La corticoterapia crónica se asocia a un peor pronóstico
El prolífico registro clínico SEMI-COVID, de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), ha publicado otro estudio retrospectivo y multicéntrico en el que se analizan los datos de 16.647 pacientes (edad media de 69 años, 57% hombres) con patología moderada-grave hospitalizados entre marzo y julio de 2020, a fin de comprobar el efecto que las terapias inmunosupresoras crónicas tienen sobre la evolución de la patología.
Los investigadores han empleado modelos de emparejamiento por puntuación de propensión (PSM, por sus siglas en inglés) para evaluar la mortalidad intrahospitalaria –variable primaria que tomó un valor global del 19,1% (2.857 muertes)– de forma comparativa en pacientes inmunosuprimidos frente a pacientes no inmunosuprimidos, usados como control, y para comparar específicamente los distintos tipos de tratamientos inmunosupresores. Del total de pacientes incluidos se identificaron 868 (5,2%) que estaban en tratamiento inmunosupresor crónico antes del ingreso (excluyendo a pacientes oncológicos), frente a 14.105 (94,8%) que no lo estaban.
Entre los primeros, se registraron hasta 1.243 prescripciones de inmunosupresores, en la mayoría de casos (4,4% del total) tratamientos por patología inflamatoria inmunomediada. El análisis reveló que estos tenían una mayor mortalidad intrahospitalaria, con una probabilidad de muerte incrementada en un 25% (OR= 1,25; IC95% 0,99-1,62) en comparación con los no inmunosuprimidos. El uso de glucocorticoides previo al ingreso –el tratamiento inmunosupresor más frecuente (68%)– se relacionó con el mayor incremento de mortalidad, resultando en una probabilidad de muerte de más del doble respecto a los pacientes no inmunosuprimidos (OR= 2,34; IC95% 1,43-3,82), mientras que otros tipos de fármacos no tenían una repercusión pronóstica en ese sentido, incluyendo a los inhibidores de la calcineurina como tacrolimus o ciclosporina, usados por un 18% de los pacientes imunosuprimidos (OR= 1,19; IC95% 0,65-2,20). La corticoterpaia crónica también se asoció con una mayor incidencia de complicaciones tales como síndrome de distrés respiratorio agudo (SDRA) grave, sepsis, shock, insuficiencia renal aguda o disfunción multiorgánica. El ajuste en base a la exposición a los glucocorticoides al ingreso demostró que quienes los recibían por un trasplante de órgano sólido presentaban mayor riesgo de mortalidad frente a pacientes con enfermedad inflamatoria inmunomediada, quienes tenían un riesgo similar al de la población general sin inmunosupresión.
A priori puede parecer contradictorio el hecho de que la dexametasona (uno de los glucocorticoides más comunes) se haya autorizado por su eficacia para el tratamiento de los pacientes con COVID-19 grave. El peor pronóstico de quienes reciben este u otros fármacos afines de forma crónica antes de su ingreso podría explicarse precisamente por la posibilidad de que no muestren beneficio adicional con estos antiinflamatorios frente a agudizaciones de la enfermedad.
¿Afecta el momento del día a la efectividad de la vacunación?
Por todos es sabido que nuestro reloj biológico –o sea, el ritmo circadiano que se establece en base a las 24 h del día– juega un papel fundamental en el ciclo sueño-vigilia, pero también media muchas otras funciones fisiológicas de nuestro organismo, así como participa en las manifestaciones de determinadas enfermedades y en la respuesta a infecciones y a la administración de medicamentos. A este respecto, otro estudio observacional retrospectivo ha probado que los niveles de anticuerpos son mayores cuando las personas reciben las vacunas frente a la COVID-19 por la tarde en comparación a si las reciben por la mañana.
En concreto, los autores estudiaron los títulos de anticuerpos tras la vacunación en 2.190 profesionales sanitarios de Reino Unido, de quienes se disponía de al menos una muestra sanguínea posvacunación gracias al protocolo de recolección establecido en aquel país desde diciembre de 2020 para trabajadores de hospitales asintomáticos (cuando predominaba la variante viral alfa). Entre los hallazgos de su análisis de 2.784 participantes destaca el hecho de que los niveles de anticuerpos anti-proteína S eran significativamente mayores en el conjunto de pacientes vacunados más tarde en el día (15-22 h vs. 7-15 h; p= 0,013), así como entre quienes recibieron la vacuna de ARNm de Pfizer (vs. los inoculados con la vacuna adenoviral de AstraZeneca; p< 0,0001), en mujeres (p= 0,013) y a menor edad de los individuos (p< 0,0001). Estos hallazgos contrastan con estudios previos que habrían sugerido que en adultos mayores la vacunación frente a la gripe induce una mayor respuesta de anticuerpos si se administra por la mañana, aunque esto podría explicarse por el tipo de inmunógeno empleado, la exposición previa a virus similares y la estimulación de respuesta de memoria en el caso de la gripe.
