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Isatuximab (▼Sarclisa®) en mieloma múltiple

Resumen

Isatuximab es un nuevo anticuerpo monoclonal que se une específicamente al receptor CD38, el cual se expresa uniforme e intensamente por las células del mieloma múltiple (MM). Esa unión media la activación de diversos mecanismos citotóxicos e inmunitarios que acaban con la lisis o apoptosis de las células mielomatosas y permiten controlar el crecimiento tumoral. El medicamento ha sido autorizado, en combinación con pomalidomida y dexametasona, para el tratamiento de pacientes adultos con MM resistente al tratamiento o recidivante que han recibido ≥ 2 tratamientos previos, incluyendo lenalidomida y un inhibidor del proteasoma y han mostrado progresión de la enfermedad tras el último tratamiento; y en combinación con carfilzomib y dexametasona para el tratamiento de pacientes adultos con MM que han recibido al menos un tratamiento previo.

Su aprobación se ha sustentado en dos ensayos clínicos de diseño adecuado, que han confirmado su favorable balance beneficio-riesgo. El primero demostró la superioridad de la adición de isatuximab a la combinación de pomalidomida y dexametasona, en comparación con el solo uso de estos dos fármacos como control activo, en pacientes con MM en progresión tras haber recibido ≥ 2 líneas previas, incluyendo lenalidomida y un inhibidor de proteasoma: prolongó la mediana de SLP en unos 5 meses (11,5 vs. 6,5 meses), reduciendo el riesgo de progresión de la enfermedad o muerte en un 40%. También mejoró la tasa de respuesta antitumoral (60% vs. 35%) y su profundidad, resultando en una tendencia favorable en SG –prolongación de la mediana en casi 7 meses (24,6 vs. 17,7)– que aún debe confirmarse con los análisis finales. El segundo estudio evidenció que la asociación del nuevo fármaco a la combinación de carfilzomib y dexametasona mejora los resultados de la doble terapia con estos dos últimos en pacientes con MM en recaída que habían recibido entre 1 y 3 líneas previas de tratamiento (excluyendo carfilzomib y daratumumab): prologó notablemente la SLP (mediana no alcanzada en el brazo experimental vs. 19,1 meses en el control), reduciendo en un 47% el riesgo de progresión o muerte. Sin datos maduros de SG, la tasa y profundidad de la respuesta también fueron mayores con isatuximab (muy buena respuesta parcial o mejor en 73% vs. 56%). La eficacia del nuevo fármaco se reveló rápida, duradera y consistente en los distintos subgrupos de pacientes evaluados, con independencia de la refractariedad a fármacos concretos.

No obstante, su perfil toxicológico es importante y se asocia a una alta frecuencia de reacciones adversas, graves en casi 2 de cada 3 pacientes. Los eventos adversos de mayor incidencia, en su mayoría manejables en clínica, serían esperables por tratarse de una proteína inmunomoduladora y a la vista de la seguridad de los fármacos con que se combina. Sobresalen por su frecuencia (≥ 20%) las infecciones del tracto respiratorio superior e inferior (incluidas bronquitis y neumonía), citopenias (sobre todo, neutropenia), reacciones a la perfusión, alteraciones del tracto gastrointestinal (náuseas y diarrea) y otras inespecíficas, como fatiga o insomnio. Por su gravedad, las infecciones y, en particular, la neumonía, parecen constituir el mayor riesgo asociado al fármaco.

Isatuximab no aporta ninguna novedad en cuanto a mecanismo de acción: comparte vía terapéutica con el ya comercializado daratumumab. Las comparaciones indirectas disponibles entre ambos sugieren que no supera las mejoras incorporadas por daratumumab, el cual tiene un espectro de indicaciones más amplio (incluso en 1ª línea) y se considera de elección en esquemas de rescate. En definitiva, el nuevo fármaco representa una alternativa más de triple terapia a partir de la 2ª línea de tratamiento, y su uso puede ser especialmente relevante en pacientes refractarios a lenalidomida; en ese contexto, se suma a otros fármacos biológicos previamente disponibles (por ejemplo, daratumumab o elotuzumab) sin aportar ningún elemento de innovación terapéutica disruptiva. Además, la futura disponibilidad de las prometedoras terapias CAR-T (idecabtagén vicleucel) hace previsible un cambio en los enfoques de tratamiento.

Aspectos fisiopatológicos

El mieloma múltiple (MM) o mieloma de células plasmáticas es un agresivo tumor hematológico maligno de células o linfocitos B, caracterizado por la proliferación en la médula ósea de un clon de células plasmáticas (procedentes de la maduración de células B) que, generalmente, producen y secretan una paraproteína monoclonal detectable en suero o en orina como signo subyacente al daño orgánico. Presenta algunas características similares a la leucemia y supone aproximadamente el 1% de los casos de cáncer y, específicamente, el 10% de los tumores hematológicos. No obstante, dado su actual carácter de incurable, representa el 2% de la mortalidad por cáncer y el 20% de la de los cánceres hematológicos.

La incidencia en la UE es de 4,5-6,0 casos por cada 100.000 habitantes/año, lo que se traduce en una cifra de en torno a 40.000 nuevos casos anuales; sin embargo, dado que la mortalidad es elevada (4,1 muertes/100.000/año, con una supervivencia a 5 años en torno al 47%), la prevalencia no es muy alta. En general, los países del sur de Europa –España incluida– tienen tasas de incidencia y mortalidad más bajas que los del norte, pero tanto en unos como está en aumento. En España se registran entre 1.500 y 2.000 casos al año (40 nuevos casos por cada millón de habitantes). La mediana de edad de diagnóstico se sitúa en torno a los 65-70 años y solo un 2% de los casos diagnosticados corresponden a pacientes menores de 40 años. Así, la incidencia de MM en España es de 1,5-2,5 casos nuevos/100.000 en menores de 65 años, pero sube a 25-30 a partir de esa edad, afectando a un número ligeramente superior de hombres que de mujeres (ratio 1,4:1).

El MM forma parte de las denominadas gammapatías monoclonales, un grupo heterogéneo de enfermedades caracterizadas por una producción anormal de inmunoglobulinas (Ig) y la aparición de tumores de células plasmáticas. Las células plasmáticas malignas características del MM –células mielomatosas– se acumulan en la médula ósea y pueden llegar al torrente sanguíneo, provocando una alteración de la función normal de la médula, daños óseos y alteración de la función inmune. Estas células pueden también formar tumores localizados, los plasmocitomas, que pueden tener una localización tanto ósea como extraósea: es cuando coexisten varios plasmocitomas con diversas localizaciones cuando se emplea apropiadamente el término mieloma múltiple.

La característica típica de la célula mielomatosa es, pues, la producción y liberación al torrente circulatorio de una Ig monoclonal, denominada proteína M, pero también conocida como proteína mielomatosa, para-proteína o proteína en pico (así llamada por su identificación como una banda en forma de pico en el proteinograma por electroforesis). Se trata de una Ig producida como consecuencia de la aparición de una o más mutaciones en los genes responsables de la producción de Ig en la célula mielomatosa. Tiene una secuencia de aminoácidos y una estructura anormales en relación a las inmunoglobulinas fisiológicas, que provocan la adherencia entre las moléculas y con las estructuras celulares y tisulares tejidos: células sanguíneas, pared de los vasos sanguíneos u otros componentes de la sangre. Todo ello provoca la disminución del flujo sanguíneo, causando un síndrome
de hiperviscosidad.

En un 30% de los casos se produce una mayor cantidad de cadenas ligeras de la requerida para combinarse con las cadenas pesadas de las inmunoglobulinas, dando lugar a la proteína de Bence-Jones, la cual tiene un peso molecular de 22,000 Da y es lo suficientemente pequeña como para ser excretada por orina y producir un aumento de nivel de proteínas urinarias. Estas proteínas también pueden adherirse entre sí o con otros tejidos, dando lugar a amiloidosis –depósitos proteicos en cualquier tejido del organismo, como riñón, tejido nervioso o músculo cardiaco– o a la enfermedad de depósito de cadenas livianas (dichas cadenas se depositan al azar, pero especialmente en los pequeños vasos del ojo o del riñón). Las proteínas monoclonales anormales también pueden provocar un amplio abanico de perturbaciones fisiológicas, al unirse a los factores de la coagulación (trastornos diversos de coagulabilidad) y a otras sustancias circulantes, con diversas consecuencias hormonales y metabólicas.

La Beta 2 microglobulina (β2M) es otra pequeña proteína cuyos niveles se encuentran elevados en pacientes con MM activo, si bien un 10% de los pacientes no la producen. Precisamente, el estadiaje internacional del MM se basa en las concentraciones en suero de albúmina y de microglobulina β2: el estadio I se caracteriza por niveles de β2M inferiores a 3,5 mg/l y de albúmina mayores de 3,5 g/l; el estadio II por β2M < 3,5 mg/l y de albúmina < 3,5 g/, o bien β2M de 3,5 a 5,5 mg/l; finalmente, el estadio III se caracteriza por β2M > 5,5 mg/l. Estos estadios se asocian con medianas de supervivencia progresivamente inferiores: 62, 44 y 29 meses, respectivamente.

La etiología del MM, como para la práctica totalidad de tumores, se considera multifactorial. No se conocen con exactitud las causas directas, y aunque no se ha detectado un factor genético concreto que determine el desarrollo de la patología, suelen predominar eventos oncogenéticos primarios o secundarios que originan una proliferación descontrolada de un clon celular neoplásico; por ejemplo, se ha descrito que las traslocaciones entre el cromosoma 14q32 y sus vecinos, y la desregulación del oncogén c-myc parecen jugar un papel clave en las etapas iniciales de la enfermedad. De igual modo, se ha asociado el MM con la exposición a radiaciones ionizantes, y se ha propuesto un mayor riesgo asociado a exposiciones ocupacionales –a sustancias químicas, como benceno, asbesto, pesticidas o pinturas y disolventes– relacionadas con la agricultura, refinerías, industrias del corcho, del metal, del plástico o de la madera, o si se ha trabajado como conductor de camiones. También se ha sugerido la posible relación con algunas enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide.

Sea como fuere, el crecimiento descontrolado de las células mielomatosas tiene importantes consecuencias clínicas: la destrucción del esqueleto, la insuficiencia de la médula ósea, hipervolemia e hiperviscosidad sanguíneas, supresión de la producción de inmunoglobulinas normales e insuficiencia renal. Pese a que el MM puede permanecer asintomático durante muchos años, en la fase sintomática el dolor óseo es el cuadro de presentación más común; las células mielomatosas y el aumento del número de osteoclastos parecen ser las responsables de la destrucción ósea.

Fisiopatología ósea en el mieloma múltiple

El mecanismo que produce la activación de los osteoclastos es complejo, pero se ha observado que participan diversas citocinas locales, tales como interleucinas (IL-1b, IL-6), quimiocinas (por ejemplo, las MIP-1) y las integrinas implicadas en el proceso de adhesión celular. Entre las citocinas con un papel más relevante, quizá la mejor caracterizada sea la IL-6: producida fundamentalmente por las células madre de la médula ósea y los macrófagos, es un importante mediador del crecimiento, supervivencia y migración de las células del MM, e incluso de la resistencia a la quimioterapia, y actúa como un estímulo paracrino de las células plasmáticas. Por otro lado, la adhesión de las células plasmáticas al estroma de la médula ósea incrementa la secreción por este de IL-6, completando un auténtico sistema de retroalimentación que potencia la tumorigénesis plasmática; en definitiva, IL-6 parece tener un papel fundamental en la patología del MM, potenciando la supervivencia de las células plasmáticas e inhibiendo su apoptosis. El efecto acumulativo de este complejo ambiente bioquímico da lugar a un desequilibrio de las fuerzas anti- y proapoptóticas dentro de las células de mieloma, favoreciendo la expansión clonal desregulada y la proliferación tumoral.

Actualmente, se considera que los factores efectores finales que regulan la remodelación ósea forman parte de la superfamilia del Factor de Necrosis Tumoral (TNF) y de la de su receptor; entre ellos puede citarse el RANKL (ligando del receptor del activador del factor nuclear kappa-B), cuya producción es máxima en las células indiferenciadas del estroma osteoclástico y se reduce a medida que madura el fenotipo osteoblástico. Estimula la diferenciación, supervivencia y fusión de las células precursoras de osteoclastos, activa los osteoclastos maduros y prolonga su vida útil. Como resultado, permite la expansión de la masa osteoclástica activa capaz de formar sitios de resorción ósea
.

El tejido nervioso se ve también afectado con frecuencia en los pacientes con mieloma, tanto por los efectos directos de los anticuerpos de las proteínas mielomatosas frente a la mielina como por el depósito de fibrillas proteicas (amiloide), que resultan en neuropatías periféricas. Tanto en el hueso como en los tejidos blandos puede producirse una compresión o desplazamiento de los nervios procedentes de la médula espinal o del tallo cerebral. Además, por la susceptibilidad a las infecciones, las infecciones virales de los tejidos nerviosos son muy frecuentes, en especial por varicela zóster y parálisis de Bell.

La predisposición a las infecciones es probablemente el rasgo más característico de los pacientes con mieloma junto con la enfermedad ósea, debido a la inhibición de las funciones inmunitarias normales: producción deficitaria de anticuerpos normales, daño de la función de los linfocitos T y activación anómala de la función monocito/macrófago. Los pacientes con MM son particularmente susceptibles a las infecciones virales y a las infecciones con bacterias encapsuladas, como el neumococo.

Terapéutica

El tratamiento se basa fundamentalmente en la supresión de las células mielomatosas mediante quimio y/o radioterapia, asociado eventualmente a trasplante de células progenitoras hematopoyéticas periféricas.

El fármaco antineoplásico más comúnmente utilizado ha sido melfalán, clásicamente considerado el mejor agente único para el tratamiento del MM. La mayoría de los pacientes presentan respuesta a este fármaco, particularmente cuando se utiliza combinado con prednisona. De hecho, la asociación melfalán/prednisona (protocolo MP) se usa con frecuencia, dando lugar a respuestas objetivas en el 60% de los pacientes; estas respuestas se manifiestan normalmente con un 50% de mejora en los niveles de proteína M, en los recuentos sanguíneos y en otros resultados bioquímicos, además de la mejoría de varios síntomas de la enfermedad, como el dolor óseo y la fatiga. La ciclofosfamida puede reemplazar a melfalán, con una actividad antimielomatosa similar. Asimismo, los resultados alcanzados con bendamustina son equiparables a los obtenidos con melfalán; incluso, la tasa de respuestas completas es sustancialmente mayor y el porcentaje de pacientes supervivientes a los 5 años también, aunque en ambos casos es una tasa moderada (29% vs. 19%). Pese a que se han desarrollado combinaciones quimioterápicas más complejas con respuestas similares o ligeramente mejores, no está claro que sean de primera elección.

Diferentes líneas de investigación facilitaron la incorporación de otros agentes antineoplásicos, de carácter más selectivo, como es el caso del bortezomib, un inhibidor del proteasoma 26S, el cual resulta ser una herramienta celular fundamental en el control del ciclo vital celular y de la apoptosis, particularmente en el ámbito tumoral. Bortezomib fue autorizado en 2004 para el tratamiento de los pacientes con MM que han recibido previamente al menos dos tratamientos y que presentan progresión de la enfermedad demostrada con el último de estos tratamientos. Los datos clínicos disponibles indican unas tasas de respuesta del orden del 35% (incluyendo respuestas completas y parciales), con tiempos de progresión de la enfermedad de 9 a 13 meses para los pacientes respondedores, bastante superiores a los previamente descritos en la bibliografía para pacientes con MM refractario o recidivante (alrededor de 3 meses).

El carfilzomib supone una evolución en el ámbito de los inhibidores del proteasoma. Su efecto irreversible y su mayor selectividad sobre la función enzimática de tipo quimotripsina del proteasoma en relación a su antecesor (bortezomib), se tradujo en un efecto antitumoral más potente y eficaz (con mayor supervivencia libre de progresión y reducción de la tasa de progresión tumoral) que el de este, pero también algo más tóxico.

Por otra parte, algunos estudios mostraron que la talidomida es capaz de producir una significativa respuesta en pacientes con mieloma, con tasas de respuesta del orden del 25% en casos recidivantes/refractarios, en su mayoría después de un doble trasplante. A pesar de ser autorizado como medicamento huérfano para el MM –en 2006– y seguir disponible actualmente, su toxicidad1 siempre ha sido un factor limitante de su potencial farmacológico. De ahí, la necesidad de fármacos que mantuvieran sus propiedades o incluso las ampliaran, pero limitando su perfil toxicológico. En esa línea se desarrollaron derivados inmunomoduladores como la lenalidomida, que no solo mantenían las propiedades de la talidomida sobre diversos biomarcadores implicados en diversas patologías, sino que incluso las ampliaban, mejorando los resultados clínicos en MM, con un perfil toxicológico algo más benigno.

La pomalidomida es un análogo de talidomida y lenalidomida (de hecho, se trata del oxoderivado de la lenalidomida), que se emplea en pacientes adultos con MM resistente al tratamiento o recidivante que hayan recibido al menos dos tratamientos previos, incluyendo lenalidomida y bortezomib, y que hayan experimentado una progresión de la enfermedad en el último tratamiento. Presenta una actividad antimielomatosa mayor que sus antecesores, con un perfil toxicológico similar o incluso algo más favorable.

Un aspecto confuso del tratamiento de esta enfermedad ha sido el descubrimiento de que una disminución de los niveles de la proteína mielomatosa en el suero y/o en la orina no se traslada necesariamente a una remisión o aumentos de la supervivencia. Dado que ningún tratamiento actual erradica todas las células mielomatosas, las características de aquellas residuales tras la quimioterapia inicial son de particular importancia. En este sentido, unas pocas células agresivas residuales pueden causar más problemas que una gran cantidad de células inactivas.

Una de las vías farmacológicas que despertó mayor interés en el campo de la terapéutica del MM es la de la molécula CD38, una glicoproteína transmembrana intensamente expresada por células del mieloma y, en menor medida, por diversos tipos de células linfoides y mieloides, e incluso en tejido no hematopoyéticos. A partir de esas observaciones surgió daratumumab, un anticuerpo monoclonal humano que se une específicamente a CD38 e impide sus acciones biológicas, activando diversos mecanismos citotóxicos e inmunitarios que acaban con la lisis o la apoptosis de las células que lo expresan, probablemente a través de citotoxicidad dependiente del complemento, citotoxicidad mediada por anticuerpos y fagocitosis celular dependiente de anticuerpos. Reduce el número de células cancerígenas, pero también se ven afectadas células T y B reguladoras normales y las células citotóxicas NK2, aunque ello no impide que el recuento de linfocitos T en sangre periférica y médula ósea aumente significativamente, lo cual sugiere efectos inmunomoduladores que podrían contribuir a la respuesta clínica. Fue autorizado en 2016 y, desde entonces, ha exhibido eficacia significativa en diversas situaciones clínicas y se han ido ampliando sus indicaciones autorizadas en MM, en combinación con otros fármacos: a) con lenalidomida y dexametasona o con bortezomib, melfalán y prednisona para tratar pacientes adultos de nuevo diagnóstico que no son candidatos a un trasplante autólogo de progenitores hematopoyéticos; b) con bortezomib, talidomida y dexametasona para el tratamiento de pacientes adultos de nuevo diagnóstico candidatos a trasplante; c) con lenalidomida y dexametasona, o bortezomib y dexametasona, para el tratamiento de pacientes adultos pre-tratados con ≥ 1 tratamiento previo. Incluso se ha autorizado en monoterapia para el tratamiento de pacientes adultos con MM en recaída y refractario al tratamiento, que hayan recibido previamente un inhibidor del proteasoma y un agente inmunomodulador y cuya enfermedad haya progresado.

Por otro lado, elotuzumab es un anticuerpo monoclonal dirigido específicamente al SLAMF73 (CS1) que presenta un doble mecanismo de acción: por un lado, activa directamente a las células NK a través tanto de SLAMF7 como de los receptores Fc, potenciando de esta manera la actividad anti-mieloma y, por otro, al unirse al SLAMF7 de la célula mielomatosa, facilita su interacción con las células NK para mediar su destrucción, fundamentalmente a través de la citotoxicidad celular dependiente de anticuerpos. Ha sido el último principio activo comercializado en España con indicación en MM, concretamente, en combinación con lenalidomida y dexametasona para el tratamiento de adultos que han recibido ≥ 1 un tratamiento previo. En comparación con el uso del doblete de lenalidomida+dexametasona solo, la combinación con elotuzumab ha demostrado que reduce un 32% el riesgo de progresión y aumenta la mediana de SLP y SG en más de 4 meses (18,5 vs. 14,3 meses de SLP y 43,7 vs. 39,6 meses de SG), aumentando también la tasa de respuesta global (79% vs. 66%).

En paralelo a estos dos primeros fármacos de inmunoterapia, se aprobó en Europa panobinostat, aún no comercializado en España. Se trata de un inhibidor potente de histona deacetilasa (HDAC) activo por vía oral. La HDAC es una enzima que cataliza la eliminación de los grupos acetilo de los residuos de lisina de histonas y de algunas otras proteínas, por lo que su inhibición provoca una mayor acetilación de las histonas: una alteración epigenética que resulta en una relajación de la cromatina, y que activa la transcripción. Se ha descrito que este fármaco provoca la acumulación de histonas acetiladas y de otras proteínas, y promueve la expresión incrementada del gen supresor del tumor p21CDKNIA (inhibidor de la cinasa dependiente de ciclina 1/p21), mediador clave en el arresto de G1 y en la diferenciación; así, produce la detención del ciclo celular y/o apoptosis de algunas células transformadas, con una mayor citotoxicidad en células tumorales que en células normales. Panobinostat está indicado, en combinación con bortezomib y dexametasona, para el tratamiento de adultos con MM refractario y/o en recaída pre-tratados con ≥ 2 líneas previas con bortezomib y un agente inmunomodulador. Demostró una eficacia notable en un ensayo clínico que comparó la combinación autorizada frente a bortezomib+dexametasona: la triple terapia redujo a la mitad el riesgo de progresión del MM, con un incremento significativo de la mediana de SLP (12,5 meses vs. 4,7 meses) y de la tasa de respuesta global (59% vs. 39%).

A la vista de todas las opciones terapéuticas, se acepta que debe iniciarse el tratamiento en pacientes con MM activo que cumplan los siguientes criterios: hipercalcemia (> 11,0 mg/dl), insuficiencia renal (aclaramiento de creatinina > 2 mg/ml), anemia (Hb < 10 g/dl) y lesiones óseas activas; también si presentan hiperviscosidad sintomática, infecciones bacterianas recurrentes y amiloidosis con afectación orgánica.

Las opciones de tratamiento de primera línea (Figura 1) incluyen las terapias más nuevas: inhibidores de proteasoma y/o fármacos inmunomoduladores, seguido –si está indicado– de un trasplante autólogo de células progenitoras hematopoyéticas (TASPE). La asociación de altas dosis de quimioterapia (AD) con el TASPE ha demostrado mejorar tanto las tasas de respuesta como las expectativas de vida en los pacientes con MM. Se han alcanzado tasas de remisión completa que oscilan entre un 25% y un 75%. La radioterapia juega también un papel importante en el tratamiento inicial del MM, pudiendo ser especialmente efectiva en aquellos pacientes con importante destrucción ósea, intenso dolor y/o compresión nerviosa o de la médula espinal; su mayor desventaja es que daña en forma permanente las células progenitoras hematopoyéticas normales de la médula ósea en el área tratada.



La profundidad de la respuesta al tratamiento de inicio después del trasplante autólogo parece estar correlacionada con la duración del control de la enfermedad hasta la progresión y con la necesidad de una terapia de rescate. En todo caso, el 90% de los pacientes recaen tras un primer tratamiento, con tiempos medios de recaída de entre 1 y 3 años, y la expectativa global de vida es de aproximadamente 4 a 5 años. Las recaídas son, pues, un problema muy frecuente y sobrevienen a pesar de que el interferón alfa o la prednisona en el tratamiento de mantenimiento han probado cierta utilidad para prolongar el periodo de remisión inicial.

Ante una recaída del MM, se requiere una reinducción4. Los regímenes basados en bortezomib y lenalidomida son los más comúnmente usados en combinación con corticosteroides, a los que a veces también se les agrega un agente alquilante o una antraciclina. Con la introducción de las nuevas terapias en las últimas décadas (por ejemplo, carfilzomib, elotuzumab o daratumumab), la mediana de supervivencia global ha mejorado hasta 60 meses desde el diagnóstico de la enfermedad. A pesar de la mejora también en supervivencia libre de progresión en casos de MM recidivante temprano, el 40-60 % de los pacientes no responden a la terapia y casi todos recaen después de uno de estos regímenes (Fernández-Moriano, 2020).

Se acepta que el mieloma reaparece con mayor agresividad tras una recaída, y las reinducciones de respuesta suelen durar menos tras cada recaída, lo que limita la supervivencia. A diferencia de la primera línea, no existe un algoritmo simple para la elección perfecta de la terapia de 2ª, 3ª y 4ª líneas, sino que se deben considerar múltiples factores relacionados con el paciente (estado de salud, comorbilidades, tolerancia y respuesta a tratamientos previos), la enfermedad (tiempo desde la última recaída) y las terapias previas al decidir el tratamiento del MM en recaída.

En ese contexto, es preciso destacar la reciente autorización (2022) de la primera terapia CAR-T autorizada en la UE: idecabtagén vicleucel. Se trata de un tratamiento a base de linfocitos T autólogos modificados para expresar un receptor de antígeno quimérico dirigido específicamente frente al antígeno de maduración de linfocitos B (BCMA), el cual se expresa en la superficie de las células plasmáticas normales y malignas. Está indicado para el tratamiento de pacientes adultos con MM en recaída y refractario que han recibido al menos 3 tratamientos previos, incluidos un agente inmunomodulador, un inhibidor del proteosoma y un anticuerpo anti-CD38 y han presentado progresión de la enfermedad tras el último tratamiento. Ha mostrado resultados muy prometedores que pueden hacer cambiar el enfoque terapéutico en pacientes muy refractarios: un estudio principal con 140 pacientes ha evidenciado tasas de respuesta global del 67%, de las cuales son respuestas completas hasta en el 30% de los pacientes.

Acción y mecanismo

Isatuximab es un nuevo anticuerpo monoclonal que se une específicamente a un epítopo extracelular del receptor CD38, que es expresado de forma altamente uniforme e intensa por las células del mieloma múltiple. Así, activa diversos mecanismos citotóxicos e inmunitarios que acaban con la lisis o apoptosis de dichas células y permiten controlar el crecimiento tumoral. El medicamento ha sido autorizado, en combinación con pomalidomida y dexametasona, para el tratamiento de pacientes adultos con MM resistente al tratamiento o recidivante que han recibido al menos dos tratamientos previos, incluyendo lenalidomida y un inhibidor del proteasoma y han demostrado progresión de la enfermedad en el último tratamiento; de igual modo, se ha aprobado, en combinación con carfilzomib y dexametasona, para el tratamiento de pacientes adultos con MM que han recibido al menos un tratamiento previo.

La CD38 es una glicoproteína transmembrana que se expresa intensamente en las células del mieloma y, en menor medida, en diversos tipos de células linfoides y mieloides, e incluso en tejido no hematopoyéticos. Ejerce múltiples funciones, incluyendo actividad enzimática, regulación de la adhesión celular mediada por receptores y transducción de señales bioquímicas. La actividad enzimática implica la conversión de factores coenzimáticos, como NAD y NADP en diversos sustratos requeridos para la regulación de la señalización intracelular del calcio, como la ADP-ribosa cíclica (se encarga de movilizar iones Ca2+). Además, interviene en la adhesión al endotelio vascular, donde se acopla a la CD31 –su ligando natural presente en la superficie de las células endoteliales– y juega un papel relevante en la migración de los linfocitos. La interacción CD38/CD31 parece ser determinante en la señalización transmembrana, caracterizada por la movilización del Ca2+ y la secreción de diversas citocinas; en concreto, la unión de la CD38 da lugar a la activación de linfocitos T, que induce la secreción de IL-6 e IL-10, factores estimulantes de colonias de granulocitos y macrófagos (GM-CSF) e interferón gamma (IFN-γ).

Se entiende, por tanto, que al inhibir las citadas funciones de CD38, isatuximab tiene un importante papel sobre el crecimiento tumoral. En estudios in vitro se ha probado que ejerce su actividad antineoplásica a través de mecanismos dependientes de las regiones Fc de la inmunoglobulina (IgG), incluyendo la citotoxicidad celular dependiente de anticuerpos (CCDA), la fagocitosis celular dependiente de anticuerpos (FCDA) y la citotoxicidad dependiente del complemento5 (CDC). Además, isatuximab también puede desencadenar la muerte de las células tumorales induciendo la apoptosis a través de un mecanismo independiente de Fc. En ausencia de células tumorales diana que sobre-expresen CD38, el fármaco puede activar las células NK, que expresan los mayores niveles de dicho receptor.

De igual modo, se ha demostrado in vitro que la combinación de isatuximab y pomalidomida induce una mayor lisis de las células mielomatosas CD38+ (por las células efectoras a través de CCDA y la eliminación directa de las células tumorales) respecto al efecto que tiene la monoterapia con isatuximab. Adicionalmente, los estudios in vivo con modelos murinos han probado que ese tratamiento combinado induce una mayor actividad antitumoral sobre xenoinjertos humanos que el uso aislado de cualquiera de los dos fármacos (AEMPS, 2020).

Por último, los estudios clínicos han puesto de manifiesto que en pacientes tratados con el fármaco se aprecia una reducción de las cifras absolutas de células NK totales CD16+ y CD56+, de linfocitos B CD19+, de linfocitos T CD4+ y de linfocitos Th en sangre periférica. Ese tratamiento induce igualmente la expansión clonal del repertorio de receptores de linfocitos T, lo cual es indicativo de una respuesta inmunitaria adaptativa.

Aspectos moleculares

El nuevo fármaco es una inmunoglobulina quimérica de tipo IgG1 derivada de un anticuerpo monoclonal, que se obtiene por ingeniería genética a partir de células derivadas de ovario de hámster chino (línea celular CHO).

La proteína terapéutica está compuesta por dos cadenas ligeras de tipo kappa, cada una de ellas compuesta por 214 residuos aminoacídicos y con un peso molecular de aproximadamente 23 kDa, y dos cadenas pesadas de tipo IgG1, cada una formada por 450 aminoácidos que totalizan 49 kDa en su forma no glicosilada; las cadenas pesadas se unen entre sí por puentes disulfuro (Figura 2). Entre las especificidades moleculares, se puede destacar que el residuo de glutamina en el extremo N-terminal de las cadenas pesadas se convierte completamente en piroglutamato, y la mayoría de los extremos C-terminales de las cadenas pesadas se recortan. Isatuximab contiene 32 residuos de glutamina N-terminal (que establecen 16 puentes disulfuro) y dos sitios de glicosilación localizados en los residuos de asparagina en posición 300 de cada cadena pesada.

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia y la seguridad clínicas de isatuximab por vía intravenosa han sido adecuadamente contrastadas en las indicaciones y dosis autorizadas mediante dos ensayos clínicos pivotales confirmatorios de fase 3 de similar diseño –aleatorizados, multicéntricos y multinacionales, abiertos y de 2 brazos de tratamiento– en pacientes adultos con mieloma múltiple resistente al tratamiento y/o recidivante.

Su primera indicación (uso combinado con pomalidomida y dexametasona en tercera línea de tratamiento o posterior) se sustentó en el estudio ICARIA-MM (Richardson et al., 2021), desarrollado en 111 centros de 24 países, que aleatorizó (1:1) a un total de 307 pacientes a recibir la combinación de isatuximab (volumen basado en el peso) con pomalidomida oral y dexametasona oral/intravenosa (IPD; n= 154) o bien solo pomalidomida y dexametasona (PD; n= 153) como control activo en ciclos de 28 días, hasta progresión de la enfermedad o toxicidad inaceptable. Los pacientes debían haber recibido un mínimo de 2 tratamientos previos, incluyendo lenalidomida y un inhibidor de proteasoma, y su MM debía estar en progresión en los 2 meses siguientes.

A grandes rasgos, las características demográficas y clínicas basales de los participantes estuvieron bien equilibradas en los dos grupos. Entre ellas destacan las siguientes: la mediana de edad de los pacientes fue de 67 años (el 20% tenía ≥ 75 años), el estado funcional de los pacientes era mayoritariamente bueno (ECOG 0 en el 36% de los pacientes del grupo de isatuximab y en el 45% de los del grupo control, y ECOG 1 en el 54% y 44%, respectivamente), casi un 20% presentaban anomalías cromosómicas de alto riesgo (sobre todo, del 17p y t 4;14) y aproximadamente un tercio de los pacientes en ambos grupos tenía insuficiencia renal. El mieloma estaba en estadio I en el 38% de los pacientes, II en el 36% y III en el 25%; la mediana de líneas de tratamiento previo fue de 3 (todos los pacientes habían sido pretratados con un inhibidor de proteasoma y lenalidomida, y eran mayoritariamente resistentes a ellos), y un 56% había recibido un trasplante de células madre.

