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Adherencia al tratamiento posterior al infarto de miocardio

La falta de adherencia al tratamiento en pacientes que han sufrido un infarto de miocardio es un hecho común, no carente de eventos adversos. Las recomendaciones actuales abogan por la administración de inhibidores del receptor plaquetario P2Y12 (como clopidogrel o ticagrelor) durante, al menos, un año tras el infarto. Un cese prematuro de este tratamiento puede conducir eventos adversos cardiovasculares graves (EACG) como trombosis en el stent e, incluso, un nuevo infarto. Un factor asociado con la falta de adherencia y hasta el abandono del tratamiento es el coste del mismo, por lo que, en EE.UU., muchos hospitales facilitan el tratamiento para 30 días al alta del paciente; a pesar de ello, la falta de adherencia continúa siendo un problema.

El estudio ARTEMIS (Affordability and Real-World Antiplatelet Treatment Effectiveness After Myocardial Infarction Study) evaluó la adherencia al tratamiento y la incidencia de EACG en pacientes a los que se facilitó el tratamiento al alta durante 30 días respecto de una intervención en donde los pacientes no tuvieron copago durante un año tras el alta hospitalaria. Los resultados pusieron de manifiesto que, si bien la intervención aumentó la adherencia, no redujo la incidencia de eventos adversos. Se planteó entonces la hipótesis de si los hospitales que previamente disponían de programas de entrega gratuita del tratamiento obtendrían una mejor adherencia y persistencia tras el alta post-infarto que la de los hospitales que no disponían de tales programas. En aquel caso, sería menos probable que esos hospitales presentaran un beneficio superior que los hospitales sin previa entrega gratuita del tratamiento.

El estudio evaluó un total de 9.590 pacientes, 5.051 de 129 hospitales con programas gratuitos previos y 4.539 de 133 hospitales sin ellos. Asimismo, los pacientes de cada grupo fueron subdivididos aleatoriamente en un grupo control (con entrega de un mes de tratamiento) o en el de intervención (sin copago durante un año). Las variables principales fueron la persistencia al inhibidor del P2Y12 y la incidencia de EACG.

Los datos (Tabla 2) revelan que la persistencia media al tratamiento fue del 96% a los 90 días y del 52% al año. Los hospitales con programas gratuitos previos al estudio no mostraron diferencia en la persistencia a corto y largo plazo o con la incidencia de eventos. Sin embargo, la intervención sobre el copago incrementó la persistencia a un año en los dos tipos de hospitales –con y sin planes previos– pero no mostró una diferencia significativa en la incidencia de EACG en los dos grupos de hospitales.

A la vista de los resultados, los autores concluyen que no se observó ninguna asociación entre la provisión gratuita del tratamiento con inhibidores de P2Y12 con la persistencia o la incidencia de eventos adversos cardiovasculares graves en aquellos pacientes que disponen de un seguro de cobertura de tratamientos. Por tanto, una intervención que anulaba el copago durante un año resultó significativamente exitosa respecto de la mejora de la persistencia al tratamiento, tanto en hospitales que disponían de planes para reducir los costes de los fármacos, como en aquellos que no disponían de los mismos.

Este estudio pone de manifiesto, una vez más, el enorme problema que supone la falta de adherencia y persistencia a los tratamientos. El coste de los mismos constituye una gran barrera, especialmente en las capas sociales más deprimidas económicamente. La actual situación de pandemia, con enormes repercusiones en la economía, tanto macro como micro, permite intuir que este problema sucede también en nuestro país, por lo que los farmacéuticos deberían estar vigilantes al respecto e implementar acciones que traten de contrarrestar la discontinuación de los tratamientos por cualquier causa.

Remdesivir (▼Veklury®) en COVID-19 grave

Resumen

Remdesivir es un nuevo agente antiviral profármaco del nucleótido de adenosina, que se metaboliza en el interior de las células humanas dando lugar a un metabolito trifosfato farmacológicamente activo análogo de nucleósido, el cual inhibe selectivamente la ARN polimerasa dependiente de ARN del SARS-CoV-2 por competir por similitud con el sustrato natural (ATP) en la incorporación en las cadenas de ARN nacientes. Como consecuencia, se produce la terminación retardada de la cadena del ARN en formación durante la replicación viral. El medicamento ha sido aprobado para el tratamiento por vía intravenosa de la COVID-19 en adultos y adolescentes (de 12 años y mayores con un peso corporal de al menos 40 kg) con neumonía que requieren oxígeno suplementario.

Ha alcanzado la autorización condicional en la UE gracias a los datos derivados del ensayo pivotal aleatorizado ACCT-1, en el cual los pacientes hospitalizados con COVID-19 tratados con remdesivir a la dosis autorizada durante un máximo de 10 días (N= 541) experimentaron una mejoría clínica casi un tercio más rápida que aquellos que recibieron placebo (N= 522), acortando la mediana del periodo hasta la recuperación en 5 días (10 vs. 15 días; RR= 1,29; p< 0,001). Esa eficacia fue más marcada en el subgrupo mayoritario de pacientes con enfermedad grave, en quienes la mediana del tiempo hasta la recuperación se redujo 6 días (12 vs. 18 días con placebo; RR= 1,37; p< 0,001). En cambio, no hubo un beneficio significativo en pacientes con enfermedad leve-moderada o en aquellos que estaban más críticos al inicio del estudio (necesidad de ventilación mecánica invasiva u oxigenación por membrana extracorpórea). Además, los datos del citado estudio y del estudio RECOVERY impulsado por la OMS sugieren que, aunque la tendencia pueda ser favorable, no se ha probado un beneficio en mortalidad a 28 días con el uso del fármaco. Con respecto a la seguridad, el perfil toxicológico de remdesivir es relativamente benigno, con una tolerabilidad similar a placebo y una tasa de discontinuación por eventos adversos baja (< 10%). Así, los eventos adversos graves son menos frecuentes que con placebo (25% vs. 32%), destacando un menor número de casos de fallo respiratorio severo (5% vs. 8%). También sobresalen por su frecuencia: anemia, insuficiencia renal aguda, pirexia, hiperglucemia y elevación de los niveles de transaminasas hepáticas, siendo esta última la reacción adversa posiblemente relacionada con el tratamiento más frecuente en voluntarios sanos, mientras que en pacientes con COVID-19 tratados predominan las náuseas. Se debe tener precaución con el uso del fármaco en pacientes con cualquier grado de insuficiencia hepática o renal.

En definitiva, todo apunta a que remdesivir, sin representar una cura radical, tiene una eficacia global modesta como antiviral en la COVID-19 grave, aportando el mayor beneficio en tratamientos de una duración máxima de 5 días en un subgrupo específico de paciente que requieren suplementación con O2 exógeno. Constituye una innovación disruptiva de la investigación farmacológica por tratarse del primer fármaco en ser autorizado frente a la COVID-19 en la UE, aprobado tras poco más de 6 meses desde la identificación del agente causal de una patología infecciosa que representaba una necesidad médica no cubierta y que se ha asociado a una carga sanitaria y socio-económica sin precedentes en el mundo moderno; en ese contexto de sobrecarga del sistema sanitario, se prevé que tenga un impacto positivo en términos de alivio de síntomas y ahorro y optimización de recursos. Los resultados clínicos fueron evaluados por la EMA mediante un proceso de evaluación continua excepcionalmente rápido, que sirvió de base para la aceleración de los procesos regulatorios (rolling reviews) que ha predominado posteriormente, por ejemplo, en la autorización de vacunas. Aunque los beneficios superan a los riesgos derivados de las incertidumbres existentes, aún permanecen dudas sobre el beneficio real de remdesivir: se desconoce si afecta a la carga viral y la capacidad de contagio, y se duda de si podría haber un mayor beneficio por su empleo en fases más precoces de la infección.

Aspectos fisiopatológicos

Habida cuenta de que las características fisiopatológicas y clínicas de la enfermedad, así como los aspectos microbiológicos del SARS-CoV-2 como agente causal de la COVID-19, se han tratado en detalle en el artículo monográfico de la sección Revisión, en este apartado se deriva a su lectura.

A modo de recordatorio, el manejo terapéutico de la COVID-19 se ha desarrollado por completo durante el año 2020 y principios del 2021 a medida que ha ido avanzando el conocimiento biomédico sobre el virus y la enfermedad. Han sido numerosos los fármacos potencialmente candidatos que se han investigado en ensayos clínicos y de los cuales se ha descartado la eficacia terapéutica (por ejemplo, hidroxicloroquina, azitromicina o lopinavir/ritonavir). Actualmente, los dos únicos fármacos autorizados en la Unión Europea para el tratamiento de los casos de COVID-19 graves –que requieren terapia de oxígeno suplementaria– son precisamente el antiviral remdesivir y el corticosteroide dexametasona, que han demostrado la capacidad de reducir significativamente el tiempo hasta la recuperación clínica y la mortalidad, respectivamente, en determinados subgrupos de pacientes. También se ha probado recientemente el beneficio sobre la mortalidad de tocilizumab en pacientes con enfermedad grave, fundamentado –como en el caso de la dexametasona– en sus propiedades antiinflamatorias, que atenuarían el proceso hiperinflamatorio a nivel pulmonar.

No obstante, el tratamiento de los casos graves de COVID-19 a nivel hospitalario ha recurrido frecuentemente, además de al tratamiento sintomático de soporte (fluidoterapia, oxígeno, antitérmicos, antibióticos, etc.), al uso off label y, en muchos casos, al uso compasivo de: plasma hiperinmune (con anticuerpos de pacientes que han superado la enfermedad), de anticuerpos monoclonales específicos (por ejemplo, banlanivimab, casirivimab, imdevimab ), estatinas, otros corticoides antiinflamatorios o agentes inmunomoduladores dirigidos (como el inhibidor de enzimas JAK baricitinib) y anticoagulantes. Estas terapias, algunas de las cuales han sido autorizadas en otros países y otras continúan en investigación, han mostrado un impacto variable y limitado sobre la gravedad y duración de la COVID-19, con diferentes tasas de eficacia según el estadio de la infección y las manifestaciones de la enfermedad. En la UE, no se dispone aún de tratamientos específicos para casos leves o moderados en pacientes no hospitalizados.

En resumen, aunque el tratamiento de la COVID-19 ha mejorado con la experiencia clínica, y teniendo en cuenta que aún hay cantidad de ensayos en marcha con diversos fármacos, algunos de los cuales están revelando resultados preliminares prometedores (plitidepsina, colchicina, molnupiravir, baricitinib, etc.), durante la pandemia en curso sigue existiendo una necesidad médica de tratamientos farmacológicos eficaces para atenuar la mortalidad y la carga sanitaria derivadas de la propagación del virus. Conviene subrayar que hasta la fecha se han autorizado –y comenzado a distribuir– en la UE cuatro vacunas diferentes frente a la COVID-19 que han abierto una puerta a la esperanza de la reducción del impacto sanitario de la pandemia y la finalización de las restricciones sociales.

Acción y mecanismo

Remdesivir es un nuevo antiviral profármaco del nucleótido de adenosina, que se metaboliza en el interior de las células del huésped –mediante una hidrolasa, una fosforamidasa y nucleótido cinasas– dando lugar a un metabolito trifosfato farmacológicamente activo análogo de nucleósido, el cual inhibe selectivamente la ARN polimerasa dependiente de ARN del SARS-CoV-2 por competir –por similitud– con el sustrato natural (ATP) en la incorporación en las cadenas de ARN nacientes. La consecuencia es la terminación retardada de la cadena del ARN en formación durante la replicación viral. En base a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intravenosa de la COVID-19 en adultos y adolescentes (de 12 años de edad y mayores con un peso corporal de al menos 40 kg) con neumonía que requieren oxígeno suplementario.

Este fármaco fue desarrollado inicialmente como tratamiento para la infección por el virus del Ébola, pero no había sido autorizado por las agencias regulatorias internacionales para su uso en humanos. En estudios previos ha mostrado una actividad antiviral de amplio espectro, incluyendo otros coronavirus (SARS-CoV o MERS-CoV), filovirus (por ejemplo, el del Ebola o el virus Marburg) y paramixovirus (por ejemplo, el virus respiratorio sincitial). En estudios in vitro con líneas celulares modelo de células epiteliales de vías respiratorias humanas, remdesivir ha mostrado una CE50 de 9,9 nM frente al SARS-CoV-2 tras 48 h de exposición, con una menor actividad frente al virus (CE50= 137-750 nM) en células derivadas del epitelio renal de monos. Además, la actividad antiviral parece verse parcialmente antagonizada por el fosfato de cloroquina cuando ambos se coadministran concomitantemente, posiblemente por una reducción en la formación del remdesivir trifosfato activo.

Se ha probado que las ARN polimerasas dependiente de ARN de los coronavirus SARS-CoV-2, SARS-CoV y MERS-CoV incorporan el remdesivir trifosfato de forma más eficiente que el ATP. Pero, en contra del efecto clásico de los terminadores de cadena, la inhibición de las ARN polimerasas por remdesivir no es inmediata una vez que se incorpora el remdesivir trifosfato, sino que se ha observado un retraso específico de la terminación de la cadena de ARN, que se interrumpe en la posición n+3. Por último, hasta la fecha no se ha investigado el posible desarrollo de resistencias del SARS-CoV-2 a remdesivir, ni en cultivos ni en ensayos clínicos. No obstante, podría suponerse que éstas pueden aparecer, dado que la introducción de dos sustituciones en la ARN polimerasa del SARS-CoV (F480L y V557L) dio como resultado una susceptibilidad reducida 6 veces al cultivo celular de remdesivir, pero también a una patogenia atenuada del virus en un modelo murino (AEMPS, 2020; EMA, 2020a).

