, el N05AH, que incluye principios activos como la olanzapina, la quetiapina y la clozapina, y el N05AX, que incluye a la risperidona, al aripiprazol y a la paliperidona. El resto de grupos ATC han experimentado caídas en el nivel de utilización, con la excepción de los derivados del indol (N05AE), donde se encuadra la lurasidona, de reciente inicio de comercialización.

Tratamiento

Los fármacos antipsicóticos constituyen la principal línea de tratamiento de la esquizofrenia. La mejora que supone el tratamiento en el curso de la enfermedad, medida, por ejemplo, a través de variables como el riesgo de recaída y la frecuencia de hospitalización, está ampliamente corroborada por ensayos clínicos (Ceraso et al., 2020). Con su uso, se combatirán principalmente los síntomas psicóticos positivos.

Los antipsicóticos se dividen clásicamente en dos grupos: típicos o de primera generación (antiguamente denominados neurolépticos4) y atípicos o de segunda generación. Los primeros basan su efecto terapéutico en el antagonismo dopaminérgico, mientras que los segundos ejercen un antagonismo principalmente serotoninérgico, con afinidad variable sobre los receptores de la dopamina. Las clasificaciones más recientes de los antipsicóticos, aunque basadas en la anterior, los dividen según su estructura química (Tabla 4). Algunos principios activos, como los del grupo de las benzamidas (sulpirida, amisulprida) que habitualmente se clasificaron como antipsicóticos típicos, también son clasificados en ocasiones como atípicos, pese a que su acción terapéutica se fundamenta en el bloqueo dopaminérgico

La farmacoterapia de la esquizofrenia puede tener como objetivos disminuir o eliminar los síntomas, mejorar la calidad de vida y la funcionalidad del paciente, así como mantener la recuperación y prevenir recaídas. Cada objetivo podrá tener un peso diferente según la fase de la enfermedad. En la fase aguda, el tratamiento farmacológico es fundamental para disminuir la gravedad de los síntomas psicóticos, controlar las alteraciones de la conducta y evitar la agresividad; una vez superada esa fase, la recuperación deberá orientarse a minimizar el estrés sufrido por el paciente, evitar recidivas y favorecer el proceso de readaptación social. Una vez se consigue la estabilidad del paciente, el objetivo es mantenerla mediante la remisión de los síntomas, así como recuperar funcionalidad, mantener la calidad de vida y minimizar los posibles efectos adversos.
En la práctica clínica, la elección del fármaco dependerá de factores como las características del paciente, del perfil de efectos adversos, de la respuesta previa o de los tratamientos concomitantes, entre otros.

La eficacia de los fármacos antipsicóticos habitualmente se mide en función del grado de respuesta a los síntomas, para lo cual puede utilizarse la escala PANSS (Positive and negative syndrome scale) que permite evaluar el estado del paciente tanto antes como después del tratamiento a través de una serie de ítems graduados en función de la gravedad de presentación (Østergaard et al., 2018). Probablemente debido a la complejidad de los procesos etiopatogénicos que provocan la enfermedad y a la variabilidad de las manifestaciones a nivel interindividual, las diferencias en eficacia entre distintos antipsicóticos no están claras, y algunos metaanálisis (Huhn et al., 2019) indican que las diferencias a nivel de efectos adversos son más claras que las diferencias en cuanto a eficacia.

Es precisamente la aparición de reacciones adversas la que puede llevar a la necesidad de plantear un cambio en el tratamiento farmacológico, aunque tal cambio también puede estar motivado por otros factores, como la ausencia o pérdida de eficacia o una baja adherencia terapéutica por el paciente.

El cambio puede seguir distintas estrategias (Bernardo et al., 2011). Un cambio brusco, que conlleva la suspensión de la administración del fármaco que se estuviera usando y la instauración inmediata del nuevo tratamiento, es útil en situaciones en que dicha modificación sea urgente, lo cual requiere una supervisión estrecha para vigilar la posible aparición de reacciones relacionadas con la retirada, pero también disminuye la probabilidad de errores de la medicación. En contraposición, el escalonamiento cruzado implica la reducción gradual de la dosis del fármaco a retirar a la vez que se realiza un incremento gradual de la dosis del nuevo antipsicótico; esta estrategia reduce la aparición de efectos adversos relacionados con la retirada (como recaídas o agitación), pero el cálculo de la dosis precisa resulta complejo. Por último, la estrategia de solapamiento y retirada consiste en el mantenimiento de la dosis del antipsicótico que el paciente venía utilizando mientras se aumenta gradualmente la dosis del nuevo fármaco hasta alcanzar la dosis terapéutica, momento en que se deberá retirar el fármaco inicial. Esta estrategia se asocia a una mayor probabilidad de reacciones adversas e interacciones, pero el riesgo de recaída y de aparición de síntomas de retirada es menor.

Aunque la evidencia clínica hasta ahora disponible no recomienda el uso concomitante de dos antipsicóticos, en ocasiones se sigue esta estrategia con el objetivo de tratar síntomas concretos o cunado hay falta de respuesta a la monoterapia. Además, el uso a dosis bajas de dos principios activos con mecanismos de acción complementarios en lugar de la monoterapia con dosis altas puede evitar efectos secundarios dependientes de la dosis.

Uno de los principales problemas del tratamiento farmacológico de la esquizofrenia es la dificultad para conseguir una adecuada adherencia a las pautas posológicas. Se estima que durante los dos primeros años de tratamiento, más del 75% de los pacientes presentan problemas de adherencia (Peng et al., 2011). En este sentido, la pauta de administración más habitual es la de una única dosis diaria, con el objetivo de facilitar el cumplimiento.

Aunque distintas guías de práctica clínica consideran diferentes opciones de inicio de tratamiento y de alternativas cuando este fracasa, por lo general la terapia farmacológica se inicia con antipsicóticos atípicos distintos a clozapina (grupos 1 y 2 de la Tabla 5). Los antipsicóticos atípicos suelen ser la primera opción en el inicio del tratamiento, pero en ocasiones se opta por un antipsicótico de primera generación.


Cuando falla la respuesta por motivos distintos a la baja adherencia, se considera el cambio por un fármaco distinto de esos dos mismos grupos, pero si la terapia ya ha fracasado con dos tratamientos distintos, debe considerarse la introducción de clozapina. Por lo general, el uso de inyectables de larga duración se reserva a casos en los que el fracaso terapéutico se debe a la baja adherencia, aunque, como se ha comentado previamente, esta situación podría aplicar a una proporción importante de los casos.

A pesar de que los inyectables de larga duración (ILD) parecen no ser superiores a nivel de eficacia respecto a las formas de liberación inmediata (Rubio et al., 2020), la administración mensual, trimestral o semestral que permiten mejora la adherencia: en última instancia se relacionan con mejores resultados en el tratamiento, prolongando el periodo de estabilidad y reduciendo el riesgo de recaídas (Lin et al., 2021).

Los inyectables de liberación prolongada constituyen la estrategia más eficaz para mejorar la adherencia al tratamiento farmacológico, pues permiten espaciar la administración durante uno, tres o seis meses, aunque el alto coste todavía limita la generalización de su uso.

En España, la cuota de mercado de los ILD respecto al total del consumo de antipsicóticos atípicos aumentó desde aproximadamente el 9,8% en 2011 al 16,4% en 2016 (Arango et al., 2019). Entre las barreras para la extensión de su uso puede considerarse el alto coste, muy superior al de los tratamientos orales, y una posible baja aceptación por parte del paciente por temor a las inyecciones. Conviene recordar que el coste económico directo del tratamiento debe ponderarse frente a una mayor eficacia clínica, que puede relacionarse con un mejor desempeño de los pacientes a nivel social y laboral y también con un menor riesgo de recaídas, reduciendo el coste sanitario global.

Astipsicóticos típicos

Los fármacos antipsicóticos de primera generación (Figura 5) se fundamenta en el bloqueo de receptores D2 de la dopamina. Esto permite mejorar los síntomas positivos, siendo el efecto sobre los síntomas negativos reducido, en el mejor de los casos. El efecto antipsicótico tarda un tiempo en instaurarse –entre 1 y 2 meses, habitualmente–, mientras que el efecto neuroléptico es inmediato, el cual se traduce en quietud emocional, retraso psicomotor e indiferencia afectiva en el paciente.