Con una mediana de duración del tratamiento de 41 semanas en el brazo experimental y de 24 semanas en el brazo comparador, la supervivencia libre de progresión (SLP) evaluada por un comité independiente –variable principal– se prolongó significativamente con la adición de isatuximab, alcanzando una mediana de 11,53 meses (IC95% 8,9-13,9) en su grupo frente a los 6,47 meses (IC95% 4,5-8,3) en el grupo control (HR= 0,59; IC95% 0,44-0,81; p= 0,001). La tasa de respuesta global también creció notablemente hasta el 60,4% (93/154), respecto al 35,3% (54/153) con el comparador activo (OR= 2,8; IC95% 1,7-4,6; p< 0,0001); si bien las respuestas completas fueron escasas en ambos grupos (4,5% vs. 2%) y las respuestas parciales se mantuvieron en niveles similares (28,6% vs. 26,8%), la tasa de muy buena respuesta parcial fue superior en el brazo de isatuximab (27,3% vs. 6,5%). La duración de la respuesta fue de 13,3 meses en ese grupo y de 11,1 meses en el grupo control, siendo el inicio de la respuesta más rápido –casi la mitad– en los pacientes respondedores del brazo experimental (mediana de tiempo hasta respuesta de 35 días vs. 58 días en el grupo control). Los análisis por subgrupos de pacientes respaldan la eficacia consistente de isatuximab con independencia de los factores pronóstico (Richardson et al., 2022). Así, por ejemplo, se verificaron mejoras de la SLP con la adición de isatuximab a pomalidomida+dexametasona en los pacientes con características citogenéticas de alto riesgo (mediana de 7,5 meses vs. 3,7 meses en el grupo control; HR= 0,66; IC95% 0,3-1,3), en pacientes de ≥ 75 años de edad (HR= 0,48; IC95% 0,2-,9), con enfermedad basal en estadio III (HR= 0,64; IC95% 0,4-1,1), con insuficiencia renal (HR= 0,50; IC95% 0,3-0,8), con > 3 líneas previas de tratamiento (HR= 0,59; IC95% 0,4-0,98), y en pacientes resistentes a lenalidomida (HR= 0,59; IC95% 0,4-0,8) o a un inhibidor del proteasoma (HR= 0,58; IC95% 0,4-0,8).

Con una mediana de seguimiento de los pacientes de 35 meses, el análisis provisional de la supervivencia global (SG) revela que alcanzó una mediana de 24,6 meses (IC95% 20,3-31,3) en el grupo de isatuximab, superior a los 17,7 meses del grupo control (IC95% 14,4-26,2), si bien la diferencia no tuvo significación estadística (HR= 0,76; IC95% 0,6-1,0; p= 0,028). El análisis final sobre SG está aún en marcha.

Por otra parte, la segunda indicación de isatuximab en MM (en segunda línea de tratamiento o posterior asociado a carfilzomib y dexametasona) se basó en los resultados del estudio IKEMA, realizado en 70 centros de 16 países, que aleatorizó (3:2) a 302 pacientes a recibir isatuximab en combinación con dexametasona y carfilzomib (n= 179) o bien solo carfilzomib con dexametasona como control (n= 123) en ciclos de 28 días hasta progresión de la enfermedad o toxicidad inaceptable. Los pacientes debían haber recibido entre 1 y 3 terapias previas, si bien se excluyeron aquellos con enfermedad primaria refractaria o pretratados con carfilzomib o daratumumab.

De nuevo, las características demográficas y clínicas de los pacientes eran similares en ambos grupos. La mediana de edad de los pacientes fue de 64 años (9% con ≥ 75 años), una amplia mayoría de ellos tenía un buen estado funcional (ECOG 0-1 en el 94% en el grupo de isatuximab y 96% en el grupo control) y el estadio del MM en el momento basal era I en el 53%, II en el 31% y III en el 15%; un cuarto de los pacientes presentaba anomalías cromosómicas de alto riesgo (sobre todo, del 17p y t 4;14) y aproximadamente un 20% sufría insuficiencia renal. En cuanto a los tratamientos previos, la mediana de líneas terapéuticas fue de 2, con un 44% de los pacientes que solo había recibido 1 línea; casi todos habían recibido inhibidores del proteasoma (90%; 33% eran refractarios) e inmunomoduladores (78%; 45% eran refractarios), y el 61% había sido sometido a trasplante de células madre.

Con una duración media del tratamiento de 80 semanas en el brazo experimental y de 61 semanas en el del comparador, la SLP –variable primaria, evaluada por comité independiente– se prolongó significativamente con isatuximab: no se alcanzó la mediana en el momento de corte de datos frente a una mediana de 19,15 meses en el grupo control (HR= 0,53; IC95 0,32-0,89; p= 0,0013). Si bien la tasa de respuesta global fue pareja en ambos grupos (86,6% vs. 82,9%; p= 0,39), la frecuencia de muy buena respuesta parcial o mejor fue superior en el brazo experimental (72,6% vs. 56,1%; p= 0,0021), incluyendo la tasa de respuesta completa (39,7% vs. 27,6%); ello se correlacionó con una mayor tasa negativa de enfermedad residual mínima (29,6% vs. 13,0%; 0,0008). La mediana de duración de la respuesta no se alcanzó en ninguno de los dos grupos y el tiempo hasta la respuesta en los pacientes respondedores fue similar con ambos tratamientos: en torno a 1,1 mes. No se tienen datos maduros de SG, pero parece que la tendencia puede ser favorable a la combinación con el nuevo fármaco: con una mediana de seguimiento de 21 meses, la tasa de mortalidad era del 17%, frente al 20% en el grupo control.

Los análisis por subgrupos también respaldan la eficacia consistente de isatuximab en esta indicación. Así, se confirmó un beneficio en SLP en pacientes con citogenética de alto riesgo (HR= 0,72), con anomalías cromosómicas (HR= 0,57), con edad de ≥ 65 años (HR= 0,43), con insuficiencia renal (HR= 0,27), con más de 1 línea de tratamiento previo (HR= 0,48), con estadio III al inicio (HR= 0,65) y en pacientes refractarios a lenalidomida (HR= 0,60).
Con respecto a la seguridad clínica, el perfil toxicológico de isatuximab ha sido adecuadamente definido en su desarrollo clínico y, aunque importante, parece clínicamente manejable. La práctica totalidad de los pacientes notifica algún evento adverso durante el tratamiento, graves en una alta proporción (en torno al 60%), lo que lleva a una tasa no desdeñable de discontinuaciones por motivos de seguridad (7%).

En su combinación con pomalidomida y dexametasona (duración media de exposición de 41 semanas), las reacciones adversas más frecuentes en comparación con el control fueron: neutropenia (47%), reacciones a la perfusión (38%), neumonía (31%), infección del tracto respiratorio superior (28%), diarrea (26%) y bronquitis (24%); entre las reacciones adversas graves (62%) sobresalen neumonía (26%) y neutropenia febril (7%). En su asociación a carfilzomib y dexametasona (duración media de exposición de 80 semanas), la afectación de los recuentos celulares fue menor, pero el resto de las reacciones adversas más frecuentes fueron parecidas: reacciones a la perfusión (46%), hipertensión (37%), diarrea (36%), infección del tracto respiratorio superior (36%), neumonía (29%), fatiga (28%), disnea (28%), insomnio (24%), bronquitis (23%) y dolor de espalda (22%); entre las de mayor severidad (59% de grado ≥ 3) también sobresale la neumonía (22%). Los citados eventos adversos tuvieron desenlace fatal en el 8% de los pacientes que recibieron isatuximab+pomalidomida+dexametasona y en el 3% de los tratados con isatuximab+carfilzomib+dexametasona, destacando como causas la neumonía y otras infecciones graves. No parece que la baja tasa de inmunogenicidad mostrada por el fármaco en 9 estudios con pacientes con MM (2% de prevalencia de anticuerpos anti-fármaco) tenga relevancia clínica (AEMPS, 2020).

Aspectos innovadores

Isatuximab es un nuevo anticuerpo monoclonal de tipo IgG1 que se une específicamente al receptor CD38, el cual se expresa uniforme e intensamente por las células del mieloma múltiple (MM). Esa unión media la activación de diversos mecanismos citotóxicos e inmunitarios –dependientes de la región Fc del anticuerpo (como la citotoxicidad celular o la fagocitosis dependientes de anticuerpos o la citotoxicidad dependiente del complemento) o independientes de la misma– que acaban con la lisis o apoptosis de las células mielomatosas y permiten controlar el crecimiento tumoral. El medicamento ha sido autorizado, en combinación con pomalidomida y dexametasona, para el tratamiento de pacientes adultos con MM resistente al tratamiento o recidivante que han recibido al menos dos tratamientos previos, incluyendo lenalidomida y un inhibidor del proteasoma y han mostrado progresión de la enfermedad tras el último tratamiento; y en combinación con carfilzomib y dexametasona para el tratamiento de pacientes adultos con MM que han recibido al menos un tratamiento previo.

Su aprobación se ha sustentado en dos ensayos clínicos de diseño adecuado, que han permitido confirmar su favorable balance beneficio-riesgo en una población de pacientes representativa de la población diana del medicamento. El primero de ellos (ICARIA-MM) demostró la superioridad de la adición de isatuximab a la combinación de pomalidomida y dexametasona, en comparación con el solo uso de estos dos fármacos como control activo, en pacientes con MM en progresión tras haber recibido al menos 2 líneas terapéuticas previas, incluyendo lenalidomida y un inhibidor de proteasoma. El tratamiento triple durante una mediana de 41 semanas prolongó la mediana de SLP en unos 5 meses (11,5 vs. 6,5 meses), reduciendo el riesgo de progresión de la enfermedad o muerte en un 40%. También mejoró la tasa de respuesta antitumoral, casi duplicándola (60% vs. 35%), así como la profundidad de dicha respuesta (muy buena respuesta parcial o mejor en el 32% vs. 9%). Todo ello resultó en una tendencia favorable en SG –prolongación de la mediana en casi 7 meses (24,6 vs. 17,7)– que aún debe confirmarse con los análisis finales.

El segundo estudio (IKEMA) probó que la asociación del nuevo fármaco a la combinación de carfilzomib y dexametasona es también superior al solo uso de estos dos últimos en pacientes con MM en recaída que habían recibido entre 1 y 3 líneas previas de tratamiento (excluyendo carfilzomib y daratumumab). La administración de la triple terapia durante una mediana de 80 semanas supuso una prolongación notable de la SLP (no se alcanzó la mediana en el brazo experimental vs. 19,1 meses en el control) y una reducción del 47% del riesgo de progresión o muerte. Con tasas de respuesta parecidas en ambos grupos, la profundidad de la misma fue significativamente mayor en los pacientes tratados con isatuximab: muy buena respuesta parcial o mejor en el 73% vs. 56%. Tras una mediana de 21 meses de seguimiento, no se tienen datos maduros de SG, de modo que no se puede concluir al respecto.

En ambos estudios se verificó que las combinaciones que incorporan el nuevo fármaco ejercen una eficacia rápida (respuesta objetiva en aproximadamente 1 mes desde el inicio de tratamiento), duradera y consistente, con independencia de factores como la edad, el riesgo citogenético, la funcionalidad renal, el estadio del MM, las líneas de tratamiento previos o la refractariedad a fármacos concretos.

Por otra parte, se ha caracterizado adecuadamente su perfil toxicológico, que es importante y se asocia a una alta frecuencia de reacciones adversas, graves en casi 2 de cada 3 pacientes (≈60%), que suponen una tasa de discontinuaciones reseñable (≈7%). Los eventos adversos de mayor incidencia, en su mayoría manejables en clínica, serían esperables por tratarse de una proteína inmunomoduladora y a la vista de la seguridad de los fármacos con que se combina. Con una escasa inmunogenidad, sobresalen por su frecuencia (≥ 20%) las infecciones del tracto respiratorio superior e inferior (incluidas bronquitis y neumonía), citopenias (sobre todo, neutropenia), reacciones a la perfusión, alteraciones del tracto gastrointestinal (náuseas y diarrea) y otras inespecíficas, como fatiga o insomnio. Por su gravedad, las infecciones y, en particular, la neumonía, parecen constituir el mayor riesgo asociado a isatuximab.

Habida cuenta del carácter por ahora incurable del mieloma y de las frecuentes recaídas de los pacientes, casi todos van pasando por sucesivas líneas de tratamiento6. Se acepta que el uso de 2 o 3 fármacos juntos, incluyendo casi siempre un inmunomodulador o inhibidor de proteasoma (bortezomib y/o lenalidomida), aporta mejores resultados clínicos en comparación con las monoterapias como alternativas de rescate en casos en recaída/refractariedad. Las principales guías clínicas apuntan a la falta de respuesta a lenalidomida como el aspecto más relevante que orienta hacia una pauta u otra.

Isatuximab no supone ninguna novedad en cuanto a mecanismo de acción, sino que comparte vía terapéutica con el ya comercializado daratumumab, pese a que se unen a distintos epítopos de CD38 e inducen distintos cambios conformacionales en esta molécula. No se dispone de comparaciones directas entre ambos fármacos para conocer si esas pequeñas diferencias tienen implicación clínica. Un meta-análisis que revisó datos de 13 estudios de fase 3 en pacientes pretratados sugirió que daratumumab y doxorrubicina liposomal pegilada tienen la mayor probabilidad de alcanzar mejoras en SPL, seguidos de isatuximab, carfilzomib, pomalidomida y panobinostat, sin disponerse de datos maduros de SG; también apunta a que la incidencia de eventos adversos graves es mayor con isatuximab, seguido de panobinostat y pomalidomida (Acuri et al., 2021). Así pues, pese a que se trata de una evidencia de robustez limitada, no parece que isatuximab vaya a superar las mejoras terapéuticas incorporadas previamente por daratumumab, el cual, además, tiene un espectro de indicaciones autorizadas más amplio. Cabe destacar que el empleo de daratumumab en 1ª línea es muy relevante y se considera de elección su inclusión junto a otros agentes en el esquema de rescate: el hecho de que no se disponga de datos suficientes sobre la eficacia de isatuximab en pacientes pretratados con daratumumab limita su uso.

En definitiva, se ha probado sólidamente la superioridad de la asociación de isatuximab a dos combinaciones de fármacos (pomalidomida+dexametasona y carfilzomib+dexametasona) previamente aprobadas como terapias de rescate en pacientes pretratados con MM en recaída. El nuevo fármaco representa, pues, una alternativa más de triple terapia a partir de la 2ª línea de tratamiento, y su uso puede ser especialmente relevante en pacientes refractarios a lenalidomida; en ese contexto, se suma a otros fármacos biológicos ya disponibles (por ejemplo, daratumumab o elotuzumab) sin aportar aparentemente ningún elemento de innovación terapéutica disruptiva (SEHH, 2021). Es preciso recordar que en este contexto la futura disponibilidad de las prometedoras terapias CAR-T (concretamente, el anti-BCMA idecabtagén vicleucel) hace previsible un cambio en los enfoques de tratamiento.

Valoración

Fármacos relaciones registrados en España

Nirmatrelvir / ritonavir (▼Paxlovid®) y tixagevimab/cilgavimab (▼Evusheld®) en COVID-19

Resumen

Paxlovid® es una combinación del nuevo antiviral nirmatrelvir y del antirretroviral ya conocido ritonavir. El primero actúa como inhibidor peptidomimético potente y selectivo de la proteasa principal del SARS-CoV-2, bloqueando la capacidad del virus de procesar los precursores poliproteicos e impidiendo su replicación; parece que retiene actividad frente a las variantes virales más expandidas. Ritonavir, por su parte, actúa como potenciador farmacocinético: inhibe el metabolismo de nirmatrelvir por las isoenzimas hepáticas CYP3A4 y aumenta sus concentraciones plasmáticas. El medicamento ha recibido la aprobación condicional para el tratamiento de la COVID-19 por vía oral en adultos que no requieren aporte de oxígeno suplementario y que tienen un riesgo alto de progresar a enfermedad grave.

Se ha contrastado adecuadamente en un ensayo pivotal de fase 2/3 (N= 2.246) que el tratamiento, administrado en los primeros 5 días de manifestaciones en pacientes adultos con COVID-19 leve-moderada no vacunados ni convalecientes de la infección y con algún factor de riesgo de empeoramiento (edad avanzada, inmunodepresión o comorbilidades), reduce el riesgo de hospitalización por COVID-19 o muerte por cualquier causa en un 87% respecto a placebo. Con una eficacia consistente en todos los subgrupos de pacientes, y mayor en pacientes seronegativos, presenta un perfil toxicológico benigno (similar a placebo), en que la mayoría de los eventos adversos son leves-moderados; sobresalen por su frecuencia los trastornos del gusto o la diarrea. Se trata, pues, del primer antiviral de uso por vía oral frente a la COVID-19, que incorpora, además, una nueva diana terapéutica en la lucha frente al coronavirus. A pesar de que su evaluación excluyó a pacientes vacunados (la mayoría en España actualmente) y que su uso más allá de los 5 días desde el debut de la enfermedad limita su utilidad clínica, parece que su pauta de fácil cumplimiento y su beneficio-riesgo lo pueden convertir en una herramienta importante en los pacientes más susceptibles.

Por su parte, Evusheld® es una asociación de tixagevimab y cilgavimab, dos nuevos anticuerpos monoclonales humanos recombinantes, con una vida media optimizada, producidos a partir de anticuerpos obtenidos de células B de pacientes convalecientes de infección por SARS-CoV-2. Ambos se unen afín, selectiva y simultáneamente a regiones no superpuestas del dominio de unión al receptor (RBD) de la proteína S: impiden la unión del virus al receptor ECA2 en las células humanas y bloquean la infección. El medicamento ha sido autorizado en dos inyecciones intramusculares independientes para la profilaxis de la COVID-19 previa a la exposición al SARS-CoV-2 en adultos y adolescentes a partir de 12 años que pesen ≥ 40 kg.

Su autorización se sustentó en un estudio de fase 3 aún en marcha (N= 5.197), en que el tratamiento en adultos sin COVID-19 ni antecedentes de ella, no vacunados pero con alto riesgo de infección por circunstancias personales o profesionales, o bien con riesgo elevado de respuesta inmune inadecuada a las vacunas (por contraindicación, edad avanzada, inmunodepresión o comorbilidades), demostró una reducción del riesgo de COVID-19 sintomática en un 83% frente a placebo, tras más de 6 meses desde la inyección. No habiéndose registrado ningún caso de enfermedad grave o muerte en el brazo experimental, la eficacia fue independiente de factores como la edad o susceptibilidad de mayor gravedad. Además, con una incidencia de eventos adversos –casi todos leves-moderados– similar a placebo, el medicamento mostró un buen perfil de seguridad en que destacan reacciones locales en la zona de inyección y de hipersensibilidad. Si bien persisten incertidumbres sobre su efectividad frente a la variante ómicron, son los primeros monoclonales anti-proteína S disponibles en España y pueden ser de utilidad en la inmunización pasiva de grupos de riesgo.

Aspectos fisiopatológicos

La enfermedad causada por coronavirus o COVID-19 –acrónimo derivado del inglés coronavirus disease 2019 (inicialmente el virus se denominó “2019 novel coronavirus” o “2019-nCoV”)– es una patología infecciosa causada por el virus zoonótico SARS-CoV-2. Este virus emergió por primera vez como patógeno humano en China a finales de 2019, cuando en la ciudad de Wuhan las autoridades sanitarias locales informaron de un grupo de 27 casos de neumonía de etiología desconocida (incluyendo 7 casos graves), con una exposición común a un mercado mayorista de marisco, pescado y animales vivos en esa ciudad. El inicio de los síntomas del primer caso oficialmente reconocido fue el 8 de diciembre de 2019, y el 7 de enero de 2020 las autoridades chinas identificaron como agente causante del brote al nuevo virus de la familia Coronaviridae, cuya secuencia genética se hizo pública rápidamente, el 12 de enero. Los análisis filogenéticos revelaron posteriormente una relación más estrecha del citado virus con el coronavirus del síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV; homología en torno al 79%) que con otros coronavirus que infectan a los humanos, incluido el coronavirus del síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS-CoV; en torno al 50%).

Desde entonces, hemos asistido a su rápida expansión –en mayor o menor grado– por la práctica totalidad de países del mundo, debido a su relativamente fácil transmisión persona-persona por vía aérea a través de secreciones respiratorias (gotículas emitidas al toser o estornudar) y aerosoles (generados incluso al hablar). El 11 de marzo de 2020 el brote llegó a ser calificado como pandemia por la Organización Mundial de la Salud. En constante evolución microbiológica desde entonces, han aparecido distintas variantes virales cuyas mutaciones les han dotado de una capacidad de hacerse predominantes a nivel mundial, como la variante delta o la ómicron.

Desde el punto de vista epidemiológico, las cifras han sido y son constantemente cambiantes. Según datos del Ministerio de Sanidad, a día 5 de abril de 2022 (fecha de conclusión de este artículo) se ha registrado de forma oficial el diagnóstico confirmado de 11,57 millones de casos en España en hasta 6 olas epidémicas; de ellos, 2,04 millones han correspondido a personas de ≥ 60 años de edad. En términos de mortalidad, se ha estimado una tasa de letalidad variable entre países, que, en nuestro país, ha rondado el 2,2% hasta la difusión de la variante ómicron. Las autoridades sanitarias han reconocido como causadas por COVID-19 un total de 102.747 fallecimientos. Pese a los intentos de control sin precedentes por los diferentes países, los casos confirmados de infección y fallecimientos por la enfermedad continúan aumentando a nivel mundial, también en España. Se trata, pues, de una pandemia global que ha representado el principal desafío para la salud pública y la estabilidad socioeconómica en muchas décadas; afortunadamente, a partir del inicio de 2022, gracias a la vacunación, se ha controlado sustancialmente la incidencia de patología grave y su letalidad.

El SARS-CoV-2 (Tabla 1) es un patógeno nuevo frente al que no existía inmunidad preexistente y todas las personas se encontraban en riesgo de infección, en mayor medida aquellas con mayor riesgo de exposición al virus, como pueden ser los profesionales sanitarios u otros profesionales “de primera línea” en contacto con muchas personas. Se ha demostrado que, pasada la infección, una proporción amplia de individuos –pero no la totalidad– desarrollan inmunidad protectora en términos de respuesta de anticuerpos neutralizantes y de inmunidad mediada por células T. No obstante, hoy en día aún no se conoce con seguridad en qué medida y durante cuánto tiempo se mantiene esta protección (se cree que puede perdurar más allá de 6 meses).



Hay consenso en la comunidad científica en torno al hecho de que la gran mayoría de infecciones cursan como casos asintomáticos (aspecto fundamental a la hora de tratar de contener la transmisión del virus) o enfermedad levemente sintomática por infección del tracto respiratorio superior, con manifestaciones que pueden asemejarse a las del catarro común, resultando en una completa recuperación clínica de los pacientes en menos de 2 semanas. Sin embargo, la presencia de otras patologías subyacentes tales como hipertensión, diabetes, enfermedad cardiovascular, patologías crónicas respiratorias o renales, obesidad, cáncer y otros estados de inmunodepresión (por ejemplo, pacientes trasplantados) se consideran, junto a una edad avanzada1, factores de riesgo para el desarrollo de una enfermedad grave y de mortalidad por COVID-19. La OMS estimó que el 80% de las personas infectadas se recuperan sin necesidad de atención hospitalaria, mientras que el 15% desarrolla una enfermedad moderada-grave que sí requiere asistencia especializada, y el 5% necesita cuidados intensivos.

Aunque se ha descrito una amplia variabilidad de presentaciones clínicas de la COVID-19, se acepta que, cuando ésta es sintomática, la forma más común es aquella que se manifiesta con tos y fiebre, y la radiografía de tórax muestra opacidades “en vidrio esmerilado” o sombras irregulares, posiblemente de forma bilateral. Los síntomas más comunes en pacientes hospitalizados (en orden de mayor a menor frecuencia), variables con el tiempo, incluyen: fiebre, tos seca, dificultad para respirar, fatiga, mialgias, náuseas/vómitos o diarrea, dolor de cabeza, debilidad y rinorrea. La anosmia –pérdida del olfato– o la ageusia –pérdida del gusto– pueden ser la única manifestación en aproximadamente el 3% de las personas que padecen COVID-19; esto era especialmente aplicable para la variante viral delta. En este sentido, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. llegaron a definir la enfermedad como la presencia de uno o más de los siguientes síntomas: fiebre, tos de nueva aparición o aumentada, falta de aire nueva o aumentada, escalofríos, dolor muscular nuevo o aumentado, pérdida del gusto u olfato, dolor de garganta, diarrea, vómitos, fatiga, cefalea, congestión o secreción nasal y/o náuseas.

La progresión de la patología puede conducir a una de las mayores complicaciones, el síndrome de distrés respiratorio agudo (SDRA), que se manifiesta con disnea y fallo respiratorio agudo –suele requerir ventilación mecánica– y es susceptible de conducir hasta la insuficiencia multiorgánica y la muerte. Por otro lado, además de las secuelas respiratorias, la COVID-19 se ha relacionado con secuelas cardiovasculares (entre otras, daño miocárdico, arritmias, insuficiencia cardiaca y eventos tromboembólicos, incluyendo ictus isquémico), daño renal agudo (que puede hacer necesario un trasplante o diálisis) o complicaciones neurológicas (por ejemplo, encefalopatía). E incluso se ha descrito una entidad de COVID-19 de larga duración o COVID persistente, con manifestaciones variables cronificadas en el tiempo.

Inicialmente se estimó que la mediana del periodo de incubación tras la infección inicial era de 4 o 5 días hasta el desarrollo de los síntomas, si bien la mayoría de los pacientes sintomáticos experimentan síntomas entre los 2 y los 7 días posteriores a la infección, y prácticamente todos antes del día 12. Los pacientes con enfermedad grave o crítica pueden tardar una media de 3 a 6 semanas en recuperarse, habiéndose descrito, en los casos de fallecidos, un tiempo variable desde el inicio de los síntomas hasta la muerte entre 2 y 8 semanas. Un tiempo elevado de protombina o niveles anormalmente altos de proteína C reactiva son algunos de los biomarcadores que se han relacionado con la mayor gravedad de la enfermedad al ingreso hospitalario y con la necesidad de ingreso en UCI.

En una amplia mayoría de las situaciones clínicas, y preferiblemente a los pocos días de la exposición (cuando debutan los síntomas), para el diagnóstico definitivo de infección activa por SARS-CoV-2 se emplea como método de referencia o gold standard la técnica molecular denominada reacción en cadena de la polimerasa con transcripción reversa (RT-PCR), basada en la detección del ARN viral; la práctica general implica la toma de muestras mediante un hisopo o torunda en las fosas nasales, aunque también puede hacerse en la mucosa bucofaríngea e incluso se emplean muestras de saliva. Sin embargo, la capacidad de esta técnica para determinar la duración de la infectividad de los pacientes es muy limitada.

No obstante, todo lo anterior aplica en menor medida a la variante ómicron del SARS-CoV-2 que actualmente domina en Europa, y a su linaje Ba.2 u “ómicron silenciosa”, en creciente expansión a nivel internacional. La aparición de esta variante en el último trimestre del año 2021 y su rápida generalización han supuesto desde entonces un cambio importante en la epidemiología de la COVID-19, conducente, por ejemplo, a la generalización de los test de antígenos de autodiagnóstico como prueba más extendida para la detección del virus o a la actual gripalización de la enfermedad, con una relajación parcial de las medidas preventivas y de vigilancia epidemiológica que han imperado en los últimos meses. Esto es debido a que la variante ómicron incorporó –gracias a sus mutaciones, sobre todo en la proteína S del virus– frente a otras variantes anteriormente predominantes (como alfa o delta) una mayor capacidad de escape a la inmunoprotección inducida por la infección natural con otras variantes o por vacunas y un notable aumento de la transmisibilidad, pero también una menor gravedad de los casos.

Desde el punto de vista de la terapéutica, el manejo de la COVID-19 se ha desarrollado por completo desde mediados del año 2020 y durante 2021 y 2022, a medida que ha ido avanzando el conocimiento biomédico sobre el virus y la patología, tal y como se ha venido comentando en detalle en números previos de Panorama Actual del Medicamento. Se recomienda consultar la revisión monográfica (Fernández-Moriano, 2021a) y los distintos artículos publicados a este respecto.

Desde un principio, fueron numerosos los fármacos potencialmente candidatos que se investigaron en ensayos clínicos y para los cuales se ha descartado la eficacia terapéutica (por ejemplo, hidroxicloroquina, azitromicina o lopinavir/ritonavir). Los dos primeros fármacos autorizados en la UE para el tratamiento de la COVID-19 grave –pacientes que requieren terapia de oxígeno suplementaria– fueron el antiviral remdesivir y el corticosteroide dexametasona, los cuales han probado su capacidad de reducir significativamente el tiempo hasta la recuperación clínica y la mortalidad, respectivamente, en determinados subgrupos de pacientes. También se ha demostrado el beneficio sobre la mortalidad de tocilizumab en pacientes con enfermedad grave, fundamentado en sus propiedades antiinflamatorias, que atenuarían el proceso hiperinflamatorio a nivel pulmonar.

En todo caso, el tratamiento de los casos graves de COVID-19 a nivel hospitalario ha recurrido frecuentemente, además de al tratamiento sintomático de soporte (fluidoterapia, oxígeno, antitérmicos, antibióticos, etc.), al uso off label e incluso al uso compasivo de otras opciones terapéuticas, entre las que sobresalen: plasma hiperinmune procedente de pacientes que han superado la enfermedad (para el cual ya se ha descartado su utilidad en casos graves), de inmunoglobulinas específicas, estatinas, otros corticoides antiinflamatorios o agentes inmunomoduladores dirigidos (como el inhibidor de enzimas JAK baricitinib) y anticoagulantes.

De estas terapias, algunas han sido autorizadas en la UE y otras continúan en investigación, habiendo mostrado un impacto variable sobre la gravedad y duración de la COVID-19 según el estadio de la infección y las manifestaciones clínicas. En la actualidad, además de los fármacos que se comentarán en detalle en este artículo, están autorizados para su uso frente a COVID-19 los siguientes:

  • Remdesivir.
  • Dexametasona.
  • Tocilizumab.
  • Anakinra.
  • Regdanvimab, casirivimab e imdevimab, y sotrovimab: monoclonales diseñados frente a la proteína S del virus. A diferencia de los anteriores, estos se indican en casos leves o moderados en pacientes que tienen un especial riesgo de empeoramiento y hospitalización.

En resumen, el tratamiento de la COVID-19 ha mejorado con la experiencia clínica y aún hay cantidad de ensayos en marcha con diversos fármacos, algunos de los cuales han mostrado resultados preliminares prometedores (plitidepsina, sarilumab, etc.). Pero la pandemia sigue vigente y continúa existiendo una necesidad médica urgente y no cubierta para conseguir medicamentos más fácilmente accesibles o, por ejemplo, de uso por vía oral en el ámbito ambulatorio.

Sea como fuere, el gran progreso de la lucha contra el SARS-CoV-2 ha venido determinado por el desarrollo de una prevención farmacológica efectiva y segura mediante vacunas. Se encuentran autorizadas en la UE 5 vacunas: 2 a base de ARNm (Comirnaty® y Spikevax®), otras 2 basadas en vectores adenovirales (Vaxzevria® y COVID-19 Vaccine Janssen®) y la más reciente a base de proteínas recombinantes (Nuvaxovid®, de Novavax, aún no disponible en España). Estos medicamentos, analizados ampliamente en números anteriores de Panorama, han comportado un amplio grado de innovación farmacoterapéutica –sobre todo, las de ARNm (Fernández-Moriano, 2021b)– y han abierto la puerta a la esperanza de la erradicación de la pandemia y la vuelta a una vida sin restricciones sociales.

Acción y mecanismo

Paxlovid® es una combinación del nuevo PF-07321332 o nirmatrelvir y del ya conocido antirretroviral ritonavir. El primero es el fármaco realmente activo como antiviral: actúa como inhibidor peptidomimético potente y selectivo de la proteasa principal del SARS-CoV-2 (Mpro), también conocida como proteasa 3CL o nsp5, de modo que bloquea la capacidad del virus de procesar los precursores poliproteicos e impide su replicación, necesaria para seguir infectando células humanas. Ritonavir, un inhibidor de la proteasa del VIH, se incluye en el medicamento por su capacidad para inhibir las isoenzimas metabolizadoras hepáticas CYP3A4, bloqueando así la degradación de nirmatrelvir y aumentando sus concentraciones plasmáticas. El medicamento ha recibido la aprobación condicional para el tratamiento por vía oral de la COVID-19 en adultos que no requieren aporte de oxígeno suplementario y que tienen un riesgo alto de progresar a enfermedad grave; debe iniciarse el tratamiento lo antes posible tras el diagnóstico y dentro de los 5 días posteriores al inicio de los síntomas, coincidiendo con la fase replicativa más intensa del virus.

En la investigación preclínica, nirmatrelvir demostró una actividad antiviral potente frente al SARS-CoV-2 en un modelo celular de epitelio alveolar humano, con una CE50 de 61,8 nM tras 3 días de exposición. De modo interesante, el fármaco mostró valores de CE50 en el rango nanomolar frente a aislados de SARS-CoV-2 de diversas variantes (alfa, gamma, delta, lambda, mu y ómicron), del orden de ≤ 3 veces menor en comparación con la variante viral original (de Wuhan), lo cual puede comprenderse por la similitud estructural de la proteasa 3CL en toda la familia Coronaviridae; en cambio, la variante beta fue la más resistente, con una reducción en la susceptibilidad de > 3 veces. Pero por ahora no se tiene información concluyente sobre la resistencia del virus a nirmatrelvir, pues no se han completado los estudios preclínicos ni clínicos. Solo está disponible un ensayo in vitro con la proteasa del virus de la hepatitis murina, que demostró una reducción de hasta 5 veces en la susceptibilidad al fármaco de virus mutantes con 5 mutaciones en la proteína, pero no se conoce la relevancia de tal hallazgo para el nuevo coronavirus (AEMPS, 2022b).

Además, se realizaron dos estudios in vivo que probaron la relevante actividad antiviral de nirmatrelvir en modelos murinos infectados con un SARS-CoV-2 modificado para infectar al ratón. La administración por vía oral del fármaco dos veces al día (300 o 1.000 mg/kg), iniciada 4 o 12 h tras la inoculación del virus, demostró que los animales que recibían el fármaco tenían una mayor reducción de los niveles virales en pulmón y mejoraban los indicadores de enfermedad –pérdida de peso y patología pulmonar– en comparación con aquellos tratados con placebo (EMA, 2022).

