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Efmoroctocog alfa (▼Elocta®, Swedish Orphan Viovitrum) en hemofilia A

Resumen

El efmoroctocog alfa es una proteína de fusión recombinante con una elevada semivida de eliminación, formada por el factor VIII de coagulación humano con deleción del dominio B, unido al dominio Fc de la inmunoglobulina humana G1 (IgG1). Ha sido autorizada para el tratamiento y profilaxis de las hemorragias en pacientes con hemofilia A. Los datos acumulados de los dos estudios de fase III disponibles y su estudio de extensión, que todavía está en curso, han demostrado la eficacia a largo plazo de efmoroctocog alfa en el tratamiento de episodios agudos de sangrado, el manejo perioperatorio y la profilaxis en varones con hemofilia A grave tratados previamente. La sustitución del factor VIII por efmoroctocog alfa parece ser bien tolerado en pacientes previamente tratados, sin que se evidence ningún de aumento de la inmunogenicidad. Por su parte, la incidencia de eventos adversos asociados al medicamento es mínima, habiéndose documentado algunos cuadros leves de malestar, cefalea, artralgia y mialgia, descritos en un 0,2% de los pacientes. Y, lo que es de especial importancia, no se ha descrito prácticamente ningún caso de aparición de anticuerpos inhibidores. Por todo ello, el efmoroctocog alfa puede considerarse como una alternativa eficaz a las preparaciones convencionales de factor VIII, incluyendo las formas recombinantes para el tratamiento de la hemofilia A, ofreciendo una protección prolongada frente a los episodios de sangrado mediante inyecciones profilácticas cada 3 a 5 días.

 

ASPECTOS FISIOPATOLÓGICOS

La coagulación es un proceso extremadamente complejo que incluye una serie de reacciones generadas en la superficie de las células, que expresan en su superficie el factor tisular (FT), y cuyo objetivo es la formación de trombina en sitios de lesión vascular. La denominada de cascada de la coagulación considera un proceso de 3 fases: inicio, amplificación y acción de la trombina. La fase de inicio se produce tras la lesión vascular, cuando el factor VII (proconvertina) se une a las células que presentan en su superficie el factor tisular de tromboplastina (factor III), lo que conduce a la liberación proteolítica de la convertina (VIIa).

El complejo FT-VIIa facilita la generación de los factores Xa y IXa y esto causa la producción de una pequeña cantidad de trombina que inicia el proceso. La fase de amplificación se centra en la superficie de las plaquetas, activadas por la trombina, que acumulan en su superficie factores y cofactores y permiten su ensamblaje, dando lugar a complejos con actividad enzimática, como tenasa o protrombinasa, que facilitaran la fase de propagación, con la formación de grandes cantidades de trombina que favorecen la generación de fibrina y su polimerización, para dar lugar al coagulo estable, según se indica en la figura 1.

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Figura 1. Cascada de coagulación sanguínea.

Los trastornos asociados a una deficiencia congénita en la producción de determinados factores de la coagulación sanguínea constituyen uno de los ejemplos típicos de las metabolopatías congénitas de mayor impacto. Aunque se trata de patologías poco frecuentes, su incidencia en varias de las familias reales europeas – debido a la estrecha endogamia – las popularizó.

La más común de las coagulopatías hereditarias – en realidad, la menos infrecuente – es la enfermedad de von Willebrand, un trastorno congénito transmitido autosómicamente, caracterizado por el déficit cualitativo y/o cuantitativo del factor de von Willebrand (Factor vW). Se ha calculado que en determinadas áreas puede llegar a afectar al 1% de la población, aunque los pacientes con problemas hemorrágicos graves no son numerosos. El déficit de factor VIII se conoce como hemofilia A y afecta 1 de cada 10.000 personas a nivel mundial; por tanto, se puede considerar como una enfermedad rara (menos de 5 casos por 10.000 habitantes, en la Unión Europea), al igual que el resto de la coagulopatías hereditarias, aún menos frecuentes que la hemofilia A, salvo la mencionada enfermedad de von Willebrand. Por su parte, la deficiencia de factor IX se conoce como hemofilia B y afecta a uno de cada 30.000 varones. Según la Sociedad Española de Hematología y Hemoterapia (SEHH), en 2016 había en España alrededor de 3.000 pacientes con hemofilia (un 85% con hemofilia A y un 15% con hemofilia B); en el caso de la hemofilia A, el 96% de los casos se trata de varones y un 94% de los casos de hemofilia B.

Todas estas coagulopatías tienen una herencia autosómica recesiva. Clínicamente se expresan con hemorragias de intensidad variable, manifestándose una mayor gravedad en los casos homocigóticos, en los que existe una muy baja concentración de factor de coagulación. Los dos tipos principales de hemofilia (A y B) se transmiten de forma recesiva ligada al sexo (concretamente, en el cromosoma X del par 23), de tal forma que el 100% de las hijas de hemofílicos son portadoras y el 50% de los hijos de mujeres portadoras manifiestan la forma clínica de la hemofilia.

Existe un buen número de enfermedades genéticas ligadas a la pareja cromosómica sexual (XX en las mujeres y XY en los varones). Como los hombres la pareja es heterogénea (XY) sólo tienen una copia de los genes de cada uno de los dos cromosomas (X e Y), por lo que no existen otra copia del gen que puedan contrarrestar la función defectuosa del alelo anómalo situado en dicho cromosoma. Este es el caso de las hemofilias.

La inversión en la secuencia de ADN que se encuentra en el intrón 22 del gen del factor VIII es la anomalía molecular más frecuentemente detectada en pacientes con hemofilia A grave, siendo responsable de la enfermedad en el 45% de los casos. Aproximadamente el 50% de hemofílicos con afección grave y la práctica totalidad de hemofílicos con diátesis hemorrágica moderada o leve presentan mutaciones puntuales. En cambio, en la hemofilia B las deleciones parciales o completas del gen representan el principal defecto molecular. La existencia de mutaciones puntuales es responsable de las formas variantes de enfermedad (alteraciones funcionales). También se han identificado un importante número de alteraciones moleculares responsables de la hemofilia B.

El gen humano del Factor VIII (F8) se encuentra en la banda más distal (Xq28) del brazo largo del cromosoma X y está formado por una secuencia de 186.000 bases (186 kb) dividida en 26 exones y 25 intrones. El Factor VIII se expresa principalmente en el hígado, en las células endoteliales sinusoidales. La proteína precursora del Factor VIII contiene dominios de homología interna y su estructura desde el extremo amino (-NH2) al carboxilo (-COOH) sigue una secuencia A1-A2-B-A3-C1-C2, en la que el dominio B es escindido para formar el Factor VIII, que es activado por la trombina (Cuéllar, 2013).

La hemofilia A puede aparecer como consecuencia de muy diversas mutaciones en el gen F8, de las que aproximadamente un tercio son de novo, es decir, en pacientes sin historial familiar, como ocurre también en la hemofilia B. Entre estas mutaciones se incluyen inversiones (por ejemplo, la inversión de intrón 22); supresiones grandes – que se asocian con formas clínicas graves de hemofilia y un mayor riesgo de anticuerpos inhibidores –, inserciones, duplicaciones y reordenamientos cromosómicos. Las mutaciones puntuales, deleciones o inserciones pequeñas y mutaciones sin sentido están vinculados a formas clínicas específicas, de relevancia algo menor.

La expresión clínica más característica de todas las formas de hemofilia es la hemorragia, que se manifiesta en múltiples niveles y localizaciones orgánicas: muscular, sistema nervioso central, partes blandas y, muy especialmente, en las articulaciones. La gravedad de las manifestaciones clínicas suele estar en relación con la cantidad de factor existente:

  1. Forma grave. Cuando la actividad funcional del factor de la coagulación es indetectable, es decir inferior al 1%. Habitualmente se trata de pacientes con sangrado espontáneo antes de los 6 meses de edad o hemorragia intracraneal en el parto.
  2. Forma moderada. Los niveles de factor se encuentran entre el 1 y el 5% de lo normal. El sangrado aparece generalmente antes de los dos años de edad, tras producirse traumas mínimos o pequeñas maniobras exploratorias invasivas.
  3. Forma leve. Los niveles de factor VIII o IX son superiores al 5% e inferiores al 40%. El sangrado es raro y puede aparecer ante traumatismos importantes o tras intervenciones quirúrgicas.

La hemartrosis o hemorragia articular es la forma de sangrado más frecuente (65-90%), hasta el punto de que constituye el sello distintivo de las hemofilias. En pacientes con hemofilia A o B grave, más del 90% de todos los episodios hemorrágicos se producen en las articulaciones, y 80% de estos representan hemartrosis de los tobillos, rodillas y codos; es menos habitual en la articulación del hombro. En cualquier caso, la hemartrosis produce dolor, tumefacción e impotencia funcional.

Por detrás de la hemartrosis, en orden de frecuencia, los hematomas musculares suponen el 30% de las complicaciones hemorrágicas. Pueden complicarse con síndromes compartimentales e incluso shock hemorrágico; a la larga producen atrofia muscular. Finalmente, la hemorragia intracraneal es la complicación más grave, pero apenas constituye entre el 2 y 13% de las complicaciones hemorrágicas. Si no hay un tratamiento rápido puede causar la muerte. Los hemofílicos también pueden presentar complicaciones hemorrágicas en otras localizaciones, destacando la hematuria y la hemorragia gastrointestinal y orofaríngea.

La incidencia de sangrado en los pacientes con hemofilia durante el período neonatal oscila entre un 20% y un 44%, mientras que la hemorragia intracraneal (HIC) aparece en un 3,5-4% de los neonatos con hemofilia, aunque la cifra podría ser mayor si se incluyen las asintomáticas.

Hace ya más de 150 años que se conocen los beneficios de la transfusión de sangre para controlar la hemorragia relacionada con hemofilia y hace casi un siglo (1923), que Feissly demostrara la superioridad de plasma sobre la sangre total para este fin. La introducción en la década de 1970 de los concentrados con factores derivados del plasma permitió un tratamiento mucho más eficaz y funcional, así como una notable reducción de la morbilidad y mortalidad asociadas a la hemorragia.

Esta favorable evolución del tratamiento de restauración o de reemplazo de los factores sanguíneos implicados en las coagulopatías hereditarias sufrió a principios de la década de los años 80 del pasado siglo un grave revés. Nada menos que tres de cada cuatro pacientes con hemofilia grave acabaron infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y prácticamente todos con el de la hepatitis C (VHC), como consecuencia de la transfusión de concentrados de plasma contaminados. En las décadas siguientes, la seguridad de estos productos se convirtió un elemento clave y derivó en la producción de concentrados no contaminados biológicamente, gracias a la incorporación de dobles sistemas de inactivación viral. A ello, cabe agregar la disponibilidad de análogos recombinantes de los factores naturales, carentes por completo de riesgo de contaminación por virus humanos.

Sin embargo, tanto los medicamentos de origen extractivo, a partir de plasma humano, como los de origen recombinante siguen teniendo un problema importante que puede limitar o incluso anular su utilidad: la producción de inhibidores en la sangre de los pacientes.

Los objetivos principales de la terapia son prevenir la hemorragia y en su caso tratarla, así como sus complicaciones y secuelas, restaurar y mantener la función articular e integrar a los pacientes en la vida social normal. Para ello, los hemofílicos A moderados y leves se pueden tratar con desmopresina y antifibrinolíticos en un buen número de ocasiones; por el contrario, en las formas graves, es preciso utilizar un tratamiento sustitutivo con factor VIII o IX, según sea el caso, el cual puede ser concentrado plasmático purificado o recombinante. En todos los casos, la cantidad de factor a infundir depende de la gravedad de la hemorragia. Así, para combatir hemorragias graves o de riesgo vital se debe alcanzar un 100% de factor circulante. Ante una hemartosis, el tratamiento debe ser lo más precoz posible (antes de 4 horas) y ante la duda, siempre se debe tratar. El objetivo de factor a conseguir es de un 30-50% (habitualmente 20-40 U/kg de factor VIII y 30-60 U/kg de factor IX).

En recién nacidos con sospecha de hemofilia se recomienda administrar vitamina K por vía intravenosa a través de los vasos umbilicales. En caso de que no sea posible, otra alternativa es la vía oral, con una dosis de carga de 1 mg, seguida de 25 µg durante varios días.

La desmopresina es un análogo sintético de la vasopresina capaz de liberar del endotelio Factor vW vascular al torrente circulatorio, con aumentos de 4-5 veces su valor basal y durante 8-10 horas. Los efectos adversos son ligeros, habiéndose descrito enrojecimiento facial, cefalea, hipotensión y taquicardia. La desmopresina se administra por vía endovenosa o intranasal y debe considerarse como primera opción terapéutica en pacientes con hemofilia A leve y hemorragias leves o moderadas o procedimientos invasivos menores. Para las hemorragias mucocutáneas se ha mostrado especialmente útil la administración de ácido tranexámico.

La actividad de los factores de coagulación se expresa en unidades internacionales (UI), que corresponden al 100% de actividad del correspondiente factor en 1 ml de plasma de donantes sanos. La administración de 1 UI/Kg de peso aumenta 1-2% de su nivel en plasma. En general, los pacientes con enfermedad grave aumentan 1% después de la primera inyección mientras que el aumento del 2% solo se produce cuando se consigue un equilibrio entre los compartimentos intra y extravascular. En cualquier caso, los regímenes de dosificación habituales se basan en ajustes según el peso de los pacientes, pero la mejor comprensión de la respuesta farmacocinética de un individuo ha demostrado ser más eficaz en la predicción de los niveles de factor de coagulación que protegen contra episodios de sangrado.

El desarrollo de la artropatía hemofílica está directamente relacionado con el número de episodios de sangrado, aunque algunos estudios sugieren que el deterioro de las articulaciones puede ocurrir incluso sin evidencia clínica de hemartrosis. La artropatía, una vez establecida, es irreversible y progresiva; por lo tanto, la profilaxis, definida como la administración a largo plazo regular de los correspondientes factores implicados para prevenir hemorragias articulares, constituye el eje central de la gestión para los niños con hemofilia severa.

La profilaxis primaria consiste en la infusión regular de concentrados del factor deficitario, que se mantiene durante más de 46 semanas al año, y es iniciada antes de la aparición de alteraciones articulares. Hay datos clínicos que demuestran que la profilaxis iniciada a temprana edad protege contra el daño de las articulaciones y disminuye la frecuencia de las hemartrosis y otras hemorragias.

Como ya se ha indicado, el desarrollo de un inhibidor es la complicación más importante del tratamiento de restauración en el paciente hemofílico. Se trata de una inmunoglobulina IgG policlonal – la más común es la de tipo IgG4 – que se une a los dominios funcionales del Factor VIII e impide la interacción con los factores de la coagulación relacionados. Los inhibidores que reconocen epítopos propios del dominio A2 (aminoácidos 484-508) o A3 (aminoácidos 1811-1818) suelen bloquear de forma directa los lugares de unión de alta afinidad del Factor VIII activado con el Factor IX activado y el Factor X, impidiendo la formación del complejo tenasa. Los inhibidores dirigidos contra el dominio C2 (aminoácidos 2181 y 2243) suelen interferir en la unión del Factor VIII a fosfolípidos y al Factor von Willebrand. En general aparece tras las primeras exposiciones al factor – por término medio al cabo de 10-12 días de exposición – y con una frecuencia del 20-30% en los pacientes con hemofilia A grave.

Es recomendable realizar una detección precoz mediante la realización de determinaciones analíticas cada cinco dosis administradas, hasta la vigésima dosis y, posteriormente, cada 10 dosis hasta los 50 días. Superadas las 150 dosis, el riesgo de que aparezca baja notablemente, por lo que es suficiente un control anual. También se realiza una determinación antes de una intervención quirúrgica cuando se cambie el tipo de concentrado administrado, y si se observa ineficacia del tratamiento en el control de un episodio hemorrágico.

La elección del tratamiento hemostático está condicionada por el nivel o título del inhibidor (alto o bajo), y la respuesta después de una nueva estimulación. Se considera como inhibidor de título bajo aquél por debajo de 5 unidades Bethesda por mililitro (UB/ml), que se mantiene a pesar de la estimulación con sucesivas administraciones de Factor VIII. Se considera además como de bajo título y alta respuesta cuando se observa una respuesta rápida (alrededor de siete días) después de la administración de una dosis. Los pacientes con inhibidor de bajo título y poco respondedores son tratados con dosis más elevadas de Factor VIII, y un control estrecho de sus niveles. Para el cálculo de las dosis necesarias se debe tener en cuenta que se precisa una cantidad para neutralizar el efecto del inhibidor, más la cantidad de factor necesario para alcanzar los niveles terapéuticos deseados, de ahí la necesidad de un control estricto y personalizado. En pacientes con título alto puede disminuir el título en ausencia de administración de Factor VIII durante periodos prolongados de tiempo. En caso de pacientes con título alto de inhibidor deben ser tratados con agentes capaces de inducir la hemostasia en ausencia de Factor VIII o Factor IX.

La mayoría de los pacientes con hemofilia A sometidos a un tratamiento profiláctico reciben tres dosis semanales o una dosis cada dos días de 25-40 UI/kg, aunque, es habitual el tratamiento a demanda.

ACCIÓN Y MECANISMO

El efmoroctocog alfa es una proteína de fusión recombinante con una elevada semivida de eliminación, formada por el factor VIII de coagulación humano con deleción del dominio B, unido al dominio Fc de la inmunoglobulina humana G1 (IgG1). Ha sido autorizada para el tratamiento y profilaxis de las hemorragias en pacientes con hemofilia A.

El complejo formado por el factor VIII y el von Willebrand (vW) es escindido al activarse la cascada de coagulación, transformándose el factor VIII en factor VIII activado (VIIIa) y liberando el factor vW; a partir de ese proceso, el factor VIIIa actúa como cofactor del factor IXa, lo cual facilita la activación del factor X a Xa, el cual, a su vez, convierta la protrombina en trombina y ésta el fibrinógeno en fibrina, responsable último de la constitución del coágulo sanguíneo.

ASPECTOS MOLECULARES

El efmoroctocog alfa es una proteína de fusión de origen recombinante formada por la combinación del factor VIII de coagulación en el que se ha suprimido el dominio B, unido covalentemente al dominio Fc de la IgG1. La proteína de fusión tiene un peso molecular aproximado de 220 kDa. La consecuencia de la fusión del factor VIII con un dominio de la IgG1 es un incremento del 50% de la semivida de eliminación frente al factor VIII recombinante (19,0 vs. 12,4 h), lo que permite un efecto más mantenido y una administración menos frecuente que las formas convencionales de factor VIII.

EFICACIA Y SEGURIDAD CLÍNICAS

La eficacia y la seguridad clínicas del efmoroctocog han sido adecuadamente contrastadas en la indicación autorizada mediante dos ensayos clínicos de fase 3 (A-LONG y Kids A-LONG), confirmatorios de eficacia y seguridad, y una extensión de ambos aún en desarrollo (ASPIRE).

El estudio A-LONG (Mahlangu, 2014) evalúo la seguridad, eficacia y farmacocinética del efmoroctocog para la profilaxis, el tratamiento de la hemorragia aguda y el control hemostático perioperatorio en 165 varones adultos o adolescentes (≥12 años) con hemofilia A grave, tratados previamente. Se establecieron tres brazos de tratamiento: profilaxis individualizada dosis de 25-65 UI/kg cada 3-5 días (n=118), profilaxis semanal con dosis fijas de 65 UI/kg (n=24) y tratamiento episódico con dosis de 10-50 UI/kg (n=23). Como variable se establecieron la tasa anualizada de sangrado (TAS), el desarrollo de inhibidor del Factor VIII y la incidencia de eventos adversos. Los resultados mostraron que la mediana de la tasa anualizada de sangrado fue de 1,6 (profilaxis individualizada, brazo 1), 3,6 (profilaxis semanal, brazo 2) y 33,6 (tratamiento episódico, brazo 3). En el brazo 1, la mediana de la dosis semanal fue de 77,9 UI/kg y aproximadamente el 30% de los pacientes alcanzó un intervalo de dosificación de 5 días (últimos 3 meses en estudio). No se observó ningún episodio hemorrágico en el 45% de los pacientes sometidos a profilaxis individualizada, ni en el 17% de los tratados con el régimen semanal con dosis fijas. El control de los episodios hemorrágicos se consiguió en el 87% de los casos con una única inyección de efmoroctocg y en el 98% con un máximo de dos.

Por su parte, el estudio Kids A-LONG (Young, 2015) incluyó a 71 pacientes pediátricos (<12 años) con hemofilia A grave, previamente tratados. El régimen posológico inicial de efmoroctocog fue de 25 UI/kg el primer día, 50 UI/kg el 4º, ajustándose la posología definitiva hasta un máximo de 80 UI/kg en intervalos de al menos dos días. La variable primaria fue el desarrollo de inhibidor (anticuerpo neutralizante), mientras que entre las secundarias se determinó la tasa anualizada de sangrado y el número de infusiones requerido para controlar una hemorragia. Los resultados mostraron que ninguno de los pacientes desarrollaron inhibidor, mientras que la tasa anualizada de sangrado fue de 1,96 globalmente pero de 0,0 para hemorragias espontáneas; de hecho, un 47% de los pacientes no experimentó ningún episodio hemorrágico; el 93% de los episodios hemorrágicos fueron controlados con una o dos infusiones de efmoroctocog. La dosis media semanal profiláctica fue de 88,1 UI/kg y al final del estudio, el 90% de los pacientes estaba utilizando una pauta de dos infusiones semanales. Entre aquellos que habían recibido anteriormente un régimen profiláctico con factor VIII, el 74% redujeron la frecuencia de la administración con efmoroctocog.

Finalmente, el estudio ASPIRE (Nolan, 2016) es un estudio de extensión en el que se incluyeron pacientes procedentes de los dos ensayos clínicos anteriores (150 adultos y adolescentes, y 61 niños), que fueron incluidos en uno de los siguientes brazos de tratamiento: profilaxis individualizada, profilaxis semanal, profilaxis modificada (para aquellos pacientes en los que no se consiguió anteriormente una respuesta óptima con la profilaxis individualizada o semanal) y tratamiento episódico. Como se indicó anteriormente, el estudio aún sigue en curso; no obstante, se ha realizado un análisis intermedio de resultados, cuando llevaban transcurridos una mediana de 81 semanas con los adultos y adolescentes, y de 24 semanas con los niños, teniendo la mayoría de los pacientes (92% de adultos y adolescentes, y 57% de los niños) al menos 100 días acumulados de exposición al fármaco. Los resultados en este punto indican que las tasas anualizadas de sangrado en los pacientes sometidos a profilaxis individualizada eran de 0,66 (adultos/adolescentes), 0,0 (niños <6 años) y 1,54 (niños 6-12 años); en los sometidos a profilaxis semanal y modificada fue de 2,0 (adultos/dolescentes). No se observó ninguna variación en la frecuencia o en la dosis de infusión profiláctica en la mayoría de los pacientes, tanto adultos como niños.

Desde el punto de vista de la seguridad, el efmoroctocog presenta un perfil toxicológico francamente benigno. Los eventos adversos más comunes que aparecieron durante el tratamiento fueron nasofaringitis (19%), infecciones del tracto respiratorio superior (12%), artralgia (12%), cefalea (11%), tos (10%), diarrea (5,0%), pirexia (5,6%) y vómitos (5,2%). La mayoría de estos eventos adversos fueron considerados como no relacionados con el tratamiento, salvo los casos documentados de malestar, cefalea, artralgia y mialgia, descritos en un 0,2% de los pacientes. Por su parte, un 16,7% de los pacientes tratados experimentaron eventos adversos graves, aunque ninguno de ellos fueron atribuibles al tratamiento con moroctocog. Solo se ha descrito un único caso de aparición de anticuerpos inhibidores, con baja titulación y que además acabo por negativizarse al cabo de varias semanas.