Aspectos moleculares

Remdesivir tiene el nombre químico complejo 2-etilbutil-(2S)-2-{[(S)-{[(2R,3S,4R,5R)-5-(4-aminopirrolo[2,1-f]-[1,2,4]triazin-7-il)-5-ciano-3,4-dihidroxitetrahidrofuran-2-il]-metoxi}-(fenoxo)fosforil]amino} propanoato; se corresponde con la formula molecular C27H35N6O8P y una masa molecular relativa de 602,6 Da. Presenta cierta similitud estructural con la molécula de ATP, especialmente a nivel de los heterociclos nitrogenados (Figura 1). Las razones estructurales por las cuales el fármaco produce la terminación retardada de la formación de las cadenas de ARN viral aún no han sido esclarecidas.

El fármaco se presenta como un sólido cristalino no higroscópico de color blanco o blanquecino hasta amarillo; es soluble en etanol y, en mayor medida, en metanol, si bien es prácticamente insoluble en agua y la solubilidad acuosa depende del pH (aumenta conforme el pH decrece). Es una molécula diastereoméricamente pura.

Eficacia y seguridad clínicas

La eficacia y seguridad de remdesivir fueron contrastadas fundamentalmente en el ensayo pivotal que sustentó su autorización condicional: el estudio ACTT-1 (Adaptive COVID-19 Treatment Trial), impulsado por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID) de EE.UU. Se trató de un estudio de fase 3 con un diseño adaptativo, doblemente ciego, controlado por placebo, multicéntrico y multinacional (60 centros de 10 países), que aleatorizó (1:1) un total de 1.063 pacientes adultos hospitalizados por COVID-19 con signos de afectación de las vías respiratorias inferiores a recibir remdesivir (N= 541; 200 mg el día 1, seguido de 100 mg/día durante un máximo de 9 días más) o placebo (N= 522) por vía intravenosa, en ambos casos en combinación con el tratamiento de soporte estándar. Un tercio de los pacientes del brazo experimental (180/541) recibieron el tratamiento máximo de 10 días con remdesivir.

Del conjunto de pacientes, que fueron estratificados según severidad de la enfermedad en el momento de la inclusión, 20 de ellos (11%) tenían enfermedad leve/moderada1 y 943 pacientes (89%) con enfermedad grave, esto es, con una saturación parcial de oxígeno (SpO2) ≤ 94% en aire ambiente o frecuencia respiratoria ≥ 24 respiraciones/min y que requerían O2 suplementario o soporte mecánico de respiración asistida. Entre sus características demográficas y clínicas basales destacaron las siguientes: la media de edad fue de 59 años (el 36% tenían ≥ 65 años), el 64% eran hombres, el 53% eran de raza blanca, 21% de raza negra y 13% asiáticos, y las comorbilidades más frecuentes fueron la hipertensión (50%), obesidad (37%), diabetes tipo 2 (30%) y patología coronaria (12%). La variable primaria de eficacia fue el tiempo hasta la recuperación clínica dentro de los 28 días siguientes a la inclusión, definida ésta como el alta hospitalaria (con o sin necesidad de aporte exógeno de O2) o bien la continuación de la hospitalización sin requerir O2 ni otro tratamiento médico.

Los resultados definitivos del estudio (Beigel et al., 2020), derivados de un análisis por intención de tratar, han puesto de manifiesto que remdesivir ejerce una eficacia significativamente superior a placebo en el acortamiento del tiempo hasta mejoría clínica: en la población general, la mediana del periodo hasta recuperación fue de 10 días (IC95% 9-11) en el grupo de remdesivir frente a los 15 días (IC95% 13-18) en el grupo placebo, lo que representa un tiempo hasta mejoría un 29% más rápido (RR= 1,29; IC95% 1,12-1,49; p< 0,001). De manera interesante, esa eficacia fue consistente en el subgrupo mayoritario de pacientes con enfermedad grave, en quienes la mediana del tiempo hasta la recuperación fue de 12 días con remdesivir frente a 18 días con placebo (RR= 1,37; IC95% 1,15-1,63; p< 0,001); de los 476 pacientes graves en el brazo de remdesivir se recuperaron en los 28 días un total de 282, mientras que de los 464 pacientes graves que recibieron placebo, se recuperaron 227. No se observaron diferencias significativas, sin embargo, en el estrato de pacientes con enfermedad leve-moderada, en quienes el tiempo hasta recuperación en ambos grupos de tratamiento fue de 5 días (RR= 1,08; IC95% 0,73-1,61; p= 0,703), ni en la comparativa entre pacientes aleatorizados durante los primeros 10 días desde la aparición de los síntomas y aquellos con síntomas durante más de 10 días. El beneficio de remdesivir fue más evidente en los pacientes que recibieron oxígeno durante la evolución, no así en los que requerían ventilación mecánica invasiva u oxigenación por membrana extracorpórea (ECMO) al inicio, en quienes no se observó diferencia en la tasa de recuperación entre los grupos de tratamiento (RR= 0,95; IC95% 0,64-1,42).

Con respecto a las variables secundarias, un análisis que empleó un modelo de probabilidad proporcional con una escala ordinal de 8 categorías (del 1-muerte al 8-alta hospitalaria) reveló que los pacientes tratados con remdesivir tenían, tras un ajuste por gravedad de la patología, un 50% más de probabilidades de tener una mejoría clínica al día 15 que aquellos en el grupo control (OR= 1,50; IC95% 1,2-1,9). La estimación de Kaplan-Meier de mortalidad fue del 6,7% con remdesivir y del 11,9% con plcebo al día 15, y del 11,4% con remdesivir y 15,2% con placebo al día 29 (HR= 0,73; IC95% 0,52-1,03; p= 0,059): esa tendencia, aunque favorable para el fármaco, no alcanzó significación estadística. Los datos finales de mortalidad al día 29 (EMA, 2020b) no confirman un beneficio en supervivencia con el uso de remdesivir (mortalidad de 11,6% vs. 15,4% con placebo; RR= 1,13; IC95% 0,67-1,89; p= 0,652).

En la misma línea han concluido los investigadores del ensayo SOLIDARIDAD2 (Pan et al., 2021): un amplio estudio de fase 3 (N > 11.000), abierto, controlado, multinacional y multicéntrico (desarrollado en 405 hospitales de 30 países) y de grupos paralelos, impulsado por la OMS, que aleatorizó en el brazo de remdesivir a 2.750 pacientes ingresados con COVID-19 grave y otros 2.708 en su grupo control, quienes recibieron solo la terapia de mantenimiento estándar disponible en cada zona geográfica. La tasa de mortalidad en el brazo de remdesivir fue del 10,97% (301/2.743) frente al 11,19% en los pacientes que recibieron su control (303/2.708) (RR= 0,95; IC95% 0,81-1,11; p= 0,50).

Adicionalmente, desde su autorización han ido apareciendo nuevos datos de eficacia para remdesivir, tanto solo como en combinación con otros fármacos. Es el caso, por ejemplo, de su coadministración con el inhibidor de cinasas Janus (JAK) baricitinib. EE.UU. ha aprobado el uso de emergencia de tal combinación para tratar pacientes de ≥ 2 años con sospecha o confirmación de COVID-19 que requieren O2 suplementario, ventilación mecánica invasiva o ECMO, en base a los datos procedentes del ensayo clínico de fase 3 ACCT-2 (Kalil et al., 2021), que demostraron la superioridad clínica y la mejor tolerabilidad de la asociación en comparación con la utilización de la monoterapia con remdesivir. Ha consistido éste en un estudio aleatorizado, doble ciego y controlado por placebo (N= 1.033), que evaluó si baricitinib (4 mg/día, durante un máximo de 14 días) modificaba el tiempo que tardaban los pacientes con COVID-19 moderada-grave tratados con remdesivir –siempre junto con los cuidados estándar de soporte– en recuperarse clínicamente; también se definió la recuperación como alta hospitalaria o continuación de la hospitalización sin necesitar O2 suplementario ni atención médica continua. Tras un seguimiento durante 29 días, la mediana del tiempo hasta la recuperación para los pacientes que recibieron la combinación de fármacos (N= 515) se redujo en un 12,5%: fue de 7 días, frente a 8 días para los que recibieron placebo más remdesivir (N= 518); esto es, había un 30% más de probabilidades de mejoría clínica al día 15 en quienes recibieron baricitinib (OR= 1,3; IC95% 1,01-1,32; p= 0,03). El acortamiento del tiempo hasta la recuperación era mayor incluso en pacientes que recibían O2 de alto flujo o ventilación no invasiva al inicio (mediana de 10 días vs. 18 días en el grupo control; RR= 1,51; IC95% 1,10-2,08). También se observó una tendencia favorable para la mortalidad a 28 días: del 5,1% en el grupo de la combinación frente al 7,8% en el grupo control (HR= 0,65; IC95% 0,39-1,09).

Con respecto a la seguridad de remdesivir, los datos clínicos derivan de casi 1.500 pacientes incluidos en los ensayos clínicos aleatorizados desarrollados y sugieren que se trata de un fármaco globalmente bien tolerado, con una tasa de discontinuación por eventos adversos inferior al 10%. La reacción adversa posiblemente relacionada con el tratamiento más frecuente en voluntarios sanos es la elevación de transaminasas hepáticas AST o ALT (14%), mientras que en pacientes con COVID-19 sobresalen las náuseas (4%). La incidencia global de eventos adversos durante el tratamiento en el estudio pivotal fue elevada pero similar en ambos grupos, siendo la mayoría de ellos leves-moderados en severidad. Así, se reportaron eventos adversos graves (grado ≥ 3) en una menor proporción de pacientes tratados con remdesivir en comparación con placebo (24,6% vs. 31,6%), destacando un menor número de casos de fallo respiratorio severo (5,2% vs. 8%). Los más comunes en el brazo experimental fueron: anemia o hemoglobina baja (7,9% vs. 9% con placebo), insuficiencia renal aguda (7,4% vs. 7,3%), pirexia (5% vs. 3,3%), hiperglucemia (4,1% vs. 3,3%) y elevación de los niveles de transaminasas hepáticas (4,1% vs. 5,9%); ninguna muerte se relacionó con el tratamiento asignado. Por otra parte, la tasa de eventos adversos asociada a la combinación de remdesivir y baricitinib es inferior a la de la monoterapia con remdesivir (41% vs. 48%; 16% vs. 21% de eventos graves), no habiéndose revelado en ese estudio específico riesgos nuevos respecto a los ya conocidos para los fármacos aislados: riesgo de infecciones graves, eventos trombóticos, alteración de pruebas de laboratorio y reacciones alérgicas.

Cabe destacar que no se han realizado estudios con remdesivir en pacientes con insuficiencia hepática, y parece recomendable estimar los niveles de transaminasas antes de iniciar el tratamiento, así como el estado de la función renal, suspendiendo o no iniciando su administración si se observa un nivel de AST > 5 veces el límite superior normal o una tasa de filtrado glomerular < 30 ml/min. En términos de interacciones farmacológicas, estudios in vitro revelaron una reducción de la actividad antiviral de remdesivir al coadministrarse junto con cloroquina o hidroxicloroquina, por lo que debe evitarse su uso simultáneo. Pero, por su farmacocinética (rápida distribución, metabolismo y excreción), la probabilidad de interacciones clínicamente relevantes se considera baja.

Aspectos innovadores

Remdesivir es un nuevo agente antiviral profármaco del nucleótido de adenosina, que se metaboliza en el interior de las células humanas dando lugar a un metabolito trifosfato farmacológicamente activo análogo de nucleósido, el cual inhibe selectivamente la ARN polimerasa dependiente de ARN del SARS-CoV-2 por competir –por similitud– con el sustrato natural (ATP) en la incorporación en las cadenas de ARN nacientes. Como consecuencia, se produce la terminación retardada de la cadena del ARN en formación durante la replicación viral. Por ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía intravenosa de la COVID-19 en adultos y adolescentes (de 12 años de edad y mayores con un peso corporal de al menos 40 kg) con neumonía que requieren oxígeno suplementario.

Su autorización condicional en la UE se sustentó en los datos derivados del ensayo pivotal aleatorizado ACCT-1, con un diseño de fase 3 adaptativo, doble ciego y controlado por placebo. En él, el conjunto de pacientes hospitalizados con COVID-19 tratados con remdesivir a la dosis autorizada durante un máximo de 10 días (N= 541) experimentó una mejoría clínica casi un tercio más rápida que aquellos que recibieron placebo (N= 522), acortando la mediana del periodo hasta la recuperación en 5 días (10 vs. 15 días; RR= 1,29; IC95% 1,12-1,49; p< 0,001). Esa eficacia fue más marcada en el subgrupo mayoritario de pacientes con enfermedad grave, en quienes la mediana del tiempo hasta la recuperación fue de 12 días con remdesivir frente a 18 días con placebo (RR= 1,37; IC95% 1,15-1,63; p< 0,001). Sin embargo, no hubo diferencias significativas entre tratamientos en la tasa de recuperación de pacientes con enfermedad leve-moderada, en los subgrupos con diferente duración de la sintomatología (≤ 10 vs. > 10 días), ni en los que requerían ventilación mecánica invasiva u oxigenación por membrana extracorpórea (ECMO) al inicio. Esto es, el mayor beneficio por el fármaco se apreció en pacientes sometidos a oxigenoterapia de alto o bajo flujo y en pacientes con ventilación no invasiva al inicio, sin otras medidas extraordinarias.

Es preciso subrayar que la variable principal del estudio pivotal (“tiempo hasta la recuperación”) tiene cierto carácter subjetivo establecido según la situación de hospitalización y el requerimiento de oxigenoterapia, por lo que las decisiones del médico –no basadas en parámetros clínicos o escalas de gravedad– influyen decisivamente en la categoría de estatus clínico asignado a cada paciente. Si bien ésto pudiera constituir una de las principales limitaciones de la aún escasa evidencia, unido a la ausencia de beneficio clínico en mortalidad (la variable más relevante en el contexto de la COVID-19) con el tratamiento con remdesivir, se considera aceptable por la EMA, dado que determina un impacto positivo en términos de alivio de síntomas y ahorro de recursos en una época de sobrecarga del sistema sanitario.