Por su parte, Evusheld® consiste en una asociación de tixagevimab y cilgavimab, dos anticuerpos monoclonales humanos recombinantes de larga vida media, optimizados a partir de anticuerpos obtenidos de células B de pacientes convalecientes de infección por SARS-CoV-2. Ambos fármacos se unen simultáneamente a regiones no superpuestas del dominio de unión al receptor (RBD, por sus siglas en inglés) de la proteína S o de la espícula: así, impiden la unión del RBD, y por extensión del virus, al receptor ECA2 de las células humanas, y bloquean la infección celular. El medicamento ha sido autorizado para su uso por vía intramuscular en la profilaxis de la COVID-19 previa a la exposición al SARS-CoV-2 en adultos y adolescentes a partir de 12 años de edad que pesen al menos 40 kg.

Los estudios preclínicos han probado que tixagevimab, cilgavimab y su combinación se unen a la proteína S con valores de constante de disociación en el equilibrio en el rango picomolar (KD de 2,8, 13,0 y 13,7 pM, respectivamente); de igual modo, bloquearon la unión del RBD al receptor humano ECA2 con valores de CI50 de 0,32, 0,53 y 0,43 nM, respectivamente. Todo ello demuestra una alta afinidad por su epítopo diana y una alta capacidad de bloquear su interacción con el receptor celular y, con ello, la entrada del virus. Adicionalmente, en un modelo celular epitelial, tixagevimab, cilgavimab y su combinación neutralizaron el SARS-CoV-2 con valores de CE50 de 60,7, 211,5 y 65,9 pM, respectivamente; tales valores in vitro se correlacionan con concentraciones séricas in vivo clínicamente eficaces del medicamento.

En relación con las resistencias virales, los estudios de neutralización permitieron confirmar que tixagevimab y cilgavimab en combinación retienen la actividad de neutralización completa o casi completa frente a cepas de pseudovirus y/o virus vivos del SARS-CoV-2 que portan las mutaciones de la proteína S identificadas en las variantes alfa, beta, gamma, delta y ómicron; mantuvieron la actividad frente a todos los pseudovirus probados con sustituciones individuales de la espícula que se habían relacionado con escape a la neutralización de otros anticuerpos monoclonales dirigidos al RBD. En cambio, cuando se probaron por separado ambos fármacos, se vio que sí se reducía la susceptibilidad de algunas variantes.

Otros ensayos que emplearon partículas tipo virus (VLP, por sus siglas en inglés) con expresión de la proteína S de la variante ómicron y alguno de sus linajes mostraron una susceptibilidad reducida a tixagevimab y cilgavimab en combinación, por lo que en la actualidad se está tratando de dilucidar cómo esas pequeñas reducciones de actividad se correlacionan con resultados clínicos (AEMPS, 2022a; Touret et al., 2022). Conviene recordar que la variante ómicron no circulaba durante los ensayos clínicos de Evusheld® y que los datos de secuenciación viral solo estuvieron disponibles para una escasa proporción de los participantes. Se cree posible que las variantes asociadas a una resistencia a ambos fármacos en asociación puedan tener resistencia cruzada con otros anticuerpos monoclonales dirigidos al RBD del SARS-CoV-2.

Desde el punto de vista farmacodinámico, en los estudios clínicos se puso de manifiesto que una sola dosis intramuscular de 150 mg de tixagevimab y otra de 150 mg de cilgavimab inducían niveles de anticuerpos neutralizantes a los 7, 28 y 57 días después que eran notablemente más elevados (16, 22 y 17 veces, respectivamente) que los medidos en plasma de pacientes convalecientes con COVID-19.

Aspectos moleculares

El principio activo de Paxlovid®, nirmatrelvir, tiene como nombre químico el de (1R,2S,5S)-N-((1S)-1-ciano-2-((3S)-2-oxopirrolidin-3-il)etil)-3-((2S)-3,3-dimetil-2-(2,2,2-trifluoroacetamido)butanoil)-6,6-dimetil-3-azabiciclo[3.1.0]hexane-2-carboxamida, que se corresponde con la fórmula molecular C23H32F3N5O4 y un peso molecular de 499,54 g/mol. Con una estructura péptidomimética que “engaña” a la proteasa del virus (Figura 1), se presenta como un polvo cristalino no higroscópico, de color blanco a pálido, con escasa solubilidad en agua y en medios acuosos con pH 2-7. La molécula incluye 6 estereocentros, pudiendo, por tanto, existir 32 esteroisómeros, si bien el dominio azabiciclohexano solo puede existir en una configuración.



Se ha descrito que los residuos aminoacídicos críticos en las interacciones para la unión enzima-inhibidor están bien conservados (frecuencia de mutaciones < 0,03%) en la familia de coronavirus: concretamente son 6 los residuos de la proteasa (Cys145, Gly143, Glu166, His163, Phe140, His164) principalmente implicados en esa unión de nirmatrelvir mediante enlaces covalentes o puentes de hidrógeno, aunque se han identificado otros 7 residuos que podrían estar adicionalmente involucrados.

Por su parte, ritonavir es un antirretroviral autorizado desde hace más de dos décadas que tiene por nombre químico el de tiazol-5-il-metil[(1S,2S,4S)-1-benzil-2-hidroxi-4-[[(2S)-3-metil-2-[[metil[[2-(1-metiletil)thiazol-4-il] metil] carbamoil] amino] butanoil] amino]-5-fenilpentil]carbamato; presenta la fórmula C37H48N6O5S2 y tiene un peso molecular de 720,94 g/mol. Ritonavir se presenta como un polvo cristalino no higroscópico, de color blanco o blanquecino, prácticamente insoluble en agua, escasamente soluble en acetonitrilo y ampliamente soluble en metanol. La molécula exhibe isomería por contener 4 centros quirales introducidos selectivamente en el proceso de síntesis (EMA, 2022).

En la composición de Evusheld®, tixagevimab y cilgavimab son dos anticuerpos monoclonales humanos de tipo IgG1k que derivan de células B de pacientes convalecientes con infección por SARS-CoV-2, y que son producidos en células de ovario de hámster chino (CHO) mediante la tecnología del ADN recombinante. Sus moléculas han sido optimizadas posteriormente a su aislamiento con sustituciones de aminoácidos en las regiones Fc a fin de prolongar la semivida del anticuerpo y para reducir su función efectora y el posible riesgo de enfermedad incrementada dependiente de anticuerpos. En ausencia de publicación del EPAR de la EMA para este medicamento, no se conocen más especificidades de estas proteínas terapéuticas.

Eficacia y seguridad clínicas

Nirmatrelvir/ritonavir

La eficacia y seguridad clínicas de la asociación del nuevo nirmatrelvir con ritonavir (en adelante, N+R) han sido adecuadamente contrastadas en el análisis intermedio y final del estudio clínico EPIC-HR (acrónimo del inglés Evaluation of Protease Inhibition for COVID-19 in High Risk Patients), un ensayo de fase 2/3 con diseño aleatorizado, doblemente ciego y controlado con placebo, que incluyó un total de 2.246 pacientes adultos sintomáticos no hospitalizados, con diagnóstico microbiológico confirmado de COVID-19 y no más de 5 días de evolución de las manifestaciones. Estos fueron asignados al azar (1:1) para recibir la nueva combinación de fármacos (300 mg nirmatrelvir/ 100 mg ritonavir) o placebo por vía oral cada 12 horas durante 5 días. Los participantes debían de presentar al menos uno de los factores de riesgo de evolución a patología grave: edad ≥ 60 años, diabetes, cáncer, sobrepeso, enfermedad pulmonar, cardiovascular o renal crónicas, fumador en activo, inmunosupresión por enfermedad o farmacoterapia, anemia de células falciformes, trastornos del desarrollo neurológico o dependencia médica de soporte tecnológico. Pero se excluyeron aquellas personas con antecedentes de COVID-19 o vacunación frente a esa enfermedad.

Las características demográficas y clínicas basales estaban bien balanceadas entre los brazos de estudio. Sobresalen las siguientes: la media de edad era de 46 años (solo un 13% de participantes tenía ≥ 65), el 51% eran hombres, el 72% de raza blanca, dos tercios de los participantes presentaban síntomas de ≤ 3 días de duración antes del tratamiento, un 81% tenía un IMC > 25 kg/m2 (37% eran obesos), un 12% tenía diabetes mellitus, solo < 1% tenía inmunodeficiencia y el 47% tuvo serología negativa al inicio (51% tuvo serología positiva). Es preciso destacar que la variante principal del SARS-CoV-2 en el estudio fue delta (98%).

El análisis por intención de tratar modificado (Hammond et al., 2022), que excluyó a los participantes que habían recibido tratamiento anti-COVID-19 con anticuerpos monoclonales o iban a recibirlo (6%), diferenció entre el grupo de pacientes que fueron tratados antes de los 3 días desde el inicio de los síntomas y el global de los participantes que se trataron en los primeros 5 días. Se valoró como variable principal de eficacia la proporción de participantes hospitalizados por COVID-19 o fallecidos por cualquier causa hasta el día 28.

El análisis final reveló que la reducción relativa a placebo del riesgo de hospitalización por COVID-19 o muerte era de -5,6 puntos porcentuales (IC95% -7,21 a -4,03; p< 0,0001), habiéndose registrado 8 eventos (0,8% del total) en el brazo de la combinación N+R (n= 1.039) y 66 eventos (6,3%) en el grupo placebo (n= 1.046); en concreto, hubo 0 muertes con N+R frente a 12 muertes (1,1%) con placebo. Así, se estimó una reducción del riesgo de hospitalización o muerte del 87% con el nuevo medicamento. Los resultados de eficacia fueron consistentes en todos los subgrupos de pacientes, incluyendo aquellos de mayor edad (≥ 65 años) o con sobrepeso/obesidad y diabetes.

Se vieron ciertas diferencias entre quienes recibían el tratamiento dentro de los 3 días posteriores al inicio de los síntomas (reducción de riesgo estimada de -5,8 puntos porcentuales; IC95% -7,8 a -3,8) respecto a los que fueron tratados más tarde pero siempre en los 5 primeros días (reducción de riesgo de -5,2 puntos porcentuales; IC95% -7,9 a -2,5). El beneficio con la terapia antiviral, pues, parece ligeramente mayor en los primeros (n= 1.379), habiéndose registrado eventos en un 0,72% de los participantes tratados con N+R (5/697) frente al 6,45% (44/682) en el grupo placebo. De igual modo, en el conjunto de pacientes tratados en los primeros 5 días, el beneficio con el tratamiento con N+R fue significativamente mayor en aquellos que presentaban serología negativa al inicio, entre quienes la reducción relativa a placebo del riesgo de hospitalización o muerte alcanzó una reducción de -10,3 puntos porcentuales (IC95% -13,3 a -7,2; p< 0,0001), notificándose eventos para el 1,4% de los pacientes en el brazo experimental (7/487) frente a un 11,5% (58/505) en el grupo control. Por contra, la reducción relativa del riesgo entre los pacientes con serología basal positiva fue notablemente menor: se quedó en -1,34 puntos porcentuales (IC95% -2,5 a -0,2; p= 0,018).

Desde el punto de vista de la seguridad, la combinación N+R en la pauta autorizada parece un tratamiento bien tolerado, con un perfil toxicológico relativamente benigno. Así, la tasa de eventos adversos que emergen durante el tratamiento es muy similar, e incluso más baja, a la descrita con placebo (22,6% vs. 23,9%). En su mayoría son eventos adversos leves-moderados en severidad, sin una incidencia importante de eventos de grado ≥ 3 (4,1% vs. 8,3% con placebo). Las reacciones adversas más comunes durante el tratamiento (≤ 5 días de duración) y hasta 34 días después fueron: disgeusia o trastornos del gusto (5,6% vs. 0,3% con placebo), diarrea (3,1% vs. 1,6%), cefalea (1,4% vs. 1,3%) y vómitos (1,1% vs. 0,8%). Todos estos eventos adversos ya habían sido descritos con ritonavir en monoterapia.

El riesgo de interacciones con otros tratamientos concomitantes es un factor importante a la hora del manejo de la nueva asociación: el efecto de ritonavir como inhibidor del CYP3A (precisamente por esa capacidad se emplea como potenciador farmacocinético de nirmatrelvir) puede aumentar las concentraciones plasmáticas de otros fármacos metabolizados principalmente por esa vía, y dar lugar a posibles acontecimientos graves. Por ello se contraindica su administración con fármacos tan comunes como amiodarona, diazepam, rifampicina, simvastatina o sildenafilo, entre otros (se recomienda revisar la ficha técnica del medicamento para estudiar las numerosas interacciones potenciales).

Tixagevimab/cilgavimab

Por otro lado, la seguridad y eficacia de la combinación de tixagevimab y cilgavimab (en adelante, T+C) como profilaxis pre-exposición de enfermedad sintomática se han confirmado en un amplio estudio pivotal de fase 3 aún en marcha (PROVENT), con diseño aleatorizado, doble ciego y controlado por placebo, que incluyó participantes adultos sin COVID-19 (PCR negativa) considerados de alto riesgo de respuesta inadecuada a la inmunización mediante vacunas (por intolerancia/contraindicación, inmunodepresión, edad ≥ 60 años o comorbilidades) o bien con riesgo elevado de infección por SARS-CoV-2 por su ubicación o circunstancias personales/profesionales2. Los participantes fueron asignados al azar (2:1) a recibir por vía intramuscular bien la nueva combinación (150 mg tixagevimab y 150 mg cilgavimab) o bien placebo en dos inyecciones separadas. Se excluyeron del estudio personas con antecedentes de infección por SARS-CoV-2 o con positividad de anticuerpos anti-SARS-CoV-2 (vacunados o con otro tratamiento preventivo).

De nuevo, las características demográficas y clínicas en el momento basal estuvieron bien balanceadas entre los dos brazos. Cabe destacar lo siguiente: la mediana de edad fue de 57 años (24% con ≥ 65), 54% eran hombres, un 73% de raza blanca y un 78% tenían comorbilidades u otras características de mayor riesgo de enfermedad grave (42% obesidad, 14% diabetes, 8% patología cardiovascular, 7% cáncer o antecedentes, entre otras). En el momento en que se desarrolló el ensayo clínico no circulaba la variante ómicron del SARS-CoV-2.

El análisis primario de eficacia incluyó un total de 5.197 participantes, 3.441 de los cuales recibieron T+C y 1.731 que recibieron placebo. Con una mediana de seguimiento de 83 días desde la administración (algo menos de 3 meses), se verificaron 8 eventos de COVID-19 sintomática confirmada por PCR antes del día 183 –variable principal– en el brazo experimental (0,2%; n= 3.441), frente a 17 eventos (1,0%; n= 1.731) en el grupo placebo. Estos datos se tradujeron en una reducción significativa del riesgo relativo del 77% (IC95% 46-90). Esa eficacia de T+C fue consistente en todos los subgrupos de pacientes predefinidos, con independencia de factores como edad, género, raza, comorbilidades u otras características potencialmente asociadas con una mayor gravedad. De modo interesante, entre los sujetos tratados con T+C no se confirmó ningún caso de COVID-19 grave-crítica (esto es, PCR positiva para SARS-CoV-2 y asociación con neumonía o hipoxemia y una puntuación alta en la escala clínica de la OMS), frente a 1 caso en el grupo placebo.
Una actualización posterior de los datos mediante un análisis post-hoc tras una mediana de seguimiento global de 6,5 meses confirmó una eficacia incluso mayor del tratamiento experimental. Así, la reducción del riego de COVID-19 sintomática con T+C frente a placebo fue del 83% (IC95% 66-91), habiéndose confirmado 11 eventos en el grupo de T+C (0,3%; n= 3.441) y 31 eventos entre los tratados con placebo (1,8%; n= 1.731); nuevamente, no hubo ningún caso grave/crítico de COVID-19 o de muerte relacionada con la COVID-19 en el brazo experimental, frente a 5 y 2 eventos, respectivamente, en el grupo placebo. Si se incluyen los datos de los 25 participantes que tuvieron una PCR positiva para SARS-CoV-2 al inicio, la reducción del riesgo de enfermedad sintomática positiva por PCR se mantuvo en el 78% (tasas de incidencia de 0,4% en el grupo de T+C y de 1,8% con placebo).

Es preciso señalar que el estudio sigue activo (se prevé su finalización en junio de 2022), aunque sin incluir nuevos participantes. Por tanto, dado que los datos clínicos se recolectaron antes de la expansión de la variante ómicron predominante a nivel mundial, su extrapolación en la situación actual queda en entredicho. Los estudios de laboratorio han demostrado que el medicamento mantiene su actividad neutralizante frente a dicha variante –el linaje BA.1 puede ser menos sensible a la combinación T+C que el linaje BA.2 u “ómicron silenciosa”–, pero disminuye en comparación a la que tenían frente a cepas originales y a delta (MS, 2022). La EMA evaluará la información que vaya estando disponible al respecto para aconsejar sobre el uso de este medicamento y su pauta posológica óptima frente a variantes emergentes que pudieran ser más o menos susceptibles.

Por último, el perfil toxicológico de la combinación T+C en profilaxis ha sido adecuadamente caracterizado por datos de un total de 4.210 participantes adultos que han recibido la pauta autorizada por vía intramuscular en ensayos de fase 3. Con un seguimiento medio de 3 meses, la incidencia de eventos adversos con en el grupo de T+C fue similar a la descrita con placebo (35,3% vs. 34,2%); la gran mayoría fueron leves (73%) o moderados (24%) en severidad, pues solo el 1% de eventos se consideraron graves en ambos grupos. El perfil de seguridad se mantuvo similar a los 6 meses de seguimiento. La reactogenicidad observada fue principalmente local y las reacciones adversas descritas con mayor frecuencia fueron: reacciones en la zona de inyección como eritema, prurito e induración (1,3%) e hipersensibilidad (1,0%, sobre todo erupción cutánea y urticaria); con menor frecuencia se describieron otras reacciones inespecíficas relacionadas con la inyección, tales como cefalea, escalofríos, fatiga o tos. La tasa de aparición de anticuerpos antifármaco es baja (1,3%) y no parece que tenga impacto sobre la eficacia o la seguridad.

Aspectos innovadores

Paxlovid® es una combinación del nuevo antiviral nirmatrelvir y del antirretroviral ya conocido ritonavir. El primero actúa como inhibidor peptidomimético potente y selectivo de la proteasa principal del SARS-CoV-2 (Mpro o 3CL), bloqueando la capacidad del virus de procesar los precursores poliproteicos e impidiendo su replicación, necesaria para seguir infectando células humanas; parece que mantiene actividad antiviral relevante frente a las variantes virales más expandidas. Ritonavir, por su parte, actúa como potenciador farmacocinético: al inhibir las isoenzimas metabolizadoras hepáticas CYP3A4, bloquea la degradación y aumenta las concentraciones plasmáticas de nirmatrelvir. El medicamento ha recibido la aprobación condicional para el tratamiento por vía oral de la COVID-19 en adultos que no requieren aporte de oxígeno suplementario y que tienen un riesgo alto de progresar a enfermedad grave.

El ensayo clínico pivotal de fase 2/3 EPIC-HR, de adecuado diseño (aleatorizado, doble ciego y controlado), aleatorizó a 2.246 adultos no hospitalizados con diagnóstico de COVID-19 leve-moderada, de un máximo de 5 días de evolución de los síntomas, no vacunados ni convalecientes de la infección y con algún factor de riesgo de empeoramiento (edad avanzada, inmunodepresión o comorbilidades). Los resultados revelan que la nueva combinación mejoró notablemente la frecuencia de hospitalización por COVID-19 o muerte por cualquier causa en comparación con placebo en los primeros 28 días: se verificaron 8 eventos (0,8%) en el brazo experimental y 66 (6,3%) en el grupo control, lo que se tradujo en una reducción del riesgo de hospitalización o muerte del 87% (-5,6 puntos porcentuales).

La eficacia fue consistente en todos los subgrupos de pacientes, con independencia de la edad o comorbilidades. De modo interesante, se vio que se beneficiaban del nuevo tratamiento en mayor medida los pacientes que tenían una serología negativa al inicio, en quienes la reducción del riesgo relativo frente a placebo fue de -10,3 puntos porcentuales (eventos en el 1,4% vs. 11,5% con placebo), en comparación con los que tenían una serología basal positiva (reducción del riesgo de solo -1,3 puntos porcentuales). La tendencia también fue más favorable si el tratamiento se recibía en los primeros 3 días tras el inicio de los síntomas (reducción de riesgo estimada de -5,8 puntos porcentuales frente a placebo) en comparación con los que lo recibían más tarde, pero siempre antes de los 5 primeros días (-5,2 puntos porcentuales).

El perfil toxicológico del medicamento es benigno, con una tasa de eventos adversos (23%) incluso inferior a placebo. La mayoría de ellos eran leves-moderados (solo 4% fueron de grado ≥ 3), destacando por su frecuencia durante y después del tratamiento las siguientes reacciones adversas: trastornos del gusto (5,6%), diarrea (3,1%), cefalea (1,4%) y vómitos (1,1%). Estos ya habían sido descritos con ritonavir en monoterapia, por lo que parece que nirmatrelvir es bien tolerado. Se debe tener en cuenta el potencial de interacciones farmacológicas descrito para ritonavir, que puede complicar el manejo de pacientes polimedicados.

Así pues, con una buena tolerabilidad, el nuevo medicamento incorpora varios aspectos innovadores: se trata del primer antiviral de uso por vía oral para tratar la COVID-19 y nirmatrelvir actúa frente a una nueva diana terapéutica en la lucha frente al SARS-CoV-2. Las limitaciones para su posicionamiento se refieren al hecho de que el estudio pivotal excluyó a pacientes vacunados (la amplia mayoría de la población en nuestro país en estos momentos), que el mayor beneficio se vio en pacientes seronegativos y que la ventana de oportunidad para el tratamiento –5 días desde el debut de los síntomas– requiere que se haga un diagnóstico temprano y se facilite el acceso al medicamento (por ejemplo, a través de su prescripción en atención primaria y su disponibilidad en farmacias comunitarias). El estado de “aprobación condicional” supone que las agencias reguladoras esperan obtener más información para esclarecer el perfil beneficio-riesgo de esta nueva combinación de fármacos (por ejemplo, en la mayoría de personas seropositivas), pero parece que, con una pauta de fácil cumplimiento, puede ser una herramienta importante en la lucha antiviral en los pacientes más susceptibles.

Por su parte, Evusheld® es una asociación de tixagevimab y cilgavimab, dos nuevos monoclonales humanos recombinantes, optimizados –para tener una vida media más larga– a partir de anticuerpos obtenidos de células B de pacientes convalecientes de infección por SARS-CoV-2. Ambos fármacos se unen afín, selectiva y simultáneamente a regiones no superpuestas del dominio de unión al receptor (RBD) de la proteína S: impiden la unión del RBD, y por extensión del virus, al receptor ECA2 en las células humanas, y bloquean la infección celular. El medicamento ha sido autorizado para su uso por vía intramuscular en dos inyecciones independientes en la profilaxis de la COVID-19 previa a la exposición al SARS-CoV-2 en adultos y adolescentes a partir de 12 años de edad que pesen al menos 40 kg.

Su autorización se sustentó en el ensayo pivotal de fase 3 PROVENT (con diseño aleatorizado 2:1, doble ciego y controlado por placebo), aún en marcha, que ha incluido un total de 5.197 participantes adultos sin COVID-19 (PCR negativa) ni antecedentes de ella, no vacunados previamente y que se consideraron de alto riesgo de infección por el virus por sus circunstancias personales o profesionales, o con riesgo alto de tener una respuesta inmune inadecuada a las vacunas por contraindicación, edad avanzada, inmunodepresión o comorbilidades. Tras una mediana de seguimiento de más de 6 meses, se ha evidenciado que el tratamiento con el nuevo medicamento reduce el riesgo de COVID-19 sintomática en un 83% en comparación con placebo: se registraron 11 eventos de enfermedad en el brazo experimental (0,3%) frente a 33 eventos en el grupo control (1,8%). No hubo ningún caso de COVID-19 grave ni de muerte entre los tratados con la combinación de fármacos, cuya eficacia se corroboró en todos los subgrupos de pacientes, independientemente de la edad o la susceptibilidad a una mayor gravedad.

Es también un medicamento con un buen perfil de seguridad, suficientemente caracterizado al menos hasta los 6 meses posinyección. La incidencia de eventos adversos es muy similar a placebo (35%), y la práctica totalidad de ellos (97%) son leves-moderados en severidad. Las reacciones adversas más frecuentes tuvieron carácter local: reacciones en la zona de inyección como eritema, prurito e induración (1,3%) e hipersensibilidad (1,0%, con erupción cutánea y urticaria); menos frecuentes aún fueron otras reacciones sistémicas relacionadas con la inyección, como cefalea, fatiga o tos. Además, su inmunogenicidad es baja y a priori sin relevancia clínica.

En definitiva, son los primeros monoclonales específicos anti-proteína S en estar disponibles en España y pueden suponer un avance importante para la profilaxis de COVID-19 por inmunización pasiva en determinados grupos de riesgo, que representarían a un número no desdeñable de pacientes. Así, el Ministerio de Sanidad ha recomendado su uso en personas con condiciones de riesgo que cursan con inmunosupresión en los que se demuestra respuesta inadecuada a la vacunación –mediante prueba serológica– y aquellas en las que se contraindica la vacunación y tienen muy alto riesgo de enfermedad grave por SARS-CoV-23. Aunque parece que los estudios in vitro sugieren el mantenimiento de su actividad neutralizante, persisten incertidumbres sobre su potencial frente a la variante ómicron que predomina en la actualidad (no circulaba cuando se desarrolló el estudio pivotal), y pudiera darse el caso que su utilidad clínica en un futuro sea menor de la esperada. Tampoco se dispone de datos de la administración de dosis repetidas del medicamento en estos pacientes.

Valoración

Tralokinumab (▼Adtralza®) en dermatitis atópica

Resumen

Tralokinumab es un anticuerpo monoclonal humano que se une específicamente a un epítopo de la IL-13 que se superpone con su sitio de unión a los receptores α de IL-13 (IL-13Rα), y previene la unión de esta citocina tanto a los receptores IL-13Rα1/IL-4Rα como a los IL-13Rα2. Así, neutraliza la actividad biológica de la IL-13, que es, junto a la IL-4, una de las principales citocinas implicadas en la patogenia de la inflamación tipo 2: entre otras acciones, favorece el cambio de isotipo de las células B para la producción de IgE, el reclutamiento de células efectoras proinflamatorias o la alteración de la barrera epidérmica. Dado que la inhibición de su vía de señalización con tralokinumab tiene importantes efectos antiinflamatorios, el medicamento ha sido aprobado para el tratamiento por vía subcutánea de la dermatitis atópica (DA) de moderada a grave en adultos que son candidatos a tratamiento sistémico.

En una pauta quincenal, el nuevo fármaco ha demostrado una eficacia significativamente superior a placebo tanto en monoterapia como asociado a corticoides tópicos en tres estudios pivotales de adecuado diseño que han aleatorizado a casi 2.000 pacientes. Su uso en monoterapia durante 4 meses se asoció a tasas de aclaramiento total o casi total de la piel del doble de las obtenidas con placebo (respuesta según escala IGA 0/1 de 16-22% vs. 7-11%, y según EASI-75 de 25-33% vs. 11-13%); ese beneficio se corroboró con mantenimientos de hasta 1 año de duración. Combinado con corticoides tópicos la eficacia de tralokinumab a los 4 meses es incluso mayor: respuesta IGA 0/1 del 39% (vs. 26% con placebo) y de EASI-75 del 56% (vs. 36%), permitiendo reducir a la mitad el uso de la corticoterapia corticoides. Los resultados de las variables secundarias, como la intensidad del prurito o la calidad de vida asociada a DA, respaldan la eficacia significativa del nuevo fármaco, consistente en todos los subgrupos de pacientes (incluso en los no respondedores tras una fase inicial) y apreciable desde las semanas 1 o 2 de tratamiento. Los datos sugieren que la pauta mensual puede ser probablemente menos eficaz que el tratamiento con tralokinumab cada 2 semanas (régimen preferente).

A grandes rasgos, el fármaco es bien tolerado a medio plazo, con un perfil toxicológico definido y manejable. La incidencia de eventos adversos relacionados con el fármaco (14%) es similar a placebo, y la mayoría de estos son autolimitados y leves-moderados, lo cual determina una baja tasa de abandonos del tratamiento por motivos de seguridad (en torno al 2%). En la línea de otras proteínas terapéuticas frente a patologías con componente inflamatorio, con el uso de tralokinumab destacan por su frecuencia reacciones adversas como infecciones del tracto respiratorio superior (23%; mayoritariamente víricas, como resfriado común), reacciones en el punto de inyección (7%; como dolor y enrojecimiento) o conjuntivitis. El riesgo de reacciones alérgicas e inmunogenicidad parece bajo y sin relevancia clínica.

No parece que el nuevo fármaco incorpore un grado reseñable de novedad mecanística respecto al ya comercializado dupilumab (monoclonal dirigido a la subunidad α del receptor de IL-4), el cual inhibe tanto las vías de la inflamación tipo 1 (mediadas por la formación del dímero IL-4Rα/γc) como las de tipo 2 (mediadas por el dímero IL-4Rα/IL-13Rα). No se dispone de comparaciones directas entre ambos, ni tampoco entre tralokinumab y otros fármacos dirigidos de uso sistémico, como baricitinib o upadacitinib, pero las comparaciones indirectas sugerirían que tralokinumab no es superior a los anteriores. A falta de conocer las consideraciones del IPT, todo apunta a que el nuevo fármaco, también en investigación en asma, se posicionará como una alternativa a dupilumab en el tratamiento sistémico biológico de novo tras fracaso del tratamiento tópico en casos moderados-graves de DA, de especial interés en pacientes con respuesta inadecuada o intolerancia a ciclosporina. Dupilumab ya ha demostrado su efectividad en vida real y será probablemente la primera opción en ese contexto terapéutico hasta que se disponga de datos comparativos. Además, se requieren estudios a largo plazo que esclarezcan el beneficio-riesgo de tralokinumab con el uso prolongado que previsiblemente requerirá una enfermedad de curso crónico-recurrente como la DA.

Aspectos fisiopatológicos

La dermatitis atópica (DA) es una enfermedad inflamatoria de la piel de carácter crónico o crónicamente recurrente, que se caracteriza fundamentalmente por la presencia de lesiones eccematosas, sequedad de la piel (xerosis) y prurito intenso. Suele cursar con brotes de duración e intensidad variable, entre los que se intercalan periodos de remisión, aunque, en algunos casos, los síntomas pueden ser continuos. Bien es sabido que el sistema inmunitario es determinante en la aparición de muchas dermatitis1, y la dermatitis atópica, a diferencia de las dermatitis de contacto, se ha asociado con reacciones de hipersensibilidad tipo I o inmediatas, pues frecuentemente se observa un incremento notable de inmunoglobulinas IgE (como también ocurre en otros trastornos como el asma o la rinitis alérgica) (Montalvo-Calvo et al., 2019).

La DA es la expresión cutánea de un estado denominado atópico o atopia, un término que se define genéricamente como la existencia de hipersensibilidad frente a proteínas heterólogas. La reacción de hipersensibilidad de tipo I se produce tras la exposición a un antígeno exógeno (polen, polvo, etc.), provocando la liberación inmediata de una amplia variedad de sustancias activas a partir de los mastocitos y células cebadas del organismo. Estas sustancias activas, tales como la histamina, prostaglandinas, factor activador de las plaquetas, leucotrienos, factor quimiotáctico de eosinófilos, etc., junto con el aumento de la síntesis de IgE, conforman una situación típica de alergia. La eosinofilia es otro rasgo característico de este tipo de las reacciones tipo I.

La etiopatogenia subyacente justifica la notable relación existente entre los pacientes que padecen DA con los antecedentes personales o familiares de crisis asmáticas, rinitis, reacciones cutáneas desproporcionadas tras la picadura de insectos, urticaria masiva, etc. Así, epidemiológicamente, la DA se caracteriza por un historial familiar en el 70% de los pacientes de asma bronquial, rinitis alérgica, fiebre del heno o dermatitis.

Se trata de una de las enfermedades de la piel más comunes, que puede aparecer en cualquier época de la vida. Se ha estimado que un 15-20% de los niños que acuden al dermatólogo en los países desarrollados padecen este tipo de afección, frente a menos del 1% en los países en vías de desarrollo; la prevalencia global en adultos a nivel mundial se cree que oscila entre el 1-3%. Por tanto, se trata de una patología que va muy ligada al nivel de desarrollo de los países, hasta el punto de que su prevalencia parece haberse triplicado en el último medio siglo en los países desarrollados: los estudios más recientes han apuntado a cifras de prevalencia a 1 año del 4,3% en Japón, 8,1% en Canadá, 9,4% en Europa y 11,9% en EE.UU. (EMA, 2021). En España, se estima que la DA grave tiene una prevalencia del 0,08% de la población.

Puede afectar a las personas de cualquier raza, es más frecuente en el sexo femenino (1,5:1) y se presenta más a menudo en las clases socioeconómicas altas, así como en las grandes ciudades, posiblemente por una mayor exposición a estímulos capaces de desencadenar el cuadro. La probabilidad de padecer la enfermedad es del 80% cuando ambos progenitores la sufrieron, del 55% cuando sólo la padeció uno de ellos y del 60% cuando un progenitor presentaba dermatitis y el otro, atopia respiratoria.

En cuanto a las manifestaciones, el prurito el síntoma predominante en todos los casos (puede dar lugar a lesiones secundarias debido al rascado). La inflamación epidérmica propia de las dermatitis provoca una serie de lesiones que, progresivamente, según se agrava o se hace crónica, pasan sucesivamente por las fases de eritema, edema, vesiculación, exudación, costra, descamación y liquenificación.

