Plata sobre plata. Ondulante. Misteriosa. Casi etérea vas cabalgando sobre las olas. Un ser hecho de sueño y de sal. Hija del mar que, con tu canto hechicero y seductor, quisiste cautivar al héroe que regresaba a casa, a Ítaca, tras la guerra de Troya. Parténope: bella sirena de nombre inmortal.
Cuentan que este ser mitológico, ahogada en su pena de amor, y acunada por las aguas, atravesó un inmenso golfo vigilado por una imponente montaña de fuego, para dormir su último sueño. Arribó a una playa a los pies de tres colinas. Los habitantes del lugar construyeron un templo para que custodiara su descanso. A su amparo creció un pequeño pueblo que con los años se convirtió en la gran metrópolis que hoy conocemos: Nápoles.

Los primeros moradores de Parténope, nombre arcaico de la ciudad, fueron los griegos que se asentaron en la colina norte. Posteriormente se establecieron más al sur, creando una nueva ciudad: Nea Polis. Al llegar los romanos habitaron las tres colinas, Posillipo, Vomero y Capodimonte, y la llenaron de teatros, foros, termas, mercados, villas, hipogeos funerarios y galerías subterráneas con pozos y acueductos para abastecer de agua a la ciudad. A los pies de la colina de Posillipo se encuentra la cueva de Virgilio, donde según la tradición está la tumba del autor de la Eneida. Desde este punto todas las calles te llevan al mar, intrínsecamente unido al alma de la ciudad. Bulliciosa, temperamental, transgresora; voces, cantos y tarantelas impregnan los callejones de una ciudad muy viva, donde la ropa danza de balcón a balcón, creando un pintoresco paisaje urbano. Tan vieja, tan sabia, tan bella. Alegre y deslenguada habitada por gentes que han vivido mucho, han sufrido invasiones, ocupaciones y guerras.
Bulliciosa, temperamental, transgresora; voces, cantos y tarantelas impregnan los callejones de una ciudad muy viva, donde la ropa danza de balcón a balcón, creando un pintoresco paisaje urbano»
Normanda, angevina, aragonesa, fue española durante dos siglos, napoleónica y borbónica hasta el siglo XIX. Cada uno de estos periodos dejó su impronta arquitectónica en la urbe: El Castillo del Ovo, impresionante fortaleza junto al mar; el Castel Nuovo al que el rey Alfonso V de Aragón embelleció con un arco triunfal de mármol blanco; la Plaza del Plesbicito donde se encuentra el Palacio Real, la Galería Príncipe de estilo modernista o el Quartieri Spagnoli, fundado por el virrey español don Pedro de Toledo. Al rey Carlos VII de Nápoles, posteriormente Carlos III de España se le debe la fundación de la Real Fábrica de porcelanas de Capodimonti y la construcción del Teatro San Carlos, teatro de la ópera más antiguo del mundo. No en vano Nápoles presume de sus grandes artistas musicales: Pergolesi, Scarlatti, Leoncavallo, o el mítico Caruso del que se cuenta que empezó cantando canciones populares por los cafés y en las iglesias.
La herencia religiosa de la ciudad se manifiesta en la cantidad de bellas iglesias y monasterios que posee: la iglesia del Gesu Nuovo, Santa María del Purgatorio, la Catedral, el Monasterio de Santa Clara. Es importante resaltar el Monasterio de Santa María de Jerusalén fundado en el siglo XVI por encargo de María Lorenza Longo, noble española. Al lado se instauró el Hospital de los Incurables que aliviaba a los enfermos crónicos y con pocos recursos. En este espectacular complejo destaca la farmacia barroca del siglo XVIII. Esta joya arquitectónica nos ofrece un emocionante viaje a las ciencias farmacéuticas del setecientos a través del arte y la devoción. La gran sala es magnífica, su interior está decorado con mármol, el techo con un fresco que describe escenas de la guerra de Troya, y el suelo es de mayólica. Una carpintería exquisita reviste las paredes con anaqueles que guardan una colección de tarros policromados con escenas bíblicas. Son originales y aún contienen productos medicinales en forma de polvos, jarabes o ungüentos. También hay que destacar el mostrador realizado con el tronco de un solo árbol, así como símbolos y esculturas insólitas como la que representa el «Útero de la Virgen» a modo de alegoría de la feminidad. Asimismo, consta con un laboratorio donde se conservan antiguos instrumentos quirúrgicos, objetos relativos a la peste, tratamientos médicos inusuales y un enorme vaso de mármol meridional donde se realizaba la famosa triaca, decorado con granadas, símbolo de inmortalidad, fecundidad y resurrección.