ASPECTOS INNOVADORES

El efmoroctocog alfa es una proteína de fusión recombinante con una elevada semivida de eliminación, formada por el factor VIII de coagulación humano con deleción del dominio B, unido al dominio Fc de la inmunoglobulina humana G1 (IgG1). Ha sido autorizada para el tratamiento y profilaxis de las hemorragias en pacientes con hemofilia A.

Los datos acumulados de los dos estudios de fase III disponibles y su estudio de extensión, que todavía está en curso, han demostrado la eficacia a largo plazo de efmoroctocog alfa en el tratamiento de episodios agudos de sangrado, el manejo perioperatorio y la profilaxis en varones con hemofilia A grave tratados previamente. Entre los pacientes en los que se utilizó efmoroctocog alfa para la profilaxis individualizadas y que previamente habían recibido profilaxis con factor VIII, prácticamente todos los adultos y adolescentes, y tres cuartas partes de los niños redujeron su frecuencia de infusión en comparación con el régimen utilizado anteriormente. La sustitución del factor VIII por efmoroctocog alfa parece ser bien tolerado en pacientes previamente tratados, sin que se evidencie ningún de aumento de la inmunogenicidad.

Por su parte, la incidencia de eventos adversos asociados al medicamento es mínima, habiéndose documentado algunos cuadros leves de malestar, cefalea, artralgia y mialgia, descritos en un 0,2% de los pacientes. Y, lo que es de especial importancia, solo se ha descrito un único caso de aparición de anticuerpos inhibidores, con baja titulación y que además acabo por negativizarse al cabo de varias semanas.

Aunque no se dispone de estudios directamente comparativos, la evidencia proporcionada por los ensayos clínicos disponibles indica que el efmoroctocog alfa constituye una alternativa eficaz a las preparaciones convencionales de factor VIII, incluyendo las formas recombinantes para el tratamiento de la hemofilia A. Por otra parte, mediante la reducción de la frecuencia de las inyecciones, teóricamente podría mejorarse la adherencia a los regímenes profilácticos (Frampton, 2016). En este sentido, puede considerarse como el primer tratamiento para la hemofilia A capaz de ofrecer una protección prolongada frente a los episodios de sangrado mediante inyecciones profilácticas cada 3 a 5 días.

VALORACIÓN

EFMOROCTOCOG ALFA

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ELOCTA® (Swedish Orphan Viovitrum)

Grupo Terapéutico (ATC): B02BD. SANGRE Y ÓRGANOS HEMATOPOYÉTICOS. Vitamina K y otros hemostáticos: factores de coagulación.

Indicaciones autorizadas: Tratamiento y profilaxis de las hemorragias en pacientes con hemofilia A.

INNOVACIÓN moderada. Aporta algunas mejoras, pero no implica cambios sustanciales en la terapéutica estándar

FÁRMACOS RELACIONADOS REGISTRADOS EN ESPAÑA

Fármaco

Medicamento®

Laboratorio

Año

Factor VIII

Beriate

CSL Behring

2000

Octocog alfa

Advate

Baxalta

2004

Moroctocog alfa

Refacto AF

Pfizer

2011

Simoctocog alfa

Nuwiq

Octapharma

2014

Efmoroctocog alfa

Elocta

Swedish Orphan Viovitrum

2016

BIBLIOGRAFÍA

Cobimetinib (▼Cotellic®, Roche) en melanoma

Resumen

El cobimetinib es un agente antineoplásico autorizado para el tratamiento en combinación con vemurafenib de pacientes adultos con melanoma no resecable o metastásico con mutación BRAF V600, que actúa inhibiendo potente y selectivamente determinadas proteína cinasas activadas por mitógenos (MAPK) implicadas especialmente en la proliferación celular tumoral, mediante un bloqueo de los procesos de fosforilización, al competir con ATP/GTP. Por su parte, el vemurafenib actúa inhibiendo potente y selectivamente las diversas formas mutadas de la serina-treonina cinasa BRAF. Tras un seguimiento medio de más de 14 meses, la supervivencia libre de progresión tumoral fue cinco meses mayor con la combinación cobimetinib/vemurafenib vs. vemurafenib/placebo, con una reducción de la tasa de riesgo de muerte o de progresión tumoral del 42%. Asimismo, la supervivencia global aumentó en 5 meses, con una reducción de la mortalidad del 30%. Desde el punto de vista de la seguridad, la combinación de cobimetinib/vemurafenib presenta un perfil toxicológico importante, equiparable al de otros agentes inhibidores de proteína cinasa, siendo la mayoría de los eventos descritos de grado 3 o superior.

 

ASPECTOS FISIOPATOLÓGICOS

Los melanomas son tumores cutáneos malignos se originan a partir de los melanocitos, aunque estos también pueden dar lugar crecimientos benignos (no cancerosos), como son los lunares. El melanoma es, con toda seguridad, la forma de cáncer cutáneo más peligrosa, por su facilidad para diseminarse por otros tejidos haciendo metástasis en diversos órganos distales (cerebro, hígado, pulmones, etc.), aunque si se detecta con la antelación necesaria puede ser eficazmente erradicado.

La prevalencia del melanoma tiene una gran variabilidad geográfica. Es uno de los 10 tumores malignos más frecuentes en el mundo occidental, pero es raro en la mayoría de los países de África, Asia y Sudamérica y, en general, la incidencia del melanoma en todo el mundo aumenta a medida que nos acercamos al Ecuador, pero no así en Europa, donde es más frecuente en países nórdicos. En las últimas décadas, su número se ha incrementado de manera importante y se trata de uno de los tumores malignos que más ha aumentado en la población blanca. Se estima que cada 10 o 20 años se duplica su número.

España tiene una de las tasas de incidencia y mortalidad del melanoma más bajas de los países desarrollados; aunque, sin embargo, es una de las patologías de mayor crecimiento en nuestro país, con un aumento del 181,3% en la tasa de incidencia en hombres y aumento 205,3 % en las mujeres. Representa el 1,3% y el 2,5% de los tumores malignos en hombres y mujeres, respectivamente, mientras que la tasa estandarizada en todo el mundo actual es, respectivamente, 2,4% y 4,9%. En concreto, en España la incidencia ajustada por 100.000 habitantes es de 5,2 para el total de población, siendo más común en las mujeres (57,2%), con una edad media en el momento del diagnóstico de 55 años en las mujeres y 57 años en los hombres; el subtipo histológico más frecuente el de extensión superficial (60%). A pesar del aumento del número de casos, la mortalidad permanece estable, probablemente en relación con la mejoría diagnóstica y precocidad quirúrgica. Esta mayor incidencia en el sexo femenino diferencia a España del resto de Europa y Estados Unidos, en donde ocurre lo contrario.

Como se ha indicado, los melanomas derivan de los melanocitos, fundamentalmente de aquellos localizados en la unión dermoepidérmica; en general, es más común en partes descubiertas de la piel y en personas inmunosuprimidas. Aunque más del 95% de los casos de melanoma tienen localización cutánea, no se considera un cáncer exclusivamente cutáneo ya que puede aparecer en ojo, mucosas, tracto gastrointestinal, tracto urogenital, meninges y nódulos linfáticos. En cualquier caso, el melanoma es el tumor maligno cutáneo más importante en razón de su pronóstico, ya que es el responsable de la mayoría de las muertes asociadas a cánceres cutáneos. La mayoría se origina de novo y otras veces aparece sobre nevos melanocíticos preexistentes.

El melanoma se presenta predominantemente en adultos y más de 50% de los casos aparecen en áreas de la piel que son aparentemente normales. Entre los primeros signos en el nevo que indican cambios malignos están una coloración más oscura o variable, picazón, un aumento en el tamaño o el surgimiento de formaciones satélites. La ulceración o hemorragia son signos tardíos. El melanoma en mujeres se presenta con mayor frecuencia en las extremidades, y en hombres generalmente se presenta en el tronco, o en la cabeza y cuello, pero puede surgir en cualquier sitio de la superficie cutánea. La lesión típica es una mancha, generalmente asimétrica, mayor de 6 mm de diámetro, cuya coloración varía desde el marrón claro hasta el negro intenso, y generalmente irregular, con bordes dentados. Estas 4 características clínicas constituyen la denominada regla ABCD del melanoma (A: asimetría; B: bordes irregulares; C: color intenso; y D: diámetro mayor de 6 mm). Sin embargo, estos criterios también pueden observarse en lesiones melanocíticas benignas, así como hay melanomas que no las cumplen, por lo que no constituyen criterios diagnósticos absolutos. Clínicamente, se distinguen cuatro tipos de melanoma:

  1. Melanoma lentigo maligno. Se origina en la piel fotoexpuesta de la cara de personas de edad avanzada, con fototipo bajo y daño solar crónico. Consiste en una mancha irregular con zonas más claras, con bordes irregulares. La lesión tiene un crecimiento lento y progresivo y, al cabo de un tiempo variable, generalmente años, aparece una elevación dentro de la mancha indicando que la lesión ya ha invadido la dermis.
  2. Melanoma de extensión superficial. Es el más frecuente. Las localizaciones preferentes son el tronco en hombres y las piernas en mujeres. Es una placa de coloración oscura, con las características ya señaladas, a veces negruzca, generalmente intensa, sobre la que ulteriormente aparece una lesión elevada.
  3. Melanoma acrolentiginoso y mucoso. Es más frecuente en las personas de raza negra, apareciendo en palmas, plantas, región subungueal y en mucosas. Es una mácula amplia, de coloración desigual y bordes irregulares, en cuya superficie se pueden encontrar lesiones papulosas o tuberosas.
  4. Melanoma nodular. Aparece como una lesión papulosa o papulotuberosa, de tamaño variable y de superficie habitualmente negruzca, aunque puede ser incolora (melanoma amelanótico), que puede estar erosionada o ulcerada. Es la forma clínica de más rápido crecimiento y de peor pronóstico.

En la génesis del melanoma intervienen factores genéticos y adquiridos. De entre estos, la exposición a la luz ultravioleta parece el de mayor importancia, singularmente si es esporádica e intensa, aunque no todos los melanomas están relacionados con el sol. Aparecen más frecuentemente en fototipos I y II (se ponen morenos con dificultad pero se queman fácilmente y se suele acompañar de ojos y pelo claros). La existencia de antecedentes personales o familiares de melanoma o de quemaduras solares en la niñez, un número elevado de nevos, y la presencia de nevos congénitos grandes son considerados factores de riesgo.

En cualquier caso, la genética tiene una relevancia especial en el melanoma, ya que las mutaciones típicamente asociadas al melanoma están presentes en el 10-40% de las familias con una tasa elevada de melanoma. En este sentido, más del 65% de los melanomas contienen mutaciones activadoras de la vía RAS/RAF/MEK/ERK, entre las que las mutaciones en la cinasa BRAF se llegan a identificar en el 40-50% de los melanomas cutáneos, en particular en la posición V600 (sustitución de valina por otro aminoácido en dicha posición de la cadena proteica de la cinasa); entre el 74% y el 90% de las mutaciones V600 detectadas en clínica son V600E (valina por ácido glutámico), seguidas en frecuencia por la V600K (15-25%); muchos menos comunes son las V600R, D, G, M, A y WT. Otro 10-15% tienen la mutación NRAS.

Por otro lado, los propios antecedentes personales son un factor de riesgo asociado al melanoma, ya que una persona que ha lo padecido anteriormente tiene un mayor riesgo de padecer otro melanoma. Se estima que el 5% de las personas con melanoma padecerán un segundo melanoma en algún momento de sus vidas. Para pacientes con melanoma metastásico o irresecable quirúrgicamente, el pronóstico es poco favorable, con una tasa de supervivencia al cabo de un año desde el diagnóstico del 25%, que desciende al 15% a los cinco años.

El objetivo general del tratamiento del melanoma no metastásico es la curación del proceso. Para ello, el tratamiento debe ser precoz y definitivo, individualizado de acuerdo con el tipo de tumor, el tipo de paciente y la experiencia clínica. En principio, los melanomas cutáneos in situ pueden ser tratados con cirugía o con los diversos tratamientos médicos locales. La regresión espontánea ha sido reportada con una incidencia menor del 1% y aproximadamente el 20% de los pacientes diagnosticados de melanoma desarrollan metástasis, los cuales tienen una mediana de supervivencia de siete meses.

La terapia sistémica, como norma general, solo se recomienda cuando los pacientes no son tributarios de cirugía y los tumores son suficientemente invasivos o están diseminados. La dacarbazina se utiliza para el tratamiento del melanoma metastásico y durante mucho tiempo se consideró como el fármaco de mayor eficacia como agente único. Las tasas de respuesta están en torno al 20% (del que un 5% son remisiones completas), con una mediana de duración de las respuestas de 4-6 meses. Los principales efectos secundarios son náuseas y vómitos. Por su parte, la temozolomida es semejante a la dacarbazina, pero es capaz de atravesar la barrera hematoencefálica y puede ser absorbida por vía oral; por ello, se utiliza preferentemente como tratamiento de las metástatis cerebrales del melanoma. Se pueden utilizar asimismo tratamientos combinados diversos, asociando dacarbazina junto con otros agentes citotóxicos, como cisplatino, vinblastina, carmustina o tamoxifeno.

La terapia adyuvante con interferón alfa es un tratamiento adicional para los pacientes con alto riesgo de recaída después del tratamiento quirúrgico del melanoma (primarios de grosor >4 mm o con enfermedad nodal), habiendo demostrado aumento de la supervivencia libre de enfermedad. Hay que tener en cuenta que el promedio de supervivencia del melanoma en estadio avanzado rondaba los 8 meses hasta hace poco tiempo y que ninguna terapia sistémica había demostrado de manera significativa aumentar la supervivencia. La opción de la observación y el tratamiento conservador es razonable, sobre todo en los pacientes asintomáticos, ancianos o con comorbilidades graves.

Entre los inhibidores de tirosina cinasas o, más genéricamente, de proteína cinasas, cabe destacar al vemurafenib, al dabrafenib y al trametinib. Este último actúa inhibiendo selectivamente las MEK1 y MEK2 (Mitogen-activated Extracellular signal regulated Kinase 1 y 2), componentes de la vía de señalización extracelular relacionadas con cinasas (ERK), al impedir la activación de las MEK por diversas formas mutadas de la serina-treonina cinasa BRAF, a su vez relacionadas con la promoción de la proliferación celular en ausencia de factores de crecimiento.

Más del 65% de los melanomas contienen mutaciones activadoras de la vía extracelular RAS/RAF/MEK/ERK, entre las que las mutaciones en la cinasa BRAF se llegan a identificar en el 40-50% de los melanomas cutáneos, en particular en la posición V600 (sustitución de valina por otro aminoácido en dicha posición de la cadena proteica de la cinasa); entre el 74% y el 90% de las mutaciones V600 detectadas en clínica son V600E (valina por ácido glutámico), seguidas en frecuencia por la V600K (15-25%); muchos menos comunes son las V600R, D, G, M, A y WT.

Por su parte, el ipilimumab es un anticuerpo monoclonal que impide la acción del Antígeno 4 de los Linfocitos T Citotóxicos (CTLA-4), el cual es un regulador negativo de la activación de los linfocitos, por lo que el efecto del ipilimumab se traduce en la activación y proliferación de linfocitos T, así como de su infiltración tumoral, lo que provoca la destrucción de las células tumorales. Ha sido autorizado para el tratamiento del melanoma avanzado (irresecable o metastásico) en adultos que han recibido tratamiento anterior. El desarrollo de este medicamento se basó en el hecho de que el melanoma es uno de los cánceres con mayor actividad inmunogénica, por lo que el ipilimumab está enfocado a potenciar las respuestas inmunológicas antitumorales naturales. En concreto, el ipilimumab interfiere en el proceso de interacción entre el CTLA-4 y las moléculas B7 (CD80/CD86) portadas por las células presentadoras de antígenos. Esto conduce a una potenciación de los linfocitos T debido al bloqueo de la modulación inhibitoria promovida por la interacción CTLA-4/B7. Sin embargo, no se han observado modificaciones en las frecuencias de linfocitos T CD4+ o CD8+, ni en la expresión de otros marcadores de subpoblaciones linfocitarias (CD89, CD25, HLS-DR, etc.). En definitiva, el empleo de ipilimumab no parece provocar una sobreestimulación generalizada del comportamiento de los linfocitos T.

Finalmente, el nivolumab es un anticuerpo monoclonal que se une al receptor de muerte programada PD-1 (programmed death 1) presentes en la superficie de los linfocitos T, impidiendo la interacción de este con sus ligandos (PD-L1 y PD-L2). El receptor PD-1 es un regulador negativo de la actividad de los linfocitos T, particularmente en los efectos relacionados con el control de la respuesta inmune de estas células. La unión del receptor PD-1 con dichos ligandos, que están expresados en diversos tipos de células tumorales (así como en las células presentadoras de antígenos, APC), provoca la inhibición de la proliferación de los linfocitos T y de su secreción de citocinas; en consecuencia, el nivolumab potencia la respuesta antitumoral de los linfocitos T. Es preciso tener en cuenta que el balance de la inmunidad mediada por las células T es determinante en el control de enfermedades infecciosas y del cáncer, así como en el desarrollo de tolerancia inmunológica a los antígenos propios (a través de las células presentadoras de antígenos, APC). La inducción y mantenimiento de la tolerancia mediada por células T a través de la vía PD-1/PD-L limita la respuesta de subpoblaciones de células T efectoras para evitar daño tisular como resultado de una mayor actividad de la inmunidad. Las alteraciones en la interacción de PD-1 y sus ligandos PD-L1 y PD-L2 son utilizadas como un mecanismo de escape inmunológico por las células tumorales facilitando la progresión del cáncer; asimismo ciertos microorganismos pueden alterar esta vía dando como resultado el desarrollo y progresión de las infecciones crónicas (Cuéllar, 2016).

ACCIÓN Y MECANISMO

El cobimetinib es un agente antineoplásico que actúa inhibiendo potente y selectivamente determinadas proteína cinasas activadas por mitógenos (MAPK) implicadas especialmente en la proliferación celular tumoral, mediante un bloqueo de los procesos de fosforilación, al competir con ATP/GTP. En concreto, inhibe selectivamente MEK1 y MEK2 (mitogen-activated extracellular signal regulated kinase 1 y 2)1, componentes de la vía de señalización extracelular relacionadas con cinasas (ERK), al impedir la activación de las MEK por diversas formas mutadas de la serina/treonina cinasa BRAF, a su vez relacionadas con la promoción de la proliferación celular en ausencia de factores de crecimiento, lo que se traduce en una inducción de la apoptosis de las células afectadas. Carece prácticamente de actividad sobre otras tirosina y serina/treonina cinasas implicadas en los procesos de señalización celular.

Más del 65% de los melanomas contienen mutaciones activadoras de la vía extracelular RAS/RAF/MEK/ERK, entre las que las mutaciones en la cinasa BRAF se llegan a identificar en el 40-50% de los melanomas cutáneos, en particular en la posición V600 (sustitución de valina por otro aminoácido en dicha posición de la cadena proteica de la cinasa); entre el 74% y el 90% de las mutaciones V600 detectadas en clínica son V600E (valina por ácido glutámico), seguidas en frecuencia por la V600K (15-25%); muchos menos comunes son las V600R, D, G, M, A y WT.

El vemurafenib actúa inhibiendo potente y selectivamente las diversas formas mutadas de la serina-treonina cinasa BRAF. De ahí que la acción conjunta del cobimetinib con el vemurafenib provoque un grado mayor de inhibición de la señalización intracelular y una reducción de la proliferación de las células tumorales con mutación BRAF. Atendiendo a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento en combinación con vemurafenib de pacientes adultos con melanoma no resecable o metastásico con mutación BRAF V600.

ASPECTOS MOLECULARES

Figura_1_fmt

El cobimetinib está estrechamente relacionado farmacológicamente con otros miembros de la serie de inhibidores de proteína cinasas. Aunque se aprecia una cierta diversidad estructural entre todos ellos, es evidente el paralelismo estructural entre cobimetinib con el gefitinib. En cualquier caso, todos ellos guardan – en mayor o menor grado – una familiaridad química con las moléculas de ATP y GTP, con las cuales compiten para provocar el bloqueo de la cinasa correspondiente.

EFICACIA Y SEGURIDAD CLÍNICAS

La eficacia y la seguridad clínicas del cobimetinib han sido adecuadamente contrastadas en las indicación autorizada mediante un ensayo clínico de fase 3 (confirmatorio de eficacia y seguridad), aleatorizado, multicéntrico, doblemente ciego y controlado con placebo, realizado en un conjunto de 495 pacientes adultos con melanoma irresecable en fase IIIC (avanzado) o IV (metastásico), con mutación BRAF(V600)-positivos y no tratados con anterioridad con inhibidores de BRAF (Larkin, 2014).

Los pacientes fueron aleatoriamente asignados a recibir por vía oral cobimetinib (60 mg/24 h durante 21 días, seguidos de 7 días de descanso, en ciclos de 28 días) o placebo, en combinación con vemurafenib (960 mg/12 h). Las características fisiopatológicas de los pacientes eran: 55 años de mediana de edad (27% con 65 o más años), 58% varones, 40% en fase IIIC/M1A/M1B y 60% (M1C) y con una mediana de tiempo desde el primer diagnóstico de melanoma de 26 meses. La variable primaria de eficacia fue la supervivencia libre de progresión tumoral, mientras que la secundaria fue la supervivencia global.

En un análisis intermedio, la mediana de supervivencia libre de progresión tumoral fue de 9,9 meses para la combinación cobimetinib/vemurafenib vs. 6,2 meses para el grupo de control (vemurafenib/placebo), con una reducción de la tasa de riesgo de muerte o de progresión tumoral del 49% (HR=0,51; IC95% 0,39 a 0,68; p<0,001). Por su parte, la tasa de respuesta completa o parcial fue del 68% con la combinación vs. 45% en el grupo de control (p<0,001), incluyendo una tasa de respuesta completa del 10% para la combinación y del 4% para el grupo de control.

Tras un seguimiento medio de 14,2 meses (8,5-17,3), la mediana de supervivencia libre de progresión tumoral fue de 12,3 meses para la combinación cobimetinib/vemurafenib vs. 7,2 meses para el grupo de control (vemurafenib/placebo), con una reducción de la tasa de riesgo de muerte o de progresión tumoral del 42% (HR=0,58; IC95% 0,46 a 0,72; p<0,001). El análisis final de la supervivencia global se llevó a cabo cuando 255 pacientes (52%) de los incluidos en el estudio había muerto (Ascierto, 2016), encontrándose una mediana de 22,3 meses (IC95% 20,3 a no estimable) con la combinación vs. 17,4 meses (IC95% 15,0 a 19,8) para el grupo de control, lo que implica una reducción de la mortalidad en el periodo de 30% (HR=0,70; IC95% 0,55 a 0,90; p=0,005).