Cabe destacar, no obstante, que remdesivir no ha mostrado capacidad de aportar un beneficio clínico en los pacientes más críticos, y que, de forma similar, la eficacia de la monoterapia con el fármaco no se ha contrastado suficientemente en pacientes con COVID-19 moderada. De hecho, en un estudio con pacientes con COVID-19 moderado (SpO2 > 94%), los pacientes asignados a tratamiento con remdesivir durante 10 días (N= 197) no mostraron diferencia estadísticamente significativa respecto al cuidado estándar (N= 200) en el estado clínico a los 11 días de tratamiento; un grupo de pacientes tratados durante 5 días con remdesivir (N= 199) sí mostró una diferencia estadísticamente significativa en el estado clínico frente al cuidado estándar, pero la importancia clínica de la misma fue incierta (Spinner et al., 2020).

En base a todo lo anterior, el Protocolo Farmacoclínico del uso de remdesivir en España, publicado por el Ministerio de Sanidad, ha establecido que se deben considerar candidatos a recibir el fármaco a aquellos pacientes hospitalizados con neumonía grave por COVID-19 –confirmada por PCR– que cumplan todos los siguientes requisitos: i) edad ≥ 12 años y peso ≥ 40 kg; ii) necesidad de suplemento de O2 que revierte con oxigenoterapia de bajo flujo (gafas nasales o mascarilla simple, con o sin reservorio); iii) un máximo de 7 días de síntomas; y iv) al menos 2 criterios de entre los 3 siguientes: frecuencia respiratoria ≥ 24 rpm, SpO2 < 94% en aire ambiente y cociente presión arterial/fracción inspirada de O2 < 300 mm Hg. No se administrará, en cambio, si el paciente precisa ventilación no invasiva o utilización de dispositivos de O2 de alto flujo, ventilación mecánica invasiva o ECMO, enfermedad hepática grave (ALT o AST ≥ 5 veces el límite superior de la normalidad), insuficiencia renal grave (filtrado glomerular < 30 ml/min, en hemodiálisis o diálisis peritoneal), necesidad de dos ionotrópicos para mantener la tensión arterial, mujeres embarazadas, lactantes o con test positivo de embarazo, o pacientes con fallo multiorgánico. Además, dicho protocolo recomienda no prolongar el tratamiento más allá de los 5 días, a la vista de los resultados de otro ensayo aleatorizado y abierto de fase 3 que comparó dos duraciones de tratamiento (5 y 10 días), sin mostrar diferencias relevantes entre ambos (Goldman et al., 2020).

Por otro lado, el perfil toxicológico de remdesivir es relativamente benigno: se trata de un fármaco con una tolerabilidad similar a placebo y con una tasa de discontinuación por eventos adversos baja (< 10%). Aunque la proporción de pacientes que sufre algún acontecimiento adverso durante el tratamiento no es desdeñable, los eventos adversos graves son menos frecuentes que con placebo (25% vs. 32%), destacando un menor número de casos de fallo respiratorio severo (5% vs. 8%). También sobresalen por su frecuencia: anemia, insuficiencia renal aguda, pirexia, hiperglucemia y elevación de los niveles de transaminasas hepáticas, siendo esta última la reacción adversa posiblemente relacionada con el tratamiento más frecuente en voluntarios sanos, mientras que en pacientes con COVID-19 tratados sobresalen las náuseas. Se debe tener precaución con el uso del fármaco en pacientes con cualquier grado de insuficiencia hepática o renal.

Más recientemente se ha publicado un estudio descriptivo del uso en vida real de remdesivir en Polonia (Flisiak et al., 2021), que incluyó un total de 123 pacientes (mediana de edad 58 años, 61% hombres, 57% recibieron al menos un tratamiento antiinflamatorio concomitante) ingresados durante ≥ 48 h con COVID-19 confirmada y que fueron tratados con el fármaco, toda vez que había sido autorizado en la UE. No se registraron acontecimientos adversos que requirieran la interrupción del remdesivir y la necesidad de ingreso en UCI, la necesidad ventilación mecánica y la mortalidad a los 30 días fueron del 19,5%, el 7,3% y el 4,1%, respectivamente. Tales resultados se alinean con los del estudio pivotal y muestran el potencial del fármaco para optimizar recursos del sistema sanitario.

En definitiva, todo apunta a que remdesivir tiene una eficacia modesta como antiviral en la COVID-19 grave, sin representar una cura radical. Pero constituye una innovación disruptiva de la investigación farmacológica por tratarse del primer fármaco en ser autorizado frente a la COVID-19 en la UE, que fue aprobado tras poco más de 6 meses desde la identificación del agente causal de la infección, en una patología que representaba una necesidad médica no cubierta y que se ha asociado a una carga sanitaria y socio-económica sin precedentes en el mundo moderno. Los resultados del estudio pivotal fueron evaluados por la EMA mediante un proceso de evaluación continua excepcionalmente rápido, que sirvió de base para la aceleración de los procesos regulatorios (rolling reviews) que ha predominado posteriormente, por ejemplo, en la autorización de vacunas. Aunque los beneficios superan a los riesgos derivados de las incertidumbres existentes, aún permanecen dudas sobre el beneficio real de remdesivir: se desconoce si afecta a la carga viral y la capacidad de contagio, y se duda de si podría haber un mayor beneficio con el antiviral por su empleo en fases más precoces de la infección.

Valoración

Adherencia a la insulina y coste asumido por el paciente

Medicare es el programa de cobertura sanitaria en EE.UU. a las personas mayores de 65 años y menores discapacitados, el cual es muy diferente, y no mejor, que nuestro sistema de salud, que se financia a través de impuestos sobre las nóminas. Medicare tiene cuatro partes: A- seguro hospitalario, B-seguro médico, C-planes Medicare Advantage y D-medicamentos; cada parte cubre algunas de las necesidades sanitarias de la población, pero con grandes deficiencias respecto de nuestros sistemas sanitarios. En la parte D, que se ocupa de los medicamentos, cada plan de seguro elige qué fármacos cubre y hasta qué nivel lo hace. Por tanto, el individuo tendrá que pagar una parte del precio de los medicamentos –que ya de por sí es elevado– para acceder al tratamiento. Pero, en el caso de no ser beneficiario de Medicare, el individuo debe pagar la totalidad.

La insulina es un fármaco indispensable en pacientes diabéticos. En EE.UU., dado que los precios son libres, su precio se triplicó entre 2002 y 2013; así, un vial de Humulin U500 (insulina humana recombinante 500 U/ml) cuesa 1.561,93 $. Incluso para beneficiarios de Medicare, el coste a cargo del paciente se puede situar sobre los 200-300 $ mensuales. La última legislatura estadounidense reguló este aspecto ofreciendo a la mayoría de los beneficiarios de Medicare, no a todos, un coste máximo mensual de 35 dólares. Con todo esto, es fácil intuir que la adherencia al tratamiento con insulina no será óptima, debido al elevado coste que le supone al paciente diabético.

A la vista de lo anterior, un grupo de investigadores evaluó el grado de adherencia antes y después de la reducción mencionada del copago a la insulina a 35 $, y para dos tipos de beneficiarios, según su plan de cobertura (planes individuales y planes a través del empleador). La muestra analizada comprendió 474.929 diabéticos que utilizaban insulina (303.616 y 171.313 de cada tipo de cobertura, respectivamente). El copago o gasto medio mensual al que debía hacer frente el paciente para adquirir su insulina fue menor en los planes cubiertos por el empleador, para los distintos grupos de cobertura: inicial (hasta 4.130 $ gastados en 2021), sin cobertura (una vez cubierto el tope financiado, se entra en el llamado donut hole, en donde hay que pagar el total) y catastrófica (una vez pagados por el beneficiario 6.550 $ en 2021 en el periodo sin cobertura, Medicare cubrirá la mayor parte del gasto posterior). Asimismo, los beneficiarios de planes individuales que acabaron el año en la fase sin cobertura, redujeron el uso de insulina al pasar de cobertura inicial al periodo sin cobertura, mientras que los beneficiario de planes del empleador aumentaron ligeramente su uso (Tabla 1).

Los autores concluyen que el gasto asumido por los pacientes con planes de seguro individuales aumentó durante el periodo en el cual se hallaban sin cobertura, lo cual se asoció a una reducción de la adherencia al tratamiento con insulina. Así pues, se espera que la reducción del copago hasta un máximo de 35 $ mensuales se asocie con un incremento de la adherencia al tratamiento insulínico.

Este estudio muestra un aspecto mejorable del sistema de salud más costoso y menos eficiente del mundo, el estadounidense. El sistema de salud español, a pesar de las debilidades que han quedado constatadas en la actual pandemia, es muy superior en resultados de salud. No tenemos aquí más de 30 millones de personas que pueden morir, y mueren, simplemente porque no tienen derecho a acceder a la sanidad; tampoco tenemos reducciones importantes de adherencia a tratamientos por copagos excesivos, aunque no son inexistentes. Por ello, debemos tener siempre en mente la relación entre copago y persistencia de los tratamientos: cualquier tratamiento que resulte costoso para determinados pacientes puede conducir a no alcanzar los objetivos terapéuticos establecidos como consecuencia de una reducción de la adherencia. El farmacéutico comunitario tiene, en este aspecto, una tarea primordial de promover y asegurar un cumplimiento adecuado, lo cual redundará, no ya en reducir costes, sino, y lo más importante, en incrementar los resultados de salud.

Traumatismos genitourinarios

Resumen

Los traumatismos del aparato genitourinario representan entre el 8-10% de los traumatismos abdominales, siendo, por tanto, un motivo de consulta médica de frecuencia no desdeñable. En su mayoría se deben a traumatismos cerrados y son más frecuentes en hombres menores de 45 años. El riñón es el órgano –no solo genitourinario sino también abdominal– que más frecuentemente se ve afectado.

Los traumatismos genitourinarios no suelen poner en riesgo la vida, excepto en los raros casos de riñón catastrófico o avulsión del pedículo con sangrado masivo. En general, se acepta que las lesiones urogenitales severas son más frecuentes en el contexto de los politraumatismos. Si se sospecha afectación del tracto urogenital, hay que intentar establecer el mecanismo del traumatismo y la posible presencia de shock. A fin de esbozar la variedad de supuestos traumáticos, con las aproximaciones diagnósticas y terapéuticas recomendables en cada caso, el presente artículo revisa desde un punto de vista clínico los traumatismos genitourinarios más relevantes.

Introcucción

En los países desarrollados, los traumatismos constituyen la primera causa de mortalidad en las primeras décadas de la vida. Alrededor del 10% de todos ellos afectan al área urogenital y, de éstos, el 80% no cursan con pérdida de la solución de continuidad de la piel. Las lesiones urogenitales severas son más frecuentes en el contexto de pacientes con politraumatismos, en mayor medida que ocurren en el área genitourinaria de manera específica; ello se debe a que anatómicamente todos los elementos del aparato genitourinario –excepto los genitales externos– se encuentran bien protegidos por la grasa que los rodea, por otras vísceras e incluso por estructuras musculoesqueléticas.

El riñón es el órgano del aparato urogenital que más frecuentemente se ve afectado. Las causas más frecuentes de todos los traumatismos genitourinarios son las debidas a accidentes de tráfico, las caídas desde altura y los golpes directos sobre el torso o los genitales externos. En los niños, son muy frecuentes los accidentes de bicicleta. Otros mecanismos posibles son: las agresiones físicas o sexuales, el propio coito consentido, las heridas por arma blanca o de fuego y la cirugía abdominal.

Evaluación Inicial

Los traumatismos genitourinarios no suelen poner en riesgo la vida, excepto en los raros casos de riñón catastrófico o avulsión del pedículo con sangrado masivo. De ahí que ante un paciente politraumatizado haya que tomar en consideración otros aspectos prioritarios en su atención.

La primera evaluación del paciente traumatizado debe respetar un orden de prioridades:

1. Asegurar la vía aérea permeable;

2. control de puntos de hemorragia;

3. estabilización hemodinámica (vía venosa para reposición de líquidos);

4. y aproximación diagnóstica de los órganos comprometidos.

En este último punto, si se sospecha afectación del tracto urogenital, además de los antecedentes urológicos, hay que intentar establecer:

Mecanismo del traumatismo (caída, accidente de tráfico o atropello, arma blanca, arma de fuego, etc.): permitirá sentar una primera clasificación del trauma en penetrante o no penetrante y centrarse en la evaluación de los posibles órganos afectados. Si el paciente está consciente se le interroga directamente; si está inconsciente se debe recurrir a los testigos y, si no los hay, a la inspección de la zona lumbar, el hipogastrio y los genitales externos en busca de masas, hematomas o equimosis.

Posible presencia de shock (tensión arterial sistólica < 90 mmHg, en cualquier momento después del traumatismo) y de hematuria macroscópica: fundamentales para determinar la necesidad o no de posteriores estudios radiológicos. Se debe inspeccionar la primera orina tras el traumatismo bien por micción espontánea si el enfermo está consciente o bien por sondaje vesical si está inconsciente o su gravedad aconseja sondar. Es muy importante tener presente que, en caso de objetivarse sangre en el meato uretral externo, está contraindicado sondar al paciente, ya que previamente se debe descartar una lesión uretral asociada practicando una uretrografía retrógrada.

