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Abemaciclib ▼ Verzenios® (Lilly) en cáncer de mama avanzado o metastásico

Resumen

Abemaciclib es un nuevo inhibidor competitivo, potente y selectivo de las cinasas dependientes de ciclinas 4 y 6 capaz de reducir la proliferación celular mediante el bloqueo de la progresión de la célula de la fase G1 a la fase S del ciclo celular. El medicamento ha sido autorizado para el tratamiento de mujeres con cáncer de mama localmente avanzado o metastásico, positivo para el receptor hormonal (HR) y negativo para el receptor 2 del factor de crecimiento epidérmico humano (HER2), en combinación con un inhibidor de la aromatasa o fulvestrant como hormonoterapia inicial o en mujeres que hayan recibido hormonoterapia previa. En mujeres pre- o perimenopáusicas, la hormonoterapia se debe combinar con un agonista de la hormona liberadora de la hormona luteinizante (LHRH). La eficacia y la seguridad clínica han sido suficientemente contrastadas en dicha indicación mediante los datos procedentes de dos estudios pivotales de fase 3, multicéntricos, multinacionales, aleatorizados, doblemente ciegos y controlados con placebo.

Abemaciclib ha demostrado una notable eficacia sinérgica con los fármacos que normalmente se emplean en el tratamiento hormonal de elección. Administrado en pacientes naïve en combinación con un inhibidor de aromatasa (IA), aumentó la supervivencia libre de progresión (SLP) en más de 13 meses respecto al uso del IA en monoterapia. Coadministrado con fulvestrant también mostró una superioridad clínica frente a fulvestrant más placebo, prolongando la SLP en más de 7 meses en pacientes cuya enfermedad había progresado tras un tratamiento de hormonoterapia previo. Por tanto, independientemente del fármaco con que se asocie y de la línea de tratamiento, abemaciclib reduce el riesgo de progresión de la enfermedad o muerte en cifras cercanas al 45%. Su eficacia se reveló consistente en todos los subgrupos de pacientes con independencia de factores como la edad, la raza, el estado de la patología o el estado hormonal (pre vs. posmenopausia), entre otros, y fue corroborada por los resultados de variables secundarias como la tasa de respuesta objetiva o la duración de la respuesta (de hasta >27 meses con la combinación).

La toxicidad del nuevo fármaco es importante, pero clínicamente manejable. La combinación de abemaciclib con IA o fulvestrant es sustancialmente más tóxica que esos fármacos en monoterapia, habiéndose descrito una mayor tasa de interrupción del tratamiento por eventos adversos (9-17% vs. 3%), si bien ésta es aceptable. El evento adverso más relevante es la diarrea, que es grave (grado ≥3) en aproximadamente el 12% de los pacientes y requiere de tratamiento y/o ajustes posológicos.

En definitiva, asociado a hormonoterapia, abemaciclib –como primera o segunda línea de tratamiento– aporta un beneficio clínico relevante, aunque modesto, en un tipo de cáncer de mama con mal pronóstico y opciones terapéuticas limitadas. El nuevo fármaco no supone ninguna novedad desde el plano mecanístico ni su régimen posológico aporta una ventaja adicional respecto a palbociclib y ribociclib, a los que viene a sumarse en el grupo de inhibidores de cinasas dependientes de ciclinas, opciones preferentes en primera y posteriores líneas de tratamiento. Sin comparaciones directas ni datos maduros de supervivencia global disponibles, parece que abemaciclib se situará como una alternativa de eficacia similar a estos dos fármacos, tratándose, no obstante, de fármacos que buscan el alivio de los síntomas y la prolongación de la supervivencia, sin representar una cura de la patología.

ASPECTOS FISIOPATOLÓGICOS

El cáncer de mama se define como el crecimiento desenfrenado de células malignas en el tejido mamario con capacidad invasora y metastatizante. En el 99% de los casos, el cáncer de mama se desarrolla en mujeres. Los 2 tipos principales de cáncer de mama son el carcinoma ductal –el más frecuente–, que comienza en los conductos que llevan leche desde la mama hasta el pezón, y el carcinoma lobulillar, que comienza en los lobulillos, que producen la leche materna (Figura 1).

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El pronóstico y el tratamiento del cáncer de mama dependen, en gran medida, del estadio (etapa del desarrollo) en que se encuentra el tumor, aunque en los últimos años se está cambiando el concepto en función de la agresividad, según el “perfil genético” que tenga el tumor. La estadificación “clásica” se basa en el tamaño del tumor y su extensión a los ganglios linfáticos regionales o a otras partes del cuerpo. Muchas veces no se sabe la extensión hasta después de la cirugía y el análisis del patólogo.

Considerando los dos sexos, el cáncer de mama es el segundo en frecuencia en el mundo después del cáncer de pulmón. El cáncer de mama es el tumor más común en la mujer, y representa el 20-30% de todos los casos de cáncer en el sexo femenino y continúa siendo la primera causa de muerte por cáncer. En 2012 se estimó que aproximadamente 1,67 millones de mujeres fueron diagnosticadas de cáncer de mama en todo el mundo y 522.000 murieron por esa causa (Ferlay et al., 2015).

En este sentido, España no es una excepción. El cáncer de mama es el cáncer más frecuente en la mujer española; supone un 29% de todos los casos de cáncer. En 2012 se diagnosticaron en nuestro país 25.215 casos de cáncer de mama, y esa cifra ha ido en aumento. La Sociedad Española de Oncología Médica estima que en 2018 casi 130.000 mujeres vivían con cáncer de mama y que a lo largo del año 2019 se diagnosticarán más de 32.500 nuevos casos. Aunque la mortalidad por este tipo de tumor ha descendido en los últimos años gracias a los programas de cribado y a la mejora de los tratamientos, el cáncer de mama sigue siendo la primera causa de muerte por cáncer en España en las mujeres. En 2012 6.075 mujeres fallecieron por esta causa, cifra que se ha incrementado hasta las casi 6.500 muertes descritas en 2017 (SEOM, 2019).

La edad de máxima incidencia está por encima de los 50 años (con un máximo entre los 45 y los 65), pero aproximadamente un 6-10% se diagnostica en mujeres menores de 35-40 años. La supervivencia media relativa del cáncer de mama tras 5 años es del 89,9% de forma global, según datos del National Cancer Institute de Estados Unidos. En Europa también se habla de cifras de supervivencia a los 5 años cercanas al 80%. El estadio en el que se ha diagnosticado el cáncer influye en gran medida en la supervivencia: en el estadio I es de más del 98% y, en cambio, en los estadios III-IV, la supervivencia desciende al 27%.

Su incidencia aumenta con el nivel económico. La incidencia en España es baja, menor que la de los Estados Unidos y Canadá, el Reino Unido, los Países Bajos, Bélgica, Alemania, Francia o Suiza, y similar al resto de los países de Europa Mediterránea, centroeuropeos, Portugal e Irlanda.

Tanto el número de casos como las tasas de incidencia aumentan lentamente en España y en el mundo, probablemente debido al envejecimiento de la población y a un diagnóstico cada vez más precoz. El aumento de la incidencia se estima en un 1-2% anual y el riesgo de padecer cáncer de mama es de, aproximadamente, 1 de cada 8 mujeres. En España existe una distribución geográfica de incidencia notablemente variable según las provincias. Así, la tasa de incidencia en Cataluña es de 83,9 casos/100.000 habitantes, mientras que la media nacional se sitúa en torno a 50,9 casos/100.000 habitantes.

En la etiopatogenia del cáncer de mama, los principales factores de riesgo son:

  • Edad: el riesgo se incrementa al aumentar la edad. La mayoría de los casos ocurre en mujeres mayores de 60 años.
  • Raza: es más frecuente en mujeres de raza blanca.
  • Alcohol: su consumo excesivo aumenta el riesgo.
  • Aparición temprana de la primera regla.
  • Menopausia tardía.
  • Historia familiar: el cáncer de mama familiar supone entre el 5 y el 10% del cáncer de mama en la población general, aumentando el riesgo si existe un familiar de primer grado (madre, hermana o hija) que haya padecido la enfermedad; si la enfermedad apareció en familiares más lejanos, el riesgo es menor.

    Los genes involucrados en este padecimiento son: BRCA1 en el 20% de casos, BRCA2 en otro 20%, CHEK2 en 5%, TP53 en 1%; sin embargo, en más del 50% de los casos se desconoce en gen asociado. El BRCA1 es un gen localizado en el cromosoma 17q21, supresor de tumor, involucrado en la regulación del ciclo celular, la reparación del ADN dañado, el mantenimiento de la estabilidad genómica y la regulación de la transcripción. Existen indicaciones precisas para la búsqueda intencionada del gen BRCA en pacientes con historia familiar o personal de cáncer de mama y ovario.

  • Antecedentes personales: una mujer que ha tenido cáncer de mama tiene más riesgo de padecer otro cáncer en la mama contralateral.
  • Enfermedades previas de la mama: algunas enfermedades de la mama como la hiperplasia atípica o el carcinoma lobulillar in situ pueden aumentar el riesgo.
  • Primer embarazo tardío.
  • Nuliparidad (ausencia de embarazo previo).
  • Terapia hormonal sustitutiva prolongada.

Si bien muchos cánceres de mama se diagnostican en mujeres asintomáticas en estadios iniciales, gracias a los programas de cribado o porque se ha realizado una mamografía de control como seguimiento de otro problema distinto en la mama, los síntomas más frecuentes por los que la mujer acude al médico son: la aparición de un nódulo en la mama (o en la axila) que previamente no existía, dolor en la mama a la palpación, cambio de tamaño o en el contorno de alguna de las mamas, menor movilidad de una mama al levantar los brazos, aparición de úlceras o de piel de naranja en la mama, cambios en el pezón (retracción o secreción) y síntomas más inespecíficos que pueden aparecer en estadios avanzados (cansancio, dolor óseo localizado, etc.).

Diversos estudios han concluido que la realización de mamografías periódicas en mujeres de 50 a 69 años conduce a una disminución del riesgo de morir por cáncer de mama. En mujeres más jóvenes se aconseja un análisis personalizado, ya que la diferente densidad mamaria dificulta el diagnóstico mediante mamografía, con un notable aumento de falsos positivos, que hacen necesarias exploraciones complementarias con ecografía y/o RM, sin que ninguna de ellas se considere un patrón óptimo.

En los estadios que pueden tratarse quirúrgicamente con éxito, los factores pronósticos marcan el riesgo que tiene una paciente de tener una recaída de la enfermedad tras completar el tratamiento ablativo. La mayoría depende de las características anatomopatológicas del tumor, pero algunas dependen del propio paciente. Los factores pronósticos “clásicos” más importantes son:

  • Dependientes del tumor:
    • Estadio clínico: tamaño tumoral y afectación ganglionar axilar. Ambos siguen considerándose el factor más importante, fundamentalmente la afectación axilar. La supervivencia a 5 años es prácticamente del 100% en el estadio I y de aproximadamente el 20% en el estadio IV.
    • Grado de diferenciación celular: cuanto menos diferenciado sea el tumor es de peor pronóstico.
    • Receptores hormonales: las pacientes con tumores dependientes de hormona (HR+) se consideran de mejor pronóstico. Además, son sensibles al tratamiento hormonal, lo que amplía el arsenal terapéutico. Representan en torno al 60-65% de los tumores de mama diagnosticados cada año.
    • Expresión de Her-2: las pacientes con sobreexpresión de Her-2 tenían peor pronóstico. Representan el 20-25% de los nuevos tumores.
  • Dependientes del paciente:
    • Edad: tener menos de 35 años es un factor de riesgo.
    • Perfil genético tumoral: los perfiles de expresión génica buscan definir patrones que permitan predecir la evolución clínica que tendrán grupos de pacientes muy bien definidos (actualmente desarrollado solo para tumores luminales: receptores hormonales positivos Her2 negativo).

Los tumores de mama positivos para el receptor de hormonas (HR+) y negativos para el factor de crecimiento epidérmico humano receptor 2 (HER2−) dependen del estrógeno para la supervivencia y el crecimiento. Los efectos sobre la proliferación involucran la estimulación de la progresión a través de la fase G1 del ciclo celular, donde el eje de señalización formado por la ciclina D1, la cinasa dependiente de ciclina (CDK) 4/6 y el retinoblastoma (pRB) es de importancia crucial.

Se acepta que los tumores metastásicos HR+/HER2- tienen mejor pronóstico que el conjunto de cánceres de mama metastásicos, siendo la mediana de supervivencia global en este subgrupo de aproximadamente 2,5-4 años. Aproximadamente un tercio de las pacientes actualmente con cáncer de mama metastásico RH+/HER-2 negativo están vivas más allá de los 5 años.

TRATAMIENTO

El tratamiento del cáncer de la mama es multidisciplinar y precisa la combinación de diversas modalidades terapéuticas para conseguir un control eficaz de la enfermedad. Estas modalidades son la cirugía, la radioterapia (RT), la quimioterapia (QT), la hormonoterapia (HT) y la terapia biomolecular (TB).

Las dos primeras –quimioterapia y radioterapia– actúan a nivel local, es decir, sobre la enfermedad en la mama y los ganglios linfáticos, y constituyen el tratamiento de elección en la enfermedad localizada no metastásica.

Las restantes (QT, HT y TB) actúan tanto a nivel local como general de todo el organismo, en lo que se denomina tratamiento sistémico, y se utilizan de forma complementaria al tratamiento local con cirugía y/o RT o como tratamiento de primera elección en la enfermedad metastásica o diseminada.

Las modalidades de aplicación de la QT en los pacientes con cáncer de mama se pueden clasificar en neoadyuvante, adyuvante y enfermedad metastásica o paliativa. Se considera quimioterapia neoadyuvante a la que se administra antes de la cirugía. Está indicada en los cánceres de mama localmente avanzados y en aquellos que midan más de 2 cm o que tengan adenopatías axilares. Los fármacos más utilizados son fundamentalmente las antraciclinas y los taxanos, en combinación con otros agentes (ciclofosfamida, 5-fluorouracilo, carboplatino…). El objetivo de la neoadyuvancia es principalmente la disminución del tamaño tumoral para practicar una cirugía conservadora con márgenes libres de enfermedad, en los tumores localmente avanzados e inflamatorios, además de la valoración de la respuesta a la QT para posteriores tratamientos.

Tiene tres grandes ventajas: a) permite una tasa más elevada de conservación de la mama (68% vs. 60% con QT adyuvante); b) reduce la tasa de recaída ipsilateral (7,6% vs. 10,7% con QT adyuvante); y c) la posibilidad de evaluar la respuesta tumoral mediante muestras del mismo y de ganglios axilares, que permite tomar decisiones terapéuticas oportunamente (por ejemplo, ante resistencia a fármacos). Por todo ello, la QT neoadyuvante se ha convertido en una estrategia cada vez más utilizada en el tratamiento multidisciplinar del cáncer de mama y constituye, además, un marcador pronóstico de respuesta y un criterio de selección en el tratamiento posterior locorregional y/o sistémico del cáncer de mama localmente avanzado. Varios ensayos clínicos han indicado que la ausencia de tumor residual en la mama y en los ganglios linfáticos después de la QT neoadyuvante se asocia a un excelente pronóstico a largo plazo.

Por su parte, la quimioterapia adyuvante es la que se administra después de la cirugía. Su indicación depende de los factores pronósticos clásicos, que son la edad, el tamaño tumoral, la afectación ganglionar axilar, el grado de diferenciación celular (grado histológico) y los receptores hormonales presentes. La QT utilizada depende del riesgo de recaída, aunque en la actualidad en un 80% se utilizan taxanos y antraciclinas, obviando los taxanos en aquellos casos de tumores menores de 2 cm: grado I, sin afectación ganglionar y posmenopáusicas, ya que su utilización no ha demostrado mejoría en la supervivencia libre de progresión (SLP).

Se ha demostrado que la QT adyuvante de 6 meses de duración con esquemas basados en antraciclinas como FEC (5-fluorouracilo, epirubicina y ciclofosfamida) y FAC (5-fluorouracilo, adriamicina y ciclofosfamida) reduce el riesgo anual de muerte por cáncer de mama en un 38% en las mujeres menores de 50 años y en casi el 20% en mujeres con edades comprendidas entre los 50 y los 69 años, con independencia del uso de tamoxifeno, del estado de los receptores hormonales, de la afectación de los ganglios axilares o de otras características del tumor.

En los casos con metástasis ganglionares, generalmente, la asociación de los taxanos (docetaxel o paclitaxel) a los esquemas de QT con antraciclinas mejora claramente la supervivencia libre de enfermedad (SLE) y la supervivencia global (SG). En las pacientes con tumores que sobreexpresan la proteína HER-2, se debe asociar al tratamiento un anticuerpo monoclonal específico frente el receptor HER-21 (trastuzumab, pertuzumab, etc.).

El cáncer de mama metastásico de inicio se observa en un 10% de los casos. En el seguimiento de las pacientes diagnosticadas previamente de enfermedad local, se observan metástasis en el 50%, siendo las localizaciones más frecuentes los pulmones, el hígado, los huesos y el cerebro. Los objetivos del tratamiento paliativo del cáncer metastásico son lograr un alivio sintomático y una atención emocional, social y espiritual para el enfermo y la familia, utilizando un tratamiento oncoespecífico (QT, HT, RT) que haya demostrado en un análisis de riesgo-costo-beneficio previo la conveniencia de su empleo. Se estima que un 20-30% de las pacientes presentan recaídas a distancia tras haber recibido un tratamiento locorregional y sistémico adecuado.

La QT antitumoral ha mostrado beneficio en el incremento de la supervivencia y de la calidad de vida en las pacientes con cáncer de mama, pero no siempre está indicada.

De hecho, en los tumores hormonosensibles (que expresan receptor de hormonas) Her-2 negativos de bajo riesgo, con afectación ósea o de partes blandas, y en pacientes asintomáticas, suele plantearse el tratamiento hormonal (HT), con tratamiento de primera línea con inhibidores de la aromatasa (exemestano, anastrozol o letrozol) o antagonistas de receptores estrogénicos (fulvestrant o, en menor medida, tamoxifeno). La duración media del tratamiento está establecida en 1 año, con tasas de respuestas entre el 30 y el 50%. Las medianas de supervivencia libre de progresión oscilan desde los 10 a los 20 meses en función de la carga de la enfermedad, la localización del tumor y su nivel de sensibilidad a hormonas (AEMPS, 2018).

Hasta hace poco el TH era la única opción de tratamiento de los casos avanzados de tipo de tumores. En la selección del TH óptimo influye el estado hormonal de la paciente, debiéndose realizar una adecuada diferenciación entre la paciente pre-menopáusica y la postmenopáusica. No obstante, aproximadamente el 40% de las pacientes son resistentes al TH desde el inicio y la práctica totalidad de las que presentan respuesta desarrollan con el tiempo resistencias adquiridas. En ese momento, frecuentemente las pacientes reciben QT, con baja o moderada actividad clínica y habitualmente asociada a una toxicidad significativa

Sin embargo, hay cierta controversia sobre la mejor estrategia para alcanzar la eficacia del tratamiento hormonal en casos refractarios tras una primera línea de tratamiento (habiéndose valorado la monoterapia con fulvestrant y la combinación de everolimus y exemestano), lo cual ha motivado la búsqueda de nuevas dianas en el ciclo celular. Esto se ha visto materializado en el reciente desarrollo de una nueva generación de fármacos inhibidores de las cinasas dependientes de ciclinas (CDK) 4 y 6, como palbociclib y ribociclib. Ambos fármacos han demostrado actuar de forma sinérgica con los tratamientos hormonales habitualmente empleados (fulvestrant y letrozol), incrementando significativamente la supervivencia de los pacientes –con una toxicidad importante pero clínicamente manejable– si se compara con el tratamiento con monoterapia hormonal. Palbociclib aumentó la supervivencia libre de progresión una media de 6,6 meses en pacientes que no respondieron a tratamiento hormonal previo y de 10,3 meses en pacientes previamente no tratados. Por su parte, ribociclib incrementó la supervivencia libre de progresión una media de 9,3 meses en general y de 11,4 meses entre aquellos pacientes con metástasis hepáticas y/o pulmonares (Cuéllar, 2017).

Por otro lado, ante tumores con receptores hormonales negativos, enfermedad visceral, intervalo de recaída corto desde la cirugía o sintomatología relacionada con la recaída o la metástasis, o en pacientes Her-2 positivas se suele pautar QT de primera línea. La tasa de respuesta varía entre el 25 y el 60% según las series, alcanzado las mejores tasas cuando se utiliza la poli-QT; aunque ésta solo se utiliza cuando se busca un rápido control de síntomas o una disminución rápida de la carga tumoral, ya que se ha demostrado que la supervivencia global (SG) no se modifica si se emplea mono- o poli-QT, aumentando en esta última modalidad los efectos secundarios.

Las pacientes con sobreexpresión HER-2 positiva son candidatas a recibir tratamiento anti-HER-2, asociado a la QT. A día de hoy hay disponibles 4 fármacos anti-HER-2: el trastuzumab, un anticuerpo monoclonal frente a este receptor; pertuzumab, anticuerpo monoclonal que inhibe la dimerización HER-2; trastuzumab emtansina, un conjugado del anticuerpo y el agente citotóxico antimicrotúbulos DM1, unidos mediante un enlace estable; y el lapatinib, que inhibe su actividad tirosina cinasa.