Las primeras manifestaciones visibles de una dermatitis son el eritema y el edema, consecuencias de una alteración en la permeabilidad de los vasos sanguíneos de la dermis, que favorece la migración de linfocitos y la extravasación vascular de líquido que inicia el edema. Además, el edema extracelular en la epidermis (espongiosis) produce una desestructuración de la arquitectura de la membrana basal, y permite que la acumulación de líquido migre hacia la superficie, donde forma vesículas. Al romperse éstas, se produce la exudación, tras la cual se desecan y aparecen unas costras amarillentas. La descamación aparece cuando se desprenden las costras, dejando una superficie rojiza que coincide con un incremento del grosor de la epidermis (hiperqueratosis) que puede cursar específicamente con acantosis (hipertrofia del estrato espinoso de la piel). Si continúa el proceso, el eritema y la exudación acaban por desaparecer y en su lugar surge un engrosamiento cutáneo, que da un aspecto de piel rugosa y con pliegues marcados (liquenificación).

No obstante, la presentación y el curso clínico de la DA varían con la edad y suelen ser heterogéneos. Una gran mayoría de pacientes (85%) desarrollan por primera vez la enfermedad antes de los 5 años, la cual se resuelve espontáneamente durante la infancia (en torno a la mitad de los casos). Es bastante frecuente que la DA debute en lactantes a los 3-6 meses de edad con aparición de placas inflamatorias y supuración, o placas con descamación en cara, cuello, superficies de extensión y en la ingle. También es relativamente frecuente su desaparición espontánea entre los 3 y los 5 años de edad, pero puede mantenerse como una condición crónica durante la edad adulta hasta para un 40% de pacientes. Cuando debuta en adultos, la DA suele presentarse como un cuadro eccematoso de aparición alrededor de los 20 años.

Según se ha sugerido, se estima que casi dos tercios (61%) de los pacientes adultos con DA padecen al menos un tipo de comorbilidad atópica, como asma o rinoconjuntivitis alérgica (las tres patologías constituyen la clásica triada de la atopia). También se ha descrito un mayor riesgo de comorbilidades no atópicas, como otros trastornos cutáneos, ciertas enfermedades cardiovasculares, trastornos inmunitarios sistémicos o cáncer. Además, la pérdida de la barrera protectora de la piel y la desregulación del sistema inmunitario aumentan el riesgo de infecciones cutáneas, las cuales pueden ser potencialmente graves. Por todo ello, y teniendo en cuenta las manifestaciones clínicas producen alteraciones importantes del sueño, secuelas psicológicas y sociales, la DA –sobre todo, en sus formas moderadas y graves– representa un importante problema sociosanitario y tiene un impacto importante en la calidad de vida de los pacientes.

De forma general, la severidad de la DA se determina mediante el empleo de distintas escalas de evaluación validadas, que consideran la extensión de las áreas de piel afectadas, la gravedad de las lesiones y los síntomas subjetivos del paciente. Las más aceptadas son: SCORAD (Scoring Atopic Dermatitis) y EASI (Eczema Area and Severity Index), que no incluyen síntomas subjetivos; según estas escalas se puede definir la DA moderada a partir de una puntuación SCORAD> 14 o un EASI 7,1-21 y DA grave como SCORAD >40 o EASI 21,1-50 (muy grave >50,1-72). Otras escalas ampliamente empleadas son la IGA (Investigator global assessment), escala de 0 a 5 puntos (dermatitis aclarada, mínima, ligera, moderada, intensa y grave) que tiene en cuenta el eritema, la formación de pápulas y de exudados; y la escala NRS (Numerical Rating Scale), una escala numérica que mide la intensidad del prurito, siendo 10 la mayor intensidad (AEMPS, 2020).

Volviendo sobre la etiopatogenia de la DA, cabe destacar que no solo intervienen mecanismos inmunitarios, sino también genéticos, ambientales y otros desconocidos actualmente, característicos de la propia piel del individuo atópico (por ejemplo, se ha postulado el posible papel de anomalías en la sudoración y un aumento de la pérdida transepidérmica de agua), así como factores externos como la dieta, la existencia de aero-alérgenos, infecciones por microorganismos (estafilococos u hongos como Malassezia furfur) o incluso otros factores como sequedad ambiental, disminución de la temperatura, tejidos irritantes, etc., que podrían actuar como estímulos desencadenantes o agravantes de un episodio de DA.

En una elevada proporción de los pacientes con DA –en torno al 80%– se detecta la producción excesiva de IgE y la disminución de la inmunidad mediada por células. De hecho, existe alteración en las subpoblaciones de linfocitos T: se produce un predominio de células T que contribuye a incrementar la presencia de reacciones inflamatorias, con un descenso asociado de linfocitos CD8+ y un aumento del cociente CD4+/CD8+; además, se ha demostrado que las células de Langerhans (células presentadoras de antígenos existentes en dermis y epidermis) de los pacientes con DA tienen en su superficie una alta expresión del receptor para IgE.

En las lesiones agudas de DA se observa un predominio de linfocitos T facilitadores (Th) de tipo Th2 (subpoblación de CD4+), mientras que en las lesiones liquenificadas y crónicas lo que predominan son las células Th1. Los linfocitos Th2 liberan diversos factores (interleucinas IL-4, IL-5, IL-6, IL-10) activadores de las células B; la producción aumentada de IL-4 estimula la producción de IgE e inhibe la de interferón (IFN) gamma, con lo que se inhibe la diferenciación de células T hacia Th1. Por su parte, las células Th1 median en la producción de IL-2, IFN-γ y factor de necrosis tumoral (TNF), activando los macrófagos y favoreciendo la reacción de hipersensibilidad retardada.

Por tanto, son las células Th2 las responsables de la producción aumentada de IL-4 e IL-13, estimuladoras de la producción de IgE, IL-5, responsable de la activación de los eosinófilos, e IL-10 (responsable de la disminución de la inmunidad celular). Estos hallazgos son importantes ya que la IL-4 y IL-13 inducen la expresión de moléculas de adhesión involucradas en la migración de células inflamatorias en las zonas de inflamación tisular. Además, se ha descrito que la IL-4 podría inhibir la producción de IFN-γ e inhibir la diferenciación de las células T hacia Th1 (Figura 1).



Este conjunto de alteraciones inmunitarias condiciona, en consecuencia, la aparición frecuente de infecciones cutáneas recidivantes, tanto de origen bacteriano como vírico o fúngico. De ellas, quizás la más frecuente sea la colonización por Staphylococcus aureus, presente en el 90% de las lesiones cutáneas.

Por la relación existente entre el asma2 y la atopia, se ha descrito que hasta el 35% de las personas con asma grave sufren dermatitis atópica y hasta la mitad de los afectados de DA padecen asma. Ambas patologías se engloban dentro de las llamadas enfermedades mediadas por inflamación tipo 2.

Tratamiento

En base a todo lo anterior, los objetivos fundamentales del tratamiento de la dermatitis atópica consisten en limitar los síntomas (sobre todo, el prurito), prevenir las exacerbaciones, evitar las infecciones dérmicas y minimizar los riesgos del tratamiento. Para ello, previamente a la farmacoterapia, resulta fundamental la adopción de medidas de higiene a fin de prevenir todas aquellas circunstancias que desencadenan el prurito. Entre otras medidas, se pueden citar las siguientes: el baño –con agua templada y jabón de pH ácido– es preferible a la ducha, se deben administrar cremas emolientes, se debe evitar la temperatura elevada y una baja humedad ambiental (la calefacción por corrientes de aire caliente puede ser perjudicial), así como el uso de ropas de abrigo excesivas y el contacto con ciertos tejidos (lana, plásticos y gomas); por el contrario, el uso de guantes y la exposición solar suelen resultar beneficiosas. En cuadros de carácter crónico, es recomendable el empleo frecuente de soluciones oleosas que limpien y humedezcan la piel.

El tratamiento farmacológico estándar para combatir los síntomas de la DA se basa en la administración de agentes antiinflamatorios tópicos, sobre todo, corticosteroides (beclometasona, betametasona, fluocinolona, metilprednisolona, etc.) e inhibidores de la calcineurina (tacrolimus o pimecrolimus) en forma de cremas; sin embargo, las preparaciones tópicas producen resultados pobres (sobre todo en casos moderados-graves), posiblemente debido a su escasa penetración cutánea. Junto a estos, suelen administrarse emolientes e hidratantes de la piel, tales como vaselina blanca, vaselina hidrófila, óxido de zinc, etc. La utilización de corticosteroides sistémicos en ciclos cortos se reserva para los casos agudos o de gran extensión corporal. Además, en caso de infección cutánea sobreañadida se usan antibióticos por vía sistémica (nunca tópica).

En cambio, no es aconsejable la utilización por vía tópica de antihistamínicos, neomicina, sulfamidas ni perfumes. El tratamiento del picor asociado a la dermatitis se realiza generalmente mediante la utilización de antihistamínicos por vía oral: suelen preferirse los antiguos antihistamínicos (por ejemplo, dexclorfeniramina), que producen más somnolencia que los modernos, ya que aparentemente su eficacia se debe más a su efecto sedante que en su actividad antipruriginosa propiamente dicha. Por otra parte, cuando en las alteraciones de la epidermis predomina el edema y la exudación, es útil el empleo tópico de sulfato de cobre o permanganato potásico, por sus propiedades astringentes y desinfectantes.

Los pacientes con enfermedad grave o resistente a los tratamientos tópicos pueden requerir de fototerapia (UVA) o pueden ser candidatos para la administración de tratamiento sistémico con inmunosupresores convencionales: el único autorizado en la UE es la ciclosporina, considerado de elección, aunque también se emplean –con menor evidencia que respalde su uso– corticoides, azatioprina, metotrexato y micofenolato de mofetilo. En ciertos casos graves, también se puede recurrir al uso de baricitinib o de upadacitinib, dos inmunosupresores selectivos (inhibidores de JAK cinasas) autorizados para su uso en DA en 2020. E incluso a los fármacos biológicos (anticuerpos monoclonales), aunque conviene recordar que, hasta esta década, cuando se han empleado en DA ha sido un uso off label. La decisión de iniciar el tratamiento sistémico en esos pacientes se debe de basar en la evaluación de la severidad y la calidad de vida y, al mismo tiempo, en la consideración individualizada del estado general de salud de cada paciente, valorando factores como preferencias del paciente, comorbilidades y coste del tratamiento.

Hasta hace dos años, cuando apareció dupilumab, el tratamiento de las formas graves de DA era un reto terapéutico sobre el cual no había consenso en las principales guías clínicas europeas y estadounidenses. Algunos estudios apuntaban a que más de la mitad de los pacientes adultos en diversos países de Europa tenían un control clínico pobre, con altas tasas de enfermedad no controlada en las formas moderadas (56-75%) y graves (82-85%), sugerentes de la limitada eficacia del tratamiento hasta entonces disponible (incluyendo el inmunosupresor), y que se traducían en un mayor impacto en la calidad de vida y deterioro de las capacidades de la vida diaria.

Dupilumab es un novedoso anticuerpo monoclonal de administración subcutánea dirigido frente a la subunidad α del receptor de la IL-4 (IL-4Rα), que impide la señalización mediada por la unión de esa citocina a su receptor tipo I (IL-4Rα/γc) y también por IL-4 e IL-13 a través del receptor tipo II (IL4Rα/IL-13Rα). Puesto que IL-4 e IL-13 son los principales mediadores de la inflamación tipo 2, dupilumab ejerce interesantes efectos antiinflamatorios. En base a ello, fue autorizado para el tratamiento de la DA moderada-grave en pacientes adultos y adolescentes de ≥ 12 años candidatos a tratamiento sistémico, y también como tratamiento de mantenimiento adicional para el asma grave con inflamación de tipo 2 (eosinófilos elevados en sangre y/o FeNO elevado), en pacientes adolescentes y adultos no adecuadamente controlados con corticosteroides inhalados en dosis altas en combinación con otro medicamento.

El nuevo tratamiento mostró superioridad frente a placebo en casos de DA moderada-grave tanto en pacientes que inician tratamiento sistémico tras fracaso del tratamiento tópico como en pacientes pre-tratados con ciclosporina: en monoterapia, dupilumab induce un aumento significativo en la proporción de pacientes respondedores con aclaramiento de la piel (+27-28% según escala IGA y +37-44% que alcanzan EASI-50), que también se verifica en combinación con un corticoide o inhibidor de calcineurina tópicos (+24-28% en IGA y +40-48% con EASI-50); un estudio en pacientes adolescentes confirmó resultados similares. Su efecto es de inicio rápido (2 semanas) y duradero en periodos de hasta 1 año, aportando beneficio en síntomas y calidad de vida reportados por los pacientes. Además, es bien tolerado a corto-medio plazo, con un perfil toxicológico aceptable y manejable, en línea con la seguridad de otras proteínas terapéuticas: las reacciones adversas más frecuentes son reacciones en el lugar de la inyección (eritema, edema y prurito) e infecciones (conjuntivitis, blefaritis, nasofaringitis, infecciones respiratorias del tracto superior, sinusitis y herpes oral), en su mayoría leves-moderadas. El riesgo de desarrollo de reacciones alérgicas e inmunogenicidad parece bajo, si bien se requieren aún datos de seguridad a largo plazo que permitan esclarecer los potenciales riesgos de desarrollo de neoplasias malignas.

Así pues, dupilumab inauguró una nueva vía farmacológica en sus dos indicaciones, patologías de curso crónico-recurrente que afectan a población pediátrica y adulta y que en ciertos casos pueden resultar incapacitantes y tener un elevado impacto socioeconómico. Aporta un beneficio clínico superior a placebo en casos graves-moderados de DA, y supuso el primer avance terapéutico en muchos años en esta patología (primer biológico autorizado): emerge como una alternativa adecuada en pacientes sin respuesta o no candidatos a tratamiento con ciclosporina.

Recientemente, el Ministerio de Sanidad ha publicado un informe de evaluación3, el primero de los medicamentos que han sido incluidos en el Sistema de Información para determinar el Valor Terapéutico en la Práctica Clínica Real de los Medicamentos de Alto Impacto Sanitario y Económico en el Sistema Nacional de Salud (VALTERMED, creado en 2018), para los que se ha establecido un protocolo farmacoclínico de uso.

A fecha de 31 de diciembre de 2021, habían iniciado tratamiento con dupilumab para la DA grave un total de 2.792 pacientes, de los cuales solo 89 eran menores de 18 años. La mayoría de ellos, residentes en Madrid (21%), Cataluña (19%), Andalucía (14%), Comunidad Valenciana (9%) y País Vasco (6%). Entre sus características basales destaca una mediana de edad de 37 años, 59% hombres, 32 puntos de puntuación media EASI, 3,7 puntos de media de puntuación PAG/IGA y 49% en la escala BSA. Se han registrado los datos a la semana 16, 24 y 52 de tratamiento. El protocolo farmacoclínico estableció que se considerarían respondedores aquellos pacientes que a las 16 semanas cumplieran los dos objetivos clínicos –alcanzar EASI-50 respecto a su valoración basal y reducción en la puntuación PGA de ≥ 2 puntos respecto a su estado basal– y lo mantuvieran a las semanas 24 y 52, interrumpiendo el tratamiento en los no respondedores.

Los resultados del informe revelan que, a la semana 16, el 90% de los pacientes tratados tienen una adecuada respuesta, reduciéndose parcialmente ese nivel de efectividad hasta el 81% en menores de 18 años. Resulta interesante que a la semana 24 seguían en respuesta el 96% de los pacientes que alcanzaron ese tiempo de tratamiento (n= 1.744); en menores de 18 años, el 90%. La evaluación en el último de los puntos temporales, tras 52 semanas de tratamiento (n= 935), puso de manifiesto que el nivel de beneficio se mantiene muy alto: 93% siguen como respondedores; 83% entre menores de 18 años, pero ese dato se refiere solo a 12 pacientes, lo cual limita la validez de los resultados. Al final del estudio, en el global de la población incluida los valores medios de puntuación en las escalas EASI y PGA/IGA se habían reducido hasta 3,6 y 0,9 puntos, respectivamente. Adicionalmente, el informe revela que solo se han suspendido un 4,3% (n= 117) de los tratamientos: dos tercios de las interrupciones se produjeron antes de la semana 24, siendo las causas mayoritarias la falta de respuesta y la intolerancia al tratamiento. Respecto a la seguridad, solo se han notificado efectos adversos en el 17% de los pacientes, y no se puede concluir al respecto; se registraron 331 eventos adversos graves relacionados con el tratamiento en 231 pacientes (8%), destacando por su frecuencia las alteraciones oculares (59% del total), la eosinofilia (34%) y las infecciones cutáneas por el virus del herpes simple (11%).

En definitiva, los resultados alcanzados con el uso en vida real de dupilumab permiten confirmar los favorables indicios de los ensayos pivotales en lo referente a la efectividad en periodos de hasta 1 año, manteniéndose la tasa de respuesta cerca –o por encima– del 90% en el conjunto de pacientes, y respaldan su uso generalizado en la práctica clínica. Aún permanecen incertidumbres de la efectividad en población pediátrica y en periodos más prolongados, lo cual se esclarecerá con la mayor disponibilidad de datos en un futuro.

Acción y mecanismo

Tralokinumab es un nuevo anticuerpo monoclonal completamente humano que se une específicamente a un epítopo de la IL-13 que se superpone con el sitio de unión a los receptores α de IL-13 (IL-13Rα), de manera que previene la unión de esta citocina tanto a los receptores IL-13Rα1/IL-4Rα como a los IL-13Rα2. Así, neutraliza su actividad biológica: dado que la IL-13 es uno de los principales impulsores en las patologías mediadas por inflamación tipo 2, la inhibición de su vía de señalización por tralokinumab tiene importantes efectos antiinflamatorios. Por tanto, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía subcutánea de la dermatitis atópica (DA) de moderada a grave en adultos que son candidatos a tratamiento sistémico.

Según se ha sugerido previamente, la patogenia de la DA es una interacción compleja entre la predisposición genética, el medio ambiente, la disfunción de la barrera cutánea y la desregulación inmunitaria. Este último evento se debe fundamentalmente al predominio de los linfocitos Th2, que se pueden encontrar en altos niveles en las lesiones cutáneas de DA junto con niveles elevados de las citocinas que secretan, sobre todo la IL-13. Esta es una citocina efectora de la inflamación tipo 2 que ejerce acciones pleiotrópicas sobre sus células diana (muchas superpuestas con las de la IL-44), tales como el cambio de isotipo de las células B para la producción de IgE, el reclutamiento de células efectoras como mastocitos, basófilos y eosinófilos, la hipersecreción mucosa, la hiperplasia de las células caliciformes o la fibrosis subepitelial; todo ello resulta en la alteración de la barrera epidérmica y la hiperreactividad a los alérgenos.

Se entiende, por tanto, que el efecto de tralokinumab en el bloqueo de las acciones mediadas por IL-13 aporta gran valor terapéutico en la DA. De hecho, en los ensayos clínicos, el tratamiento con el fármaco se asoció a reducciones en los niveles de biomarcadores de inflamación tipo 2 tanto en la piel con lesiones (citocinas CCL17, CCL18 y CCL26) como en la sangre (CCL17, periostina e IgE). El tratamiento se asoció con reducciones en el grosor epidérmico y un aumento en la expresión de loricrina (marcador de la integridad de la barrera cutánea); además, se observó una marcada reducción de > 10 veces en los niveles de colonización cutánea por Staphylococcus aureus (AEMPS, 2021).

Aspectos moleculares

Tralokinumab es un anticuerpo monoclonal humano de tipo IgG4λ producido en células murinas de mieloma (línea NSo) mediante la tecnología de ADN recombinante. Entre sus especificidades moleculares, el fármaco –cuyo peso molecular predicho en su forma glicosilada es de 147 kDa– está compuesto por dos cadenas pesadas idénticas, de 49,4 kDa cada una, y dos cadenas ligeras también idénticas entre sí, de 22,7 kDa cada una. Presenta un sitio de N-glicosilación (para la unión de oligosacáridos) en la región Fc, concretamente en el residuo de asparagina en posición 299.

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia y la seguridad clínicas de tralokinumab por vía subcutánea han sido adecuadamente contrastadas en pacientes adultos (≥ 18 años) a la dosis autorizada mediante tres ensayos pivotales de fase 3, aleatorizados, multicéntricos, doblemente ciegos y controlados con placebo, con diseños similares pero distintos periodos de duración. Estos estudios totalizaron una población de 1.976 pacientes con DA de moderada a grave –definida según puntuaciones IGA ≥ 3, EASI ≥ 16 y una afectación mínima de la superficie corporal (BSA) ≥ 10%– y respuesta insuficiente a la farmacoterapia tópica previa.

Frente a un placebo equivalente, la pauta de tralokinumab evaluada fue de una dosis inicial de 600 mg (4 inyecciones de 150 mg) el día 1 seguida de 300 mg/2 semanas hasta la semana 16. En los dos primeros ensayos (ECZTRA 1 y ECZTRA 2) los pacientes con respuesta5 en ese periodo inicial de 16 semanas se volvieron a aleatorizar a tralokinumab 300 mg/2 semanas (este brazo también incluyó a los que no tuvieron respuesta, con uso opcional de corticoides tópicos), 300 mg/4 semanas (alternando tralokinumab y placebo cada 2 semanas) o a un placebo equivalente hasta la semana 52, duración total del tratamiento. En el tercer estudio (ECZTRA 3), los pacientes recibieron tralokinumab en combinación con corticoides tópicos en las lesiones activas, y quienes respondieron a esa terapia en las primeras 16 semanas se aleatorizaron en los mismos tres brazos citados previamente, con posible mantenimiento de la corticoterapia tópica, hasta la semana 32, duración final de este estudio.

Las características demográficas y clínicas basales de los pacientes eran similares y estuvieron bien equilibradas entre los distintos brazos de tratamiento, tanto de los estudios que evaluaron tralokinumab en monoterapia (ECZTRA 1 y ECZTRA 2) como en el que los pacientes que recibieron el fármaco combinado con corticoides tópicos (ECZTRA3) (Tabla 1).



En los tres ensayos, se consideró como variable primaria de eficacia la proporción de pacientes que, a la semana 16 y desde el momento basal, alcanzaba una respuesta IGA de 0 0 1 puntos (aclaramiento total de la piel o casi total) y una respuesta EASI-75 (reducción del 75% de la puntuación EASI respecto al inicio). Entre las variables secundarias se midió la proporción de pacientes con una reducción del picor (mejora de ≥ 4 puntos en la escala NRS), la reducción en la escala SCORAD de puntuación de la DA, el cambio desde el inicio en el índice de calidad de vida dermatológica (DLQI) o las tasas de respuesta EASI-50 y EASI-90. Los principales resultados de eficacia se resumen en la Tabla 2. En los tres estudios, el fármaco mejoró sustancialmente los síntomas reportados por los pacientes a la semana 16.



La monoterapia con tralokinumab (estudios ECZTRA 1 y 2) indujo, en comparación con placebo, un aumento significativamente mayor en la proporción de respondedores a la semana 16, en términos de puntuación IGA de 0 0 1, de EASI-75 y/o de una mejora de ≥ 4 puntos del prurito más intenso diario según NRS; la reducción del picor se apreció desde la semana 1 y en paralelo a la mejora de las manifestaciones de DA y de la calidad de vida. Globalmente, una menor proporción de los pacientes que recibió el fármaco en los primeros 4 meses necesitó un tratamiento de rescate con corticoides tópicos o sistémicos u otros inmunosupresores (29% vs. 45% con placebo). El mantenimiento de la respuesta durante 36 semanas más se evaluó en 185 y 225 pacientes respondedores en la primera fase, respectivamente, de los estudios ECZTRA 1 y ECZTRA 2: el tratamiento continuado cada 2 o 4 semanas incrementó progresivamente el nivel de respuesta hasta alcanzar tasas del 51-59% a la semana 52. Entre los pacientes inicialmente no respondedores, un tratamiento abierto y prolongado con tralokinumab –con corticoterapia tópica opcional– también indujo niveles de respuesta notables (19-20% de IGA 0/1 y 39-46% de EASI-75).

De forma similar, el tratamiento con tralokinumab asociado a corticoides tópicos (estudio ECZTRA 3) también se reveló significativamente superior a la monoterapia con corticoides tópicos (grupo placebo) en las tasas de respuesta de IGA 0/1, EASI-75 y/o de una mejora ≥ 4 puntos en la intensidad del prurito según la escala NRS a la semana 16, permitiendo reducir en un 50% el uso de corticoides tópicos. La reducción del picor se verificó desde la 2ª semana de tratamiento, en paralelo a la mejora de las manifestaciones y de la calidad de vida asociadas a la DA. Entre los pacientes respondedores, la prolongación del tratamiento combinado durante otras 16 semanas adicionales permitió mantener elevadas las tasas de respuesta, en el entorno del 78-90% para IGA 0/1 y de 91-93% para EASI-75; la mejora media de la puntuación de la escala EASI se movió en el entorno del 90% a la semana 32. Entre los pacientes inicialmente no respondedores, el tratamiento combinado de tralokinumab y corticoterapia tópica permitió alcanzar en la segunda fase del estudio tasas de respuesta de IGA 0/1 del 31% y de EASI-75 del 56%; esa respuesta también se acompañó de un beneficio importante sobre el prurito.

Por último, el perfil toxicológico del fármaco parece adecuadamente definido por los datos disponibles de casi 2.000 pacientes que recibieron inyecciones subcutáneas, asociadas o no al uso concomitante de corticoides tópicos, en 5 estudios aleatorizados y controlados de su desarrollo clínico; de ellos, más de 800 pacientes fueron tratados durante al menos 1 año en 2 estudios. En general, la incidencia de eventos adversos relacionados con el fármaco es baja (se registró una incidencia similar con el uso de placebo: 14,2% vs. 12,8%); además, la mayoría fueron autolimitados y leves-moderados en severidad, de forma que la proporción media de pacientes que interrumpió el tratamiento por problemas de seguridad fue baja, del 2,3% durante el tratamiento inicial y del 1,5% con el mantenimiento (vs. 2,8% y 3,1% con placebo, respectivamente).

Las reacciones adversas más frecuentemente notificadas con tralokinumab –respecto a placebo– fueron: infecciones –en su mayoría, víricas– del tracto respiratorio superior (23,4%, principalmente como resfriado común), reacciones en la zona de inyección como dolor y enrojecimiento (7,2% vs. 3% con placebo), conjuntivitis (5,4% vs. 1,9%), conjuntivitis alérgica (2,0%) y eosinofilia (1,3% vs. 0,3%). Las infecciones fueron graves en muy pocos casos (0,4% vs. 1,1%). La aparición de anticuerpos anti-fármaco –transitoria y de bajo título– se describió en menos del 5% de los pacientes tratados, y no parecen tener ninguna relevancia en la eficacia o seguridad clínicas. La seguridad de tralokinumab hasta un año de tratamiento fue similar a la observada hasta la semana 16 (EMA, 2021).

Aspectos innovadores

Tralokinumab es un nuevo anticuerpo monoclonal humano que se une específicamente a un epítopo de la IL-13 que se superpone con su sitio de unión a los receptores α de IL-13 (IL-13Rα), y previene la unión de esta citocina tanto a los receptores IL-13Rα1/IL-4Rα como a los IL-13Rα2. Así, neutraliza la actividad biológica de la IL-13, que es, junto a la IL-4, una de las principales citocinas implicadas en la patogenia de la inflamación tipo 2: entre otras acciones, favorece el cambio de isotipo de las células B para la producción de IgE, el reclutamiento de células efectoras proinflamatorias o la alteración de la barrera epidérmica. Dado que la inhibición de su vía de señalización con tralokinumab tiene importantes efectos antiinflamatorios, el medicamento ha sido aprobado para el tratamiento por vía subcutánea de la dermatitis atópica (DA) de moderada a grave en adultos que son candidatos a tratamiento sistémico.

Su autorización se ha sustentado en los datos derivados de tres amplios estudios pivotales de fase 3, doblemente ciegos y controlados por placebo, que incluyeron a casi 2.000 pacientes adultos con enfermedad moderada-grave y refractarios a tratamiento tópico; la población estudiada puede considerarse representativa de la población diana a la cual se dirige el fármaco.

Dos de esos estudios evaluaron su uso en monoterapia y demostraron la superioridad de tralokinumab frente a placebo tras 4 meses de tratamiento, con aumentos estadísticamente significativos en la proporción de pacientes que se benefician clínicamente: se duplicó la tasa de respondedores con aclaramiento total o casi total de la piel según la escala IGA (16-22% vs. 7-11% con placebo) y también según la respuesta EASI-75 (25-33% vs. 11-13%). Se observó también una reducción notable de la intensidad del prurito (mejora de ≥ 4 puntos en la escala NRS en 20-25% de los pacientes vs. 9-10% con placebo) y en la puntuación del índice de calidad de vida asociada con la enfermedad (reducción media de 8-9 puntos respecto al estado basal vs. 5-6 puntos con placebo). De modo interesante, uno de los estudios probó que el tratamiento continuado con tralokinumab durante 1 año favorecía un crecimiento adicional de las tasas de respuesta, manteniéndose en más del doble respecto a placebo (59% de respuesta IGA 0/1 vs. 25% con placebo, y respuesta EASI-75 de 56% vs. 21%).

El tercer estudio probó que tralokinumab asociado con corticoides tópicos aporta una tasa de respuesta incluso mayor que en monoterapia: frente al solo uso de corticoides tópicos (grupo placebo) un tratamiento combinado durante 4 meses indujo una eficacia notablemente superior, con tasas de respuesta de IGA 0/1 del 39% (vs. 26% con placebo) y de EASI-75 del 56% (vs. 36%); la incorporación del fármaco permitió reducir a la mitad el uso de corticoides tópicos. Esa mejor respuesta se registró en paralelo a mejorías del grado de picor (mejora de ≥ 4 puntos en la escala NRS en el 45% de los pacientes vs. 34% con placebo) y de la calidad de vida asociadas a la DA (reducción media de 12 puntos respecto al estado basal vs. -9 puntos con placebo). La continuación durante 16 semanas más del tratamiento combinado permitió que aproximadamente 9 de cada 10 pacientes mantuvieran la respuesta terapéutica.

Los tres estudios pusieron de manifiesto que, entre los pacientes que no tenían respuesta inicial, un posterior tratamiento abierto y continuado con el fármaco permitió alcanzar un nivel de respuesta y beneficio terapéutico similar e incluso superior a los comentados. Tanto en monoterapia como asociado a corticoides tópicos, la eficacia de tralokinumab, consistente en los distintos subgrupos de pacientes, es rápida: comienza a ser visible desde la primera o segunda semana de tratamiento. Asimismo, los datos sugieren que la pauta mensual puede ser probablemente menos eficaz que el tratamiento con tralokinumab cada 2 semanas (régimen preferente).

Por otra parte, tralokinumab presenta un perfil toxicológico bien definido y relativamente benigno a medio plazo, que parece clínicamente manejable. Con una incidencia de eventos adversos relacionados con el fármaco (14%) similar a placebo, la mayoría de estos son autolimitados y leves-moderados, lo cual determina una baja tasa de abandono del tratamiento por motivos de seguridad (en torno al 2%). En la línea de la tolerabilidad de otras proteínas terapéuticas usadas en patologías con componente inflamatorio, con el tratamiento con tralokinumab destacan por su frecuencia reacciones adversas como infecciones del tracto respiratorio superior (23%; mayoritariamente víricas, como resfriado común), reacciones en el punto de inyección (7%; como dolor y enrojecimiento) o conjuntivitis. El riesgo de desarrollo de reacciones alérgicas y de inmunogenicidad parece bajo y sin relevancia clínica, aunque los datos disponibles del uso por periodos de más de 1 año son aún muy limitados.

No parece que el nuevo fármaco incorpore un grado reseñable de novedad mecanística respecto al ya comercializado dupilumab (monoclonal dirigido a la subunidad α del receptor de IL-4): mientras este último inhibe tanto las vías de la inflamación tipo 1, mediadas por la formación del dímero IL-4Rα/γc, como las de tipo 2, mediada por el dímero IL-4Rα/IL-13Rα, tralokinumab solo atenúa la inflamación tipo 2, mayoritaria en patologías como la DA. No se dispone de comparaciones directas entre ambos fármacos6, ni tampoco entre tralokinumab y otros tratamientos sistémicos dirigidos, como baricitinib o upadacitinib. Sin embargo, las comparaciones indirectas –de escasa robustez inherente– sugerirían que tralokinumab no es superior a los anteriores (Silverberg et al., 2021b).

En resumen, los resultados comentados confirman el beneficio clínico de tralokinumab sobre el aclaramiento de la piel, el prurito y la calidad de vida asociados a la DA, tanto en monoterapia como en su uso combinado con corticoides tópicos (que cuando se consideren apropiados pueden aportar una mejoría adicional). A falta de conocer las consideraciones del IPT, todo apunta a que tralokinumab, que también está siendo investigado en asma, se posicionará como una alternativa a dupilumab en el tratamiento sistémico biológico de novo tras fracaso del tratamiento tópico en casos moderados-graves de DA, de especial interés en pacientes con respuesta inadecuada o intolerancia a ciclosporina (considerado hasta ahora de elección para el inicio de terapia sistémica en la mayoría de guías clínicas, por la amplia experiencia de uso). Hasta que se disponga de resultados comparativos, dupilumab, que ya ha demostrado una notable efectividad en vida real, será probablemente la primera opción en ese contexto terapéutico. Se requieren futuros estudios a largo plazo que esclarezcan el balance beneficio-riesgo de tralokinumab con el uso prolongado que previsiblemente requerirá una enfermedad de curso crónico-recurrente como la DA.