Traumatismo renal

El riñón es el órgano –no solo genitourinario, sino también abdominal– que más frecuentemente se ve afectado por un traumatismo. Esto ocurre en el 1-5% de todos los ingresos por este motivo, y es más frecuente en los hombres que en las mujeres, en una proporción de 3/1. Entre el 80-90% de los traumatismos renales son no penetrantes, produciéndose como consecuencia de lesiones contusas, entre las que se incluyen: caídas, accidentes de tráfico y golpes directos sobre los costados. Un mecanismo traumático muy importante es la desaceleración o contragolpe (caídas desde gran altura o colisiones de vehículos a gran velocidad), que puede ocasionar sobreestiramiento de la arteria renal con desgarro de la íntima y trombosis arterial subsiguiente.

La mayoría de los traumatismos renales penetrantes se asocian a lesiones de otros órganos. Esta asociación es más frecuente en el caso de las heridas por arma de fuego que en las heridas por arma blanca, debido a que en las primeras el organismo debe absorber la gran cantidad de energía liberada por el proyectil. Esta primera clasificación de los traumatismos renales en penetrantes y no penetrantes es muy importante ya que la mayoría de los traumatismos renales penetrantes requieren una exploración quirúrgica, mientras que más del 98% de los no penetrantes se pueden manejar de forma conservadora.

HISTORIA CLÍNICA

Como ya hemos apuntado (véase arriba), si el paciente está consciente se debe interrogar acerca de la existencia de patología renal previa, ya que un riñón patológico puede convertir en severo un traumatismo leve. Además, conviene conocer la masa renal, puesto que, si el paciente es monorreno, el manejo puede ser más complejo. También se debe preguntar por el mecanismo exacto del traumatismo, incluyendo la velocidad del vehículo (en caso de accidente de tráfico), el tamaño (si es por arma blanca), el tipo (si es por arma de fuego), la altura (si se trata de una caída), etc. Si el paciente se encuentra inconsciente es importante interrogar a los testigos y a la familia.

La exploración física debe incluir la determinación de la tensión arterial. A la inspección se deben buscar abrasiones o equimosis o abultamiento en el flanco. A la palpación se pueden detectar masas en hipocondrio o defensa abdominal o costillas rotas.

PRUEBAS DE LABORATORIO

El análisis de orina es básico en la evaluación del traumatismo renal porque permite detectar microhematuria (> 5 hematíes/campo de gran aumento), que es un dato fundamental para valorar este tipo de traumatismos. Sin embargo, no es una prueba sensible ni específica que permita la distinción entre traumatismos severos y leves. De hecho, lesiones renales mayores, tales como la disrupción de la unión pieloureteral o lesiones del pedículo renal pueden cursar sin hematuria. Por otra parte, la determinación seriada del hematocrito permite estimar la pérdida de sangre y la necesidad de transfusión, y es básico en la toma de decisiones. Y la determinación de la creatinina sérica da información sobre la función renal previa.

EVALUACIÓN RADIOLÓGICA

Existe una clara evidencia de que la mayoría de los traumatismos cerrados no precisan de evaluación radiológica y, en este sentido, están bien establecidos los criterios para su indicación. La tomografía axial computerizada (TAC) con contraste intravenoso se considera el “gold standard” de los estudios radiológicos para los traumatismos renales, aunque en ocasiones puede ser preciso completar el estudio con una arteriografía renal y, en determinados casos, puede estar indicada una urografía intravenosa (UIV).

Ecografía

La ecografía tiene muchas limitaciones para la valoración de los traumatismos renales. Sin embargo, por su rapidez, bajo coste y ausencia de radiación o exposición a contrastes, es de gran utilidad en la evaluación inicial del enfermo politraumatizado. Permite detectar líquido libre intraperitoneal, así como laceraciones renales. Pero es muy “observador-dependiente” y no permite valorar la profundidad de la laceración ni la funcionalidad del riñón.

Otra indicación de la ecografía es el seguimiento de los traumatismos manejados de forma conservadora, porque permite monitorizar la evolución de los urinomas o hematomas retroperitoneales. Por otra parte, el eco-doppler tiene la capacidad de detectar el flujo sanguíneo en el pedículo renal y esto le confiere alguna utilidad.

Urología

Fue el método preferido para la evaluación de los traumatismos renales hasta que se vio desplazada por la TAC. Hoy en día, su indicación se reduce a las situaciones en las que no se dispone de TAC, o de forma intraoperatoria en los casos en que el paciente ha sido sometido a una exploración quirúrgica y se encuentra inestable o presenta un hematoma retroperitoneal en expansión. En estos casos, se inyectan por vía intravenosa 2 ml/kg de contraste yodado y se obtiene una radiografía a los 10 minutos en la propia mesa de quirófano. De esta forma, se obtiene información sobre la función del riñón contralateral, así como imágenes de extravasación o ausencia de función del riñón afecto.

TAC (Tomografía Axial Computerizada)

La TAC es más sensible y específica que la urografía, la ecografía y la angiografía. Define con mayor seguridad la localización de las lesiones, las contusiones, la profundidad de las laceraciones y segmentos desvitalizados y, además, se explora el resto del retroperitoneo y órganos abdominales. Está indicado realizar una TAC siempre que, en el contexto del traumatismo, se sospeche compromiso del tracto urinario superior y concurra alguna de las siguientes circunstancias:

  • hematuria macroscópica;
  • microhematuria (> 5 hematíes por campo) asociada a shock (TAS < 90 mmHg);
  • sospecha de lesiones asociadas de otros órganos abdominales;
  • en niños menores de 16 años con cualquier grado de hematuria;
  • o traumatismos penetrantes.

Angiografía

En la fase aguda, la arteriografía renal solo está indicada en caso de sospecha de lesión del pedículo renal (desaceleración como mecanismo traumático), o bien cuando el TAC no es concluyente, siempre que el paciente permanezca hemodinámicamente estable. En la actualidad, la arteriografía encuentra su principal utilidad en caso de sangrado renal diferido persistente y si se objetiva o se sospecha de la presencia de una fístula arterio-venosa postraumática sintomática, ya que además de su valor diagnóstico, permite embolizar selectivamente estas lesiones.

CLASIFICACIÓN

En 1989 se publicó la clasificación de los traumatismos renales avalada por la American Association for the Surgery of Trauma, que es la que en la actualidad se sigue en la mayoría de las publicaciones. El establecimiento del grado en un determinado caso se basa en la TAC abdominal o la exploración quirúrgica directa del riñón y se agrupan en grados del 1 al 5:

  • Grado 1: contusión o hematoma subcapsular no expandido, sin laceración del parénquima renal.
  • Grado 2: laceración de la corteza renal de menos de 1 cm, sin extravasación urinaria.
  • Grado 3: laceración renal de más de 1 cm, sin extravasación urinaria.
  • Grado 4: laceración que se extiende hasta el sistema colector con extravasación de contraste, o lesión de arteria o vena segmentarias, o lesión de arteria o vena principales con hematoma contenido, o trombosis de la arteria renal principal.
  • Grado 5: riñón catastrófico (estallido renal), o avulsión del pedículo.

TRATAMIENTO

El objetivo del manejo de los pacientes con lesiones renales es preservar la mayor función renal posible con la menor morbilidad posible. Los avances en el estadiaje del traumatismo, así como una mayor experiencia en el manejo conservador de los traumatismos renales han permitido disminuir el porcentaje de exploraciones quirúrgicas.

Manejo conservador

Es imprescindible una adecuada evaluación radiológica de la lesión para poder establecer con seguridad la indicación de tratamiento conservador; de hecho, si ésta no se puede llevar a cabo por el motivo que sea, la exploración quirúrgica está indicada. En la actualidad, más del 98% de los traumatismos cerrados, en torno al 18% de las heridas por arma de fuego y más de la mitad (≈54%) de las heridas por arma blanca se pueden tratar satisfactoriamente de forma conservadora. De hecho, todas las lesiones de grado 1 y 2, y muchas de las lesiones de grado 3 y 4 se manejan de esta forma.

Una vez estabilizado el paciente, las líneas generales del tratamiento incluyen: reposo absoluto y sonda vesical hasta la resolución de la hematuria macroscópica, así como protección gástricaantibióticos y otras medidas farmacológicas específicas para cada paciente. La evolución se sigue con hematocritos seriados y, eventualmente, ecografía y/o TAC.

Exploración quirúrgica

Siempre se debe intentar salvar el riñón salvo que peligre la vida del paciente. Se recomienda un acceso transperitoneal con control del pedículo vascular próximo a la aorta antes de abrir la fascia de Gerota. En la mayoría de los casos se puede llevar a cabo una reconstrucción del riñón con exéresis del tejido no viable y renorrafia con cierre estanco de la vía excretora.

Aproximadamente, en el 13% de los casos hay que realizar una nefrectomía durante la exploración quirúrgica, estos pacientes tienen una mayor tasa de mortalidad, no por la nefrectomía en sí, sino por la gravedad de las lesiones. Las lesiones por arma de fuego por proyectiles de alta velocidad a menudo implican una nefrectomía por la gran destrucción tisular que conllevan.

Las indicaciones absolutas de exploración quirúrgica son hemorragias de origen renal que comprometen la vida del paciente y/o lesión grado V. En el contexto de una laparotomía, también requiere una exploración renal la presencia de un hematoma retroperitoneal pulsátil, en expansión, o que no está bien estadiado radiológicamente. Indicaciones relativas sería la presencia de tejido renal desvitalizado en una proporción superior al 25%, puesto que se asocia con una mayor frecuencia de complicaciones tardías (en algunas series llegan a superar el 80% si el manejo es conservador, y se reducen a < 10% cuando se someten a exploración y reparación quirúrgica). La extravasación urinaria se suele asociar a lesiones renales mayores: si es de escasa cuantía se suele resolver espontáneamente, pero si persiste en el tiempo o se acompaña de un cuadro séptico, requiere exploración quirúrgica o tratamiento percutáneo y/o endoscópico. Es obligado descartar una avulsión de la unión pieloureteral mediante TAC o UIV para poder iniciar un tratamiento conservador.

La estadificación incompleta no permite manejar de forma conservadora los traumatismos renales. La trombosis de la arteria renal produce isquemia del tejido renal con lesiones, que después de 12 horas son irreversibles. La revascularización precoz consigue preservar la función renal en menos del 30% de los casos, por lo que se suele reservar para las trombosis bilaterales o en riñón único. La hipertensión es la complicación tardía más frecuente de este tipo de lesiones.

Traumatismo penetrante

En la actualidad, en torno al 57% de los traumatismos penetrantes requieren exploración quirúrgica. Las heridas por armas de fuego producen mayor destrucción tisular que las causadas por armas blancas, lo que explica que la exploración quirúrgica sea mucho más frecuente en el primer caso que en el segundo.

Para indicar el manejo conservador en estos casos es necesario un estadiaje radiológico preciso de las lesiones renales y descartar lesiones intraperitoneales. Las complicaciones tardías más frecuentes en estos casos son el sangrado diferido y la formación de urinomas. Un caso en que con seguridad se puede obviar la exploración quirúrgica es cuando se ha producido una herida por arma blanca con punto de entrada por detrás de la línea axilar posterior, lo cual suele producir lesiones renales de bajo grado.

COMPLICACIONES

En la actualidad, se considera que el índice de complicaciones significativas realmente atribuibles al traumatismo renal es muy bajo, en torno al 3%. Se suelen clasificar en precoces y tardías según ocurran antes o después de transcurrido un mes del traumatismo.

Las complicaciones precoces más frecuentes son: formación de urinomas, sangrado diferido, fístulas urinarias, abscesos o desarrollo de una HTA. Los urinomas pequeños y las fístulas de bajo débito se suelen resolver espontáneamente, pero en ocasiones es necesario colocar un catéter ureteral. El sangrado diferido se maneja con angiografía y embolización selectiva. Los abscesos se pueden drenar percutáneamente. La HTA suele ser transitoria y no precisa un tratamiento específico.

Se recomienda una nueva prueba de imagen a los 2-4 días del traumatismo para minimizar la posibilidad de que pase desapercibida alguna complicación, sobre todo en los grados 3-5.

Las complicaciones tardías son: la formación de fístulas arteriovenosas sintomáticas (cuyo tratamiento es la embolización selectiva), la HTA diferida (que ocurre en el 0,2% de los casos y puede precisar tratamiento médico, nefrectomía parcial o incluso nefrectomía total), hidronefrosis (por lesión o compresión extrínseca de la vía excretora), y otras menos frecuentes como la formación de cálculos, pseudoaneurismas o pielonefritis crónica.

Traumatismos Ureterales

Las lesiones de la pelvis renal y los uréteres son poco habituales, suponen menos del 1% de todos los traumatismos que afectan al tracto urinario.

ETIOLOGÍA

Las causas suelen ser las lesiones iatrogénicas que tienen lugar durante la actividad quirúrgica. Ocurren más a menudo durante la histerectomía, aunque también pueden presentarse durante la cirugía colorrectal, ovárica o de los grandes vasos retroperitoneales, así como, en cirugía laparoscópica y en ureteroscopia. De las lesiones traumáticas del uréter, más del 80% de los casos son consecuencia de lesiones penetrantes y suelen cursar de forma silente, lo que dificulta su identificación inmediata; es frecuente que se reconozcan cuando surgen las complicaciones. Los traumatismos no penetrantes no suelen ocasionar lesiones ureterales, pero pueden provocar avulsión de la unión pieloureteral por mecanismos de desaceleración. Esta lesión es más frecuente en los niños.