Actualmente la investigación va dirigida a otras dianas, con la idea de pautar un tratamiento que actúe no solo en las distintas fases de la replicación celular, sino en un aspecto crucial para los tumores como es la angiogénesis. Se han estudiado inhibidores de la tirosina cinasa del receptor del factor de crecimiento endotelial vascular (VEGF) y el anticuerpo monoclonal contra el VEGF (bevacizumab). En el cáncer de mama estadio IV, se han ensayado en estudios fase 3 sunitinib, sorafenib y bevacizumab, aunque solo este último ha demostrado que, en combinación con QT (paclitaxel, docetaxel y capecitabina), mejora las tasas de respuesta y aumenta el tiempo hasta la progresión tumoral, por lo que ha sido autorizado como primea línea de tratamiento de la enfermedad avanzada (Martínez et al., 2017).

ACCIÓN Y MECANISMO

Abemaciclib es un inhibidor competitivo potente y selectivo de las cinasas dependientes de ciclinas 4 y 6 (CDK4 y CDK6) –específicamente más activo frente a la ciclina CDK4– capaz de reducir, por ese mecanismo, la proliferación celular, al bloquear la progresión de la fase G1 a la fase S del ciclo celular. El medicamento ha sido autorizado para el tratamiento de mujeres con cáncer de mama localmente avanzado o metastásico, positivo para el receptor hormonal (HR) y negativo para el receptor 2 del factor de crecimiento epidérmico humano (HER2), en combinación con un inhibidor de la aromatasa o fulvestrant como hormonoterapia inicial o en mujeres que hayan recibido hormonoterapia previa. En mujeres pre- o perimenopáusicas, la hormonoterapia se debe combinar con un agonista de la hormona liberadora de la hormona luteinizante (LHRH).

Las ciclinas son proteínas sintetizadas durante la interfase y destruidas al final de la mitosis de cada ciclo celular. Actúan como reguladoras de la actividad enzimática de las cinasas dependientes de ciclinas (CDK) y su concentración varía a lo largo de las diferentes fases del ciclo celular. Las ciclinas C, D y E funcionan durante la fase G1 y en la transición de G1-S; por su parte, las A y B son ciclinas mitóticas que permanecen estables durante la interfase, pero son rápidamente proteolizadas durante la mitosis.

Las cinasas dependientes de ciclinas (CDK) son enzimas que regulan el desarrollo correcto del ciclo celular. Se trata de heterodímeros constituidos por una subunidad cinasa y una subunidad ciclina; su función es fosforilar, a partir de moléculas de ATP, residuos de serina y treonina de proteínas reguladoras específicas. Estos procesos se llevan a cabo cuando las CDK están activadas por las correspondientes ciclinas, las cuales dotan de especificidad a la enzima y permiten la regulación de su actividad, sobre todo mediante proteólisis dependiente de ubiquitinación y posterior traslado al proteasoma. Por el momento, se han descrito 12 CDK (CDK1 a CDK12).

La CDK4 y la CDK6 destacan entre ellas por ser potenciales dianas farmacológicas, las cuales forman complejos con las ciclinas D y funcionan durante la transición G0/G1, fosforilando a la proteína del retinoblastoma (Rb) y activando así la expresión de genes necesarios para la entrada en la fase S. Diversas mutaciones en el gen cdk4, así como en los de sus proteínas asociadas, incluyendo las ciclinas D, p16 (TINTA4un) y pRb, han sido asociadas con la carcinogénesis en una amplia variedad de órganos, incluyendo el de mama y el de esófago.

En base al mencionado mecanismo de inhibición de CDK4 y CDK6, se comprende que, en pacientes con cáncer, abemaciclib previene su unión a la ciclina D1 y la fosforilación de la proteína del retinoblastoma y de la topoisomerasa II (topoII), y bloquea la progresión del ciclo celular desde la fase G1 (que supone un punto de restricción) a la fase S de la división celular, conduciendo a la supresión del crecimiento del tumor.

Así, en estudios sobre líneas celulares de cáncer de mama positivas para el receptor estrogénico, la inhibición mantenida con abemaciclib previno el rebote de la fosforilación de Rb, que resultaba en senescencia celular y apoptosis. También se ha demostrado in vitro que las líneas celulares Rb-negativas y Rb-disminuidas son generalmente menos sensibles a abemaciclib. Todo ello se correlaciona con los hallazgos en modelos in vivo de xenoinjertos de cáncer de mama, en que la monoterapia con abemaciclib a concentraciones clínicamente relevantes indujo reducción del tamaño del tumor, asociado a cambios relevantes en marcadores moleculares de la inhibición del ciclo celular, tales como la fosforilación de las proteínas Rb y la expresión de Topoll α (Torres-Guzmán et al., 2017).

La especificidad molecular de abemaciclib hacia CDK4 y CDK6 fue estudiada en ensayos enzimáticos sin células, obteniéndose valores de concentración inhibitoria para el 50% (CI50) inferiores a 10 mM, tanto para el compuesto original como para sus tres metabolitos más relevantes desde el punto de vista farmacológico (M18 y, sobre todo, M2 y M20). Abemaciclib mostró una afinidad significativamente mayor para CDK4 que para CDK6 (CI50 de 2,0 nM vs. 9,9 nM), que fue incluso mayor en el caso de los tres metabolitos (con valores de CI50 <2 mM). Además de las proteínas diana, abemaciclib parece inhibir otras enzimas, entre las que destaca PIM1, una serina treonina cinasa que juega un papel importante en la regulación del ciclo celular por su gran actividad antiapoptótica. Se ha postulado –pero no confirmado– que la inhibición de esta enzima podría contribuir al efecto terapéutico (EMA, 2018).

Aspectos moleculares

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El abemaciclib es un compuesto estructuralmente muy similar a los otros dos fármacos de su grupo terapéutico: palbociclib y ribociclib (Figura 2), con los que comparte un núcleo central de un anillo de piridina unido por enlace amina a una pirimidina. Éstos contienen núcleos análogos al de purina, en una estructura que emula a la del ATP y, como tal, actúan como inhibidores selectivos y reversibles de las cinasas dependientes de ciclinas CDK4 y 6, al competir con el ATP en el proceso de fosforilación, bloqueándolo.

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Por extensión, estas moléculas recuerdan a las de otros miembros de la serie de inhibidores de proteína cinasas (Figura 3), que han resultado de la optimización funcional mediante modelización molecular a partir de una serie de 2-fenilaminopirimidinas, de donde surgió el imatinib, cabeza de serie del grupo. Todos ellos guardan –en mayor o menor grado– una familiaridad química con la molécula de ATP (o, en su caso, con la de GTP, como sucede en las cinasas MAPK), con la que compiten para provocar el bloqueo de la cinasa correspondiente. Se han desarrollado modelos moleculares de relación estructura-actividad para este grupo de sustancias y, en todos los casos, las interacciones estéricas y electrostáticas han demostrado ser las más determinantes para el efecto inhibitorio sobre las cinasas.

El nombre químico del abemaciclib es 2-pirimidinamina, N-[5-[(4-etil-1-piperazinil)metil]-2-piridinil]-5-fluoro-4-[4-fluoro-2-metil-1-(1-metiletil)-1H-benzimidazol-6-il], que se corresponde con la fórmula molecular C27H32F2N8 y presenta un peso molecular de 506,59 g/mol. No contiene ningún centro quiral. En la forma polimórfica en que ha sido desarrollado (forma III), abemaciclib es prácticamente insoluble en agua y escasamente soluble en etanol, con una solubilidad es pH-dependiente (EMA, 2018).

EFICACIA Y SEGURIDAD CLÍNICAS

La eficacia y la seguridad clínicas de abemaciclib por vía oral han sido adecuadamente contrastadas en la indicación y dosis autorizadas mediante dos ensayos pivotales de fase 3 (confirmatorios de eficacia y seguridad), aleatorizados, multicéntricos, internacionales, doblemente ciegos y controlados con placebo. Ambos estudios evaluaron el fármaco en mujeres con cáncer de mama localmente avanzado o metastásico, positivo para el receptor de hormonas (HR+) y negativo para HER2.

El estudio clínico MONARCH 3 fue diseñado para comparar el tratamiento de abemaciclib en combinación con un inhibidor de la aromatasa no esteroideo a la dosis recomendada (anastrozol o letrozol) frente a ese mismo inhibidor de la aromatasa –a igual régimen posológico– combinado con placebo. El tratamiento se mantuvo por ciclos completos de 28 días hasta progresión de la enfermedad o cumplimiento de los criterios de interrupción.

Las pacientes presentaban una mediana de edad de 63 años (32-88), el 58% eran de raza caucásica y el 30% asiáticas, tenían una puntación ECOG2 de 0 (60%) o 1 (40%) y, aunque no podían haber recibido tratamiento hormonal sistémico previo, el 34% de ellas había recibido quimioterapia y el 43% había sido tratadas con tratamiento neoadyuvante (finalizado al menos 12 meses antes de la aleatorización), tras lo cual su patología había recaído o progresado. Las pacientes eran todas posmenopáusicas y tenían metástasis (96%), bien solo en los huesos (23%) o también en vísceras (53%). Las características basales de las pacientes estaban bien balanceadas entre los dos grupos de tratamiento.

La variable principal de eficacia del estudio fue la supervivencia libre de progresión (SLP) evaluada por el investigador según los criterios RECIST 1.13. Entre las variables secundarias se evaluaron la supervivencia global (SG) a los 1, 2 y 3 años, la tasa de respuesta objetiva (TRO), la duración de la respuesta (DR) y la tasa de beneficio clínico (TBC). En el análisis de los datos por intención de tratar, quizá el que mejor representa la práctica clínica real, se obtuvieron los resultados que se muestran en la siguiente tabla (Tabla 1).

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NA: no alcanzado; HR: hazard ratio o razón de riesgos; * estadísticamente significativo.

Cabe destacar que los resultados de eficacia en términos de SLP fueron consistentes entre los distintos subgrupos analizados, confirmándose que la eficacia de abemaciclib es independiente de la edad de las pacientes, la localización o estadio de la enfermedad, entre otros factores. Se verificó una reducción significativa en el riesgo de progresión de la enfermedad o de muerte en pacientes con enfermedad visceral (HR: 0,57; IC95% 0,41-0,79), en pacientes con solo enfermedad ósea (HR: 0,57; IC95% 0,31-1,04) y en pacientes con enfermedad medible (HR: 0,52; IC95% 0,39 – 0,68). Además, en la revisión de los datos por un comité independiente, se obtuvieron incluso resultados más favorables para el brazo de abemaciclib más inhibidor de aromatasa. Se describió un porcentaje de eventos del 27,7% (91 eventos) frente a un 44,2% (73 eventos) en el brazo placebo más inhibidor de aromatasa, que se traducía en una SLP con una mediana no alcanzada para el grupo de abemaciclib y de 19,36 meses para el grupo placebo (HR: 0,47; IC95%: 0,34-0,36; p<0,000001).

Por otra parte, el estudio MONARCH 2 evaluó el tratamiento de abemaciclib en combinación con fulvestrant frente placebo con fulvestrant en la misma pauta posológica, manteniéndose los tratamientos por ciclos completos de 28 días hasta progresión de la enfermedad o cumplimiento de los criterios de interrupción. Entre los criterios de exclusión destacan los tratamientos hormonales sistémicos (no neoadyuvantes) previos y la presencia de metástasis cerebrales o cáncer de mama inflamatorio.

Las pacientes que fueron aleatorizadas (2:1) al inicio del estudio presentaban unas características equilibradas entre ambos grupos de tratamiento: media de edad de 60 años (32-91), mayoría de pacientes de raza blanca (56%) y asiática (32%) y sin tratamiento con quimioterapia para la enfermedad metastásica (53%). En cuanto a la situación hormonal, la mayoría eran pacientes posmenopáusicas (82%), si bien destaca un porcentaje importante (17%) de pacientes pre/perimenopáusicas. Presentaban enfermedad metastásica (97%) de localización predominantemente visceral (56%) y ósea (27%), que había recidivado durante tratamiento endocrino neoadyuvante (45%) o tras una primera línea avanzada con un antagonista estrogénico o inhibidor de aromatasa (45%).

La variable principal de eficacia coincidía respecto a la comentada previamente para MONARCH 3, y las variables secundarias fueron también muy similares. En la Tabla 2 se muestran los resultados para el total de pacientes (N=669) que conformaron la población por intención de tratar.

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NA: no alcanzado; HR: hazard ratio o razón de riesgos; * estadísticamente significativo; IM: vía de administración intramuscular.

De nuevo, el análisis por subgrupos mostró robustez estadística de los resultados a favor de la eficacia de abemaciclib en todos los pacientes con independencia de la edad, la raza, la región geográfica, localización de la enfermedad, estado menopáusico o susceptibilidad/resistencia previa a hormonoterapia, entre otros factores analizados. La revisión de los resultados de SLP por un comité independiente apoyó la evaluación del investigador: se notificaron eventos de la enfermedad en un 36,8% (164 eventos) en el brazo de abemaciclib más fulvestrant frente a un 55,6% (124 eventos) en el brazo placebo más fulvestrant, lo cual se traducía en una mediana de SLP de 22,4 meses (límite superior del intervalo no alcanzado) para el grupo de abemaciclib y de 10,2 meses para el grupo placebo (HR: 0,46; IC95%: 0,36-0,58; p<0,000001).

De manera interesante, MONARCH 2 incluyó un pequeño grupo de pacientes (N=44) naïve para tratamiento hormonal, cuyos datos se analizaron separadamente. Entre los aleatorizados a recibir abemaciclib+fulvestrant, no se alcanzó la mediana de SLP, mientras que para quienes recibieron placebo+fulvestrant, la mediana fue de 23,2 meses (HR: 0,45; IC95% 0,18-1,15; p: 0,089).

Por otro lado, el perfil toxicológico de abemaciclib en combinación con hormonoterapia parece importante y requiere de un control riguroso para su manejo. En función de los acontecimientos adversos reportados en los pacientes que han recibido abemaciclib en los estudios de fase 3 (N>770), se observó al menos 1 evento adverso relacionado con el tratamiento en la práctica totalidad de pacientes (>98%). Con una media de exposición a abemaciclib de 13-16 ciclos, los eventos adversos más comunes fueron: diarrea (82-86%), neutropenia (44-46%), náuseas (41-45%), fatiga (40-41%), anemia (29-32%), dolor abdominal (31-35%), vómitos (26-30%), dolor de cabeza (20%) y alopecia (16-28%). También destacan los aumentos de los niveles de transaminasas hepáticas (15%).

En cuanto a su gravedad, se notificó una sustancial tasa de eventos adversos de grado ≥3: 22-28% en pacientes tratados con abemaciclib más hormonoterapia vs. 11-17% en pacientes de los brazos control (solo tratados con hormonoterapia). Las interrupciones del tratamiento por eventos adversos fueron más frecuentes en los brazos de tratamiento con abemaciclib que en el control (9-17% vs. 3%). Entre los eventos adversos que motivaron la interrupción del tratamiento sobresalen las infecciones pulmonares (2-4%) y los fenómenos tromboembólicos (1,2-2,4%).

El EPAR de la EMA destaca, por encima de la neutropenia, la diarrea como el evento adverso cualitativa y cuantitativamente más relevante de los asociados con abemaciclib. La incidencia fue del 85% (grado ≥3 en el 12% de pacientes), apareciendo con mayor frecuencia durante el primer mes de tratamiento y con una duración media de 6-12 días; motivó omisión o reducción de la dosis de abemaciclib en un 15-20% de los pacientes e implicó la necesidad de tratamiento con antidiarreicos para su manejo (fundamentalmente, loperamida).

ASPECTOS INNOVADORES

Abemaciclib es un nuevo inhibidor competitivo, potente y selectivo de las cinasas dependientes de ciclinas 4 y 6 (CDK4 y CDK6) capaz de reducir la proliferación celular mediante el bloqueo de la progresión de la célula de la fase G1 a la fase S del ciclo celular. El medicamento ha sido autorizado para el tratamiento de mujeres con cáncer de mama localmente avanzado o metastásico, positivo para el receptor hormonal (HR) y negativo para el receptor 2 del factor de crecimiento epidérmico humano (HER2), en combinación con un inhibidor de la aromatasa o fulvestrant como hormonoterapia inicial o en mujeres que hayan recibido hormonoterapia previa. En mujeres pre- o perimenopáusicas, la hormonoterapia se debe combinar con un agonista de la hormona liberadora de la hormona luteinizante (LHRH).

La evidencia clínica contrastada procede de dos estudios pivotales de fase 3, multicéntricos, multinacionales, aleatorizados, doblemente ciegos y controlados con placebo (más la hormonotearapia estándar), realizados en mujeres con cáncer de mama con receptores hormonales positivo (ER-positivo) y HER2-negativo.

A grandes rasgos, el primer estudio (MONARCH 3) demostró que la adición de abemaciclib a un inhibidor de la aromatasa –anastrozol o letrozol– en primera línea de tratamiento (pacientes posmenopáusicas con enfermedad metastásica que no habían recibido previamente tratamiento hormonal sistémico) aumentaba en más de 13 meses la SLP frente al tratamiento con el inhibidor de aromatasa más placebo (mediana de 28,2 vs. 14,8 meses), lo cual implica una notable reducción del riesgo de progresión de la enfermedad o muerte del 46%.

Aunque los datos de supervivencia global –que sería la variable más sólida– no eran maduros al final del análisis (93 eventos entre ambos brazos), otras variables secundarias confirmaron el beneficio clínico de la combinación con abemaciclib frente a la monoterapia con el inhibidor de aromatasa: prolonga significativamente la duración de la respuesta (27,39 vs. 17,46 meses) y la tasa de respuesta objetiva (49,7% vs. 37,0%).

El segundo estudio (MONARCH 2) puso de manifiesto que la combinación de abemaciclib con fulvestrant es clínicamente superior a la combinación de placebo con fulvestrant en pacientes cuyo tumor había progresado a pesar de una primera línea de tratamiento hormonal, pues aumentó significativamente la SLP en una mediana de 7 meses (16,4 meses vs. 9,3 meses), reduciendo el riesgo de progresión en un 45%. La prolongación de la SLP no supuso ningún perjuicio de la calidad de vida relacionada con la salud y, además, la tasa de respuesta objetiva y la de beneficio clínico mejoraron significativamente a favor de abemaciclib en comparación con placebo (35,2% vs. 16,1% y 72,2% vs. 56,1%, respectivamente). Se demostró que dicha eficacia es independiente del estado hormonal de las pacientes (el estudio incluyó un 17% de pacientes pre o perimenopáusicas).

En general, el diseño de los estudios pivotales es adecuado y las poblaciones de pacientes son suficientemente representativas de la población diana recogida en la indicación. La selección de la supervivencia libre de progresión como variable principal de eficacia se considera aceptable y la selección de los fármacos empleados en combinación con abemaciclib es apropiada, de acuerdo a las guías de práctica clínica vigentes. Hay que considerar que en el momento de desarrollarse estos estudios, no estaban disponibles ni palbociclib ni ribociclib, que actualmente se recomiendan en primera línea.

Con respecto a la seguridad, la frecuencia y tipo de eventos adversos descritos en ambos estudios fue muy similar, lo cual revela que la combinación de abemaciclib con inhibidores de aromatasa o fulvestrant es sustancialmente más tóxica que esos fármacos en monoterapia: tasa de eventos adversos de grado ≥3 de 22-28% en el brazo de abemaciclib vs. 11-17% en brazo placebo, y tasa de interrupción del tratamiento por eventos adversos de 9-17% vs. 3%. A diferencia de lo descrito para palbociclib y ribociclib, cuya tolerabilidad se ve limitada principalmente por la neutropenia, la reacción adversa más relevante relacionada con abemaciclib es la diarrea, que es grave (grado ≥3) en aproximadamente el 12% de los pacientes y requiere de tratamiento y/o ajustes posológicos.

A falta de comparaciones directas con ribociclib y palbociclib, las comparaciones indirectas podrían sugerir que el beneficio que aportan los tres fármacos es clínicamente relevante y similar. Así, en sus ensayos clínicos, también asociados a tratamiento hormonal, palbociclib incrementó la SLP en una media de 6,6 meses en pacientes que no respondieron a tratamiento hormonal y en 10,3 meses en pacientes previamente no tratadas; por su parte, ribociclib aumentó la SLP en una media de 9,3 meses en general y de 11,4 entre aquellos con metástasis hepáticas y/o pulmonares (Cuéllar, 2017).

Palbociclib y ribociclib se administran por vía oral durante periodos de 21 días más 7 días de descanso. A priori, abemaciclib podría aportar una ventaja en términos de adherencia por su régimen posológico continuo; sin embargo, puesto que requiere la administración de dos comprimidos diarios (frente a una única toma de los otros dos fármacos), tal ventaja no parece relevante. El perfil de interacciones farmacológicas de abemaciclib también resulta muy similar al de palbo- y ribociclib, debiendo evitarse el uso concomitante con inhibidores potentes de CYP3A4.