Desde el punto de vista de la seguridad, la combinación de cobimetinib/vemurafenib presenta un perfil toxicológico importante, equiparable al de otros agentes inhibidores de proteína cinasa, siendo la mayoría de los eventos descritos de grado 3 o superior. En general, la incidencia de eventos adversos fue superior con la combinación de cobimetinib/vemurafenib que con vemurafenib solo, siendo los eventos adversos más comunes que aparecieron durante el tratamiento: diarrea (57 vs. 28%), erupciones cutáneas, náuseas (39 vs. 24%), vómitos (21 vs. 12%), pirexia, fotosensibilidad (28 vs. 16%), incremento de los valores enzimáticos hepáticos (transaminasas: 22 vs. 13%) y musculares (creatina fosfocinasa: 30 vs. 2,9%). Por su parte, los eventos adversos de grado 3-4 que fueron más frecuentes con la combinación que en el grupo de control fueron el incremento de los valores de GGT (gammaglutamil transpeptidasa; 15 vs. 10%), el de los de creatina fosfocinasa (12 vs. 1%) y el de alanina transaminasa (11 vs. 6%). Se registraron eventos adversos graves en el 37% de los pacientes tratados con la combinación vs. 28% en el grupo de control, siendo los más comunes la pirexia y la deshidratación, ambos en un 2% de los pacientes (Ascierto, 2016).

En general, la mayor incidencia de eventos adversos se produce durante los primeros tres ciclos de tratamiento, lo que se manifiesta por la alta tasa de descontinuaciones (en torno al 20% con la combinación) y de reducciones/descontinuaciones temporales del tratamiento (al menos un 60% de los pacientes interrumpieron o redujeron la dosis de alguno de los medicamento en algún momento del estudio), lo que se relaciona con la mayor incidencia de eventos adversos al principio del tratamiento (EMA; 2015), dado que la reducción de la dosis de cobimetinib y/o de vemurafenib podría haber contribuido a la menor incidencia de eventos adversos durante los ciclos posteriores del tratamiento.

ASPECTOS INNOVADORES

El cobimetinib es un agente antineoplásico que actúa inhibiendo potente y selectivamente determinadas proteína cinasas activadas por mitógenos (MAPK) implicadas especialmente en la proliferación celular tumoral, mediante un bloqueo de los procesos de fosforilación, al competir con ATP/GTP. En concreto, inhibe selectivamente MEK1 y MEK2 (mitogen-activated extracellular signal regulated kinase 1 y 2)2, componentes de la vía de señalización extracelular relacionadas con cinasas (ERK), al impedir la activación de las MEK por diversas formas mutadas de la serina-treonina cinasa BRAF, a su vez relacionadas con la promoción de la proliferación celular en ausencia de factores de crecimiento, lo que se traduce en una inducción de la apoptosis de las células afectadas. Carece prácticamente de actividad sobre otras tirosina y serina/treonina cinasas implicadas en los procesos de señalización celular.

Por su parte, el vemurafenib actúa inhibiendo potente y selectivamente las diversas formas mutadas de la serina/treonina cinasa BRAF. De ahí que la acción conjunta del cobimetinib con el vemurafenib provoque un grado mayor de inhibición de la señalización intracelular y una reducción de la proliferación de las células tumorales con mutación BRAF. Atendiendo a ello, el medicamento ha sido autorizado para el tratamiento en combinación con vemurafenib de pacientes adultos con melanoma no resecable o metastásico con mutación BRAF V600.

El ensayo clínico pivotal muestra que tras un seguimiento medio de más de 14 meses, la supervivencia libre de progresión tumoral fue cinco meses mayor (12,3 vs. 7,2) con la combinación cobimetinib/vemurafenib vs. vemurafenib/placebo, con una reducción de la tasa de riesgo de muerte o de progresión tumoral del 42%. Asimismo, la supervivencia global aumentó en 5 meses (22,3 vs. 17,4), con una reducción de la mortalidad del 30%.

La combinación de cobimetinib/vemurafenib presenta un perfil toxicológico importante, equiparable al de otros agentes inhibidores de proteína cinasa, siendo la mayoría de los eventos descritos de grado 3 o superior. En general, la incidencia de eventos adversos es superior con la combinación de cobimetinib/vemurafenib que con vemurafenib solo, siendo los eventos adversos más comunes diarrea, náuseas, vómitos, pirexia, fotosensibilidad, incremento de los valores enzimáticos hepáticos y musculares.

No se dispone de estudios directamente comparativos de la cobimetinib/vemurafenib con otros agentes similares, como dabrafenib y trametinib. Sin embargo, la combinación de trametinib con dabrafenib ha demostrado (Robert, 2015; Long, 2015) su superioridad clínica frente a dabrafenib solo o a vemurafenib.

En los últimos años se han ido consolidando las dos principales líneas terapéuticas para los casos avanzados y metastásicos del melanoma. Por un lado, los anticuerpos monoclonales ipilimumab, pembrolizumab y nivolumab, que bloquean receptores clave de los linfocitos T; por otro, los inhibidores de la cinasa mutada BRAF vemurafenib y dabrafenib, asociados con trametinib o cobimetinib. De hecho, estas nuevas terapias han demostrado una mejora a largo plazo en la evolución del paciente, un beneficio que no ofrece la quimioterapia convencional. A pesar de ello, el tratamiento del melanoma sigue siendo un reto importante, habida cuenta del rápido desarrollo de resistencia tumoral a las líneas farmacológicas actuales, ante lo que las combinaciones inhibidores de MEK y de BRAF están ofreciendo una respuesta mejorada (Medina, 2016). En última instancia, la elección entre los tratamientos con inhibidores BRAF/MEK y la inmunoterapia (ipilimumab, etc.) debe ser individualizarse para cada paciente, teniendo en cuenta criterios clínicos y en particular la agresividad de la enfermedad.

VALORACIÓN

COBIMETINIB

6177.jpg

COTELLIC® (Roche)

Grupo Terapéutico (ATC): L01XE. AGENTES ANTINEOPLÁSICOS E INMUNOMODULADORES. Otros: inhibidores directos de la proteína cinasa.

Indicaciones autorizadas: Tratamiento en combinación con vemurafenib de pacientes adultos con melanoma no resecable o metastásico con mutación BRAF V600.

INNOVACIÓN moderada. Aporta algunas mejoras, pero no implica cambios sustanciales en la terapéutica estándar

FÁRMACOS RELACIONADOS REGISTRADOS EN ESPAÑA

Fármaco

Medicamento®

Laboratorio

Año

Imatinib

Glivec

Novartis

2002

Erlotinib

Tarceva

Roche

2006

Sunitinib

Sutent

Pfizer

2007

Dasatinib

Sprycel

Bristol Myers Squibb

2007

Sorafenib

Nexavar

Bayer

2007

Lapatinib

Tyverb

Glaxo

2008

Nilotinib

Tasigna

Novartis

2008

Gefitinib

Iressa

AstraZeneca

2010

Pazopanib

Votrient

Glaxo

2011

Crizotinib

Xalkori

Pfizer

2014

Vemurafenib

Zelboraf

Roche

2014

Dabrafenib

Tafinlar

GlaxoSmithKline

2014

Axitinib

Inlyta

Pfizer

2014

Afatinib

Giotrif

Boehringer Ingelheim

2014

Ruxolitinib

Jakavi

Novartis

2015

Vandetanib

Caprelsa

AstraZeneca

2015

Regorafenib

Stivarga

Bayer

2015

Nintedanib

Ofev

Boehringer Ingelheim

2015

Ibrutinib

Imbruvica

Janssen Cilag

2016

Trametinib

Mekinist

Novartis

2016

Cobimetinib

Cotellic

Roche

2016

BIBLIOGRAFÍA

 

Medicamentos con nuevos principios activos autorizados por EMA/FDA

MEDICAMENTOS DE USO HUMANO AUTORIZADOS EN LA UNIÓN EUROPEA (EMA) Y ESTADOS UNIDOS (FDA) DURANTE LOS ÚLTIMOS DOCE MESES, CON NUEVOS PRINCIPIOS ACTIVOS QUE AÚN NO ESTÁN COMERCIALIZADOS EN ESPAÑA

Principio activo1

Medicamento®

Laboratorio

Autorización

agencia

Indicación autorizada2

ABEDUL, CORTEZA (EXTRACTO)

EPISALVAN

Birken

2016/01/14

EMA

Cicatrización de heridas cutáneas

ALBUTREPENONACOG ALFA

IDELVION

CSL Behring

2016/05/11

EMA

Hemofilia B (O)

ASFOTASA ALFA

STRENSIQ

Alexion

2015/10/23

FDA

Hipofosfatasia

ATEZOLIZUMAB

TECENTRIQ

Genentech

2016/05/18

FDA

Carcinoma urotelial

BLINATUMOMAB

BLINCYTO

Amgen

2015/11/23

EMA

Leucemia/Linfoma linfomblástico
(O) (C)

CARLIZOMIB

KYPROLIS

Amgen

2015/11/19

EMA

Mieloma múltiple (O)

CEFTAZIDIMA + AVIBACTAM

ZAVICEPTA

AstraZeneca

2016/06/24

EMA

Infecciones de piel y tejidos blandos, urinarias y neumonía

CÉLULAS T MODIFICADAS GENÉTICAMENTE

ZALMOXIS

MolMed

2016/08/08

EMA

Enfermedad de injerto contra huésped. Trasplante de células madre hemotopoyéticas (O) (C)

CÓLICO, ÁCIDO

KOLBAM

Retrophin

2015/11/20

EMA

Metabolopatía congénita (O)

DACLIZUMAB3

ZINBRYTA

Biogen

2016/05/27

FDA

Esclerosis múltiple

DARATUMUMAB

DARZALEX

Janssen Cilag

2016/05/20

EMA

Mieloma múltiple (O)

DARATUMUMAB

DARZALEX

Janssen

2015/11/15

FDA

Mieloma múltiple (O)

DEFIBROTIDA

DEFITELIO

Gentum

2016/03/30

FDA

Enfermedad veno-oclusiva hepática

EFTRENONCOG ALFA

ALPROLIX

Biogen Idec

2016/05/12

EMA

Hemofilia B (O)

ELBASVIR + GRAZOPREVIR

ZEPATIER

Merck Sharp Dohme

2016/07/22

EMA

Hepatitis C

ELBASVIR + GRAZOPREVIR

ZEPATIER

Merck Sharp Dohme

2016/01/28

FDA

Hepatitis C

ELOTUZUMAB

EMPLICITI

Bristol Myers Squibb

2016/05/11

EMA

Mieloma múltiple

ELOTUZYMAB

EMPLICITI

Bristol Myers Squibb

2015/11/30

FDA

Mieloma múltiple (O)

ELUXADOLINA

TRUBERZI

Aptalis

2016/09/09

EMA

Diarrea, síndrome del intestino irritable

ETEPLIRSEN

EXONDY

Sarepta

2016/09/07

FDA

Distrofia muscular de Duchenne

FACTOR X

COAGADEX

Bio Products

2016/03/16

EMA

Déficit de factor X (O)

FENILBUTIRATO DE GLICEROL

RAVICTI

Horizon

2015/11/27

EMA

Enzimopatías del ciclo de la urea (O)

FLUCICLOVINA (18F)

AXUMIN

Blue Earth

2016/05/27

FDA

Diagnóstico por imagen (PET)

FRACCIÓN CELULAR AUTÓLOGA ENRIQUECIDA CD34+

STRIMVELIS

Glaxo Smtihkline

2016/05/26

EMA

Inmunodeficiencia severa combinada (O)

GALIO (69Ga), DOTATATO

NETSPOT

ACA

2016/06/01

FDA

Diagnóstico por imagen (PET)

ISAVUCONAZOL

CRESEMBA

Basilea

2015/10/15

EMA

Aspergilosis (O)

IXAZOMIB

NINLARO

Millenium

2015/11/20

FDA

Mieloma múltiple (O)

IXEKIZUMAB

TALTZ

Lilly

2016/04/25

EMA

Enfermedad de Castleman (O)

LESINURAD

ZURAMPIC

AstraZeneca

2016/02/18

EMA

Hiperuricemia

LESINURAD

ZURAMPIC

Ardea

2015/12/22

FDA

Hiperuricemia

LIFITEGRAST (LFA-19

XIIDRA

Shire

2016/07/01

FDA

Ojo seco

LUMACAFTOR + IVACAFTOR

ORKAMBI

Vertex

2015/11/19

EMA

Fibrosis quística (O)

MIGALASTAT

GALAFORD

Amicus

2016/05/26

EMA

Enfermedad de Fabry (O)

NECITUMUMAB

PORTRAZZA

Lilly

2016/02/15

EMA

Cáncer de pulmón no microcítico

NECITUMUMAB

PORTRAZZA

Lilly

2015/11/15

FDA

Cáncer de pulmón no microcítico escamoso (O)

OBETICÓLICO, ÁCIDO

OCALIVA

Intercept

2016/05/27

FDA

Colangitis biliar primaria

OPICAPONA

ONGENTYS

Bial

2016/06/24

EMA

Enfermedad de Parkinson

OSIMERTINIB

TAGRISSO

AstraZeneca

2016/02/02

EMA

Cáncer de pulmón no microcítico (E)

OSIMERTINIB

TAGRISSO

AstraZeneca

2015/11/13

FDA

Cáncer de pulmón no microcítico

PATIROMERO SORBITEX

VELTASSA

Relyba

2015/10/21

FDA

Hiperpotasemia

PEGASPARGASA

ONCASPAR

Baxalta

2016/01/14

EMA

Leucemia-linfoma linfoblástico

PITOLISANT

WAKIX

Bioproject

2016/03/31

EMA

Narcolepsia (O)

RESLIZUMAB

CINQAERO

Teva

2016/08/16

EMA

Asma

RESLIZUMAB

CINQAIR

TEVA

2016/03/23

FDA

Asma

SEBELIPASA ALFA

KANUMA

Alexion

2015/12/08

FDA

Deficiencia de lipasa ácida lisosómica

SELEXIPAG

UPTRAVI

Actelion

2016/05/12

EMA

Hipertensión pulmonar (O)

SELEXIPAG

UPTRAVI

Actelion

2015/12/21

FDA

Hipertensión pulmonar

SUGAMMADEX

BRIDION

Organon Sub Merck

2015/12/15

FDA

Antídoto de rocuronio

SUSOSTOCG ALFA

OBIZUR

Baxalta

2015/11/11

EMA

Hemofilia A ((O) (E)

VELPATASVIR + SOFOSBUVIR

EPCLUSA

Gilead

2016/06/28

FDA

Hepatitis C

1 Se indican en negrita y color los nuevos principios activos y medicamentos incorporados en la tabla en el último mes.

2 O= Medicamento huérfano; C= Autorizado condicionalmente; E= Autorizado en condiciones excepcionales.

3 El daclizumab fue comercializado en España (Zenepax®) en el año 2000 para la prevención del rechazo en el trasplante de órganos, pero fue retirado posteriormente.

MEDICAMENTOS CON NUEVOS PRINCIPIOS ACTIVOS COMERCIALIZADOS EN ESPAÑA

MEDICAMENTOS CON NUEVOS PRINCIPIOS ACTIVOS COMERCIALIZADOS EN ESPAÑA
EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES

PAM

Principio activo

Medicamento®

INNOVACIÓN

Indicación principal

Laboratorio

a

b

c

d

398

Cobimetinib

Cotellic

 

 

 

Melanoma avanzado/metastásico

Roche

398

Efmoroctocog alfa

Elocta

 

 

 

Hemofilia A

Swedish Orphan Viovitrum

397

Mepolizumab

Nucala

 

 

Asma

Glaxo SmithKline

397

Sacubitrilo/Valsartán

Entresto

 

Insuficiencia cardiaca

Novartis

396

Edoxabán

Lixiana

 

 

 

 

Trombosis venosa profunda, embolia pulmonar

Daiichi Sankyo

395

Idarucizumab

Praxbind

 

 

 

Reversión del efecto anticoagulante
del dabigatrán

Boehringer Ingelheim

394

Vismodegib

Erivedge

 

 

Carcinoma de células basales

Roche

394

Metirapona

Metopirone

 

 

Diagnóstico y tratamiento
del síndrome de Cushing

HRA Pharma

394

Oxihidróxido sucroférrico

Velphoro

 

 

 

 

Hiperfosfatemia asociada
a insuficiencia renal

Vifor Frexenius

393

Siltuximab

Sylvant

 

 

 

Enfermedad de Castleman multicéntrica

Janssen Cilag

393

Idelalisib

Zydelig

 

 

Leucemia linfocítica crónica y linfoma folicular

Gilead

393

Alirocumab

Praluent

 

 

 

 

Hipercolesterolemia primaria

Sanofi Aventis

393

Trametinib

Mekinist

 

 

 

Melanoma avanzado

Novartis

392

Ibrutinib

Imbruvica

Linfoma de células del manto, leucemia linfática crónica y macroglobulinemia de Waldström

Janssen Cilag

392

Ceftolozano/Tazobactam

Zerbaxa

 

 

 

 

Infecciones complicadas intraabdominales y del tracto urinario

Merck Sharp Dohme

392

Olaparib

Lynparza

 

 

Cáncer de ovario

AstraZeneca

392

Vortioxetina

Brintellix

 

 

 

 

Depresión

Lundkeck

391

Dalbavancina

Xydalba

 

 

 

Infecciones de piel y tejidos blandos

Angelini

391

Apremilast

Otezla

 

 

Psoriasis en placas; artritis psoriásica

Celgene

391

Safinamida

Xadago

 

 

 

 

Enfermedad de Parkinson

Zambón

391

Nivolumab

Opdivo

 

Melanoma avanzado y cáncer de pulmón

Bristol Myers Squibb

391

Pembrolizumab

Keytruda

 

Melanoma avanzado

Merck Sharp Dohme

390

Evolocumab

Repatha

 

Hipercolesterolemia primaria

Amgen

390

Dulaglutida

Trulicity

 

 

 

 

Diabetes mellitus tipo 2

Lilly

390

Ospemifeno

Senshio

 

 

 

 

Vulvovaginitis atrófica posmenopáusica

Shionogi

390

Nintedanib

Ofev

 

 

Fibrosis pulmonar idiopática

Boehringer Ingelheim

389

Tedizolid

Sivextro

 

 

 

Infecciones de piel y tejidos blandos

Merck Sharp Dohme

389

Ramucirumab

Cyramza

 

 

 

Cáncer de estómago

Lilly

389

Obinutuzumab

Gazyvaro

 

 

Leucemia linfocítica crónica

Roche

A. Clínica: Mejora la eficacia clínica con relación al tratamiento estándar.

B. Molecular: Incorpora variaciones significativas en la estructura molecular
y/o en el mecanismo de acción.

C. Seguridad: Mejora el perfil toxicológico con relación a la terapia estándar.

D. Farmacocinética: Mejora las características farmacocinéticas, con incidencia potencial o demostrada en las condiciones de uso y en la respuesta del paciente.

VALORACIÓN DE LA INNOVACIÓN TERAPÉUTICA EN PANORAMA ACTUAL DEL MEDICAMENTO

Es importante indicar que se valora el grado de innovación. Todos los medicamentos no innovadores tienen utilidad terapéutica, en tanto que su autorización por las autoridades sanitarias implica han demostrado rigurosamente su eficacia, su seguridad, su calidad y las condiciones de uso (incluyendo la información contenida en la ficha técnica – sumario de características – y en el prospecto del medicamento). Por tanto, la valoración que se hace se refiere a la incorporación, en el grado que se determine, de algún elemento innovador con respecto a otros medicamentos autorizados previamente para iguales o similares indicaciones terapéuticas o, en su caso, cubriendo la ausencia de éstas. Asimismo, debe considerarse que ésta es una evaluación que se practica coincidiendo con la comercialización inicial del medicamento. Se trata, por consiguiente, de una valoración provisional de la innovación realizada en función de la evidencia clínica disponible hasta ese momento, lo que no prejuzga, en ningún caso, el potencial desarrollo de nuevas indicaciones clínicas ni la posible aparición de aspectos desfavorables (efectos adversos graves previamente desconocidos, interacciones, etc.). Se consideran tres posibles niveles, adjudicados en función de la relevancia de la(s) innovación(es) presentes en el nuevo medicamento, siempre en relación al arsenal terapéutico disponible clínicamente en España en el momento de la comercialización:

SIN INNOVACIÓN. No implica aparentemente ninguna mejora farmacológica ni clínica en el tratamiento de las indicaciones autorizadas.

INNOVACIÓN MODERADA. Aporta algunas mejoras, pero no implica cambios sustanciales en la terapéutica estándar.

INNOVACIÓN IMPORTANTE. Aportación sustancial a la terapéutica estándar.

Se distinguen dos niveles de evidencia científica para los aspectos innovadores de los nuevos medicamentos:

Evidencia clínica: mediante estudios controlados específicamente diseñados y desarrollados para demostrar lo que pretende ser un avance o mejora sobre la terapia estándar.

Plausibilidad científica (potencialidad): existencia de aspectos en el medicamento que racionalmente podrían mejorar la terapéutica actual, pero que no han sido adecuadamente demostradas mediante ensayos clínicos, bien por motivos éticos o bien por imposibilidad de realización en el momento de la comercialización del nuevo medicamento: perfil de interacciones, mecanismos nuevos que permiten nuevas vías terapéuticas, nuevos perfiles bioquímicos frente a mecanismos de resistencia microbiana, posibilidad de combinar con otros medicamentos para la misma indicación terapéutica, efectos sobre el cumplimiento terapéutico (por mejoras en la vía, número de administraciones diarias, etc.), mejora de la eficiencia, etc.

El rigor de los datos contrastados mediante ensayos clínicos controlados (evidencia clínica) es determinante en la valoración de la innovación, mientras que las potencialidades solo pueden ser valoradas accesoriamente, como aspectos complementarios de esta valoración. En ningún caso, un medicamento es valorado con un nivel de innovación importante en función de sus ventajas potenciales, si no aporta otras ventajas demostradas clínicamente. Se analizan cinco aspectos de la innovación: clínica, molecular, toxicológica, físico-química y económico-tecnológica. Como ya se ha indicado, la fundamental y determinante es la novedad clínica.