DIAGNÓSTICO

Es muy importante sospechar la posible lesión ureteral por lesión penetrante en el trayecto ureteral, por el mecanismo de desaceleración o durante la intervención quirúrgica, para llegar al diagnóstico de forma precoz. La exploración radiológica más útil para evaluar los traumatismos ureterales es la UIV, en la que se llega a apreciar la extravasación del contraste. No obstante, el retraso funcional o la anulación funcional del riñón pueden impedir el diagnóstico. El TAC se está empleando cada vez con mayor frecuencia en la evaluación de las lesiones ureterales agudas. Dado que los modernos TACs helicoidales obtienen imágenes antes de que el contraste haya llegado a la vía excretora, hay que hacer una exploración 15-20 min después de la inyección de contraste en busca de lesiones de la vía excretora. Si, a pesar de todo, no se puede demostrar la lesión y persiste la sospecha se debe realizar una pielografía retrógrada.

TRATAMIENTO

La avulsión de la unión pieloureteral debe ser reparada quirúrgicamente de forma inmediata, salvo que el estado general del paciente lo impida.

La lesión ureteral por arma blanca, por lo general, se puede reparar mediante una anastomosis término-terminal (T-T), sobre todo si afecta a los dos tercios proximales del uréter.

Las lesiones por arma de fuego suelen ocasionar mayor daño tisular, lo que puede impedir realizar una anastomosis T-T, en cuyo caso hay que plantearse otras posibilidades que van desde la transuretero-ureterostomía hasta el autotrasplante o la nefrectomía, pasando por la interposición de un segmento intestinal o la uretero-neocistostomía. Algunos autores recomiendan colocar una derivación percutánea y diferir la reparación cuando el paciente presenta inestabilidad hemodinámica y cuando se asocia una lesión del colon.

La lesión ureteral durante la laparotomía, si se reconoce, debe ser reparada en ese momento. La técnica de elección es el cierre primario, pero si la sección del uréter es completa hay que optar por alguna de las siguientes opciones en función de la localización de la lesión:

  • Tercio superior: anastomosis término-terminal, transuretero-ureterostomía o ureterocalicostomía.
  • Tercio medio: anastomosis término-terminal, transuretero-ureterostomía o flap de Boari más reimplante ureteral.
  • Tercio inferior: reimplante directo o psoas hitch.

Si el segmento de uréter dañado es muy extenso se debe considerar la necesidad de un autotrasplante renal o la interposición de un segmento intestinal. En raras ocasiones es preciso plantearse la nefrectomía.

En lesiones incompletas se debe intentar el cierre primario sobre catéter ureteral. Si el diagnóstico es diferido y el paciente no precisa ser intervenido por otros motivos se puede intentar manejar la lesión ureteral de forma conservadora, mediante la implantación retrógrada de un catéter “doble J” o mediante la colocación de una nefrostomía percutánea.

COMPLICACIONES

No es infrecuente que las lesiones ureterales pasen inadvertidas en un primer momento. Los signos y síntomas de una lesión oculta son: la aparición de hidronefrosis, la formación de urinomas, abscesos o fístulas y la presencia de sepsis. En este caso, el medio diagnóstico más útil es el TAC. Si la lesión se descubre dentro de la primera semana desde el traumatismo y la situación clínica del enfermo lo permite, está indicada la intervención quirúrgica. Si ha transcurrido más de una semana, los resultados de la reparación quirúrgica se ven comprometidos y es preferible poner en práctica las técnicas percutáneas y endoscópicas necesarias para evacuar colecciones (drenaje percutáneo) y drenar la orina (colocación de “doble J” ureteral o nefrostomía percutánea).

Traumatismos vesicales

La afectación vesical es poco frecuente debido a la protección que le presta su posición dentro de la pelvis ósea. Así, cerca del 100% de las lesiones vesicales que se dan en traumatismos cerrados se asocian a fracturas pélvicas, pero solo alrededor del 10% de los pacientes con fracturas pélvicas tienen, además, una rotura vesical. Un factor predisponente es la conducción de vehículos bajo los efectos del alcohol porque, además de aumentar el riesgo de accidente, también favorece que se produzcan con la vejiga llena.

ETIOLOGÍA

De las roturas traumáticas de la vejiga, más de dos tercios (67-86%) de los casos se deben a traumatismos cerrados, y el resto (14-33%) a penetrantes. De los cerrados, el 90% son por accidentes de tráfico y casi todos se acompañan de lesiones de la pelvis ósea (diástasis de la sínfisis del pubis, diástasis sacroilíaca o fracturas de las ramas pubianas). Los traumatismos penetrantes suelen asociarse a otras lesiones graves, intestinales o de los vasos pelvianos. Las lesiones yatrógenas de la vejiga pueden ocurrir tanto en cirugía abierta pelviana como en cirugía laparoscópica.

DIAGNÓSTICO

La vejiga debe ser evaluada en todo traumatismo pelviano que se acompañe de hematuria macroscópica, masa hipogástrica o fractura de los huesos de la pelvis. Las lesiones del tracto urinario inferior se evalúan mediante uretrocistografía. En el 10-30% de los casos las lesiones vesicales se acompañan de lesiones uretrales. La sospecha de lesión uretral, por la presencia de sangre en el meato uretral externo o hematoma perineal, obliga a la realización de una uretrografía retrógrada (infusión de contraste yodado desde la fosa navicular), antes de proceder al sondaje vesical. Otra opción para el manejo de esta situación es un sondaje cuidadoso por un experto; en este caso, si se consigue llegar a la vejiga y se obtiene orina clara, prácticamente se descarta la lesión uretral y vesical.

La integridad de la vejiga se estudia mediante una cistografía de relleno previa cateterización uretral introduciendo 350 cc de contraste yodado y obteniendo placas a máxima repleción vesical y tras la evacuación del contraste. Si el paciente requiere ser evaluado mediante TAC, por otros motivos, se puede sustituir la cistografía convencional por un TAC pélvico tras relleno vesical con contraste a través de la sonda.

CLASIFICACIÓN Y TRATAMIENTO

Contusiones: en caso de hematuria macroscópica de origen vesical sin evidencia radiológica de rotura de la vejiga se habla de contusión vesical, y no requiere un tratamiento específico.

Roturas extraperitoneales: suponen en torno al 62% de las roturas vesicales y se manejan de forma conservadora: sonda vesical durante 2 semanas. Antes de retirar la sonda vesical se realiza una cistografía y, si persiste el extravasado, se mantiene la sonda una semana más. Cuando el paciente precise una fijación quirúrgica del pubis se debe proceder al cierre vesical a través de la misma incisión. Otras situaciones que pueden requerir manejo quirúrgico de entrada es la afectación del cuello vesical o la presencia de fragmentos óseos en la pared vesical.

Roturas vesicales intraperitoneales: suponen uno de cada cuatro casos (de forma aislada) y se observan en un 12% adicional en combinación con roturas extraperitoneales. Requieren laparotomía y cierre vesical primario en 2 planos con sutura reabsorbible.

Roturas vesicales por traumatismos penetrantes siempre requieren exploración quirúrgica inmediata con reparación de las lesiones vesicales.

Traumatismos uretrales

El diafragma urogenital divide la uretra masculina en dos porciones: anterior y posterior. La posterior está formada por la uretra prostática y por la membranosa, mientras que la anterior está constituida por la uretra bulbar y la peneana. En la mujer solo hay uretra posterior.

URETRA POSTERIOR

Las lesiones de la uretra posterior suelen concurrir con fracturas de la pelvis ósea. La mayoría son secundarias a accidentes de tráfico y, aproximadamente, una cuarta parte se producen por caídas desde altura; en el 10% de los casos se asocian a lesiones vesicales. Se sospechan traumatismos de la uretra posterior ante la presencia de sangre en el meato uretral, imposibilidad para la micción y globo vesical. Se diagnostican mediante uretrografía retrógrada. Las lesiones pueden ser completas o incompletas; en este último caso, además del extravasado, se observa cierto paso de contraste a la vejiga. El mecanismo por el que se lesiona la uretra membranosa es el cizallamiento que sufre como consecuencia de las fuerzas en direcciones opuestas que ejercen la próstata fija al pubis y el área de la uretra membranosa. En los casos más severos puede haber un desplazamiento de los cabos uretrales lesionados.

La uretra femenina rara vez resulta lesionada, excepto por contusión o laceración por fragmentos óseos.

Los traumatismos de la uretra posterior se clasifican en:

  • Tipo I: estiramiento uretral;
  • Tipo II: rotura proximal al diafragma urogenital; y
  • Tipo III: rotura proximal y distal al diafragma urogenital.

El manejo inicial más recomendable es el intento suave de sondaje por un urólogo. Si no se consigue, hay que intentar el realineamiento uretral precoz con maniobras endoscópicas y, si esto también falla, se coloca una talla suprapúbica y se programa el realineamiento uretral diferido. Las complicaciones más comunes son la impotencia, la incontinencia y las estenosis de uretra.

URETRA ANTERIOR

Son más frecuentes de forma aislada y como consecuencia de una caída a horcajadas, en cuyo caso suele afectarse a la uretra bulbar; no se suelen asociar a fracturas pélvicas. Son mucho más frecuentes las secundarias a traumatismos cerrados que a traumatismos penetrantes. El 20% de los casos de fractura de cuerpos cavernosos se acompaña de lesión uretral. También se han descrito lesiones uretrales por introducción de cuerpos extraños por el meato uretral externo.

Se sospechan estas lesiones por la presencia de sangre en el meato uretral, hematoma perineal o masa escrotal por extravasado de orina y/o sangre. Las lesiones por traumas penetrantes son evidentes. Lo más prudente es evaluar la uretra mediante uretrografía retrógrada antes de proceder al sondaje.

El manejo inicial de los traumatismos cerrados puede ser la sonda vesical, pero la mayoría de los autores recomiendan colocar una talla suprapúbica, reevaluación posterior y reparación diferida (6-12 semanas) si es preciso. Las posibles complicaciones son: impotencia y estenosis de uretra. Por su parte, las lesiones que acompañan a las fracturas de cuerpos cavernosos se reparan quirúrgicamente en el mismo acto. Las lesiones penetrantes precisan una exploración quirúrgica inmediata con sutura término-terminal. Pero, si la lesión es extensa y no se puede hacer una anastomosis, se debe marsupializar la uretra a la piel (incisión en las paredes de la uretra para que pueda vaciarse el contenido y quede como resultado una bolsa) como preparación para la reparación en un segundo tiempo.

Traumatismos de los genitales externos

La incidencia de traumatismos sobre los genitales es mucho mayor en los hombres que en las mujeres, no solo por las diferencias anatómicas, sino también por la mayor exposición de los hombres en actividades violentas.

AMPUTACIONES DE PENE

La mayoría de los casos se deben a intentos de auto emasculación –extirpación o inutilización de los órganos genitales– en pacientes psicóticos. El pene amputado debe ser conservado envuelto en una gasa estéril humedecida con suero salino dentro de una bolsa de plástico estéril que se introduce dentro de otro contenedor con agua y hielo. Se han conseguido reimplantar con éxito penes así conservados, después de 16 horas desde el traumatismo.

TRAUMATISMOS PENETRANTES DE PENE Y ESCROTO

Por lo general, se asocian a lesiones complejas de otros órganos. El incremento de la violencia doméstica se ha asociado a un incremento de este tipo de lesiones, que pueden deberse a armas blancas o de fuego. En los niños, las más frecuentes son laceraciones de la piel por caídas sobre objetos afilados.

Muchas veces se precisa realizar una uretrografía y, en ocasiones, cistografía y TAC. Se recomienda la exploración quirúrgica inmediata con desbridamiento de los tejidos no viables y cierre primario. A veces, se precisa colocar injertos cutáneos.

ROTURAS DE PENE

Casi siempre son consecuencia de traumatismos o golpes durante el coito. Los pacientes suelen referir un chasquido acompañado de dolor y detumescencia inmediata. Se presentan con hematoma progresivo que se puede extender más allá del pene hacia el hipogastrio. El diagnóstico se puede confirmar preoperatoriamente mediante cavernosografía o resonancia magnética. Se recomienda la reparación quirúrgica inmediata. Hay que tener en cuenta que en el 20% de los casos se asocia lesión uretral que no debe pasar inadvertida. En algunos casos se produce impotencia o incurvación peneana, pero la mayoría cura sin secuelas.

TRAUMATISMOS TESTICULARES

La afectación testicular puede ser consecuencia de traumatismos penetrantes (armas de fuego o intentos de autoemasculación) o cerrados. Se estima que la túnica albugínea que protege al parénquima testicular es capaz de soportar hasta 50 kg de fuerza antes de romperse.

Los pacientes se presentan con dolor local y hematoma más o menos extenso según si la túnica está íntegra (en cuyo caso contiene el hematoma) o rota, en cuyo caso permite la extensión del hematoma al periné e incluso a la región inguinal. La ecografía es el medio diagnóstico de elección, si bien su normalidad no excluye la necesidad de realizar una exploración quirúrgica (sobre todo si la palpación sugiere rotura testicular). El procedimiento consiste en la evacuación del hematocele y la reparación de la albugínea testicular (si está rota).

TRAUMATISMO VULVAR

Es muy poco frecuente. Puede darse en caso de fracturas pelvianas, durante las relaciones sexuales o en agresiones sexuales. Puede ser necesario realizar un TAC para excluir lesiones de otros órganos. En los casos de lesiones penetrantes, además de la evaluación radiológica, hay que considerar la necesidad de una exploración laparoscópica de la cavidad abdominal. Los hematomas vulvares no suelen requerir tratamiento específico, pudiendo ser preciso colocar una sonda vesical si hay dificultad miccional. Las laceraciones de la vagina requieren sutura primaria.