A pesar de que cada fármaco presenta peculiaridades en sus acciones, en líneas generales comparten una serie de efectos adversos característicos tras su administración:

  • Efectos antimuscarínicos: como sequedad de boca, atonía gastrointestinal, dificultad en la micción, dificultad en la acomodación visual o confusión mental.
  • Hipotensión postural y somnolencia por bloqueo de receptores alfa-1 adrenérgicos. Puede aparecer también taquicardia refleja.
  • Ganancia de peso: por efecto antihistamínico sobre receptores H1. Este bloqueo también provoca somnolencia.
  • Cuadro extrapiramidal: pueden desencadenar un párkinson farmacológico por inhibición de la dopamina, que cursa con acatisia, discinesia tardía y/o reacciones distónicas agudas (espasmos de la musculatura facial y esquelética).
  • La dopamina inhibe la producción de prolactina, por lo que la inhibición de los receptores dopaminérgicos provoca un aumento en la síntesis de prolactina que puede producir galactorrea, amenorrea, infertilidad e impotencia. La prolactina suprime la secreción de gonadotropinas hipotalámicas y, por tanto, las gonadotropinas hipofisarias (hormona estimulante del folículo o FSH y hormona luteinizante o LH).
  • Síndrome neuroléptico maligno (SNM): es una reacción adversa poco frecuente pero muy grave y potencialmente mortal caracterizada por fiebre muy alta, estado confusional, taquicardia, espasmos musculares y delirios. Si no se trata rápidamente se pueden producir complicaciones como rabdomiólisis, convulsiones e hiperpotasemia. El fármaco usado clásicamente para su tratamiento ha sido dantroleno, aunque las benzodiazepinas y agonistas dopaminérgicos como la amantadina también tienen cabida. A pesar de que el SNM se asocia al uso de antipsicóticos clásicos con efecto antidopaminérgico potente, como haloperidol, puede estar provocado por otros fármacos con acción antagonista sobre los receptores de dopamina, o por la asociación de distintos fármacos con este efecto.

La clorpromazina fue el primer antipsicótico utilizado en la esquizofrenia, inicialmente sintetizado como sedante por su potente efecto antihistamínico. El descubrimiento de su potencial antipsicótico llevó a la producción de otros derivados de la fenotiazina y, posteriormente, al descubrimiento de nuevas familias de fármacos para el tratamiento de la esquizofrenia, como la de las butirofenonas. La comercialización de estos fármacos supuso un cambio de paradigma en el tratamiento de los pacientes con esquizofrenia, permitiendo su reincorporación a la comunidad frente al modelo de reclusión en instituciones psiquiátricas. No obstante, el conocimiento sobre los efectos que provocan estos fármacos sobre los receptores dopaminérgicos se produjo con posterioridad a la generalización de su uso en trastornos psicóticos.

Los antipsicóticos de primera generación son altamente liposolubles, con elevada distribución en el tejido cerebral. Las concentraciones plasmáticas máximas se alcanzan generalmente tras 1-4 horas cuando se administran por vía oral, presentando un intenso metabolismo de primer paso hepático por acción del CYP2D6 y del CYP3A4. La administración intramuscular da lugar a una absorción más rápida y predecible que la oral. Están comercializadas algunas presentaciones inyectables de liberación prolongada.

Fenotiazinas

Presentan una estructura tricíclica en la que la naturaleza del sustituyente sobre el nitrógeno fenotiazínico permite clasificarlas en alifáticas, piperidínicas y piperazínicas. En España están comercializadas clorpromazina (alifática), levomepromazina (alifática), perfenazina (piperazínica) y periciazina (piperidínica).

Clorpromazina (Largactil®) está disponible en presentaciones para administración oral y parenteral. Presenta un importante efecto sedante y tranquilizante que provoca una reducción de los estados de agitación y agresividad. El efecto antipsicótico reduce los síntomas positivos, como los trastornos del pensamiento, los delirios y las alucinaciones. El efecto sobre los síntomas negativos parece reducido.

Levomepromazina (Sinogan®) también está disponible en presentaciones para administración oral y parenteral. Sus características farmacodinámicas son similares a las de la clorpromazina, destacando entre sus efectos la acción sedante. Produce menos efectos extrapiramidales, pero es un potente anticolinérgico.
Las fenotiazinas perfenazina (Decentan®) y periciazina (Nemactil®) solo se comercializan en España en presentaciones de administración oral. Sus acciones son las propias de los antipsicóticos típicos, si bien la periciazina presenta una menor actividad antidopaminérgica y mayor anticolinérgica.

Butirofenonas

Haloperidol, comercializado en presentaciones de administración oral y parenteral (Haloperidol Esteve® y Haloperidol Prodes®), es el antipsicótico de primera generación más utilizado en España. Presenta un margen terapéutico amplio, actuando como un antagonista dopaminérgico, con baja actividad sobre los receptores alfa-1 adrenérgicos y sin actividad antihistamínica ni anticolinérgica cuando se utiliza en las dosis terapéuticas. Provoca con frecuencia sintomatología extrapiramidal e hiperprolactinemia. Aunque es poco común, el uso de haloperidol a dosis altas o en combinación con otros antipsicóticos con acción neuroléptica puede provocar la aparición del SNM.

Por su parte, droperidol (Xomolix® y EFG) solo está disponible en España en medicamentos de administración parenteral y de uso hospitalario. Al igual que haloperidol, carece de efectos antihistamínicos y anticolinérgicos en las dosis habituales. Son característicos los efectos a nivel cardiovascular, pudiendo producir una caída de la tensión arterial media y un efecto antiarrítmico por prolongación del periodo refractario.

Difenilbutilpiperidinas

El único representante de este grupo es la pimozida (Orap®, Orap Fuerte®), comercializada en España en forma de comprimidos orales. Interacciona fundamentalmente con receptores D2 de la dopamina, siendo su efecto sedante nulo o muy bajo. Mejora de forma selectiva los trastornos alucinatorios y delirantes, pero su uso suele limitarse a casos en los que no hay respuesta a otros tratamientos o ésta es insuficiente.

Tioxantenos

Zuclopentixol (Clopixol®) está disponible en España en presentaciones de administración oral y parenteral, incluyendo una presentación inyectable de liberación prolongada. Estudios in vitro han probado que interacciona con receptores dopaminérgicos y serotoninérgicos, pero in vivo solo parece presentar afinidad por los receptores dopaminérgicos, especialmente por los D2, motivo por el cual se clasifica como antipsicótico típico. Sus acciones son las características de los antipsicóticos típicos, con un efecto neuroléptico que mejora los síntomas positivos. Provoca un efecto sedante frente al que rápidamente se produce tolerancia.

Antipsicóticos atípicos

Los antipsicóticos atípicos (Figura 6) se denominan así porque, en general, no provocan efectos adversos de naturaleza extrapiramidal o los producen con menor frecuencia e intensidad que los antipsicóticos de primera generación. El primer fármaco comercializado con estas características fue la clozapina, a principios de los años 70 del siglo XX, pero se retiró rápidamente debido a la aparición de varios casos de agranulocitosis grave. Sin embargo, se volvió a introducir en el mercado a finales de los años 80 debido a que diversos estudios demostraron su eficacia en pacientes refractarios a otros tratamientos y a que el riesgo de agranulocitosis grave puede minimizarse realizando controles hematológicos de manera frecuente.


El mecanismo de acción principal –y común– de estos fármacos consiste en el antagonismo de los receptores 5-HT2A de la serotonina. Los antipsicóticos atípicos por lo general también inhiben los receptores D2, pero esa acción es específica de los receptores límbicos, mientras que los antipsicóticos clásicos son inhibidores inespecíficos de estos receptores. No obstante, algunos de los antipsicóticos de segunda generación son agonistas parciales de los receptores D2. Por estos motivos, la incidencia de efectos extrapiramidales asociada a su utilización es considerablemente menor que la observada con los antipsicóticos clásicos o de primera generación. En general, la incidencia de efectos adversos es inferior con el uso de antipsicóticos atípicos (Tabla 6), a pesar de que los efectos metabólicos pueden ser muy marcados, especialmente con el uso de clozapina y olanzapina (Tabla 7).