MEDICAMENTOS CON NUEVOS PRINCIPIOS ACTIVOS COMERCIALIZADOS EN ESPAÑA
DURANTE LOS ÚLTIMOS DOCE MESES, POR GRUPOS TERAPÉUTICOS

GRUPO TERAPéUTICO

Principio activo

Medicamento®

Laboratorio

PAM

A. Tracto alimentario y metabolismo

Dulaglutida

Trulicity

Lilly

390

B. Sangre y órganos hematopoyéticos

Edoxabán

Lixiana

Daiichi Sankyo

396

Efmoroctocog alfa

Elocta

Swedish Orphan Viovitrum

398

C. Aparato cardiovascular

Alirocumab

Praluent

Sanofi Aventis

393

Evolocumab

Repatha

Amgen

390

Sacubitril/Valsartán

Entresto

Novartis

397

G. Terapia genitourinaria

Ospemifeno

Senshio

Shionogi

390

J. Antiinfecciosos, uso sistémico

Ceftolozano/Tazobactam

Zerbaxa

Merck Sharp Dohme

392

Dalbavancina

Xydalba

Angelini

391

Tedizolid

Sivextro

Merck Sharp Dohme

389

L. Antineoplásicos y terapia
inmunomoduladora

Apremilast

Otezla

Celgene

391

Cobimetinib

Cotellic

Roche

398

Ibrutinib

Imbruvica

Janssen Cilag

392

Idelalisib

Zydelig

Gilead

393

Nintedanib

Ofev

Boehringer Ingerheim

390

Nivolumab

Opdivo

Bristol Myers Squibb

391

Obinutuzumab

Gazyvaro

Roche

389

Olaparib

Lynparza

AstraZeneca

392

Pembrolizumab

Keytruda

Merck Sharp Dohme

391

Ramucirumab

Cyramza

Lilly

389

Siltuximab

Sylvant

Janssen Cilag

393

Trametinib

Mekinist

Novartis

393

Vismodegib

Erivedge

Roche

394

N. Sistema nervioso

Safinamida

Xadago

Zambón

391

Vortioxetina

Brintellix

Lundbeck

392

R. Aparato respiratorio

Mepolizumab

Nucala

GlaxoSmithKline

397

V. Varios

Idarucizumab

Praxbind

Boehringer Ingelheim

395

Oxihidróxido sucroférrico

Velphoro

Vifor Frexenius

394

Metirapona

Metopirone

HRA Pharma

394

MEDICAMENTOS CON NUEVOS PRINCIPIOS ACTIVOS COMERCIALIZADOS EN ESPAÑA DURANTE LOS ÚLTIMOS DOCE MESES, POR LABORATORIOS

Laboratorio

Principio activo

Medicamento

PAM

Amgen

Evolocumab

Repatha

390

Angelini

Dalbavancina

Xydalba

391

AstraZeneca

Olaparib

Lynparza

392

Boehringer Ingelheim

Idarucizumab

Praxbind

395

Nintedanib

Ofev

390

Celgene

Apremilast

Otezla

391

Daiichi Sankyo

Edoxabán

Lixiana

396

Gilead

Idelalisib

Zydelig

393

GlaxoSmithKline

Mepolizumab

Nucala

397

HRA Pharma

Metirapona

Metopirone

394

Janssen Cilag

Ibrutinib

Imbruvica

392

Siltuximab

Sylvant

393

Lilly

Dulaglutida

Trulicity

390

Ramucirumab

Cyramza

389

Lundbeck

Vortioxetina

Brintellix

392

Merck Sharp Dohme

Ceftolozano/Tazobactam

Zerbaxa

392

Pembrolizumab

Keytruda

391

Tedizolid

Sivextro

389

Novartis

Sacubitril/Valsartán

Entresto

397

Trametinib

Mekinist

393

Roche

Cobimetinib

Cotellic

398

Obinutuzumab

Gazyvaro

389

Vismodegib

Erivedge

394

Sanofi Aventis

Alirocumab

Praluent

393

Shionogi

Ospemifeno

Senshio

390

Vifor Frexenius

Oxihidróxido sucroférrico

Velphoro

394

Zambón

Safinamida

Xadago

391

Endocarditis infecciosa

Resumen

La endocarditis infecciosa es una enfermedad que afecta, fundamentalmente, a las válvulas cardíacas, originada por gran variedad de microorganismos y con mal pronóstico. El diagnóstico se basa en hallazgos clínicos, bacteriológicos y ecocardiográficos, aplicando los criterios de Duke. Los ecocardiogramas transtorácico y transesofágico tienen valor diagnóstico y a su vez son una buena guía para decidir la actitud terapéutica. El tratamiento antibiótico se basa en los hallazgos del hemocultivo. La profilaxis es muy importante, pero hay mucha controversia sobre su verdadera efectividad y la mejor forma de llevarla a cabo.

 

INTRODUCCIÓN

Figura_1_fmt

La endocarditis infecciosa (EI) es una enfermedad en la que una ó varias bacterias, hongos u otros microorganismos que penetran en la corriente sanguínea infectan el endocardio, las válvulas ó las estructuras relacionadas, generalmente sobre una lesión anterior. La existencia de estas lesiones previas, en su mayoría dependen de estados hemodinámicos donde aparecen flujos sanguíneos de alta velocidad que se produce a través de una válvula estenótica, insuficiente o a través de una comunicación anormal entre la circulación sistémica y pulmonar, lo cual causa turbulencias y daña el endotelio. Otra situación que favorece la aparición de dichas lesiones es el efecto Venturi, creado en las zonas vecinas de baja presión; y también la presencia de catéteres o material protésico. También se puede ver en estados consuntivos y de desnutrición (endocarditis marántica), situación que suele afectar a los heroinómanos.

ETIOLOGÍA

Normalmente, los microorganismos viven sobre la piel, en la boca, en el intestino y en las vías urinarias, pero no en la sangre. Sin embargo, pueden penetrar en el torrente sanguíneo siempre que se afecte la integridad de la piel o las mucosas, como ocurre en los siguientes procedimientos:

Figura_2_fmt

  • Procedimientos dentales que implican sangrado.
  • Procedimientos del tracto respiratorio (adenoidectomía, amigdalectomía, broncoscopia con broncoscopio rígido…).
  • Procedimientos del tracto gastrointestinal (esclerosis de varices esofágicas, dilatación esofágica, cirugía del tracto biliar, operaciones quirúrgicas que involucran mucosa intestinal…).
  • Procedimientos genitourinarios (citoscopias, dilatación uretral, sondaje uretral si existe infección urinaria, cirugía uretral si existe infección urinaria, cirugía prostática, histerectomía vaginal, parto vía vaginal con infección…).

En la mayoría de las personas, la presencia de microorganismos en la corriente sanguínea no constituye un problema. Pero el endotelio dañado, es un potente inductor de trombogénesis, donde se depositan plaquetas, fibrina y ocasionalmente hematíes que forman vegetaciones trombóticas no bacterianas, únicas ó múltiples. Dichas vegetaciones son fácilmente colonizadas por gérmenes con gran adherencia por los endotelios y mucha facilidad para producir fibronectina ó dextrano. Las bacterias atrapadas en su interior están protegidas del sistema inmune del huésped y proliferan llegándose a una bacteriemia continua. Sucesivos depósitos hacen que el tamaño de las vegetaciones (que suele localizarse en zona de presión elevada, la zona izquierda del corazón), se haga de mayor tamaño. Los hongos, así como las bacterias Haemophilus y Brucella, suelen producir verrugas de gran tamaño.

CLÍNICA

Generalmente ocurre en mayores de 50 años, siendo rara en niños. Aunque en los últimos años se observa un incremento en estos, por la mayor supervivencia de niños intervenidos de cardiopatías complejas y por el desarrollo de los cuidados intensivos neonatales. No hay diferencias por sexo o raza. Un 60%-80% presentan lesión cardiaca predisponente. La Tetralogía de Fallot es la cardiopatía más afectada, seguida de la comunicación interventricular, la valvulopatía aórtica, el ductus persistente y la transposición de grandes arterias. Mientras que la prótesis valvulares y los episodios previos constituyen una situación de alto riesgo para endocarditis, este es mucho menor o inexistentes en aquellas con escaso circuito turbulento como la comunicación interauricular central u Ostium secundum y el prolapso de válvula mitral sin insuficiencia.

La clínica puede desarrollarse de forma gradual o fulminante, Los principales hallazgos clínicos son:

  1. Fiebre: Es el síntoma más común, prolongada durante semanas ó meses, excepcionalmente ausente, no muy elevada y sin un patrón específico. Se puede acompañar de malestar general, anorexia, pérdida de peso, cansancio, mialgias, cefaleas y trastornos del sueño, artralgias ó artritis. Con menos frecuencia hay síntomas digestivos: náuseas, vómitos y dolor abdominal inespecífico.
  2. Soplo: Se ausculta casi siempre, salvo al inicio de las formas agudas o en UDVP(Usuarios de Drogas por Vía Parenteral) con afectación tricuspídea. Son poco frecuentes los auténticos cambios de la auscultación o la aparición de un soplo nuevo, salvo en la Endocarditis Infecciosa aguda donde es frecuente la aparición de un soplo de insuficiencia aortica. Los soplos regurgitantes de nueva aparición son un criterio mayor para el diagnóstico de endocarditis.
  3. Insuficiencia cardiaca súbita, secundaria a lesiones causadas por la endocarditis como: valvulitis, ulceración ó perforación de válvulas, rotura de cuerdas tendinosas, de músculos papilares o del propio tabique interventricular, obstrucción valvular por vegetaciones, aneurismas y roturas de los senos de Valsalva ó ventriculares, abscesos perivalvulares ó miocárdicos, miocarditis tóxica y necrosis miocárdica causante de defectos septales y shunts intracardiacos y bloqueo cardiaco por abscesos en el sistema de conducción.
  4. Manifestaciones cutáneas: Las petequias son las lesiones mucocutáneas más frecuentes; se observan, a menudo, en conjuntiva, paladar, mucosa oral y en la punta y pulpejo de los dedos, su causa puede ser embólica o vasculítica, y no son específicas de endocarditis. Las hemorragias en astilla, también inespecíficas, son lesiones lineales rojo oscuras, subungueales que generalmente se deben a traumatismos. Las Manchas de Roth (hemorragias retinianas ovaladas pálidas con centro pálido que se localizan cerca del disco óptico) se observan en el 5% de los enfermos, aunque pueden aparecer en otros contextos clínicos (enfermedades del tejido conjuntivo y hematológicas). Los Nódulos de Osler son pequeños nódulos dolorosos, Generalmente situados en los dedos de manos o pies, aunque también en la planta del pié, antebrazos y pabellón auricular. Las Lesiones de Janeway son pequeñas hemorragias ligeramente nodulares, no dolorosas, que aparecen en palmas y plantas, son producidas por embolias sépticas.
  5. Manifestaciones embólicas: se observan hasta en el 33% de los casos, representando, después de la insuficiencia cardiaca, la complicación más frecuente. Las embolias más habituales son las cerebrales, seguidas de las esplénicas, renales y en las extremidades inferiores. El embolismo de la arteria esplénica produce dolor en el cuadrante superior izquierdo del abdomen, con irradiación al hombro y derrame pleural. La embolia de la arteria retiniana se acompaña de pérdida súbita de visión, pero es infrecuente. La endocarditis derecha produce embolias sépticas en el pulmón, provocando infiltrados, a menudo nodulares y en ocasiones cavitados.
  6. Figura_3_fmt

  7. Manifestaciones neurológicas. Un tercio de pacientes diagnosticados de endocarditis infecciosa sufre alteraciones neurológicas debidas a embolias cerebrales en el territorio de la arteria cerebral media (25%), aneurismas micóticos (1.3-6.2%), abscesos cerebrales y meningitis purulenta (más frecuentes en la endocarditis por S. aureus), arteritis cerebral, parálisis de pares craneales y hemorragia cerebral. Aunque hay que sospechar la presencia de un aneurisma micótico cuando un paciente diagnosticado de endocarditis presente cefalea localizada, intensa y continua, su diagnóstico suele hacerse después de una hemorragia cerebral repentina y catastrófica.
  8. Afectación Renal: Aparece en la mayoría de los pacientes y se debe a glomerulonefritis (80% de los casos), infarto (50%) o absceso; el infarto renal se asocia a hematuria franca o microscópica, pero el fallo renal y la hipertensión arterial, son raras.
  9. Hipergammaglobulinemia por acción de antígenos policlonales y celulares B específicos. Parte de ella se debe a factor reumatoide circulante cuyo nivel disminuye con la respuesta eficaz al tratamiento. Si la enfermedad se prolonga aparecen inmunocomplejos circulantes y auto- anticuerpos relacionados con complicaciones tardías.

Las manifestaciones clínicas reflejan los cambios fisiopatológicos de base: el proceso infeccioso; el daño cardíaco valvular; la infección metastásica; las respuestas inmunológicas por la producción de auto anticuerpos y el desarrollo de complejos inmunes (nefritis por complejos inmunes, artritis, artralgias). Existen diversos cuadros clínicos que se asocian con etiologías microbianas diferentes.

Endocarditis bacteriana subaguda

Los síntomas se inician en forma insidiosa, son inespecíficos y pueden persistir durante varios meses. Las molestias más frecuentes son: fiebre, diaforesis, mialgias, malestar, artralgias y debilidad. La anorexia es un dato casi constante. Los gérmenes causantes más frecuentes son el Streptococcus viridans (más del 50% de los casos) y el Enterococcus faecalis.

El examen físico detecta en 1/3 de los pacientes esplenomegalia y manifestaciones neurológicas como hemiparesia y/o monoplejia. Las expresiones cardíacas son las de la lesión congénita o valvular de fondo. En más del 90% de los pacientes se detectan soplos cardíacos que pueden ser leves en intensidad y ser catalogados, en forma errónea, como inocentes o funcionales.

Endocarditis bacteriana aguda

El inicio es súbito, con una evolución progresiva donde la fiebre es elevada y a menudo intermitente, de 39.4 a 40.6 ºC. Las manifestaciones cutáneas, en particular las petequias, son frecuentes. En el 50% de los casos se desarrolla sin enfermedad cardíaca subyacente y se asocia a procesos piógenos de otra localización, a uso de fármacos intravenosos o de catéteres centrales de larga permanencia. Son comunes las manifestaciones embólicas particularmente en el sistema nervioso central y riñones.

La endocarditis bacteriana aguda puede presentarse en ausencia de soplos cardíacos, pero la aparición súbita, a los pocos días de haberse iniciado la enfermedad, de un nuevo soplo, especialmente si se trata uno de insuficiencia valvular, es muy sugestiva de destrucción de la válvula y se hace perentorio confirmar el diagnóstico. Estos cambios pueden evolucionar hacia una insuficiencia cardíaca congestiva, lo que requiere una substitución valvular inmediata.

Endocarditis derecha

Se asocia con el uso de fármacos intravenosos y de catéteres centrales y se manifiesta por embolias sépticas. Etiológicamente se relaciona con Staphylococcus aureus, bacilos gram-negativos (Pseudonoma aeruginosa) y hongos (Candida). Estos últimos se caracterizan por presentar hemocultivos negativos.

Endocarditis en Adictos a droga por vía parenteral

Pueden presentar tanto endocarditis izquierda como derecha, siendo la Tricuspide la válvula más afectada. Cursa Generalmente sin soplos, siendo frecuente los embolismos sépticos pulmonares. Estos aparecen en la radiogreafía de tórax como nódulos pulmonares que con frecuencia se cavitan. El manejo general es similar al de otros pacientes; es aconsejable conocer la situación frente a la infección por VIH y grado de hepatopatía por virus de la hepatitis B y C. Generalmente los gérmenes proceden de la piel y más raramente de la droga, como la Eikenella corrodens, germen que proviene de la boca humana, al masticar y disolver la heroina para después inyectársela. Con frecuencia presenta clínica de carácter agudo pero a pesar de la virulencia del cuadro y su germen responsable, que en otras circunstancias se asocia a mal pronóstico, la mortalidad con tratamiento adecuado es inferior al 10%.

Endocarditis valvular protésica

La EI es una de las complicaciones más graves que puede surgir en un paciente al que se le ha implantado material protésico, habitualmente valvular.

La presencia de datos de disfunción valvular, en particular un soplo causado por un escape paravalvular, es el dato clínico que nos ha de sugerir la existencia de una endocarditis. Generalmente se precisa ecografía transesofágica para su diagnóstico.

Dependiendo del tiempo de su aparición se divide en temprana y tardía.

  • EI protésica temprana: Aquella que ocurre en los primeros 12 meses tras cirugía de reemplazo valvular. Generalmente se debe a contaminación de la válvula durante la operación o a bacteriemia perioperatoria. La evolución es fulminante, causando disfunción valvular. Los gérmenes más habituales son estafilocóciccos causando más del 50%. El S. epidermidis, con frecuencia meticilina-resistente, es el microorganismo que se aísla con mayor frecuencia (25-35%) y el S. aureus es la causa en el 17-25% Los casos restantes son producidos por aerobios gramnegativos (15-20%), hongos (10-12%), difteroides (5-10%) y más rara vez por micobacterias atípicas, Legionellas, micoplasmas y Coxiella En un 5-10% los cultivos son negativos.
  • Figura_4_fmt

  • EI protésica tardía: La que afecta a partir de los 12 meses tras el reemplazo valvular. Tienen mejor pronostico, suelen estar causadas por agentes bacterianos propios de la comunidad, tales como S. viridans y enterococo y tener un curso clínico subagudo, superponible al de una endocarditis activa. Ocasionalmente se puede encontrar una endocarditis de carácter agudo, en la que está implicado S aureus.

Endocarditis en portadores MP/DAI

En general se comportan con clínica de carácter subaguda, suelen estar implicados estafilococos coagulasa negativos. Debe primar el diagnóstico etiológico y no hay necesidad habitual de tratamiento urgente. Ante la sospecha de infección de dispositivos cardíacos intracavitarios debe solicitarse directamente una ecografía transesofágica. Si se confirma la endocarditis debe realizarse la retirada de todo el sistema, raramente con carácter urgente. Se individualizará, en función de la dependencia del paciente y el tipo de estimulación, el momento de implantación de un nuevo MP y el tipo de sistema a implantar (endovenoso o epicárdico).

DIAGNÓSTICO

En ocasiones los síntomas y signos clásicos pueden faltar, dificultando el diagnóstico, por lo que se han establecido una serie de criterios que reúnan una sensibilidad y especificidad adecuadas. En todo caso es de gran importancia un alto grado de sospecha.

Los más actualizados son los criterios de Duke modificados, introducidos por Durack.

Criterios mayores

  1. Hemocultivos positivos para EI:
  2. Microorganismos típicos de EI en 2 hemocultivos separados: S. viridans; S. bovis; S. aureus ó Enterococcus adquiridos en la comunidad sin foco primario.
  3. Hemocultivos persistentemente positivos. Hemocultivos extraídos con más de 12 horas de separación 3/3 positivos ó la mayoría de 4 ó más hemocultivos separados (con 1 hora al menos entre el primero y el último).
  4. Evidencia de afectación endocárdica:
  5. Eco positivo: Vegetación en válvula ó próxima, ó en choque de turbulencia En material protésico en ausencia de explicación anatómica Absceso Nueva dehiscencia parcial de válvula protésica.
  6. Nueva regurgitación valvular (el soplo no es suficiente).

Criterios menores

Figura_5_fmt

  1. Predisposición: cardiopatía predisponente ó adicción a droga parenteral.
  2. Fiebre> 38º.
  3. Fenómenos vasculares: émbolos en arterias mayores, infartos pulmonares sépticos, aneurismas micóticos, hemorragia intracraneal, hemorragia conjuntival y lesiones de Janeway.
  4. Fenómenos inmunológicos: glomerulonefritis, nódulos de Osler, manchas de Roth y factor reumatoide.
  5. Ecocardiograma sugestivo sin hallazgo de criterios mayores.
  6. Hemocultivos sugestivos que no cumplen criterios mayores: positivos, excluyendo un solo hemocultivo con Staphylococcus coagulasa negativo y gérmenes no asociados a EI; Serología positiva a gérmenes asociados a EI.

Hemocultivo

El cultivo de sangre es la técnica diagnóstica más importante, por lo que su realización ha de ser minuciosa para detectar el germen entre numerosas posibilidades y excluir la contaminación cutánea.

  • Se deben obtener de 3 a 5 muestras para cultivo en diferentes punciones en las primeras 24 horas, y más si no crece el germen tras dos días de incubación Preparando cuidadosamente el lugar de punción, y sin importar la fase del ciclo febril ya que la bacteriemia es continua.
  • Si se sospecha infección concomitante debe realizarse cultivo en otras muestras: orina, esputo, LCR, líquido sinovial, médula ósea ó ganglios linfáticos, que pueden orientar en caso de fallo del hemocultivo.
  • La velocidad de sedimentación se eleva en más del 90% con hipergammaglobulinemia y reactantes de fase aguda. Está baja en caso de insuficiencia cardiaca, enfermedad renal ó poliglobulia. Se normaliza con la mejoría clínica y es útil como monitorización de la eficacia del tratamiento.
  • El factor reumatoide aumenta en el 25- 50% de los afectados y puede ayudar al diagnóstico cuando el cultivo es negativo. Pueden encontrarse inmunocomplejos circulantes elevados en algunos casos.
  • La anemia por enfermedad crónica es habitual; puede también ser hemolítica o causada por prótesis.
  • Suele haber leucocitosis, no significativa y leucopenia en casos muy agudos.
  • Si se produce microembolia con infartos renales ó glomerulonefritis por inmunocomplejos habrá hematuria con ó sin proteinuria.

TÉcnicas de imagen

Los hallazgos ecocardiográficos forman, junto con los hemocultivos, los pilares básicos del diagnóstico. En la actualidad un criterio diagnóstico mayor de endocarditis infecciosa es el hallazgo de vegetaciones, abscesos, pseudoaneurismas, dehiscencia protésica o de una regurgitación valvular de nueva aparición.

  • Puede determinar el lugar y extensión de las lesiones así como las dimensiones de las cámaras cardíacas inicial y evolutivamente. Además de las vegetaciones, detecta la extensión perianular de la infección (abscesos, pseudoaneurismas, fístulas) y otras complicaciones intracardíacas (rotura de cuerdas, derrame pericárdico, etc.), y, junto con el Doppler, valora la disfunción valvular, antes de su manifestación clínica, así como su repercusión hemodinámica. Estudia los aspectos morfológicos y dinámicos de la vegetación y su relación con el embolismo.
  • Su utilidad no es solo diagnóstica, influye en la decisión quirúrgica, muy útil en la evaluación postquirúrgica del enfermo y proporciona una idea sobre su pronóstico.

En algunos casos es necesaria la ecografía transesofágica para aumentar la sensibilidad. Deben conocerse las limitaciones de la ecocardiografía, incluida la transesofágica. La falta de hallazgo de vegetaciones no excluye totalmente su existencia ni la de endocarditis ya que muchos equipos no permiten la visión de lesiones menores de 2-3 mm, y a menudo no se encuentran en la fase inicial ni en pacientes con cardiopatías congénitas complejas.

PRONÓSTICO

En la actualidad la evolución depende de la gravedad de la cardiopatía previa, la existencia de material protésico, del germen causal, la precocidad del diagnóstico e instauración del tratamiento y el grado de compromiso cardiovascular y de otros órganos.

  • Existe en los casos debidos a Streptococcus sensible a penicilina diagnosticados precozmente una curación casi del 100%. Pero si los factores son desfavorables puede alcanzar una mortalidad elevada (75-90%). Siendo la mortalidad media del 25%.
  • Existe aumento en el riesgo de volver a padecer la enfermedad, tanto por los factores predisponentes existentes como por los daños residuales. La recurrencia puede ser precoz (en los 3 meses siguientes tras la finalización del tratamiento) ó tardía (después de 3 a 6 meses) y debe sospecharse ante la aparición de fiebre o de otros síntomas. El germen causante no es necesariamente el mismo.

TRATAMIENTO

La endocarditis se trata con antibióticos bactericidas por vía intravenosa que disminuyen los fracasos y las recurrencias. La duración es de 4-8 semanas, ya que los gérmenes están en el interior de la matriz de plaquetas y fibrina en grandes concentraciones, con tasas de metabolismo y división celular relativamente bajas y por ello con susceptibilidad disminuida a los betalactámicos y a otros antibióticos activos contra la pared celular.