Burosumab (▼Crysvita®) en hipofosfatemia ligada al cromosoma X

Resumen

Burosumab es un novedoso anticuerpo monoclonal humano de tipo IgG1 que se une y neutraliza específicamente al factor 23 de crecimiento de fibroblastos (FGF-23) soluble secretado en exceso e inhibe su actividad biológica mediada por su unión al complejo receptor específico (FGF-23-R1) en la superficie celular, de modo que se normaliza –aumenta– la producción de proteínas relacionadas con la reabsorción de fosfato a nivel del túbulo renal y la concentración sérica de 1,25-dihidroxi-vitamina D. Así, el fármaco restaura parcialmente los niveles de fosfato y minimiza las consecuencias clínicas de la hipofosfatemia motivada por mutaciones en el gen PHEX (que codifica para una endopeptidasa metabolizadora del FGF-23). En base a ello, el medicamento, designado como huérfano, ha sido autorizado para el tratamiento por vía subcutánea de la hipofosfatemia ligada al cromosoma X (HLX) –considerada una enfermedad rara– con signos radiográficos de enfermedad ósea en niños de 1 año y mayores y adolescentes con el esqueleto en crecimiento.

En el estudio pivotal de fase 2, abierto y no controlado, de búsqueda de dosis en pacientes de entre 5 y 12 años, el tratamiento con burosumab redujo globalmente en un 50% la puntuación de la escala de severidad del raquitismo (RSS) a la semana 40 (cambio de -0,9 puntos; p<0,0001). La eficacia se mantenía constante a la semana 64 y fue más favorable para el régimen de una dosis cada 2 semanas; específicamente, hubo un mayor beneficio en el subgrupo de pacientes con enfermedad más grave, en los que el cambio fue de -1,49 puntos. La comparación de estos datos con una cohorte histórica sugirió una mayor reducción de la gravedad del raquitismo con burosumab frente al tratamiento convencional con fosfato oral y calcitriol (38% vs 12%). Un posterior estudio confirmatorio de fase 3, aleatorizado y abierto, comparó la pauta quincenal de burosumab frente al tratamiento convencional en pacientes de 1 a 12 años. Arrojó resultados favorables al fármaco para la apariencia del raquitismo (escala RGI-C), que a la semana 40 alcanzó un cambio respecto al estado basal de +1,92 puntos (vs.+0,79 en el grupo control); en la escala RSS, la diferencia para el tratamiento con burosumab también fue estadísticamente significativa (-1,34 puntos entre grupos; p< 0,0001), con una reducción del 64% respecto a la puntuación basal (vs. -23% en el grupo control). Esa tendencia se mantenía hasta la semana 64 y era consistente en todos los subgrupos de pacientes analizados.

Por otro lado, su perfil toxicológico se considera aceptable (las interrupciones del tratamiento por eventos adversos son muy escasas), con una tolerabilidad similar a placebo. Entre los eventos adversos notificados durante el tratamiento con burosumab destacan, por su frecuencia, reacciones en la zona de inyección (autolimitadas), tos, cefalea, pirexia, dolor en las extremidades, vómitos, absceso dental, disminución de la vitamina D y diarrea; algunos de ellos (por ejemplo, vómitos, tos y cefalea) son más frecuentes que con el tratamiento convencional. Es preciso subrayar que las fases de extensión de los citados estudios clínicos han revelado un mantenimiento de los efectos beneficiosos de burosumab, sin identificarse aspectos de seguridad nuevos o inesperados, durante periodos entre 3 y 4 años. Todo apunta a que el perfil beneficio-riesgo de burosumab se mantiene favorable a largo plazo.

En resumen, se trata del primer fármaco autorizado en Europa para el tratamiento de la HLX, una indicación para la que no había un tratamiento específico: incorpora un mecanismo de acción novedoso que interfiere con la fisiopatogenia de la enfermedad, por lo que supone una innovación farmacológica importante. También en términos de adherencia (pauta cada dos semanas) incorpora una ventaja respecto al tratamiento habitual (dosificación diaria). Se debe mencionar, no obstante, que en ninguno de los estudios se permitió la terapia convencional de forma concomitante. Además, dado que los pacientes habían sido tratados previamente durante largos periodos de tiempo con la combinación de fosfato oral y vitamina D, no parece apropiado aún plantear su uso en primera línea. Por último, se desconoce el efecto que burosumab pudiera tener sobre la progresión de la enfermedad.

Aspectos fisiopatológicos

La hipofosfatemia ligada al cromosoma X (HLX) –también conocida por su principal manifestación clínica como raquitismo hipofosfatémico ligado al cromosoma X– es una enfermedad genética rara y crónica, que tienen una prevalencia aproximada de 1 caso por 20.000 habitantes y una incidencia de 4,8 nuevos casos por cada 100.000 nacidos vivos (otros autores hablan de una incidencia estimada de 1 caso nuevo/200.000 nacidos). No obstante, es la forma más frecuente de raquitismo hereditario, con una herencia dominante, representando en torno al 80% de los casos de hipofosfatemia familiar (Velásquez-Jones et al., 2013).

Los pacientes con HLX presentan mutaciones inactivadoras en el gen PHEX (del inglés Phosphate regulating gene with Homologies to Endopeptidases on the X chromosome) que alteran el sistema de control sensible al potasio. Este gen, que se expresa en osteocitos fundamentalmente, codifica para una endopeptidasa cuyo sustrato es el factor 23 de crecimiento de fibroblastos (FGF-23), el cual, a su vez, ejerce una acción inhibitoria que disminuye la producción de proteínas relacionadas con la reabsorción de fosfato a nivel renal (específicamente, a través del cotransportador Na/P en el túbulo proximal); el FGF-23 también reduce la producción de 1,25-dihidroxi-vitamina D.

La consecuencia final de las mutaciones en PHEX es que los niveles de FGF-23 se mantienen elevados y, por tanto, se reduce la reabsorción de fósforo a nivel renal: se produce una eliminación excesiva crónica de fosfato por orina, que provoca hipofosfatemia (el rango normal de fósforo sérico es de 3,2-6,1 mg/dl) y afecta a la correcta mineralización ósea, aunque también puede alterar otros tejidos, como el muscular. Aunque los niveles séricos de fosfato están reducidos de forma similar tanto en hombres como en mujeres, el grado de afectación ósea es significativamente menos severo en mujeres heterozigotas. Desde el punto de vista de las determinaciones bioquímicas, la hipofosfatemia se acompaña de valores normales de calcio sérico, valores normales o elevados de hormona paratiroidea, actividad de fosfatasa alcalina elevada y valores de calcitriol plasmático normal o ligeramente reducidos.

Todos los varones hemizigotos se ven clínicamente afectados, por presentar solo una única copia del gen (solo tienen un cromosoma X). No obstante, las manifestaciones clínicas del trastorno pueden variar ampliamente, incluso entre los miembros afectados en una misma familia, y, por ejemplo, los individuos con una enfermedad más leves pueden tener hipofosfatemia sin ningún otro signo o síntoma. En la infancia, la principal consecuencia de la HLX es el retraso en el crecimiento con talla baja y raquitismo, de aparición desde el nacimiento, y deformidades esqueléticas de las extremidades inferiores y anormalidades intestinales. En la edad adulta, la enfermedad se asocia con osteomalacia y deformación de los huesos, dolor y rigidez musculoesquelética y abscesos dentales. En general, los niños afectados pueden verse notablemente limitados en sus actividades de la vida diaria, sufriendo estigmatización social, con dolor permanente en sus huesos que afecta en gran medida a la calidad de vida.

El tratamiento de la patología tiene como objetivo general mejorar el ritmo de crecimiento de los niños afectados y resolver las alteraciones en el esqueleto, lo que resulta más importante que solo corregir los niveles séricos de fósforo. De igual modo, se debe monitorizar al paciente ante la posible aparición de complicaciones que requieran tratamiento, tales como hiperparatiroidismo (secundario o terciario), nefrocalcinosis, hipercalciuria o hipercalcemia.

Actualmente no hay ninguna terapia autorizada o disponible que específicamente aborde la fisiopatología de la hipofosfatemia en HLX. La práctica totalidad de los niños afectados por HLX reciben terapia convencional que consiste en múltiples dosis orales de fosfato y análogos activos de vitamina D (calcitriol); el dolor osteomuscular muchas veces hace necesario el uso de fármacos analgésicos y, para corregir las alteraciones esqueléticas, a menudo se recurre a la cirugía, que suele reservarse para los casos de arqueamiento grave, la torsión tibial o las fracturas patológicas (Sharkey et al., 2015).

El tratamiento con fosfato durante el crecimiento, que requiere individualización de la pauta posológica (para minimizar el riesgo de efectos adversos como dolor abdominal y diarrea), corrige parcialmente las deformaciones en piernas, reduce el número de cirugías necesarias y mejora la estatura. No obstante, dado que induce un aumento transitorio de la concentración plasmática de fosfato, esto podría exacerbar la excreción urinaria del mismo, aumentando el riesgo y la progresión de la nefrocalcinosis (trastorno renal por un exceso de calcio depositado en los riñones, que acontece en el 50-100% de los pacientes tratados, incluso en adolescentes que reciben terapia oral durante menos tiempo). Además, reduce los niveles plasmáticos de calcio y calcitriol, lo cual se asocia con un riesgo de aparición de hiperparatiroidismo secundario, que puede agravar la enfermedad ósea y aumentar la excreción renal de fosfato. Precisamente, el uso de calcitriol exógeno es necesario para aumentar la absorción intestinal de calcio (y en menor medida, la de fosfato), en un esfuerzo para prevenir el hiperparatiroidismo secundario; también actúa suprimiendo la liberación de hormona paratiroidea.

La evidencia disponible sobre el beneficio clínico que aporta esta terapia es limitada, y la adherencia terapéutica se revela como un factor fundamental. No hay consenso sobre el tratamiento más óptimo para los pacientes adultos (por dudas sobre cuestiones de seguridad y falta de datos clínicos de eficacia). De ello se deduce que la disponibilidad de nuevos fármacos es prioritaria para mejorar el abordaje terapéutico de esta patología (EMA, 2017).

Acción y mecanismo

Burosumab es un novedoso anticuerpo monoclonal que se une y neutraliza específicamente al FGF-23 soluble secretado en exceso e inhibe su actividad biológica mediada por su unión al complejo receptor específico (FGF-23-R1) en la superficie celular, de modo que se normaliza –aumenta– la producción de proteínas relacionadas con la reabsorción de fosfato a nivel del túbulo renal y la concentración sérica de 1,25-dihidroxi-vitamina D. Así, restaura parcialmente los niveles de fosfato y minimiza las consecuencias clínicas de la hipofosfatemia. En base a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento por vía subcutánea de la hipofosfatemia ligada al cromosoma X con signos radiográficos de enfermedad ósea en niños de 1 año y mayores y adolescentes con el esqueleto en crecimiento.

En estudios in vitro de competitividad el fármaco mostró una afinidad de unión (KD ~ 10-11M) similar para el FGF-23 de humano, de conejo y de primates; en cambio, no se unió a la proteína de rata, ratón o perro. A partir de los estudios pre-clínicos se ha postulado que burosumab se une al dominio N-terminal de unión al receptor de FGF-23, mientras que es el extremo C-terminal de esa proteína el que se une a KIotho (enzima específica que activa al FGF-23 y está involucrada en diversos procesos bioquímicos relacionados con el envejecimiento o la sensibilidad a la insulina, entre otros). En conejos y en monos, se probó que el fármaco aumenta los niveles de fosfato sérico, potenciando su reabsorción tubular y de 1,25-OH-vitamina D, y reduciendo los de fosfato urinario y la calcemia (EMA, 2017).

Aspectos moleculares

Burosumab es una inmunoglobulina de tipo IgG1 producida por la tecnología del ADN recombinante en células de mamífero de la línea celular CHO (de ovario de hámster chino). Tiene un peso molecular aproximado de 147 kDa y está compuesta por dos cadenas pesadas tipo γ1 y dos cadenas ligeras tipo κ. Las dos cadenas pesadas se unen entre sí por dos puentes covalentes disulfuro mientras que las cadenas ligeras se unen a las pesadas mediante un único puente disulfuro, o sea, el fármaco presenta las características típicas de una IgG1 humana. Cada una de las cadenas pesadas contiene un sitio de N-oligosacárido en posición N297.

Adicionalmente, la molécula presenta regiones determinantes de la complementariedad (CDR, por sus siglas en inglés) humanas, derivadas del FGF-23 murino anti-humano, de modo que cada CDR es la región que se une al exceso de FGF-23 secretado en los fluidos biológicos. También contiene regiones constantes (Fc) derivadas de IgG1 humana que prolongan su vida media en circulación a través de su unión al receptor neonatal Fc (FcRn), con una estructura similar a las moléculas del CMH de clase I y que se expresa en diversos órganos (por ejemplo, en células presentadoras de antígeno, en células epiteliales de riñón, etc.).

Eficacia y seguridad clínicas

La autorización condicional de burosumab se basó en los resultados de dos estudios principales de fase 2 (CL201, considerado como pivotal, y CL205, aún en marcha), que contrastaron adecuadamente su eficacia y seguridad por vía subcutánea a la dosis autorizada (0,8 mg/kg/2 semanas, hasta un máximo de 90 mg). El primero de ellos, el ensayo CL201, fue un estudio aleatorizado, abierto y no controlado, de búsqueda de dosis en un total de 52 pacientes pediátricos con HLX1 y placa epifisaria abierta, que presentaron una media de edad de 8,5 años (rango 5 a 12 años); el 46% eran varones, el 65% tenía familiares con HLX (principalmente, la madre) y el 87% presentaban mutaciones en el gen PHEX. Fueron asignados al azar en dos cohortes a recibir tratamiento con una dosis variable de burosumab cada 2 semanas (N= 26; dosis iniciales de 0,1-0,3 mg/kg) o cada 4 semanas (N= 26; dosis iniciales de 0,2-0,6 mg/kg) durante 64 semanas, con ajustes posológicos según niveles de fósforo (debía de estar entre 3,5-5,02 mg/dl en ayunas) cada 4 semanas hasta la semana 40.