Valoración

Fármacos relacionados registrados en España

Editorial

Queridos lectores,

Estas líneas se escriben días después de la entrada en vigor de la “retirada” de las mascarillas en interiores. Aunque seguirán siendo obligatorias en ciertos espacios, incluidos los centros y establecimientos sanitarios, se trata quizá de la medida más simbólica que nos puede hacer pensar en la vuelta real a la normalidad prepandémica. En todo caso, desde aquí abogamos, en línea con las autoridades sanitarias, por su uso responsable, al tratarse de una medida que ha probado una efectividad notable en la prevención del contagio. El SARS-CoV-2 sigue –muy probablemente, seguirá mucho tiempo– circulando en la sociedad y las mascarillas pueden ser muy convenientes, junto con otras medidas profilácticas, en personas de riesgo o determinados ambientes con aglomeraciones. No obstante, la preocupación social por la pandemia ha alcanzado su mínimo en los últimos dos años (todavía a un 30% de la población le preocupa “mucho”), como reveló recientemente el Instituto de Salud Carlos III a partir de las conclusiones del estudio COSMO-Spain. A ello ha contribuido sin ninguna duda el desarrollo y distribución de las vacunas.

El pasado 12 de abril se celebraba el Día de la Atención Primaria. Toda vez que se está “gripalizando” la COVID-19 y que las instituciones de referencia se han posicionado a favor de postergar una cuarta dosis de la vacuna en la población general, resulta imperioso el refuerzo de la atención primaria, colapsada en tantos momentos en los últimos meses. Numerosas organizaciones profesionales y de pacientes señalan a la falta de fondos y las largas lista de espera como algunos de los principales problemas. Para combatirlos, en una sociedad en que una mayoría –más del 80%– de las consultas en el primer nivel asistencial se ven ocupadas por la cronicidad de muchos pacientes, es momento de reclamar a nuestros dirigentes políticos abandonar debates estériles y centrar los esfuerzos en aprovechar todos los recursos del sistema. La farmacia comunitaria tiene ahí mucho que decir, del lado de la salud pública, la prevención de la enfermedad y la optimización de tratamientos.

La Ciencia pone su parte para conseguir la mejora de la salud de los pacientes, pero las autoridades sanitarias deben hacer el resto para minimizar las barreras de acceso a los nuevos tratamientos. Ejemplo claro de esto es lo que ha ocurrido con el nuevo antiviral frente a la COVID-19 Paxlovid® (sobre el que se profundiza en páginas interiores): en algunas comunidades autónomas se ha visto dificultada la llegada en tiempo a los pacientes por los trámites administrativos o la limitación de su dispensación a los hospitales, sin ser un medicamento hospitalario. Y otra cuestión: la prolongación en los tiempos de financiación de medicamentos (que en los oncológicos alcanza casi los 14 meses) hace que, en la práctica, desde que un medicamento se autoriza hasta que llega al paciente se pierda una gran ventana de oportunidad de mejorar los resultados en salud.

En cuanto a los contenidos de este número de Panorama, traemos en portada una revisión sobre aspectos generales de la investigación clínica, su papel en la obtención de nuevos medicamentos y la situación actual en nuestro entorno. Se complementa en su sección con un artículo relativo a las principales anomalías del embarazo. Entre las evaluaciones de nuevos fármacos en España, se abordan en las siguientes páginas las referentes a dos nuevos biológicos: isatuximab, en mieloma múltiple, y tralokinumab, en dermatitis atópica. Se tratan también en profundidad los nuevos antivirales frente a SARS-CoV-2 recientemente disponibles.

Esperamos que disfrutéis de la lectura. Recibid un afectuoso saludo.

¿Puede ser la prolongación del sueño una terapia contra el sobrepeso?

En trabajos previos se había identificado el acortamiento de la duración del tiempo de sueño como un factor de riesgo frente a la obesidad. En un reciente ensayo clínico, un grupo de investigadores estadounidenses ha pretendido determinar si lo contrario podría tener un efecto beneficioso, esto es, si prolongar el tiempo diario de sueño puede ayudar a reducir ese riesgo en condiciones de vida real en adultos con sobrepeso que, por lo general, acortan sus periodos de descanso.

Para ello, diseñaron un estudio monocéntrico y aleatorizado, que se desarrolló entre 2014 y 2020, y en el que participaron un total de 80 adultos de entre 21 y 40 años (media de edad de 29,8 años, 51% hombres), con un índice de masa corporal entre 25 y 29,9 kg/m2 –indicativo de sobrepeso– y una duración de sueño habitual de menos de 6,5 h/día. Tras un periodo de 2 semanas iniciales de sueño “normal”, se les asignó bien al grupo de intervención, en que recibieron consejos individualizados para una mejor higiene del sueño que prolongara el tiempo en la cama hasta 8,5 h, o bien al grupo control, en que mantuvieron su duración habitual de sueño. A todos los participantes, cuyas características demográficas y clínicas basales estaban bien balanceadas entre grupos, se les instruyó para que continuaran con el resto de las actividades rutinarias de su vida normal en casa, sin recomendación específica de ningún tipo de dieta o actividad física. El estudio duró un total de 4 semanas (2 de ellas con la intervención específica).

El análisis de los datos por intención de tratar reveló que la duración del sueño, medida por la técnica de la actigrafía, se prolongó en aproximadamente 1,2 h de media por noche en el grupo de intervención frente al control (IC95% 1,0-1,4 h; p< 0,001). De modo interesante, esa prolongación del sueño tuvo una correlación inversamente proporcional con la ingesta de energía respecto al estado basal1. Así comparativamente con el control, se asoció con una reducción de -270 kcal diarias en el grupo de intervención (IC95%-393 a -147 kcal/día; p< 0,001): en concreto, hubo una reducción de 155 kcal/día respecto al estado basal (vs. aumento de 115 kcal/día en el grupo control). Dado que no se apreciaron cambios sustanciales en el gasto energético total, la intervención evaluada resultó en una reducción de peso global frente al control de aproximadamente una libra –casi medio kg– en solo 2 semanas.

Tales resultados sugieren que, en la vida real, en personas que duermen menos de lo recomendado la sola modificación de los hábitos de descanso nocturno puede ayudar a luchar contra el sobrepeso, emergiendo como una de las medidas no farmacológicas más sencillas y efectivas en la prevención de la obesidad y de los problemas de salud cardiometabólicos que con esta se asocian. No obstante, se requieren estudios más prolongados en el tiempo y con una muestra más amplia de participantes para confirmar y cuantificar mejor ese efecto.

Avances en la comprensión de la etiopatogenia de enfermedades

En las últimas semanas se han divulgado algunas investigaciones interesantes sobre el origen de algunas patologías que merecen una breve reseña, por su potencial interés en la búsqueda futura de nuevos tratamientos.

En primer lugar, se puede aludir a dos grandes estudios genéticos que han sugerido que la esquizofrenia –patología con una heredabilidad de hasta el 80% pero sobre cuya fisiopatología no se conoce demasiado– procede de un fallo en la comunicación en la sinapsis y apuntan a distintos tipos de variaciones genética que pueden influir en el riesgo de diferentes trastornos psiquiátricos y del neurodesarrollo. Por ejemplo, un estudio de tipo meta-análisis sobre el genoma secuenciado de más de 121.000 personas (más de 24.000 de ellos con esquizofrenia) identificó mutaciones disruptoras de proteínas –también llamadas variantes de truncamiento (PTV)–extremadamente raras en 10 genes que aumentan considerablemente el riesgo de un individuo de desarrollar esquizofrenia (una de ellas, incluso 20 veces); entre otros, dos genes codificantes para subunidades de los receptores NMDA y AMPA, que apuntan a la disfunción en el sistema glutamatérgico como hipótesis mecanística en la patogenia de la enfermedad (Shing et al., 2022). Un trabajo similar, complementario y más grande, con una muestra de más de 320.000 personas (casi 77.000 pacientes esquizofrénicos), elevó a 287 el número de regiones del genoma asociadas con el riesgo de esquizofrenia, incluidas las que contienen los genes del primer estudio, y concentradas mayoritariamente en genes que se expresan en neuronas excitatorias e inhibitorias del sistema nervioso central, pero no en otros tejidos (Trubetskoy et al., 2022).

Otro hallazgo interesante ha sido relacionado con el lupus eritematoso sistémico, una enfermedad autoinmune crónica y mayoritariamente femenina sin tratamiento etiológico disponible. Mediante la secuenciación del genoma de una paciente con patología severa de debut temprano (a los 7 años de edad), los investigadores pudieron identificar una variante genética –mutación sinsentido Y264H– de ganancia de función de la proteína TLR7 (Toll-like receptor 7), una proteína que participa en la detección del ARN viral, como causa de la enfermedad. Si bien ya había indicios sobre la implicación de esta proteína en la fisiopatología del lupus, se trata de la primera prueba de la relación de causalidad de la activación de TLR7, por la cual esta se une más fácilmente a la guanosina de los ácidos nucleicos. La confirmación procedió de un ensayo en ratones, en los que se introdujo la citada mutación mediante la técnica de edición genética CRISPR, observando que desarrollaban la enfermedad. La potenciación de la señalización mediada por TLR7 altera la supervivencia de células B activadas, provoca la acumulación de células B maduras y de centro germinal y aumenta también la proporción de células Th foliculares y extrafoliculares; además, se vio que la deficiencia de MyD88 –una proteína adaptadora de la señalización de TLR7– revertía parcialmente la autoinmunidad y los fenotipos celulares aberrantes. Aunque es probable que solo una pequeña proporción de los pacientes con lupus tengan hiperactividad de la vía de TLR7, se abre la puerta al desarrollo de terapias específicas dirigidas al gen TLR7 o a la inhibición de MyD88 (Brown et al., 2022).

Por último, se puede destacar la conclusión de un amplio estudio observacional prospectivo llevado a cabo con datos clínicos de más de 776.000 mujeres reclutadas entre 1996 y 2001 y seguidas durante 14 años: los teléfonos móviles no suponen un aumento del riesgo de cáncer cerebral para el usuario promedio (Schüz et al., 2022). Todas las participantes completaron cuestionarios sobre el uso del teléfono móvil en 2001 y, aproximadamente la mitad, también 2011. Habiéndose registrado una incidencia total de 3.268 tumores cerebrales, la razón de riesgos ajustada de padecer cualquier tipo de tumor cerebral entre usuarias de teléfonos móviles respecto a quienes no los usaban nunca fue de 0,97 (IC95%0,90-1,04). No se probó una asociación estadísticamente significativa con el riesgo de ciertos subtipos de tumores (glioma, meningioma, de pituitaria o acústicos), con el uso diario, o con un uso continuado durante al menos 10 años. El informe también concluye que no hay evidencia de que los usuarios intensivos –quienes hablan por teléfono durante 7-10 h a la semana– tengan un mayor riesgo, aunque aún no se puede descartar esa posibilidad y puede ser conveniente aconsejar por precaución un menor uso. Estos resultados han modificado las recomendaciones de la OMS al respecto, pues calificaban el uso de los teléfonos móviles como “posiblemente cancerígeno”, poniendo fin a un largo debate.

Atacar a las células madre del cáncer como terapia antineoplásica futura

Pese a que apenas ha completado la fase pre-clínica de la investigación, la idea terapéutica que subyace tras el fármaco experimental llamado MCLA-158 es novedosa y muy prometedora: atacar a las células madre del cáncer como complemento de la terapia anticancerígena específica. Se trata del primer anticuerpo biespecífico que se dirige selectivamente frente al receptor del factor de crecimiento epidérmico (EGFR) y frente a LGR5 (del inglés, leucine-rich repeat-containing G-protein-coupled receptor 5), una proteína que define a las células madre del cáncer de colon y recto y contribuye a que tengan la capacidad de regenerar tumores que parecían haberse erradicado con tratamientos previos.

En lugar de hacer un diseño racional del anticuerpo, los autores investigaron más de 500 anticuerpos distintos en organoides de tumores colorrectales, que son estructuras derivadas de pacientes creadas a semejanza de los órganos humanos que simulan la arquitectura tumoral, contienen células madre del cáncer y sirven de base para el desarrollo de una medicina personalizada; entre todos los candidatos, MCLA-158 se reveló como el más interesante, con eficacia significativa frente a más de la mitad (52%) de los organoides evaluados, y superior a cetuximab (fármaco de referencia en el tratamiento de tumores colorrectales metastásicos, salvo en aquellos con mutaciones en genes de la familia RAS). Se demostró su capacidad de desencadenar la degradación del EGFR en células que expresan LGR5.

En el estudio también han empleado modelos murinos que tenían implantados tumores humanos, en concreto de tipo colorrectal con mutaciones en el gen KRAS y otros cánceres de origen epitelial (esófago, estómago y cabeza y cuellos), frente a los cuales el fármaco ha probado la capacidad de inhibir el crecimiento y bloquear la iniciación de metástasis en más de la mitad de los casos.

Por tanto, la inhibición de LGR5 emerge como una estrategia terapéutica disruptiva, que puede aumentar la eficacia de los tratamientos convencionales y reducir el riesgo de metástasis, a priori sin dañar a las células sanas. Ante esos resultados pre-clínicos, ya se ha iniciado la investigación en humanos que confirmará o refutará su validez clínica. Si bien la estrategia iba inicialmente dirigida a tumores colorrectales metastásicos, se está estudiando también frente a otros tipos de cánceres sólidos que tienen células madre de similares características. Los primeros datos divulgados por la compañía desarrolladora del fármaco apuntan a que el fármaco ha reducido el tamaño de los tumores en 7 pacientes con cánceres de cabeza y cuello metastásico (con desaparición completa del tumor en un paciente).

La investigación clínica en la obtención de nuevos medicamentos

Resumen

La búsqueda de nuevos medicamentos ha sido una constante en la historia de la humanidad, y estos han contribuido muy notablemente a prolongar nuestra esperanza de vida, a mejorar también la calidad de vida y, en muchos casos, han conseguido resolver la alteración patológica, devolviendo la salud perdida. Varios ejemplos pueden ilustrar esta afirmación: la investigación clínica y, por extensión, los nuevos medicamentos disponibles en los últimos 60 años han hecho posible que la esperanza de vida media en Europa haya aumentado en cerca de 10 años; han permitido reducir en más del 90% la tasa de mortalidad por VIH/SIDA desde la década de 1980; han reducido en un 20% la tasa de mortalidad por cáncer respecto a los años 90 del siglo pasado, permitiendo que la tasa de supervivencia a 5 años alcance el 70% en pacientes oncológicos; han disminuido en casi un 40% las muertes por enfermedades cardiovasculares; e incluso han permitido la curación farmacológica de infecciones antes crónicas, como la hepatitis C.

Los avances técnicos y científicos han revolucionado en los últimos años la obtención de nuevos medicamentos. Como cualquier otra actividad regulada, las normas legales relativas a la investigación en seres humanos necesaria para la autorización de un nuevo medicamento han intentado ir adaptándose a los tiempos para garantizar su calidad, seguridad y eficacia, contemplando desde hace varias décadas una serie de principios éticos irrenunciables, recogidos fundamentalmente en la Declaración de Helsinki y en las normas de buena práctica clínica. En el ámbito europeo, la aplicación del Reglamento 536/2014 supuso la unificación de las normativas en los diferentes países de la UE, a fin de facilitar y agilizar la realización de estudios clínicos internacionales, salvaguardando los derechos de los sujetos participantes. A nivel nacional está hoy vigente el Real Decreto 1090/2015, de 4 de diciembre, por el que se regulan los ensayos clínicos con medicamentos, los Comités de Ética de la Investigación con medicamentos y el Registro Español de Estudios Clínicos. Esta norma supuso una simplificación de los trámites requeridos para llevar a cabo un ensayo clínico y una notable reducción de los plazos necesarios para su inicio.

En España, la investigación clínica goza de una buena salud: se estima que nuestro país participa en hasta un tercio de todos los estudios clínicos que se realizan en Europa, donde se autorizan anualmente unos 4.000 nuevos ensayos. Por ejemplo, el regulador nacional –la AEMPS– autorizó entre 2005 y 2017 la realización de más de 9.000 ensayos clínicos en España; tendencia destacada que se ha confirmado desde el estallido de la crisis sanitaria por COVID-19 en 2020, año en que España fue el cuarto país del mundo y primero de Europa en número de ensayos clínicos autorizados para evaluar tratamientos frente al nuevo coronavirus. En definitiva, la investigación clínica moviliza recursos económicos, permite a los profesionales sanitarios sumar la experiencia investigadora a su actividad asistencial y, lo más importante, facilita a los pacientes un acceso temprano a los nuevos tratamientos (en algunas enfermedades, son la única esperanza para muchos pacientes). El presente artículo revisa aspectos generales y más específicos sobre la investigación en humanos para el desarrollo de nuevos medicamentos, centrando el foco sobre el papel que puede jugar el profesional farmacéutico desde sus distintos ámbitos de actuación profesional.

Introducción: antecedentes

El texto refundido de la Ley de garantías y uso racional de medicamentos y productos sanitarios, norma legal de referencia en el ámbito del medicamento, aprobada por el Real Decreto Legislativo 1/2015, de 24 de julio, define el medicamento de uso humano como “toda sustancia o combinación de sustancias que se presente como poseedora de propiedades para el tratamiento o prevención de enfermedades en seres humanos o que pueda usarse o administrarse a seres humanos con el fin de restaurar, corregir o modificar las funciones fisiológicas ejerciendo una acción farmacológica, inmunológica o metabólica, o de establecer un diagnóstico médico”. De igual modo, establece que se considerará como medicamento en investigación a toda “forma farmacéutica de un principio activo o placebo que se investiga o se utiliza como referencia en un ensayo clínico, incluidos los productos con autorización cuando se utilicen o combinen, en la formulación o en el envase, de forma diferente a la autorizada, o cuando se utilicen para tratar una indicación no autorizada o para obtener más información sobre un uso autorizado”.

Con estas definiciones en mente, es preciso subrayar que el medicamento no es un simple bien de consumo y que la legislación al respecto debe contemplar tanto la legítima obtención de un beneficio económico para la industria farmacéutica por su puesta en el mercado como la accesibilidad de los pacientes a los medios que mejoren su salud, así como las garantías de calidad, seguridad y eficacia clínicas. Pero el fin de cualquier medicamento que siempre debe prevalecer es el de la mejora de la salud de los pacientes que lo usen.

La búsqueda de nuevos medicamentos para cubrir la necesidad de curar, paliar o prevenir la enfermedad es una constante en la historia de la humanidad. Desde el uso empírico de diferentes sustancias hasta el moderno desarrollo de la biología molecular y la biotecnología, se ha recorrido un camino apasionante que ha conducido a la curación de enfermedades infecciosas, al control de patologías crónicas como la diabetes (llegando a igualar la esperanza de vida de estos pacientes a la de la población no diabética) o a la cronificación en mayor o menor grado de otras como el cáncer o el SIDA, para las que se han reducido drásticamente las tasas de mortalidad en apenas 20 años.

Aunque no es el objetivo de este artículo, se puede hacer una breve contextualización histórica. Desde siempre y hasta principios del siglo XX, los fármacos de origen natural, plantas medicinales y elementos de origen animal o mineral han constituido la base del arsenal terapéutico. A ese conocimiento etnofarmacológico y uso tradicional se debe, por ejemplo, la existencia hoy en día de medicamentos tradicionales a base de plantas autorizados por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), como los que incluyen extractos de las hojas desen (Cassia sp.) con finalidad laxante o los que incluyen extractos de Valeriana officinalis que se usan para tratar síntomas leves de estrés mental o como ayuda para dormir, entre otros muchos.

Los “fármacos de síntesis”1, que integran la mayor parte de los medicamentos empleados hoy día, son fruto del posterior desarrollo de la química orgánica, que permitió la extracción, purificación e identificación de muchos de los principios activos responsables de una determinada actividad farmacológica, y de los avances en la química de síntesis, que favorecieron la obtención de análogos e infinitos derivados, dando lugar al desarrollo de enormes bancos de moléculas por los diferentes grupos de investigación. El estudio detallado de esas moléculas favoreció el avance de la química farmacéutica, el establecimiento de las relaciones estructura-actividad y el diseño racional de compuestos con una mayor actividad o menor incidencia de efectos adversos, e incluso con nuevas actividades farmacológicas. Las técnicas de modelado molecular y screening farmacológico de alta productividad dieron lugar a un elevado número de moléculas útiles en un tiempo récord. Todo ello, junto con los progresos tecnológicos industriales, ha dado lugar al medicamento tal y como hoy lo conocemos.

En el presente, tienen cada vez mayor importancia los medicamentos biológicos, amparados por la evolución de la biotecnología y el continuo avance en el conocimiento de la fisiología y fisiopatología. En este grupo se encuentran, por ejemplo, algunos fármacos muy comunes como las insulinas2 o todos los anticuerpos monoclonales que tan interesante potencial terapéutico están demostrando en patologías oncológicas o inmunomediadas, entre otras; e incluso las recientes vacunas frente a la COVID-19.

No obstante, a lo largo de la historia, el descubrimiento de nuevas moléculas susceptibles de convertirse en medicamentos ha tenido su origen en fenómenos que poco tenían que ver con la intencionalidad o el estudio científico sistemático. Algunos de los medicamentos más conocidos del arsenal terapéutico han sido fruto de la observación casual de los efectos tóxicos de una sustancia (ejemplo de ello son los anticoagulantes cumarínicos o los digitálicos), pero también de errores, como lo fue el paracetamol (su efecto antitérmico se observó en un paciente al que se le administró por error acetanilida –base de un tinte– en lugar del naftaleno que se le había prescrito como vermífugo). La perspicacia de saber encontrar una utilidad en un posible efecto adverso también ha tenido su relevancia, como ocurrió por ejemplo con las estatinas, que surgieron a finales de años 80 del siglo pasado a partir de un cribado farmacológico orientado a conseguir nuevos antibióticos, constatándose su efecto inhibidor enzimático. Igualmente, la mejora de fármacos ya conocidos ha supuesto a lo largo del tiempo otra vía de obtención de nuevos medicamentos; por ejemplo, el ácido acetilsalicílico surgió del intento de mejorar el sabor de los salicilatos.

La progresión en la comprensión de la fisiopatología ha conducido al desarrollo de nuevos medicamentos que han avanzado gradualmente del tratamiento sintomático al etiopatogénico. En la base de esa mejora del conocimiento científico está la investigación básica de nuevos fármacos, que se apoya indudablemente en las nuevas tecnologías. Así, la búsqueda de nuevas dianas constituye hoy en día el primer paso en el abordaje racional de la investigación de medicamentos: una vez identificada, el siguiente paso será la validación y caracterización de la diana, que orientará para la identificación del tipo de candidato hacia nuevas entidades químicas, o bien nuevas entidades biológicas o análogos de sustancias endógenas, que se obtendrán por síntesis o estrategias biotecnológicas, respectivamente.
La existencia de intereses económicos –lógicos, por otra parte– dificulta en ocasiones conocer en detalle los antecedentes del diseño, la síntesis o extracción de los medicamentos, pero es importante destacar que, en líneas generales, los fármacos candidatos serán sometidos a evaluación y optimización hasta conseguir el cabeza de serie, que consiga unirse más eficazmente a la diana y sea susceptible de someterse al desarrollo farmacéutico (Figura 1) que aconseje o no su autorización de comercialización por las agencias reguladoras de medicamentos.

En ese desarrollo, de forma previa a los estudios clínicos que verifique su seguridad y eficacia, un fármaco candidato debe completar la investigación preclínica propiamente dicha (aunque todos los estudios preliminares citados también serían preclínicos). Esta fase pretende aportar las garantías mínimas para poder usarlo por primera vez en seres humanos. Los estudios preclínicos incluirán: a) farmacología de seguridad: constatando que no produce ningún efecto grave o potencialmente peligroso (por ejemplo, broncoconstricción, arritmias cardiacas, etc.); b) toxicología: genotoxicidad, dosis máxima no tóxica, efectos tóxicos a largo plazo, etc.; c) estudio farmacocinético (absorción, distribución, metabolismo, eliminación); y d) desarrollo químico y farmacéutico: valorar las posibilidades de obtención de la molécula (extracción, semisíntesis o síntesis completa, biotecnología, etc.) y los aspectos fisicoquímicos y galénicos (estabilidad, solubilidad, formulación, etc.) que permitan el desarrollo de una forma farmacéutica adecuada para la investigación clínica.



La fase preclínica debe cumplir las buenas prácticas de laboratorio (BPL), un conjunto de normas orientadas a eliminar los errores humanos y garantizar la exactitud de los datos remitidos a las autoridades administrativas reguladoras. La forma de abordar estos estudios ha variado enormemente en los últimos años, restringiéndose paulatinamente los estudios con animales vivos (que no obstante siguen siendo indispensables en la práctica totalidad de casos) con el desarrollo de diferentes tipos de modelos in vitro –modelos animales o modelos celulares de origen humano– y la incorporación de la bioinformática, la cual, empleando el conocimiento derivado de la genómica, proteómica y metabolómica y modelos matemáticos que integren estos datos, puede permitir la realización de estudios toxicológicos computacionales. La selección del modelo adecuado y su extrapolación in vivo serán aspectos clave en la investigación de modelos celulares. En todo caso, los avances en inmunología y biología molecular han sido el punto de partida de una nueva transformación de la investigación farmacológica (Figura 2).

Regulación de la investigación clínica

Entorno internacional

Una vez finalizados los estudios preclínicos, y siempre que éstos hayan aportado indicios de interés farmacoterapéutico y sugieran un riesgo asumible en la administración del medicamento en estudio, se iniciará su investigación clínica, esto es, en seres humanos. Esta actividad, como cualquier otra, se somete a una regulación legal específica, pero antes que nada debe contemplar principios éticos irrenunciables. De ahí que haya leyes, directivas, decretos, códigos, etc., relacionados con los procedimientos técnico-científicos y administrativos, pero también se encuentran principios éticos recopilados en documentos de consenso que se aceptan internacionalmente y que se han adoptado dentro de la legislación. Así, la Declaración de Helsinki y las normas de buena práctica clínica (BPC) constituyen la base en la que se sustentan todas las normas legales en torno a la investigación clínica.

En 1947, tras el juicio de Nuremberg, conocidos los terribles experimentos llevados a cabo por los nazis, se dictó el denominado decálogo de Nuremberg que, a título de recomendación, debía tenerse en cuenta en la investigación en humanos. Sin embargo, tales recomendaciones no siempre se tuvieron en cuenta, produciéndose más de un escándalo al salir a la luz el planteamiento de algunos estudios clínicos llevados a cabo con posterioridad.
Para paliar esta problemática, la Asamblea Médica Mundial (AMM), reunida en Helsinki en 1964, publicó una declaración ética que incluía recomendaciones en relación con la investigación biomédica en personas, y tomó forma de carta de obligación deontológica. La Declaración de Helsinki recoge, pues, los principios éticos básicos sobre los que se apoya la investigación clínica (Tabla 1). Ha sido posteriormente revisada en siete ocasiones, la última en la 64.ª Asamblea General de la AMM en Brasil, en 2013. Desde 2016, está complementada, además, con la revisión de la Declaración de Taipei sobre las consideraciones éticas sobre las bases de datos de salud y los biobancos (adoptada inicialmente en 2002).


Desde esta Declaración, los requerimientos éticos se han ido incorporando a la legislación para la autorización de medicamentos. En los años 80 del siglo XX, algunos países europeos comenzaron a armonizar su legislación sobre el registro de medicamentos. En 1989 se suman a este intento de unificar esfuerzos Japón y los Estados Unidos, y fue en 1990 cuando se constituyó en Bruselas la Conferencia Internacional para la Armonización (ICH, por sus siglas en inglés), que reúne a las autoridades regulatorias y a expertos de la industria farmacéutica de los citados territorios para discutir aspectos científicos y técnicos del registro de medicamentos, con el objetivo de conseguir un uso más racional de recursos materiales y humanos y eliminar retrasos en el desarrollo y en la disponibilidad de nuevos medicamentos, defendiendo a la vez los criterios de calidad, seguridad y eficacia y las normas legislativas para la protección de la salud pública.

Más tarde, en 1997, 21 de los 40 países integrantes del Consejo de Europa suscribieron en Oviedo el Convenio del Consejo de Europa para la protección de los derechos humanos y la dignidad del ser humano con respecto a las aplicaciones de la biología y la medicina, conocido como el Convenio de Oviedo. Los Estados firmantes se comprometían a armonizar sus leyes con los principios del Convenio y a incorporar a sus respectivas legislaciones sanciones e indemnizaciones para las personas que sufran un daño injustificado como resultado de un tratamiento o de una investigación médica. Se trata de la primera norma internacional sobre las cuestiones éticas que los nuevos avances biotecnológicos comenzaban a plantear en los campos de la medicina y la biología.

La ICH, unificando la experiencia individual de los países integrantes, adoptó en 1997 las normas de Buena Práctica Clínica o BPC (good clinical practice, GCP), un estándar de calidad, ético y científico que se aplica internacionalmente al diseño, realización, registro y comunicación de resultados de ensayos clínicos. Cumplir con este estándar garantiza, por un lado, la protección de los derechos, la seguridad y el bienestar de los sujetos participantes en un ensayo clínico y, por otro, la fiabilidad de los datos generados. En las BPC-ICH se describirán, además, las responsabilidades/competencias de los comités ético, investigador, promotor y monitor.

Los principios básicos de esas BPC-ICH se pueden resumir en:

_Cumplir con los principios éticos recogidos en la Declaración de Helsinki.

_Iniciar y continuar con un ensayo clínico solo si los posibles beneficios justifican los riesgos a asumir.

_La seguridad, el bienestar y los derechos de las personas participantes tienen que prevalecer sobre cualquier otro tipo de intereses.

_El ensayo clínico debe ser adecuado desde el punto de vista científico, se tiene que apoyar en información clínica y no clínica adecuada, tener un protocolo escrito y claro, y haber sido aprobado por un comité ético3 y/o una autoridad regulatoria.

_Los cuidados médicos proporcionados y las decisiones médicas adoptadas deberán realizarse por un médico (o dentista) cualificado, o bajo su responsabilidad. Cualquier persona que intervenga en un ensayo clínico tendrá que estar convenientemente cualificada y tener experiencia contrastable.

_Cada uno de los sujetos participantes tendrá que otorgar libremente su consentimiento antes de iniciar su participación en un ensayo.

_La información generada durante un ensayo clínico deberá ser registrada, tratada y almacenada de modo que permita su posterior verificación e interpretación en actividades de monitorización, auditorías o inspecciones. La confidencialidad de los datos se protegerá según los requerimientos legales aplicables en cada país.

_Los medicamentos en investigación se fabricarán, tratarán y almacenarán según las normas de correcta fabricación, y se utilizarán según lo descrito en el protocolo del ensayo.

Marco europeo

Desde 1965 la investigación biomédica en los Estados miembros de la Comunidad Económica Europea, y posteriormente de la Unión Europea, han sido objeto de varias directivas, que han sido incorporadas al ordenamiento jurídico de cada país. De entre ellas sobresalen por su importancia la Directiva 2001/20/CE, de 4 de abril de 2001, relativa a la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros sobre la aplicación de BPC en la realización de ensayos clínicos de medicamentos de uso humano, y la Directiva 2005/28/CE, de 8 de abril de 2005, por la que se establecen los principios y directrices detalladas de las BPC respecto a los medicamentos en investigación en uso humano, así como los requisitos para autorizar la fabricación o importación de dichos productos.

Ambas constituyeron un primer paso para armonizar y simplificar los procedimientos de evaluación, autorización y modificación de ensayos clínicos en todos los países miembros de la UE. Disponen las medidas para la creación y funcionamiento de los comités éticos de investigación clínica (CEIC) para evaluar la pertinencia de un ensayo clínico, y la necesidad de un dictamen favorable por parte de un CEIC y la autoridad competente para llevar a cabo un ensayo clínico, los plazos durante los cuales tanto el CEIC como el promotor/investigador deben mantener la documentación esencial asociada a un ensayo clínico, así como la existencia de inspecciones para verificar la conformidad con las BPC y de normas mínimas para la cualificación de inspectores, procedimientos de inspección y seguimiento. Además, posibilitan la delegación de un promotor de la totalidad o una parte de sus funciones en un particular, empresa, institución u organismo. A través de estas directivas se creó, asimismo, un registro europeo de ensayos clínicos (EudraCT) y una red de notificación y seguimiento de reacciones adversas (EudraVigilance).

En todo caso, la experiencia de aplicación de dichas directivas evidenció que ese formato legal no era el más adecuado para conseguir la armonización pretendida entre los Estados miembros, lo cual condujo a la publicación del Reglamento (UE) 536/2014 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 16 de abril, sobre los ensayos clínicos de medicamentos de uso humano, y por el que se deroga la Directiva 2001/20/CE. Entre sus 19 capítulos y 99 artículos, actualmente en vigor, se pueden destacar los siguientes puntos:

_Establece el procedimiento de autorización de un ensayo clínico o de una modificación sustancial del mismo, que debe someterse a una evaluación ética y científica. Las solicitudes para desarrollarlo en cualesquiera Estados miembros deben presentarse a través del portal informático único de la UE4, definiéndose los plazos y condiciones para ello, así como las características de las personas que evalúan la solicitud, entre quienes debe incluirse al menos un paciente o representante de los estos (capítulos II y III).

_Describe el expediente de solicitud y los aspectos relativos a la protección de los sujetos de ensayo y el consentimiento informado, con especial mención a grupos vulnerables, tales como personas incapacitadas, menores, gestantes o madres lactantes, etc. (capítulos IV y V).

_Fija la obligatoriedad de que el promotor comunique el inicio y finalización tanto de la selección de sujetos como del ensayo en sí, así como su paralización temporal o la finalización anticipada, indicando los motivos y medidas de seguimiento que se establezcan. Regula las notificaciones de seguridad en el marco de un estudio clínico (capítulos VI y VII).