Generalmente el tratamiento se inicia una vez conocido el germen responsable y se realiza según antibiograma. Si no es posible, hay que tener en cuenta que:

  • Las endocarditis sobre válvula nativa con curso agudo generalmente son estafilocócicas y las de curso subagudo estreptocócicas.
  • Las precoces sobre prótesis valvulares (menos de 12 meses tras cirugía) son generalmente producidas por Staph. epidermidis, y las tardías tienen un espectro similar a lasque se producen sobre válvula nativa.
  • La endocarditis por microorganismos gramnegativos del grupo HACEK deben tratarse con Ceftriaxona (100 mg/kg/d) durante 4 semanas.
  • La micótica tienen mal pronóstico y la mayoría precisan tratamiento quirúrgico. El tratamiento médico de primera elección es la Anfotericina B durante 6 semanas. Este antimicótico no penetra bien en las vegetaciones por lo que algunos autores recomiendan añadir 5-Fluorocitosina que actúa sinérgicamente. El Fluconazol puede ser útil en el caso de hongos susceptibles.
  • Las endocarditis con cultivo negativo se tratan durante 4-6 semanas con Ceftriaxona y Gentamicina, añadiendo Vancomicina en caso de sospechar una estafilococia.
  • El Linezolid se ha comenzado a utilizar con éxito en caso de gérmenes resistentes a Vancomicina.
  • El activador de plasminógeno tisular recombinante (alteplasa) como tratamiento coadyuvante al antibiótico en el caso de endocarditis con indicación relativa de cirugía en pacientes con alto riesgo quirúrgico, puede ser una alternativa en un futuro no muy lejano.

Es importante ante una endocarditis de carácter agudo, con signos de gravedad se deben obtener de urgencias 2-3 hemocultivos para comenzar a continuación el tratamiento antibiótico empírico y se tendrá presente una eventual necesidad de cirugía urgente. Por lo contrario, ante la sospecha de una subaguda primará el intentar obtener un diagnóstico bacteriológico antes de iniciar una terapia antibiótica

Tratamiento quirúrgico

Consiste en la extirpación de la válvula infectada e inserción de una prótesis. Las indicaciones para la cirugía son: Destrucción valvular con insuficiencia cardíaca progresiva, fallo del tratamiento médico en el control de la infección, endocarditis por hongos, absceso del anillo valvular, embolia a repetición, prótesis inestable, dehiscencia de la válvula protésica.

PROFILAXIS

Las actuales guías de práctica clínica de la AHA y la European Society of Cardiology han restringido de forma importante las indicaciones de profilaxis limitando la recomendación a los pacientes en mayor riesgo de sufrir endocarditis o en los que la enfermedad sería más grave y disminuyendo también los procedimientos para los que se recomienda la indicación. Esta situación, reflejada en las guías vigentes pone de manifiesto la necesidad de saber combinar los conocimientos científicos, la falta de evidencia sobre la profilaxis y el adecuado juicio clínico ante los pacientes.

Una razonable administración de la profilaxis debería considerar: el riesgo que implica la comorbilidad del paciente; el riesgo aparente de bacteriemia con el procedimiento; el riesgo potencial de reacciones adversas con el agente antimicrobiano utilizado; y el coste-beneficio de dicho régimen profiláctico.

Pacientes en los que se recomienda profilaxis

  • Portadores de prótesis valvular o material protésico utilizado para la reparación valvular.
  • Endocarditis previa.
  • Cardiopatías congénitas cianóticas no reparadas, incluyendo aquellos con shunts o conductos paliativos.
  • Cardiopatías congénitas reparadas de forma completa con material protésico (vía quirúrgica o percutánea) en los primeros 6 meses tras el procedimiento.
  • Cardiopatías congénitas reparadas con implante de material protésico y con defectos residuales en el lugar adyacente al del material protésico que evita la endotelización del mismo.
  • Receptores de transplante cardiaco con regurgitación valvular debida a una anomalía valvular estructural.

Procedimientos en los que se recomienda profilaxis

Todos los procedimientos odontológicos que conlleven manipulación del tejido gingival o región periapical del diente o perforación de la mucosa oral, excepto:

  • Maniobras de restauración con o sin retracción gingival.
  • Anestesia rutinaria.
  • Inyecciones a través de tejido no infectado.
  • Toma de radiografías dentales.
  • Colocación y extracción de aplicaciones ortodóncicas y postortodóncicas. Colocación de brackets.
  • Extracción de un diente dañado, no infectado.
  • Obturación de conducto radicular y su posterior reconstrucción.
  • Sangrado y trauma de labios y mucosa oral.
  • Colocación de goma de Dique.
  • Remoción de suturas y topicaciones con fluor).

Procedimientos del tracto respiratorio

  • Aquellos procedimientos invasivos del tracto respiratorio que conlleven la incisión o biopsia de la mucosa respiratoria, tales como adenoidectomía y/o amigdalectomía.
  • Si se va a realizar un procedimiento invasivo sobre el tracto respiratorio para tratar una infección establecida (drenaje de un absceso o empiema).

Procedimientos del tracto genitourinario (TGU) con infección activa en el mismo y si no se puede demorar el procedimiento mientras se trata

  • Cistoscospia o cualquier otra manipulación sobre el tracto GU en paciente con infección activa sobre el TGU y siempre que no se pueda posponer dicha exploración o manipulación hasta la curación de la misma que sería lo recomendado. Si el paciente presenta colonización del tracto genitourinario por enterococo es razonable el tratamiento antibiótico para erradicarlo antes.

referencias

  1. Durack D: Antibiotics for prevention of endocarditis during dentistry: time to scale back? Ann Intern Med 1998; 129: 829-830.
  2. Grupo de Trabajo de Endocarditis Infecciosa de la Sociedad Europea de Cardiología. Guía de práctica clínica sobre prevención, diagnóstico y tratamiento de la endocarditis infecciosa. Rev Esp Cardiol 2004; 57(10):952-62.
  3. Tornos Mª P, Miró JM: Endocarditis infecciosa. In Farreras – Rozman: Medicina Interna (decimooctava edición). 1995; 605-614.

Ictus

Resumen

Los ictus representan la segunda causa de muerte y el condicionante más importante de incapacidad permanente en el adulto. Se producen por un trastorno brusco de la circulación cerebral, y se manifiestan por síntomas variados, a menudo graves. El 80% de los ictus se produce por falta de riego sanguíneo cerebral, dando lugar a un infarto, mientras que los demás son hemorrágicos y se deben a la rotura de una arteria. Los factores de riesgo más importantes del ictus son la hipertensión arterial, la diabetes, el tabaquismo, la hipercolesterolemia y la fibrilación auricular. El 75% de los ictus se produce en personas mayores de 65 años. El ictus supone una situación de urgencia que requiere un diagnóstico médico rápido y atención neurológica precoz, preferentemente en unidades de ictus; ya que a medida que pasa el tiempo las posibilidades de recuperación se reducen. El tratamiento del infarto cerebral en fase aguda se basa en la trombolisis, mientras que la prevención secundaria utiliza antiagregantes plaquetarios o anticoagulantes. Como objetivos terapéuticos, lo fundamental es prevenir el aumento del hematoma en la hemorragia cerebral, mientras que en la hemorragia subaracnoidea la clave es evitar la reaparición de la hemorragia (resangrado) y el vasoespasmo. Tras el ictus, las técnicas de rehabilitación neurológica pueden mejorar muchos de los déficits neurológicos y reducir la gravedad de las secuelas. La farmacia asistencial, tanto a nivel hospitalario como comunitario, tiene un papel muy relevante en la prevención primaria y secundaria de los principales factores de riesgo, en la detección de síntomas sugerentes de un ictus y en el seguimiento farmacoterapéutico de los pacientes que lo han padecido.

 

INTRODUCCIÓN

Se denomina accidente cerebrovascular (ACV) o, preferiblemente, ictus a cualquier alteración aguda, transitoria o permanente, en el funcionamiento de una o varias zonas del encéfalo, como consecuencia de un trastorno de la circulación cerebral. Los AVC o ictus pueden clasificarse en dos grandes grupos: isquémicos y hemorrágicos. Aproximadamente, el 80-85% de todos los ictus es de naturaleza isquémica, mientras que el 15-20% son hemorrágicos (Martínez, 2012).

Dentro de la isquemia cerebral se incluyen todas las alteraciones del encéfalo secundarias a un trastorno (cualitativo o cuantitativo) del riego sanguíneo. Puede ser global cuando compromete a todo el encéfalo (parada cardiaca, hipotensión grave), o focal, si solamente afecta una zona del encéfalo, por ocluirse una arteria cerebral. Según la duración y las repercusiones estructurales producidas por la isquemia cerebral focal, se distinguen dos tipos fundamentales: el ataque isquémico transitorio y el infarto cerebral.

El ataque isquémico transitorio (AIT) se produce por un trastorno focal y breve del riego sanguíneo encefálico o retiniano, dando lugar a un déficit cuyos síntomas y signos revierten por completo en pocos minutos (casi siempre en menos de una hora) y sin que haya evidencia alguna de necrosis tisular o infarto. Por su parte, el infarto cerebral se produce por la alteración en el aporte circulatorio a una zona del encéfalo, dando lugar a un déficit neurológico que suele ser persistente, como expresión de una necrosis o infarto del tejido cerebral. El infarto cerebral puede clasificarse en función de muy diversas variables, como pueden ser el territorio arterial afectado, la topografía vascular, el tamaño de la arteria ocluida, la etiología o el mecanismo de producción. Dependiendo del tamaño de la arteria ocluida, se puede distinguir:

  • Infarto por afectación de vaso arterial grande. Se refiere a la afectación del tronco o las ramas principales de las arterias carótidas internas, arterias vertebrales o arteria basilar.
  • Infarto por afectación de vaso pequeño. Se refiere a la oclusión de arteriolas profundas y terminales, sin anastomosis. Dan lugar a infartos llamados lacunares, cuyo tamaño es inferior a 15 mm y cursan con síndromes característicos.

En la isquemia cerebral global se produce por el descenso rápido e intenso del flujo sanguíneo a todo el encéfalo, generalmente asociado a paro cardiaco, arritmia grave y prolongada o shock sistémico. Las lesiones afectan difusamente a ambos hemisferios cerebrales y, en casos graves, también al tronco cerebral y al cerebelo. Las manifestaciones clínicas van desde los síndromes por infarto en los territorios frontera de las grandes arterias hasta el estado vegetativo.

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Figura 1. Clasificación del ictus y principales subtipos (Martínez, 2012).

 

El ictus hemorrágico consiste en la extravasación de sangre dentro de la cavidad craneal, por la rotura de un vaso sanguíneo (arterial o venoso). Dependiendo de donde se produzca primariamente el sangrado, se distinguen dos tipos: la hemorragia intracerebral (HIC) y la hemorragia subaracnoidea (HSA). La HIC implica la aparición de sangre dentro del parénquima encefálico, provocada por rotura de una vaso sanguíneo encefálico – generalmente debido a hipertensión arterial –, mientras que HSA se debe a la extravasación de sangre directamente en el espacio subaracnoideo que rodea al cerebro, siendo la rotura de un aneurisma congénito su causa más frecuente.

EPIDEMIOLOGÍA

Incidencia, prevalencia y mortalidad

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2015), la incidencia1 promedio mundial del ictus se sitúa en torno a 200 casos anuales por cada 100.000 habitantes. La incidencia del ictus se incrementa de forma progresiva con cada década de vida a partir de los 55 años, ocurriendo más de la mitad de los casos en pacientes mayores de 75 años. La incidencia de ictus en la población con 55 años o más fue de 420-650 casos/100.000 habitantes/año, mientras que en el grupo de edad de 75-84 años era de 1.200-2.000 casos/100.000 habitantes/año. El 67-80% de los casos incidentes fueron ictus isquémicos, el 7-20% HIC y el 3-7% HSA.

En España, la incidencia global de ictus se encuentra entre 135 y 174 casos/100.000 habitantes/año, siendo 70 años la edad media a la que acontece el primer ictus en los varones y de 75 años en las mujeres. La prevalencia2 del ictus en mayores de 70 años en España es del 7-8% en varones y del 5-6% en las mujeres, siendo mayor en áreas urbanas (8-9%) que en la población rural (3-4%).

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el ictus representaba en España la segunda causa de muerte por entidades específicas y la primera en las mujeres, en 2014 (último año disponible); no obstante, en los últimos años se ha observado una disminución en la mortalidad por ictus, debida a la mejoría en las medidas de prevención secundaria y a los avances en la atención del ictus en fase aguda. En general, las enfermedades del sistema circulatorio son la primera causa de muerte (con un tasa de 253 fallecidos por cada 100.000 habitantes, año 2014), seguida de los tumores (237) y de las enfermedades del sistema respiratorio (94). Dentro del grupo de enfermedades circulatorias, las enfermedades isquémicas del corazón (infarto, angina de pecho…) y las cerebrovasculares ocupan el primer y segundo lugar en número de defunciones. No obstante, en ambos casos, se produjo un descenso de muertes respecto al año 2013 (del 2,5% y 1,0%, respectivamente). Por sexo, las enfermedades isquémicas del corazón fueron la primera causa de muerte en los varones (19.101) y la segunda en mujeres (13.463), mientras que las enfermedades cerebrovasculares fueron la primera causa en las mujeres (16.006) y la tercera en varones (11.573), tras el cáncer de broncopulmonar (17.194).

La mortalidad asociada al ictus durante el mes siguiente al ataque se ha estimado en un 23%, siendo superior para la hemorragia intracraneal (HIC; 42%) y la hemorragia subaracnoidea (HSA; 32%), y menor para el infarto cerebral (16%). Además de su elevada mortalidad, el ictus es uno de los condicionantes más importantes de discapacidad permanente en el adulto y la segunda causa de demencia tras la enfermedad de Alzheimer. Aproximadamente tres cuartas partes de los ictus afectan a mayores de 65 años, lo que, unido a las previsiones de envejecimiento poblacional y a la disminución en la mortalidad, plantea un importante problema socioeconómico, al incrementarse la prevalencia y discapacidad asociada al ictus. El 73% de los casos de dependencia en pacientes mayores de 65 años es consecuencia de un ACV.

Un elevado porcentaje de los pacientes que han sufrido un ictus queda con secuelas incapacitantes (parálisis, trastornos del habla, inestabilidad), lo que determina que hasta un 35-45% de los supervivientes tenga una dependencia parcial o completa para las actividades cotidianas, lo que genera un gasto sociosanitario importante. En este sentido, se estima que las repercusiones económicas del ictus implican un coste medio sanitario directo por paciente de unos 15.268 el primer año (el 70% en el periodo de hospitalización), aunque los costes indirectos y cuidados informales de los pacientes dependientes tras el ictus son muy superiores al gasto sanitario.

Factores de riesgo

Los principales factores de riesgo de ictus isquémico son:

  • No modificables: Edad, sexo femenino, raza/etnia y factores hereditarios
  • Modificables:
  • Bien documentados: Hipertensión arterial, tabaquismo, diabetes mellitus, dislipemia, estenosis carotídea, fibrilación auricular no valvular, cardiopatías (endocarditis infecciosa, fibrilación (flutter) auricular, prótesis valvulares, síndrome del seno enfermo, estenosis mitral, infarto de miocardio reciente, trombo en aurícula o ventrículo izquierdo, miocardiopatía dilatada, etc.), obesidad, terapia hormonal sustitutoria tras menopausia, anticonceptivos orales, ictus isquémico/AIT previo, sedentarismo y factores dietéticos.
  • Menos documentados o potencialmente modificables: Síndrome metabólico, consumo de drogas, alcoholismo, apnea/hipopnea obstructiva del sueño, migraña con aura, hiperhomocisteinemia, elevación de la lipoproteína a (Lpa), procesos inflamatorios o infecciosos y estados de hipercoagulabilidad sanguínea.

Por su parte, los principales factores de riesgo de ictus hemorrágico son:

  • Hemorragia intracerebral (HIC): Edad, hipertensión arterial, alcoholismo, anticoagulación y angiopatía amiloide.
  • Hemorragia subaracnoidea (HSA): Tabaquismo, edad, sexo femenino e hipertensión arterial.

En realidad, gran parte del riesgo para sufrir un ictus (isquémico o hemorrágico) se asocia con tan solo diez factores de riesgo, especialmente hipertensión arterial, tabaquismo, diabetes, sedentarismo, índice cintura-cadera patológico, consumo excesivo de alcohol, estrés y depresión, causas cardiacas, relación apolipoproteína B/A1 y dieta de riesgo). De los factores de riesgo modificables bien documentados, la hipertensión arterial (sistólica, diastólica o sistodiastólica) es el más importante, tanto para el infarto cerebral como para la HIC. En este sentido, los pacientes hipertensos tienen un riesgo de ictus de 3 a 5 veces mayor que los normotensos.

En los fumadores, el riesgo de ictus (isquémico y hemorrágico) es un 50% mayor que en los no fumadores. El consumo de tabaco se asocia a un riesgo 2-3 veces superior de ictus hemorrágico, sobre todo HSA, incrementándose de forma directamente proporcional al número de cigarrillos/día, pero también con la exposición pasiva al humo del tabaco.

Por su parte, la diabetes incrementa el riesgo entre 2,5 y 4 veces en los varones, y entre 3,6 y 5,8 veces en las mujeres; además, los diabéticos tienen una mayor predisposición para desarrollar aterosclerosis, y una prevalencia superior de hipertensión, dislipemia y obesidad. Una revisión sistemática y meta-análisis ha estudiado el efecto relativo de la diabetes en el riesgo de ictus en las mujeres en comparación con los hombres, agrupando los datos procedentes de 64 estudios de cohortes, en representación de 775.385 personas y 12.539 accidentes cerebrovasculares fatales y no fatales (Peters, 2014). Los resultados muestran que el riesgo relativo (RR) de ictus asociado con la diabetes fue de 2,28 (IC95% 1,93 a 2,69) en mujeres y de 1,83 (IC95% 1,60 a 2,08) en los hombres. Es decir, en comparación con los hombres con diabetes, las mujeres diabéticas tenían un mayor riesgo de accidente cerebrovascular, con un incremento del riesgo relativo del 27% (RR= 1,27; IC95% 1,10 a 1,46).

Se ha encontrado una relación directa entre niveles elevados de colesterol total y de colesterol unido a lipoproteínas de baja densidad (cLDL), y un mayor riesgo de ictus, sobre todo en menores de 45 años. El empleo de estatinas para normalizar los perfiles lipídicos reduce el riesgo relativo de ictus en un 21%. La ateromatosis carotídea es un factor de riesgo de ictus isquémico que se incrementa con el grado de estenosis (estrechamiento) arterial. Entre el 5% y el 10% de las personas mayores de 65 años presenta una estenosis carotídea asintomática que supera el 50%, motivo por el que su riesgo anual de ictus es del 1-3%.

El 20% de los ictus isquémicos es de origen cardioembólico y en la mitad de ellos el factor etiológico es la fibrilación auricular. Ésta es una forma de arritmia cardiaca que ocurre cuando las aurículas cardiacas fibrilan o “tiemblan”, debido a una elevada e irregular frecuencia de latidos (más de 300 por minuto, frente a los 60-100 fisiológicos en reposo). Aunque no se la suele considerar en sí misma como peligrosa, si persiste y no recibe un tratamiento adecuado, las complicaciones orgánicas pueden llegar a ser mortales, ya que la fibrilación de las aurículas provoca una reducción de la cantidad efectiva de sangre bombeada hacia los ventrículos, lo cual aumenta el riesgo de desarrollar un coágulo sanguíneo que, en el caso de desprenderse podría circular por el torrente sanguíneo. Una vez en éste, podría alcanzar un punto en que obturase un vaso (embolización), provocando un accidente cerebrovascular (el 15% de estos tienen su origen en una fibrilación auricular no tratada) o un infarto de miocardio, entre otros posibles cuadros de origen trombótico. De hecho, se estima que la fibrilación auricular incrementa entre 4 y 5 veces el riesgo de accidente cerebrovascular isquémico y de eventos embólicos sistémicos (Camm, 2010). En España, la prevalencia de fibrilación auricular es elevada (4,4%) en la población general mayor de 40 años, similar en varones y mujeres, incrementándose sensiblemente y de forma escalonada a partir de los 60 años. Se estima en más de 1 millón de pacientes con fibrilación auricular en la población española, de los que más de 90.000 están sin diagnosticar (Gómez Doblas, 2014).

Existe una relación inversa entre la actividad física y el riesgo de ictus (isquémico y hemorrágico) en ambos sexos. También algunos hábitos dietéticos como el consumo excesivo de sal, de grasas animales o los déficits de folato, vitamina B6 y vitamina B12 (que se asocian a hiperhomocisteinemia) se relacionan con un mayor riesgo de ictus. La homocisteína es un aminoácido azufrado que se origina en el metabolismo de la metionina; se trata de una molécula químicamente muy agresiva para el endotelio arterial y, de hecho, numerosos estudios han encontrado que el exceso de homocisteína plasmática (hiperhomocisteinemia) se asocia a un riesgo aumentado de enfermedad coronaria, vascular cerebral y periférica, independientemente de otros factores de riesgo convencionales, aunque la homocisteína interactúa con otros factores aterogénicos, como el tabaquismo, la hipertensión arterial y la diabetes. La causa principal de exceso de homocisteína plasmática es el déficit de ácido fólico, pero también son importantes el déficit de vitamina B6 y cobalaminas (B12), la insuficiencia renal y el hipotiroidismo, entre otros procesos patológicos.

El efecto del consumo elevado de alcohol sobre el riesgo de ictus es dependiente de la dosis y su ingesta elevada y continuada puede provocar hipertensión, coagulopatías y arritmias cardiacas. Más de 60 g/día de alcohol duplican el riesgo de ictus hemorrágico. La asociación entre obesidad y mayor riesgo de ictus puede deberse a su frecuente asociación con hipertensión, dislipemia, hiperinsulinemia e intolerancia a la glucosa; la obesidad abdominal (aumento del índice cintura-cadera) incrementa hasta 3 veces el riesgo de ictus isquémico, sobre todo en varones. Las apneas/hipopneas del sueño con desaturación de oxihemoglobina >4% se asocian también con un mayor riesgo de ictus.

El consumo de drogas es una causa cada vez más frecuente de ictus en adolescentes y adultos jóvenes. El abuso en el consumo de cualquier droga aumenta más de 6 veces el riesgo de ictus. La cocaína o el crack se asocian a un alto riesgo de infarto cerebral y de hemorragia intracerebral, y las anfetaminas o el éxtasis, con mayor riesgo de infarto cerebral, y hemorragias intracraneales y subaracnoideas. Los anticonceptivos hormonales aumentan el riesgo de ictus isquémico (en especial de trombosis venosa cerebral). El riesgo se relaciona particularmente con los formulaciones con altas dosis de estrógenos y es superior en las mujeres fumadoras y si presentan estados de trombofilia. La terapia hormonal sustitutiva aumenta el riesgo de ictus, lo que parece incrementarse en relación con la duración del tratamiento.

Desde hace tiempo se viene sospechando la existencia de una eventual relación entre la migraña y los accidentes cerebrovasculares hemorrágicos, pero los datos aislados son diversos e incluso contradictorios unos con otros. Para intentar aclarar esta importante cuestión, se llevó a cabo un metanálisis (Sacco, 2013) de 8 estudios (cuatro de cohortes y otros cuatro de casos y controles) que cumpliesen todos los requisitos de definidos, incluyendo en el meta-análisis un total de 1.600 accidentes cerebrovasculares hemorrágicos. La estimación del efecto ajustado agrupado general de accidente cerebrovascular hemorrágico en pacientes con migraña mostró un exceso de riesgo del 48% en comparación con el grupo control (RR= 1,48; IC95% 1,16 a 1,88; p= 0,002). El exceso de riesgo de accidente cerebrovascular hemorrágico en pacientes con migraña con aura fue del 62% (RR= 1,62; IC95% 0,87 a 3,03), pero no fue estadísticamente significativo (p= 0,129). En comparación con los sujetos control, el riesgo de accidente cerebrovascular hemorrágico fue un 55% mayor en las mujeres con cualquier migraña (RR= 1,55; IC95% 1,16 a 2,7; p= 0,003) y en las mujeres migrañosas menores de 45 años (RR= 1,57; IC95% 1,10 a 2,24; p= 0,012).