De acuerdo con las recomendaciones de uso de la Sociedad Española de Psicogeriatría (SEP) los antipsicóticos atípicos son de elección en pacientes de edad avanzada (SEP, 2017). La risperidona se ha considerado habitualmente como fármaco de primera línea en estos casos, valorándose como alternativas: paliperidona, olanzapina, aripiprazol o quetiapina (esta última muy usada en situaciones de agitación por sus propiedades sedantes). En pacientes de mayor edad conviene evitar ziprasidona, clozapina y los antipsicóticos de primera generación, sobre todo en pacientes con demencia. Tal es así que la AEMPS emitió una Nota Informativa en 2008 en respuesta a las conclusiones alcanzadas por el Comité de Medicamentos de Uso Humano (CHMP) de la Agencia Europea de Medicamentos, que alertaba de un aumento de la mortalidad asociado al uso de antipsicóticos clásicos cuando se utilizan en pacientes ancianos con demencia (AEMPS, 2008).

Diazepinas, oxazepinas, tiazepinas y oxepinas

Clozapina (Leponex®, Nemea®, Clozapina Aurovitas® y EFG) está actualmente disponible en España en medicamentos de administración por vía oral. Presenta un perfil farmacodinámico complejo: bloquea de manera inespecífica los receptores dopaminérgicos, especialmente el D4, pero también es antagonista del receptor 5-HT2A de la serotonina, de los receptores alfa-1 adrenérgicos y tiene también efecto anticolinérgico y antihistamínico. La incidencia de efectos extrapiramidales con clozapina es baja. Su efecto adverso más característico es la agranulocitosis, que obliga a realizar controles hematológicos semanales durante las 18 primeras semanas de tratamiento; posteriormente, la incidencia desciende notablemente, por lo que los controles se pueden realizar mensualmente. La incidencia de agranulocitosis se ha estimado en 32 casos por 100.000 semanas-persona5 de observación en las primeras 18 semanas de tratamiento, descendiendo hasta 2,3 casos entre las semanas 19-52 y hasta 1,8 casos a partir de la semana 53. Debido a su perfil de seguridad, su uso suele quedar reservado a casos refractarios al resto de tratamientos antipsicóticos.

Olanzapina (Zyprexa®, Zyprexa Velotab®, Zypadhera®, Zyprexa Difarmed®, Zyprexa Velotab Elam Pharma®, Zyprexa Velotab Difarmed® y EFG) es el antipsicótico más utilizado en España. Cuenta con presentaciones para administración oral, intramuscular e inyectables de larga duración (ILD). Aunque estructuralmente es similar a la clozapina y presenta un perfil de unión a receptores también similar, produce menos efectos adversos graves, especialmente a nivel hematológico. Sí produce con frecuencia efectos metabólicos que deberán ser tenidos en cuenta, tales como aumento de peso, de triglicéridos y resistencia a la insulina.

Por su parte, quetiapina (Seroquel®, Seroquel Prolong®, Psicotric®, Psicotric Retard®, Rocoz® y EFG) se encuentra disponible en España en medicamentos de administración oral. Están comercializadas presentaciones en forma de comprimidos de liberación prolongada que permiten la administración en una única toma diaria. A pesar de que antagoniza tanto receptores serotoninérgicos (5-HT2A) como dopaminérgicos (D2), se disocia rápidamente de estos últimos, por lo que la incidencia de reacciones extrapiramidales es muy baja. Presenta metabolitos activos –norquetiapina– con efecto anticolinérgico, antihistamínico y anti alfa-1 adrenérgico. También produce efectos a nivel metabólico, especialmente aumento del apetito. Se utiliza frecuentemente por su efecto sedante frente a estados de agitación, tanto en pacientes psicóticos como en otros casos (principalmente, en trastorno bipolar).

Asenapina (Sycrest®) se usa en España por vía sublingual. Su efecto antipsicótico puede relacionarse con la capacidad de bloquear los receptores 5-HT2A de la serotonina y los D2 de la dopamina, pero posee también afinidad por otros muchos receptores serotoninérgicos, dopaminérgicos, histaminérgicos y por los alfa-2 adrenérgicos, no así por los receptores muscarínicos. En España está indicado en trastorno bipolar pero no en esquizofrenia.

Clotiapina (Etumina®), de administración oral, se clasifica en ocasiones como antipsicótico típico porque presenta un marcado efecto neuroléptico. Sin embargo, tiene afinidad por los receptores 5-HT2, encajando también en el grupo de los antipsicóticos atípicos. Adicionalmente, por su efecto adrenolítico, anticolinérgico y antihistamínico, produce una considerable sedación, que es de ayuda especialmente en el manejo de los síntomas positivos.

Loxapina (Adasuve®) es el único antipsicótico comercializado para administración por vía inhalatoria, presente en un medicamento exclusivamente de uso hospitalario (requiere supervisión de un profesional sanitario para su uso). En ocasiones se clasifica como antipsicótico clásico, pero presenta afinidad por los receptores 5-HT2A, así como por receptores noradrenérgicos, histaminérgicos y colinérgicos. Tiene efecto calmante, por lo que es de utilidad especialmente en pacientes con agitación y agresivos. El efecto adverso más característico es el broncoespasmo, consecuencia de la vía de administración, especialmente en pacientes asmáticos o con EPOC, lo que hace necesario disponer de tratamiento broncodilatador con beta-agonistas de acción rápida para tratar los casos graves.

Derivados del indol

Sertindol (Serdolect®) se encuentra comercializado en España en forma de comprimidos de uso por vía oral. Tiene afinidad tanto por receptores serotoninérgicos (5-HT2) como dopaminérgicos (D2), si bien la frecuencia de aparición de efectos adversos relacionados con el bloqueo dopaminérgico –efectos extrapiramidales o hiperprolactinemia– es baja. No presenta afinidad por receptores colinérgicos ni histaminérgicos, de modo que su efecto sedante es bajo. Se usa sobre todo en pacientes refractarios a otros tratamientos. Se han descrito efectos arritmogénicos del tipo torsades de Pointes por prolongación del intervalo QT, lo que obliga a monitorizar el electrocardiograma (ECG) antes y durante el tratamiento.

Ziprasidona (Zeldox® y EFG) está disponible en España en cápsulas de uso por vía oral y en forma de inyectable para administración intramuscular. Muestra afinidad tanto por el receptor 5-HT2A como por el receptor D2, aunque ésta es mayor por el primero; también se une a otros receptores serotoninérgicos, como el 5-HT2C, el 5-HT1A y el 5-HT1D, así como a receptores H1 de la histamina y alfa-1 adrenérgicos. Ha probado su eficacia tanto en los síntomas positivos de la esquizofrenia como en los síntomas negativos. Pese a que su consumo se ha asociado al riesgo de prolongación del intervalo QT en el ECG, la monitorización se realiza habitualmente solo en pacientes con enfermedad cardiovascular establecida.

Lurasidona (Latuda®) es, junto con cariprazina, uno de los antipsicóticos de más reciente introducción, comercializado por primera vez en 2019 en España. Se administra por vía oral, produciendo un bloqueo de los receptores 5-HT2A y 5-HT7 de la serotonina y de los receptores D2 de la dopamina. No produce una prolongación significativa del intervalo QT y la incidencia de efectos adversos metabólicos es baja. Su eficacia a corto y largo plazo parece menor que la de otros antipsicóticos atípicos (Fernández-Moriano, 2019).

Benzisoxazoles

Risperidona (Risperdal®, Risperdal Consta®, Okedi® y EFG) es uno de los antipsicóticos más utilizados, aunque el crecimiento en el consumo de los nuevos fármacos, especialmente aquellos formulados en inyectables de larga duración, ha desplazado su uso, pasando de ser el primero o segundo por consumo en el conjunto de los antipsicóticos, a ser el quinto. Se encuentra en España en medicamentos de administración por vía oral y en forma de inyectables de liberación prolongada. Bloquea de manera preferencial los receptores 5-HT2 y D2, aunque también tiene efecto adrenolítico sobre los receptores alfa-1. Muestra efectividad sobre los síntomas positivos y en parte también sobre los síntomas negativos y afectivos de la esquizofrenia, con bajo riesgo de efectos extrapiramidales.

Paliperidona (Byannli®, Invega®, Trevicta®, Xeplion®) en España está comercializado en forma de comprimidos de liberación prolongada y también como inyectable de liberación prolongada, siendo uno de los antipsicóticos que mayor crecimiento ha experimentado en su utilización. Es un metabolito activo de la risperidona, con afinidad selectiva por los receptores 5-HT2 y D2, a los que bloquea; su afinidad por receptores adrenérgicos alfa-1 y alfa-2 e histaminérgicos H1 es baja. No se metaboliza en el hígado y el riesgo de interacciones farmacológicas con paliperidona es bajo. Los comprimidos de liberación prolongada permiten una única administración diaria, mientras que en forma de inyectable la administración es mensual (Xeplion®), trimestral (Trevicta®) o semestral (Byannli®).