_Quizás uno de los puntos más importantes es la regulación del propio desarrollo del ensayo clínico: debe ser conforme al protocolo y las directrices de BPC (de la ICH), con supervisión por parte del promotor de la idoneidad de los investigadores y centros implicados, así como de la aplicación del protocolo. Se fija la obligación de la trazabilidad de los medicamentos y de notificar posibles incumplimientos graves (que comprometan la seguridad de los sujetos incluidos o la fiabilidad de los datos) o variaciones en la relación beneficio-riesgo del ensayo clínico. Debe cumplir la legislación de protección de datos de carácter personal y registrar y almacenar en el archivo maestro del ensayo clínico todos los documentos que permitan verificar su realización y la calidad de los datos; dicho archivo debe conservarse entre 5 y 25 años tras su finalización, accesible para las autoridades competentes (capítulo VIII).

_Regula también las condiciones de fabricación e importación de medicamentos en investigación, incluyendo la información que debe constar en su etiquetado (capítulos IX y X), y define el papel del promotor y el investigador del ensayo y la necesidad de una representación legal en la UE si se establecieran fuera de sus fronteras (capítulo XI).

_Los Estados miembros están obligados a velar por la existencia de mecanismos de indemnización (seguro, garantía, etc.) ante posibles daños y perjuicios sufridos por un sujeto como consecuencia de su participación en el ensayo, y a velar por el cumplimiento del reglamento y de la formación de inspectores cualificados (capítulos XII y XIII).

Legislación en España

Entre los antecedentes nacionales en materia de regulación de la investigación en humanos destacan la Ley General de Sanidad (14/1986) y la Ley del Medicamento (25/1990) que ya a finales del siglo pasado exigían la realización de ensayos clínicos controlados para la autorización de medicamentos y establecían los requisitos para su realización, respectivamente. Sus contenidos fueron desarrollados reglamentariamente en subsiguientes Reales Decretos (RD), como el RD 561/1993 y el posterior RD 223/2004. Este último incorpora las directrices de las citadas Directivas europeas y, junto a sus versiones revisadas posteriormente, ha sido el que ha regulado durante muchos años la normativa específica sobre ensayos clínicos en nuestro país.

La Ley del Medicamento de 1990 fue derogada por la Ley de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios (29/2006, de 26 de julio), la cual, tras diversas modificaciones al objeto de armonizar sus contenidos con la legislación europea, ha desembocado en la promulgación del Real Decreto Legislativo 1/2015, de 24 de julio, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. Este, en su título III, recoge los puntos básicos que describen las garantías de la investigación de medicamentos de uso humano: entre otras cuestiones, indica que los ensayos clínicos (también los estudios de biodisponibilidad y bioequivalencia, pero no así los estudios observacionales) se realizarán de acuerdo a las normas de BPC-ICH y que las autoridades sanitarias deberán facilitar su realización en el Sistema Nacional de Salud, tanto a nivel de atención primaria como hospitalaria.

Desde entonces, quedan fijados los principios básicos de la autorización de un ensayo clínico: toda vez que el promotor reciba un dictamen favorable del correspondiente CEIC autonómico independiente y acreditado (garantía de que se cumplen los postulados éticos de la Declaración de Helsinki), el dictamen debe remitirse a la AEMPS como organismo encargado de autorizar el ensayo clínico y asegurar su idoneidad; dicha agencia podrá inspeccionar el cumplimiento de las normas de BPC, obligar a la notificación de acontecimientos adversos graves o inesperados e interrumpir la realización de un ensayo en distintos supuestos. Asimismo, exige la asunción de responsabilidades en caso de daños y perjuicios de los participantes y garantías de transparencia, debiéndose incluir todos los estudios autorizados en un registro nacional de ensayos clínicos público y libre.

No obstante, la norma fundamental que gobierna hoy en día la regulación sobre ensayos clínicos en España es el Real Decreto 1090/2015, de 4 de diciembre, por el que se regulan los ensayos clínicos con medicamentos, los comités de ética de la investigación con medicamentos y el registro español de estudios clínicos. Deroga las normas anteriores y adapta la legislación para la aplicación actual y futura y permite el desarrollo de las obligaciones establecidas por el Reglamento (UE) 536/2014. Su objetivo es el de impulsar y facilitar la investigación clínica con medicamentos, la generación de conocimiento, la transparencia, la seguridad de los participantes y la utilidad de los resultados. Además de revisar y ampliar una serie de definiciones que deben ser tenidas en cuenta [véase el apartado siguiente], esta norma establece las bases de la autorización, desarrollo y publicación de los ensayos clínicos en nuestro país (Tabla 2).



Como ya se ha sugerido, la AEMPS será el organismo encargado, junto a otras autoridades sanitarias competentes, de verificar mediante inspecciones el cumplimiento de las normas aplicables a los ensayos clínicos y la conformidad con las directrices europeas. En su caso, las comunidades autónomas remitirán los informes de inspección a la AEMPS y esta informará a la EMA (Agencia Europea de Medicamentos), puesto que cada Estado miembro de la UE puede solicitar los informes de inspección de un ensayo. La AEMPS también se encargará de mantener el portal y la base de datos de la UE con toda la información sobre los estudios desarrollados en el ámbito nacional.

Los estudios clínicos

A la vista del marco legal existente en torno a la investigación en humanos, conviene hacer una diferenciación entre las definiciones de estudio y de ensayo clínico.

El RD 1090/215 revisó y amplió las definiciones que aparecían en el RD 223/2004 para incluir el término estudio clínico, que se define como “toda investigación relativa a personas destinada a: i) descubrir o comprobar los efectos clínicos, farmacológicos o demás efectos farmacodinámicos de uno o más medicamentos, ii) identificar cualquier reacción adversa a uno o más medicamentos, o iii) estudiar la absorción, la distribución, el metabolismo y la excreción de uno o más medicamentos, con el objetivo de determinar su seguridad y/o eficacia”. Es decir, este concepto englobaría a los ensayos clínicos y los estudios observacionales.

El ensayo clínico propiamente dicho sería aquel “estudio clínico que cumpla cualquiera de las siguientes condiciones: i) se asigna de antemano al sujeto de ensayo a una estrategia terapéutica determinada, que no forma parte de la práctica clínica habitual del Estado miembro implicado; ii) la decisión de prescribir los medicamentos en investigación se toma junto con la de incluir al sujeto en el estudio clínico; o iii) se aplican procedimientos de diagnóstico o seguimiento a los sujetos de ensayo que van más allá de la práctica clínica habitual”. El RD distingue, además, los ensayos clínicos de bajo nivel de intervención para los que se aplicarían normas menos exigentes en algunos aspectos, como la monitorización, el contenido del archivo maestro o la trazabilidad.

En definitiva, dentro de la investigación clínica puede haber diferentes tipos de estudios (Figura 3), y no todos son ensayos clínicos; es importante conocer sus diferencias tanto para documentar su presentación a trámite como para analizar sus resultados. En la Tabla 3 se resumen las ventajas e inconvenientes de los diferentes tipos de estudios clínicos.

Estudios observacionales

También conocidos como estudios no intervencionales, se trata de un tipo de estudios en los que el investigador no asigna a los sujetos a los distintos grupos según un protocolo definido, sino que la asignación se hace según las decisiones en la práctica clínica habitual. Es decir, los grupos no estarán equilibrados (no se sigue un procedimiento de aleatorización) y se encontrarán más diferencias entre sujetos aparte del factor de exposición en estudio (no se marcan criterios de exclusión/inclusión muy estrictos). Se utilizan para establecer hipótesis sobre fenómenos relacionados con la salud, para encontrar factores de riesgo o de protección, o como punto de partida para otros estudios. Si se estudia algún tipo de medicación, ésta siempre se utilizará según su uso autorizado en la ficha técnica, por lo que no son válidos para justificar la autorización de un nuevo medicamento.

Los estudios observacionales se clasifican en dos grandes tipos:

  1. Estudios descriptivos: son estudios sencillos en los que no habrá grupo control. Sirven para generar hipótesis y llamar la atención sobre un determinado fenómeno, pero no permiten alcanzar conclusiones. Son casos únicos o series de casos.
  2. Estudios analíticos: son estudios más complejos que sí incluyen un grupo con rol. Se distingue entre:

_Estudios de cohortes: el investigador establecerá una población que está expuesta a un determinado factor y otra que no (a cada una de las dos poblaciones se la denomina cohorte5), y les hará un seguimiento para ver si con el tiempo desarrollan o no una enfermedad; es decir, se comparará la incidencia entre expuestos y no expuestos a un factor. Estos estudios permiten observar la secuencia temporal del proceso –historia natural– y evaluar de forma simultánea distintas variables. Pueden ser a su vez estudios retrospectivos, si la exposición y la enfermedad ya han ocurrido cuando comienza el estudio, o prospectivos, cuando la exposición puede o no haber ocurrido y la enfermedad aún no está presente. Los estudios de cohortes suelen ser costosos en tiempo y recursos, y tienen como principales inconvenientes la posible no comparabilidad de las cohortes, la dificultad de mantener el seguimiento de todos sus miembros, y la escasa utilidad para el estudio de enfermedades raras (pues necesitan un tamaño de muestra grande).

_Estudios de casos y controles: comparan un grupo de personas con una determinada enfermedad (casos) con otro grupo de sujetos que no la presentan (controles), en relación a la exposición previa a una serie de factores de riesgo. Se estudia una sola enfermedad, pero varios factores de riesgo o exposiciones simultáneas. Se utilizan principalmente para averiguar la etiología de enfermedades raras, si bien será difícil establecer la historia natural de la enfermedad. No estiman directamente la incidencia, sino el odds ratio (razón de probabilidad). Son menos costosos que los estudios de cohortes.

_Estudios transversales: también conocidos como estudios de prevalencia, permiten valorar el estado de salud o necesidades de una población bien definida. En estos estudios no se conocerá la secuencia temporal, pues analizan exposición y resultado de forma simultánea. En cambio, permiten estudiar a la vez varios factores (tanto enfermedades como factores de riesgo) que no se alteren con el tiempo o que no sean demasiado cortos.

Recientemente, el Real Decreto 957/2020, de 3 de noviembre, por el que se regulan los estudios observacionales con medicamentos de uso humano, que entró en vigor al inicio de 2021, ha supuesto un nuevo marco normativo. Además de armonizar las definiciones de acuerdo con la normativa comunitaria, se simplifican los trámites administrativos y burocráticos para combatir el enlentecimiento en la ejecución de este tipo de estudios, sin menoscabo de las necesarias garantías de transparencia y objetividad, al mantener una serie de requerimientos normativos. Se trata de una norma que fomentará el aumento del conocimiento sobre el balance beneficio/riesgo de los medicamentos de uso humano autorizados a nivel nacional, en sus condiciones normales de uso; el interés principal es que los cambios en dicho balance pueden conducir a modificaciones en la autorización de comercialización otorgada por las agencias regulatorias o, en su caso, la suspensión o revocación de la citada autorización (Noguera, 2020).

Estudios intervencionales: ensayos clínicos

Son aquellos estudios en los que, como su nombre indica, el investigador interviene de alguna forma sobre la población de estudio. Un estudio experimental o ensayo clínico será, pues, una investigación realizada en humanos para determinar o confirmar los efectos clínicos, farmacológicos y farmacodinámicos, detectar reacciones adversas o estudiar la farmacocinética (absorción, distribución, metabolismo y excreción) de uno o varios medicamentos en investigación para determinar su seguridad y/o su eficacia. En líneas generales, son estudios en los que hay una selección específica y justificada de los sujetos participantes, que se distribuyen normalmente al azar y en varios grupos y que recibirán distintas intervenciones en base a un protocolo definido con anterioridad a su aprobación.
Se pueden clasificar según distintas características, tales como la etapa clínica (exploración, confirmación o uso terapéuticos), el objetivo (superioridad, no inferioridad o bioequivalencia), el grado de enmascaramiento (abierto o simple/doble/triple ciego) o la modalidad de intervención (grupos paralelos o grupos cruzados). Pero quizás el criterio más empleado para designarlos es el cronológico.

Así, el desarrollo clínico de un medicamento atraviesa diversas fases en que la información obtenida en una de ellas servirá de base para las posteriores. Grosso modo, se distinguen 4 etapas con distintas características:

Fase I: suponen la introducción por primera vez de un nuevo fármaco en humanos. Su objetivo principal es determinar su tolerabilidad y seguridad (identificar la dosis máxima tolerada), pero también son ensayos en los que se estudia la farmacocinética, farmacodinamia, biodisponibilidad, bioequivalencia e interacciones, y se obtiene información sobre la vía y la formulación más adecuadas.
Los estudios en esta etapa pretenden conseguir la mayor cantidad posible de información para poder diseñar adecuadamente las fases posteriores, para lo que se busca obtenerla en un número mínimo de sujetos expuestos (del orden de decenas). Se suelen realizar en voluntarios sanos6 que cumplen con unos criterios muy restrictivos y que no van a obtener ningún beneficio terapéutico, de ahí que la participación suela estar económicamente recompensada. Tal compensación será razonable en función del tiempo empleado, los gastos derivados, las molestias causadas, etc., pero no en función del riesgo potencial al que el sujeto se pueda ver expuesto; de hecho, el riesgo aceptable en un ensayo en ensayo de fase I es el mínimo: el mismo riesgo que supondría la realización de tareas cotidianas. No obstante, los ensayos de fase I enrolarán pacientes que sufren la enfermedad cuando el fármaco sea tóxico (por ejemplo, en el caso de fármacos anticancerosos) o cuando existan cambios farmacocinéticos asociados a la enfermedad.
Dentro de este tipo de estudios se encuentran los ensayos de bioequivalencia, que tienen por objetivo demostrar que dos formulaciones del mismo principio activo son bioequivalentes, esto es, que no demuestran inferioridad ni superioridad y sus curvas de concentración frente al tiempo son similares (su biodisponibilidad no puede diferir en más de un ±20%, incluyendo valores de todo el rango y pasando siempre por el 0, la no diferencia). La demostración de bioequivalencia no suele ser sencilla, pues hay que demostrar en nuevos ensayos que los fármacos presentan equivalencia terapéutica, pero también equivalencia farmacéutica (mismo principio activo, misma dosis, misma formulación y distintos excipientes que no afecten de forma significativa a la velocidad de disolución/absorción) y farmacocinética (que alcancen las mismas concentraciones plasmáticas). Este tipo de estudios se realizan para la comercialización de fármacos genéricos o ante cambios en la formulación de un innovador.

Fase II: la segunda etapa de la evaluación de un nuevo medicamento en humanos tiene por objetivo principal el de proporcionar información preliminar sobre eficacia –estudios de exploración terapéutica– y establecer la posología a emplear en una indicación concreta; también evaluarán la seguridad del fármaco a corto plazo. Estos ensayos se realizan en pacientes y en un número relativamente pequeño (sin superar las varias centenas), que son seleccionados según criterios restrictivos, conformando, pues, una población de estudio bastante homogénea.
Algunas clasificaciones distinguen entre ensayos de fase IIa y ensayos de fase IIb. Los primeros son estudios piloto de búsqueda de dosis realizados en pocos pacientes y que no suelen estar controlados, en los que las dosis se buscan a través de diseños de dosis escalonadas o de dosis-respuesta paralelos. Los ensayos de fase IIb se realizan en un número ligeramente superior de pacientes, para demostrar la eficacia de forma más rigurosa, y suelen ser controlados.

Fase III: su objetivo principal es confirmar la relación beneficio/riesgo del medicamento en investigación en comparación con las alternativas terapéuticas disponibles o con placebo si no existiesen en una indicación determinada. Por tanto, se evaluará la eficacia y también la seguridad. Por su propia finalidad, se realizan en pacientes: al ser estudios de confirmación terapéutica, la población en estudio es mayor (de las varias centenas a varios miles de sujetos).
De nuevo, algunas clasificaciones distinguen entre fase IIIa y fase IIIb. La fase IIIa englobaría a los denominados ensayos fundamentales o pivotales, determinantes para la autorización de un nuevo medicamento porque constituyen la base de la evidencia terapéutica que las autoridades regulatorias exigen para la aprobación de un medicamento y que será por ellas evaluada. Los ensayos de fase IIIb serían aquellos que comienzan una vez se ha iniciado la tramitación de una solicitud de autorización con el objetivo de seguir recopilando más datos de eficacia y seguridad.

Fase IV: son ensayos que se realizan una vez el medicamento ha sido autorizado y ha salido al mercado, por lo que se les llama también estudios poscomercialización o posautorización. Se realizan para estudiar los efectos del medicamento en una población mucho mayor: permiten evaluar su eficacia en las condiciones habituales de uso o en combinación con otros medicamentos y su perfil de efectos adversos (farmacovigilancia), permitiendo incluso definir posibles nuevas indicaciones (que tendrían que estudiarse a fondo en ensayos de fase III).
Dentro de los estudios poscomercialización también pueden desarrollarse estudios observacionales (de seguridad o estudios de calidad de vida), estudios farmacoeconómicos y estudios de utilización de medicamentos. Estos no serían ensayos de fase IV como tales, ya que ese término se reserva para los estudios experimentales que siguen una metodología establecida. Hay otras situaciones que no se consideran investigación clínica propiamente dicha [véase apartado siguiente].

Sea como fuere, las características de las fases de la investigación clínica hasta aquí expuestas representan generalizaciones no aplicables a la totalidad de los casos. De hecho, algunos medicamentos llegan a ser autorizados por las agencias reguladoras –mediante la figura de la autorización condicional– sin haber completado los ensayos de fase 3; esto ocurre, por ejemplo, con medicamentos huérfanos para enfermedades potencialmente mortales o contextos terapéuticos sin alternativas. Igualmente, hay casos en que los ensayos de fase 3 para algunas enfermedades raras reclutarán solo a un pequeño número de pacientes (que puede no superar la centena), cuando la población total de afectados a nivel internacional puede ser muy reducida. Las agencias regulatorias evalúan el caso particular de cada medicamento en investigación por separado.

Para una mayor información sobre los principios a tener en cuenta en la comercialización de un medicamento que ha completado satisfactoriamente la investigación clínica, los procedimientos y las garantías exigibles para la autorización de medicamentos en España se recomienda consultar el capítulo monográfico publicado al respecto (Bel, 2016).

Agentes implicados

En la realización de un ensayo clínico van a estar implicados distintos agentes, reguladores y de apoyo. Además de las autoridades sanitarias, que establecen las normas básicas para el desarrollo y control de seguimiento de la investigación, los CEIm, que evalúan y en su caso aprueban los protocolos presentados, el personal administrativo y, obviamente, los pacientes o sujetos del estudio, en el ensayo clínico sobresale el papel de tres figuras fundamentales: el promotor, el investigador y el monitor (Tabla 4).

Promotor

El promotor es el individuo, empresa (laboratorio farmacéutico, por ejemplo) u organización responsable del inicio, la gestión y la financiación de un ensayo clínico. Por lo general, el promotor no es el encargado directo de realizar el ensayo, salvo si fuera investigador-promotor. El promotor tendrá numerosas responsabilidades y funciones dentro del ensayo:

  • Selección de los investigadores participantes teniendo en cuenta su experiencia y cualificación.
  • Puesta en marcha del ensayo y obtención de las autorizaciones necesarias para su inicio.
  • Selección del personal que manejará y verificará los datos, conducirá el análisis estadístico y preparará los informes (monitores, data managers, estadísticos y medical writers).
  • Implementación y mantenimiento de garantías y controles de calidad mediante procedimientos normalizados de trabajo (PNT, o SOP por sus siglas en inglés) que aseguren que los ensayos se realizan, los datos se generan, se registran y comunican conforme al protocolo, las normas BPC-ICH y los requisitos legales aplicables.
  • Fabricación del producto en investigación, comparador o placebo según las normas de correcta fabricación (GMP, por sus siglas en inglés), con el envase adecuado y convenientemente etiquetado.
  • Suministro y envío gratuito de los medicamentos en investigación a los centros participantes. Registro de la medicación enviada, recibida, devuelta o destruida.
  • Revisión y evaluación de la información sobre seguridad y eficacia del fármaco a lo largo de la investigación.
  • Proporcionará información actualizada en cada momento a los investigadores sobre cualquier cambio que se produzca en la investigación.
  • Interrupción o cancelación del ensayo si se determinase que el medicamento en investigación representa un riesgo para los sujetos participantes o si el investigador no cumple con el compromiso adquirido al inicio del ensayo.
  • Notificación de las sospechas de reacciones adversas graves e inesperadas a los comités y autoridades correspondientes y elaboración de informes periódicos de seguridad.
  • Conservará la documentación del estudio de manera adecuada y según los requisitos aplicables.
  • Permitirá el acceso, copia y verificación de la documentación relacionada con la investigación en auditorías e inspecciones.

Un promotor puede transferir parte de sus actividades a terceras empresas, que se encargarían de su gestión; esto es lo que se conoce como externalización. En el caso de las actividades relacionadas con la investigación clínica, la externalización se realiza fundamentalmente a CRO (del inglés, organizaciones de investigación clínica) y a SMO7 (del inglés, organizaciones de gestión in situ). La externalización se puede realizar: i) por funciones, cunado, por ejemplo, se contrata a un monitor para un determinado ensayo; ii) por proyecto, cuando se externaliza un ensayo por completo; o iii) por proceso, cuando, por ejemplo, se externaliza una fase concreta, como la gestión de contratos, la puesta en marcha, el análisis de datos, etc.

Investigador

Es el responsable del desarrollo de una investigación clínica. Si un ensayo es realizado por un equipo de investigadores, al líder del equipo se le llama investigador principal, mientras que el resto son los subinvestigadores o coinvestigadores. En el caso de ensayos clínicos multicéntricos aparece la figura del investigador coordinador, que será el responsable de coordinar a todos los investigadores principales participantes.

A la hora de seleccionar a los investigadores/centros participantes, el primer contacto por parte del promotor suele ser telefónico, transmitiendo la información esencial sobre el ensayo. Si el investigador se mostrase interesado en participar, entonces se realizaría la llamada visita de selección, en la que se determinaría la idoneidad del equipo, de las instalaciones, del potencial reclutador y el cumplimiento con las normas BPC-ICH y se decidiría si se selecciona o no ese centro/investigador. Después, es habitual realizar una reunión de investigadores, antes de que se inicie el ensayo, en la que se reúnen el promotor, los investigadores seleccionados, monitores, etc., y que suele ser una reunión con fines de motivación y de asegurar la uniformidad y consistencia en la investigación entre todos los centros participantes.

Para poder ser investigador de un ensayo clínico hay que cumplir una serie de requisitos:

  • Tener cualificación suficiente para el correcto desarrollo de un ensayo clínico, por estudios, formación y experiencia.
  • Recibir el dictamen de aprobación del ensayo por parte del comité ético y de las autoridades antes de iniciarlo. Ni el investigador ni ninguno de sus colaboradores pueden intervenir en la aprobación del ensayo en el que participen, aunque sean miembros del comité ético. Solo podrán intervenir para aportar información adicional o realizar aclaraciones.
  • Demostrar capacidad de reclutamiento para el número de sujetos previsto durante el periodo establecido.
  • Tener el tiempo suficiente para realizar y completar el ensayo de forma adecuada y en el periodo de tiempo fijado por el protocolo.
  • Contar con el personal e instalaciones adecuados para poder realizar el ensayo con seguridad y en los plazos previstos.

Pero no solo bastará con cumplir estos requisitos, sino que un investigador clínico tendrá, además, unas responsabilidades:

_Debe realizar la investigación según el compromiso adoptado con el promotor, el plan de investigación, las normas de BPC-ICH y los requisitos legales aplicables.

_Obtener el consentimiento informado de cada uno de los sujetos participantes antes de iniciar cualquier procedimiento.

_Disponer de historias clínicas adecuadas y exactas de los sujetos participantes en la investigación, garantizando su confidencialidad.

_Conocer las propiedades y el uso correcto de los medicamentos en investigación. Mantener registros de la entrega, contabilidad, uso y devolución.

_Mantener un listado con el personal en el que el investigador delega tareas, asegurando que todos están convenientemente informados y actualizados a lo largo del ensayo sobre el protocolo, producto en investigación, sus funciones y tareas a desarrollar.

_Asegurar el cuidado médico apropiado al sujeto durante y después de su participación.

_En el caso de ensayos enmascarados, seguir los procedimientos de aleatorización y de apertura de ciego según indique el protocolo.

_Documentar y explicar cualquier desviación respecto al protocolo del ensayo.

_Comunicar los acontecimientos adversos graves e inesperados inmediatamente, y los acontecimientos adversos según los procedimientos establecidos en el protocolo.

_Recoger, registrar y transmitir los datos de forma completa, exacta8, legible y en los plazos establecidos.

_Actualizar y mantener la documentación del ensayo al menos 2 años tras la última autorización de comercialización en una región ICH y hasta que no haya ninguna solicitud pendiente, o al menos 2 años desde la finalización formal del ensayo (el promotor puede solicitar un periodo de tiempo mayor).

_Permitir el acceso a los registros e informes realizados durante la monitorización, auditorías o inspecciones.

_Informar regularmente al CEIm de la marcha del ensayo.

_Elaborar junto con el promotor el informe final del ensayo.

Monitor

La monitorización es el proceso mediante el cual se supervisa el desarrollo de un ensayo clínico, asegurando que se realice según el protocolo, las normas de BPC-ICH y los requerimientos legales aplicables, que la seguridad de los sujetos participantes esté protegida y que los datos generados son completos, exactos y puedan contrastarse en un documento fuente. El monitor es el agente encargado de hacer el seguimiento directo de un ensayo clínico, por lo que debe tener la suficiente competencia clínica. Será la figura principal de comunicación entre el promotor y el investigador.

Por tanto, el monitor tiene que dominar tareas muy diversas: se encarga de monitorizar un ensayo, pero también participa desde las tareas de su puesta en marcha (obtención de documentación esencial, solicitud de requisitos de presentación de documentación al CEIm, gestión de contratos entre centro, investigador y promotor, etc.) hasta los procedimientos de notificación de resultados o de fin de un ensayo; en definitiva, debe tener un conocimiento total del ensayo. Tendrá que saber trabajar en equipo, pues formará parte de un grupo numeroso que interviene en el desarrollo de un ensayo clínico (investigadores, monitores de otros centros, personal administrativo, estadísticos, etc.), y hacer una buena gestión de su tiempo y trabajo, ya que es habitual que manejen varios protocolos y un número elevado de centros de forma simultánea.

Para desarrollar sus funciones, el monitor visitará los centros antes, durante y una vez terminada la participación de los sujetos en el ensayo. En una visita de inicio, presenta el ensayo al equipo investigador de un centro, constatando la idoneidad del centro y el equipo investigador, y asegurándose de que todo el equipo conoce el protocolo del ensayo, las pruebas a realizar y la forma de documentar (se proporciona el material necesario). Tras la primera visita y el pertinente informe, puede aconsejar medidas a adoptar e informará de las futuras visitas.
En esas visitas de monitorización, se atendrá al plan establecido por el promotor: tras una consulta previa para preparar adecuadamente la visita (consultará al centro sobre la situación del reclutamiento, los problemas que hayan podido surgir o la necesidad de material), verificará en el centro los cuadernos de recogida de datos/documentación fuente, comprobará que los pacientes se han seleccionado según los criterios recogidos en el protocolo, que existe un consentimiento informado fechado y firmado para cada uno de ellos, si ha habido algún acontecimiento adverso grave y si se ha notificado adecuadamente. En esas visitas también revisará la medicación (formularios de recepción, devolución y destrucción, contabilidad, condiciones de almacenamiento, cegamiento) y comprobará y actualizará el archivo del ensayo, tras lo cual elaborará un informe en el que aparecerá el nombre del centro, el investigador y el monitor, fecha de la visita, un resumen de los datos revisados, los hallazgos encontrados y las acciones a realizar.

Finalmente, la visita de cierre se plantea cuando el último paciente ha completado los procedimientos del ensayo, o se cierra la base de datos; o bien, si no se han reclutado suficientes pacientes, el equipo investigador no responde adecuadamente o el promotor lo estima oportuno. Según los casos será una visita independiente, puede hacerse coincidir con la última visita de monitorización o simplemente establecer un contacto telefónico. Previamente hay que revisar los problemas que queden pendientes de visitas previas, los acontecimientos adversos por notificar y la documentación pendiente de conseguir y archivar. El monitor se asegurará de que todas las cuestiones pendientes quedan resueltas, recoge los últimos datos y formularios, hace la contabilidad final del medicamento en investigación, actualiza y completa el archivo del centro y se asegura de que se han cumplido las BPC-ICH, para posteriormente elaborar un informe final y comunicar el cierre del centro al CEIm y autoridades.

Otras situaciones de los medicamentos en investigación

Según se ha sugerido previamente, es posible emplear en el ámbito asistencial los medicamentos en investigación en un solo paciente o en unos pocos pacientes que no forman parte de un ensayo clínico, con el único propósito de conseguir un beneficio terapéutico en ese paciente, y siempre que se cumplan las condiciones que establece el Real Decreto 2015/2009, de 19 de junio, por el que se regula la disponibilidad de medicamentos en situaciones especiales, y que establece los requisitos para su utilización y el procedimiento a seguir. La citada norma diferencia entre el uso compasivo de medicamentos en investigación y los medicamentos utilizados en condiciones diferentes a las autorizadas en la ficha técnica (off label). Estas situaciones no son consideradas como una investigación clínica al uso, a pesar de que puedan generar datos biomédicos de interés.

En relación con el uso compasivo de medicamentos en investigación, la AEMPS puede autorizar la utilización de medicamentos antes de su aprobación en España en el caso de pacientes que sufran una enfermedad crónica o gravemente debilitante o que se considera pone en peligro la vida del paciente y que no puede tratarse satisfactoriamente con otras opciones. El medicamento en investigación deberá estar bien sujeto a una solicitud de autorización de comercialización (que se haya pedido la solicitud, pero que esté en trámite de resolución) o bien sometido a ensayos clínicos.

Se pueden utilizar dos procedimientos de solicitud de autorización de uso compasivo:

_Procedimiento para la autorización de acceso individualizado: el centro hospitalario solicitará a la AEMPS el acceso al medicamento en investigación para un paciente determinado, previo visto bueno de la dirección del centro. La solicitud se acompañará de un informe clínico del médico en que se justifique el uso compasivo para el paciente (adjuntando la documentación que apoye la necesidad de administración y la duración del tratamiento), la conformidad del promotor de los ensayos clínicos o del solicitante de la autorización de comercialización (según el caso) y el número de envases requeridos; el consentimiento informado del paciente o su representante es necesario antes de la administración del medicamento, pero no previamente a la solicitud.

_Autorización temporal de utilización de medicamentos en investigación: en este caso, la AEMPS dará la autorización si se cumple que el medicamento se encuentra en una fase avanzada de la investigación o en fase de autorización de comercialización, y que se prevé la utilización para un grupo significativo de enfermos; la autorización temporal incluirá los requisitos y condiciones en que puede usarse el medicamento en investigación fuera del ensayo clínico. El promotor colaborará con la AEMPS para establecer las condiciones de uso en base a los resultados de la investigación clínica en marcha. El tratamiento se realizará en el centro hospitalario, previo visto bueno del mismo a la aplicación de la autorización temporal; el centro se compromete a informar al paciente y solicitar el consentimiento informado, así como a asegurar que el paciente cumple las condiciones definidas para su uso y a comunicar a la AEMPS9 sobre cada paciente que se acoge a la autorización temporal. La normativa establece la necesidad de comunicar las sospechas de reacciones adversas por parte de los diferentes agentes que intervienen en el proceso.

Por otro lado, se puede recurrir a la utilización de medicamentos autorizados en condiciones diferentes a las aprobadas en su ficha técnica. Este uso de medicamentos fuera de ficha técnica (en inglés, off label), tendrá carácter excepcional y se limitará a las situaciones en las que se carezca de alternativa terapéutica autorizada para un determinado paciente, debiéndose seguir las restricciones establecidas para la prescripción y/o dispensación de medicamentos en el protocolo terapéutico asistencial del centro sanitario, en cuya elaboración se tendrán en cuenta las recomendaciones que pueda emitir la AEMPS. En este caso, el médico responsable del tratamiento también debe justificar convenientemente con la historia clínica del paciente la necesidad del uso del medicamento, e informar al paciente de los posibles beneficios y riesgos potenciales, obteniendo su consentimiento informado. El médico responsable, la AEMPS y el titular de la autorización (TA) del medicamento tienen la obligación de notificar los efectos adversos, al igual que en otros tratamientos. El TA, además, tiene prohibido promocionar el uso de medicamentos en condiciones diferentes a las autorizadas.

Este sistema facilita la utilización de medicamentos en condiciones distintas a las autorizadas en la ficha técnica, respetando las garantías de eficacia y seguridad establecidas en la ley, sin requerir autorizaciones previas. No obstante, en algunas situaciones se ha dado un trato desigual a pacientes tratados en diferentes centros, especialmente de distintas comunidades autónomas, pues de acuerdo a los protocolos de cada centro unos pacientes son admitidos al tratamiento y en otros se considera que no cumplen con los requisitos (Martín et al., 2016).

A este respecto, la AEMPS ha publicado una serie de recomendaciones de uso de medicamentos en condiciones distintas a las autorizadas10, entre las que se incluyen los criterios para valorar el uso de los fármacos antivirales autorizados para el tratamiento de la infección por SARS-CoV-2, los criterios de uso de doxorrubicina liposomal pegilada durante la situación de desabastecimiento de mercado, las recomendaciones para la no utilización de hormona del crecimiento en la recuperación de enfermedades nerurológicas cerebrales y periféricas o las consideraciones a tener en cuenta cuando se emplee plasma rico en plaquetas.