Un reciente estudio internacional de casos y controles realizados en 32 países de Asia, América, Europea, Australia, Oriente Medio y África, ha revelado algunos importantes aspectos relativos a los factores de riesgo asociados a los accidentes cerebrovasculares (isquémicos y hemorrágicos) que son modificables o tratable y, por tanto, pueden ser prevenidos mediante diversas acciones de salud pública (O’Donnell, 2016). En dicho estudio se recopilaron datos de pacientes que habían experimentado un accidente cerebrovascular agudo (dentro de los primeros cinco días tras el inicio de los síntomas y 72 h de la hospitalización), encontrándose que, globalmente, solo unos cuantos factores de riesgo potencialmente modificables estaban implicados en el 90% de los casos; sin embargo, se observaron notables diferencias regionales en cuanto a la importancia relativa que tenían dichos factores. Los factores de riesgo potencialmente modificables fueron hipertensión arterial, inactividad física regular, dieta inadecuada, elevado cociente de apolipoproteínas ApoB/ApoA1, factores psicosociales, tabaquismo, historial cardiovascular, consumo de alcohol y diabetes mellitus. En general, la hipertensión se asoció más frecuentemente a la hemorragia intracerebral que a la isquemia cerebral, mientras que el tabaquismo, la diabetes, las desregulación de las apolipoproteínas y el historial cardiovascular fue asociado más comúnmente con el accidente cerebrovascular isquémico.

ASPECTOS CLÍNICOS

El ictus implica una situación de urgencia que requiere un diagnóstico médico y un tratamiento precoces; es lo que en términos populares se refiere como un ataque cerebral (en inglés se utiliza el término stroke, con un sentido similar), haciendo énfasis en la súbita presentación de los síntomas, aunque no siempre estos son reconocidos fácilmente por el propio paciente.

Las manifestaciones clínicas de los accidentes cerebrovasculares (ACV) pueden ser muy variadas, dependiendo del tipo de ictus y sobre todo de la localización y el tamaño de la lesión cerebral; no obstante, hay una serie de síntomas y de signos clínicos que sugieren abiertamente la posibilidad de un ictus, entre los que son especialmente relevantes los siguientes:

  • Pérdida súbita de tensión muscular en la cara (con desviación o caída de un lado la boca), brazo y/o pierna de un lado del cuerpo.
  • Alteración brusca de la sensibilidad, con la aparición de una sensación de “acorchamiento u hormigueo” de la cara, brazo y/o pierna de un lado del cuerpo.
  • Alteración repentina del habla, con dificultad para expresarse.
  • Pérdida súbita de visión, parcial o total, en uno o ambos ojos
  • Dolor de cabeza de inicio instantáneo, de gran intensidad y sin causa aparente (golpes, etc.), diferente del dolor de cabeza habitual.
  • Vértigo intenso, inestabilidad, desequilibrio o caídas bruscas inexplicadas, especialmente si se acompañan de cualquiera de los síntomas antes descritos.

Lo más característico del ictus es que los mencionados síntomas se presentan de forma repentina, alcanzando su máxima intensidad en pocos segundos o minutos en la mayor parte de los casos; sin embargo, la evolución creciente de los síntomas puede darse a lo largo de varios horas tras su manifestación inicial en determinados casos, lo que sucede en el 50-70% de las hemorragias intracerebrales (debido al crecimiento del hematoma). En ocasiones, los síntomas pueden mejorar y llegar a desaparecer en pocos minutos u horas (accidente isquémico transitorio, AIT), aunque esta mejoría nunca debe tomarse necesariamente como signo de benignidad; de hecho, puede indicar un riesgo inminente de infarto cerebral.

La pérdida de fuerza muscular es el síntoma más frecuente en el ictus isquémico y en la hemorragia intracerebral, afectándose generalmente la mitad de un lado del cuerpo (cara, brazo, pierna), correspondiente al controlado por el hemisferio cerebral afectado, siempre contralateral. La debilidad en el hemicuerpo (hemiparesia) o pérdida total de fuerza (hemiplejia) puede predominar en el brazo o la pierna, o afectar a ambos por igual. La debilidad en la mitad de la cara provoca que la boca se desvíe hacia el lado sano, manifestación que se acrecienta cuando el sujeto quiere hablar.

La disminución o pérdida de sensibilidad también afecta a la mitad de un lado del cuerpo y suele acompañar en su distribución a la pérdida de fuerza muscular. El paciente nota la perdida de sensibilidad (hipostesia e hipoalgesia) como un adormecimiento o entumecimiento en el brazo, la pierna y la hemicara del mismo lado.

La disartria implica dificultad para articular las palabras (la sensación es como si el paciente estuviese ebrio), aunque las frases pronunciadas son correctas. Suele presentarse en ictus con lesiones en el cerebelo o el tronco cerebral. Por su parte, la afasia supone la dificultad o la imposibilidad para la expresión (afasia motora) o comprensión (afasia sensitiva) del lenguaje, y a veces para ambas funciones (afasia global). La afasia se produce por ictus localizados en el hemisferio cerebral dominante (el izquierdo en los diestros). Con frecuencia se acompaña de una hemiparesia derecha.

La amaurosis fugaz es una ceguera transitoria que afecta solo a un ojo. Aparece de forma brusca o como la caída de un telón y suele durar entre 1 y 5 minutos. Se produce como consecuencia de una isquemia de los vasos sanguíneos de la retina del ojo afectado y suele relacionarse con una estenosis intensa de la carótida interna del mismo lado del cuerpo (ipsilateral). La hemianopsia homónima es la perdida de la mitad del campo visual que afecta a ambos ojos, lo que suele manifestarse en el paciente tropezando con los objetos y personas en el lado del campo visual deficiente, ya que no suele darse cuenta del trastorno del campo visual. Se produce en ictus que lesionan la vía visual, siendo lo habitual en lesiones localizadas en el lóbulo occipital. La diplopía consiste en la percepción de imagen doble con la visión binocular; este síntoma suele desaparecer al cerrar uno de los ojos e indica un ictus en territorio vertebrobasilar; suele acompañarse de otros síntomas como inestabilidad, vértigo, etc. Finalmente, lo que se conoce como negligencia visuoespacial se debe a ictus localizados en el hemisferio cerebral derecho (dominante en los zurdos) que afectan al lóbulo parietal; los pacientes no reconocen la mitad izquierda de su cuerpo o del espacio a su izquierda, ni los déficits neurológicos que tienen en ese lado del cuerpo (anosognosia).

La disminución del nivel de conciencia es un signo de mal pronóstico en cualquier tipo de ictus. Suele indicar una lesión de gran tamaño, una afectación del tronco cerebral o la presencia de edema cerebral importante. Es más frecuente en los ictus de origen cardioembólico que en otros tipos de infarto. En la hemorragia subaracnoidea, la disminución del nivel de conciencia (o incluso coma) puede aparecer en casi la mitad de los pacientes.

Una cefalea de inicio súbito, en estallido y con máxima intensidad desde el principio es un síntoma típico en la hemorragia subaracnoidea y se suele acompañar de vómitos y rigidez de nuca. En las hemorragias intracerebrales de mayor tamaño también puede haber cefalea, pero nunca es tan intensa ni persistente como en la subaracnoidea; por otro lado, la cefalea es un síntoma muy infrecuente en el infarto cerebral.

Los síndromes de dolor crónico son comunes tras un accidente cerebrovascular, tal como quedó reflejado en un estudio (O’Donnell, 2013), en el que se determinó la prevalencia, los factores de riesgo y las consecuencias clínicas de los síndromes dolorosos aparecidos después del ictus. Con un seguimiento medio de 2,5 años, se incluyó a 15.754 participantes, de los cuales 1.665 (10,6%) presentaron un dolor crónico post-ACV (sin antecedentes dolorosos previos), de los que 431 (2,7%) experimentaron dolor post-ACV central, 238 (1,5%) dolor neuropático periférico, 208 (1,3%) dolor espástico y 136 (0,9%) dolor debido a una subluxación de hombro, registrándose más de una variedad de dolor en 86 de los participantes (0,6%). Entre los factores predictores de dolor post-ACV estaban el grado de severidad del ictus, el ser mujer, el consumo de alcohol, el uso de estatinas, la existencia de síntomas depresivos, la diabetes mellitus, la utilización de agentes antitrombóticos y la existencia de enfermedad vascular periférica. En general, la aparición de un síndrome de dolor crónico tras el ictus fue asociado con un mayor grado de dependencia (rr=2,16; CI95% 1,82 a 2,56); por su parte, la neuropatía periférica y el dolor espástico y el asociado a la subluxación de hombro se asociaron con declive cognitivo. En definitiva, los síndromes dolorosos crónicos parecen ser comunes después tras un accidente cerebrovascular isquémico y se asocian con aumento de la dependencia funcional y el deterioro cognitivo.

ETIOPATOGENIA

Aproximadamente el 25-30% de los ictus isquémicos es de naturaleza aterotrombótica, alrededor del 20% tiene origen cardioembólico, un 15-20% se debe a enfermedad de pequeño vaso y el 5-15% obedece a causas infrecuentes. En un 15-35% de los casos la etiología no llega a establecerse (Martínez, 2012).

En los trombóticos, la lesión isquémica se produce por la estenosis (estrechamiento) u oclusión trombótica de una arteria intracraneal o extracraneal (troncos supraaórticos) como consecuencia generalmente de la alteración aterosclerótica de su pared, por lo que este mecanismo suele también denominarse aterotrombótico. En el embólico, la oclusión arterial, habitualmente intracraneal, se produce por un émbolo originado en otro punto del sistema vascular: embolismo arterio-arterial (émbolo desprendido de la pared de una arteria que obstruye a otra arteria), embolismo corazón-arteria (trombo formado en el corazón que obstruye a una arteria) y embolismo paradójico, procedente de la circulación sistémica y si existe un defecto del tabique auricular. Finalmente, el mecanismo hemodinámico se produce por un bajo gasto cardiaco o hipotensión grave, en un territorio arterial cuyo segmento inicial esta ocluido o tiene una estenosis significativa. También puede producirse un ictus por mecanismo hemodinámico, en la región limítrofe de dos territorios arteriales principales; son los llamados infartos en territorio frontera. En resumen, según su tipo etiológico, los infartos cerebrales se clasifican en:

  • Infarto aterotrombótico. Debido a la aterosclerosis de una arteria importante. Supone un infarto cerebral de afectación cortical o subcortical y localización carotídea o vertebrobasilar, en el que se cumple, en ausencia de otra etiología, alguno de los 2 criterios siguientes:
  • Aterosclerosis con estenosis superior al 50% u oclusión de la arteria extracraneal correspondiente o de la arteria intracraneal de gran calibre (cerebral anterior, cerebral media, cerebral posterior o tronco basilar)
  • Aterosclerosis sin estenosis o con estenosis menor del 50% en las arterias extra- o intracraneales, en presencia de más de 2 de los siguientes factores de riesgo vascular: edad superior a los 50 años, hipertensión arterial, diabetes mellitus, tabaquismo o hipercolesterolemia
  • Infarto cardioembólico. Infarto de localización habitualmente cortical en el que se evidencia, en ausencia de otra etiología, alguna cardiopatía embolígena como: presencia de trombo intracardiaco, estenosis mitral reumática, prótesis aórtica o mitral, endocarditis, aneurisma ventricular izquierdo o acinesia tras infarto de miocardio, infarto agudo de miocardio reciente (menos de tres meses), hipocinesia cardiaca global o discinesia, fibrilación auricular, enfermedad del nodo sinusal
  • Enfermedad oclusiva de pequeño vaso arterial. Infarto lacunar. Infarto de pequeño tamaño (< 1,5 cm de diámetro) en el territorio de una arteria perforante cerebral, que suele ocasionar uno de los síndromes lacunares clásicos (hemiparesia motora pura, síndrome sensitivo hemicorporal puro, síndrome sensitivo-motor hemicorporal, hemiparesia atáxica o disartria-mano torpe), en paciente con antecedentes de hipertensión arterial u otros factores de riesgo vascular (sobre todo diabetes), en ausencia de otra etiología.
  • Infarto cerebral de causa infrecuente. Infarto de localización cortical o subcortical, en el territorio carotídeo o vertebrobasilar cuando se ha descartado el origen aterotrombótico, cardioembólico o lacunar. Entre las causas inhabituales están enfermedades sistémicas (conectivopatías, neoplasia, infección, alteración metabólica, de la coagulación, etc.), disección arterial, displasia fibromuscular, trombosis venosa cerebral o migraña, entre otras
  • Infarto cerebral de origen indeterminado. Infarto de localización cortical o subcortical, en el territorio carotídeo o vertebrobasilar, por una causa desconocida tras descartar un origen aterotrombótico, cardioembólico, lacunar y de causa infrecuente; es frecuente que coexista más de una posible etiología o que no se conozca ésta por no haberse realizado un estudio completo.

Por su parte, los ictus hemorrágicos se producen como consecuencia de la rotura espontanea de un vaso sanguíneo intracraneal, arterial o venoso.

  • Hemorragia intracerebral (HIC). Puede ser primaria o secundaria. Las primarias son las más frecuentes (80%) y están en relación con vasos normales cuya pared se ha debilitado como consecuencia de un proceso degenerativo. Las secundarias se deben a tumores, malformaciones vasculares o arteriopatías, entre otras causas, que provocan la rotura de vasos anormales, o por alteraciones en el sistema de coagulación.
  • La causa más frecuente de HIC es la hipertensión arterial (60% de los casos) y después la angiopatía amiloidea cerebral. El consumo excesivo de alcohol es otro factor de riesgo, así como el de cocaína o de anfetaminas. Una causa importante de hemorragia son las alteraciones de la coagulación inducidas por fármacos antitrombóticos, sobre todo los anticoagulantes orales (ACO) y fibrinolíticos como el activador tisular del plasminógeno de origen recombinante (alteplasa, rtPA), pero también con los antiagregantes plaquetarios, todos ellos utilizados en el tratamiento o la prevención de los ictus isquémicos. Las coagulopatías congénitas, como la hemofilia, o las adquiridas, como la purpura trombocitopénica idiopática, representan menos del 10% de todas las HIC.
  • Causas menos frecuentes de HIC son las malformaciones vasculares, sobre todo las arteriovenosas y los cavernomas, las arteriopatías inflamatorias y los tumores (glioblastoma, metástasis de melanoma, etc.). En los hematomas profundos y en los cerebelosos la etiología más frecuente es la hipertensiva.
  • Hemorragia subaracnoidea (HSA). La causa más frecuente de la hemorragia subaracnoidea espontanea primaria (alrededor del 85% de los casos) es la rotura de un aneurisma congénito. Otras causas, mucho más infrecuentes, son vasculopatías inflamatorias (aneurismas micóticos, angeítis primaria y otras vasculitis) y no inflamatorias de las arterias intracraneales (disección arterial, malformaciones vasculares), trombosis venosa cerebral, tumores, coagulopatías, abuso de drogas (cocaína, anfetaminas), fármacos antitrombóticos, simpaticomiméticos, etc.

PRONÓSTICO

En los pacientes con infarto cerebral, la mortalidad en el primer mes se sitúa en un 15-20%, lo que depende fundamentalmente de la localización y el tamaño del infarto, así como del desarrollo de edema cerebral. A los 6 meses del ictus, el 40-50% de los pacientes será total o parcialmente dependiente. Entre los factores predictivos de mortalidad intrahospitalaria se encuentran la edad avanzada, la gravedad inicial del ictus, la hipertermia, la hiperglucemia, la fibrilación auricular, la insuficiencia cardiaca, la coronariopatía y la presencia de estenosis u oclusión carotídea. Respecto a la etiología, los ictus de origen cardioembólico tienen una mayor mortalidad y peor evolución funcional, mientras que los infartos lacunares son los de mejor pronóstico. Los accidentes isquémicos transitorios (AIT) representan el factor de riesgo más importante sobre la inminencia de un infarto cerebral, por lo que su diagnóstico y tratamiento precoz son esenciales. El 10-20% de los pacientes que han tenido un AIT sufrirá un infarto cerebral en los 3 meses siguientes, aconteciendo la mitad de ellos en las primeras 48 horas. El riesgo de infarto cerebral tras un AIT es del 25-35% a los 5 años.

El daño cerebral es, en general, difícil de cuantificar y para ello se usan escalas de puntuación en base al déficit que presenta el paciente en la exploración neurológica o bien escalas que cuantifican el grado de discapacidad. Las principales escalas que estratifican el daño neurológico en el ictus isquémico son la Escala de Infarto del Instituto Nacional de Salud (National Institute of Health Stroke Scale, NIHSS) para una valoración inmediata tras el ictus y la Escala Rankin modificada (modified, Rankin Scale, mRS) para la valoración de la discapacidad, los 90 días tras la estabilización del paciente.

La escala NIHSS se realiza de forma sistemática en la cabecera del paciente con IIA. La puntuación obtenida, entre 0 y 30, es la suma de las puntuaciones de 11 ítems de la exploración neurológica. Cada ítem (funciones superiores, nivel de consciencia, lenguaje, motilidad, sensibilidad, etc.) recibe una puntuación entre 0 y 4 puntos, en función del grado de déficit presentado. Esta escala es ampliamente utilizada y de obligada realización en la valoración inicial del ictus isquémico, para la administración del tratamiento fibrinolítico.

Por su parte, la escala mRS varía de 0 a 6 puntos y valora el grado de discapacidad funcional y dependencia del paciente, de tal forma que un paciente con 0 puntos correspondería a la total independencia en las actividades básicas sin ningún déficit; 1 punto a la total independencia con algún déficit no limitante; 2 puntos a la leve discapacidad que no permite hacer alguna actividad previa aunque vive sin supervisión; 3 puntos a la moderada discapacidad requiriendo ayuda para actividades básicas y capaz de caminar independientemente; 4 puntos a la grave discapacidad con necesidad de ayuda para actividades básicas de la vida diaria e incapaz de caminar sin ayuda; 5 puntos a estar confinado en cama y/o con cuidados continuos; y 6 puntos al fallecimiento. Desde hace décadas esta escala ha sido clásicamente utilizada como objetivo primario en los principales estudios en neurología vascular.

El tamaño del hematoma, la edad avanzada, la disminución del nivel de conciencia, la gravedad del déficit neurológico, el volumen del edema cerebral, la hidrocefalia y la presencia de sangre intraventricular son factores de mal pronóstico en los cuadros de hemorragia intracerebral (HIC). De todos ellos, el factor predictivo más importante de mal pronóstico es el volumen del hematoma. Una HIC supratentorial con volumen mayor de 60 mL tiene una mortalidad del 90%, frente al 20% si el volumen es menor de 30 ml. Globalmente, la HIC tiene una mortalidad del 30-50% en el primer mes, quedando una importante discapacidad en el 40-50% de los supervivientes. En la HIC, el hematoma aumenta de tamaño en un 50-70% de los casos a lo largo de las primeras horas y es la causa de deterioro neurológico precoz. Respecto a la etiología, las HIC secundarias al tratamiento con anticonceptivos orales y a la trombolisis tienen peor pronóstico y mayor mortalidad, posiblemente por el crecimiento precoz del hematoma. Los hematomas localizados en el tronco cerebral y el cerebelo tienen peor pronóstico que los hemisféricos.

En términos generales, la mortalidad de la hemorragia subaracnoidea (HSA) oscila entre el 40% y el 50%, aconteciendo el 90% de las muertes a lo largo del primer mes. La disminución inicial del nivel de conciencia o el estado de coma, la presencia de déficits neurológicos focales, la edad avanzada y las crisis epilépticas son factores de peor pronóstico. Sin embargo, los principales condicionantes de la elevada morbimortalidad en la HSA son el vasoespasmo y el resangrado. El periodo de mayor riesgo para el resangrado ocurre en las primeras 24 horas (sobre todo entre las 3 y las 12 horas), siendo el riesgo a lo largo de las 2 primeras semanas del 20%. Condiciona una mortalidad del 50-70%. El vasoespasmo suele aparecer entre el tercer y el quinto día después de la HSA, siendo máximo el riesgo durante la segunda semana. El vasoespasmo es sintomático en el 30% de los casos.; de hecho, un 15-20% de los pacientes con HSA presenta un infarto cerebral o fallece por el vasoespasmo. El volumen del sangrado es el principal predictor del vasoespasmo.

Hasta hace pocos años, se consideraba que la mortalidad a largo plazo en los pacientes que habían experimentado un accidente cerebrovascular en edades tempranas no estaba relacionada con éste. Un ensayo clínico prospectivo de cohortes de pronóstico después de un ataque isquémico transitorio (AIT), ictus isquémico o ataque hemorrágico en adultos de 18 hasta 50 años (Rutten-Jacobs, 2013), evaluó el estado de supervivencia de 959 pacientes consecutivos con un primer AIT (n = 262), ictus isquémico (n = 606), o hemorragia intracerebral (n = 91), con un seguimiento medio de 11,1 (± 8,7) años (mediana 8,3; intervalo intercuartílico 4,0-17,4). La mortalidad observada se comparó con la mortalidad esperada a partir de las tasas de mortalidad en la población general con la misma edad, sexo y año del calendario. Al final del seguimiento, 192 pacientes (20,0%) habían fallecido. Entre los supervivientes a los 30 días después del accidente cerebro vascular, el riesgo de muerte acumulado a 20 años fue de 24,9% (IC95% de 16,0 a -33,7%) de AIT, del 26,8% (IC95% de 21,9 a 31,8%) para el accidente cerebrovascular isquémico, y del 13,7% (IC95% de 3,6% a 23,9%) para la hemorragia intracerebral. La mortalidad observada fue mayor en comparación con la mortalidad esperada (tasa de mortalidad estandarizada [TME]=2,6; IC95% de 1.8 a 3.7] para el AIT, 3,9 [IC95% de 3,2 a 4,7] para el accidente cerebrovascular isquémico y 3,9 [95% CI, 1.9-7.2 para la hemorragia intracerebral, respectivamente). Para el accidente cerebrovascular isquémico, la tasa de mortalidad acumulada a 20 años entre los supervivientes a los 30 días fue mayor en los hombres que en las mujeres (33,7% [IC95% de 26,1% a 41,3%] frente al 19,8% [IC95% de 13,8% a 25,9%]). La TME fue 4,3 (IC95% de 3,2 a 5,6) para las mujeres y 3,6 (IC95% de 2,8 a 4,6) para los hombres. Para todos los subtipos etiológicos de ictus isquémico, la mortalidad observada superó la mortalidad esperada.

TERAPÉUTICA

Objetivos generales

Actualmente, el principal objetivo del tratamiento es reducir la gravedad de los déficits neurológicos producidos por el ictus y evitar su progresión, prevenir y tratar el desarrollo de complicaciones neurológicas y sistémicas, y evitar las recurrencias. En definitiva, se busca optimizar la evolución funcional del paciente, evitando la aparición de secuelas invalidantes o haciendo que las que persistan sean lo menos grave e interfieran lo menos posible en su vida cotidiana. Obviamente, esto requiere que tanto el diagnóstico como el tratamiento sea lo más precoces posible.