En definitiva, abemaciclib asociado a hormonoterapia –como primera o segunda línea de tratamiento– aporta un beneficio clínico sustancial en todos los subgrupos de pacientes con cáncer de mama localmente avanzado o metastásico HR+ y HER2-, con una toxicidad aceptable. Parece que las pacientes que más se pueden beneficiar del tratamiento son aquellas que no han recibido tratamiento hormonal previo.

El nuevo fármaco no aporta ninguna novedad desde el plano mecanístico ni supone una innovación reseñable desde el punto de vista de eficacia o seguridad clínica respecto a los demás fármacos del grupo de los inhibidores de cinasas dependientes de ciclinas. A falta de conocer las consideraciones del IPT de la AEMPS, abemaciclib viene a situarse como una nueva alternativa dentro de este grupo de fármacos, que sí suponen una ventaja –aunque no demasiado espectacular– respecto a la monoterapia con tratamiento hormonal y se sitúan como opciones preferentes tanto en primera como en segunda línea de tratamiento. Se trata, no obstante, de tratamientos que buscan el alivio de los síntomas y la prolongación de la supervivencia, sin representar una cura de la enfermedad.

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BIBLIOGRAFÍA


Síndromes paraneoplásicos

resumen

Los síndromes paraneoplásicos son entidades nosológicas que se caracterizan por manifestaciones clínicas independientes de los efectos clínicos locales derivados de un tumor maligno primario y/o sus metástasis. En líneas generales, la fisiopatología implica un aumento o una reducción en la secreción de hormonas, factores de crecimiento, anticuerpos, péptidos y/o citocinas. Los síntomas que nos podemos encontrar inducen alteraciones diversas en función del sistema afectado.

El tratamiento de los síndromes paraneoplásicos se basa en el control oncológico del tumor primario, así como en la inmunosupresión. Esto permite mejorar la calidad de vida y puede prolongar la supervivencia de los pacientes.

El presente artículo revisa las cuestiones fundamentales relativas a la fisiopatogenia, aspectos clínicos y abordaje terapéutico de los síndromes paraneoplásicos más frecuentes, agrupándolos por el sistema funcional al que afectan.

INTRODUCCIÓN

Los síndromes paraneoplásicos son manifestaciones clínicas no relacionadas con la invasión local o complicaciones propias de una neoplasia maligna, es decir son manifestaciones clínicas independientes de los efectos clínicos locales derivados de un tumor maligno primario y/o de sus metástasis. Los síndromes paraneoplásicos pueden ser detectados antes de haber llegado al diagnóstico del tumor primario o durante la evolución de una neoplasia confirmada. Se ha estimado que los síndromes paraneoplásicos son detectados hasta en el 8% de los pacientes oncológicos.

La fisiopatología de este tipo de alteraciones implica la presencia de al menos uno de los siguientes mecanismos:

  1. Aumento o reducción de la secreción de hormonas,
  2. Presencia de factores de crecimiento, anticuerpos, péptidos y/o citocinas producidas por el tumor primario o los tejidos sanos, y/o
  3. Inducción de respuesta inmune cruzada entre el tejido normal y la célula tumoral.

Los cánceres que con mayor frecuencia se asocian al desarrollo de síndromes paraneoplásicos son el carcinoma pulmonar de células pequeñas, de mama y las neoplasias ginecológicas y/o hematológicas. El diagnóstico y tratamiento temprano del síndrome mejoran la calidad de vida y pueden prolongar la supervivencia de los pacientes.

A continuación se exponen los síndromes paraneoplásicos clasificados por aparatos y sistemas.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS NEUROLÓGICOS

Aproximadamente 1/10.000 pacientes oncológicos padecen un síndrome paraneoplásico neurológico (SPN) en algún momento de la evolución de su neoplasia. Los cánceres que con mayor frecuencia se asocian a SPN son el carcinoma pulmonar de células pequeñas (3-5%), timomas (15-20%), neoplasias de células plasmáticas o células B (3-10%) y otros como el cáncer de ovario o mama (en menos de 1%). Los SPN pueden afectar el sistema nervioso central, la unión neuromuscular, o bien, al sistema nervioso periférico.

Los síntomas que se pueden encontrar van a depender del compartimento afectado, pudiendo producir cambios cognitivos y en la personalidad: ataxia, déficit de nervios craneales, debilidad o entumecimiento muscular. El SPN se caracteriza sobre todo por el rápido desarrollo de los síntomas y los signos de inflamación, con presencia en el líquido cefalorraquídeo de pleocitosis linfocítica moderada, hiperproteinorraquia, IgG elevada y bandas oligoclonales específicas.

Actualmente se estima que los síntomas neurológicos son la primera manifestación del tumor hasta en el 70% de los casos con SPN; posteriormente, el trabajo de diagnóstico logra identificar el tumor primario mediante tomografía axial computarizada del tórax, abdomen, pelvis y/o PET-TAC. Sin embargo, no siempre es posible tener los datos clínicos típicos que establecen el diagnóstico del SPN.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS DEL SISTEMA NERVIOSO CENTRAL

Encefalomielitis

Se trata de la afección multifocal del SNC supratentorial e infratentorial, médula espinal y/o sistema nervioso autónomo. Las entidades específicas incluyen:

  • Mielopatía. Consiste en una grave complicación neurológica del cáncer y se caracteriza por dolor, incontinencia vesical y parálisis. Su patogenia obedece a una reacción autoinmune ante los antígenos compartidos por el tumor y el SNC. El anticuerpo anti-Hu se detecta en casos con mielopatía paraneoplásica secundaria a encefalomielitis y se relaciona con cáncer de pulmón y mama. Los anticuerpos contra colapsina se asocian a neuritis óptica y retinitis en un 15% de los casos con cáncer pulmonar. Existen otros anticuerpos relacionados con la mielopatía aunque no son específicos y van dirigidos contra acuaporina 4, anfifisina, ácido glutámico descarboxilasa y anti-Ri.

    La RMN generalmente no revela alteraciones específicas relacionadas con esta mielopatía. El objetivo del tratamiento es mejorar el dolor, la disfunción sexual y vesical, así como la espasticidad. La terapia específica del tumor primario debe continuar y se espera que sea el medio para obtener la mejoría de los síntomas.

  • Encefalitis límbica. Consiste en un proceso inflamatorio en las estructuras del sistema límbico y se caracteriza por alteraciones del estado de ánimo, sueño, convulsiones, alucinaciones y pérdida de memoria a corto plazo que suele progresar a demencia. Generalmente, este tipo de encefalitis se relaciona con títulos altos de ANNA-1 (anticuerpo nuclear antineuronal tipo-1), anti-Hu, anticuerpo Ma2 o CRMP (proteína mediadora de respuesta de colapsina) y anti-amfifisina. Los tumores primarios relacionados son el carcinoma pulmonar de células pequeñas (CPCP), cáncer de testículo, mama, colon, paratiroides y el linfoma de Hodgkin.
  • Degeneración cerebelosa paraneoplásica. Suele producir dificultad al caminar, que se presenta en el lapso de algunas semanas o pocos meses; además, puede manifestarse con ataxia, diplopía, disartria y disfagia, en algunos casos aparece visión borrosa, oscilopsia y opsoclonus transitorio. La degeneración cerebelosa se caracteriza por la pérdida extensa de células de Purkinje e infiltrados inflamatorios en la corteza cerebelosa, núcleo cerebeloso profundo y núcleo olivar inferior. Los tumores malignos asociados a la degeneración cerebelosa son el cáncer de mama y/o de ovario fundamentalmente, aunque también se puede asociar al carcinoma pulmonar de células pequeñas (CPCP) y al linfoma de Hodgkin.

    Los anticuerpos onconeurales detectados son el anti-Yo, principalmente ante casos con cáncer de mama y ovario, el anti-Tr, en casos con linfoma de Hodgkin, así como el anti-Hu, con carcinoma pulmonar de células pequeñas. El sitio anatómico del tumor primario y la presencia o no del anticuerpo onconeural parecen ser factores relacionados con el pronóstico de la degeneración cerebelosa.

  • Síndrome opsoclono-mioclono. Este síndrome integra alteraciones de los movimientos oculares y mioclonos multifocales que se presentan como movimientos rápidos involuntarios, arrítmicos, caóticos y multidireccionales, con un componente de torsión horizontal y vertical, y suele acompañarse por sacudidas mioclónicas en el tronco y las extremidades. También pueden estar presentes la ataxia cerebelosa, el temblor y la encefalopatía. En niños el síndrome se relaciona frecuentemente con el neuroblastoma. Aparentemente, la edad pediátrica común de presentación es a los 18 meses y parece afectar con mayor frecuencia a las niñas. El anticuerpo onconeural más común es el anti-Ri, en casos con neuroblastoma. En los adultos el síndrome opsoclonus-mioclonus se asocia al CPCP, cáncer de mama y ovario. El mecanismo fisiopatológico sugiere la desinhibición del núcleo fastigiado del cerebelo.
  • Síndrome del hombre-rígido. Es una patología rara caracterizada por hiperexcitabilidad neuromuscular, rigidez axial, espasmo muscular doloroso y lordosis. El marcador serológico identificado es el anticuerpo contra la descarboxilasa del ácido glutámico y el anti-amfifisina.
  • Enfermedad de la neurona motora. Se relaciona con diversas neoplasias, entre ellas cáncer de pulmón, mama, linfoma, ovario, testículo y melanoma.
  • Neuromiotonía o síndrome de Isaac. Enfermedad caracterizada por calambres y debilidad muscular. Este trastorno parece ser una alteración en los canales de potasio y anticuerpos contra VGCK. La electromiografía muestra una actividad muscular continua.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS DEL SISTEMA NERVIOSO PERIFÉRICO

  • Neuropatía sensomotora o síndrome Guillain-Barré (SGB). Polineuropatía desmielinizante inflamatoria aguda que afecta al sistema nervioso periférico. El SGB incluye las variantes de polineuropatías agudas mediadas por inmunidad y suele ir precedida de una infección. Se caracteriza por parálisis flácida ascendente, bilateral y simétrica (debilidad muscular y pérdida de reflejos osteotendinosos). Suele ir asociado a cáncer de pulmón y linfoma. El diagnóstico se realiza mediante punción lumbar (hiperproteinorraquia), electromiografía y alteración en las velocidades de conducción nerviosa. El tratamiento se basa en el control del tumor primario, inmunoglobulinas intravenosas y plasmaféresis.
  • Neuropatía del sistema autónomo. Se caracteriza por hipotensión ortostática, vejiga neurogénica, alteraciones del peristaltismo esofágico e intestinal, cuadros de pseudoobstrucción intestinal y arritmias cardiacas que pueden provocar muerte súbita. Se asocia a CPCP, cáncer de páncreas, tiroides, recto, y enfermedad de Hodgkin.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS MIOPÁTICOS

  • Miastenia gravis (MG). Enfermedad autoinmune caracterizada por alteración en la transmisión muscular que involucra la producción de autoanticuerpos dirigidos contra el receptor nicotínico de acetilcolina. Aproximadamente en el 10-15% de pacientes con MG existe un timoma como tumor primario.

    Se inicia como una disfunción muscular focal (diplopia, ptosis, disartria y disfagia), acompañado de debilidad generalizada que aumenta con el esfuerzo y disminuye con el reposo. Los factores que agravan la enfermedad son el estrés, infecciones y medicamentos que alteran la conducción neuromuscular (aminoglucósidos, quinina, quinidina, ciprofloxacino, estatinas, etc.).

    El diagnóstico se basa en la detección de anticuerpos contra acetilcolina en suero (80-90%) y el patrón de electromiografía. El tratamiento es con inhibidores de acetilcolina (piridostigmina), timectomía, esteroides, micofenolato de mofetilo, azatioprina, ciclosporina, plasmaféresis y dosis altas de inmunoglobulina intravenosa.

  • Síndrome miasténico de Eaton-Lamber. En esta patología autoinmune el anticuerpo se dirige contra los canales de calcio, lo que inhibe la liberación de acetilcolina. Se caracteriza por debilidad muscular proximal de extremidades inferiores, fatiga, debilidad diafragmática, síntomas bulbares y síntomas autonómicos (ptosis, impotencia, xerostomía); los síntomas mejoran con la estimulación repetida y en el trascurso del día.

    El diagnóstico se basa en el electromiografía. Los tumores asociados son CPCP, cáncer de próstata, cérvix, linfoma y adenocarcinomas. El descubrimiento del SOX, una proteína relacionada con CPCP, es la “diana” de anticuerpos en el 65% de los pacientes con síndrome miasténico de Eaton-Lamber asociado con cáncer. Proporciona una prueba potencial para diferenciar la forma paraneoplásica de la no paraneoplásica. El tratamiento antitumoral mejora los síntomas; además, la 3,4-diaminopiridina, piridostigmina, prednisolona, azatioprina, inmunoglobulina intravenosa y plasmaféresis pueden ser eficaces.

  • Dermatomiositis. Miopatía inflamatoria secundaria a síndrome paraneoplásico en el 10-15% de los casos. Se caracteriza por debilidad muscular proximal, rash en forma de heliotropo, pápulas de Grotton y eritema en cara, cuello, espalda, tórax y hombros. Se asocia a cáncer de mama, ovario, pulmón, páncreas, estómago, colon, linfoma y próstata. El diagnóstico se basa en la detección de niveles elevados de creatinfosfocinasa, unido a la realización de electromiografía y biopsia de músculo. El tratamiento se basa en el uso de esteroides, metotrexato y azatioprina.
  • Miopatía necrosante aguda. Es una enfermedad rara que se caracteriza por inicio agudo de debilidad muscular simétrica proximal rápidamente progresiva, que suele acompañarse de mialgias. Las neoplasias asociadas son tumores del tracto gastrointestinal, cáncer de pulmón de células no pequeñas (CPCNP), CPCP y mama. El diagnóstico se basa en la aparición de niveles elevados en sangre (8-10 veces del valor normal) de creatinfosfocinasa. La biopsia muscular muestra fibras musculares necróticas. El pronóstico es malo y la supervivencia media es de pocos meses. No existe un tratamiento eficaz, aunque se han utilizado corticoides e inmunoglobulina.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS ENDOCRINOS

El cáncer puede también producir síndromes endocrinos o síndromes de secreción hormonal ectópico a través de la producción de citocinas, hormonas o péptidos de hormonas que generan trastornos metabólicos, detectados habitualmente después del diagnóstico de cáncer.

  • Secreción inapropiada de hormona antidiurética (SIHAD). Se define por hiponatremia hipoosmolar euvolémica, excreción renal de sodio elevada (> 20 mEq/L) y osmolaridad urinaria mayor que la sérica. Este síndrome es secundario a la producción de hormona antidiurética y péptido natriurético auricular generados por las propias células del tumor.

    La severidad del SIHAD se clasifica de acuerdo con el nivel de sodio sérico:

    1. Leve: sodio 130-134 mEq/l.
    2. Moderado: 125-129 mEq/l.
    3. Severo: ≤125 mEq/l.

    Los síntomas varían dependiendo el grado de hiponatremia e incluyen: cefalea, debilidad, alteraciones en la memoria, convulsiones refractarias a tratamiento, coma y en raras ocasiones, muerte. Afecta al 1-2% de los pacientes con cáncer, y se relaciona con CPCP en el 75% de los casos. El tratamiento debe incluir el control de la neoplasia primaria, mantener un balance hídrico negativo, en la mayoría de los casos puede ser necesario utilizar fármacos como la fluorocortisona o antagonistas del receptor de vasopresina. La reposición del sodio por vía intravenosa debe ser cautelosa y realizada por médicos expertos en un hospital, a fin de prevenir el desarrollo de mielinólisis central pontina.

  • Hipercalcemia. Se presenta en el 10% de los pacientes con cáncer avanzado y conlleva un mal pronóstico. El índice de mortalidad a los 30 días es del 50% de los casos.

    El cuadro clínico se caracteriza por náuseas, vómitos, letargia, insuficiencia renal y coma; la severidad de los síntomas depende del grado de hipercalcemia.

    En la clasificación de severidad de hipercalcemia establece tres grupos:

    1. Leve: calcio sérico 10,5 a 11,9 mg/dl.
    2. Moderada: 12 a 13,9 mg/dl.
    3. Severa: > 14 mg/dl.

    El tratamiento incluye las medidas dirigidas a eliminar el calcio mediante soluciones parenterales, suspensión de suplementos de calcio orales y medicamentos que causan hipercalcemia; se debe favorecer el estado de hidratación y la calciuresis. En la terapia específica se encuentran el uso de agentes bifosfonatos, los cuales inhiben la reabsorción osteoclástica del hueso.

  • Hipocalcemia. Es la disminución de la concentración de calcio sérico total por debajo de 8,5 mg/dl, teniendo una concentración de albúmina normal. La hipocalcemia se caracteriza por convulsiones, papiledema, demencia, psicosis, trastornos extrapiramidales, cataratas, calcificación de ganglios basales, hipertensión intracraneal, parestesias y broncoespasmo.

    Este síndrome puede obedecer a la presencia del síndrome de lisis tumoral o a la existencia de lesiones líticas ocasionadas por el cáncer de mama, pulmón, carcinoma medular de tiroides, tumor carcinoide, CPCNP y condrosarcomas. El tratamiento depende de la gravedad: para la hipocalcemia aguda se sugiere emplear gluconato de calcio, mientras que para la hipocalcemia crónica se recomienda el uso de calcio oral combinado con vitamina D en forma de lactato, gluconato o carbonato.

  • Hipercortisolismo. La hormona adrenocorticotrófica (ACTH) es la hormona ectópica que con mayor frecuencia pueden producir las células del cáncer pulmonar. El mecanismo de producción es la secreción de ACTH o corticotropina que resulta en la génesis y liberación de cortisol a la circulación. El síndrome de hipercortisolismo se manifiesta como obesidad central, estrías violáceas, hipertensión arterial, fatiga, facies de luna llena, giba dorsal, depresión, debilidad muscular, hiperpigmentación, amenorrea, hirsutismo, disminución de la líbido, osteopenia, osteoporosis y alteraciones de la cicatrización.

    Aproximadamente el 5-10% de los casos de síndrome de Cushing son de origen paraneoplásico; de ellos casi el 50-60% son relacionados con tumores neuroendocrinos pulmonares, aunque también pueden estar implicados el carcinoma medular de tiroides, próstata, feocromocitoma y timoma. En los estudios de laboratorio se encuentra hipocalcemia, alcalosis metabólica, cortisol sérico >29 g/dl, cortisol urinario libre >47g/24 h y nivel de ACTH de medianoche >100 ng/l. El diagnóstico se basa en la alteración de la prueba de supresión de cortisol mediante dosis altas de dexametasona, lo que distingue al síndrome de Cushing de origen pituitario. El tratamiento consiste en la resección quirúrgica del tumor primario y, cuando no es posible la resección, se recomienda el control del tumor subyacente, inhibición de la producción de esteroides y el uso de agentes antihipertensivos, diuréticos, octreótida, etomidato y mifepristona.

  • Síndrome carcinoide. Los tumores carcinoides se pueden presentar en el intestino delgado (íleon), estómago, colon, bronquios y apéndice, pero se requiere la presencia de metástasis en hígado para desarrollar el síndrome; las metástasis de este tipo de tumores se suelen presentar de forma temprana en la mayoría de los pacientes. El síndrome carcinoide maligno ocurre en el 10% de los pacientes con tumor carcinoide.

    La sintomatología es secundaria a la producción excesiva de serotonina, histamina, catecolaminas, prostaglandinas y algunos péptidos vasoactivos; estas sustancias producen vasodilatación e hipercoagulación sanguínea por incremento en la agregación plaquetaria. Se caracteriza por eritema facial, edema de cabeza y cuello (sobre todo en el carcinoide bronquial), dolor cólico abdominal, diarrea, broncoespasmo, problemas cardiacos como estenosis o insuficiencia tricúspide, insuficiencia pulmonar, telangiectasias y sibilancias. Los cuadros agudos son muy graves y se caracterizan por desorientación, temblor, seguido de fiebre y episodios de eritema cutáneo, hipotensión, edema pulmonar y pelagra.

    El diagnóstico se realiza mediante la detección de niveles elevados de 5-HIAA en orina, nivel alto de cromogranina en sangre y triptófano bajo o normal. El tratamiento de urgencia del carcinoide bronquial es con prednisona, difenoxilato y atropina. El tratamiento del tumor primario reduce el riesgo de padecer síndrome carcinoide.

  • Osteoartropatía hipertrófica. Se caracteriza por periostosis y formación de hueso nuevo subperiosteal en huesos largos y falanges (hipocratismo digital), inflamación articular y dolor.

    Se relaciona con cáncer pulmonar en el 10% de los casos. El diagnóstico se realiza mediante gammagrafía ósea. El tratamiento se basa en el uso de bifosfonatos, analgésicos opioides, AINEs, radioterapia paliativa y control del tumor subyacente.