Estabilizadores del sistema dopamina-serotonina

Aripiprazol (Abilify®, Abilify Maintena®, Arizol®, Aripiprazol Qualigen® y EFG) se encuentra en España en formas farmacéuticas orales y parenterales. Presenta un perfil farmacodinámico complejo: antagoniza los receptores 5-HT2A de la serotonina, pero es agonista parcial de los receptores D2 de la dopamina y 5-HT1 de la serotonina. No presenta efecto sedante y los efectos adversos de tipo metabólico (aumento de peso, perfil lipídico) son menos frecuentes que para otros antipsicóticos atípicos. Aunque por lo general es bien tolerado, durante su uso pueden aparecer reacciones extrapiramidales y, especialmente, acatisia.

Cariprazina (Reagila®) es otro de los antipsicóticos de más reciente comercialización en España (2019), presentando un perfil beneficio-riesgo en ciertos aspectos similar al de aripiprazol. Se encuentra disponible en forma de cápsulas duras. Su mecanismo de acción no se conoce completamente, pero su efecto terapéutico parece estar relacionado con una actividad agonista parcial sobre receptores D2 y D3 de la dopamina y 5-HT1A de la serotonina y con una actividad antagonista sobre los receptores 5-HT2A y 5-HT2B de la serotonina y H1 de la histamina. Ha mostrado eficacia a corto y largo plazo sobre síntomas positivos y negativos de la esquizofrenia (Fernández-Moriano, 2019). Como en el caso de aripiprazol, el efecto adverso más común relacionado con su consumo es la acatisia.

Otros antipsicóticos

Benzamidas

Los efectos antipsicóticos de las benzamidas (Figura 7) se explican por su acción sobre receptores dopaminérgicos, motivo por el cual se han clasificado habitualmente como antipsicóticos típicos. Sin embargo, debido a las características de su acción clínica (sulpirida) o de su efecto sobre los receptores dopaminérgicos (amisulprida), se acepta que no encajan de manera precisa ni entre los antipsicóticos típicos ni entre los antipsicóticos atípicos.


Sulpirida (Dogmatil®, Dogmatil Fuerte®, Psicocen® y EFG) está disponible en medicamentos de administración por vía oral y por vía intramuscular. Es un antagonista de los receptores D2 y D3 de la dopamina que, sin embargo, muestra eficacia sobre los síntomas negativos, pero no sobre síntomas positivos. Carece de efectos sedativos marcados a las dosis terapéuticas habituales. Actualmente se utiliza fundamentalmente como antivertiginoso.

Amisulprida (Aracalm®, Solian® y EFG) se administra también por vía oral. Es estructuralmente similar a la sulpirida, pero parece tener acción agonista parcial sobre los receptores D2 de la dopamina, distinguiéndose así de los antipsicóticos típicos. Carece de afinidad por receptores serotoninérgicos, adrenérgicos, histaminérgicos o colinérgicos. No produce habitualmente efectos extrapiramidales, pero sí es frecuente el aumento de prolactina.

Líneas de investigación en nuevos tratamientos

Las lagunas que todavía persisten respecto al conocimiento sobre la etiopatogenia de la esquizofrenia resultan un estímulo para la investigación sobre posibles nuevos tratamientos farmacológicos. Una de las áreas en que la investigación básica y clínica está centrando su foco es la neurotransmisión glutamatérgica, apoyada en la hipótesis de que en la esquizofrenia existe una actividad excesiva de este neurotransmisor. Las principales líneas de investigación a este respecto son las siguientes:

  • Inhibidores del transportador de la glicina: la glicina y la serina aumentan la respuesta de los receptores NMDA (N-metil-D-aspartato) del glutamato. La disponibilidad cerebral de glicina está regulada por el transportador de glicina T1, por lo que se han desarrollado inhibidores de este transportador con el objetivo de aumentar la concentración de glicina cerebral y aumentar así la sensibilidad de los receptores NMDA al glutamato.
  • Moduladores alostéricos positivos de los receptores metabotrópicos del glutamato: estos receptores se han relacionado con la esquizofrenia porque modulan la transmisión relacionada con NMDA. Así, algunos moduladores alostéricos de estos receptores han mostrado actividad antipsicótica y de aumento de la cognición.
  • Moduladores alostéricos positivos del receptor del AMPA (ácido α-amino-3-hidroxi-5-metilo-4-isoxazolpropiónico): estos receptores se han relacionado con el aprendizaje y la memoria, y por ello, los fármacos capaces de modular la acción glutamatérgica sin producir excitotoxicidad están siendo estudiados con el objetivo de mejorar las alteraciones cognitivas en la esquizofrenia y en otras enfermedades como la depresión y el párkinson.

Finalmente, en los últimos años la investigación relacionada con los receptores cannabinoides endógenos está suscitando una gran atención. Esto se debe en parte a que la relación entre el consumo de cannabis y la aparición de trastornos psicóticos está bien documentada, a pesar de que probablemente el consumo de cannabis sin otros factores asociados no es condición suficiente para el desarrollo de la esquizofrenia.

El cannabidiol (CBD) es uno de los principales metabolitos presentes en el cannabis, sin efectos psicoactivos. Algunos estudios han mostrado su eficacia en pacientes con esquizofrenia al añadirlo al tratamiento habitual (McGuire et al., 2018) y en un metaanálisis sobre el uso de aceite de CBD como tratamiento de la esquizofrenia (Kopelli et al., 2020) se indica que la disponibilidad de estudios de larga duración y con muestras adecuadas actualmente no es suficiente para confirmar ni la eficacia ni la seguridad de este compuesto en este tipo de pacientes.

Tratamiento no farmacológico

Existe consenso científico en torno a la necesidad y conveniencia del tratamiento farmacológico para alcanzar la estabilidad del paciente esquizofrénico y evitar el avance del deterioro cognitivo. No obstante, la combinación de los antipsicóticos con terapia neuropsicológica, como la terapia de remediación cognitiva, o las terapias cognitivo-conductuales, así como otras intervenciones para reforzar el apoyo del entorno familiar y social, permite mejorar tanto la calidad de vida como el curso de la enfermedad. Es preciso considerar que el déficit cognitivo en la esquizofrenia está relacionado con la funcionalidad y la calidad de vida de los pacientes, de forma que aquellos con mayor afectación cognitiva presentan más dificultades para reintegrarse en su entorno. Dicho déficit suele ser refractario al tratamiento farmacológico, lo que resalta la importancia de este tipo de terapias.

En esa línea, los objetivos principales de las terapias neuropsicológicas son el tratamiento de los déficits cognitivos, el entrenamiento en habilidades sociales y el entrenamiento en tareas que tienen que ver con el ámbito laboral. Entre ellas, la psicoeducación, que implica que los pacientes y su entorno familiar reciban información sobre las características de su enfermedad, las opciones de tratamiento, los posibles efectos secundarios y los factores modificables que pueden mejorar el pronóstico, es una de las estrategias con datos favorables respecto a su eficacia en el tratamiento de la enfermedad.

En un metaanálisis (Bighelli et al., 2021) que incluyó 72 estudios con más de 10.000 pacientes analizó los resultados de la intervención familiar, la terapia psicoeducativa y la terapia cognitivo-conductual sobre el riesgo de recaída, se vio que todas estas intervenciones –conjuntamente con la farmacoterapia– disminuyeron ese riesgo en comparación con el tratamiento únicamente farmacológico. El apoyo familiar sustentado por la intervención psicoeducativa no solo reduce el riesgo de recaída, sino que parece contribuir a la disminución de los síntomas y a un mejor funcionamiento general de los pacientes, a pesar de que el efecto de estas intervenciones casi nunca es inmediato y los resultados se consiguen tras varios meses o incluso un año desde el inicio de la terapia psicoeducativa. La terapia cognitivo-conductual también se asoció a una reducción del riesgo de recaída a los 12 meses, aunque no está claro el beneficio a más largo plazo. En general, las terapias combinadas (que integran los diferentes elementos, esto es, la psicoeducación al paciente, el apoyo familiar y la terapia cognitiva) parecen eficaces en la reducción de las recaídas, pero no se puede determinar de manera precisa si el resultado positivo se debe a la combinación de diferentes estrategias o a que una de ellas es más exitosa que el resto.