Tipos de tratamientos y criterios de selección

Como criterio general, todo paciente con un ictus en fase aguda debe ser ingresado lo más precozmente posible en una unidad específica de ictus y, si ello no fuese posible, en un servicio hospitalario de neurología. Las medidas generales de tratamiento tienen como objetivo fundamental prevenir y controlar las complicaciones neurológicas y sistémicas que puedan presentarse; estas medidas se basan en el control de los trastornos de la deglución, vigilancia hidroelectrolítica, prevención de escaras y trombosis venosa profunda, complicaciones cardiacas, etc., y medidas farmacológicas para el control del edema cerebral, las alteraciones de la presión arterial, la hipertermia o la hiperglucemia.

En el ictus isquémico, el tratamiento en fase aguda tiene como objetivo primario restablecer o mejorar la perfusión cerebral e intentar recuperar el tejido cerebral sometido a isquemia que siga siendo funcionalmente viable. En la hemorragia intracerebral se pretende evitar el crecimiento del hematoma y en la hemorragia subaracnoidea prevenir o tratar el vasoespasmo y evitar la reaparición de la hemorragia (resangrado).

Tras la fase aguda, las medidas terapéuticas de prevención secundaria tienen una especial importancia en los pacientes con ictus isquémico, y se apoyan en el control de los factores de riesgo, el tratamiento antitrombótico y las técnicas de revascularización carotídea. En los pacientes con hemorragia subaracnoidea, la prevención de nuevos sangrados requiere eliminar de la circulación cerebral cualquier aneurisma o formación aneurismática, mediante técnicas quirúrgicas o endovasculares, mientras que en la hemorragia intracerebral es determinante la identificación y el control del factor etiológico responsable de la hemorragia, que en la mayoría de los casos es la hipertensión arterial.

Farmacoterapia

Ictus isquémico

El tratamiento durante la fase aguda tiene busca mejorar o restablecer el flujo sanguíneo cerebral en el territorio afectado, para intentar recuperar las áreas cerebrales isquémicas potencialmente viables y reducir los déficits neurológicos. Para ello se usan antitrombóticos y trombolíticos. En los pacientes con infarto cerebral agudo de menos de 4,5 horas de evolución se utiliza la terapia trombolítica, se recomienda el tratamiento con alteplasa (rtPA; Actilyse®) intravenosa (iv), siempre que se cumplan los criterios aprobados para recibir el tratamiento. El 10% de la dosis total se administra en bolo durante un minuto y el resto de la dosis en infusión continua durante una hora. Los pacientes tratados con alteplasa no deben recibir fármacos antitrombóticos en 24 horas y el principal riesgo son las complicaciones hemorrágicas. A pesar de las indicaciones generales, hoy en día no se considera la edad >80 años un factor de exclusión absoluto para el tratamiento trombolítico. Los beneficios de la alteplasa son mayores cuanto más precozmente se administre el tratamiento. La aplicación de ultrasonidos sobre la arteria ocluida durante la infusión de alteplasa mejora la tasa de recanalización arterial y la evolución de los pacientes.

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Figura 2. Algoritmo de tratamiento en el ictus isquémico. AAS: ácido acetilsalicílico; HBPM: heparinas de bajo peso molecular; HNF: heparinas no fraccionadas; iv: intravenoso; rtPA: activador tisular recombinante del plasminógeno (Alteplasa); DPR LR: dipiridamol de liberación retardada.

En los pacientes con infarto cerebral que no sean candidatos para alteplasa por tener una evolución >4,5 horas pero con tejido salvable o con contraindicación para trombolisis iv, puede ser aplicable la trombolisis intraarterial, siendo la ventana terapéutica de 6 horas para el territorio carotídeo y de hasta 24 horas para el territorio vertebrobasilar.

En cuanto al tratamiento antitrombótico, el empleo de ácido acetilsalicílico (AAS) (300 mg/día) dentro de las primeras 48 horas del infarto cerebral agudo, se asocia a una reducción de recidivas precoces y de mortalidad, aunque en los pacientes tratados con trombolisis, debe retrasarse al menos 24 horas el uso de cualquier antitrombótico. Un reciente metanálisis que agrupó a 15.778 participantes en 12 ensayos clínicos controlados (Rothwell, 2016), ha encontrado que el AAS reduce el riesgo de accidente cerebrovascular isquémico recurrente a las seis semanas en un 60% (hazard ratio, HR= 0,42; IC95% 0,32 a 0,55; p<0,0001) y de accidente cerebrovascular isquémico fatal o discapacitante en un 70% (HR= 0,29; IC95% 0,20 a 0,42; p<0,0001). El efecto del AAS sobre el accidente cerebrovascular isquémico recurrente temprano se debió en parte a una reducción sustancial de la gravedad, pero estos efectos fueron independientes de la dosis, las características del paciente, o la etiología de AIT o ictus.

Por el contrario, la combinación de dipiridamol más AAS vs. AAS solo no tuvo ningún efecto sobre el riesgo o la gravedad del accidente cerebrovascular isquémico recurrente dentro de las 12 semanas (HR= 0,90; IC95% 0,65 a 1,25; p=0,53), aunque el dipiridamol redujo el riesgo a partir de entonces (HR= 0,76; IC95% 0,63 a 0,92; p=0,005) y, en particular, de accidente cerebrovascular isquémico fatal o discapacitante (HR= 0,64; IC95% 0,49 a 0,84; p=0,001).

Estos datos confirman que el tratamiento farmacológico reduce sustancialmente el riesgo de accidente cerebrovascular recurrente temprano después de un AIT y accidente cerebrovascular menor e identifica al AAS como la intervención clave durante las primeras semanas después del infarto cerebral; asimismo, también enfatizan que el beneficio del AAS disminuye con el uso a largo plazo y, por el contrario, la demostrada utilidad a largo plazo del dipiridamol implica que la comprensión de los mecanismos antiagregantes y su implicación sobre la prevención secundaria del ictus isquémico no es todo lo profunda que se creía.

La anticoagulación en la fase aguda del ictus solo está indicada en los pacientes con infartos por trombosis venosa cerebral, recomendándose la heparina no fraccionada con dosis ajustada (tiempo parcial de tromboplastina activada del doble del control) o heparina de bajo peso molecular (dosis de anticoagulación plena).

El tratamiento cerebroprotector tiene como objetivo evitar o retrasar las alteraciones que, a nivel celular y molecular, subyacen a la fisiopatología de la isquemia cerebral y así inhibir los mecanismos responsables del daño por isquemia y reperfusión cerebral. Por ello, una de las estrategias testadas con el objetivo de aumentar la seguridad y la ventana terapéutica de la alteplasa es su asociación con agentes neuroprotectores. En este sentido, existen evidencias clínicas y experimentales de que el ácido úrico tiene propiedades neuroprotectoras en situaciones de isquemia cerebral, gracias a su potente acción antioxidante y además se sabe que la administración intravenosa de AU a voluntarios sanos está libre de efectos adversos.

Un estudio clínico (URICO-ICTUS; Llull, 2015) realizado sobre 206 mujeres y 205 varones con ictus isquémico a los que se administró 1 g de ácido úrico o placebo conjuntamente con la trombolisis, valorándose sus efectos al cabo de 90 días con la escala Rankin modificada (mRS). Los resultados mostraron que el tratamiento con ácido úrico dobló la tasa de resultados excelentes frente al placebo (OR=2,09; IC95% 1,05 a 4,14; p<0,001) en las mujeres, pero no ocurrió así en los varones (OR=0,999; IC95% 0,52 a 1,93; p=0,997)

Por el contrario, el estudio ICTUS (Dávalos, 2012), en el que se emplearon 2 g/día de citicolina3 (Somazina®, Numatol®, EFG) durante 6 semanas, iniciado en las primeras 24 horas del inicio de los síntomas de infarto cerebral, no pudo confirmar los resultados beneficiosos observados en trabajos previos, aunque el análisis de subgrupos parece sugerir que la citicolina podría ser beneficiosa en los pacientes >70 años, con ictus de moderada gravedad y no tratados con alteplasa.

La prevención secundaria del ictus isquémico tiene como objetivo evitar o reducir el riesgo de recurrencias, aunque el tratamiento antitrombótico específico depende de la etiología de la isquemia. Los antiagregantes plaquetarios constituyen el tratamiento de elección en los pacientes que han sufrido una isquemia cerebral (infarto cerebral o AIT) de origen no cardioembólico. El tratamiento antiagregante plaquetario se asocia a una reducción del riesgo de eventos vasculares graves del 22% y de ictus no mortal del 28%. Los fármacos antiagregantes más utilizados son el ácido acetilsalicílico (AAS®, Adiro®, Bioplak®, Tromalyt®, EFG), el clopidogrel (Iscover®, Plavix®, EFG), la ticlopidina (Tiklid®, EFG) y el triflusal (Disgren®, EFG).

En pacientes con infarto cerebral o AIT, el tratamiento con AAS (dosis de entre 50 y 1.200 mg/día) se asocia a una disminución del riesgo de ictus, infarto de miocardio o muerte por causa vascular del 13%, respecto a placebo. El clopidogrel (75 mg/día), en pacientes con historia de enfermedad aterotrombótica sintomática (coronaria, cerebral o periférica), reduce el riesgo de eventos vasculares graves en un 8,7%, frente al AAS (325 mg/dia), con un menor riesgo de hemorragias digestivas pero una tasa superior de diarreas y reacciones dermatológicas. La ticlopidina ha sido desplazada por el clopidogrel debido al riesgo de neutropenia grave (1-2%) y de púrpura trombocitopénica trombótica. El triflusal (600 mg/dia) ha mostrado una eficacia similar al AAS (325 mg/día) en la reducción del riesgo de eventos vasculares graves, pero con un riesgo menor de úlcera gastroduodenal y de complicaciones hemorrágicas.

Tanto el AAS (50 a 300 mg/dia) como el clopidogrel (75 mg/dia) o el triflusal (600 mg/dia) en monoterapia, pueden considerarse como fármacos de primera elección en la prevención secundaria del ictus no cardioembólico. No se recomienda asociar AAS + clopidogrel, ya que se incrementa el riesgo de complicaciones hemorrágicas graves.

Los anticoagulantes orales de tipo cumarínico (antagonistas de vitamina K), la warfarina (Aldocumar®) y el acenocumarol (Sintrom®), son el tratamiento de elección en la isquemia cerebral de origen cardioembólico. En pacientes con fibrilación auricular e historia de isquemia cerebral, la warfarina reduce el riesgo de ictus en un 68% en comparación con el placebo y en un 39% respecto al tratamiento antiagregante convencional, aunque con un aumento del riesgo de hemorragia grave del 1%. La intensidad óptima de la anticoagulación para la prevención del ictus cardioembólico se situa en la mayoría de las cardiopatías en un INR (international normalized ratio) de entre 2,0 y 3,0.

Para la prevención del ictus isquémico y el embolismo sistémico en pacientes con FA no valvular, se dispone en la actualidad de los anticoagulantes orales no cumarínicos, con mecanismos de acción diferentes al antagonismo de la vitamina. En concreto, se trata de los inhibidores directos de la trombina, como el dabigatrán (Pradaxa®) y los inhibidores del factor X activado (Xa): rivaroxabán (Xarelto®), apixabán (Eliquis®) y edoxabán (Lixiana®).

Una de las principales ventajas de estos nuevos anticoagulantes es no requerir la realización de controles de la coagulación, lo que previsiblemente podría optimizar la adherencia al tratamiento. El dabigatrán puede utilizarse a dosis baja (110 mg, 2 veces/día) o a dosis alta (150 mg, 2 veces/día); habiéndose sugerido que la dosis baja, con una eficacia similar a la warfarina y menor riesgo hemorrágico, podría estar indicada en los pacientes con mayor riesgo hemorrágico, mientras que la dosis alta, con eficacia algo superior a la warfarina y similar riesgo hemorrágico, tendría una indicación más apropiada en pacientes en los que se estime un riesgo cardioembólico especialmente elevado.

El idarucizumab (Praxbind®) es un fragmento de anticuerpo monoclonal (Fab) humanizado que se une al dabigatrán con una elevada afinidad, formando un complejo estable que impide la acción anticoagulante del dabigatrán sobre la trombina (Factor II). El medicamento ha sido autorizado para su uso en pacientes adultos tratados con dabigatrán cuando se necesita una reversión rápida de sus efectos anticoagulantes para intervenciones quirúrgicas de urgencia o procedimientos urgentes, o en el caso de hemorragias potencialmente mortales o no controladas.

Por lo que respecta al edoxabán, en el ensayo clínico ENGAGE AF-TIMI 48 (Giugliano, 2013) se estudió el efecto de dos posologías de edoxabán vs. warfarina en 21.105 adultos (≥21 años) con fibrilación auricular de riesgo moderado o alto, de origen no valvular, durante al menos un año, estuviesen o no tratados previamente con anticoagulantes o antiagregantes plaquetarios. Los resultados obtenidos en la prevención del ictus y de la embolia sistémica en pacientes con fibrilación auricular no valvular mostraron una tasa anualizada y combinada de ictus y acontecimientos embólicos sistémicos de 1,61% por año con edoxabán 30 mg, de 1,18% con la dosis de 60 mg y de 1,50% con warfarina, siendo la diferencia favorable entre la dosis de 60 mg de edoxabán y la warfarina estadísticamente significativa, aunque no fue considerada superior a warfarina (solo no inferior), ya que el límite superior del intervalo de confianza para el 97,5% (IC97,5%) de la tasa de riesgo (HR) estaba por debajo del margen de no inferioridad previamente establecido.

Un metanálisis (Bruins, 2013) ha indicado que los inhibidores del factor Xa reducen significativamente el número de accidentes cerebrovasculares y de eventos embólicos sistémicos en comparación con warfarina en los pacientes con fibrilación auricular. Los inhibidores del factor Xa también parecen reducir el número de hemorragias y hemorragias intracraneales graves en comparación con warfarina, aunque las pruebas de una reducción de las hemorragias graves son menos consistentes.

Actualmente no existen pruebas definitivas para determinar qué inhibidor del factor Xa es más efectivo y más seguro para el tratamiento anticoagulante a largo plazo en pacientes con fibrilación auricular, debido a que aún no se realizaron estudios directos entre ellos. Tampoco se han encontrado (Providência, 2014) diferencias significativas entre los inhibidores de la trombina y los del Factor Xa, o entre regímenes posológicos cada 12 o 24 h, registrándose incluso en determinados grupos peores resultados que con warfarina. Sea como fuere, no hay datos que avalen que el edoxabán presenta un mejor perfil terapéutico o de seguridad que el rivaroxabán y el apixabán (Cuéllar, 2016). En general, puede afirmarse que los nuevos anticoagulantes reducen el riesgo de ictus y de embolia sistémica en comparación con warfarina, aunque la diferencia en el accidente cerebrovascular isquémico es muy pequeña (Lin, 2015).

Las hemorragias inducidas por los anticoagulantes orales son, como se ha visto, el factor más limitante de su uso. Por ello, se han desarrollado diversas técnicas para revertir esa condición. En concrento, para los pacientes con hemorragias importantes relacionadas con antagonistas de la vitamina K (acenocumarol, warfarina), se sugiere una reversión rápida de anticoagulación con un concentrado del complejo de protrombina en lugar de plasma y, adicionalmente, 5 a 10 mg de vitamina K administrados por vía intravenosa lenta.

Para los nuevos anticoagulantes no existían hasta hace poco ningún procedimiento específico de reversión de la hemorragia. La mayoría de las guías clínicas recomendaban la administración de carbón activado, si la ingesta oral del medicamento es reciente, junto con un tratamiento de soporte y una atención especial para mantener la perfusión renal y la producción de orina, debido a que la mayoría de estos fármacos se elimina principalmente por vía renal; incluso, si el paciente está hemodinámicamente estable, la hemodiálisis puede ser considerada en caso de sobredosis. Por otro lado, actualmente se dispone de preparados con complejos de protrombina o de complejo coagulante antiinhibidor (Feiba®), que han demostrado in vitro su potencial en esta indicación; sin embargo, es cierto que la evidencia clínica de su utilidad en este caso es débil y, por otro lado, estos productos tienen un claro efecto protrombótico que tiene que ser cuidadosamente sopesado en función del estado clínico de cada paciente.

Recientemente, se ha comercializado el idarucizumab (Praxbind®), un fragmento de anticuerpo monoclonal (Fab) humanizado que se une al dabigatrán con una elevada afinidad, formando un complejo estable que impide la acción anticoagulante del dabigatrán sobre la trombina (Factor II). El medicamento ha sido autorizado para su uso en pacientes adultos tratados con dabigatrán cuando se necesita una reversión rápida de sus efectos anticoagulantes para intervenciones quirúrgicas de urgencia o procedimientos urgentes, o en el caso de hemorragias potencialmente mortales o no controladas. El efecto reversor del idarucizumab sobre el efecto anticoagulante del dabigatrán tarda apenas 5 o 6 minutos en manifestarse tras su administración y se mantiene durante al menos 72 horas. No obstante, el beneficio clínico derivado de dicha reversión depende en gran manera de la situación patológica subyacente de cada paciente y de la gravedad de sus enfermedades y, en su caso, del cuadro hemorrágico (Cuéllar, 2016).

Un amplio metanálisis (Wang, 2014) ha demostrado que las estatinas reducen en un 20% la incidencia global de ictus en relación al placebo (odds ratio, OR=0,80; IC95% 0,74 a 0,87; p<0,00001). Por el contrario, se observó un incremento de la incidencia global de ictus (OR=1,12; IC95% 0,89 a 1,41; p=0,32) y accidente cerebrovascular fatal (OR=1,37; IC95% 0,93 a 2,03; p=0,11) en pacientes receptores de trasplante renal y en aquellos sometidos a hemodiálisis periódica.

Los efectos de las estatinas no parecen diferir en cuanto a edad, sexo o tipo de accidente cerebrovascular de los pacientes; no obstante, algunos grupos de pacientes pueden obtener un mayor beneficio, en concreto aquellos con estenosis carotídea, con más intensa disminución de los lípidos y los que alcancen niveles óptimos de cLDL4, cHDL, triglicéridos y de presión arterial (Castilla, 2016). De hecho, los pacientes que reciben estatinas previamente al ictus tienen un mejor pronóstico, su retirada es un factor independiente de mal pronóstico y su administración precoz en el ictus agudo se asocia a una mejor evolución.

También se han encontrado efectos favorables con los hipolipemiantes de tipo fibrato, prácticamente equiparables a los obtenidos con las estatinas (Alpérovitch, 2015).

Ictus hemorrágico

En la hemorragia intracerebral (HIC), el hematoma aumenta de tamaño en el 50-70% de los casos a lo largo de las primeras horas, lo que se asocia a un deterioro neurológico precoz, por lo que el tratamiento específico se centra en procurar controlar los factores que lo facilitan, como son la hipertensión arterial y las alteraciones de la coagulación. Cuando la hemorragia intracerebral se relaciona con el empleo de fármacos trombolíticos o antitrombóticos, debe suprimirse el fármaco y revertir el trastorno hematológico lo antes posible.

En los pacientes tratados con anticoagulantes orales cumarínicos se debe administrar vitamina K y plasma fresco (o concentrado de complejo de protrombina) y, si están recibiendo heparina iv, debe administrarse protamina. En los pacientes tratados con heparina de bajo peso molecular a dosis terapéuticas, algunos expertos recomiendan la protamina, aunque su eficacia no está establecida. El factor VII activado (VIIa) podría mejorar el pronóstico en pacientes anticoagulados.

Por lo que respecta a los pacientes bajo tratamiento con antiagregantes plaquetarios se ha sugerido transfundir plaquetas, aunque existen dudas sobre su utilidad real en estos casos. Cuando la hemorragia es inducida por alteplasa, la opción preferible es la administración iv de fibrinógeno (Riastap®), plasma fresco y una infusión de concentrado de plaquetas. Aunque los estudios con factor VIIa recombinante (eptacog alfa; Novoseven®) en la hemorragia intracerebral han sido negativos, se ha sugerido que podría ser beneficioso en hemorragias pequeñas (<60 mL), si se aplica muy precozmente.

Por lo que respecta a la prevención secundaria de la hemorragia intracerebral, ésta se fundamenta en la identificación y el control de los factores etiológicos y predisponentes que la han condicionado y que sean tratables, entre los cuales los más importantes son la hipertensión arterial y el tratamiento con anticoagulantes orales.

El objetivo fundamental durante la fase aguda de la hemorragia subaracnoidea (HSA) es la prevención y el tratamiento de las dos principales complicaciones neurológicas: el resangrado y el vasoespasmo. El resangrado arterial es una de las principales causas de morbimortalidad durante las dos primeras semanas tras la HSA, particularmente entre las 3 y las 12 horas tras el inicio de los síntomas. La exclusión (quirúrgica o endovascular) urgente del aneurisma es la terapia de elección.

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Figura 3. Algoritmo de tratamiento en el ictus hemorrágico. ACO: anticoagulantes orales; HIC: hemorragia intracerebral; HTA: hipertensión arterial; rtPA: activador tisular recombinante del plasminógeno (alteplasa); Vit K: vitamina K.

 

El control de la hipertensión arterial es fundamental, especialmente hasta que se cierre el aneurisma, aunque no hay acuerdo sobre cuáles son valores óptimos; en cualquier caso, se recomienda reducirla por debajo de 160/95 mmHg. Para ello, se suele utilizar nicardipino o labetalol, evitando en lo posible el nitroprusiato sódico porque éste eleva la presión intracraneal.

El nimodipino (Brainal®, Nimotop®, EFG) mejora significativamente los resultados clínicos y puede reducir significativamente la aparición de vasoespasmo sintomático cerebral y retraso del déficit de la función neurológica, así como el infarto cerebral, aunque la tasa de incidencia de hemorragia y reacciones adversas recurrentes no se reduce de manera significativa (Liu, 2011). Por ello, el nimodipino es considerado como fármaco de elección en la prevención y el tratamiento del vasoespasmo asociado a la hemorragia subaracnoidea5. Puede administrarse por perfusión iv lenta para evitar hipotensiones (0,2 mg/mL, a 10 mL/hora) durante los primeros 14 días, y seguir luego por vía oral (60 mg/4 horas) otras 2 semanas, aunque en general se recomienda emplear la vía oral desde el inicio del tratamiento (60 mg/4 horas). En pacientes con mayor riesgo de vasoespasmo, deben administrarse estatinas (80 mg/día de simvastatina o 40 mg/día de pravastatina), ya que reducen el vasoespasmo y la morbimortalidad.

Por el contrario, la evidencia científica actual no soporta el uso de fármacos antifibrinolíticos (ácido tranexámico, ácido ε-aminocaproico) en el tratamiento de pacientes con hemorragia subaracnoidea por aneurisma, incluso en aquellos que tienen estrategias de tratamiento concomitante para prevenir la isquemia cerebral. Aunque los resultados en el tratamiento a corto plazo son prometedores, no son concluyentes (Baharoglu. 2013).

La prevención secundaria de la HSA en pacientes con aneurismas embolizados requiere la realización de controles angiográficos semestrales o anuales, para detectar una posible reapertura del saco aneurismático. El 20% de los pacientes con HSA presenta aneurismas no rotos, cuyo control periódico puede prevenir una nueva HSA.