Casi todos los pacientes tenían signos radiográficos de raquitismo al inicio, y habían recibido previamente tratamiento con fosfato oral y análogos de la vitamina D durante una media de 7 años (94%), que debía suspenderse al menos 2 semanas antes del inicio. El tratamiento en los 7 días previos con calcimiméticos, hidróxido de aluminio, corticoides y tiazidas, o en los 6 meses previos con bisfosfonatos eran criterios de exclusión. La variable principal de eficacia fue el cambio (reducción) en la semana 40 respecto a la situación basal de la puntuación global en la gravedad del raquitismo según la escala de severidad del raquitismo (RSS2), utilizando una escala predefinida que analizaba anomalías específicas en muñecas y rodillas. Entre las variables secundarias se consideraron los cambios en la apariencia radiográfica del raquitismo y arqueamiento por las puntuaciones del Radiographic Global Impression of Change (RGI-C3) de rodilla, muñeca y pierna.

Los resultados (Carpenter et al., 2018) revelaron que, a la semana 40, el tratamiento cada 2 semanas reducía en -1,06 puntos la puntuación total de RSS respecto al valor basal medio de 1,92 puntos (p< 0,0001), mientras que en el otro grupo de pacientes el tratamiento cada 4 semanas la reducía en -0,73 puntos desde el valor basal de 1,67 puntos (p< 0,0001). Esas reducciones a la semana 64 eran de -1,00 puntos en el grupo de tratamiento cada 2 semanas y de -0,84 puntos en el de tratamiento cada 4 semanas, alcanzando significación estadística (p< 0,0001) en ambos casos. La eficacia del fármaco con el tratamiento cada 2 semanas se mostró superior en el subgrupo de pacientes con enfermedad más grave al inicio (RSS ≥ 1,5 puntos), en los que el cambio fue de -1,49 puntos a la semana 40 y de -1,44 puntos a la semana 64, frente a una variación de +0,22 y +0,06 puntos, respectivamente, en aquellos con patología más leve.

En cuanto a las variables secundarias, los cambios a la semana 40 y 64 en la puntuación global de RGI-C fueron de +1,66 y +1,56 puntos, respectivamente, en el grupo de pacientes tratados cada 2 semanas, y de +1,47 y +1,58 puntos en el grupo de tratamiento cada 4 semanas; en todos los casos, la diferencia respecto al estado basal fue estadísticamente significativa. Se produjo, de manera global, un aumento en la velocidad de crecimiento entre el dato basal (media de 5,4 cm/año) y la evaluación a la semana 64 (5,91 cm/año). Adicionalmente, burosumab aumentó la concentración sérica de fosfato de forma notable: en el grupo tratamiento cada 2 semanas, creció de una media basal de 2,38 mg/dl a 3,3 mg/dl en la semana 40 y se mantuvo estable hasta la semana 64. En cambio, redujo en un 20% la actividad total de la fosfatasa alcalina en suero, desde 459 U/l basal hasta 369 U/l en la semana 64.

Por otro lado, el ensayo CL205 fue un estudio abierto que evaluó un tratamiento con burosumab (0,8 mg/kg, con posibles ajustes según niveles de fósforo sérico) cada 2 semanas durante 64 semanas en 13 pacientes pediátricos con diagnóstico de HLX4 que tenían signos radiográficos de raquitismo en la visita basal. La media de edad de los pacientes era de 2,9 años (rango 1-4), el 69% fueron varones, y casi todos ellos (12/13) habían recibido fosfato oral y análogos de la vitamina D durante una media de 16,7 meses; dicho tratamiento se suspendió 2-6 semanas antes del inicio.

Los resultados farmacodinámicos a la semana 40 (Whyte et al., 2019) revelaron que el fármaco indujo un aumento significativo de los niveles séricos de fosfato en ayunas (variable primaria de eficacia), desde una media basal de 2,51 mg/dl –con todos los pacientes por debajo del límite inferior de normalidad– hasta 3,47 mg/dl, en el rango de normalidad. Además, es preciso destacar que los pacientes mostraron a la semana 40 mejoras reseñables en la apariencia radiográfica del raquitismo y arqueamiento: todos los pacientes se definieron como respondedores según la escala RGI-C (respuestas ≥ 2 puntos), con una puntuación media de 2,33 puntos. El cambio en la gravedad del raquitismo según la escala RSS también fue significativo en 11 pacientes, alcanzando una puntuación media de 1,19 puntos desde una puntuación basal de 2,92 (cambio de -1,73 puntos; p < 0,0001).

Posteriormente, se han conocido los que son los resultados clínicos que aportan la evidencia más sólida del fármaco en población pediátrica: los derivados de un estudio aleatorizado de fase 3 (CL301), abierto (cegado para los radiólogos), multinacional y multicéntrico (16 centros de 7 países), y controlado para evaluar la eficacia y seguridad de burosumab frente al tratamiento convencional activo en 61 niños diagnosticados de HLX, definida por evidencia clínica de hipofosfatemia (< 3 mg/dl), evidencia radiográfica de raquitismo (RSS ≥ 2 puntos) y mutación en gen PHEX. Su media de edad fue de 6,3 años (rango 1-12 años), el 56% eran niñas, y todos debían tener placa epifisaria abierta y haber recibido tratamiento convencional durante ≥ 6 meses consecutivos. El tratamiento con burosumab cada 2 semanas (0,8 mg/kg, ajustable hasta un máximo de 1,2 mg/kg) se comparó con el tratamiento con dosis diarias múltiples de fosfato oral y vitamina D activa. Todos los pacientes completaron al menos 64 semanas del tratamiento asignado.

Se observó una mayor curación del raquitismo tras el tratamiento con burosumab (N= 29) en comparación con el control activo (N= 32). De hecho, los resultados (Imel et al., 2019) revelan que el cambio medio respecto al estado basal en la gravedad del raquitismo en la semana 40 según la escala RGI-C (variable primaria) fue de +1,92 puntos en el grupo de burosumab y de +0,79 en el grupo control, lo que supone una diferencia de +1,14 puntos a favor del nuevo fármaco (IC95% 0,83-1,45; p< 0,0001). Esos resultados se mantuvieron a la semana 64, cuando la diferencia fue de +1,02 puntos entre grupos (2,06 con burosumab vs. 1,04 con el control; p< 0,0001) y fueron consistentes en todos los subgrupos de pacientes analizados, con independencia del valor de RSS, edad o región geográfica.

Los resultados de la escala RSS (variable secundaria predefinida, analizó anomalías en muñecas y rodillas) también indican una menor gravedad del raquitismo con el tratamiento con burosumab, partiendo de una situación basal similar en ambos grupos. Así, se verificó una reducción de -2,08 puntos en el grupo de burosumab (un 64%) frente -0,72 puntos en el grupo control (un 23%), lo que suponía una diferencia estadísticamente significativa de -1,34 puntos (p< 0,0001); esa tendencia se mantenía también a la semana 64. Entre otras variables secundarias, destaca la significación estadística alcanzada a favor de burosumab en la deformidad de la extremidad inferior según la escala RGI-C, en los niveles de fosfatasa alcalina sérica o en la altura.

Finalmente, la seguridad del fármaco en la indicación se caracterizó en base a los datos de 6 estudios con pacientes pediátricos y adultos, con una exposición de al menos 24 semanas (mayoritariamente entre 40 y 64 semanas). Todos los pacientes –con independencia de la edad–comunicaron eventos adversos, si bien la gran mayoría fueron leves-moderados en severidad (grado ≤ 2) y autolimitados. Las reacciones adversas notificadas más frecuentemente en pacientes pediátricos fueron: reacciones en la zona de inyección (56%, resueltas espontáneamente en unos 3 días), tos (56%), cefalea (50%), pirexia (43%), dolor en las extremidades (40%), vómitos (39%), absceso dental (35%), disminución de la vitamina D (32%), diarrea (25%) o erupción (24%), náuseas (15%), estreñimiento (11%), caries dental (11%) y mialgia (11%). Tanto en adultos como en niños fueron frecuentes los efectos adversos relacionados con síntomas musculoesqueléticos (dolor en extremidades, artralgia y mialgia), siendo difícil establecer su relación con el fármaco o la patología.

Cabe destacar que los dos estudios pediátricos principales con el fármaco fueron abiertos, no pudiendo realizarse comparaciones con pacientes no tratados. En el estudio de fase 3 la proporción de eventos adversos fue mayor con burosumab que en el brazo control (59% vs. 22%), sobre todo en la incidencia de tos (52% vs. 19%), vómitos (41% vs. 25%), caries (31% vs. 6%), cefalea (34% vs. 19%), fiebre (55% vs 19%), artralgia (45% vs 31%) y absceso dental (28% vs 9%). En un estudio controlado por placebo en adultos, la incidencia de eventos adversos con burosumab fue similar a la descrita para placebo (94% vs. 92%), siendo la mayor diferencia observable en los asociados con el sistema nervioso (cefalea, mareo y síndrome de piernas cansadas). Se comunicaron 11 eventos adversos graves en pacientes adultos (N=99), pero ninguno se consideró relacionado con el fármaco de estudio. Así, la tasa de discontinuación del tratamiento por eventos adversos es nula en niños y muy baja en adultos (un solo paciente). En relación con su inmunogenicidad, la exposición a burosumab no pareció aumentar los anticuerpos anti-fármaco, ni se observó pérdida de eficacia.

Aspectos innovadores

Burosumab es un novedoso anticuerpo monoclonal humano de tipo IgG1 que se une y neutraliza específicamente al FGF-23 soluble secretado en exceso e inhibe su actividad biológica mediada por su unión al complejo receptor específico (FGF-23-R1) en la superficie celular, de modo que se normaliza –aumenta– la producción de proteínas relacionadas con la reabsorción de fosfato a nivel del túbulo renal y la concentración sérica de 1,25-dihidroxi-vitamina D. Así, el fármaco restaura parcialmente los niveles de fosfato y minimiza las consecuencias clínicas de la hipofosfatemia motivada por mutaciones en el gen PHEX (que codifica para una endopeptidasa metabolizadora del FGF-23). En base a ello, el medicamento, designado como huérfano, ha sido autorizado para el tratamiento por vía subcutánea de la hipofosfatemia ligada al cromosoma X (HLX) –considerada enfermedad rara– con signos radiográficos de enfermedad ósea en niños de 1 año y mayores y adolescentes con el esqueleto en crecimiento.

La inicial autorización condicional de comercialización derivó de los resultados de dos estudios de fase 2, aleatorizados, abiertos y no controlados. En el considerado como pivotal, se evaluó la farmacodinamia y seguridad del fármaco en 52 pacientes de entre 5 y 12 años, y se observó que un tratamiento con burosumab (en 2 grupos de pacientes, con pauta de una administración cada 2 y cada 4 semanas) redujo globalmente en un 50% la puntuación de la escala de severidad del raquitismo (RSS) a la semana 40, pasando de una media de 1,80 puntos basales a 0,90 (cambio de -0,9 puntos; p<0,0001). Los datos de eficacia, que se mantenían similares a la semana 64, fueron más favorables para el régimen de 2 semanas y, específicamente, hubo un mayor beneficio en el subgrupo de pacientes con enfermedad más grave (RSS ≥ 1,5 puntos), en los que el cambio fue de -1,49 puntos a la semana 40. Para contextualizar esos resultados, se compararon con los de una cohorte histórica (estudio de soporte retrospectivo y observacional) y se puso de manifiesto una mayor reducción de la gravedad del raquitismo según la escala RSS en los pacientes que recibieron burosumab en el estudio pivotal en comparación con los que recibieron tratamiento convencional (fosfato oral y calcitriol) en el estudio de soporte (38% vs 12%).

Los resultados de un segundo estudio de fase 2 reforzaron los del pivotal. En 13 pacientes con HLX de entre 1 y 4 años, un tratamiento cada 2 semanas con burosumab indujo un aumento significativo de los niveles séricos de fosfato en ayunas hasta una media de 3,5 mg/dl, dentro el rango de normalidad, con mejoras notables a la semana 40 en la apariencia radiográfica del raquitismo y arqueamiento: todos los pacientes fueron respondedores según la escala RGI-C (respuestas ≥ 2 puntos), y el cambio medio en la escala RSS fue de -1,73 puntos.

De modo interesante, un posterior estudio confirmatorio de fase 3, aleatorizado y abierto, aportó la evidencia más robusta al comparar la pauta quincenal de burosumab frente al tratamiento convencional (fosfato oral y vitamina D activa) en pacientes de 1 a 12 años. Arrojó resultados favorables a burosumab para la variable principal de apariencia del raquitismo (RGI-C), que a la semana 40 alcanzó un cambio respecto al estado basal de +1,92 puntos (vs.+0,79 en el grupo control); en la escala RSS, la diferencia para el tratamiento con burosumab también fue estadísticamente significativa, con una reducción del 64% respecto a la puntuación basal, frente a la reducción del 23% con el tratamiento convencional (diferencia de -1,34 puntos entre grupos; p< 0,0001). Esa tendencia se mantenía hasta la semana 64 y fue consistente en todos los subgrupos de pacientes analizados.

En el conjunto de las investigaciones clínicas se observó una mejora en las variables secundarias relacionadas con el crecimiento (velocidad y altura), habilidad para andar y discapacidad funcional y dolor con el tratamiento con burosumab. No obstante, por el diseño de los estudios (abierto y falta de comparador directo en dos de ellos) y el empleo de métodos de puntuación radiográfica como variable principal, resulta difícil de interpretar la magnitud del beneficio y la relevancia clínica del mismo.