  • Hipersecreción de calcitonina. La calcitonina es una hormona polipeptídica producida por las células C de la glándula tiroidea, impide la liberación ósea de calcio y favorece la excreción renal de calcio, sodio y fosfatos. Se produce en el carcinoma medular de tiroides, neoplasia endocrina múltiple tipo 2 (MEN-2) y varios tumores como CPCP, mama, carcinoides y gastrointestinal.
  • Hipersecreción de gonadotrofinas. Se desconoce la frecuencia de los síntomas asociados a gonadotrofinas de origen tumoral. Si bien el síntoma más frecuente en los varones es la ginecomastia, otros síntomas asociados son la pubertad precoz en niños y la oligomenorrea en mujeres. Se asocia a la presencia de tumores hipofisarios, trofoblásticos gestacionales, germinales, hepatoblastomas en niños y carcinomas broncogénicos.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS DERMATOLÓGICOS

Existe una amplia variedad de síndromes cutáneos asociados con neoplasias que pueden presentarse antes, durante o después de la identificación del cáncer, pero para establecer el síndrome paraneoplásico cutáneo es necesario cumplir algunas condiciones, entre ellas:

  • Ambas entidades se inician en el mismo periodo de tiempo y siguen un curso paralelo.
  • Las manifestaciones cutáneas no son parte de un síndrome genético.
  • Un tumor específico se presenta asociado a una dermatosis.
  • La dermatosis observada no es común.
  • Existe un alto porcentaje de asociación entre la alteración cutánea y alguna neoplasia.
  • Acantosis nigricans. Es una dermatosis de causa desconocida, caracterizada por engrosamiento de la piel, hiperpigmentación de predominio en axilas, cuello, ingle, áreas de flexión y región anogenital. Se asocia en el 90% de los casos a adenocarcinoma gástrico; con menor frecuencia se ven implicados otras neoplasias como adenocarcinoma de pulmón, mama, ovario y hematológicas. El manejo es sintomático con corticosteroides tópicos, acitretina, tretinoína y amonio, que aportan una eficacia muy limitada, siendo lo principal tratar el tumor subyacente.
  • Vasculitis leucocitoclástica. Dermatosis caracterizada por dolor, ardor, prurito y púrpura palpable sobre las extremidades inferiores, acompañada de fiebre y malestar general. Se relaciona con tumores hematológicos, de pulmón, gastrointestinal o tracto urinario. El tratamiento se basa en el control del cáncer subyacente.
  • Pénfigo paraneoplásico. Dermatosis severa que afecta a la piel y mucosas, y se caracteriza por lesiones dolorosas en la mucosa, rash polimorfo en palmas de las manos, plantas de los pies y tronco. La patogenia es secundaria a la producción de anticuerpos dirigidos contra antígenos del tumor, relacionándose con linfoma, leucemia linfocítica crónica, enfermedad de Castleman y sarcomas. El tratamiento puede incluir esteroides, ciclofosfamida, azatioprina, dapsona, plasmaféresis, inmunoglobulina, rituximab y control del cáncer subyacente; de no tener un tratamiento efectivo, puede conducir a la muerte del paciente.
  • Síndrome de Sweet. Dermatosis caracterizada por inicio súbito de placas eritematosas dolorosas, pápulas y nódulos en cara, tronco y extremidades superiores. También pueden aparecer vesículas, pústulas o bullas, además de fiebre y neutrofilia. Se relaciona con cáncer en el 20% de los casos: las neoplasias que se asocian con este síndrome son leucemia mieloide u otro cáncer hematológico, mama, genitourinario y gastrointestinal. El tratamiento incluye corticosteroides sistémicos, colchicina y solución de lugol.
  • Eritema necrolítico migratorio. Dermatosis caracterizada por un exantema diseminado –formando parches eritematosos irregulares con erosiones superficiales y vesículas– que aparece predominantemente en áreas centrales del cuerpo y en región perioral. Los síntomas sistémicos incluyen hiperglucemia, pérdida de peso y diarrea. Es la manifestación cutánea del glucagonoma. El manejo puede hacerse con análogos de somatostatina, resección del tumor, trasplante de hígado, interferón, ribavirina y zinc.
  • Síndrome de Basex (acroqueratosis paraneoplásica). Se trata de una dermatosis caracterizada por hiperqueratosis psoriasiforme acral simétrica. La patogénesis es desconocida, pero se sabe que se manifiesta como una erupción de eritematosa a violácea que ocurre primero en la superficie acral, involucrando pabellones auriculares, nariz, manos, pies y rodillas. Puede preceder al tumor en el 60% de los casos. Se asocia al género masculino, carcinoma de células escamosas de esófago, pulmón, cabeza y cuello. No hay un tratamiento efectivo, si bien el uso de esteroides tópicos y queratolíticos puede mejorar los síntomas.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS HEMATOLÓGICOS

Estos síndromes son detectados después del diagnóstico de cáncer, muy pocas veces generan síntomas; generalmente, se asocian con enfermedad avanzada y en raras ocasiones requieren tratamiento específico, pero mejoran con el tratamiento del proceso neoplásico subyacente.

  • Anemia asociada al cáncer. Tiene mecanismos de producción muy variados. La anemia en el paciente oncológico puede ser de causas múltiples, y actualmente se postula una clasificación en función de su patogenia, la cual distingue entre:
    1. Anemia de proceso crónico.
    2. Debida a invasión medular.
    3. Secundaria a quimioterapia y/o a radioterapia.
    4. Aplasia pura de la serie roja.
    5. Anemia hemolítica microangiopática.
    6. Anemia hemolítica autoinmune.
    7. Anemia ferropénica por pérdidas sanguíneas crónicas.
    8. Anemia megaloblástica.
    9. Anemia por hiperesplenismo.

    Los tipos de anemia más comunes en pacientes oncológicos obedecen al proceso crónico, por invasión medular y aquella secundaria a los efectos de la quimioterapia y/o radioterapia. La anemia de proceso crónico es la que con mayor frecuencia se asocia como síndrome paraneoplásico; se trata de una entidad normocítica-normocrómica que cursa con ferritina alta y transferrina normal o baja, hierro sérico normal o bajo. El mecanismo de producción es desconocido.

    La anemia relacionada con invasión de la medula ósea se asocia a la aparición de una reacción leucoeritroblástica.

    Por otra parte, la anemia hemolítica microangiopática se caracteriza por la fragmentación de los hematíes y puede presentarse como púrpura trombótica trombocitopénica. Algunas entidades relacionadas con este tipo de anemia son los trastornos vasculares congénitos, el síndrome hemolítico urémico, el adenocarcinoma del tracto gastrointestinal y los cánceres de pulmón, próstata y mama.

  • Eosinofilia. Se debe a la producción tumoral de factor de crecimiento eosinofílico, interleucina 3 y 5 y de factor de estimulador del crecimiento de colonias de granulocito-macrófagos. Este tipo de eosinofilia tiene un curso asintomático, pero en algunas ocasiones el enfermo puede presentar mareo y disnea que mejora con uso de esteroides. La eosinofilia paraneoplásica se asocia a linfomas, leucemias, cáncer de pulmón, gastrointestinal y genitourinario. Característicamente, este síndrome mejora con el control del tumor primario.
  • Granulocitosis. Se caracteriza por leucocitosis con conteos que oscilan entre 10.000 y 30.000 células/mm3 (en algunos casos excede los 50.000/mm3) sin que exista un proceso infeccioso o diagnóstico de leucemia. El mecanismo patogénico de la granulocitosis parece ser secundario a la producción de factores de crecimiento. Este síndrome se presenta en el 15% de pacientes con tumores sólidos (cáncer pulmonar, cáncer gastrointestinal, cerebral, de mama, renal y ginecológico).
  • Aplasia pura de células rojas. El mecanismo de producción se basa en una respuesta inmune mediada por auto-reactivación de las células T. Se asocia a timoma, linfomas, leucemia y mielodisplasia. El tratamiento se centra en el control del tumor subyacente e inmunosupresión con esteroides, globulina antimitocítica, azatioprina, ciclosporina A, ciclofosfamida, alemtuzumab, rituximab, plasmaféresis y terapia androgénica.
  • Trombocitosis. El mecanismo es secundario a la producción de trombopoyetina y citocinas (IL-6) a partir del tumor primario. Se estima que el 35% de los pacientes con trombocitosis presenta una enfermedad maligna; la trombocitosis se asocia a los linfomas, leucemias y carcinomas. Hasta el momento, no se dispone de un tratamiento específico.
  • Tromboflebitis migrans (síndrome de Trousseau). Es una entidad clínica caracterizada por la presencia de episodios de trombosis venosa profunda, recurrente y con localización atípica; dichos episodios son acompañados por signos inflamatorios locales, leucocitosis e incremento de la velocidad de sedimentación globular. El síndrome de Trousseau puede aparecer antes que lo hagan los síntomas propios tumorales. La tromboflebitis migratoria se asocia a adenocarcinomas mucinosos, principalmente páncreas; otros cánceres relacionados son los carcinomas de la mama, ovario, próstata, pulmón y algunos tumores digestivos. El manejo terapéutico implica el uso de heparina, aunque no siempre es posible controlar el proceso, y el control del tumor subyacente (que es el tratamiento más efectivo).
  • Coagulación intravascular diseminada (CID). La detección de trastornos de coagulación en los pacientes con cáncer es muy frecuente, siendo los más comunes la elevación de los niveles sanguíneos de fibrina y productos de degradación del fibrinógeno, la trombocitosis e hiperfibrinogenemia. Se asocia a leucemia promielocítica aguda y adenocarcinomas. La CID cursa con alteraciones en el tiempo de protrombina, trombocitopenia e hipofibrinogenemia. El tratamiento se lleva a cabo mediante la administración de factores de la coagulación (plasma fresco), plaquetas y heparina.
  • Endocarditis trombótica abacteriana. Este síndrome puede llevar a complicaciones trombóticas o hemorrágicas con o sin coagulación intravascular diseminada en pacientes con cáncer. Se caracteriza por lesiones verrucosas estériles constituidas por fibrina y plaquetas que aparecen en las válvulas de las cavidades cardiacas izquierdas. Dichas lesiones se manifiestan como fenómenos embólicos a nivel cerebral y otros órganos, por lo tanto, pueden aparecer trastornos neurológicos focales o difusos, signos de sangrado a nivel cutáneo, cerebral, tracto genitourinario, gastrointestinal y respiratorio bajo. La endocarditis trombótica abacteriana está asociada al adenocarcinoma de pulmón, páncreas y próstata. El tratamiento se basa en el control del tumor subyacente. La administración de heparina puede prevenir eventos tromboembólicos recurrentes.

SÍNDROMES PARANEOPLÁSICOS REUMATOLÓGICOS

Las manifestaciones reumáticas asociadas con cáncer son poco frecuentes, y suelen aceptarse como una entidad clínica propia. Pueden dividirse en cuatro clases:

  • Manifestación reumática debida a la invasión ósea, articular o muscular por las células leucémicas.
  • Pacientes con una enfermedad reumática establecida que inician con cáncer en un lapso, incluso, de hasta 20 años.
  • Manifestaciones reumáticas que aparecen como reacción adversa a la terapia antineoplásica como es el fenómeno de Ray­naud (asociado a la administración de bleomicina o cisplatino).
  • Síndromes reumáticos paraneoplásicos. La artritis, miositis, periostitis, fascitis y osteomalacia son las manifestaciones músculo-esqueléticas más frecuentes de estos síndromes.
  • Poliartritis migratoria. Es una enfermedad de prevalencia y patogénesis desconocida, que se caracteriza por un inicio en edad avanzada, la predilección por articulaciones de extremidades inferiores y manos, y por relacionarse con tumores sólidos (pulmón, estómago, colon, mama, ovario, laringe y páncreas). Al diagnóstico se llega evidenciando la ausencia de factor reumatoide y demostrando la presencia de cambios radiográficos benignos. Suele responder al manejo adecuado del tumor primario.

    Bibliografía

Hepatitis virales

resumen

La etiología vírica es responsable de más de la mitad de los casos de hepatitis (enfermedades caracterizadas por producir inflamación del hígado). Entre los virus hepatotropos más importantes desde el punto de vista clínico, destacan el virus de la hepatitis A (VHA), el virus de la hepatitis B (VHB), el virus de la hepatitis C (VHC), el virus de la hepatitis D (VHD) y el virus de la hepatitis E (VHE). La mayor parte de ellos se transmiten persona-persona bien por el contacto con sangre (vía parenteral) o agua/alimentos infectado (vía fecal-oral).

Dependiendo de la respuesta del sistema inmunitario a la infección, estos virus pueden causar una enfermedad de curso autolimitado (hepatitis aguda) o perpetuarse en el tiempo (hepatitis crónica). En cuanto a las manifestaciones, destaca la variabilidad del cuadro clínico y su evolución, desde formas asintomáticas hasta cuadros graves de hepatitis fulminante. Las hepatitis agudas sintomáticas suelen incluir el típico signo de ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos), acompañado de orina oscura, fatiga extrema, náuseas, vómitos y/o dolor abdominal, unidos (o no) a alteraciones de los niveles sanguíneos de enzimas hepáticas. Los casos de hepatitis crónica, además, progresan frecuentemente a cirrosis y carcinoma hepatocelular que determinan una insuficiencia hepática potencialmente mortal.

A nivel epidemiológico suponen un relevante problema de Salud Pública de ámbito mundial. De hecho, la OMS estima que, cada año, las hepatitis virales causan la muerte de aproximadamente 1,4 millones de personas en el mundo (cifra comparable a las muertes por tuberculosis y superior a las causadas por VIH); más de 257 millones de personas sufren a día de hoy infección crónica por el virus de la hepatitis B y más de 71 millones por el virus de la hepatitis C (ambas son responsables del 96% de toda la mortalidad por hepatitis). No obstante, la hepatitis sigue siendo una enfermedad en gran medida olvidada, desconocida e infradiagnosticada: se calcula que solo un 10% de los pacientes con infección crónica ha recibido el diagnóstico. Por ello, la hepatitis viral ha sido calificada en ocasiones como un “asesino silencioso”.

Si bien las hepatitis agudas sintomáticas (como las debidas al VHA y VHE) no tienen un tratamiento específico, se dispone de fármacos eficaces para tratar los casos de infección por VHB y VHC. De hecho, la aparición en los últimos años de los nuevos fármacos antivirales de acción directa frente al VHC ha supuesto una revolución en la terapéutica de esta patología, alcanzando tasas de curación muy cercanas al 100%. Además, se debe tener en cuenta que en nuestro medio se dispone de vacunas preventivas eficaces y seguras frente a la infección por VHA y VHB (esta última protege también frente a la infección por VHD).

El presente artículo es una revisión sobre aspectos relativos a la epidemiología actual, las manifestaciones clínicas y el abordaje terapéutico de los distintos tipos de hepatitis causadas por los cinco principales virus hepatotropos, tratando en profundidad la farmacoterapia actualmente empleada en la práctica clínica (fundamentalmente de hepatitis crónicas) así como las medidas profilácticas recomendables. Por último, se pone en valor el papel clave en la educación sanitaria, la prevención de la enfermedad y en la optimización del tratamiento farmacológico antiviral que puede ejercer el profesional farmacéutico en su práctica asistencial.

INTRODUCCIÓN: concepto y etiopatogenia

Las hepatitis son un grupo de enfermedades caracterizadas por producir inflamación del hígado. Entre sus causas se puede identificar el alcoholismo, el consumo de drogas, la intoxicación química o por fármacos y las enfermedades autoinmunes. Pero, sin duda, la etiología vírica es la causa mayoritaria, siendo responsable de, al menos, la mitad de todas las hepatitis.

Las hepatitis virales suponen un problema de Salud Pública mundial por el alto grado de discapacidad que generan en muchos millones de personas y por la mortalidad asociada. Se han descrito distintos virus hepatotropos que se han ido nombrando sucesivamente como A, B, C, D, E y G. Todos ellos causan enfermedad hepática, aunque difieren en cuanto a la epidemiología, la evolución natural, la prevención, el diagnóstico y el tratamiento. No obstante, también existen otros virus que, aunque no afectan al hígado de forma exclusiva y específica, pueden ser causantes de hepatitis: citomegalovirus, virus de Epstein-Barr, virus del herpes simple, virus de la fiebre amarilla y parvovirus B19.

A grandes rasgos, el tejido hepático se organiza constituyendo los denominados “lobulillos”, estructuras cilíndricas de 0,8 a 2 mm de diámetro y varios milímetros de longitud. Cada lobulillo se organiza alrededor de una vena central que drena en las venas suprahepáticas y luego en la vena cava. En la periferia del lobulillo se sitúan los conductos biliares terminales y ramificaciones de la vena porta y la arteria hepática. Los hepatocitos forman cordones de forma radiada, entre los cuales discurren amplios canales de paredes delgadas, los sinusoides, que están irrigados por sangre de la vena porta y la arteria hepática; todos los hepatocitos tienen acceso a los sinusoides (Figura 1).

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En los sinusoides se encuentran, además de células endoteliales, las células de Kupffer, las células reticuloendoteliales que van a atrapar y fagocitar células sanguíneas viejas o defectuosas, bacterias y sustancias nocivas. Alrededor del sinusoide, entre los hepatocitos y las células endoteliales, se disponen además las denominadas células estrelladas o células de Ito, que almacenan, entre otros lípidos, la vitamina A; en el hígado normal no son proliferativas, pero en determinadas situaciones adquieren capacidad fibroblástica. Entre las membranas celulares de hepatocitos adyacentes se disponen los canalículos biliares, canales tubulares por los que fluye la bilis producida por los hepatocitos. Los canalículos drenan a los conductos biliares, cuyo diámetro aumenta progresivamente hasta constituir un único conducto hepático: el conducto hepático común. Todos ellos constituyen el árbol hepatobiliar, y el mantenimiento de la arquitectura hepática es esencial para garantizar su función.

Las hepatitis virales generan una inflamación en el hígado que puede tener una evolución autolimitada (hepatitis agudas) pero en otras ocasiones se perpetúa (hepatitis crónicas). La lesión progresiva del tejido hepático se debe al sistema inmunológico y no al propio virus hepatotropo. El desarrollo de hepatitis crónica –típicamente causada por los virus de la hepatitis B y C– está determinado por la existencia de diversas reacciones humorales y celulares multiespecíficas contra distintas proteínas estructurales y no estructurales del virus encaminadas a erradicarlo del hígado.

En las hepatitis agudas la generación de una respuesta inmune intensa de los linfocitos T cooperadores (CD4+) frente a diversos antígenos virales es decisiva para erradicar la infección, resolver la inflamación y evitar la evolución hacia la cronicidad. La acción de los linfocitos T CD4 ejerce un control sobre las reacciones inmunes efectoras a través de dos poblaciones linfocitarias:

  1. Los linfocitos Th1 producen interferón γ (IFN-γ), interleucina 2 (IL-2) y factor de necrosis tumoral α (TNF-α) capaces de generar una acción citotóxica mediada por linfocitos T.
  2. Los linfocitos Th2 sintetizan IL-4, IL-5, IL-6, IL-10, y promueven la respuesta humoral productora de anticuerpos.

Una respuesta vigorosa y multiespecífica de tipo Th1 frente a distintos antígenos virales se correlaciona con la resolución de la hepatitis aguda. Por contra, una función cooperadora deficiente, junto a una citotoxicidad ineficaz por linfocitos T CD8, da como resultado la persistencia de la replicación vírica en el hígado y la evolución de la hepatitis aguda a la cronicidad (Figura 2).

2

Durante el curso evolutivo de la hepatitis crónica, independientemente de su etiología, se produce la generación intrahepática de nuevas (neoformación) estructuras vasculares anómalas, que se conoce como angiogénesis o, más correctamente, como neoangiogénesis. El característico endotelio hepático fenestrado (sinusoides) se transforma en un endotelio de tipo capilar que impide el correcto intercambio de oxígeno, nutrientes y productos de desecho del metabolismo celular (catabolitos) entre el hígado y el torrente sanguíneo. Esta activación desorganizada y persistente de la neoangiogénesis patológica en respuesta a la inflamación crónica es clave en la etiopatogenia de las hepatitis virales crónicas. El análisis en sangre periférica y/o a nivel intrahepático de los factores relacionados con la angiogénesis puede constituir un factor predictor de la evolución de la enfermedad, e incluso, de la respuesta al tratamiento antiviral.

Por ejemplo, parece que entre los mecanismos responsables de la cronificación de la infección por los virus de la hepatitis B y C (los más comúnmente causantes de hepatitis crónica, cirrosis y carcinoma hepático), se encuentran fallos en la expresión en la superficie hepatocitaria del antígeno HBcAg, en la secreción de IFN-γ, o en la neutralización de los antígenos circulantes.

El riesgo real de que la hepatitis viral crónica progrese a cirrosis y a carcinoma hepático (o hepatocarcinoma) parece estar facilitado por determinados factores responsables de la lesión hepática crónica. En concreto, las células del sistema inmune que participan en el proceso de reparación de estructuras dañadas (cicatrización de la lesión), si no están reguladas de forma muy precisa, pueden provocar la estimulación persistente de procesos profibróticos y proangiogénicos, responsables de las alteraciones estructurales y funcionales hepáticas, con riesgo de degenerar y formar un tumor cancerígeno en el hígado. Por el contrario, una buena y equilibrada respuesta de la inmunidad, de forma espontánea o inducida por el tratamiento antiviral, puede lograr la erradicación del virus, al menos en algunos pacientes (Trapero et al., 2011).