Terapias extrafarmacológicas

Ictus isquémico

La endarterectomía carotídea es un tipo de intervención quirúrgica muy común que se realiza a fin de extirpar la placa de las arterias carótidas. Consiste en la sección y extracción de la placa de la arteria carótida, lo que permite que más sangre rica en oxígeno puede pasar por la arteria y llegar al cerebro. Se emplea asociada al tratamiento antiagregante en pacientes que han sufrido un AIT o infarto cerebral con secuelas no invalidantes, debido a una estenosis del 70% o más la carótida interna ipsilateral. Cuando la estenosis carotídea es del 50-69%, la intervención se limita a casos seleccionados, y por debajo del 50% de estenosis no está indicada.

La angioplastia carotídea en combinación con endoprótesis vascular (stent) es una importante alternativa a la endarterectomía, especialmente para los pacientes con alto riesgo quirúrgico por comorbilidad múltiple, cuando la cirugía es técnicamente muy dificultosa (lesión muy distal), o en pacientes con displasia fibromuscular, disección arterial, estenosis posradioterapia o reestenosis posendarterectomía. La trombectomía mecánica mediante dispositivos intraarteriales que fragmentan y extraen el trombo es una opción en pacientes con infarto de menos de 8 horas de evolución, que no son candidatos para terapia trombolítica iv (alteplasa) o cuando esta ha fracasado.

Ictus hemorrágico

El tratamiento quirúrgico de la hemorragia intracerebral se utiliza en cuadros de:

  • Hemorragia cerebelosa >3 cm con deterioro neurológico, signos de compresión de tronco o hidrocefalia por obstrucción ventricular.
  • Hemorragia producida por tumor, aneurisma, malformación arteriovenosa, etc., siempre que haya un buen pronóstico funcional y cuya lesión sea accesible quirúrgicamente.
  • Hemorragia lobular de tamaño moderado o grande, en paciente joven, sin sospecha de angiopatía amiloide y con progresión del deterioro neurológico.

Los aneurismas de la arteria carótida interna (ACI) extracraneal son poco frecuentes. Se consideran aneurismas carotídeos aquellas dilataciones que corresponden al 200% del diámetro de la ACI o el 120% del diámetro normal de la ACI contralateral. Los aneurismas carotídeos se localizan principalmente en la carótida interna distal, carótida común, bulbo carotídeo y carótida externa, por este orden. Son considerados aneurismas verdaderos aquellos que presentan un origen arterioesclerótico y, de hecho, estos son los más frecuentes. La cirugía clásica se considera de primera elección y puede consistir en una resección del aneurisma y anastomosis extremo a extremo de la ACI, un bypass venoso o protésico, una angioplastia, o una ligadura de la ACI. En la actualidad, el tratamiento de elección en el aneurisma roto son las técnicas endovasculares. Se suele realizar una cateterización endovascular del aneurisma para introducir unos microcoils (microespirales) de platino en su interior, que se sueltan mediante un mecanismo eléctrico hasta conseguir la oclusión del saco aneurismático, preservando la luz de la arteria portadora. En aneurismas de gran tamaño puede ser necesario ocluir la arteria portadora para cerrar la malformación.

Con el tratamiento quirúrgico, además de excluir el aneurisma mediante el clipaje del cuello aneurismático u otras técnicas, se reduce el volumen de la hemorragia y el riesgo de vasoespasmo al evacuar la sangre extravasada.

La hidrocefalia sintomática es una complicación que afecta al 20% de los pacientes con ictus hemorrágico. Se puede tratar colocando un drenaje ventricular transitorio o una válvula de derivación ventriculoperitoneal o ventriculoauricular permanente, aunque a veces se recurre a punciones lumbares de repetición para evitar el riesgo de resangrado. En ocasiones, en hidrocefalias refractarias debido a la obstrucción del catéter por material hemático, se puede utilizar la fibrinólisis intraventricular. Cuando el vasoespasmo sintomático es refractario a la terapia convencional, la angioplastia transluminal y/o infusión local intraarterial de nimodipino puede ser una alternativa eficaz.

EL PAPEL ASISTENCIAL DEL FARMACÉUTICO

El farmacéutico asistencial, tanto a nivel hospitalario como comunitario, tiene un papel muy relevante en la prevención primaria y secundaria de los principales factores de riesgo, en la detección de síntomas sugerentes de un ictus y en el seguimiento farmacoterapéutico de los pacientes que lo han padecido.

Sin duda alguna, la medida global más eficiente en el ámbito del ictus es la prevención primaria; es decir, la actuación sobre determinados factores modificables antes de que se produzca un ictus. El tratamiento de éste – aunque eficaz en muchos casos – tiene limitaciones e incluso algunos potenciales riesgos, por lo que la medida más eficiente desde la perspectiva de la salud pública es la actuación global – aunque adaptada a cada persona – incidiendo en la resolución o, al menos, en la amortiguación de determinados factores de riesgo perfectamente establecidos a través de amplios estudios epidemiológicos.

El riesgo para sufrir un ictus, ya sea isquémico o hemorrágico, se asocia fundamentalmente con diez factores de riesgo: hipertensión arterial, tabaquismo, diabetes, sedentarismo, índice cintura-cadera patológico, consumo excesivo de alcohol, estrés y depresión, causas cardiacas, relación apolipoproteína B/A1 y dieta inadecuada. De todos ellos, la hipertensión arterial es el más importante (multiplica el riesgo de ictus por un factor que va de 3 a 5), tanto para el infarto cerebral como para la hemorragia intracerebral. Por su parte, en los fumadores, el riesgo de ictus (isquémico y hemorrágico) es un 50% mayor que en los no fumadores y, en el caso del ictus hemorrágico multiplica el riesgo por un factor de 2 a 3, de una forma directamente proporcional con la intensidad del consumo de tabaco, pero sin olvidar la exposición pasiva.

Por su parte, la diabetes incrementa el riesgo entre 2,5 y 4 veces en los varones, y entre 3,6 y 5,8 veces en las mujeres; además, los diabéticos tienen una mayor predisposición para desarrollar aterosclerosis, y una prevalencia superior de hipertensión, dislipemia y obesidad. También se ha encontrado una significativa relación directa entre niveles elevados de colesterol total y de colesterol unido a lipoproteínas de baja densidad (cLDL), especialmente en menores de 45 años.

Finalmente, una quinta parte de los ictus isquémicos es de origen cardioembólico y en la mitad de ellos el factor etiológico es la fibrilación auricular de origen no valvular. Debe En España, la prevalencia de fibrilación auricular es elevada (4,4%) en la población general mayor de 40 años, incrementándose sensiblemente y de forma escalonada a partir de los 60 años. Muchos de ellos están sin diagnosticar.

En definitiva, las medidas prácticas más eficientes para la prevención del ictus consisten en controlar la hipertensión, la diabetes, la obesidad y los niveles lipídicos, para lo cual el farmacéutico puede prestar, especialmente en el ámbito ambulatorio un servicio personalizado en la detección y remisión a los servicios médicos correspondientes para su control. El abandono del tabaquismo y la moderación en el consumo de bebidas alcohólicas o su abstinencia completa cuando coexistan varios factores de riesgo, son también medidas que deben ser informadas y facilitadas desde la farmacia, insistiendo en la importancia de realizar actividad física moderada de forma frecuente y llevar una alimentación sana y variada, en la que la dieta mediterránea es un modelo idóneo, controlando el exceso de peso.

Además de la atención especial a las medidas antes mencionadas, es muy importante informar sobre los riesgos asociados a la apnea/hipopnea del sueño y al consumo de drogas. Desde el punto de vista farmacológico, es importante informar sobre las formulaciones de anticonceptivos hormonales con altas dosis de estrógenos, especialmente en el caso de mujeres fumadoras y con antecedentes o factores trombóticos.

No menos importante que las medidas de prevención primaria es facilitar el conocimiento sobre cuáles son los síntomas y signos que sugieren que se ha iniciado un ictus, con el fin de que el propio paciente puede acudir cuando antes a un hospital para obtener el tratamiento de forma más precoz posible, lo cual es determinante en cuando a los resultados de la intervención. En este sentido, conviene que desde la farmacia se informe sobre cuáles son tales síntomas de alarma:

  • Pérdida repentina o rápidamente evolutiva de la tensión muscular de la cara (la caída de los labios de un lado la boca es característica), de un brazo o de una pierna de un lado del cuerpo.
  • Alteración de la sensibilidad (en forma de acorchamiento u hormigueo) en esas mismas localizaciones.
  • Modificación de la capacidad de hablar, con dificultad para articular palabras o pronunciar las que el paciente quiere (las piensa pero no puede articularlas).
  • Pérdida súbita de la visión – total o parcial – de uno o ambos ojos.
  • Aparición brusca de un intenso dolor de cabeza, sin ninguna causa aparente – golpes, giros bruscos de la cabeza, etc. – que el paciente no identifica con una cefalea habitual.
  • Desarrollo de una sensación intensa de vértigo, inestabilidad o desequilibrio, acompañada de uno o más de los síntomas antes descritos.

Tras el desarrollo y posterior tratamiento de un cuadro de ictus, se suele establecer un tratamiento como prevención secundaria para evitar su reincidencia. Para ello, se utilizan diversos tipos de medicamentos según tipo de ictus y las características fisiopatológicas de cada paciente; los más comunes son anticoagulantes orales, tanto de tipo cumarínico, como la warfarina (Aldocumar®) o el acenocumarol (Sintrom®), como de inhibidores directos de la trombina, como el dabigatrán (Pradaxa®), o del factor X activado, como el rivaroxabán (Xaarelto®), el apixabán (Eliquis®) o el edoxabán (Lixiana®); antiagregantes plaquetarios como el ácido acetilsalicílico (AAS®, Adiro®, Bioplak®, Tromalyt®, EFG), el clopidogrel (Iscover®, Plavix®, EFG), la ticlopidina (Tiklid®, EFG) o el triflusal (Disgren®, EFG). También se utilizan en prevención secundaria hipolipemiantes, especialmente estatinas y fibratos, y ciertos vasodilatadores, como el nimodipino (Brainal®, Nimotop®, EFG).

La anticoagulación es un procedimiento que requiere un riguroso control para evitar o, al menos, reducir el peligro de hemorragias graves que pongan incluso en riesgo la vida del paciente. Para ello, es preciso mantener en general los niveles de anticoagulación en niveles entre 2 y 3 de la INRinternational normalized ratio – del tiempo de protrombina. Sin embargo, en la práctica clínica habitual, esta situación solo se da en dos terceras partes de los pacientes, con el consiguiente exceso de riesgo para aquellos que estén fuera de este rango. En este aspecto, la asistencia farmacéutico puede resultar particularmente útil en mejorar el cumplimiento del tratamiento y detectar cualquier alteración que pueda estar ligada a otros factores.

La reversión de un cuadro hemorrágico masivo no es fácil y, si no se adoptan las medidas pertinentes eficaces con la debida premura, la mortalidad asociada es muy elevada. Para los pacientes con hemorragias importantes relacionadas con antagonistas de la vitamina K (acenocumarol, warfarina), se practica una reversión rápida de anticoagulación con un concentrado del complejo de protrombina en lugar de plasma y, adicionalmente, 5 a 10 mg de vitamina K administrados por vía intravenosa lenta.

Para los nuevos anticoagulantes (no cumarínicos) no existían hasta hace poco ningún procedimiento específico de reversión de la hemorragia. La mayoría de las guías clínicas recomendaban la administración de carbón activado, si la ingesta oral del medicamento es reciente, junto con un tratamiento de soporte y una atención especial para mantener la perfusión renal y la producción de orina; incluso, si el paciente está hemodinámicamente estable, la hemodiálisis puede ser considerada en caso de sobredosis. Actualmente se dispone de preparados con complejos de protrombina o de complejo coagulante antiinhibidor (Feiba®), que han demostrado in vitro su potencial en esta indicación.

Recientemente, se ha comercializado el idarucizumab (Praxbind®), un fragmento de anticuerpo monoclonal (Fab) humanizado que se une al dabigatrán con una elevada afinidad, formando un complejo estable que impide la acción anticoagulante del dabigatrán sobre la trombina (Factor II). El medicamento ha sido autorizado para su uso en pacientes adultos tratados con dabigatrán cuando se necesita una reversión rápida de sus efectos anticoagulantes para intervenciones quirúrgicas de urgencia o procedimientos urgentes, o en el caso de hemorragias potencialmente mortales o no controladas. El efecto reversor del idarucizumab sobre el efecto anticoagulante del dabigatrán tarda apenas 5 o 6 minutos en manifestarse tras su administración y se mantiene durante al menos 72 horas.

Precisamente, el riesgo de hemorragia grave ha sido el principal motivo para desarrollar los nuevos anticoagulantes, supuestamente más seguros en este aspecto. Ciertamente, los nuevos anticoagulantes requieren un menor monitorización de la coagulabilidad sanguínea, tienen un menor potencial de interaccionar con medicamentos y con alimentos, y su ajuste posológico es mucho más sencillo que el de los cumarínicos. Sin embargo, también tienen algunos inconvenientes comparados, por el hecho de que algunos requieren ser administrados dos veces al día y no disponen de antídotos específicos, salvo el dabigatrán.

Dentro de la labor asistencial farmacéutica, un aspecto de especial relevancia desde una perspectiva de la salud pública es romper con algunos tópicos erróneos que se manejan habitualmente en la población e incluso inundan las redes sociales.

Uno de los más comunes es considerar que el ácido acetilsalicílico es un remedio antiguo y que, por tanto, está superado. Nada menos cierto, ya que el ácido acetilsalicílico es uno de los fármacos más eficaces en la prevención de nuevos episodios de infarto cerebral y, además, reduce el riesgo de otros eventos vasculares, sobre todo los coronarios, frecuentes en los pacientes con ictus. En este sentido, una amplia y reciente revisión sistemática (Rothwell, 2016) ha confirmado que el tratamiento farmacológico reduce sustancialmente el riesgo de accidente cerebrovascular recurrente temprano tras un ataque isquémico transitorio (AIT) o accidente cerebrovascular menor, e identifica el ácido acetilsalicílico como un elemento clave de dicho tratamiento.

Dado que el ácido acetilsalicílico es tan importante para la prevención secundaria del ictus isquémico, ¿el empleo de dosis mayores que las que se utilizan en prevención secundaria del ictus isquémico – 100-300 mg/día – no debería proteger más? En realidad, el efecto antiagregante plaquetario, que es en lo que se basa la utilidad profiláctica del ácido acetilsalicílico en isquemia asociada al ictus y a la cardiopatía coronaria, se manifiesta especialmente con dosis inferiores a 500 mg/día y, sobre todo, las complicaciones hemorrágicas son notablemente inferiores a las que se asocian al empleo de dosis de 1-4 g/día.

También es frecuente que se le indique al farmacéutico que, “ya que mi INR siempre me da bien cuando voy a la consulta, quizá podría dejar de controlarlo”. Esta es una cuestión que se realiza con mucha frecuencia y que debe ser rechazada con firmeza, explicando la importancia de este control para asegurar la eficacia y la seguridad de los anticoagulantes cumarínicos. La coagulabilidad sanguínea puede variar sustancialmente en un mismo paciente de forma imperceptible para éste, por motivos que – solo aparentemente – no tienen ninguna relación.

Tras un infarto cerebral, ¿es posible recuperar la fuerza perdida o la fluidez del habla? A esta cuestión solo debe responder el neurólogo, ya que solo él conoce las características fisiopatológicas del paciente y su historial clínico. No obstante, el farmacéutico puede informar al paciente – o a cualquier otra persona interesada – que, en general, las posibilidades y el grado de recuperación tras un ictus dependen de la localización y del tamaño de la lesión; asimismo, se estima que hasta pasados 6 meses o incluso más, existen posibilidades reales de mejorar los déficits neurológicos, pero que esto puede variar mucho de unas personas a otras. La recuperación neurológica, tras la fase aguda, requiere técnicas de neurorrehabilitación que solo deben ser dirigidas por personal especializado.

El capítulo de las interacciones entre medicamentos y de estos con alimentos6, es extremadamente importante para el seguimiento farmacoterapéutico de los pacientes que han sufrido un ictus y que están bajo tratamiento farmacológico. En este sentido, es particularmente relevante la utilización de herramientas informáticas, como el Bot PLUS, que permiten detectar las interacciones de todos los medicamentos implicados.

Bibliografía

 

Fibrilación auricular: la muerte va por barrios

La fibrilación auricular es una forma de arritmia cardiaca que ocurre cuando las aurículas fibrilan o “tiemblan”, debido a una elevada e irregular frecuencia de latidos (más de 300 por minuto, frente a los 60-100 fisiológicos en reposo). Aunque no se la suele considerar en sí misma como peligrosa, si persiste y no recibe un tratamiento adecuado, las complicaciones orgánicas pueden llegar a ser mortales, ya que la fibrilación de las aurículas provoca una reducción de la cantidad efectiva de sangre bombeada hacia los ventrículos, lo cual aumenta el riesgo de desarrollar un coágulo sanguíneo que, en el caso de desprenderse podría circular por el torrente sanguíneo. Una vez en éste, podría alcanzar un punto en que obturase un vaso (embolización), provocando un accidente cerebrovascular (el 15% de estos tienen su origen en una fibrilación auricular no tratada) o un infarto de miocardio, entre otros posibles cuadros de origen trombótico. De hecho, se estima que la fibrilación auricular incrementa entre 4 y 5 veces el riesgo de accidente cerebrovascular isquémico y de eventos embólicos sistémicos. Por otro lado, sin tratamiento, la fibrilación auricular también puede acabar provocando una taquicardia ventricular, lo que debilitaría gradualmente la pared de los ventrículos (cardiomiopatía), llegando, con el tiempo, a una insuficiencia cardiaca.

La fibrilación auricular es uno de los tipos más comunes de arritmia cardiaca. En España, la prevalencia de fibrilación auricular es elevada (4,4%) en la población general mayor de 40 años, similar en varones y mujeres, incrementándose sensiblemente y de forma escalonada a partir de los 60 años. Se estima en más de 1 millón de pacientes con fibrilación auricular en la población española, de los que más de 90.000 están sin diagnosticar.

Sin embargo, la distribución geográfica de la incidencia de ictus y de su nivel de mortalidad presenta grandes diferencias interregionales, como ha evidenciado un reciente estudio de cohortes, lo que sugiere que hay factores distintos a las variables clínicas convencionales que deben ser consideradas también. En concreto, el estudio hizo un registro prospectivo de pacientes en 47 países que acudieron servicios de urgencias de hospitales con fibrilación o aleteo (flutter) auricular como un diagnóstico primario o secundario. En total, se incluyó a 15.400 personas para determinar la ocurrencia de muerte e ictus (los resultados primarios) en esta cohorte, procedente de América del Norte, Europa Occidental, Australia, América del Sur, Europa del Este, Oriente Medio, la media luna del Mediterráneo, África subsahariana, India, China y el sudeste asiático), un año después de asistir a urgencias.

Los resultados mostraron que al cabo de un año, había muerto el doble de los pacientes en América del Sur (17%) y África (20%), que en América del Norte, Europa Occidental y Australia (10%, p<0,0001). La insuficiencia cardíaca fue la causa más común de muerte (30%) mientras que el ictus provocó un 8% de las muertes. Durante el periodo, un 4% de los pacientes habían tenido un ictus, correspondiendo el 3% para los que la fibrilación auricular fue un diagnóstico primario y 5% para los que fue un diagnóstico secundario (p<0,0001). El mayor número de ictus se produjeron en pacientes en África (8%), China (7%) y el sudeste asiático (7%), mientras que el más bajo se produjo en la India (<1%); en América del Norte, Europa occidental y Australia el porcentaje fue del 3%.

Riesgo cardiovascular: lo importante es reducir los niveles de LDLc

Los resultados de un reciente metanálisis en el que se estudiaron los efectos de los diversos agentes hipolipemiantes (estatinas u otros) que actúan a través de la regulación positiva de la expresión del receptor de LDL para reducir los niveles de LDL-colesterol (LDLc), sugieren que la reducción del riesgo de eventos vasculares graves es independiente del mecanismo por el que se reducen dichos niveles de LDLc: cuando menores sean tanto más bajas son las tasas de eventos coronarios.

Hoy día nadie cuestiona seriamente el positivo papel de los hipolipemiantes de tipo estatina en la prevención del riesgo cardiovascular en personas con altos niveles de colesterol total y, especialmente, de LDLc. Sin embargo, todavía hay un cierto grado de incertidumbre sobre el papel que pueden tener el resto de hipolipemiantes que no forman parte de las estatinas; por ello, se ha llevado a cabo una amplia revisión bibliográfica y el metanálisis de los datos ordenados y acumulados, determinando explícitamente el riesgo relativo de eventos vasculares graves (una variable compuesta por la suma de las incidencias de muerte de origen cardiovascular, infarto agudo de miocardio, revascularización coronaria e ictus), asociada a la reducción de los niveles de LDLc, así como la tasa de eventos coronarios graves durante los últimos cinco años en relación con los niveles obtenidos de LDLc. Los autores del estudio seleccionaron un total de 49 ensayos clínicos, en los que estaban incluidos 312.175 participantes (media de 62 años de edad, 76% varones y niveles basales de LDLc de 122,3 mg/dl).

Los resultados mostraron que por cada 38,7 mg/dl (1 mmol/l) de descenso de los niveles de LDLc, el riesgo cardiovascular descendía en un 23% (riesgo relativo, RR=0,77; IC95% 0,71 a 0,84; p<0,001) para las estatinas y en un 25% (RR=0,75; IC95% 0,66 a 0,96; p=0,002) para las intervenciones hipolipemiantes activas sobre la expresión de receptores de LDL de tipo no estatina (dieta, resinas de intercambio iónico, cirugía del íleon o ezetimiba). Por lo que se refiere al nivel de LDLc final alcanzado con el tratamiento. Asimismo, el nivel de LDLc final alcanzado por el tratamiento fue relacionado con la reducción de la tasa de eventos coronarios graves, tanto en los ensayos clínicos de prevención primaria (1,5% por cada descenso de 1 mmol/l) como secundaria (4,6%).

Menopausia y apnea durante el sueño

Algunos datos preliminares parecen sugerir que no solo el índice de masa corporal (IMC) y la edad, sino también el descenso de los niveles de estradiol pueden estar implicados en un incremento del riesgo de apnea obstructiva del sueño observado en mujeres deprimidas durante la peri y posmenopausia, lo que apunta la posibilidad de que el descenso de los niveles de estradiol asociado con la menopausia tenga una influencia negativa sobre la patencia o permeabilidad de las vías respiratorias superiores en las mujeres.

Desde hace tiempo se sabe que el riesgo de apnea obstructiva del sueño (AOS) de las mujeres aumenta sustancialmente durante y después de la transición a la menopausia, de igual manera que también se eleva el riesgo de depresión, apuntando la posibilidad de que el brusco descenso o retirada de los niveles de estrógenos contribuya a la AOS, lo que a su vez podría contribuir a una alteración del estado de ánimo. Con el fin de intentar confirmar esta hipótesis, un grupo de investigadores ha examinado la posible asociación entre los niveles de estradiol y la AOS en un grupo de 30 mujeres con depresión peri/posmenopáusica y con un IMC medio de 30,8 kg/m2, analizando en paralelo los registros de polisomnografía y los niveles séricos de estradiol. Los datos recogidos han permitido confirmar que los niveles de estradiol son inferiores en las mujeres con apnea durante el sueño, con independencia del nivel de depresión.