Por otra parte, la terapia de remediación cognitiva (TRC) constituye actualmente una de las principales estrategias para mejorar el deterioro cognitivo de los pacientes con enfermedades mentales, incluida la esquizofrenia. Los elementos que se consideran parte fundamental de la TRC son la intervención de un terapeuta experimentado, la práctica repetida de ejercicios cognitivos, el desarrollo estructurado de estrategias cognitivas y el uso de técnicas para mejorar la transferencia al mundo real de las mejoras cognitivas. A través de estudios de neuroimagen se han podido observar cambios neuroanatómicos en respuesta a la TRC (Matsuda et al., 2019). Un metaanálisis que incluyó 130 estudios con 8.851 pacientes (Vita et al., 2021) concluyó que la TRC mejoraba significativamente las habilidades cognitivas y el funcionamiento global de los pacientes con esquizofrenia. Esta mejora no parece estar relacionada con las características del paciente, por lo que su utilidad podría ser generalizada.

La terapia electroconvulsiva combinada con el tratamiento farmacológico también se puede utilizar en pacientes con síntomas psicóticos graves y que no responden al tratamiento. Esta terapia puede ser de especial utilidad en aquellos casos en que aparecen signos catatónicos (Martín, 2009).

El papel asistencial del farmacéutico

En vista de todo lo anterior, se comprende que la combinación del tratamiento farmacológico y psicológico se considere la opción más beneficiosa para mejorar la calidad de vida y el curso de la enfermedad de las personas que padecen esquizofrenia. Los fármacos utilizados permiten reducir el avance del deterioro cognitivo, especialmente cuando el tratamiento se instaura de manera precoz tras la aparición de los primeros síntomas. En ese contexto, el farmacéutico, como profesional sanitario experto en el medicamento (independientemente de su ámbito de actuación), debe familiarizarse con la idea de que la base de la farmacoterapia la constituyen actualmente los antipsicóticos atípicos, a pesar de que algunos antipsicóticos clásicos se consideran de utilidad en algunos casos.

En resumen, los antipsicóticos que tienen indicación de uso en esquizofrenia en España son:

  • Antipsicóticos típicos o clásicos: las fenotiazinas clorpromazina, levomepromazina, perfenazina y periciazina; las butirofenonas haloperidol y droperidol; la difenilbutilpiperidina pimozida; y el tioxanteno zuclopentixol.
  • Antipsicóticos atípicos: clozapina, olanzapina, quetiapina, clotiapina, loxapina, sertindol, ziprasidona, lurasidona, risperidona, paliperidona, aripiprazol y cariprazina.
  • Otros: sulpirida y amisulprida comparten características de los antipsicóticos típicos y atípicos.

A fin de desarrollar su actividad asistencial de la forma más adecuada, el farmacéutico también debe tener presente que el tratamiento de los pacientes con esquizofrenia implica habitualmente un elevado grado de complejidad. Esto es así por distintos motivos.

En primer lugar, porque la adherencia al tratamiento suele ser baja. En el marco del estudio de Ensayos Clínicos con Antipsicóticos sobre la Efectividad en la Intervención (CATIE) se observó que el 74% de los pacientes abandonaban el tratamiento antes de los 18 meses y alrededor del 30% abandonó el tratamiento por decisión propia (Lieberman et al., 2005). Habida cuenta de que el tratamiento farmacológico es clave para alcanzar la estabilización del paciente y evitar el deterioro cognitivo, un seguimiento errático de las pautas prescritas hará más difícil alcanzar esos objetivos clínicos, incidiendo, a su vez, en los problemas de adherencia. La variedad de formas de presentación de la esquizofrenia provoca que muchos pacientes sean refractarios, al menos parcialmente, al tratamiento prescrito, lo cual puede ser causa de cambios –necesarios– en el tratamiento que dificultan aún más la habituación del paciente al cumplimiento de las pautas de administración.

En segundo lugar, los fármacos antipsicóticos se ven involucrados en numerosas reacciones adversas que inciden de manera negativa en la calidad de vida del paciente. El efecto neuroléptico de los antipsicóticos de primera generación permite controlar los síntomas positivos de la enfermedad, pero también dificulta las interacciones sociales y puede agravar su situación de exclusión social. La presencia de un entorno familiar implicado es fundamental en estos casos para mejorar el desempeño del paciente. Asimismo, los efectos metabólicos de los antipsicóticos, especialmente en el caso de algunos atípicos, implican que enfermedades como la obesidad, la diabetes y la hipercolesterolemia se conviertan en comorbilidades muy prevalentes en estos pacientes: no solo deteriora la salud sino que puede conllevar la necesidad de introducir nuevos tratamientos, farmacológicos o no, haciendo más complejo el cumplimiento de las pautas prescritas. En muchos casos, el estado de salud y la esperanza de vida se ven también deterioradas por el consumo de sustancias de manera adictiva, siendo especialmente prevalente el consumo de tabaco, aunque el consumo de alcohol y de drogas de abuso es también más común en las personas con esquizofrenia que entre la población general.

A pesar de que prácticamente todos los medicamentos antipsicóticos se dispensan en farmacia comunitaria, cuya proximidad resulta un elemento facilitador en relación al acceso a la medicación, un factor importante que puede dificultar tal acceso es la exigencia de visado de inspección en pacientes mayores de 75 años en medicamentos que contienen determinados antipsicóticos: amisulprida, aripiprazol, asenapina, cariprazina, lurasidona, olanzapina, paliperidona, quetiapina, risperidona y ziprasidona.

De modo general, la oportuna comunicación bidireccional entre farmacéutico y paciente es clave tanto para reforzar el mensaje del facultativo especialista en relación al tratamiento como para instaurar nuevas pautas que puedan ayudar a mejorar la calidad de vida del paciente. En personas con esquizofrenia esta comunicación puede estar dificultada por la situación clínica, pues en muchos casos la disposición del paciente a colaborar con las indicaciones dadas es baja como consecuencia de las manifestaciones de la enfermedad. En este sentido, el farmacéutico también puede dar a conocer al paciente o a su cuidador la existencia de asociaciones de pacientes que ofrecen servicios específicamente dirigidos tanto a las personas con esquizofrenia, que pueden ayudar a su integración social y laboral, como a sus familiares; un ejemplo es la Asociación Española de Apoyo en Psicosis (AMAFE, https://www.amafe.org/newpage).

La ausencia o la pérdida del efecto terapéutico de los antipsicóticos, el empeoramiento de algunos síntomas (especialmente los negativos y los cognitivos) o la aparición de determinadas reacciones adversas constituyen alertas que el farmacéutico comunitario puede detectar de manera precoz. Teniendo esto en cuenta, desde la Farmacia se puede intervenir en varios niveles –dentro del marco de los Servicios Profesionales Farmacéuticos Asistenciales– a fin de colaborar en el proceso asistencial para con las personas afectadas de esquizofrenia.

Educación sanitaria orientada a la prevención secundaria

Ante un diagnóstico reciente de esquizofrenia, la instrucción al paciente –o al cuidador, en su caso– sobre las características fundamentales del tratamiento farmacológico, su mecanismo de acción comentado en lenguaje fácilmente comprensible y, sobre todo, los posibles efectos secundarios, pueden ayudar a que el paciente anticipe el nuevo contexto de convivir con la patología y se adapte más fácilmente a él. En este caso, puede ser de especial ayuda ofrecer consejos como mantener el horario de administración, guardar el medicamento siempre en el mismo lugar o incluso mantener un registro escrito que recoja los medicamentos que debe tomar y las fechas de recogida de la medicación y de control médico.