Los virus hepatotropos (Tabla 1) más importantes desde el punto de vista clínico son el virus de la hepatitis A (VHA), virus de la hepatitis B (VHB), virus de la hepatitis C (VHC), virus de la hepatitis D (o delta, VHD) y virus de la hepatitis E (VHE). Los virus G y TT de la hepatitis son mucho menos conocidos, así como sus implicaciones patológicas. El presente informe se centrará, pues, en los cinco primeros y, de forma especial, por su relevancia, en los VHB y VHC.

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EPIDEMIOLOGÍA

A nivel mundial, 11 países concentran casi el 50% de la carga mundial de hepatitis crónicas: Brasil, China, Egipto, India, Indonesia, Mongolia, Myanmar, Nigeria, Pakistán, Uganda y Vietnam. Junto a éstos, otros 17 países –también con una alta prevalencia de la enfermedad– soportan el 70% de la carga mundial: Camboya, Camerún, Colombia, Etiopía, Filipinas, Georgia, Kirguistán, Marruecos, Nepal, Perú, Sierra Leona, Sudáfrica, Tailandia, Tanzania, Ucrania, Uzbekistán y Zimbawe.

HEPATITIS A

La hepatitis A es una enfermedad hepática causada por el virus de la hepatitis A (VHA). Con una cápside formada por 4 proteínas estructurales (VP1-VP4), se identifican 6 genotipos diferentes, pero solo los subtipos A y B de los genotipos 1, 2 y 3 son capaces de infectar al hombre.

Se transmite principalmente por contacto oro-fecal y por ingestión de agua o alimentos contaminados1. Entre los factores de riesgo también cabe citar la falta de agua salubre, el consumo de drogas inyectables, la convivencia y/o las relaciones sexuales con una persona con infección aguda por VHA y los viajes a zonas de alto endemismo sin inmunización previa. Por su tipo de transmisión, suele cursar en un 60% de los casos con brotes epidémicos; debido a que el VHA se contagia fundamentalmente vía persona-persona, algunos brotes se dan más frecuentemente en comunidades cerradas.

Obviamente, los países con condiciones higiénico-sanitarias deficientes tienen unas tasas de infección elevadas. Entre las principales áreas endémicas (donde se suele considerar como “enfermedad universal en la primera infancia”), se incluyen algunas zonas de África, Asia, América Central y Sudamérica. A nivel mundial, las infecciones por VHA ascienden aproximadamente a 1,4 millones de casos al año.

En Europa la tasa de infecciones por VHA ha descendido notablemente en los últimos 20 años, si bien se ha detectado un incremento en el número de casos entre la población de hombres homosexuales y en el rango de edad 25-34 años. Según el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC), desde junio de 2016 se han podido confirmar un total de 4.475 casos de todos los notificados por 22 países; durante el año 2017, cuando hubo un pico de notificación de casos en hombres (ratio 6,8:1 frente a mujeres), 24 países europeos notificaron un total de 19.947 casos. Además, en un estudio que abarcaba datos del periodo 2009-2015, del total de 20.556 casos confirmados de hepatitis A, casi el 28% de ellos eran casos asociados a viajeros (especialmente en viajes a zonas endémicas), y se daban mayoritariamente en hombres (~55%) (Beauté et al., 2018).

En España la prevalencia ha disminuido notablemente desde que en 1996 se comenzara a vacunar a grupos de riesgo. La hepatitis A es una enfermedad de declaración obligatoria (EDO) y, según datos del Centro Nacional de Epidemiología, en el año 2018 se notificaron un total de 1.697 casos, frente a los 4.408 de 2017 (ISCIII, 2019). La mayor tasa de incidencia se identificó en Cantabria (16,8 casos/100.000 habitantes), Melilla (7,07) y La Rioja (7,04); entre las regiones con menor incidencia se encuentran Cataluña (2,07), Extremadura (2,05) y Galicia (1,1) (Figura 3).

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HEPATITIS B

El virus de la hepatitis B (VHB) es un virus ADN cuyo genoma consta de 4 regiones codificantes de proteínas (marco abierto de lectura ORF) (C, P, S y X) fuertemente solapadas:

  • ORF pre S/S, correspondiente a las proteínas de envuelta que constituyen el antígeno de superficie del VHB (HBsAg).
  • ORF pre C/C, que codifica el componente de la cápside del virus (antígeno core o HBcAg), y una proteína no estructural que es secretada y constituye el antígeno “e” (HBeAg).
  • ORF P, que codifica la polimerasa del virus.
  • ORF X, que codifica una proteína que actúa como regulador multifactorial.

Debido a su elevada variabilidad genética, se han identificado 10 genotipos distintos del VHB (A-J), con una distribución geográfica característica y que se correlacionan con el curso clínico de la infección y la respuesta al tratamiento. Los genotipos A y D son los más prevalentes en Europa; los genotipos B y C se encuentran principalmente en Asia; el genotipo E se ha detectado en África; y los genotipos F y H se localizan fundamentalmente en América del Sur y Central, respectivamente.

En general, el VHB se transmite a través de la exposición a sangre infectada, semen y otros fluidos corporales; además, puede ser transmitido de madres infectadas a los recién nacidos en el momento del nacimiento. Es decir, se puede transmitir por vía sexual, perinatal o parenteral. Las transfusiones sanguíneas, la inyecciones durante los procedimientos médicos o el uso de drogas inyectables constituyen, pues, factores de riesgo.

La infección por el VHB es una afección de distribución universal. El virus es endémico en zonas del África subsahariana, Asia y las islas del Pacífico (donde la mayoría de infecciones se producen durante la infancia), pero las tasas han aumentado en la región del Amazonas en América del Sur, en zonas del sur de Europa Central y Oriental, Oriente Medio y el subcontinente indio.

La OMS estima que están infectadas más de 2.000 millones de personas en todo el mundo. A finales de 2015 había 257 millones de personas con infección hepática crónica por VHB, en riesgo de padecer enfermedad grave y morir por cirrosis o carcinoma hepatocelular; se calcula que estas enfermedades provocan de 500.000 a 700.000 muertes por año en el mundo. Muchas personas pueden tener el virus de la hepatitis B durante muchos años sin saberlo: se cree que solo 1 de cada 10 personas afectadas ha recibido el diagnóstico adecuado. Incluso del estimado de 27 millones de personas que conocía su diagnóstico en 2016, solo 1 de cada 6 personas recibía tratamiento (si bien la cobertura de éste varía por regiones y según el nivel de desarrollo económico del país). Gracias a la amplia introducción de vacunas efectivas frente al VHB en las últimas décadas, la prevalencia en niños se ha reducido drásticamente hasta un 1,3% (OMS, 2017).

En Europa los 30 estados miembros de la UE reportaron en 2017 un total de 26.907 casos confirmados de infección por VHB: el 9% de los casos se calificaron como agudos, el 58% como crónicos y el estado era desconocido en el 32%. La mayor tasa de infecciones agudas se detectó en el rango de edad de 35-44 años y la de infecciones crónicas en el rango de 25-34; el ratio global de hombres: mujeres fue de 1,6:1. En general, el número de casos agudos continúa su tendencia descendente, gracias probablemente a la implantación de programas de vacunación. Entre los casos agudos, la transmisión heterosexual fue la más frecuente (27%), seguida del contagio nosocomial (16%) y de la transmisión entre hombres homosexuales (13%). Entre los casos crónicos, la transmisión madre-hijo (perinatal) y la nosocomial fueron las más comunes (41% y 28%, respectivamente) (ECDC, 2019).

En España la infección por VHB es también una EDO. En los últimos años parece que el número de casos notificados se mantiene más o menos estable: en 2017 se notificaron 670 casos y, a 30 de diciembre de 2018, se habían notificado 664 (ISCIII, 2019).

HEPATITIS c

La infección por el virus de la hepatitis C (VHC) representa un problema sanitario de gran magnitud a nivel mundial y es uno de los mayores desafíos de salud pública en Europa. El VHC se caracteriza por una alta tasa de mutaciones, lo que se traduce en la existencia de 7 genotipos distintos (1-7) y 67 subtipos, cuya diferenciación tiene implicaciones pronósticas y terapéuticas. A veces, incluso conviven variantes o cuasiespecies en un mismo individuo.

Alrededor del 70% de los pacientes con VHC en España está infectado por el genotipo 1 –con predominio del subtipo 1b sobre el 1a– seguido por el genotipo 3 (16%), quizá el más difícil de tratar; menor prevalencia tienen el genotipo 4 (12%) y el genotipo 2 (2,7%). Los patrones de distribución de genotipos también son diferentes en los pacientes coinfectados con el VIH o el VHB respecto a los que solo están infectados por el VHC, en quienes son más frecuentes los genotipos 1a y 3 (los genotipos más difíciles de tratar) y el genotipo 4.

El VHC se transmite principalmente por contacto con sangre infectada (vía parenteral). Esto puede ocurrir por transfusión de sangre y hemoderivados infectados por el VHC, por inyecciones contaminadas durante procedimientos médicos y por compartir las agujas y jeringas entre consumidores de drogas inyectables. También es posible la transmisión sexual o interfamiliar, pero es mucho menos frecuente. En niños, la vía más importante es la transmisión vertical (10%); el riesgo aumenta en nacidos de madres con elevada carga viral en el momento del parto y si asocian coinfección con VIH.

Aunque hay variaciones en la prevalencia de anticuerpos anti-VHC en la población, años atrás se comunicó que entre un 0,5 y un 1,5% de los donantes voluntarios de sangre eran seropositivos. En cuanto a la población general, la positividad para el anti-VHC se cifra en torno al 2-3%, siendo más prevalente a partir de los 30 años. La causa más frecuente de infección crónica por VHC tanto en Europa como en Estados Unidos es la idiopática: se han descrito la relación de técnicas tales como piercings, tatuajes y tratamientos odontológicos con la transmisión del VHC. Algunas características sociodemográficas también se asocian con la infección, tales como etilismo crónico, promiscuidad sexual, nivel socioeconómico bajo y descendencia de madres coinfectadas por el VIH y el VHC.

La OMS estimaba que en 2015 había en el mundo más de 71 millones de personas con infección crónica por VHC, si bien algunos autores hablan de que hasta 150 millones de personas podrían padecer la infección. En ese año se produjeron 1,75 millones de nuevas infecciones, debido principalmente al consumo de drogas inyectables y a la administración de inyecciones poco seguras en los entornos sanitarios de determinados países. Se calcula que más de 350.000 personas mueren anualmente por enfermedad hepática relacionada con el VHC. La epidemia de la infección por VHC afecta a todas las regiones geográficas, con importantes diferencias entre países y dentro de un mismo país. Las regiones del Mediterráneo Oriental y de Europa tienen la prevalencia más alta notificada (OMS, 2017).

En Europa, en el año 2017 se notificaron 31.273 casos de hepatitis C en 29 Estados Miembros de la UE (7,3 casos/100.000 habitantes), de los cuales solo el 3% se clasificó como casos agudos, el 22% como casos crónicos y para el 75% el estado era desconocido. Se describió una mayor incidencia en hombres que en mujeres (ratio 1,6:1), con el mayor número de casos en los grupos etarios de 35-44 y 25-34 años, respectivamente. La vía de transmisión parenteral fue mayoritaria (44%) entre los casos con vía de transmisión conocida. No obstante, se identifican diferencias en la interpretación de la notificación de casos entre países, con criterios variables para discernir entre casos agudos/crónicos. España, en concreto, notificó 189 casos de hepatitis C aguda y 131 casos crónicos en 2017, con una tasa global de 1,9 casos/100.000 habitantes (ECDC, 2019).

HEPATITIS D

El virus delta o virus de la hepatitis D (VHD) es un virus defectivo, esto es, requiere de la infección por el VHB para poder infectar al huésped, distinguiéndose 2 fases: coinfección y/o sobreinfección. El VHD es un virión que cuenta con una envuelta lipoproteica formada por el antígeno de superficie del VHB (HBsAg) y una estructura proteica interna donde reside el genoma viral. Se han descrito 8 genotipos del VHD con diferentes propiedades y distribución geográfica. La infección por el genotipo 1, el más prevalente en Europa, está asociada con un peor pronóstico de la enfermedad.

Se estima que un 5% de los pacientes con infección por VHB están coinfectados con el VHD, siendo la infección más frecuente en niños y jóvenes. La transmisión es permucosa o percutánea, frecuentemente intrafamiliar y se favorece con la falta de higiene. Existen zonas endémicas, como países de Europa del Este, mediterráneos y de América Central. En todo caso, en la última década ha descendido notablemente la infección por el VHD al disminuir la población de adictos a drogas por vía parenteral.

HEPATITIS e

A semejanza con el VHA, el virus de la hepatitis E (VHE) se transmite básicamente por vía oro-fecal, fundamentalmente a través del consumo de agua o alimentos contaminados. La ingestión de marisco crudo o poco cocido, la transmisión alimentaria por ingestión de productos derivados de animales infectados, la vía parenteral y la transmisión vertical constituyen otras vías de transmisión de este virus. Pero, a diferencia del VHA, el contagio persona-persona es menos frecuente.

Se han descrito 4 genotipos principales del VHE, de los cuales el 1 y el 2 afectan exclusivamente al hombre, mientras que los genotipos 3 y 4 pueden afectar al hombre y a los animales, muy especialmente al ganado porcino. Desde el punto de vista epidemiológico, las cepas de transmisión fecal-oral del genotipo 1 son características del centro, el sur y el sureste de Asia y de África, aunque también circulan en Cuba y Venezuela. Las del genotipo 2b son africanas y el genotipo 2a se asocia fundamentalmente a México. Por otro lado, las cepas del genotipo 3 son ubicuas y circulan en mamíferos salvajes y domésticos, causando casos esporádicos de hepatitis E aguda entre los seres humanos por transmisión zoonótica o alimentaria. Las cepas del genotipo 4 exhiben propiedades parecidas, aunque su frecuencia es mucho menor fuera del Sudeste Asiático y el Extremo Oriente.

La hepatitis E es una causa frecuente de brotes epidémicos en regiones y países en desarrollo, también reconocida como relevante en los países desarrollados. De hecho, es la primera causa de hepatitis aguda e ictericia en el mundo, con unos 20 millones de nuevas infecciones, 3 millones de hepatitis agudas y unas 57.000 muertes cada año. Afecta fundamentalmente a adultos (a hombres más que a mujeres), incrementando el riesgo de aborto en embarazadas, y se ha calificado como endemia en el sureste de Asia, noroeste de África y Méjico.

En Europa la hepatitis E es mayoritariamente una zoonosis en que los principales reservorios son los cerdos y los jabalíes, a partir de cuya carne, inadecuadamente cocinada, se puede contaminar el ser humano. La mayoría de infecciones son adquiridas localmente y asintomáticas. Las personas con mayor riesgo son aquellas expuestas por motivos laborales, como trabajadores de mataderos, trabajadores forestales, cazadores, agricultores o veterinarios.

Algunos autores apuntan a que la seroprevalencia difiere entre países e incluso por regiones dentro del mismo país: por ejemplo, en Francia y Alemania ronda globalmente el 20%, pero en regiones del sur de Francia alcanza el 86% entre donantes de sangre. Los países de Centroeuropa tienen mayores tasas de prevalencia que, por ejemplo, los países nórdicos. No obstante, la hepatitis E no es de declaración obligatoria, y el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades ha alertado de la necesidad de realizar un mayor seguimiento epidemiológico de este tipo de hepatitis.

ASPECTOS CLÍNICOS: MANIFESTACIONES Y DIAGnÓSTICO

El cuadro clínico producido por los distintos virus hepatotropos es muy variable, desde formas completamente asintomáticas hasta cuadros graves de hepatitis fulminante. En líneas generales, la infección aguda de hepatitis puede presentarse con síntomas limitados o sin síntomas, o bien puede incluir signos y síntomas como ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos), orina oscura, fatiga extrema, náuseas, vómitos y dolor abdominal. Los casos de hepatitis crónica –en especial la hepatitis B y la C– progresan frecuentemente a cirrosis y carcinoma hepatocelular2.

HEPATITIS A

Una vez que penetra a través de la mucosa intestinal, el VHA se replica inicialmente en los hepatocitos, a los cuales accede desde la vena porta (también invade otros órganos, como bazo, riñones y ganglios linfáticos); allí madura y pasa a la circulación sistémica por los sinusoides hepáticos, y a la bilis por los canalículos biliares, y con ella hasta el intestino, eliminándose en heces. Tras la fase replicativa inicial, se produce una fase inmunocitopática con destrucción de los hepatocitos (necrosis) por los linfocitos T citotóxicos.

Si bien se desconoce el mecanismo fisiopatogénico exacto, la hepatitis A no causa hepatopatía crónica y rara vez es mortal, pero puede causar síntomas debilitantes y hepatitis fulminante, que sí se asocia a una alta mortalidad (0,01-2% de los casos). En la mayoría de casos, tras un periodo de incubación de unas 2 semanas, los síntomas de la hepatitis A tienen carácter moderado y autolimitado, comprendiendo los siguientes: fiebre, malestar, pérdida de apetito, diarrea, náuseas, molestias abdominales, orina colúrica e ictericia (en la mitad de los casos es una hepatitis colestásica). Suele haber una recuperación completa y se genera inmunidad ante futuras infecciones causadas por el VHA.

La proporción de infecciones sintomáticas y la gravedad de la infección aumentan con la edad. Aproximadamente, un 20% de los adultos requiere hospitalización y solo uno de cada mil casos puede derivar en hepatitis fulminante con evolución hacia insuficiencia hepática grave. En niños pequeños (<6 años), más del 90% de los casos son asintomáticos, por lo cual constituyen una fuente silenciosa de infección y juegan un papel importante en la propagación del VHA a otras personas.

Los casos de hepatitis A son clínicamente indistinguibles de otros tipos de hepatitis víricas agudas. Los signos y síntomas clínicos vienen acompañados de alteraciones bioquímicas como el aumento de las enzimas de citolisis y colestasis (alanina aminotransferasa –ALT–, aspartato aminotransferasa –AST–, gamma glutamil transpeptidasa –GGT–, bilirrubina y fosfatasa alcalina) y la alteración de la coagulación.

El diagnóstico se establece mediante la detección en la sangre de anticuerpos IgM e IgG –dirigidos específicamente contra el VHA– o del genoma vírico. Los primeros en aparecer, coincidiendo con la fase sintomática, son los de clase IgM anti-VHA. Los anticuerpos específicos de clase IgG (IgG anti-VHA) aparecen posteriormente, durante la fase de convalecencia, coinciden durante un tiempo con los de clase IgM y persisten en el tiempo confiriendo inmunidad frente al virus. Se estima que más del 50% de la población mayor de 40 años presenta anticuerpos de tipo IgG contra el virus.

La detección directa molecular mediante la reacción en cadena de la polimerasa con retrotranscriptasa (RT-PCR), que detecta el ARN del virus de la hepatitis A, no suele usarse habitualmente con fines diagnósticos, pero permite determinar los diferentes genotipos víricos, importante a la hora de caracterizar brotes epidémicos (Ponce et al., 2016).

HEPATITIS B

El curso clínico de esta hepatitis va a depender esencialmente del resultado de la interacción entre la respuesta inmune y la replicación del VHB. Se pueden establecer 2 situaciones clínicamente bien diferenciadas –la infección aguda y la crónica– cuya identificación correcta es clave para determinar la monitorización y tratamiento adecuado. Muchas de las personas que tienen hepatitis B crónica contrajeron el virus al nacer o durante su primera infancia, situación que aumenta el riesgo de cronificación de la infección.

La hepatitis B aguda es generalmente asintomática (aunque hay casos sintomáticos3) y en el 95% de los casos evoluciona hacia una resolución espontánea, con eliminación del virus pero persistencia de anticuerpos en sangre. Sin embargo, en algunos casos la infección persiste y puede hacerse crónica (25-30% de los casos), la cual se caracteriza por la persistencia de HBsAg en suero después de 6 meses del inicio de la infección, valores de ADN-VHB en suero >20.000 U/ml (>105 copias/ml), elevación de enzimas hepáticas de forma persistente o intermitente y biopsia hepática que demuestra actividad necroinflamatoria (Figura 4). Con el tiempo, la hepatitis B crónica puede causar problemas graves de salud, que incluyen cirrosis (2-6% de pacientes con infección crónica), cáncer de hígado e insuficiencia hepática.

4

Se ha descrito que la respuesta inmunitaria innata es poco eficaz, y no es inducida por el virus en la primera fase de la respuesta inmunológica; el VHB no activa los linfocitos T, pero estimula la síntesis de IL-10, que inhibe la respuesta de tipo Th1 mediada por linfocitos T CD8. La respuesta adaptativa específica sí es efectiva frente al VHB: en muchos casos se logra una potente respuesta Th1, orientada y multiespecífica frente a la nucleocápside (core), a la ADN-polimerasa y al antígeno de superficie (HBsAg), que resuelve la infección definitivamente y sin apenas síntomas; es decir, no se cronifica y mantiene una memoria inmune de más de 10 años. En algunas ocasiones, la inmunomodulación excesiva provoca una respuesta inflamatoria intensa en el hígado, provocando síntomas de enfermedad aguda que, en la mayoría de los casos, también se resuelven de manera favorable sin necesidad de ayuda terapéutica. Muy pocos casos son los que cursan con el desarrollo de cuadros inflamatorios excesivamente potentes (hepatitis fulminante).