El coste del desarrollo de un medicamento

El progreso en el origen e introducción de nuevos medicamentos se halla estrechamente vinculado a la evolución de las ciencias y el conocimiento (Figura 4). Así, la implantación de medidas reguladoras que garanticen el cumplimiento de las exigencias de calidad, seguridad y eficacia de los nuevos medicamentos supuso un incremento del coste del desarrollo de los mismos, al que se añade además la necesidad de compensar el riesgo de la inversión, ya que solo un bajo porcentaje de los medicamentos desarrollados llega a autorizarse y, de estos, algunos son retirados tras iniciarse su comercialización. Esto hace que la industria farmacéutica “se vea obligada” a repercutir los costes de investigación (el más alto del desarrollo) en el precio de los nuevos medicamentos. Precios que han alcanzado cifras nunca antes vistas: muestra de ello es la comercialización y financiación en España de onasemnogén abeparvovec (Zolgensma®), una novedosa terapia génica autorizada para el tratamiento –en dosis intravenosa única– de la atrofia muscular espinal y que ha sido considerado como el medicamento más caro del mundo, al superar su precio oficial (PVPiva) los 2 millones de euros por envase.

En líneas generales, el coste de la obtención de un medicamento y su introducción en el arsenal terapéutico se ha incrementado notablemente desde los años 70 del siglo pasado. Si bien son cifras variables según la fuente, los datos de Farmaindustria11 -la agrupación de empresas de la industria farmacéutica en España– apuntan a que en 2012 el coste medio de la investigación y desarrollo de un medicamento ascendía a 1.506 millones de dólares (1.383 millones de euros) y en 2014 a 2.558 millones de dólares (2.425 millones de euros), inversiones difíciles de abordar si no se dispone de fondos o posibilidad de financiación. Esto supone un aumento de más de 13 veces respecto a las estimaciones en 1979 (199 millones de dólares). Con estas cifras, en España, el 19% de toda la inversión industrial en I+D procede la industria farmacéutica. Más de la mitad de la inversión se destina precisamente al diseño, desarrollo y evaluación de los ensayos clínicos de fase 1, 2 y 3 (≈58%, aproximadamente un 8%, 13% y 37% para los estudios de fase 1, 2 y 3, respectivamente); el resto irá para cubrir los costes de la investigación básica y preclínica (≈25%), los procesos de autorización (≈6%) y las tareas de farmacovigilancia (≈10%).

El periodo de tiempo medio que dura el desarrollo de un nuevo medicamento, desde el descubrimiento de una entidad molecular de interés hasta que se lleva al paciente, se estima en 10–12 años12, pero debe tenerse en cuenta que solo algunos “agraciados” alcanzarán la autorización: por cada 5.000-10.000 candidatos identificados en la investigación clínica y preclínica, solo unos 250 alcanzan las fases clínicas, y solo superan la fase 1 de los ensayos clínicos unos 5 compuestos. A modo de ejemplo: en el año 2015, más de 7.262 moléculas estaban en desarrollo a nivel internacional, pero solo fueron autorizados 44 nuevos medicamentos para uso humano, lo que refleja una muy baja tasa de éxito (en torno al 0,6%) en todos los procesos de I+D que inicia la industria farmacéutica. Además, estiman que solo 1 de cada 5 medicamentos comercializados generan ingresos que superan los costes medios de desarrollo y producción.

Algunos de los estudios más recientes esbozan conclusiones similares. Así, por ejemplo, un informe internacional de la consultora independiente Deloitte13 (2019) apuntaba que el coste medio para desarrollar y comercializar un nuevo medicamento ha aumentado cerca de un 70% desde 2010, alcanzando los 1.981 millones de dólares en 2018; este dato representa un encarecimiento de 800 millones de dólares por nuevo fármaco, que era de 1.188 millones de dólares en 2010. La diferencia sustancial con otras estimaciones superiores radica en que dicho informe se refiere solamente a las doce compañías farmacéuticas de mayor peso económico a nivel internacional. También apunta a que menos del 10% de los compuestos que logran alcanzar la fase de ensayos clínicos llega a convertirse en medicamentos autorizados y disponibles para médicos y pacientes; de estos, solo 3 de cada 10 generarán ingresos que superen los costes de inversión.

No obstante, otro estudio divulgado en 2020, impulsado por autores del LSE (The London School of Economics and Political Sciences), sugiere que los costes pueden ser sensiblemente menores de lo que aduce la industria farmacéutica. Analizando el mercado de EE.UU., el estudio revela que la FDA aprobó en el periodo de 10 años comprendido entre 2009 y 2018 un total de 355 nuevos fármacos, para 63 los cuales (18%) –desarrollados por 47 compañías diferentes– estaban disponibles los costes económicos. Tras incluir en el análisis el coste de los ensayos no exitosos, la mediana de la inversión de I+D para sacar un nuevo medicamento al mercado se estimó en 985 millones de $, mientras que el valor promedio se situó en 1.336 millones de $. Por áreas terapéuticas, sobresale el coste del desarrollo de los nuevos medicamentos antineoplásicos e inmunomoduladores (mediana de 2.771 millones de $), en comparación con el menor coste de los nuevos medicamentos para patologías del sistema nervioso central (766 millones de $). No obstante, estos resultados se ven limitados por la escasa disponibilidad de datos, mayoritariamente accesibles para medicamentos de pequeñas compañías, con designación de huérfanos, los que inauguran rutas terapéuticas o los que reciben una aprobación acelerada (Wouters et al., 2020).

En todo caso, junto al interés sanitario que pueda representar la investigación de un posible tratamiento frente a una patología, la perspectiva de beneficio económico por parte de la industria farmacéutica se convierte en uno de los condicionantes para la obtención de nuevos medicamentos. Por este motivo, las patologías con mayor incidencia de morbimortalidad, las patologías crónicas y las emergentes, así como los campos patológicos poco explorados (donde se encontrará menos competencia), suelen ser los mejores para conseguir un valor añadido sobre tratamientos existentes y, por tanto, los principales objetos de interés en la búsqueda de nuevos medicamentos. Las autoridades sanitarias establecen por ello mecanismos de corrección que incentiven a las empresas para investigar tratamientos eficaces en patologías de muy baja incidencia (medicamentos huérfanos), garantizando también la exclusividad de comercialización al propietario de la patente14 durante unos años. Y es que, una vez expira la patente de cualquier medicamento, otras empresas pueden comercializar el producto como medicamento genérico o biosimilar, demostrando su equivalencia terapéutica, a un coste mucho menor.

Panorama actual y futuro

Las estimaciones más precisas de Farmaindustria apuntan a que existen actualmente a nivel internacional unos 8.000 nuevos fármacos en investigación, pero cada año al final del camino del desarrollo clínico –a su autorización de comercialización para uso en humanos– apenas llegan en torno 40 nuevos medicamentos, la media de aprobaciones en la última década. Se calcula que la probabilidad de que un fármaco que alcanza la primera fase clínica de estudio llegue a comercializarse es de solo el 9,6%, cifra incluso decreciente en los últimos años (en 2010 era del 12%).

El último informe anual sobre aprobaciones de nuevos medicamentos de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA), divulgado en marzo de 2022, reveló que en 2021 se registró el récord de nuevas moléculas autorizadas en los últimos 5 años en la UE, con 54 nuevos principios activos, superando los 39 del año 2020, y con cifras muy similares a las de EE.UU15. Así, en el último lustro, la EMA ha aprobado 200 nuevos fármacos. Como viene siendo habitual, el campo de la oncología es el que domina en número la investigación clínica y aprobación de nuevos medicamentos (12 en 2021), seguido de las vacunas y tratamientos frente a la COVID-19 (7) y las áreas terapéuticas de hematología y neurología (5 cada una). Asimismo, el informe de la EMA indica que se aprobaron 89 nuevas indicaciones para medicamentos ya autorizados, incluidas 35 para uso pediátrico.

Destaca también el hecho de que 9 de los 54 nuevos fármacos (35%) han sido categorizados como medicamentos huérfanos, lo cual ratifica el impulso de la investigación clínica por la industria farmacéutica en el área de las enfermedades raras. De igual modo, 6 nuevos medicamentos fueron aprobados bajo el programa PRIME, una iniciativa de la EMA en el contexto de la Estrategia Farmacéutica de la Comisión Europea para reducir plazos y agilizar el acceso temprano de los pacientes a medicamentos prometedores dirigidos a patologías que son necesidades médicas no cubiertas mediante un procedimiento acelerado de evaluación para su posterior aprobación; desde su inicio, PRIME ha permitido la aprobación de 18 medicamentos, la mayoría de ellos (16) indicados en enfermedades raras, 10 con autorización condicional de comercialización, y 7 calificados como productos de terapia avanzada.

Todo apunta a que, en los últimos años, con el viraje constante hacia la medicina personalizada de precisión, la investigación clínica y aprobación nuevos medicamentos considerados biológicos y terapias avanzadas está teniendo un crecimiento exponencial, gracias a los avances convergentes en teoría y tecnología, como la biología de sistemas, la secuenciación genómica, el análisis exploratorio de alto rendimiento, la aparición de biomarcadores eficaces y asequibles, y la disponibilidad de datos y ciencia computacional, etc. En la última década, el número de medicamentos de precisión comercializados ha crecido un 50% de media anual y se espera que en los próximos años más de la mitad de los fármacos en desarrollo respondan al concepto de medicina personalizada. Para una profundizar sobre el progreso en la investigación y desarrollo de medicamentos biológicos y terapias avanzadas, se recomienda consultar el capítulo monográfico publicado por (Cuéllar, 2019).

En este campo han tenido lugar, precisamente, las últimas novedades regulatorias. Desde la UE, a través del el Reglamento (UE) 2020/1043, de 15 de julio de 2020, se acordaron, como parte de la batería de medidas para hacer frente a la pandemia por COVID-19, unas excepciones transitorias al cumplimiento de la normativa reguladora de los ensayos clínicos con medicamentos que contienen organismos modificados genéticamente, con objeto de incentivar el desarrollo de medicamentos destinados al tratamiento o prevención de la infección por SARS-CoV-2. Así las cosas, podrá autorizarse el empleo de estos medicamentos con fines de investigación en los seres humanos sin necesidad de una evaluación previa del riesgo medioambiental derivado de la liberación de los mismos. No obstante, las autoridades regulatorias seguirán requiriendo la observación de la autorización de fabricación por parte de los laboratorios solicitantes (Noguera, 2021).

En términos geográficos, el dominio europeo de los años 90, cuando casi la mitad de los nuevos medicamentos que se incorporaban al arsenal terapéutico habían sido investigados y desarrollados en Europa (frente a aproximadamente uno de cada cinco en EE.UU.), dio paso a una inversión de la situación con el inicio del milenio: ahora se desarrollan en EE.UU. el 47% de los nuevos medicamentos, frente al 23% en Europa. En todo caso, España tiene un papel líder en Europa en la autorización y realización de ensayos clínicos: a finales de abril de 2022, según datos del Registro Español (https://reec.aemps.es/reec/public/web.html), se encontraban autorizados e iniciados (en situación de reclutamiento de participantes o en transcurso) en España un total de 3.317 ensayos clínicos; esa cifra crecía hasta los 4.148 si se incluían los ensayos autorizados pero no iniciados, y hasta 7.811 si, además, se consideraban los ya finalizados.

Sea como fuere, la innovación farmacoterapéutica solo hará prevalecer su valor social y sanitario si llega a los pacientes. Garantizar un acceso rápido, equitativo y económicamente sostenible es el gran reto al que se enfrentan en la actualidad los sistemas de salud, habida cuenta de que los nuevos medicamentos autorizados son cada vez más complejos y específicos. El principal escollo para ello son los procesos de fijación de precio y financiación, que en los distintos países muchas veces demoran la llegada efectiva de los nuevos medicamentos.

Según El informe anual Indicadores de acceso a terapias innovadoras en Europa (WAIT), elaborado por la consultora IQVIA para la Federación Europea de Asociaciones de la Industria Farmacéutica (Efpia), la problemática con el acceso de los pacientes a los nuevos medicamentos en España es grave: si se analiza el periodo entre 2017 y 2020, el tiempo medio que transcurre desde que un nuevo medicamento se aprueba por las autoridades regulatorias europeas hasta que está disponible de forma efectiva para su uso clínico en España era, a finales de 2021, de 517 días (> 17 meses), mientras que en Alemania o Francia están por debajo de los 240 días; además, la situación va a peor, habiéndose prolongado dicho periodo desde los 453 días al finalizar 2020. Pero la dificultad no es solo el tiempo, sino el nivel de acceso: de los nuevos fármacos aprobados en la UE en los últimos 4 años, en España solo están disponibles el 53% de los mismos, lejos de otros países de nuestro entorno (92% en Alemania, 77% en Italia o 66% en Francia). La preocupación al respecto en las sociedades científicas y organizaciones de pacientes es especialmente patente en lo que respecta a medicamentos oncológicos (retraso en el acceso de 469 días y disponibilidad del 61%) y medicamentos huérfanos (retraso en el acceso de 696 días y disponibilidad del 44%), por lo que parece apremiante el desarrollo de un modelo más ágil y eficiente.

Se puede terminar este apartado con un resumen de situación efectiva del mercado farmacéutico español y las últimas novedades farmacológicas incorporadas. Comparativamente con sus predecesores, y a pesar de la imperante pandemia por COVID-19, el año 2021 fue un año bastante prolífico en España en cuanto a la introducción de innovación farmacoterapéutica, habiéndose comercializado un total de 35 nuevos principios activos, 24 más que en el año anterior (2020). Aproximadamente la mitad de los nuevos fármacos se enmarcan en los grupos terapéuticos ATC – L (terapia antineoplásica y agentes inmunomoduladores) y J (antiinfecciosos para uso sistémico): 11 y 7, respectivamente. Continúa así la tendencia del último lustro en que la mayor parte de los nuevos fármacos comercializados en nuestro país se dirigen al tratamiento de patologías oncológicas o de naturaleza autoinmune, si bien en este 2021 la autorización de medicamentos frente a la COVID-19 también ha hecho crecer en abundancia el grupo de los antiinfecciosos. El pasado año, además, creció en gran medida –hasta 12– el número de principios activos en medicamentos designados como huérfanos, desde solo 2 en el año 2020.

En cuanto al volumen de medicamentos, por quinto año consecutivo se redujo el número de presentaciones de medicamentos comercializadas, pues en 2021 se comercializaron 1.136 nuevas presentaciones –tanto de nuevos principios activos como de los ya existentes– frente a las 1.468 que se dieron de baja. A finales del año, el mercado de medicamentos en España contaba con aproximadamente 18.000 formatos o presentaciones comerciales de medicamentos. En la última década se han incorporado 9.373 presentaciones, lo que supone un 52% del total, y han desaparecido 10.498, con un balance negativo de 1.125 formatos.

Respecto al grado de innovación terapéutica, destaca sobremanera la comercialización y uso en España de los dos primeros medicamentos para la profilaxis farmacológica de la COVID-19 (Comirnaty® y Spikevax®), desarrollados y autorizados en menos de 1 año desde la identificación del SARS-CoV-2 como agente causal, gracias a la concentración de esfuerzos investigadores y a los procesos adaptativos pioneros en investigación clínica –con superposición de fases de estudio– y de revisión de la evidencia por agencias reguladoras. Se trata de las dos primeras vacunas basadas en ARNm indicadas en humanos, una tecnología completamente novedosa que abre un campo farmacoterapéutico muy prometedor por la especificidad de los fármacos, donde ya hay candidatos que se están estudiando frente otras enfermedades, incluidas las oncológicas. Con una efectividad y seguridad clínicas contrastadas, confirmadas con su uso masivo posautorización, han conllevado un impacto enormemente positivo en la lucha frente a una pandemia que ha supuesto la mayor crisis sanitaria, social y económica en todo el mundo en décadas.

Con vistas al futuro todo parece indicar que las compañías farmacéuticas seguirán invirtiendo cada vez más dinero en I+D y es lógico que se adopten y generalicen estrategias para optimizar la investigación clínica, algunas de ellas ya habituales, tales como la externalización parcial o total de un ensayo clínico a los CRO, que pueden conseguir resultados de calidad y en un tiempo menor que el que necesitaría el propio laboratorio. Otra estrategia ya muy común en este sentido es su internacionalización: se está desviando la investigación desde EE.UU., Canadá o Europa occidental hacia China, India y los países de la Europa del Este; si bien las agencias reguladoras exigen que en los ensayos pivotales participen pacientes de las zonas geográficas donde se pretende incorporar el nuevo medicamento, este proceso se debe fundamentalmente al ahorro de costes que supone el desarrollo de un ensayo clínico en estos países, pese a que pueden emerger tener una ser de condicionantes demográficos (motivados por el envejecimiento de la población en los países occidentales) y éticos16.

También se podrá recurrir a la revisión del diseño de los ensayos clínicos, a fin de detectar fallos lo más precozmente posible y así ahorrar tiempo y dinero. Es previsible que cada vez se realicen más ensayos de fase 0 o estudios de microdosificación en humanos, en los que se administran dosis muy bajas (del orden del 1% de la dosis farmacológicamente activa prevista) del fármaco en estudio a un grupo reducido de pacientes para recopilar datos sobre todo farmacocinéticos y farmacodinámicos; esto permitirá identificar los mejores candidatos a pasar a la fase I y las dosis a emplear, hacer más corta esa fase y aumentar la tasa de éxito de la investigación. De igual modo, una estrategia que no era muy habitual hasta ahora –por su complejidad de planificación e implementación–, pero que ya ha demostrado su utilidad en la investigación de terapias contra la COVID-19 y puede llegar para quedarse, es la del diseño adaptativo de un ensayo clínico, esto es, el que incluye el análisis intermedio de datos y, según esos resultados preliminares, permite modificar el diseño del estudio para adaptarlo a las necesidades que surgen.
Otra tendencia es el crecimiento de la importancia de los ensayos de fase IV, que tienen por objetivo probar la seguridad, ampliar indicaciones y alcance geográfico y diseminar información del medicamento tanto a profesionales sanitarios como a autoridades y pacientes, y de los estudios naturalistas, es decir, los estudios de tolerancia o efectividad del medicamento en las condiciones habituales de uso, por su mayor representatividad clínica. También parece lógico pensar que la investigación clínica se verá influenciada en un futuro por los avances en las tecnologías de la información. Son cada vez más numerosos los sistemas de gestión de ensayos y datos clínicos o los dispositivos de captura electrónica que se utilizan, los cuales probablemente facilitarán la investigación desde la puesta en marcha de un ensayo, pasando por la agilización del reclutamiento de pacientes o la recopilación de datos.

La investigación clínica se está adaptando, además, al desarrollo de productos biotecnológicos, productos de terapia individualizada, biomarcadores y a la industria de genéricos y biosimilares. Estamos asistiendo a la incorporación de la farmacogenética para la selección de los mejores tratamientos, y la orientación a la medicina personalizada supondrá un nuevo reto para la industria farmacéutica por su repercusión económica.

El papel del farmacéutico en la investigación clínica

El farmacéutico puede, como profesional sanitario experto en el medicamento, participar a cualquier nivel en la investigación clínica de nuevas opciones farmacoterapéuticas, con una perspectiva integradora de las ciencias relacionadas que pocos perfiles académicos pueden aportar. El perfil profesional del farmacéutico se ha ido especializando en distintos campos, si bien el conocimiento de los medicamentos es la esencia de la profesión en todos ellos; por tanto, conocer el origen de los medicamentos y la idea que da lugar a su desarrollo aporta las claves para comprender mejor su comportamiento y valorar el grado de innovación que incorporan, anticipar posibles efectos adversos y mejorar su eficacia.

A nivel de investigación básica los farmacéuticos que se desempeñan en el ámbito de la docencia y la investigación están capacitados y familiarizados con la identificación y aislamiento de principios activos de distintas fuentes, la síntesis química, la química analítica, la biotecnología y los estudios farmacológicos a diferentes escalas. Desde el ámbito de la farmacia industrial y galénica, especialización propia de la profesión, los farmacéuticos contribuyen al desarrollo de novedosas formas de administración, mejorado e ideando formas farmacéuticas y optimizando procesos de obtención que posibilitan la incorporación al arsenal terapéutico de muchos principios activos eficaces in vitro, la consecución de mejores niveles de eficacia o la mejora de su tolerabilidad, con gran peso sobre los resultados en salud de los medicamentos.

En el área de la investigación clínica propiamente dicha, los farmacéuticos especialistas participan con frecuencia como figuras relevantes en el desarrollo de ensayos clínicos desde la farmacia hospitalaria (en España hay actualmente 368 servicios de farmacia en hospitales), ya que el investigador principal delega por lo general las tareas relacionadas con la gestión de los medicamentos en investigación, siendo los farmacéuticos los encargados de la recepción, custodia y preparación de los mismos. Entre sus tareas se encuentran las de registrar todos los movimientos del producto en investigación, su entrada, dispensación, devolución o gestión de los restos/residuos, incluyendo su posible destrucción; es habitual que también lleve una contabilidad de la medicación.

El farmacéutico necesitará estar, por tanto, familiarizado con el protocolo, el producto en investigación y con los requerimientos legales y éticos aplicables. También formará parte de los comités éticos de evaluación de ensayos clínicos: como mínimo uno de los componentes del comité tendrá que ser un farmacéutico especialista de hospital, que se encargará de evaluar y dar opinión experta en los aspectos farmacéuticos del ensayo (tipo de fármaco comparador utilizado, formulación empleada, pauta de dosificación, posibles efectos adversos e interacciones, etc.). En unidades de estudios de fase I, el farmacéutico estará implicado, entre otras tareas, en la definición de dosis específicas para cada sujeto participante y las necesidades de futuros estudios, en la evaluación de la forma farmacéutica más adecuada y en la formación de los investigadores acerca del producto en investigación.

Muestra del compromiso profesional de los farmacéuticos hospitalarios en su papel en la investigación clínica es la reciente publicación de una Guía de Excelencia para la realización de ensayos clínicos en la Farmacia Hospitalaria, documento de consenso de recomendable consulta accesible en la web Farmacéuticos.com17, y que servirá como referencia para el desarrollo de las tareas específicas del servicio de farmacia hospitalaria antes, durante y después de la realización de un ensayo clínico. La complejidad creciente de los nuevos medicamentos en el contexto de la medicina de precisión hace necesaria una mayor participación y colaboración de estos profesionales en el proceso de la I+D biomédica.

Por otra parte, dentro de la industria farmacéutica (ya sean laboratorios o CRO), ejercen farmacéuticos en aquellos departamentos implicados en investigación clínica, a los que acceden por lo general tras formaciones específicas de posgrado. El departamento comúnmente llamado de operaciones clínicas es el encargado de iniciar y desarrollar un ensayo, y en él se pueden encontrar farmacéuticos en puestos de coordinación (leadCRA o clinical research manager) y como monitores (CRA), fundamentalmente. También trabajan farmacéuticos dentro del departamento de gestión de datos (data management), principalmente en tareas de coordinador (data coordinator o data manager), encargados de asegurar que los datos procedentes del ensayo son completos y exactos; participan también en el diseño del cuaderno de recogida de datos y de la base de datos, transmiten las consultas o queries para su resolución y se encargan de unificar la terminología médico-científica para que todas las entradas a la base de datos sean iguales para el mismo concepto (por ejemplo, cefalea para dolor de cabeza, jaqueca, cefalalgia, etc.). Otro campo de actuación del farmacéutico dentro de la industria tiene lugar en los departamentos médicos, colaborando en el diseño de protocolos, la elaboración de informes, enmiendas y cualquier otro documento relacionado con un ensayo clínico de carácter técnico.

La farmacia comunitaria, si bien no participa activamente en la práctica totalidad de ensayos clínicos de medicamentos en investigación, adquiere un especial interés para la evaluación de diversos aspectos de la farmacoterapia y de los resultados de las distintas intervenciones en salud. Pese a que para la mayoría de estos establecimientos sanitarios el desarrollo íntegro de un proyecto de investigación se imposibilita por limitaciones de tiempo, costes, etc., también debe valorarse a la red española de más de 22.000 farmacias como un interesante centro de investigación clínica. Las sociedades científicas y profesionales pueden aglutinar a un buen número de farmacias y aportan mayor representatividad a la muestra del estudio. En esa línea, destaca el nexo que representa la organización farmacéutica colegial, integrada a nivel nacional en el Consejo General de Colegios Farmacéuticos, que facilita el desarrollo de proyectos colaborativos –permiten optimizar recursos y conseguir mayor significación de los resultados– y en las últimas décadas ha impulsado proyectos de investigación dirigidos a evaluar resultados en salud de la farmacoterapia y los servicios asistenciales asociados (Tabla 5). Este tipo de trabajos en farmacia comunitaria adquieren cada vez más importancia en un contexto económico difícil por su potencial influencia en políticas sanitarias cada vez más coste-efectivas.



Finalmente, es preciso subrayar el papel del farmacéutico como informador sobre investigaciones clínicas. Quizás en España no sea muy habitual que un sujeto interesado en participar en un ensayo clínico se dirija a una farmacia comunitaria o servicio de farmacia hospitalaria para solicitar información y consejo, pero sí es habitual en otros países en los que la investigación clínica está más a pie de calle (por ejemplo, en EE.UU.). Los pacientes demandan cada vez más información sobre las fases de la investigación y los laboratorios están cada vez más implicados en transmitir a la población información fácilmente comprensible sobre la investigación de nuevos medicamentos.
Por ello, el farmacéutico debe tener unos conocimientos básicos sobre los ensayos clínicos –sobre sus fases y características (Tabla 6), entre otros conceptos– para ser capaz de responder a cuestiones generales sobre el tema. Puede incluso orientar a un paciente en la búsqueda de un ensayo clínico que pudiese resultarle interesante, así como en la búsqueda de información útil para sopesar o no su participación (beneficios/riesgos, tratamientos disponibles, pruebas a realizar, estancias hospitalarias, etc.). Como ciudadanos, estar informado es la mejor manera para estar preparados en el caso de que en un futuro se dé la oportunidad de participar en un ensayo clínico, pudiendo así tomar una decisión informada de participar o de no participar.


Parece conveniente, pues, que el farmacéutico se familiarice con las fuentes de información oficiales que operan como bases de datos de ensayos clínicos. ClinicalTrials.gov (https://www.clinicaltrials.gov/), desarrollada y actualizada por la Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU., es quizás la más conocida y completa a nivel internacional, pues recoge información de más de 410.000 estudios de financiación pública y privada autorizados en 220 países. En nuestro país, como ya se ha avanzado, el Registro Español de Estudios Clínicos (https://reec.aemps.es/reec/public/web.html) incluye información sobre los más de 7.800 ensayos clínicos autorizados en España desde 2013, todos los estudios observacionales autorizados y otros estudios registrables con carácter voluntario que al menos tengan dictamen favorable de un Comité de Ética de la Investigación; entre sus objetivos se encuentran los de garantizar que se ponen a disposición de la sociedad datos y resultados tanto positivos como negativos de investigaciones, facilitar que los sujetos participantes en dichas investigaciones tengan información previa de calidad y evitar estudios repetitivos o no aceptables, especialmente en niños, ancianos y otras poblaciones vulnerables que encuentran dificultades para poder tomar una decisión por sí mismos.

Anomalías del embarazo

Resumen

El embarazo se define como aquel estado fisiológico de una mujer que comprende el periodo desde la fecundación del óvulo por el espermatozoide hasta el parto. Tiene una duración de 280 días aproximadamente, y existen múltiples patologías que se pueden desarrollar en las distintas fases del proceso, pudiendo llegar a suponer riesgo tanto como para el feto como para la gestante.

El objetivo de este artículo es aportar las claves para una identificación temprana de algunas de las patologías más frecuentes en atención primaria, para así favorecer la realización de un manejo terapéutico precoz que conlleve una disminución de la morbimortalidad. Se aborda, con ese fin, una revisión de los principales aspectos clínicos de diversas anomalías: patologías de la implantación (embarazo ectópico, placenta previa, desprendimiento prematura de placenta normoinserta), enfermedades y anomalías de los anexos fetales (enfermedad trofoblástica gestacional, hidramnios y oligohidramnios, rotura prematura de membranas, corioamnionitis) y enfermedades propias del embarazo (hiperémesis gravídica, estados hipertensivos del embarazo, síndrome de Hellp y síndrome antifosfolipídico).

Patologías de la implantación

Embarazo ectópico

Se habla de embarazo ectópico (EE) cuando la implantación del óvulo fecundado se produce fuera de la cavidad endometrial (Figura 1). La incidencia de esta patología ha ido aumentando progresivamente en los últimos tiempos debido principalmente a un diagnóstico más precoz (gracias a métodos y técnicas diagnósticas como la medición de bHCG y la ecografía transvaginal). En España, se estima que afecta a entre el 4,4 y el 9 por 1.000 partos/año (Salvador et al., 2018).


Entre los factores de riesgo asociados al embarazo ectópico se encuentran: enfermedad inflamatoria pélvica (EIP), cirugía tubárica previa, inducción de la gestación, anticonceptivos orales (como gestágenos), técnicas de reproducción asistida, infertilidad previa, DIU, endometriosis, etc. (Tejerizo et al., 2007). La localización más frecuente de la implantación ectópica son las trompas de Falopio (95% de los casos), concretamente en la región ampular de las trompas de Falopio (Pisarka et al., 1999).

En cuanto a la clínica, en los estadios más iniciales, el EE puede ser asintomático. La triada más características de esta patología es amenorrea, dolor abdominal (discontinuo y difuso en fosa iliaca que puede extenderse a hipogastrio) y metrorragia (sangrado vaginal oscuro, escasa cantidad e irregular) (Zarpadiel et al., 2008). En la exploración ginecológica podemos detectar un tacto vaginal doloroso con presencia de una masa pélvica palpable de consistencia blanda.

El diagnóstico de confirmación se realiza fundamentalmente mediante la determinación de la hormona gonadotrofina coriónica humana o bHCG (las determinaciones seriadas en suero son necesarias para diferenciar entre una gestación normal y un EE, ya que cantidad de bHCG producida en un EE generalmente es menor respecto a un embarazo intrauterino) y la realización de una ecografía transvaginal. En los casos en los que persistan dudas, se deberá optar por realizar una laparoscopia.

El EE es la primera causa de muerte materna en el primer trimestre, secundaria a shock hipovolémico por hemorragia (Murray et al., 2005). Se estima que tras un EE el 50% de las mujeres vuelven a concebir con una tasa de recurrencia de EE del 15% (Tejerizo et al., 2007).

Actualmente existen tres opciones de tratamiento: i) tratamiento conservador, cuando hay sospecha de EE no confirmada y paciente asintomática; ii) tratamiento farmacológico con metotrexato, si el diagnóstico ha sido confirmado y la paciente está estable; y iii) tratamiento quirúrgico, ante un diagnóstico confirmado en paciente inestable.

Placenta previa

Definida como la inserción total o parcial de la placenta en el segmento inferior del útero (Faiz et al., 2003), esta patología causa el 20% de los sangrados del tercer trimestre durante la gestación (Domínguez et al., 2007). Puede presentarse de forma oclusiva (no permite el parto vaginal) o no oclusiva (permite al menos el inicio del parto vaginal).

Su principal síntoma es la hemorragia vaginal, caracterizada por una sangre roja brillante que aparece de forma brusca no dolorosa durante el segundo o tercer trimestre. Al efectuar una exploración física no se debe realizar tacto vaginal por el riesgo de aumento de hemorragia. El diagnóstico de confirmación ante una sospecha clínica se consigue mediante la ecografía transvaginal.

El manejo terapéutico va a depender de varios factores como: estado materno, estado fetal y variedad anatómica de la placenta (oclusiva o no oclusiva). Se llevará a cabo un manejo conservador si la hemorragia no es grave, se confirma la estabilidad hemodinámica materna o si el feto tiene < 36 semanas o inmadurez pulmonar fetal y/o es un feto vivo sin signos de sufrimiento fetal. Se realizará cesárea si la placenta es oclusiva, hay hemorragia intensa, sufrimiento fetal, mal estado materno y/o distocias asociadas. Otra opción es realizar un intento de parto vaginal en aquellas pacientes que presentan placenta marginal o placenta baja (cuando llega a 2-3 cm del orificio cervical interno). En todo caso, resulta necesario un control exhaustivo durante el postparto ya que se trata de pacientes con alta tasa de sangrado.

Desprendimiento prematuro de la placenta normalmente inserta

El desprendimiento prematuro de la placenta normalmente inserta (DPPNI), también conocido con el nombre de “abruptio placentae”, se produce por una separación parcial o total de la placenta de su inserción en el útero. Generalmente la placenta se encuentra bien posicionada y el desprendimiento se produce a partir de la semana 20.

El DPPNI afecta a entre un 0,5% y 1,5% de los embarazos. Se considera la segunda causa más frecuente de hemorragia durante el segundo trimestre de la gestación (Kim et al., 2010). Su incidencia aumenta significativamente en los países desarrollados, por un aumento de los factores de riesgo, mencionados a continuación.

Se desconoce la etiología de esta enfermedad, aunque parece estar relacionada con defectos en la decidua y en los vasos uterinos, lo que facilita la separación de la placenta con el útero. Varios factores se consideran favorecedores de la disrupción útero-placentaria, entre los que se encuentran:

  • Antecedente personal de DPPNI: es el factor de riesgo más importante.
  • Trastornos hipertensivos del embarazo: HTA inducida por el embarazo, HTA gestacional y preeclampsia.
  • Alteraciones genéticas: se han descrito mutaciones que pueden estar en relación con el DPPNI, tales como las aparecidas en el gen del óxido nítrico sintetasa endotelial (eNOS), del gen de la protombina, mutación del Factor V de Leyden o los que regulan los niveles plasmáticos de homocisteína (Camilleri et al., 2004).
  • Edad materna: la incidencia aumenta con la edad avanzada.
  • Paridad: el riesgo de padecer esta patología se incrementa al aumentar la paridad de la gestante.
  • Carencias nutritivas: déficit vitamina A, déficit de hierro, déficit de ácido fólico, etc.
  • Rotura prematura de membranas.
  • Traumatismos abdominales: se debe tener especial precaución con los accidentes de tráfico en gestantes, debiendo mantener a la paciente en observación durante 24 horas.
  • Trombofilias, ya que se asocian con estados tromboembólicos.
  • Hábitos tóxicos: tabaco, consumo de cocaína, etc.
  • Miomas uterinos: si la inserción placentaria se produce en el mioma.
  • Iatrogenia: maniobras de versiones externas se asocian con un mayor riesgo de DDPNI

Respecto a la fisiopatología, el DPPNI comienza con una hemorragia en la decidua basal, que va a generar un hematoma. Este hematoma conlleva la separación de la placenta de su inserción uterina, destruyendo la región placentaria que está en contacto con él, ya que se produce una necrosis isquémica (Figura 2).