Respecto a los hábitos de vida, la adicción al tabaco es uno de los factores de riesgo de desarrollo de comorbilidades más habituales en las personas con esquizofrenia. Así, el tabaco es la principal causa de desarrollo de cáncer de pulmón y de otras neoplasias como de orofaringe, de laringe, de esófago o vejiga, así como de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC); también incrementa el riesgo cardiovascular y, específicamente, en la esquizofrenia se relaciona con un mayor deterioro cognitivo.
El éxito en la implementación de medidas para cesar en el hábito tabáquico en estos pacientes dependerá en buena medida de que se haya conseguido alcanzar previamente la fase de estabilización de la enfermedad. En este contexto, el farmacéutico puede ofrecer un consejo antitabáquico con información sobre las posibilidades farmacológicas y no farmacológicas que existen actualmente para reducir y abandonar el consumo y sobre los efectos perjudiciales que el tabaco tiene en su estado concreto de salud. El tratamiento psicológico orientado a la deshabituación puede ser de especial interés en estos casos debido a los mencionados problemas en la adherencia terapéutica. Conviene recordar que los fármacos destinados a la deshabituación solo están indicados si existe una motivación expresa para dejar de fumar, que será muy difícil de conseguir sin el apoyo psicológico. Pero en pacientes suficientemente motivados sí se puede considerar el uso de fármacos antitabáquicos en el marco del seguimiento con el médico especialista. Las opciones son las siguientes:

  • Terapia sustitutiva de nicotina (TSN): útil en fumadores con dependencia moderada o alta (en aquellos que consuman 10 o más cigarrillos al día).
  • Bupropión (Zyntabac®): fármaco antidepresivo que actúa inhibiendo la recaptación de dopamina y serotonina. Sin embargo, durante su uso se han descrito casos de síntomas psicóticos y maniacos, especialmente en pacientes con antecedentes de enfermedad psiquiátrica. Esto podría limitar su utilidad en pacientes con esquizofrenia o, en todo caso, obligaría a aumentar la vigilancia.
  • Vareniclina (Champix®): agonista parcial colinérgico que se une con mayor afinidad que la nicotina a los receptores neuronales nicotínicos de tipo α4β2, pero los activa con menor intensidad. Esto provoca un bloqueo de los sistemas de recompensa estimulados por la nicotina y también ayuda a aliviar los síntomas de abstinencia por su efecto agonista. Se ha contrastado la seguridad del tratamiento con vareniclina en esquizofrenia (Ahmed et al., 2018), pero con su uso también se han descrito casos de síntomas neuropsiquiátricos que incluyen psicosis, comportamiento agresivo, cambios de humor e ideación suicida, por lo que, de considerarse la idoneidad de su uso, el paciente deberá estar sometido a una vigilancia estrecha.
  • Citisina (Todacitan®): alcaloide estructuralmente similar a la nicotina, cuyo mecanismo de acción se asemeja al de la vareniclina, puesto que se une a los receptores nicotínicos α4β2 con una acción más débil que la de la nicotina. Ayuda a reducir los síntomas de la abstinencia de nicotina al aumentar los niveles de dopamina en el cerebro, y se recomienda precaución con su uso en pacientes esquizofrénicos.

Al inicio de la deshabituación se deberá tener en cuenta que los hidrocarburos aromáticos policíclicos contenidos en el humo del tabaco presentan un carácter inductor del metabolismo hepático, concretamente a través de la isoenzima CYP1A2 del citocromo P-450 hepático. A este respecto, no hay que olvidar que algunos antipsicóticos, como olanzapina, clozapina y haloperidol, son sustratos de esta isoenzima y que el cese de consumo de tabaco puede ocasionar que su actividad metabolizadora se reduzca, produciéndose un incremento en la concentración de estos fármacos.

En las personas con adicción al alcohol, el farmacéutico puede ejercer también una labor de educación sanitaria motivacional para que el paciente reduzca o abandone su consumo por los riesgos que comporta en el paciente esquizofrénico de pérdida de unas capacidades cognitivas ya comprometidas y de exacerbar comportamientos asociados a la psicosis, como la agresividad.

En este sentido, desde la farmacia comunitaria se pueden dispensar con receta médica y siempre con el consentimiento del paciente algunos fármacos de utilidad en la deshabituación del consumo abusivo de alcohol: i) disulfiram (Antabus®), un fármaco que inhibe a la enzima aldehído-deshidrogenasa, provocando la acumulación de acetaldehído y la aparición de efectos desagradables al consumir alcohol; ii) naltrexona (Tranalex®), un antagonista opioide que reduce el riesgo de recaída completa en pacientes en deshabituación al consumo de alcohol cuando todavía consumen cantidades pequeñas o moderadas; iii) nalmefeno (Selincro®), un modulador del sistema opioide que ha mostrado eficacia en la reducción del consumo de alcohol; y iv) acamprosato (Campral®), un fármaco con mecanismo de acción no del todo conocido, pero que ejerce cierto efecto estimulante del GABA y como antagonista glutamatérgico.

Además de la terapia farmacológica, el farmacéutico está capacitado para ofrecer recomendaciones dietéticas y de estilo de vida relacionadas tanto con el control de la diabetes como de la dislipemia, comorbilidades muy frecuentes en los pacientes esquizofrénicos como consecuencia tanto de malos hábitos de vida como de los efectos adversos a nivel metabólico de los antipsicóticos, especialmente los de segunda generación. Conociendo el tipo de efectos adversos que provocan estos fármacos, se puede realizar desde la farmacia comunitaria una labor de prevención de tales comorbilidades mediante la recomendación de la práctica de ejercicio físico y a través de hábitos nutricionales saludables, como:

  • La restricción de la ingesta de azúcares simples y de harinas refinadas.
  • La introducción de mayor cantidad de fibra dietética a través de cereales integrales y de legumbres.
  • La reducción del consumo de productos ricos en grasas saturadas.
  • Un aumento del consumo de frutas y verduras.

Resulta conveniente ofrecer estas recomendaciones por escrito una vez explicados de palabra los aspectos más generales de las pautas a seguir. En la medida de lo posible deben intentar adaptarse a la rutina y a ciertos hábitos preestablecidos del paciente para aumentar la probabilidad de cumplimiento

Optimización de los resultados de la farmacoterapia

La efectividad del tratamiento farmacológico y el perfil de reacciones adversas asociado a este hace que el seguimiento cercano del estado de salud del paciente cobre una gran importancia en esquizofrenia.

La pérdida de eficacia del tratamiento puede ocurrir por factores asociados a las características de la enfermedad o también debido a la falta de adherencia. Esta circunstancia deberá ser siempre motivo de derivación a los servicios especializados para una mejor valoración clínico (por parte de Psiquiatría, fundamentalmente), pero la decisión a tomar será diferente en uno y otro caso.

En relación con la adherencia al tratamiento, el farmacéutico debe valorar en primer lugar el grado de conocimiento que el paciente tiene sobre su enfermedad y sobre el tratamiento prescrito, así como de su rutina diaria, para conocer cómo se puede incorporar la administración de los medicamentos de manera más eficaz.
Además, la politerapia, frecuente como consecuencia de la incidencia de comorbilidades, hace más difícil la adherencia, tanto por la adición de nuevos medicamentos a los que el paciente no está habituado como por la posibilidad de aparición de más efectos adversos.

Los efectos adversos del tratamiento con fármacos antipsicóticos que más impacto suelen tener en la calidad de vida a largo plazo son los efectos extrapiramidales y la acatisia en el caso de los fármacos de primera generación y los efectos metabólicos (aumento de peso, diabetes e hiperlipidemia) en el caso de los antipsicóticos atípicos.
El abordaje de los síntomas extrapiramidales implica la reducción de la dosis o el cambio de medicación, por lo que el papel del farmacéutico a este respecto se sitúa en la detección de tales síntomas y en la comunicación o bien al cuidador para que lo ponga en conocimiento del especialista, o bien directamente al especialista si existe un canal de comunicación.

Los síntomas más característicos de un cuadro extrapiramidal son: espasmos y contracciones involuntarias de los músculos, temblor, acatisia, discinesia tardía y pseudoparkinsonismo (rigidez, bradicinesia).

Los efectos adversos metabólicos, a excepción del aumento de peso, pueden pasar desapercibidos porque no provocan síntomas, por lo que se debe recomendar un control habitual de la glucemia, la colesterolemia y la trigliceridemia en caso de utilizar fármacos de alto riesgo (como la olanzapina o la clozapina). Muchas farmacias cuentan con dispositivos (como los fotómetros de reflexión automáticos) que permiten realizar estas determinaciones de forma rápida, por lo que pueden resultar una opción de fácil acceso.

Otro aspecto de la farmacoterapia que debe tenerse en cuenta para optimizar los resultados clínicos y prevenir resultados negativos de la medicación es la posibilidad de interacciones farmacológicas entre los distintos medicamentos usados por el paciente. Debido al mecanismo de acción y a los efectos sobre distintos receptores, puede ser conveniente evaluar la posible asociación de los antipsicóticos con medicamentos que presenten efectos sobre los receptores dopaminérgicos, colinérgicos y adrenérgicos. Por ejemplo, el efecto antidopaminérgico de los fármacos antipsicóticos puede antagonizar el efecto de los agonistas dopaminérgicos utilizados en la enfermedad de Parkinson, como la levodopa. Por el contrario, los antagonistas dopaminérgicos pueden aumentar la probabilidad de sintomatología extrapiramidal y de SNM.