Sin embargo, en algunas personas la respuesta adaptativa es anérgica y no se produce la mencionada respuesta linfocítica de tipo Th1 frente a los antígenos virales, cronificándose la infección. Además, el VHB puede –mediante la proteína transactivadora X (HBxAg)– estimular la síntesis de colágeno y la expresión de genes favorecedores de la fibrosis. También se ha descrito que ese mecanismo es responsable del desarrollo de carcinoma hepático debido al VHB (agente oncogénico por sí mismo), incluso en hígado sano sin cirrosis previamente establecida.

El VHB es un virus ADN no directamente citopático. Una característica diferencial del mismo es la posible persistencia de su genoma en el hepatocito en forma de ADN circular covalentemente cerrado (ADNccc), lo cual explica el hecho de que la enfermedad se mantenga de forma silente, asintomática y sin marcadores de replicación detectables, pero lista para reactivarse si concurren ciertas situaciones clínicas, como la inmunodepresión.

En la infección crónica por el VHB se pueden definir 3 cursos evolutivos:

  • Hepatitis crónica HBeAg positivo: producida por la cepa salvaje del VHB, representa la fase inicial de la infección crónica. Las concentraciones en suero de ADN viral son elevadas.
  • Hepatitis crónica HBeAg negativo con presencia o no de anti-HBe: debida a la existencia de virus mutantes en la región del pre-core o en el promotor del core4; las concentraciones séricas de ADN viral suelen ser más bajas y fluctuantes que en el caso anterior.
  • Portador inactivo del VHB, caracterizado por: HBeAg negativo y anti-HBe positivo, valores bajos de ADN-VHB, valores normales de ALT de forma persistente y biopsia hepática con actividad necroinflamatoria nula o carente de significado.

Los principales factores pronósticos de la hepatitis B crónica son el ADN-VHB basal, la cifra de transaminasas y la cuantificación del HBsAg. Entre ellos, el que tiene más peso es la cantidad de ADN-VHB, que refleja la carga viral.

Con respecto al diagnóstico, la interpretación correcta de los marcadores serológicos en conjunto, la presencia en el suero del virión, de alguna de sus proteínas, de los anticuerpos frente a ellas o del ADN viral permite establecer una correlación muy precisa de la historia natural de la enfermedad. En todos los casos la secuencia de aparición de los marcadores es la siguiente: ADN viral, HBsAg, anti-HBc (IgM e IgG), HBeAg, anti-HBe y anti-HBs. Los relacionados con la replicación viral son: ADN-VHB, HBeAg y, de forma indirecta, anti-HBc IgM. El marcador de curación es el anti-HBs y los marcadores anti-HBc IgG y anti-HBe conviene interpretarlos dentro del contexto del paciente.

Las espectaculares elevaciones de las transaminasas hepáticas (500 a 2.000 UI/l de AST y ALT) son el signo bioquímico característico de la enfermedad. Aparecen valores altos al principio de la fase prodrómica, son máximos antes de que aparezca o se intensifique la ictericia y caen lentamente durante la fase de recuperación (Cuéllar, 2012).

HEPATITIS c

El VHC causa infección aguda y crónica. Por lo general, la infección aguda es asintomática5 y muy raramente se asocia a una enfermedad fulminante potencialmente mortal (1-2%). Aproximadamente un 15-45% de las personas infectadas elimina el virus espontáneamente en un plazo de 6 meses sin necesidad de tratamiento. Se han descrito casos de una rápida progresión con fallo hepático en 1-2 años, pero lo más frecuente es que estos pacientes tengan un curso insidiosamente progresivo.

De hecho, el restante 55-85% de las personas desarrollará infección crónica (algunos autores hablan de una media del 80% de los casos). La historia natural de la hepatitis C crónica varía mucho, así como el pronóstico de la misma, pero la remisión espontánea en esos pacientes es extremadamente rara. La mayoría de pacientes se mantiene –incluso durante décadas– en fase de hepatopatía crónica compensada con curso asintomático, pero el 20-30% desarrollará cirrosis hepática (caracterizada por fibrosis tisular y nódulos de regeneración) en un plazo de 20 años. De hecho, la hepatitis crónica por VHC es, junto a la hepatitis B crónica, la principal causa de cirrosis hepática y de trasplante hepático, y se estima que provocan el 57% de todos los casos de cirrosis y el 78% de los de cáncer hepático primario (que se desarrolla, de media, a los 30 años del inicio de la infección).

Aunque los síntomas no se correlacionan perfectamente con la evolución de la enfermedad, se describe fatiga, náuseas, anorexia, artralgias, mialgias y pérdida de peso; también dolor abdominal, prurito, coluria y deterioro cognitivo. Como factores que determinan la gravedad de la hepatitis C crónica, se han descrito el consumo excesivo de alcohol, la coinfección con otros virus, la edad avanzada, la existencia de inmunodeficiencias y el genotipo 1b, que es el más frecuente en nuestro medio.

Según se ha sugerido, las mayores complicaciones de la infección por el VHC son la cirrosis con descompensación hidrópica (con retención de líquidos), varices esofágicas (por hipertensión portal), hemorragias y encefalopatía hepática, y el carcinoma hepatocelular. Las manifestaciones extrahepáticas de la enfermedad, menos comunes (~20% de los casos), son de carácter autoinmune, como la tiroiditis, la crioglobulinemia mixta, la artritis o la glomerulonefritis.

El diagnóstico suele dirigirse por una sospecha en base a una historia clínica completa y el examen físico del paciente; suele diagnosticarse de forma fortuita en reconocimientos médicos, donaciones de sangre o en el diagnóstico de otras patologías. Es necesario realizar una analítica general que incluya niveles de transaminasas séricas, bilirrubina, tiempo de protrombina y albúmina, marcadores de función renal, un panel lipídico, marcadores de función tiroidea y recuentos completos de células sanguíneas. También se deben evaluar marcadores serológicos frente a otros virus hepatotropos y frente al VIH. Generalmente se recomienda una biopsia hepática para conocer la posible presencia de fibrosis y su grado, si bien ésta está siendo sustituida por la elastografía (técnica menos cruenta).

Las técnicas indirectas de detección de anticuerpos anti-VHC, como el ELISA, constituyen la primera línea diagnóstica y son indicativas de infección activa o pasada, mientras que las técnicas directas de demostración de viremia (ARN viral o antígenos), como la PCR, indican infección activa (Figura 5). Adicionalmente, se deben determinar los parámetros ARN viral, genotipo del VHC y polimorfismos del VHC basales para decidir el régimen terapéutico a utilizar y para monitorizar la respuesta al tratamiento.

5

La detección de anticuerpos anti-VHC puede ser difícil o de limitada utilidad en casos de infección muy reciente (por el periodo de ventana), en recién nacidos de madres infectadas y en algunos pacientes inmunodeprimidos (infectados por el VIH, receptores de trasplantes o pacientes en hemodiálisis con una respuesta humoral reducida). En esos casos, para descartar la infección, está indicada la utilización de técnicas moleculares para la detección del ARN viral, como la PCR, que es el método diagnóstico más sensible y precoz, puesto que puede ser positivo incluso durante el periodo de incubación (de 6 a 8 semanas). En el 5-10% de los casos puede detectarse una curación espontánea, con negativización mantenida del ARN-VHC y cifras normales de transaminasas.

El nivel de transaminasas no se correlaciona con la actividad histológica de la enfermedad. Ocasionalmente, dichos niveles pueden ser normales durante periodos de tiempo prolongado (fenómeno “yo-yo”) y el paciente presentar viremia alta e inflamación activa en la biopsia (Ponce et al., 2016).

HEPATITIS d

La infección por VHD puede presentarse en el curso de una infección aguda o crónica por el VHB, con el que comparte un periodo medio de incubación de 4-12 semanas. Si la infección por el VHD y el VHB es simultánea (coinfección), la clínica es indistinguible de la hepatitis B. El porcentaje de pacientes que cronifican en la coinfección es similar al de los pacientes que cronifican en la monoinfección por VHB. En este caso, más del 95% de las ocasiones evoluciona hacia la curación. Sin embargo, si se trata de una sobreinfección por el VHD en pacientes ya infectados por VHB (positivos para HBsAg), puede presentarse clínicamente como una hepatitis aguda o como un empeoramiento de la hepatitis B crónica ya existente, que puede llegar a ser muy grave. La infección crónica por VHD es más grave que la infección crónica exclusivamente debida a VHB, siendo el riesgo de evolución a cirrosis en 5 años de hasta el 50%.

El diagnóstico microbiológico del VHD se basa en la detección y/o cuantificación de antígenos, anticuerpos y del genoma del virus, siendo necesario detectar marcadores serológicos del VHB para realizar una caracterización precisa de la infección por VHD. Los primeros anticuerpos se elevan a las pocas semanas de la infección y, aunque la IgM desaparece pronto en las formas autolimitadas y en las formas agudas, puede ser muy perdurable en las formas crónicas, especialmente en las sobreinfecciones. Una buena forma de diferenciar las sobreinfecciones de las coinfecciones es que, en este último caso, coexisten la IgM anti-VHD con la IgM anti-HBc.

Los marcadores moleculares en la infección por VHD están basados en la detección y caracterización del ARN del VHD. Su carga viral no se correlaciona con ningún marcador clínico de actividad o estado de la enfermedad hepática. No obstante, la disminución del ARN del VHD y del título de HBsAg durante el tratamiento puede indicar el éxito terapéutico.

HEPATITIS e

En general, y de forma similar a la hepatitis A, se trata de una infección autolimitada (en su caso, con clínica leve) que se resuelve en 4-6 semanas y que presenta una baja mortalidad (0,2-0,3%), aunque puede llegar a ser especialmente grave en mujeres embarazadas, en quienes la tasa de mortalidad está entre el 20 y el 30% por fallo hepático fulminante. La infección sintomática se da principalmente en adultos jóvenes de 15 a 40 años. Además, se ha planteado que podría cronificarse en pacientes inmunocomprometidos, en quienes podría incluso desembocar en cirrosis. No suele asociarse a un incremento del riesgo de cáncer hepático.

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Los casos de hepatitis E no se pueden distinguir clínicamente de otros tipos de hepatitis víricas agudas. Los signos y síntomas característicos son ictericia, anorexia, hepatomegalia con dolor a la palpación, dolor abdominal, náuseas y vómitos, y fiebre. Algunos casos notificados relacionan la infección por VHE con síndromes neurológicos.

Ante la inespecificidad de su clínica, el diagnóstico de la infección por el VHE suele basarse en la detección en la sangre de anticuerpos IgM e IgG específicos contra este virus. La detección de anticuerpos de clase IgM tiene utilidad diagnóstica en la infección aguda, mientras que la presencia de IgG como único marcador indica infección pasada por el VHE (Figura 6). La detección de ARN del VHE en sangre o heces mediante la técnica RT-PCR indica infección activa.

TRATAMIENTO Y PREVENCIÓN

HEPATITIS A

Hasta la fecha no hay ningún tratamiento específico para la hepatitis A. Los síntomas suelen remitir lentamente, a lo largo de varias semanas o meses, por lo que únicamente en algunas situaciones (pacientes gravemente enfermos) son necesarias medidas de soporte hasta la resolución de la fase sintomática. Solo en los casos más agudos los pacientes deberán ser hospitalizados para asegurar tratamiento sintomático, equilibrio nutricional y descanso. Obviamente, deben retirarse todos los medicamentos hepatotóxicos (como el paracetamol y algunos antieméticos) y, en particular, el alcohol; tal restricción se aconseja mantenerla incluso tras superar la enfermedad.

Con relación a la prevención de la hepatitis A, las medidas más eficaces son la mejora del saneamiento, la higiene de los alimentos y la vacunación. Se dispone de dos vacunas específicas a base de virus enteros inactivados (Vaqta® y Havrix®), de administración intramuscular. Las recomendaciones para la vacunación se centran en las personas con mayor riesgo, como viajeros a países en los que el virus es endémico, hombres que tienen relaciones homosexuales o personas con hepatopatía crónica (debido a su mayor riesgo de complicaciones graves). Para asegurar la protección a largo plazo (~20 años) se recomienda administrar una dosis de recuerdo preferiblemente entre los 6 y 12 meses después de la dosis primaria de vacuna. Al cabo de un mes tras la primera dosis, casi el 100% de personas habrá desarrollado niveles protectores de anticuerpos.

No obstante, durante mucho tiempo, la administración de inmunoglobulinas anti-VHA (Beriglobina P®) ha constituido la medida habitual de prevención en niños y adultos que no han recibido ninguna dosis de vacuna y conviven con pacientes infectados, pero actualmente ha sido sustituida por la vacuna, por su mayor eficacia y duración de la protección.

HEPATITIS B

En la hepatitis B crónica, el objetivo ideal del tratamiento sería erradicar la infección viral para evitar su progresión a cirrosis y controlar que ésta no se descompense o que aparezca un hepatocarcinoma. Sin embargo, un objetivo más realista es lograr una supresión de la replicación viral lo más intensa y duradera posible (idealmente por debajo del límite más bajo de detección) que suponga una mejoría clínica e histológica del paciente y se traduzcan en aumentos de la supervivencia en pacientes con enfermedad descompensada.

El tratamiento precoz es fundamental para evitar la progresión a enfermedad crónica; estudios previos han demostrado que la supervivencia libre de cirrosis y cáncer hepático era mayor cuanto antes se negativizaba la carga de ADN viral (Marcellin et al., 2010). La eliminación del VHB con la desaparición del HBsAg y la aparición de su anticuerpo protector (anti-HBs) solo se consigue en menos del 10% de los pacientes con los tratamientos actuales.

En los casos de hepatitis B aguda que puedan ser sintomáticos, el objetivo debe ser preservar el bienestar y asegurar un equilibrio nutricional adecuado del paciente, con reposición de líquidos posiblemente perdidos en exceso por los vómitos y la diarrea.

Por su parte, la hepatitis B crónica se aborda con tratamiento farmacológico, si bien hasta este momento no se dispone de ningún fármaco definitivamente erradicador del virus en todos los pacientes. Para la elección del fármaco, se considera la eficacia y el riesgo de desarrollar resistencias, las cuales se acompañan de una reactivación del ADN viral; también se debe considerar el perfil de seguridad del fármaco a largo plazo, la forma de administración y el coste del tratamiento. Por su mayor potencia y baja tasa de resistencias, los tratamientos de elección en primera línea incluyen uno de estos tres fármacos: interferón α pegilado (Peg-IFN), entecavir o tenofovir.

Fármacos anti-VHB

Desde la década de los años 90 se ha empleado interferón alfa en sus diferentes formas, 2a (Roferon®) y 2b (IntronA®), con periodos de tratamiento de 3 a 6 meses. A partir de 2004, comenzó a utilizarse la forma pegilada6 o peginterferón alfa 2a (Pegasys®), que es más eficaz que el interferón convencional –al que ha desplazado en la práctica– y facilita la adherencia al tratamiento por tratarse de una dosis subcutánea a la semana (periodo máximo de 48 semanas). No obstante, tiene efectos adversos que limitan la dosis y condicionan el abandono del tratamiento (síntomas gripales, efectos adversos gastrointestinales, anorexia, cefalea, etc.), estando contraindicado en casos de enfermedad neurológica o psiquiátrica graves, enfermedad autoinmune, citopenias y cirrosis.

El mecanismo de acción general de los interferones se basa en la estimulación del sistema inmunitario para que éste elimine las células hepáticas infectadas. Aunque muchos pacientes experimentan recaídas cuando se suspende el fármaco, un 35-40% tiene un cese permanente de la actividad inflamatoria a largo plazo, acompañado por el desarrollo de anticuerpos y desaparición del ADN viral del suero. La respuesta –muy variable según el perfil del paciente– es más probable en los pacientes no cirróticos cuya enfermedad es de duración relativamente corta, y es más intensa en aquellos positivos para anti-HBeAg (es decir, con HBeAg negativo). Hay datos epidemiológicos que demuestran que el empleo de interferón prolonga la vida de los pacientes en una media de tres años.

Por otro lado, la dependencia que tiene el VHB de la actividad de una retrotranscriptasa (transcriptasa inversa) para replicarse a través de un ARN intermediario deriva del hecho de que este ARN es transcrito a un ADN de cadena simple que sirve como modelo para la síntesis de cadenas más complejas. Esto motivó la hipótesis sobre la que se apoya la utilización de los fármacos inhibidores de la transcriptasa inversa (INTI) empleados convencionalmente en el tratamiento de la infección por VIH (Fernández-Moriano, 2018), bien sea análogos de nucleósidos (lamivudina, entacavir o telvibudina) o de nucleótidos (adefovir o tenofovir). Todos ellos, de administración oral, reducen la progresión de la infección crónica por VHB mediante la interferencia con la replicación viral, provocando la inhibición competitiva de la síntesis de la cadena de ADN a partir del ARN viral, tras incorporarse el fármaco al ADN viral en formación y actuando como terminadores de cadena.

En este sentido, la lamivudina (Zeffix®, EFG) fue el primer INTI aprobado para el tratamiento de la hepatitis B crónica. Ha demostrado ser uno de los fármacos más potentes, con interesantes resultados de seguridad y eficacia clínicas, pero presenta una elevada tasa de resistencias: la tasa anual de aparición de cepas mutantes a lamivudina es superior al 20% y en torno al 70% de los pacientes se ven afectados a los 5 años. Suele administrarse a una dosis de 100 mg/día, pero no se considera de primera línea.

Entecavir (Baraclude®, EFG) es otro análogo de nucleósido estructuralmente relacionado con la guanosina que, una vez en el interior celular, es transformado en trifosfato de entecavir. Este metabolito compite con la base nucleica desoxiguanosina-trifosfato (dGTP), inhibiendo la ADN polimerasa viral en tres fases importantes: cebado del enzima, transcripción inversa de la hélice negativa ADN a partir del ARN mensajero pregenómico y síntesis de la hélice positiva del ADN viral. A dosis de 0,5 mg/día se considera como fármaco de primera línea por su potencia y baja inducción de resistencias.

Telbivudina (Sebivo®) es un agente antiviral de tipo nucleosídico análogo de la timidina, que también requiere un proceso previo de fosforilación por las cinasas celulares, dando lugar al correspondiente 5’-trifosfato que inhibe la transcriptasa inversa viral, con un mínimo efecto sobre las ADN polimerasas nucleares y mitocondriales. Es inactivo frente al VIH, pero a la dosis de 600 mg/día tiene mayor eficacia y potencia frente al VHB que lamivudina (y que adefovir). No obstante, por el mayor riesgo de mutaciones de resistencia (se han descrito cepas mutantes con resistencia cruzada a lamivudina y telvibudina y a adefovir y telvibudina) y la posible aparición de miopatía como efecto adverso, no se considera de primera línea.

Entre los INTI análogos de nucleótidos, adefovir (Hepsera®) es otro antiviral de similares características a lamivudina, también indicado –a la dosis de 10 mg/día– en el tratamiento de la hepatitis B crónica en adultos. El fármaco se administra como profármaco (adefovir pivoxil) con el fin de garantizar su adecuada absorción oral. Actúa sobre cualquier subtipo de la enfermedad (HbeAg-positivos o negativos, enfermedad hepática compensada o no) o de los virus (cepas salvajes o mutantes resistentes a lamivudina), con una potencia inferior y mayor tasa de resistencias que entecavir y tenofovir; también presenta un cierto nivel de eficacia en pacientes con VHB resistente a lamivudina. Por su elevado riesgo de nefrotoxicidad, no se considera fármaco de primera línea.

Por último, se ha descrito que la administración de tenofovir (300 mg/día) durante 5 años aumenta la respuesta virológica, la seroconversión a anti-HBe y la pérdida de HBsAg, consiguiendo también la reversión de la fibrosis hepática, sin que se hayan detectado resistencias. Ocasionalmente altera la función renal, pero tiene un perfil de seguridad mejor que otros INTI, pues no tiene afinidad por el ADN mitocondrial, que se ha relacionado con reacciones adversas de otros fármacos de este grupo (como lipodistrofia, acidosis láctica, esteatosis hepática o neuropatía periférica).

El tenofovir disoproxilo fumarato (Viread®, EFG) es un profármaco de tenofovir que acorta el proceso de fosforilación intracelular, facilita su paso a través de membranas celulares y ha demostrado eficacia clínicamente significativa frente a la carga viral, con respuesta virológica sostenida entre 92-100% tras 3-4 años de tratamiento y sin la emergencia de resistencias. De más moderno desarrollo clínico es su formulación como tenofovir alafenamida, que requiere dosis menores (25 mg/día vs. 245-300 mg/día) porque se concentra selectivamente como fármaco activo (tenofovir difosfato) en las células diana, y ha demostrado no-inferioridad respecto a tenofovir disoproxilo en tratamiento combinado tras 2 años de seguimiento, con menor riesgo de nefrotoxicidad y afectación de la densidad mineral ósea, por lo que es preferible en pacientes con alteración renal u osteopenia. Además, no se han detectado resistencias virales frente a tenofovir alafenamida (Seto et al., 2018).