Desde el punto de vista de la seguridad, el perfil toxicológico del fármaco se considera aceptable (las interrupciones del tratamiento por eventos adversos son muy escasas), con una tolerabilidad similar a placebo. Entre los eventos adversos notificados durante el tratamiento con burosumab destacan por su frecuencia las reacciones en la zona de inyección (autolimitadas), tos, cefalea, pirexia, dolor en las extremidades, vómitos, absceso dental, disminución de la vitamina D y diarrea, algunos de los cuales (por ejemplo, vómitos, tos y cefalea) son más frecuentes que con el tratamiento convencional. Aún hay ciertas incertidumbres sobre la inmunogenicidad del fármaco, la posibilidad de mineralización ectópica por hiperfosfatemia o de hiperparatiroidismo 2º, o sobre los riesgos asociados a la elevación crónica de niveles de FGF-23 (que podría asociarse con carcinogénesis y mortalidad cardiovascular), que aún deben dilucidarse.

Es preciso subrayar que los resultados de eficacia a largo plazo en las fases de extensión de los citados estudios clínicos han demostrado un mantenimiento de los efectos beneficiosos de burosumab, sin identificarse aspectos de seguridad nuevos o inesperados, durante periodos entre las 160 y las 214 semanas (entre 3 y 4 años). Así, todo apunta a que el perfil beneficio-riesgo de burosumab se mantiene favorable en tratamientos prolongados (EMA, 2020a; EMA, 2020b).

En resumen, se trata del primer fármaco autorizado en Europa para el tratamiento de la HLX, una indicación para la que no había un tratamiento específico: incorpora un mecanismo de acción novedoso que interfiere con la fisiopatogenia de la enfermedad, por lo que supone una innovación farmacológica importante. También en términos de adherencia (pauta cada dos semanas) aporta una ventaja respecto al tratamiento habitual (dosificación diaria). Se debe mencionar, no obstante, que en ninguno de los estudios se permitió la terapia convencional de forma concomitante. Además, dado que los pacientes habían sido tratados previamente durante largos periodos de tiempo con la combinación de fosfato oral y vitamina D, no parece apropiado aún plantear su uso en primera línea (AEMPS, 2021). Por último, se desconoce el efecto que burosumab pueda tener sobre la progresión de la enfermedad.

Valoración

Nuevos medicamentos huérfanos

Los medicamentos huérfanos son aquéllos que sirven para diagnosticar, prevenir o tratar enfermedades raras de carácter muy grave o con riesgo para la vida. En la Unión Europea, la calificación de enfermedad rara se aplica a todas aquellas que no afectan a más de 5 de cada 10.000 personas. La designación de un medicamento como huérfano no garantiza su uso en la condición designada y no implica necesariamente que el producto satisfaga los criterios de eficacia, seguridad y calidad necesarios para la concesión de la autorización de comercialización. Como para cualquier medicamento, estos criterios solo pueden ser evaluados una vez que la solicitud de autorización de comercialización haya sido presentada.

Continuación de la tabla aquí

Instituciones y redes españolas

  • Instituto de Salud Carlos III (Ministerio de Ciencia e Innovación):

– Instituto de Enfermedades Raras. Más información en este enlace.

– CIBERER(Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Raras). Más información en este enlace.

  • Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO, MINISTERIO DE SANIDAD, CONSUMO Y BIENESTAR SOCIAL). Más información en este enlace.
  • Federación Española de Enfermedades Raras (FEDER). Más información en este enlace.
  • Asociaciones de pacientes en España. Más información en este enlace.

Instituciones y redes europeas

  • Agencia Europea de Medicamentos (EMA; EuropeaN Medicines Agency). Apartado de Medicamentos Huérfanos (Inglés). Más información en este enlace, y en este.
  • Comisión Europea: web oficial de la Comisión Europea sobre enfermedades raras y medicamentos huérfanos (español). Más información en este enlace.
  • Orphanet: Portal de información oficial de la Unión Europea sobre enfermedades raras y medicamentos huérfanos (español). Más información en este enlace.
  • Eurordis: Federación Europea de Asociaciones de Pacientes con Enfermedades Raras (español). Más información en este enlace.

Otras instituciones y redes internacionales

  • Food & Drug Administration (FDA, Estados Unidos). Apartado de Medicamentos Huérfanos (inglés). Más información en este enlace.
  • Pharmaceuticals & Medical Devices Agency. Agencia de Medicamentos y Dispositivos Médicos, de Japón (inglés). Más información en este enlace.

Editorial

Queridos lectores,

Una vez hemos superado ya el primer año desde la declaración oficial por la OMS de pandemia por COVID-19, desde estas líneas debemos transmitir el mensaje de esperanza de que el final del alto coste sanitario por la enfermedad está más cerca, gracias, fundamentalmente, al avance de la vacunación. Pese a las deficiencias que pueda haber en las estrategias diseñadas por los distintos países, y de otros problemas de producción y logística, debemos ser conscientes de que cualquiera que nos hubiera prometido en abril de 2020 que, tras 12 meses, habría en Europa 4 vacunas autorizadas y disponibles para su uso (y más en camino), habría sido tachado, como poco, de ingenuo. Estamos en una situación mejor de la que podría haber sido previsible.

En realidad, casi todo en esta época ha distado de ser previsible. Por ejemplo, desde el prisma del medicamento y la sanidad, el último mes ha estado marcado indudablemente por la polémica suscitada en torno a la seguridad de la vacuna de AstraZeneca, bautizada como Vaxzevria®. Si bien la Agencia Europea de Medicamentos, tras analizar exhaustivamente la evidencia disponible, ha reconocido que con la administración de dicha vacuna pueden aparecer –con una frecuencia muy rara– eventos trombóticos asociados con trombopenia, todos los datos disponibles por el momento del proceso de evaluación han permitido concluir que el balance beneficio-riesgo sigue siendo ampliamente favorable para la vacuna, toda vez que más de 30 millones de personas la han recibido en Europa. Y este es el mensaje que, como profesionales sanitarios, debemos luchar por revelar a la población. Es más, el hecho de que se haya interrumpido temporalmente en algún momento la vacunación para evaluar esa señal de seguridad, junto con el análisis pormenorizado de todos los datos que el Sistema Europeo de Farmacovigilancia va aportando, no es más que un nuevo signo de que el sistema regulatorio de medicamentos en Europa es robusto y vela por la seguridad de todos los ciudadanos.

No se debe tampoco olvidar, en este mes que se ha celebrado el Día Mundial de la Salud bajo el lema “construir un mundo más justo y saludable”, que hay otras patologías más letales que siguen circulando en la sociedad y afectan a colectivos muy vulnerables, como puede ser la infección por el virus del Ébola, que sigue atemorizando a la población de ciertas zonas de África. Es, por tanto, otro campo de “batalla” el conseguir una concienciación a nivel internacional sobre la necesaria cooperación con los países más desfavorecidos para que puedan alcanzar una mejor salud pública, claramente representada en estos momentos por un acceso equitativo a las vacunas contra la COVID-19.

En esta nueva edición de Panorama Actual del Medicamento os presentamos una revisión monográfica que pretende resumir brevemente los principales aspectos del conocimiento científico generado en torno al coronavirus SARS-CoV-2 y la COVID-19 durante estos meses, haciendo hincapié, también en otras secciones, sobre el estado y los últimos avances en su terapéutica farmacológica. Además, en estas páginas se incluye la evaluación de la innovación farmacológica de dos medicamentos con nuevos principios activos comercializados por primera vez de forma efectiva en España desde el inicio del año 2021: remdesivir frente a la COVID-19 grave y el anticuerpo monoclonal burosumab en el tratamiento del raquitismo hipofosfatémico ligado al cromosoma X.

Otros contenidos en otras secciones temáticas sobre vacunas, farmacovigilancia o formulación magistral complementan el interés de este número que os animamos a descubrir. Recibid un afectuoso saludo.

La testosterona como factor de gravedad en la COVID-19

Habiéndose estudiado en mayor medida la influencia de la edad y de la presencia de comorbilidades, una de las incógnitas que permanecen al respecto de las complicaciones de la COVID-19 es dilucidar los motivos por los cuales los hombres sufren cuadros más severos de la enfermedad que las mujeres. Una reciente investigación internacional con participación de investigadores españoles ha arrojado luz sobre esta cuestión, sugiriendo que, efectivamente, la variabilidad en el grado de severidad de la infección por SARS-CoV-2 puede explicarse en parte por diferencias en el genoma del hospedador.

Para ello, los autores compararon la secuencia de repeticiones aminoacídicas (datos obtenidos a través de WES1) en pacientes afectados por COVID-19 grave con la de aquellos pacientes infectados por SARS-CoV-2 asintomáticos. Mediante el estudio de muestras sanguíneas en una cohorte de 638 hombres y mujeres de Italia observaron que una variante genética definida por la presencia de alelos con poliQ más cortas (< 22 repeticiones del aminoácido glutamina) en el gen del receptor de andrógenos (RA) confería cierto grado de protección frente a una mayor severidad de la enfermedad. En cambio, la presencia de alelos con poliQ más largas (≥ 23 repeticiones del aminoácido glutamina) se asoció significativamente con una mayor gravedad (p= 0,024), lo cual también se corroboró de modo independiente en una cohorte de 158 hombres –117 con sintomatología grave y 41 asintomáticos o leves– menores de 60 años en España (p= 0,014). Los niveles de testosterona fueron superiores en aquellos sujetos con alelos con poliQ largas en el gen RA, indicando posiblemente una resistencia a su actividad a nivel del receptor (p= 0,042). Además, identificaron que los niveles séricos inapropiadamente bajos de dicha hormona entre los portadores de alelos con poliQ largas (p= 0,0004) constituían un factor predictor de la necesidad de cuidados intensivos en hombres con COVID-19. Así, de acuerdo con la conocida actividad antiinflamatoria de la testosterona, los pacientes con alelos con poliQ largas y edad ≥ 60 años tenían niveles plasmáticos elevados de proteína C reactiva (p= 0,018).

Se trata de la primera identificación sólida de un polimorfismo genético que parece predisponer a los hombres a padecer una patología más grave: el fallo del sistema de retroalimentación endocrino durante la infección para superar los defectos en la vía de señalización del receptor androgénico lleva a que los alelos con poliQ largas predominen sobre los niveles séricos de testosterona y determinen el resultado clínico. Dado que la testosterona es la principal hormona sexual masculina y que el gen del RA está localizado en el cromosoma X (del que el hombre solo tiene uno), se comprende que una variación en dicho gen afecte más a su funcionamiento que en el caso de las mujeres (con dos copias del gen, cada una con su número de repeticiones). Este tipo de hallazgos puede sentar las bases para diseñar medidas de salud pública específicas e investigar una potencial terapia con testosterona en pacientes masculinos con COVID-19 que expresen el polimorfismo en cuestión del RA.

Las células de la médula ósea pueden regenerar el cerebro tras un ictus

Habida cuenta de que el accidente cerebrovascular (ACV) isquémico u oclusivo –causado por la obstrucción de una arteria cerebral–, el tipo más común de ictus, es la segunda causa más común de muerte en el mundo y una fuente importante de discapacidad (sobre todo, para individuos ancianos), pues casi el 90% de los pacientes que lo sufren presenta debilidad o parálisis –transitoria o permanente– en un lado del cuerpo, resulta una necesidad apremiante encontrar terapias que puedan revertir al menos parcialmente las consecuencias neurológicas. A este respecto, previamente se había probado que las células mononucleares de médula ósea (CMN) atenúan la degeneración secundaria y mejoran la recuperación en modelos animales de ictus, siendo capaces de regenerar células neuroprogenitoras que pueden diferenciarse en neuronas y otras células del sistema nervioso.

Se han divulgado recientemente los resultados de un ensayo clínico no aleatorizado en el que se analizaron las imágenes cerebrales de 37 pacientes de entre 18 y 80 años con antecedente de accidente cerebrovascular obtenidas mediante resonancia magnética a los meses 1, 3 y 12 desde el ictus. De ellos, 17 pacientes habían recibido, además del tratamiento estándar para el ictus, una inyección de CMN de médula ósea (grupo de tratamiento), y otros 20 pacientes, que conformaron el grupo control, solo recibieron la terapia estándar (no tratados); todos ellos también recibieron el habitual seguimiento de rehabilitación posterior. Se obtuvieron imágenes tridimensionales anatómicas y del tensor de difusión, y se evaluó la integridad del tracto corticoespinal midiendo la anisotropía fraccional absoluta y relativa (AF) y la difusividad media (DM) en la protuberancia rostral (PR), la extremidad posterior de la cápsula interna y la corona radiada. Es preciso indicar que el volumen del infarto y la gravedad del accidente cerebrovascular, medidos por la escala específica del Instituto Nacional de Salud estadounidense (NIH Stroke Scale, NIHSS), fueron más altos en el grupo de tratamiento en comparación el grupo control, lo que constituye una limitación importante para extraer conclusiones sólidas.

Los resultados revelan que, de forma general, la AF relativa de los pacientes no tratados mostraba una reducción continua desde el mes 1 al 12, junto con un aumento en la DM relativa en ese periodo, indicativos de daño microestructural y degeneración axonal progresivos. Por el contrario, a pesar incluso del mayor tamaño y gravedad de los infartos, los pacientes tratados con CMN de médula ósea mostraron un aumento en la AF relativa desde los 3 a los 12 meses post-ictus, con ningún cambio reseñable en la DM relativa. A diferencia del grupo control, la AF relativa de los pacientes tratados se correlacionó significativamente (p< 0,05) con la puntuación de la escala NIHSS en la protuberancia rostral en todos los puntos temporales y con la DM relativa en los dos últimos temporales (3 y 12 meses). En definitiva, la disminución en la integridad de su lesión en el tracto corticoespinal evidenciada en las resonancias magnéticas a los 12 meses desde el ictus sugiere que la administración de células mononucleares de médula ósea es un tratamiento muy prometedor que merece futuras investigaciones más precisas en fase avanzadas de la investigación clínica.