El registro sistemático por parte del farmacéutico de todas estas intervenciones también es recomendable con el objetivo de evaluar los resultados del servicio de seguimiento farmacoterapéutico y así poder detectar rápidamente los problemas relacionados con la medicación y posibles aspectos de mejora.

Trastornos de la articulación temporo-mandibular

Resumen

La patología relacionada con la disfunción de la articulación temporo-mandibular (ATM) es más frecuente de lo que se puede pensar, viéndose su diagnóstico muchas veces dificultado por el hecho de que la mayoría de los pacientes cursan con sintomatología leve y autolimitada que desaparece sin requerir ningún tratamiento. No obstante, en España hasta el 5% de las personas que padecen esta enfermedad deberían ser tratados, pero solo menos del 1% lo solicita.
El abordaje de este conjunto heterogéneo de trastornos depende la mayoría de las veces del autocuidado personal, por lo cual se puede y se debe hacer prevención primaria para la aparición de los síntomas más graves. Entre las posibilidades de farmacoterapia, se cuenta con una importante gama de medicamentos para paliar el dolor, que se pueden además complementar con terapias coadyuvantes como son la fisioterapia, tratamientos ortopédicos/dentales y la psicoterapia, que puede ser de gran ayuda en pacientes que tienen un componente tensional asociado. El tratamiento quirúrgico está reservado solo para las formas más graves, cuando existe afectación de la estructura intraarticular, con síntomas que limitan la vida cotidiana.

El presente artículo revisa, desde un prisma clínico, los aspectos más relevantes de las patologías que afectan a la ATM.

Introducción

La articulación temporo-mandibular (en adelante, ATM) es una articulación esencial en la masticación, deglución, fonación y expresividad facial, y representa un papel esencial en actividades tan básicas como la alimentación y las relaciones sociales. Por dichos motivos, cuando existe una afectación severa puede producirse una gran incapacidad física e incluso psicológica.

Para su correcto diagnóstico es importante una historia clínica y exploración física sistemáticas, de tal manera que podamos llegar a un diagnóstico preciso con la menor cantidad de pruebas radiológicas (algunas de ellas innecesarias), para no retrasar el tratamiento, ya que algunos pacientes pueden tener síntomas incapacitantes.
En general, tanto los trastornos de las articulaciones como de los músculos temporo-mandibulares son comúnmente llamados trastornos de la ATM. Es decir, se engloban bajo ese término un grupo de afecciones que causan dolor y disfunción en las articulaciones y de los músculos implicados en el movimiento mandibular. Estas alteraciones pueden ser de origen traumático, neoplásico, autoinmune o infeccioso, pero también alteraciones derivadas de su compleja estructura articular (Figura 1).

Etiología y clasificación

La disfunción de la ATM es de naturaleza multifactorial. Por tal motivo constituye, según criterios de la Academia Americana de Dolor Orofacial (AAOP)1, una patología compleja que engloba diversos problemas que afectan a la musculatura masticatoria, a las articulaciones temporo-mandibulares y a las estructuras asociadas. Por su parte, Bermejo2 las considera enfermedades orgánicas o funcionales que afectan a el complejo cráneo-mandibular y las clasifica en articulares y musculares. Estas clasificaciones se detallan en la Tabla 1 y Tabla 2, respectivamente.

Epidemiología

La patología de la ATM es una entidad muy frecuente, más de lo que pudiera parecer, pues hasta el 75% de la población ha tenido algún signo o síntoma relacionado con la ATM a lo largo de su vida. Es mucho más frecuente en mujeres (entre los 20 y 50 años) que en hombres, y más prevalente en la edad adulta.

En España, hasta el 5% de la población (en torno a 700.000 varones y 1.400.000 mujeres) requiere tratamiento por esta causa, pero menos del 1% lo solicitan. Esto es debido al menos en parte a que, pese a ser una patología muy común, es muy poco diagnosticada, principalmente porque para la mayoría de las personas el dolor en una de las articulaciones de la ATM o músculos de la mandíbula no implica nada grave, ya que además suelen durar periodos cortos de tiempo y desaparecen sin tratamiento. Sin embargo, algunas personas pueden desarrollar dolor crónico e incapacitante que puede interrumpir incluso el descanso nocturno.

Diagnóstico

El diagnóstico clínico es lo más importante, como en la mayoría de las enfermedades, ya que un diagnóstico inadecuado es la principal causa de fracaso del tratamiento. Cuanto más preciso sea el diagnóstico menos pruebas complementarias serán requeridas y el tratamiento será mucho más sencillo.

Los síntomas más frecuentes consisten en aparición de cefalea, sensibilidad a la presión de los músculos masticatorios y, además, chasquido, bloqueo y debilidad de la articulación. Pueden llegar a limitar la correcta apertura bucal, manifestándose a veces el dolor en las proximidades de la articulación. Las alteraciones de la ATM pueden ocasionar dolores de cabeza recurrentes que no responden al tratamiento habitual. Para llegar al diagnóstico hay que realizar una detallada historia clínica junto con una exhaustiva exploración física.

Historia clínica

Conviene preguntar si los citados síntomas son unilaterales o bilaterales, matizando el grado y el nivel de dolor (puede explorarse con la escala EVA), además de su localización, duración, evolución y desencadenante.

Entre los antecedentes que pueden hacer sospechar de una patología de la ATM, destacan: i) accidentes con traumatismos cráneo-faciales; ii) alteraciones del sueño; iii) factores posturales, tales como aperturas prolongadas y episodios de bloqueo o luxación mandibular; iv) dolor de cabeza, cervical o dental; y v) cambios, molestias o dificultad de aparición reciente en la oclusión (o bien presencia de micrognatia, retrognatia o mordida cruzada).

Exploración física

En la exploración del paciente inicialmente se debe observar si existe alguna dismetría facial. Con la palpación se puede valorar si existe: tumefacción, inflamación, chasquidos o crepitación, desplazamiento condilar, artritis, quistes y/o tumores. Si el dolor fuera de origen articular se evidenciará el desplazamiento meniscal, degeneración de la superficie articular o lesiones óseas.

La presencia de chasquido articular puede estar justificado por desplazamiento meniscal, subluxación condilar, hipermovilidad, alteraciones en la forma o en el relieve de las superficies articulares. Por su parte, la crepitación está asociada casi siempre con artropatía degenerativa.

En cuanto a la exploración intraoral, se deben valorar los siguientes aspectos:

  • Máxima apertura oral –MAO– indolora (normal: 35-44 mm).
  • Latero-desviaciones (normal:
  • 5-10 mm).
  • Protrusión (normal: 5-10 mm).
  • Desviación de la línea media con la MAO y protrusión.
  • Tejidos blandos: línea alba y borde lateral de lengua, lesiones intraorales.
  • Oclusión: interferencias oclusales, caries, ausencia de dientes, dientes incluidos; estado de prótesis y restauraciones.
  • Exploración neuromuscular: valorar pares craneales, oídos y ojos.
  • Musculatura asociada a la masticatoria, como la musculatura cervical, valorando si hay presencia de contracturas o puntos gatillo.

Se han planteado algunas tablas diagnósticas que consideran las distintas características clínicas que pueden definir la disfunción ATM, como la descrita por Trueleve en 1992 (Tabla 3).

Diagnóstico por imagen

Entre las técnicas de imagen sobresale la utilidad de las siguientes:

  • Radiografía: es la prueba de elección para visualizar lesiones de la ATM, además de ser un método fácil y barato; se recomienda la radiografía lateral con boca abierta y cerrada como primera prueba diagnóstica a solicitar. Aunque si existe una patología degenerativa o traumática, los cambios displásicos y las relaciones anormales entre disco, cóndilo y fosa no puedan ser evaluados con este método.
  • TAC: la tomografía axial computarizada es la solicitud más útil para establecer el diagnóstico de la ATM de origen intraarticular.
  • RM: la resonancia magnética es específica en la valoración de lesiones del disco articular, ya que es la única técnica exploratoria que ayuda a obtener una completa visualización. Los pacientes con “trismus” articular o disminución del movimiento mandibular, demostrado clínicamente o con el TAC, pueden ser evaluados con esta prueba para observar en detalle la morfología del disco. Además, puede usarse para diagnosticar anomalías en la vascularización mediante la inyección de contrastes que realzan la imagen de los vasos.