Estrategias de tratamiento

En función de la evidencia más actualizada, las Recomendaciones de Práctica Clínica de la Asociación Europea para el Estudio del Hígado (EASL, 2017) establecen que la administración a largo plazo de un INTI potente y con una alta barrera a las resistencias es la práctica de elección independientemente de la gravedad de la enfermedad hepática. Los regímenes preferidos en primera línea en pacientes no tratados previamente son las monoterapias con entecavir, tenofovir disoproxilo fumarato o tenofovir alafenamida. Lamivudina, adefovir, o telbivudina no son actualmente de elección para el tratamiento de la hepatitis B crónica (Figura 7).

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Se recomienda que todos los pacientes en tratamiento con INTI sean monitorizados para evaluar funcionalidad hepática (por ejemplo, mediante los niveles séricos de ALT) y la carga de ADN viral cada 3-4 meses durante el primer año y cada 6-12 meses posteriormente. Además, en pacientes con riesgo de desarrollar enfermedad renal también se debería monitorizar periódicamente su funcionalidad renal mediante pruebas de estimación de la tasa de filtración glomerular y los niveles de potasio sérico. Los pacientes en tratamiento con tenofovir disoproxilo con riesgo de patología renal u ósea deberían cambiar su tratamiento a entecavir o tenofovir alafenamida, dependiendo de si han recibido tratamiento previo con lamivudina.

A pesar de la prevención de aparición de resistencias que se busca con la utilización de los INTI de alta barrera genética, si se detectara fracaso terapéutico con rebote virológico (el principal inconveniente de los tratamientos prolongados, a pesar de una buena adherencia), el tratamiento debe ser readaptado inmediatamente7. Teniendo en consideración este riesgo, se planteó que la combinación de dos fármacos INTI podría aportar ventajas frente a la monoterapia. A día de hoy, la terapia de combinación no se recomienda como norma general porque no hay estudios controlados que avalen su mejor perfil beneficio-riesgo.

El tratamiento con peginterferón-α se puede considerar como primera elección en monoterapia en pacientes con hepatitis B crónica (con positividad o negatividad para HBeAg) que sea leve o moderada. La duración del tratamiento por un periodo superior a 48 semanas podría ser beneficioso en pacientes con negatividad para HBeAg. Durante el periodo de tratamiento, se debe monitorizar el contaje de células sanguíneas, transaminasas hepáticas, carga de ADN viral y niveles de HBsAg (y, en casos positivos, también de anti-HBe) como predictores de la respuesta a peginterferón. No obstante, los pacientes respondedores con peginterferón tienen alto riesgo de recaídas, por lo que también se debe realizar un seguimiento a largo plazo tras finalizar el tratamiento.

El tratamiento frente a la hepatitis B crónica (Tabla 2) está especialmente indicado en pacientes con cargas virales definidas por un ADN viral >2.000 UI/ml, transaminasas elevadas (ALT por encima del límite normal) y/o con afectación moderada del tejido hepático (fibrosis o necroinflamación). Si la carga viral es superior a 20.000 UI/ml y los niveles de ALT duplican el límite normal, los pacientes deben iniciar tratamiento inmediatamente, con independencia del grado de fibrosis, ya que son los que tienen más posibilidades de que la enfermedad progrese a fases más avanzadas. Igualmente, los pacientes con cirrosis –descompensada o no– deben ser siempre tratados, con independencia de los niveles de ADN viral y de transaminasas. En casos de hepatitis crónica estable HBeAg positiva (con niveles normales de ALT y altos de ADN viral), los pacientes pueden ser tratados a partir de los 30 años con independencia de la severidad de las lesiones histológicas.

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Se estima que el 20-30% de las personas con infección por el VHB podrían beneficiarse del tratamiento. Sin embargo, los fármacos activos contra el VHB no están disponibles en muchas zonas geográficas o no son muy utilizados por las personas infectadas. En la actualidad, las recomendaciones de agentes antirretrovirales que se siguen para el tratamiento de la infección por VIH no suprimen adecuadamente el VHB, lo cual emerge como una gran preocupación para el 10% de las personas infectadas por el VIH en África que están co-infectados con VHB.

Algunos autores han planteado que una cura de la infección crónica por VHB podría no ser factible, pues el virus integra su ADN en el genoma del hospedador y muchos pacientes que han superado una infección aguda presentan el citado ADNccc, pudiendo reactivarse el virus en situaciones de inmunosupresión. A pesar de ello, actualmente se están evaluando en fases clínicas nuevas opciones terapéuticas que puedan combatir la aparición de resistencias: a) antivirales de acción directa, basados en la inhibición de la entrada del VHB en el hepatocito, la modulación del ensamblaje de la nucleocápsida viral o el silenciamiento del ARN viral, entre otros mecanismos; y b) agentes inmunoterapéuticos que restauren las respuestas inmunitarias específicas, por ejemplo, mediante el agonismo del receptor Toll-like 7, la estimulación de la respuesta a interferón o la vacunación terapéutica (Alonso et al., 2017; Emery et al., 2017).

Entre los ejemplos con resultados más prometedores, myrcludex-B es un lipopéptido sintético derivado del dominio pre-S1 de la proteína de la envuelta del VHB que inhibe la entrada del virus al hepatocito por competición con su receptor celular (el NTCP o polipéptido cotransportador de taurocolato sódico). Tras evidenciar una buena tolerabilidad en voluntarios sanos, este compuesto ha alcanzado la fase 2 de ensayos clínicos, donde se ha demostrado que el 75% de los pacientes alcanza –con una administración subcutánea al día– una reducción significativa de los niveles séricos de ADN viral. Adicionalmente, myrcludex-B ha mostrado un efecto significativo frente al VHD en pacientes coinfectados y una eficacia antiviral sinérgica con peg-IFN α-2a. Se ha postulado que su combinación con INTI podría acelerar la eliminación de células infectadas y prevenir la formación de ADNccc (Rizzeto et al., 2016).

Por otro lado, ARC-520 es una combinación de un RNA de interferencia de cadena corta (siRNA) conjugado con colesterol y un péptido similar a melitina conjugado con N-acetilgalactosamina. Con un tropismo específico hacia el hepatocito, está diseñado para dirigirse específicamente contra las secuencias conservadas del ARN viral. Los datos de un estudio de fase 2a han confirmado su tolerabilidad y eficacia cuando se administra por vía intravenosa, demostrando una reducción significativa dosis-dependiente de los niveles séricos de HBsAg que se prolonga hasta casi 2 meses en pacientes con hepatitis B crónica. Asociado a entecavir, es capaz de suprimir notablemente y de forma rápida la expresión del ADN viral tanto en pacientes positivos como negativos para HBeAg, alcanzando en algunos pacientes naïve niveles por debajo del límite de cuantificación. La reducción en la expresión de los genes virales podría promover una restauración de la respuesta inmunitaria del hospedador. El ARC-520 ha demostrado incluso capacidad para inhibir el ARNm derivado del ADNccc (Wooddell et al., 2017).

Prevención de la hepatitis B

A este respecto, cabe destacar que se dispone de una vacuna muy eficaz y segura frente a la infección por VHB y, por consiguiente, la profilaxis es la mejor forma de actuación en salud pública, mediante la administración programada de una vacuna antihepatitis B. En España están comercializadas tres vacunas monovalentes a base de antígeno purificado de superficie del VHB con distintos adyuvantes –Engerix B®, Fendrix® y HBVaxpro®–, una vacuna bivalente en combinación con antígenos de superficie de VHA –Twinrix®– y otras tres vacunas multicomponente –Hexyon®, Infanrix Hexa®, Vaxelis®– en que el antígeno purificado de superficie del VHB se combina con toxoide diftérico, toxoide tetánico, antígenos de Bordetella pertussis, virus de la polio inactivados y polisacárido de Haemophilus influenzae b.

Estas vacunas son capaces de inducir la producción de anticuerpos frente al HBsAg (anticuerpos anti-HBs), alcanzando titulaciones elevadas. En este sentido, un título de anticuerpos anti-HBs por encima de 10 UI/l se correlaciona con protección frente a la infección por VHB. Con las pautas posológicas adecuadas, se ha demostrado una eficacia preventiva del 95-100% en neonatos, niños y adultos en riesgo.

Actualmente, el Calendario Común de Vacunación a lo largo de la vida8 vigente en 2019 en España, ratificado por el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, recomienda la vacunación frente al VHB con una pauta de 4 dosis desde el nacimiento: a los 0, 2, 4 y 11 meses de vida. Se pueden administrar solo 3 dosis (2, 4 y 11 meses) siempre que se asegure una alta cobertura de cribado prenatal de la embarazada y la vacunación de hijos/as de madres portadores de AgHBs en las primeras 24 horas de vida junto con administración de inmunoglobulina anti-VHB. En personas no vacunadas con anterioridad, se administrarán 3 dosis con pauta 0, 1 y 6 meses en el periodo de los 15 a 18 años de vida.

Por otro lado, habida cuenta de que las vías de transmisión sexual y parenteral (además de la perinatal) son también posibles para el VHB, las medidas encaminadas a evitar las prácticas de riesgo contribuirán eficazmente a la prevención. Algunos ejemplos de éstas podrían ser: un mayor control microbiológico sobre los hemoderivados y los procedimientos quirúrgicos, la reducción del consumo de drogas inyectables y la seguridad en las prácticas sexuales (por ejemplo, con el uso del preservativo).

Además, para pacientes no vacunados –o con vacunación incompleta (con nivel de anticuerpos <10 mUI/ml) o desconocida– expuestos a un potencial contagio existe un suero específico antihepatitis B (Hepatect®, Igantibe®, Niuliva® y Zutecta®) con un contenido elevado de anticuerpos –principalmente inmunoglobulina G (IgG)– frente al antígeno de superficie del virus de la hepatitis B (HBsAg). No obstante, la inmunización pasiva de personas con riesgo elevado de infección debe simultanearse con la vacunación y, en algunos casos, por el riesgo de contagio y desarrollo a largo plazo de cirrosis y carcinoma hepático, se recomienda también el tratamiento farmacológico activo.

La profilaxis posexposición con los fármacos previamente citados debe considerarse en circunstancias de exposición parenteral (pinchazo accidental por aguja), contacto directo por membrana mucosa (salpicadura accidental) o por ingestión oral accidental de materiales positivos para antígenos del VHB –tales como plasma, suero o sangre–, si se produce exposición sexual con una persona positiva y en niños <12 meses de edad si la madre o contacto primario presenta una infección aguda por VHB. Algunos medicamentos también se indican para la prevención de la reinfección por VHB después de trasplante hepático motivado por una insuficiencia hepática previa por hepatitis B, en pacientes sin replicación vírica activa pre-trasplante, o para pacientes en hemodiálisis (hasta que puedan vacunarse).

HEPATITIS C

La hepatitis C es considerada como una enfermedad curable, aunque por problemas de acceso a los avances del tratamiento, para muchas personas afectadas en determinadas áreas esto no es una realidad. A priori, todo paciente no tratado es candidato a recibir el tratamiento, que debe ser individualizado según las características del mismo (gravedad de la hepatopatía, riesgo de efectos secundarios, comorbilidades, probabilidad de respuesta, etc.).

El tratamiento antiviral tiene como objetivo el de conseguir una respuesta viral sostenida (RVS), definida como un nivel indetectable de ARN viral por un ensayo sensible (<15 UI/ml) a las 12 o las 24 semanas tras finalizar el tratamiento, que es equivalente a curación y que cambia de forma radical la historia natural de la hepatitis C crónica. La progresión de la fibrosis se detiene, revirtiéndose en muchos casos, y se reducen las complicaciones hepáticas, disminuyendo así su morbimortalidad.

Fármacos anti-VHC

Hasta hace 10-12 años únicamente se disponía de 2 fármacos y el tratamiento farmacológico se basaba en la administración subcutánea de interferón alfa, generalmente como peginterferón alfa, y de ribavirina oral (Copegus®, Rebetol®, EFG), que combinados en determinadas dosis y duración (24-72 semanas) se asociaban con un perfil notable de efectos adversos y respuestas virales no demasiado satisfactorias. Podían conseguir la curación en torno al 50% de pacientes infectados con genotipos 1 y 4, alcanzando el 80% en genotipos 2 y 3 (Webster et al., 2015).

El avance en el conocimiento del ciclo vital del VHC y de las características estructurales de las proteínas de este virus ha estimulado y facilitado el desarrollo de nuevos agentes antivirales de acción directa (AAD) (Figura 8).

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En el año 2011 se produjo un cambio notable en el panorama terapéutico al comercializarse el boceprevir y el telaprevir (Victrelis® e Incivo®, actualmente anulados en España) –la primera generación de inhibidores selectivos y reversibles de la proteasa NS3– para el tratamiento de pacientes infectados por VHC de tipo 1, tanto no tratados previamente (naïve) como tratados, en combinación con peginterferón alfa y ribavirina (terapia triple). Las tasas de respuesta llegaban a alcanzar un 70% en algunas subpoblaciones de pacientes, permitiendo acortar la duración del tratamiento en algunos casos de 48 a 24 semanas. Sin embargo, ambos presentan un perfil toxicológico importante que obliga a suspender el tratamiento en un porcentaje de pacientes superior a los tratados solo con peginterferón y ribavirina, amén de un amplio abanico de interacciones farmacológicas. Todo ello, asociado a la complejidad del tratamiento, dejaba un amplio margen para la mejora.

Tras esta primera generación de inhibidores de la proteasa del VHC, en 2014 llegó otra oleada de nuevos agentes con propiedades farmacodinámicas, farmacocinéticas y toxicológicas más satisfactorias, formada por el simeprevir (Olysio®), inhibidor dual de las proteasas NS3 y NS4A, el daclatasvir (Daklinza®), inhibidor de la NS5A, y el sofosbuvir (Sovaldi®), inhibidor de la polimerasa NS5B. Estos fármacos presentan tasas de respuesta viral sostenida superiores al 80% para la mayoría de los genotipos y condiciones clínicas (Cuéllar, 2015).

Desde entonces se han ido autorizando y comercializando medicamentos compuestos por combinaciones a dosis fijas de éstos y otros nuevos principios activos con efectos farmacológicos basados en uno de esos tres mecanismos de acción9, todos enfocados a impedir la replicación viral. Su combinación permite optimizar los resultados (alcanzando cifras de RVS del 95-100%) y, especialmente, reducir la duración de los tratamientos, excluir o reducir el uso de la terapia triple y reducir el riesgo de emergencia de cepas virales resistentes. Tienen la ventaja adicional de que optimizan la adherencia al tratamiento al coformularse en comprimidos de administración por vía oral, y apenas requieren monitorización.

En España, a día de hoy, se dispone de las siguientes combinaciones (Figura 9):

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  • Inhibidores de NS5A y de NS3/4A: ombitasvir/paritaprevir (+ritonavir)10 (Viekirax®), pibrentasvir/glecaprevir (Maviret®) y elbasvir/grazoprevir (Zepatier®).
  • Inhibidores de NS5A y de NS5B: ledipasvir/sofosbuvir (Harvoni®) y velpatasvir/sofosbuvir (Epclusa®).
  • Inhibidores de NS5A, de NS5B y de NS3/4A: velpatasvir/sofosbuvir/voxilaprevir (Vosevi®).

Entre los ejemplos que en mejor grado pueden ilustrar la revolución e innovación farmacológica que han supuesto estos nuevos fármacos se puede destacar el papel del sofosbuvir. Se trata de un inhibidor específico de la proteína NS5B (una ARN polimerasa dependiente del ARN viral) que es un profármaco susceptible de ser fosforilado hasta formar el trifosfato, la forma biológicamente activa. Como tal compite con el uridilato por la ARN polimerasa y provoca la finalización prematura del proceso de replicación de la nueva cadena de ARN viral en formación. El sofosbubir es activo sobre los genotipos 1, 2, 3, 4, 5 y 6 del VHC, con valores de concentración inhibitoria para el 50% (CI50%) en el rango micromolar (0,01-2,6 µM). Presenta una buena tolerabilidad, sin que se hayan observado efectos adversos específicos del fármaco.

En pacientes con VHC de genotipo 1, las tasas globales de RVS con sofosbuvir, en combinación con peginterferón α-2a y ribavirina, son muy elevadas: 90% y 80% en pacientes sin y con cirrosis, respectivamente. La utilización de pautas de 24 semanas de duración y sin interferón obtiene tasas del 50-70%, que son superiores a las obtenidas con pautas de 48 semanas de interferón y ribavirina. Por otro lado, se obtienen tasas cercanas al 80% en pacientes coinfectados con VIH –con o sin tratamiento previo frente a dicho virus– utilizando pautas de 12 o 24 semanas de sofosbuvir y ribavirina (Sulkowski et al., 2014).

En infecciones por VHC de genotipo 2, las tasas de respuesta con pautas de sofosbuvir y ribavirina de 12 semanas están en torno al 95% en pacientes naïve y del 93% en aquellos inelegibles o intolerantes al interferón. En los casos ligados al genotipo 3 se requieren tratamientos de sofosbuvir y ribavirina de 24 semanas de duración, ya que las de 12 semanas producen resultados notablemente inferiores (Zeuzem et al., 2014). Los datos correspondientes11 ya instaurada, con manifestaciones extrahepáticas, con recurrencias tras trasplante hepático, con comorbilidades y aquellos individuos con alto riesgo de transmitir la infección (embarazadas, hombres homosexuales, etc.).

La recomendación de tratamiento individualizado debe siempre considerar el elevado riesgo de interacciones farmacológicas de los AAD con una alta diversidad de fármacos, tanto antes como durante el tratamiento frente a la hepatitis C. En principio, siempre se deben administrar regímenes terapéuticos basados en antivirales de acción directa libres de interferón y de ribavirina por periodos de 8-12 semanas, hasta un máximo de 16 (según el tipo de combinación y el grado o compensación de la fibrosis o la cirrosis).

Las opciones terapéuticas según el genotipo del VHC se recogen en la Tabla 3. En principio, ninguna combinación tiene un carácter preferencial dado que no hay estudios comparativos directos entre ellas. Además, a lo largo del tratamiento, se realizarán los ajustes posológicos o modificaciones de tratamiento pertinentes en caso de interacciones con otros tratamientos. Las combinaciones basadas en dos AAD serían preferibles sobre las de tres, pues se minimiza dicho riesgo, así como el de toxicidad.

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12, el farmacéutico especialista hospitalario juega un papel relevante en la optimización de los tratamientos.

Por otro, la oficina de farmacia es el establecimiento sanitario por el que pasan diariamente más dos millones de personas y desde donde se ofrecen más de 182 millones de consejos sanitarios al año. De ahí que, sumado a su accesibilidad (con amplitud de horarios y sin necesidad de cita previa), ubicuidad y cercanía, la red española de más de 22.000 farmacias comunitarias resulta especialmente interesante como centro de divulgación de información rigurosa, adecuado para formar a los pacientes y promover una educación sanitaria que permita evitar infecciones y, en su caso, mejorar el uso de los tratamientos y prevenir los problemas relacionados con los mismos, incluyendo la notificación de posibles reacciones adversas.

En definitiva, todos los profesionales farmacéuticos, desde sus diversos ámbitos profesionales y de competencias, pueden contribuir activamente al adecuado asesoramiento y asistencia sanitaria a los ciudadanos y pacientes con hepatitis virales, a través de las vías asistenciales que se describen a continuación.

I. Educación sanitaria orientada a la prevención

Desde el punto de vista de prevención del contagio, deben tenerse presente las principales vías de transmisión de los virus hepatotropos y los factores de riesgo para adquirir una infección por ellos (Figura 10).

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En base a ello, cabe destacar una serie de consejos sanitarios que se pueden proporcionar a las personas susceptibles de contraer una hepatitis viral:

  • Desechar cualquier alimento o bebida, incluida el agua, de procedencia desconocida o sin las debidas garantías sanitarias. Esto es crucial en la prevención de hepatitis aguda por VHA y VHE.
  • Lavarse frecuentemente las manos con agua y jabón, especialmente antes de cualquier comida y cuando se viaje a países con posible endemia de hepatitis y/o condiciones menos estrictas de seguridad alimentaria.
  • Evitar prácticas sexuales de riesgo (promiscuidad con numerosas parejas sexuales) y, en todo caso, utilizar preservativos.
  • Evitar la realización de tatuajes o de piercings en locales que no estén debidamente acreditados para ello por las autoridades sanitarias.
  • Evitar compartir jeringuillas u otros dispositivos para la administración parenteral de drogas.
  • Solo aceptar transfusiones sanguíneas en las instituciones hospitalarias de países extranjeros que dispongan de las debidas garantías.
  • Realizar una consulta previa a los viajes con destino a zonas geográficas donde la prevalencia de uno o más tipos virales de hepatitis sea elevada a fin de tomar las medidas profilácticas convenientes.
  • Realizar pruebas de detección de virus de hepatitis en la donación de sangre, dado que muchos de los pacientes infectados por virus causantes de hepatitis no presentan ningún signo o síntoma (sobre todo las hepatitis crónicas por VHB y VHC).

Además de estos puntos, según se ha detallado previamente, existen vacunas seguras y eficaces frente a la hepatitis A y frente a la hepatitis B (que protege frente a la infección por VHD), pero no frente a la hepatitis C. El profesional farmacéutico no puede dejar de recordar los beneficios de proceder con la vacunación pediátrica sistemática, siguiendo las recomendaciones oficiales, así como de personas adultas sujetas a circunstancias de riesgo en función de su actividad profesional (personal sanitario, policías, etc.), por punción o inoculación accidental.