La hemorragia resultante puede ser intensa, separándose la mayoría de la superficie de la placenta del útero o bien toda la placenta. El hematoma puede llegar a separar las membranas adheridas a la pared uterina, de tal forma que se produce sangrado vaginal (hemorragia externa); esta situación se produce aproximadamente en el 80% de los casos. En el resto de situaciones, no se llegan a desprender los bordes placentarios, por lo que la sangre permanece en el útero sin evidenciarse un sangrado externo (hemorragia oculta) (Figura 3).


La afectación fetal va a depender de la superficie total de placenta desprendida, puesto que en la región desprendida se va a producir una ausencia de intercambio gaseoso y nutrientes. Los desprendimientos placentarios de más de 50% se correlacionan normalmente con una importante afectación fetal (García-Gamón et al., 2007).

De modo similar, la intensidad de presentación de los síntomas va a venir determinada generalmente por el grado de desprendimiento placentario. La triada clínica fundamental consiste en: hemorragia genital (en 80% de los casos, suele ser de escasa cantidad y oscura), dolor abdominal (en 60% de los casos, su presentación clínica es muy variable) e hipertonía uterina (en 50% de los casos).

Los métodos diagnósticos principales para detectar el DPPNI son la monitorización fetal (se observa una dinámica uterina irregular con tono, amplitud y frecuencia aumentados) y la ecografía (permite distinguir un hematoma retroplacentario e informa sobre la viabilidad fetal, permitiendo realizar un diagnóstico diferencial con la existencia de placenta previa (Tabla 1), rotura uterina y vasa previa).



Por su parte, el manejo terapéutico que se va a llevar a cabo va a venir determinado por el estado materno y fetal. En primer lugar, se tomarán medidas generales, tales como controles constantes, control hematológico, control de diuresis, canalización vía periférica, pruebas cruzadas y administración de sangre en caso necesario. Si existe un desprendimiento leve con feto pretérmino, ausencia de compromiso fetal y buena monitorización del mismo, se optará por un manejo conservador con control estricto materno y fetal.

En cambio, ante una gestación a término, desprendimiento moderado o severo, compromiso fetal o materno, se llevará a cabo la finalización de la gestación, siendo la cesárea la vía de elección. Se puede intentar un parto vaginal en aquellas gestantes multíparas con buenas condiciones cervicales sin datos de sufrimiento fetal. Si el feto está muerto se intentará su extracción por vía vaginal optando por cesárea en caso de que el parto no evolucione o se produzca un empeoramiento del estado materno.

El pronóstico del DPPNI va a depender fundamentalmente de la extensión del desprendimiento y de una actitud terapéutica precoz. Entre las complicaciones que pueden derivar de esta patología destacan el shock y la coagulación intravascular diseminada (CID).

Enfermedades y anomalías de los anexos fetales

Enfermedad trofoblástica gestacional

Esta patología se produce como consecuencia de una proliferación anómala del tejido trofoblástico (conjunto celular que forma la capa externa del blastocisto, que provee nutrientes al embrión), capaz de producir desde lesiones benignas (como la llamada mola hidatiforme) a otras malignas (coriocarcinoma, tumor trofoblástico sitio placentario o PSTT, tumor trofoblástico epitelioide o ETT, y mola invasora) (Khanna, 2016). La proliferación del tejido trofoblástico de cualquier embarazo tras la finalización del mismo va a originar la enfermedad trofoblástica persistente o metastásica. Una de las clasificaciones más utilizadas actualmente es la de la OMS, que en función de diferentes criterios macroscópicos distingue entre:

  • Mola hidatiforme completa o parcial.
  • Mola hidatiforme invasiva.
  • Coriocarcinoma.
  • Tumor trofoblástico del lecho placentario.
  • Lesiones trofoblásticas diversas.
  • Reacción exagerada del lecho placentario.
  • Nódulos y placas del lecho placentario.
  • Lesiones trofoblásticas no clasificadas.

Mola hidatiforme

Se produce como consecuencia de una alteración genética en el momento de la fecundación. Se va a caracterizar por la presencia de degeneración hidrópica y edema estromal, con ausencia de vascularización de las vellosidades coriales y proliferación del trofoblasto, conservando la estructura vellositaria.Es de naturaleza benigna, pero en un 10% de los casos da lugar a una enfermedad trofoblástica persistente (ETP) (Escudero et al., 2007). El principal factor de riesgo es el antecedente personal de embarazo molar, que a su vez se ve incrementada en las edades extremas del embarazo.

Existen dos subtipos de mola hidatiforme: mola hidatiforme completa y mola hidatiforme parcial. La mola hidatiforme completa suele ser diploide, de origen paterno con cariotipo 46XX y presenta un riesgo de tumor persistente del 30% aproximadamente. En cambio, la mola hidatiforme parcial es triploide, con cariotipo generalmente 69XXY y puede contener tejido fetal; presenta un riesgo de enfermedad persistente del 5% (Khanna, 2016).

Clínicamente, en esta patología puede producir: hemorragia (signo más frecuente), náuseas, vómitos, preeclampsia (su aparición precoz debe sugerir gestación molar), expulsión de vesículas (signo patognomónico pero muy infrecuente), hipertiroidismo y/o insuficiencia respiratoria aguda.

Al realizar la ecografía ante la sospecha de mola hidatiforme completa, se pueden observar múltiples áreas hipoecoicas correspondientes a las vellosidades hidrópicas (patrón en “tormenta de nieve”). No existe un saco gestacional normal. En la mola hidatiforme parcial se observa la presencia de áreas focales correspondientes a cambios trofoblásticos y de tejido fetal (Khanna, 2016). Tanto para el diagnóstico como para el seguimiento es de gran utilidad la determinación de la hormona β-HCG: en una gestación normal los valores de esta hormona aumentan progresivamente hasta alcanzar las 100.000 mUI/ml en la semana 12 y, posteriormente, van a ir descendiendo progresivamente; la existencia de cifras de ≥ 200.000 mUI/ml, es muy sugestivo de enfermedad trofoblástica gestacional.

Las etapas evolutivas comprenden: mola hidatiforme (enfermedad limitada a cavidad uterina) y mola invasora o corioadenoma destruens (lesión localmente invasora, rara vez metastásica). Se conoce como mola persistente cuando, tras la evacuación de embarazo, persisten valores positivos de β-HCG.

La actitud terapéutica ante una sospecha de enfermedad trofoblástica implicará, en primer lugar, la realización de un estudio preoperatorio: ecografía, analítica completa con grupo sanguíneo, preparación de pruebas cruzadas y radiografía de tórax para descartar metástasis pulmonares. En aquellas mujeres menores 40 años con deseo de preservar descendencia se realiza legrado por aspiración; además, si existe mola parcial con presencia de partes fetales que impiden el legrado por aspiración, se puede considerar la terminación médica del embarazo. Si la edad de la paciente es superior a 40 años, o se comprende entre 35-40 años con descendencia deseada, hemorragia incontrolable o patología uterina asociada, se puede considerar la histerectomía. A aquellas gestantes con grupo Rh- se les debe administrar inmunoglobulina antiD en las primeras 48-72 h de la evacuación. Adicionalmente, es necesario realizar un seguimiento posquirúrgico mediante la monitorización de la -βHCG, evitando un nuevo embarazo hasta el transcurso de al menos 6 meses una vez conseguidas cifras normales de esta hormona.

Tumor trofoblástico gestacional

Se diagnostica si se produce la aparición de una meseta en los niveles de HCG semanal durante 3 semanas, o ante 4 determinaciones de HCG, un aumento en el nivel de HCG > 10% en una duración de 2 semanas, una persistencia de HCG sérica detectable tras > 6 meses desde la evacuación molar y/o el diagnóstico tisular de coriocarcinoma. Este último criterio diagnóstico se basa en los criterios de la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia (FIGO).

Entre los factores de riesgo para desarrollar un tumor trofoblástico gestacional se encuentran: edad materna > 40 años, niveles de β-HCG > 100.000 mUI/ml, útero significativamente mayor que el tiempo de amenorrea, quistes tecaluteínicos > 5 cm, mola completa con cromosoma Y, retraso en la evacuación superior a 4 meses, antecedente de enfermedad trofoblástica gestacional, manifestaciones clínicas severas y grupo sanguíneo de los padres 0/A o A/0 (Khanna, 2016).

Por otro lado, el coriocarcinoma aparece entre el 2-5% de todos los casos de neoplasia trofoblástica gestacional. El tumor trofoblástico del lecho placentario (PSTT) en una variante muy poco frecuente del tumor trofoblástico gestacional que se limita al útero, invadiendo en ocasiones localmente miometrio, sistema linfático y vascular. El tumor trofoblástico epitelial es una variante de este tumor (Soper et al., 2004).

En el momento en que se diagnostique un tumor trofoblástico gestacional se debe buscar la existencia de metástasis mediante un estudio de extensión, con pruebas de imagen complementarias para descartar enfermedad trofoblástica extendida. En función de los factores de riesgo que presente la paciente, mediante un sistema de estratificación propuesto por la FIGO se clasifica en bajo riesgo o alto riesgo; tal estadiaje va a determinar la actitud terapéutica (cirugía, quimioterapia, radioterapia, etc.). Tras el tratamiento de la enfermedad trofoblástica maligna se debe evitar el embarazo durante el primer año, para no interferir en las determinaciones de β-HCG.

Oligohidramnios

Existen diferentes técnicas para estimar la cantidad de líquido amniótico que existe: las más utilizadas son la columna vertical máxima (MCV) y el índice de líquido amniótico (ILA); la primera posee mayor especificidad mientras que la segunda tiene una mayor sensibilidad para identificar la reducción de líquido amniótico. La existencia de oligohidramnios se define como la presencia de una columna vertical máxima de < 2 cm (oligohidramnios severo/anhidramnios si < 1 cm) y/o un índice de líquido amniótico < 5 (Andrés et al., 2007).

En función de la etiología, las causas de oligodramnios se pueden dividir en:

  • Causas fetales: alteraciones cromosómicas, obstrucción del tracto urinario, patología renal, crecimiento intrauterino restringido (CIR), embarazo cronológicamente prolongado, infección por citomegalovirus y defectos del tubo neural.
  • Causas placentarias-membrana: rotura prematura de membranas
  • Causas maternas: HTA, preeclampsia, diabetes, etc.
  • Debidas a fármacos: IECA, inhibidores de la prostaglandina sintetasa.

Esta patología puede producir complicaciones perinatales, entre las que destacan: compresiones de cordón, sufrimiento fetal crónico (pueden conllevar a la muerte fetal) y un mayor número de cesáreas. Si se produce en el inicio de la gestación puede dar lugar a malformaciones fetales graves o hipoplasia pulmonar, entre otras complicaciones.

El manejo terapéutico va a depender de la edad gestacional en el momento del diagnóstico del oligohidramnios:

  • Si el diagnóstico es previo a la semana 20-22, valorar finalizar la gestación (previo consentimiento de la paciente).
  • Si se diagnostica una RPM (rotura prematura de membranas), un CIR o una edad gestacional prolongada se llevará a cabo el manejo propio de dicha patología.
  • Si el oligohidramnios es secundario a la ingesta de fármacos, se suspenderán los fármacos. Si la paciente ha sido tratada con fármacos inhibidores de la síntesis de prostaglandinas se debe realizar una valoración del ductus arterioso y del flujo tricuspídeo.
  • En caso de sufrimiento fetal se optará por la finalización de la gestación, llevando a cabo las medidas terapéuticas necesarias en función de la edad gestacional.

Polihidramnios

Se define como una acumulación de líquido amniótico excesiva, caracterizada por un índice líquido amniótico ≥ 24 cm y una columna vertical máxima de líquido amniótico ≥ 8 (Andrés et al., 2007) Dicha situación se ha asociado con mayor riesgo de parto prematuro, rotura espontánea de membranas y malestar materno.

Entre las causas principales relacionadas con el polihidramnios se encuentran: idiopática (65%), diabetes mellitus y gestación múltiple, aunque existen otras muchas causas relacionadas con esta patología. Una vez diagnosticado el polihidramnios se deberán descartar patologías fetales que puedan ir asociadas.

En el caso en que exista una causa etiológica, se debe tratar de corregir. En situaciones agudas con mala tolerancia y/o sufrimiento materno o fetal se puede realizar una amniocentesis evacuadora.

Por otro lado, la indometacina disminuye la producción fetal de orina, favoreciendo el paso del líquido amniótico a través de las membranas y la reabsorción pulmonar, pero a su vez, tiene importantes efectos secundarios sobre el feto, como el posible cierre prematuro del ductus arterioso. Por ello, debe utilizarse como tratamiento de segunda línea y bajo vigilancia médica estrecha (Andrés et al., 2007).

Rotura prematura de membranas (RPM)

Se considera rotura espontánea de membranas cuando esta se produce antes del inicio del trabajo espontáneo del parto. En función de la edad gestacional en la que se produzca la RPM vamos a distinguir entre: RPM a término (≥ 37 semana de gestación), RPM pretérmino (entre la semana 24 y 36 de embarazo) y RPM previable (< semana 24 de gestación). La edad gestacional en la que se encuentra la paciente es lo que va a determinar la actitud terapéutica (Romero et al., 2015).

La prevalencia de la RPM se sitúa entre el 5-10%, produciéndose el 90% tras la semana 37 de gestación. Se desconoce el mecanismo por el que aparece la rotura espontánea de membranas, aunque varias teorías se basan en la existencia de un desequilibrio entre los diferentes componentes de las membranas. Cabe destacar la infección o inflamación coriodecidual como factor causal (Cobo et al., 2007).

El diagnóstico de esta patología es clínico, observándose la salida de líquido amniótico por la vagina (pH alcalino o cristalización en helecho al microscopio). La ecografía no es un método diagnostico útil ya que en estadios iniciales el líquido amniótico suele ser normal. En casos dudosos se pueden usar otros métodos de confirmación, tales como inyectar por amniocentesis 1 ml de fluoresceína (diluida en suero fisiológico) en la cavidad amniótica: si se detecta esta sustancia a los 30-60 min en la vagina se confirma el diagnóstico. Además, se están empleando recientemente nuevos indicadores bioquímicos como la IGFBP-1 y la PAMG-1, con resultados prometedores, debido a la baja tasa de falsos positivos.

Según se ha sugerido anteriormente, el manejo terapéutico va a depender de la edad gestacional. En el caso de RPM a término es aconsejable la finalización de la gestación ya que existe riesgo elevado de infección. Sin embargo, ante una RPM pretérmino se llevará a cabo una actitud más conservadora. En la RPM previable (< 24 semanas), el manejo obstétrico es muy complicado, lo que conlleva un aumento de morbimortalidad materno-fetal.

En todos los casos, ante la presencia de RPM se debe comprobar la edad gestacional, extraer cultivos endocervicales, vaginal-anal de SGB (estreptococo del grupo B) y/o Gram, tratar de descartar corioamnionitis o pérdida de bienestar fetal, administrar antibioterapia y/o corticoides en función de la edad gestacional y valorar necesidad de tocolisis.

La antibioterapia se debe administrar por vía parenteral durante la primera semana de ingreso y repetir o mantener si los cultivos iniciales son negativos; en aquellas pacientes en que no se disponga de cultivo de estreptococo del grupo B en las últimas 5 semanas, se debe administrar la profilaxis. La maduración pulmonar fetal con corticoides está indicada actualmente entre la 24 y la 36 semana de gestación. Respecto al uso de tocolíticos, no hay evidencia suficiente, pero pueden permitir que se lleve a cabo el efecto beneficioso de los corticoides y los antibióticos al prolongar la gestación.

Se debe tener en cuenta, que una vez diagnosticada la RPM, se deben evitar, en la medida de lo posible, los tactos vaginales para así disminuir el riesgo de infección.

Corioamnionitis

La corioamnionitis es la inflamación aguda de las membranas placentarias (amnios y corion), generalmente de origen infeccioso, que se acompaña de la infección del contenido amniótico, esto es, feto, cordón y líquido amniótico. Su prevalencia se estima en 1-2% de los partos a término y 5-10% de los partos pretérmino (Chapman et al., 2014), y se considera como una causa importante de morbilidad materna y fetal.

A nivel fetal, se asocia con prematuridad, rotura prematura de membranas y morbilidad fetal, que puede variar desde sepsis, enterocolitis necrotizante, distrés respiratorio-displasia broncopulmonar, hemorragia intraventricular o neurotoxicidad, hasta un bajo peso. A nivel materno existe mayor riesgo de endometritis, sepsis, distrés respiratorio del adulto, hemorragia postparto, histerectomía, necesidad de ingreso en UCI, así como de mortalidad materna (Rouse et al., 2004).

La etiología de la infección intra-amniótica es polimicrobiana, pudiendo encontrar micoplasmas genitales, aerobios gram positivos, aerobios gram negativos y anaerobios. La presencia de microorganismos en la cavidad amniótica supone un factor de riesgo tanto para el parto pretérmino como para la rotura espontánea de membranas.

El diagnóstico de corioamnionitis se basa en la clínica, fundamentalmente guiado por la presencia de fiebre > 37,8ºC (descartando foco extrauterino) y al menos 2 de los siguientes criterios:

  • Taquicardia fetal (> 160 latidos/min);
  • taquicardia materna (> 100 latidos/min);
  • leucocitosis materna (> 15000 leucocitos/mm3);
  • y/o irritabilidad uterina y flujo maloliente.

El diagnóstico definitivo de esta patología es microbiológico, pero el inconveniente de este método es la demora de los resultados. Por tanto, inicialmente se basará en criterios clínicos y analíticos maternos (comentados anteriormente), así como datos del líquido amniótico (visualización de gérmenes en líquido amniótico en tinción de Gram, glucosa en líquido amniótico ≤ 5 mg/dl y/o leucocitos líquido amniótico > 50 /mm3). No obstante, la combinación de estos criterios clínicos, bioquímicos y microbiológicos tienen una sensibilidad únicamente del 76% y una especificidad del 60%, por lo que se han tratado de desarrollar otros métodos diagnósticos, que actualmente se encuentran en fase de estudio, tales como la investigación de citocinas en líquido amniótico (IL-6), metaloproteínasa-8 y estudio proteómico.

El tratamiento consiste en finalizar precozmente el embarazo bajo cobertura antibiótica de amplio espectro (generalmente ampicilina y gentamicina). No es indicación de cesárea urgente, pero se debe tratar de no superar las 12 h desde el diagnóstico. La vía de elección del parto es la vaginal, siendo las indicaciones de cesárea las mismas que en otro tipo de gestación. Se debe prolongar la antibioterapia en la gestante en el postparto para prevenir la infección.

Enfermedades propias del embarazo

Hiperemesis gravídica

Se define como la presencia de náuseas y vómitos incoercibles durante la gestación impidiendo la alimentación de la embarazada, y como consecuencia, generando deshidratación y un trastorno metabólico de gravedad variable. La prevalencia oscila entre el 0,5-2% de las gestaciones.

Se desconoce la etiología de la hiperemésis gravídica, pero parece que se trata de un síndrome en los que intervienen diferentes factores (psicológicos, gastrointestinales, hormonales, inmunológicos, etc.), si bien los factores hormonales (niveles de HCG, ACTH, estrógenos o progesterona) se han descrito como los más determinantes.

El periodo en que la hiperémesis es más frecuente (semanas 6 a 12 de la gestación) coincide con los niveles séricos más altos de β-HCG. Se debe considerar que existe una mayor incidencia de esta patología en aquellas situaciones donde aumenta dicha hormona, como en los embarazos múltiples, embarazos con feto de sexo femenino, embarazos molares o fetos con síndrome de Down (Cobo et al., 2007).

El diagnóstico de esta patología es clínico, destacando en la exploración física la presencia de deshidratación, cuyo grado debe determinarse mediante la realización de una analítica de sangre y orina. En ocasiones puede observarse afectación tiroidea (supresión de TSH).

Existe una complicación muy infrecuente pero potencialmente grave que se debe tener en cuenta: la encefalopatía de Wernicke. Esta se produce por malnutrición y déficit de tiamina (vitamina B1), y se manifiesta como confusión, ataxia y/o oftalmoplejía.

En cuanto al manejo terapéutico de la hiperémesis gravídica, el primer paso consiste en explicar a la paciente las medidas higiénico-dietéticas (comidas pequeñas varias veces al día, condimentación sencilla, ingesta preferente de alimentos fríos y sólidos, etc.). El tratamiento farmacológico de primera línea es succinato de doxilamina (10 mg) asociado a piridoxina (B6), pudiendo añadir, si persiste la presencia de vómitos, metoclopramida (5 o 10 mg). Si la paciente presenta acetonuria, algunos autores recomiendan administrar cocarboxilasa (1 o 2 supositorios al día.) Ante casos graves (ver Tabla 2) o casos moderados que persiste la clínica, se debe recurrir al ingreso hospitalario.

Estadios hipertensivos del embarazo

La hipertensión durante el embarazo es una de las causas de morbimortalidad materno fetal más importantes, con una incidencia de entre el 1-2% en España (González et al., 2007).

Entre los diferentes estadios hipertensivos del embarazo encontramos:

  • Hipertensión inducida por gestación (HIG): tensión arterial sistólica ≥ 140 mmHg y/o tensión arterial diastólico ≥ 90 mmHg a partir de la semana 20 de gestación, confirmada en 2 determinaciones distintas separadas al menos 4 h en una embarazada que previamente era normotensa.
  • Hipertensión gestacional: cuando se cumplen los criterios de hipertensión inducida por gestación y se asocia la presencia de proteinuria < 300 mg/l en orina de 24 h. Preeclampsia leve: criterios de hipertensión inducida por gestación, asociada a proteinuria > 300 mg/l en orina de 24 h.
  • Preeclampsia grave: presencia de al menos uno de los siguientes criterios: tensión arterial > 160/110 mmHg, proteinuria ≥ 2 g/24 h, niveles de plaquetas < 100.000/l, transaminasas elevadas, hemolisis, dolor epigástrico y/o clínica neurológica (cefalea, fotopsias).
  • Eclampsia: presencia de convulsiones o coma en una paciente ya diagnosticada de hipertensión inducida por el embarazo.

Por su frecuencia, el trastorno hipertensivo mayoritario del embarazo es la preeclampsia. Se caracteriza por la presencia de daño endotelial previo a la aparición de los síntomas, y se trata de una enfermedad multisistémica de etiología multifactorial. Entre los factores de riesgo para su desarrollo se encuentran la nuliparidad, los antecedentes familiares, la obesidad, la primera maternidad y las enfermedades crónicas maternas.

En cuanto al manejo terapéutico de los estadios hipertensivos en el embarazo en general, cabe destacar la importancia de la prevención primaria: si el índice de masa corporal es > 29 kg/m2, se recomienda la pérdida de peso, suspensión del hábito tabáquico y control metabólico correcto, todo ello de forma previa a la gestación.

Si existe algún tipo de trombofilia, estaría justificado pautar heparina de bajo peso molecular durante el embarazo. Además, en aquellas gestantes con alto riesgo, se debe iniciar AAS a dosis de 100 mg/12 h a partir de la semana 12 de gestación y hasta el final de embarazo.

Ante el diagnóstico de preeclampsia se debe ingresar a la paciente para realizar un correcto estudio de la patología. El tratamiento hipotensor estaría indicado en aquellos casos de hipertensión grave (> 160/110 mmHg). La finalización del parto estará indicada si se da alguna de las siguientes situaciones: persistencia de hipertensión arterial severa a pesar de tratamiento, trombocitopenia progresiva, aparición de signos prodrómicos de eclampsia, eclampsia, deterioro progresivo de función renal y/o hepática, aparición de complicaciones maternas graves (edema pulmonar, rotura hepática, DPPNI, hemorragia cerebral) y/o aparición de complicaciones fetales (perfil biofísico < 4, restricción severa crecimiento fetal o registro cardiotocográfico patológico). Por general, la vía de elección del parto es la vía vaginal siempre que las condiciones fetales y maternas lo permitan.

Síndrome de Hellp

El síndrome de Hellp traduce las complicaciones sistémicas de la preeclampsia. Los síntomas característicos son: náuseas (con o sin vómitos) y dolor epigástrico y/o en hipocondrio derecho.
Los criterios diagnósticos más aceptados son los de Sibai (1990):

  1. Hemolisis: frotis de sangre periférica anormal (presencia de esquistocitos), bilirrubina ≥ 1,2 mg/dl o ≥ 17 µmol/l, y niveles de lactato deshidrogenasa (LDH) ≥ 600 U/l.
  2. Aumento de los enzimas hepáticos: AST ≥ 70 U/l y aumento notable de LDH.
  3. Plaquetas bajas: recuento de plaquetas ≤ 100×109/l.

En el síndrome de HELLP se pueden producir muchas complicaciones (Tabla 3), por lo que una vez que se diagnostica, se debe considerar la finalización del parto, sobre todo por encima de las 34 semanas. En cambio, por debajo de las 34 semanas se indica la terminación inminente de la gestación solo si existe disfunción multiorgánica, coagulación intravascular diseminada, infarto o hemorragia hepática, insuficiencia renal, sospecha de desprendimiento de placenta o sospecha de pérdida del bienestar fetal (Sánchez-Iglesias et al., 2007); en esta situación el objetivo principal será estabilizar a la paciente utilizando fármacos antihipertensivos, sulfato de magnesio, transfusión (si fuera necesaria) y posteriormente la finalización del embarazo. En los casos en los que exista un nivel de plaquetas < 50.000/l, se recomienda el uso de corticoterapia (dexametasona).

Síndrome antifosfolipídico

El síndrome antifosfolípido (SAAF) trata de una enfermedad autoinmunitaria sistémica caracterizada por episodios trombóticos y complicaciones obstétricas que afectan a cualquier órgano o sistema en pacientes con anticuerpos antifosfolípidos (aPL) persistentemente positivos (González-Paredes et al., 2007). Los anticuerpos que tienen interés clínico son el anticoagulante lúpico (AL) y los anticuerpos anticardiolipina (AAC).

Este síndrome se observa en un 10-16% gestantes que presentan abortos de repetición y en un porcentaje no determinado de gestantes con fetos muertos intraútero, así como otras complicaciones que se producen durante el segundo y tercer trimestre, tales como como parto pretérmino, retraso crecimiento intrauterino o preeclampsia, entre otras.

Existen unos criterios clínicos y analíticos para establecer el diagnóstico, siendo necesario al menos un criterio clínico y otro analítico (Tabla 4).

La actitud terapéutica dependerá de diferentes factores:

  • Si no existen antecedentes obstétricos ni médicos y niveles muy bajos de AAC con AL negativo, o bien si no existen criterios diagnósticos de SAAF pero con presencia de algún criterio analítico, no se recomienda tratamiento. Sí se puede pautar ácido acetilsalicílico a dosis bajas a partir de la 6ª semana.
  • Si existen antecedente de dos o más abortos y/o muertes fetales, CIR, preeclampsia de inicio precoz o severa, trombosis placentarias con presencia de algún criterio analítico de SAAF: se recomienda tratamiento con heparina a dosis profilácticas (enoxaparina 1 mg/kg cada 24 h o 40-80 mg/día) más ácido acetilsalicílico.
  • Si hay antecedentes de trombosis placentaria y/o trombosis arterial o venosa con presencia de algún criterio analítico de SAAF: heparina a dosis plenas (enoxaparina 1 mg/Kg cada 12 horas o 30-80 mg cada 12 horas) + ácido acetilsalicílico; warfarina en el posparto.
  • Pacientes con fracasos en los dos grupos anteriores: heparina a dosis plenas + ácido acetilsalicílico asociado a plasmaféresis o inmunoglobulina (aún experimental).

En relación con la fecha de parto, se debe suspender el ácido acetilsalicílico 5-6 días antes y la heparina se puede suspender la noche anterior al parto. Inmediatamente después del parto (6-8 h), si no existe hemorragia excesiva, se introducirá de nuevo la anticoagulación, manteniéndola durante 6-8 semanas.

Información de la AEMPS sobre farmacovigilancia de medicamentos veterinarios

Las labores de farmacovigilancia no solo afectan a los medicamentos de uso humano, sino también a los veterinarios o de uso animal. Pese a que se pueda pensar que los primeros tienen quizás un control más riguroso, o así llega a la mayoría de los profesionales sanitarios, las autoridades regulatorias –en España, la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) a través de su Departamento de Medicamentos Veterinarios– también velan por que la información presentada durante la solicitud de la autorización de comercialización garantice la calidad, seguridad y eficacia. No obstante, como también ocurre con los medicamentos de uso humano, en la etapa poscomercialización pueden aparecer problemas de eficacia o de seguridad novedosos y relevantes en las condiciones reales de uso: en este caso potencialmente más variables por administrarse a especies animales no autorizadas o en diferentes razas dentro de una especie, en situaciones de polimedicación, o por el uso en miles de animales que permite que afloren nuevos acontecimientos adversos de muy baja incidencia y no detectados en su desarrollo clínico o preclínico.

Así, para confirmar si el balance beneficio-riesgo de los medicamentos veterinarios se mantiene en los márgenes conocidos en el momento de su autorización, en 2008 se creó el Sistema Español de Farmacovigilancia de Medicamentos Veterinarios (mediante el Real Decreto 1246/2008), que se nutre fundamentalmente de las notificaciones realizadas por veterinarios, poro también de la participación activa de otros profesionales sanitarios1 y la industria farmacéutica, e incluso de ganaderos y propietarios de animales, bien electrónicamente (a través de la base de datos nacional FV VIGÍA-VET o de la base de datos europea conocida como Eudravigilance Veterinaria –EVVET), o bien en soporte papel (mediante la Tarjeta Verde, editada por la AEMPS).

Es preciso recordar que es “normal” que se observen acontecimientos adversos a los medicamentos, también a los veterinarios, ya que no hay ningún medicamento que sea totalmente inocuo o esté exento del riesgo de reacciones adversas. De ahí la necesidad de implementar el sistema de farmacovigilancia veterinaria para identificar acontecimientos adversos, tales como sospechas de reacciones adversas en condiciones normales de empleo o en uso no contemplado, de reacciones en personas, de problemas medioambientales o insuficiencia en los tiempos de espera, entre otros.

Los resultados del Boletín Anual sobre farmacovigilancia veterinaria recientemente divulgado recogen un total de 2.139 notificaciones de acontecimientos adversos (AA) en España durante el año 2021; de ellas, 1.594 fueron casos notificados por primera vez (en la línea de años precedentes: 1.510 notificaciones en 2020 y 1.579 en 2019), y el resto, seguimientos que aportaban una mayor información sobre casos notificados previamente. Estos AA se notificaron mayoritariamente en perros (1.039 eventos), seguido de las siguientes especies animales: gato (193), oveja (101), cerdo (72), vaca (70), conejo (37), aves de corral (20), cabra (9), caballo (6), hurón y visón. En cuanto al tipo de medicamentos con que sea asociaron estos AA, sobresalen las vacunas, por delante de los ectoparasiticidas (Figura 1). No obstante, de todos ellos solo 25 AA afectaron a personas.



Respecto del origen de las notificaciones iniciales, en 2021 de nuevo fue mayoritaria la realizada por los titulares de autorización de comercialización de los medicamentos o TAC (1.387 AA, un 88%), frente al resto de posibles orígenes –profesionales sanitarios, de la ganadería, propietarios de animales, otros usuarios, etc.–, que fueron responsables de la notificación del restante 12% (189 AA).

Por otra parte, la AEMPS recibió en 2021 un total de 1.636 informes periódicos de seguridad (IPS) relativos a medicamentos veterinarios, solo alguno menos que en el año 2020 (1.700), manteniéndose en cifras similares a la última década. La legislación europea obliga a los TAC a presentar periódicamente estos informes, que deben contener toda la información de seguridad a nivel mundial de un determinado medicamento. En el marco del Worksharing, un programa aprobado por la red de Jefes de Agencias (MHA) para distribuir la responsabilidad de evaluación de los IPS entre países, se recibieron un total de 319 IPS, habiendo actuado España como evaluador principal responsable de 14 moléculas o combinaciones: amoxicilina+ácido clavulánico+prednisolona, flumethrin+propoxur, moxidectina oral, cloprostenol, melarsomina, ciclosporina, cefapirina+prednisolona, ácido tolfenámico y oxitetraciclina. En 31 de los IPS, el Comité de Seguridad de Medicamentos Veterinarios, como órgano colegiado de la AEMPS para el asesoramiento técnico y científico en lo relativo a farmacovigilancia veterinaria, concluyó que era necesario proceder a la modificación de las fichas técnicas de los medicamentos [véase el Boletín para mayor información]. Adicionalmente, la AEMPS ha participado en 25 análisis de vigilancia y detección de señales de medicamentos veterinarios centralizados en EVVET (a nivel de la UE), correspondientes a las revisiones los medicamentos de los que España es ponente.

Pese a todo lo expuesto, en 2021 no se emitió ninguna alerta por razones de farmacovigilancia de medicamentos veterinarios. Sí se recibieron y gestionaron, por afectar a medicamentos registrados en España, 6 informaciones de seguridad no urgentes (NUIS) por razones de farmacovigilancia. Por último, en la función de velar por la calidad de los medicamentos, la AEMPS emitió 4 alertas por defectos de calidad.