Tratamiento

Es preciso subrayar que la mayoría de los pacientes (casi un 80%) mejoran de manera espontánea –sin tratamiento específico– al cabo de 6 meses.
Los trastornos de la ATM que requieren tratamiento son el dolor y la tensión muscular, el desplazamiento interno, la artritis, las heridas o traumatismos, la excesiva o reducida movilidad de la articulación y las anormalidades del desarrollo. En esos casos, el abordaje terapéutico tiene como objetivos: la eliminación del dolor, la mejoría de la función mandibular y evitar una asistencia médica posterior.

Un factor importante en el éxito terapéutico es la educación del paciente. Este debe conocer su patología y estar instruido en el cuidado de sí mismo, lo que incluye la realización sistemática de ejercicios mandibulares, el cambio de hábitos personales y un empleo apropiado del uso mandibular.

Educación del paciente

Los síntomas iniciales suelen ser autolimitados, por lo que solo requieren una mínima intervención. El tratamiento inicial para la mialgia y la artralgia es el autocuidado, de manera que se alcance la relajación de los músculos y de la articulación. Se recomienda el uso de férula de reposo nocturno para evitar el bruxismo y permitir la relajación y recuperación de los músculos de la zona. La mayoría se recuperan en 4-6 semanas; si no es así, se debería plantear otras intervenciones terapéuticas.

Como recomendaciones generales, se pueden destacar las siguientes:

  • Aplicar calor húmedo o frío en la zona dolorida durante 20 minutos varias veces al día.
  • Dieta blanda: evitar alimentos de masticación difícil y trocearlos muy bien antes de su ingestión.
  • Realizar la masticación de los alimentos por ambos lados de la boca, para reducir la tensión sobre un solo segmento orofacial.
  • Evitar alimentos excitantes como el café, té o chocolate, que pueden desencadenar el dolor.
  • Uso de protectores bucales en caso de bruxismo.
  • Evitar las aperturas forzadas de la mandíbula (por ejemplo, el bostezo o tratamientos dentales prolongados).

Fármacos

El tratamiento del dolor crónico de la ATM se basa en el uso de fármacos analgésicos, siguiendo la escala analgésica de la OMS. Los más usados son AINEs, corticoides y opiáceos, pudiéndose emplear como coadyuvantes relajantes musculares, ansiolíticos hipnóticos y antidepresivos.

Como primer escalón terapéutico es común el uso de los AINEs, que poseen una gran actividad analgésica, antipirética y antiinflamatoria. Sin embargo, se debe limitar su uso prolongado por los efectos secundarios, sobre todo a nivel gastrointestinal.
Si concurren síntomas inflamatorios más severos, como los debidos a tenosinovitis y todo el espectro de enfermedades reumáticas, los corticosteroides son eficaces tanto por vía oral como aplicados en iontoforesis. Debemos tener presente, sin embargo, que las infiltraciones repetidas con corticoides pueden inducir la apoptosis de los condrocitos y acelerar los cambios degenerativos. La inyección de ácido hialurónico se ha mostrado tan eficaz como el uso de corticoides y se evita la aparición de estas alteraciones degenerativas articulares.

En el dolor por espasticidad muscular suelen ser de gran utilidad los relajantes musculares, en especial cuando existe limitación de la apertura mandibular. Son muy efectivos como coadyuvantes al tratamiento analgésico y, además, favorecen la conciliación del sueño.

Los antidepresivos tricíclicos son otro grupo de coadyuvantes del dolor crónico; por ejemplo, se ha probado que amitriptilina mejora significativamente el dolor, el insomnio y la ansiedad producidos por esta patología. También tienen su espacio los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), pero deben usarse con precaución ya que pueden producir un aumento de tensión en la musculatura masticatoria, agravando así el dolor.

Finalmente, los opiáceos están indicados en el dolor crónico de moderado a intenso que no cede tras el uso de analgésicos convencionales; se puede usar codeína, tramadol, morfina, fentanilo, etc., siempre con las debidas precauciones y teniendo presente su importante perfil de efectos secundarios.

Fisioterapia

Las técnicas de fisioterapia pueden ser de gran utilidad en pacientes con dolor y movilidad limitada, y en algunas ocasiones los ejercicios mandibulares son el único tratamiento necesario. Estos ejercicios incluyen: relajación, rotación, estiramiento, ejercicios isométricos y posturales. El estiramiento, aplicando de manera alternativa frío y calor local, resulta muy efectivo para disminuir el dolor y debe ser realizados de forma rutinaria por el paciente, acompañado de técnicas posturales y de relajación con el objeto de disminuir la contracción mandibular.

Si exclusivamente con la realización de dichos ejercicios no se consigue una mejoría de los síntomas, existen otros métodos físicos que se pueden emplear, tales como: ultrasonidos, onda corta, diatermia, iontoforesis, calor superficial, crioterapia y masajes. Estos tratamientos pueden reducir a corto plazo el dolor y aumentar la movilidad, permitiendo así continuar con la fisioterapia.

Si el movimiento mandibular está restringido por el desplazamiento del disco sin reducir, la manipulación de la mandíbula por un fisioterapeuta o por el propio paciente puede ayudar a mejorar la remodelación del disco y el dolor.

Tratamiento ortopédico

Este tratamiento se realiza mediante dos tablillas, las más comunes son la tablilla o férula de colocación anterior y la tablilla de estabilización. La tablilla de colocación anterior se usa en los desplazamientos del disco para disminuir el chasquido articular durante la apertura y cierre mandibular; tiene por función la de mantener la mandíbula inferior en posición anterior, ligeramente adelantada. Esta tablilla mantiene el disco en posición, logrando que los ligamentos permanezcan tensos y, de esa manera, disminuya el chasquido articular. Se retira tras 2-4 meses y la mandíbula vuelve a su posición normal, consiguiendo que el disco permanezca en su sitio. En cambio, la tablilla o férula de estabilización consigue una superficie de oclusión plana sobre los dientes y permite la protección de la mandíbula, con la disminución de malos hábitos orales; es el tratamiento más eficaz para la mialgia y artralgia temporo-mandibular.

Terapia cognitivo-conductual

Mediante las terapias cognitivo-conductuales se puede corregir la existencia previa de malos hábitos y aprender técnicas de relajación para disminuir la tensión mandibular, las cuales pueden ser eficaces cuando se aplican de manera exclusiva o bien como coadyuvantes de otros tratamientos.

La inversión de hábito, biofeedback y la sobrecorrección son algunas de las técnicas más comunes para cambiar estos comportamientos. Hay muchos hábitos que el paciente abandona cuando se da cuenta de que existen, pero requieren una planificación estructurada que es facilitada por personal entrenado en la aplicación de estas estrategias.
Para una buena corrección de un mal hábito el paciente debe ser conocedor de que ese hábito forma parte de su rutina, además de cómo y por qué tiene que corregirlo. Esto debe ser combinado con el compromiso de autosupervisión.

Cuando apretamos los dientes de forma inconsciente o durante la noche, corregir ese hábito durante el día ayudará a reducirlo de noche. Las tablillas también pueden aumentar la consciencia de los pacientes que presentan malos hábitos orales. Si el principal problema es la tensión muscular, pueden indicarse las técnicas de relajación. Si además existe depresión y ansiedad, la terapia psicológica puede ser muy útil, mientras que si se trata de un problema del sueño, el tratamiento debe ser valorado por un especialista mediante un estudio del sueño.

Cirugía

El abordaje quirúrgico se considerará ante un dolor persistente de gran intensidad, localizado en una articulación que tenga cambios estructurales específicos, y ante el cual no han funcionado el resto de tratamientos. En esos casos, se debe valorar en primer lugar la artrocentesis o artroscopia antes que otro tipo de intervenciones más agresivas, como la discectomía, ya que la cirugía no invasiva suele tener buenos resultados. El posoperatorio se debe acompañar de medicación apropiada, fisioterapia, tablillas y tratamiento psicológico, siempre y cuando estén indicados.

Tratamiento dental

No existen estudios que demuestren que, al mejorar la oclusión por un ajuste dental, se produzca un beneficio en los trastornos de la ATM. Por tanto, no se recomiendan los tratamientos ortodóncicos de forma sistemática como mecanismo preventivo. No obstante, muchos pacientes pueden beneficiarse de estos tratamientos como parte del cuidado personal, teniendo en cuenta los beneficios sobre la autoestima que ello conlleva.