Por último, atendiendo a la trascendencia metabólica del hígado, los pacientes con hepatitis requieren unos cuidados especiales en cuanto a su alimentación. Así pues, el farmacéutico deberá ofrecer asesoramiento nutricional a estos pacientes teniendo en cuenta las siguientes consideraciones:

  • La hepatitis puede afectar a la absorción de nutrientes e influir sobre el apetito del enfermo. Una dieta equilibrada ayudará al paciente a mantener un adecuado balance hidroelectrolítico y reducirá la sobrecarga metabólica del hígado.
  • Los glúcidos o hidratos de carbono deben ser la fuente principal de calorías en la dieta de estos pacientes. En cambio, las grasas se deben consumir con moderación, aunque no es preciso ni conveniente eliminarlas por completo. Deben evitarse embutidos y carnes con alto contenido graso, como cerdo, cordero, etc. No se aconseja utilizar grasas para cocinar los alimentos, siendo preferible hacerlo al vapor, al horno, cocidos o a la plancha.
  • La utilización de suplementos vitamínicos, especialmente del grupo B (importantes cofactores enzimáticos implicados en el metabolismo hepático), puede ayudar a prevenir carencias nutricionales.
  • Conviene reducir la ingesta de sal –con el fin de reducir la retención de fluidos– y debe limitarse el consumo de proteínas (se recomienda un consumo diario < 1 g/kg peso).
  • No deben tomarse bebidas alcohólicas, ni siquiera esporádicamente. Tampoco son recomendables las bebidas con gas.
  • Es mejor repartir la ingesta de alimentos en cuatro o cinco tomas a lo largo del día, para que el hígado actúe más regularmente y sin excesivas cargas metabólicas puntuales.

II. Detección precoz y diagnóstico temprano de las hepatitis

El diagnóstico prematuro ofrece la mejor oportunidad para un abordaje terapéutico eficaz. Por un lado, permite que las personas infectadas tomen medidas profilácticas para prevenir la transmisión de la enfermedad a otras personas, por ejemplo, mediante la adopción de prácticas sexuales seguras; por otro, favorecerá las precauciones de estilo de vida que deben adoptarse para proteger el hígado de un daño adicional, específicamente, con la eliminación del alcohol y ciertas drogas que son tóxicas para el hígado.

El farmacéutico es frecuentemente el primer profesional sanitario que entra en contacto con el paciente –en especial, en zonas rurales donde la oficina de farmacia es el único centro sanitario–, por lo cual se encuentra en una situación privilegiada para actuar como agente centinela. Es decir, puede y debe ser capaz de detectar signos y síntomas sugerentes de una hepatitis para proceder con la derivación del paciente al médico de atención primaria (o, en su caso, a urgencias) que asegure el diagnóstico definitivo.

Hay que recordar la variabilidad del cuadro clínico de las hepatitis virales, desde formas asintomáticas hasta cuadros graves de hepatitis fulminante: los cuadros agudos sintomáticos suelen incluir el típico signo de ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos), acompañado de orina oscura, fatiga extrema, náuseas, vómitos y/o dolor abdominal, unidos (o no) a alteraciones de los niveles sanguíneos de enzimas hepáticas. Los casos de hepatitis crónica, además, progresan frecuentemente a cirrosis y carcinoma hepatocelular que determinan una insuficiencia hepática potencialmente mortal.

En este sentido, algunos estudios han demostrado el valor de la actuación del farmacéutico en la detección precoz de las hepatitis virales en personas de riesgo y actualmente sin tratamiento. Un estudio piloto llevado a cabo en California (EE.UU.) en 6 farmacias comunitarias demostró que los farmacéuticos, debidamente formados y motivados, pueden colaborar de forma eficiente con el Sistema de Salud. Además de aportar asesoramiento científico sobre la transmisión y la prevención de la hepatitis C, en un periodo de 3 meses llevaron a cabo un total de 83 pruebas rápidas de screening basadas en la detección de anticuerpos anti-VHC, de las cuales solo 1 resultó positivo (1,2%); el caso positivo se relacionó con la inyección de drogas de abuso (cocaína o metanfetamina) y la pertenencia a la cohorte de nacimientos con alto riesgo (Dong et al., 2017).

Otro trabajo similar desarrollado en Illinois (EE.UU.) evaluó la plausibilidad de la implementación de un método de screening para infecciones con VHC y educación sanitaria en farmacia comunitaria dirigido a pacientes nacidos entre 1945 y 1965. Si bien del total de pruebas realizadas no se detectó ningún resultado positivo y la derivación de los pacientes a otros escalones del sistema sanitario no fue necesaria, los pacientes enrolados en el estudio reportaron un mayor conocimiento sobre la hepatitis C tras la intervención farmacéutica (Isho et al., 2017). Todo ello sugiere que una mayor participación de la farmacia comunitaria junto a otros profesionales sanitarios puede contribuir a combatir el elevado infradiagnóstico que caracteriza a las hepatitis virales (sobre todo, las crónicas).

III. Optimización de la terapéutica farmacológica

Una vez diagnosticada la hepatitis y establecido el régimen farmacológico idóneo por el médico, debe reforzarse la actitud del paciente para mantener la más estricta adherencia al tratamiento prescrito, como elemento determinante de su eficacia y seguridad, pues de nada sirve si el paciente no cumple estrictamente las indicaciones recibidas. De hecho, en diversos estudios se han descrito tasas de adherencia insuficientes, incluso inferiores al 70%, que pueden traducirse en la aparición de resistencias por mutaciones virales y fracaso terapéutico (Lo Re et al., 2013; Polis et al., 2017). El fin último del farmacéutico debe de ser educar al paciente para que mantenga lo más estrictamente posible las pautas posológicas establecidas.

Resulta especialmente relevante vigorizar desde la oficina de farmacia el comportamiento de colaboración proactiva del paciente, controlando con la debida discreción la adherencia mediante preguntas sobre la evolución de los síntomas (se pueden emplear los cuestionarios específicos para evaluar la adherencia terapéutica) y el registro de las fechas de dispensación de los medicamentos, así como cualquier otra información de carácter sanitario que voluntariamente quiera aportar el paciente como complemento de lo anterior. Se requiere un enfoque individualizado que se ocupe de las necesidades de apoyo social, prácticas y emociones de los pacientes y las estrategias adaptativas de afrontamiento (Sublette et al., 2015).

Por otra parte, no se debe olvidar que el hígado es un órgano determinante para el metabolismo orgánico y un gran número de medicamentos son transformados y eliminados por esta vía. Consecuentemente, los efectos de tales medicamentos pueden variar si la vía metabólica hepática se encuentra alterada, como sucede en las hepatitis.

Así, debe limitarse la utilización de medicamentos a los estrictamente imprescindibles para el tratamiento de la hepatitis. La administración de cualquier otro medicamento deberá ser cuidadosamente sopesada, teniendo en consideración tanto los riesgos derivados de una afectación de la farmacocinética normal de dicho medicamento, como de la posibilidad de interacciones farmacológicas. Lo mismo ocurre con medicamentos sin receta médica (algunos de los cuales pueden conseguirse vía internet) o incluso sustancias de abuso.

Muchos de los medicamentos antivirales utilizados para el tratamiento de las hepatitis crónicas presentan un perfil muy complejo de interacciones y, en consecuencia, es necesario dispensar cualquier medicamento teniendo en cuenta estas circunstancias. Para ello, la utilización de sistema de información y detección, como la base de datos del conocimiento sanitario Bot PLUS, resulta de extremada utilidad.

Por su potencial relevancia clínica en pacientes coinfectados, uno de los ejemplos que mejor ilustra la complejidad de este tema es el de las interacciones farmacocinéticas que se establecen entre las combinaciones de antivirales de acción directa empleadas para tratar la hepatitis C con muchos de los fármacos antirretrovirales usados para la infección por VIH, sobre todo, con los inhibidores de la proteasa (atazanavir, darunavir, ritonavir, lopinavir, etc.) o con los INTI no nucleósidos (efavirenz, nevirapina, rilpivirina). De igual modo, por el riesgo de concentraciones infra-terapéuticas de los AAD, se contraindica su uso concomitante con fármacos que sean inductores de isoenzimas del citocromo P450 hepático (CYPs) o de glicoproteína-P, tales como fenitoína o carbamazepina.

La implementación de un adecuado seguimiento farmacoterapéutico, tanto a nivel ambulatorio como a nivel de los servicios de farmacia hospitalaria, permitirá, además de optimizar los resultados del tratamiento sin que éste interfiera con otros que el paciente pudiera utilizar, minimizar o evitar el impacto de problemas relacionados con la medicación. En este sentido, es clave la vigilancia ante fracasos virológicos, en cuyo caso se debe sospechar de falta de adherencia terapéutica, siendo la derivación al médico imprescindible para una modificación del tratamiento.

Por otra parte, el farmacéutico debe estar alerta y ayudar a los pacientes a identificar los efectos adversos más relevantes de los medicamentos empleados con el fin de comunicárselo al médico responsable del tratamiento para que éste adopte las medidas pertinentes. Por ejemplo, algunos de los medicamentos empleados en hepatitis B y hepatitis C (sin olvidar que no es infrecuente el caso de pacientes coinfectados también con VIH) pueden provocar anemia, en especial, los regímenes basados en ribavirina; es importante ayudar a los pacientes a identificar los signos más evidentes (palidez en la piel y en las mucosas, cansancio, etc.) para que pueda comunicárselo al médico y, eventualmente, ser tratado para ello con epoetina u otras medidas apropiadas.

La potencial toxicidad renal de las formulaciones con tenofovir y el riesgo de hipertensión arterial pulmonar en pacientes con factores de riesgo tratados con peginterferón alfa son otras cuestiones de seguridad a tener en cuenta. Afortunadamente, el perfil toxicológico de los AAD anti-VHC es relativamente benigno, siendo la mayoría de reacciones adversas notificadas de carácter inespecífico, autolimitado y de gravedad leve-moderada (cefalea, fatiga, náuseas, etc.).

Diversos trabajos recientes han puesto de manifiesto el valor de los programas de atención farmacéutica a la hora de preservar la seguridad de uso de los fármacos antihepatitis. Así, un grupo de investigadores del Hospital Universitario del Henares (Madrid, España) implementó una serie de medidas intervencionales de validación de prescripciones de AAD, detección de interacciones farmacológicas y reacciones adversas y de educación sanitaria del paciente enfocada a la adherencia. Sobre un total de 128 pacientes con hepatitis C, los farmacéuticos hospitalarios realizaron 334 intervenciones farmacéuticas (entre otras, propuestas de modificación de dosis o de fármacos, adición/retirada de cierto principio activo e instrucciones al paciente sobre la correcta forma de uso de los medicamentos). Los resultados demuestran que el 80,9% de los resultados negativos de la medicación –que habían sido identificados en el 90,6% de los pacientes– pudieron ser mejorados o resueltos con dichas intervenciones (Campos et al., 2019).

Por último, conviene mencionar que los farmacéuticos contribuyen a asegurar la disponibilidad de los fármacos y vacunas anti-virales (tanto en farmacia comunitaria como la farmacia hospitalaria, según el tipo de medicamento), contribuyendo a la eficiencia del Sistema Nacional de Salud.

En resumen, la localización de la oficina de farmacia, próxima al paciente y, en muchos casos, el conocimiento personal del paciente por parte del farmacéutico comunitario, puede facilitar un seguimiento más estrecho del plan de gestión/minimización de riesgos de los medicamentos, incluyendo la comunicación de sospecha de reacciones adversas por los propios pacientes. Cuando no se trata de una situación de urgencia, para el paciente es más cómodo y rápido acudir a una oficina de farmacia –abierta durante un amplio horario y con guardias periódicas– que a la consulta del médico especialista, necesariamente sujeta a planificación. Sin perjuicio de los necesarios controles que cada paciente requiera, la farmacovigilancia y el seguimiento farmacoterapéutico desde la oficina de farmacia no son una alternativa al seguimiento clínico por parte del médico prescriptor, sino un complemento de este seguimiento, que permite optimizar la gestión del control farmacoterapéutico, adaptándose a las necesidades y circunstancias específicas de cada paciente y dándole un valor añadido a los recursos asistenciales sanitarios, tanto en el ámbito público como en el privado.

Bibliografía


La relación entre sarcopenia y neuropatía diabética

La neuropatía diabética (ND), caracterizada por alteraciones del sistema nervioso (autónomo y periférico), es una de las complicaciones más comunes entre pacientes con diabetes mellitus, que puede llegar a afectar hasta a la mitad de pacientes, con manifestaciones neurológicas o de otros tipos.

Un reciente estudio transversal fue diseñado para analizar la prevalencia de sarcopenia (pérdida degenerativa de la masa muscular, generalmente asociada con la edad) en pacientes con ND. Con tal fin, incluyó un total de 602 pacientes diabéticos (media de edad de 60,2 años, 40,5% hombres), a quienes se midió la composición corporal a través del análisis de bioimpedancia y la fuerza muscular se analizó a través de la fuerza de agarre de la mano.

En base a ello, aquellos pacientes que presentaban una fuerza reducida se encuadraron en el grupo s-presarcopenia, quienes tenían pérdida de volumen muscular, en el grupo de v-presarcopenia, y quienes reunían ambos signos, en el grupo sarcopenia; si, además, la sarcopenia iba acompañada por obesidad, se enmarcaron en el grupo de obesidad sarcopénica. Por otra parte, con respecto a la ND, se establecieron dos grandes grupos: polineuropatía sensoriomotora (PNSM) y neuropatías autonómicas (NA); este último, además, se subdividió en varios subgrupos según el órgano principalmente afectado: neuropatía autonómica cardiovascular (NACV), neuropatía autonómica gastrointestinal (NAG), neuropatía autonómica genitourinaria (NAGU) y neuropatía autonómica sudomotora (NAS).

El análisis por regresión logística para determinar las relaciones de la neuropatía diabética (ND) y sus subgrupos con la sarcopenia y sus componentes, los resultados demostró que la prevalencia de ND era del 85% en toda la población de pacientes diabéticos, independientemente de su estado muscular. De forma interesante, la ND se presentaba en el 80,2% de pacientes con fuerza y masa muscular normal, en el 84,4% de pacientes s-presarcopénicos, en el 82,1% de pacientes v-presarcopénicos y en el 94,1% de pacientes sarcopénicos. Además, la prevalencia de ND fue del 89,2% en sarcopénicos no obesos frente al 95,9% en pacientes obesos sarcopénicos. Con respecto a los pacientes no sarcopénicos, la prevalencia de ND fue significativamente inferior (76,7%) en personas no obesas frente a las obesas (88,5%).

Uno de los hallazgos más relevantes fue que la frecuencia de sarcopenia en pacientes con ND era significativamente superior respecto a quienes no tenían ND (24,7% vs. 8,9%). Así pues, los autores concluyen que la neuropatía diabética se asocia con la sarcopenia independientemente de la edad y el sexo, e incluso de las enfermedades concomitantes y los niveles de IMC o hemoglobina A1c glicosilada (OR: 2,38; IC95% 1,02-5,54). Además, la evidencia es especialmente sólida para la asociación de sarcopenia con los subtipos de neuropatía autonómica gastrointestinal y genitourinaria.

El uso de opioides incrementa el riesgo de neumonía en pacientes con Alzheimer

El envejecimiento progresivo de la población está motivando un creciente interés investigador en aquellas patologías especialmente relacionadas con la edad. Uno de los ejemplos más claros es la enfermedad de Alzheimer (EA), la principal causa de demencia. Se estima que, en 2050, hasta 116 millones de personas podrán verse afectados por EA, lo cual supone que la cifra de prevalencia global en 2015 (en torno a 35 millones de pacientes) pueda verse casi cuadruplicada.

En los últimos años, algunos estudios han apuntado al uso frecuente de opioides en los pacientes ancianos con EA. La neumonía (por aspiración), un efecto adverso reconocido para estos fármacos, es además una causa común de hospitalización y de exceso de mortalidad entre las personas con EA, pero, hasta la fecha, no se había relacionado el uso de opioides como factor de riesgo en esos pacientes.

Para estudiar precisamente esa asociación, un estudio de cohortes llevado a cabo por investigadores finlandeses y suecos, como parte de la cohorte MEDALZ (Medication Use and Alzheimer´s Disease), incluyó datos de todas las personas con diagnóstico reciente de EA durante el periodo 2010-2011 en Finlandia, y que tenían prescrito un tratamiento con opioides (N=5.623). Para realizar una comparación, se incluyeron datos del mismo número de pacientes (N=5.623) con las mismas características (edad, sexo, y tiempo desde el diagnóstico de EA) pero que no estaban en tratamiento con opioides. Los datos del consumo de opiodes fueron extraídos de los registros nacionales de dispensación en farmacia y también se utilizaron registros de historial clínico para conocer los casos de neumonías tratados en el hospital. Se excluyeron, no obstante, los pacientes con patología oncológica activa. Los resultados se ajustaron en base a comorbilidades, nivel socioeconómico y al uso de otros fármacos.

El estudio reveló que el uso de opioides se asocia con un riesgo incrementado –en un 34%– de sufrir ingreso hospitalario por neumonía, en comparación con el grupo de pacientes que no usaban opioides (HR ajustado: 1,34; IC95% 1,14-1,57). Además, el mayor riesgo se observó durante los dos primeros meses de uso (HR ajustado: 2,58; IC95% 1,87-3,55). Atendiendo al tipo de opioide, hay que destacar que la buprenorfina –opiode de potencia intermedia– no incrementaba el riesgo de neumonía en comparación con los opioides débiles (HR ajustado: 1,20; IC95% 0,83-1,76); sin embargo, con el uso de opioides potentes, la incidencia de casos de neumonía se incrementaba significativamente (HR ajustado: 1,84; IC95% 1,15-2,97), especialmente con a dosis de >50 miligramos equivalentes de morfina (HR ajustado: 2,03; IC95% 1,24-3,31).

Así pues, ante este riesgo dosis-dependiente de neumonía, parece necesario considerar estrategias de minimización de riesgo si un paciente con enfermedad de Alzheimer requiere tratamiento con fármacos opioides.

Amplias variaciones por países en el uso de fármacos antidepresivos

Se estima que, en la sociedad actual, la depresión afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo, representando uno de los principales problemas de salud. En la última década, en muchos países se han descrito incrementos de dos y tres veces en el uso de medicación antidepresiva. El mayor aumento se ha observado en el consumo de los “nuevos” antidepresivos (como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina –ISRS–), cuyo perfil beneficio-riesgo se considera más favorable que los antidepresivos más clásicos. El mayor uso de antidepresivos se asocia, además de a un número mayor de personas en tratamiento (sobre todo en la población de pacientes ancianos), a una mayor duración del mismo: un 40% de antidepresivos son prescritos por periodos de más de 180 días.

Un reciente estudio ha evaluado, mediante el empleo de una red de farmacovigilancia internacional, la tasa y características del uso de fármacos antidepresivos en países con guías clínicas más conservadoras (Reino Unido) y liberales (Canadá y Estados Unidos). Para ello, los autores recopilaron datos de los registros electrónicos de salud y datos administrativos relativos a población de seis jurisdicciones en cuatro países (Reino Unido, Taiwán, Estados Unidos y Canadá), conformando una cohorte histórica de pacientes adultos mayores de 65 años que habían padecido un nuevo episodio depresivo con tratamiento farmacológico entre 2009 y 2014. En la evaluación de los datos tuvieron en cuenta la proporción de nuevos pacientes en tratamiento, la clase terapéutica del fármaco, la indicación del tratamiento, el país y las características del régimen posológico (número de dosis/día, duración y cambios).

Los resultados del estudio revelan grandes diferencias en el empleo de antidepresivos, con tasas de uso que variaron del 4,7% en Montreal y la ciudad de Quebec al 18,6% en Taiwán. Los antidepresivos tricíclicos (AT) fueron la clase de fármacos más utilizada en el Reino Unido (48,8%) y Taiwán (52,4%) frente al uso mayoritario de ISRS en los países de Norteamérica (42,3%-53,3%). El dolor crónico resultó ser la indicación de tratamiento más comúnmente asociada al uso de antidepresivos (41,2-68,2%); para dicha indicación, los AT fueron los fármacos más consumidos en Reino Unido y Taiwán (55,2%-60,4%), mientras que, de nuevo, los ISRS eran más frecuentes en Norteamérica (33,5-46,4%). No obstante, cabe destacar que el tratamiento era más largo en la indicación de depresión que en la de dolor crónico (252-525 días vs. 169-437 días), así como las dosis estandarizadas eran mayores (0,7-1,3 vs. 0,5-1,0) y los cambios de fármacos más frecuentes (31-46% vs. 21-34%).

En definitiva, los resultados revelan que el consumo de antidepresivos en adultos mayores puede varía en casi 24 veces según el país. La tasa menor de uso de estos fármacos se identificó en Reino Unido, el país con unas recomendaciones clínicas más conservadoras de los estudiados. Además, sobresale el elevado consumo de antidepresivos tricíclicos, que hace prioritario mantener una evaluación de los riesgos asociados a su uso en ancianos, por sus potentes efectos anticolinérgicos.