Si bien esta es la primera prueba de la relación entre vacunación frente a COVID-19 y el momento del día y tiene algunas limitaciones (por ejemplo, no se manejaron datos de la historia clínica de los participantes, ni sus patrones de sueño o turnos de trabajo), puede aportar una base relevante para la optimización de la efectividad de los programas vacunales, especialmente para las dosis de refuerzo que se administren en el futuro y en mayor medida para personas que puedan tener un punto crítico en su respuesta inmunitaria, como los individuos inmunocomprometidos o de mayor edad. Falta por definir si, al administrarse por la tarde, también se registra un mayor número o intensidad de eventos adversos relacionados con la vacunación en comparación a su inyección matutina.
Sea como fuere, es preciso subrayar el mensaje de que lo más importante es proceder con la vacunación con independencia del momento del día, por su probada efectividad frente a patología grave y mortalidad asociada con su uso en vida real. En esta línea apuntan las conclusiones del estudio de ámbito nacional aún en marcha ENE-COVID-senior, que estudia la funcionalidad inmunitaria a largo plazo tras vacunación en personas mayores (N= 1.200, > 65 años) y cuyos primeros resultados han sido recientemente divulgados1. Las conclusiones preliminares apuntan a que la tercera dosis de la vacuna incrementa notablemente los títulos de anticuerpos totales (> 20 veces en los títulos generales de anticuerpos frente al dominio de unión al receptor), fortaleciendo la inmunidad con el mantenimiento de la respuesta celular (en términos de producción de interferón-γ e IL-2), y que los títulos de anticuerpos neutralizantes aumentan frente a la variante ómicron –en > 10 veces–, incluso en mayor medida que frente a la variante delta.
Panorama de la terapéutica anti-COVID
Desde los inicios de la pandemia, conforme se ha ido generando una evidencia relativamente sólida con relación al uso de las distintas opciones terapéuticas evaluadas en ensayos controlados y aleatorizados, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publica periódicamente un informe de situación con recomendaciones a favor y en contra del uso de cada una de ellas en práctica clínica, así como el grado de recomendación según los datos de beneficio-riesgo. La última actualización de esta guía, publicada a principios de 2022, incluye los últimos avances del conocimiento científico (en muchos casos, comentados previamente en Panorama Actual del Medicamento) y establece las recomendaciones en consecuencia. Se aconseja consultar la versión interactiva de la citada revisión para una mayor información sobre los mecanismos de acción de cada uno de los fármacos, así como sobre los datos clínicos que sustentan las decisiones.
Para pacientes con COVID-19 graves o críticos:
- Recomendación fuerte de uso de tocilizumab sistémicos.
- Recomendación fuerte de uso de los monoclonales frente a IL-6 (tocilizumab o sarilumab).
- Recomendación condicional a favor del uso de casirivimab-imdevimab en pacientes seronegativos.
- Recomendación de no usar plasma convaleciente (hiperinmune), salvo en el contexto de un ensayo clínico.
Para pacientes con COVID-19 no grave (leve-moderada): - Recomendación condicional de uso de casirivimab-imdevimab en pacientes con alto riesgo de progresión a patología grave. La evidencia preclínica disponible, derivada de estudios in vitro, sugiere que esta combinación de monoclonales no tiene actividad neutralizante frente a la variante ómicron.
- Recomendación condicional en contra del uso de corticosteroides sistémicos.
- Recomendación fuerte en contra del uso de plasma convaleciente.
- Opciones no recomendadas con independencia de la severidad de la COVID-19:
- Recomendación condicional en contra del uso de remdesivir.
- Recomendación fuerte en contra del uso de hidroxicloroquina.
- Recomendación fuerte en contra del uso de lopinavir/ritonavir.
- Recomendación en contra del uso de ivermectina, excepto en un ensayo clínico.
A todas estas recomendaciones, ya existentes en versiones previas de la guía, se han incorporado como novedad otras tres: - Recomendación fuerte de uso de baricitinib como alternativa a los bloqueantes del receptor de IL-6 (en función de costes y experiencia de los clínicos), en combinación con corticoides en pacientes con graves o críticos. Una evidencia de certidumbre moderada-alta ha probado beneficios en mortalidad, duración de la ventilación mecánica y de la hospitalización.
- Recomendación condicional en contra del uso de ruxolitinib o tofacitinib –inhibidores de cinasas JAK– en pacientes con COVID-19 grave o crítica. Una evidencia de baja certidumbre derivada de pequeños estudios no ha podido demostrar ningún beneficio, sugiriendo, por el contrario, una mayor incidencia de eventos adversos con tofacitinib.
- Recomendación condicional para el uso de sotrovimab en pacientes con enfermedad no grave con mayor riesgo de hospitalización. Una evidencia de certidumbre moderada refleja una reducción sustancial en el riego de hospitalización, con escaso beneficio en pacientes de bajo riesgo. Estudios in vitro con pseudovirus apuntan a que este fármaco mantendría su actividad frente a la variante ómicron, si bien se requerirían mayores concentraciones para la neutralización.
Otras alternativas terapéuticas que están actualmente en consideración por la OMS incluyen: molnupiravir, fluvoxamina, nirmatrelvir/ritonavir, colchicina y los fármacos anticoagulantes. Se actualizará la guía conforme la evidencia sea suficiente para emitir la recomendación en uno u otro sentido.