Resaltar el Monasterio de Santa María de Jerusalén fundado en el siglo XVI por encargo de María Lorenza Longo, noble española. Al lado se instauró el Hospital de los Incurables que aliviaba a los enfermos crónicos y con pocos recursos. En este espectacular complejo destaca la farmacia barroca del siglo XVIII»
María Lorenza Longo, gran artífice de esta institución fue esposa, madre y monja contemplativa. El papa Francisco firmó el decreto de su beatificación en 2020. El Hospital de los Incurables también es conocido por el Hospital de los Santos, debido a que es el único hospital en el que han trabajado una treintena de médicos que posteriormente fueron canonizados.
Aunque si existe un santo estrechamente relacionado con Nápoles es San Genaro. Mártir, Obispo y Patrono de la ciudad. Es famoso por el milagro que desde hace siglos ocurre el día de su fiesta, el 19 de septiembre, y en dos ocasiones más al año, cuando su sangre, que se guarda en unas ampollas, se licua. Si el milagro no ocurre se considera un mal augurio. Se supone que Nápoles solo está a salvo del Vesubio si San Genaro está de su parte.
Amenazante y fascinante, el magnífico volcán, emblema de la urbe le imprime su carácter temperamental. Su cumbre coronada de nubes se llena de encanto las raras veces que aparece nevada. Pero, ¡ay, si una nube de vapor ardiente se posa sobre la montaña y ruge! Si entra en erupción y su lava, ceniza y piedra pómez volvieran a arrasar pueblos y territorios como ocurrió en el año 79 d.C. De todos es conocida tan tremenda catástrofe en la que murió Plinio el Viejo, autor de la Historia natural, una recopilación del saber científico de la época. Su sobrino carnal Plinio el Joven, fue testigo, junto con su madre de la erupción y la narró en primera persona. Quedaron sepultadas por la lava ciudades enteras de la Campania: Estabia, Herculano y Pompeya. Durante siglos quedaron enterradas y olvidadas. No fue hasta el siglo XVIII, bajo el mandato de Carlos III, que no se redescubrieron. Primero se encontró Herculano y posteriormente Pompeya.
Pompeya era una gran ciudad. Visitarla es un viaje en el tiempo a un lugar extraordinario. Sus puertas y empedradas calles nos conducen al anfiteatro, al foro, templos, basílicas, termas, teatros, y a las maravillosas villas decoradas con todo tipo de frescos que representan el genio creativo de una metrópolis dotada de estilo propio. Su descubrimiento ha supuesto el conocimiento de la vida cotidiana de los antiguos romanos; como se alimentaban, se ejercitaban, se divertían, o se curaban.
El farmacéutico polaco E. Ganszer escribió una carta para la revista Wiadomosci Farmaceutyczne (Noticias Farmacéuticas) en la que comenta al describir las ruinas de Pompeya, que en la estrecha calle de los lupanares y a tabique por medio con ellos, se encontraba un local con un emblema: dos culebras entrelazadas sobre fondo rojo. El local se ha identificado como una farmacia ya que encima del emblema había una inscripción que rezaba: «Vagabundos nocturnos, seguid vuestro camino. Lo que buscáis, lo encontrareis en la puerta siguiente. Aquí no debéis dirigiros sino después, para buscar el remedio». Los utensilios farmacéuticos y los restos de medicamentos encontrados en la casa se encuentran en el Museo Local y en el de Nápoles. Se han hallado cajas para guardar medicamentos divididas en compartimentos, que solían ser de bronce y tenían incrustaciones de piedras preciosas.
El farmacéutico polaco E. Ganszer escribió una carta para la revista Wiadomosci Farmaceutyczne (Noticias Farmacéuticas) en la que comenta al describir las ruinas de Pompeya, que en la estrecha calle de los lupanares y a tabique por medio con ellos, se encontraba un local con un emblema: dos culebras entrelazadas sobre fondo rojo».
Pompeya es un lugar único que aún esta desvelando sus secretos. Poco a poco se están restaurando los magníficos frescos que decoraban las villas. Los frescos de la Villa de los Misterios habían sido colonizados por distintas cepas de» Estreptococos», y curiosamente se ha utilizado Amoxicilina para «curarlos».
Nápoles, que cumple 2.500 años ahora, cuna de la pizza Margarita y célebre por sus belenes barrocos, ha atraído a artistas y literatos de todos los tiempos. En la época del «Grand tour», era la ciudad más exótica, tal como la describe Goethe en su celebérrimo «Viaje a Italia». Elena Ferrante, Gómez de la Serna, Roberto Saviano, Norman Lewis, Curzio Malaparte, y una larga lista de escritores han intentado en sus obras desentrañar el misterio de esta ciudad llena de contrastes.
Florecían los limoneros. El mar, por unas horas, se echó a dormir, al igual que la vieja ciudad. Y como escribió Debussy al componer su obra «Sirênes», entre las olas plateadas por la luz de la luna, se podía escuchar el misterioso canto de las sirenas que ríen y pasan.
