Formación continuada

La microbiota humana

Publicado en Nº442 Nº442

El cuerpo humano está colonizado por microorganismos en todas sus superficies de exposición al ambiente exterior. Esta microbiota está constituida por bacterias, arqueas, virus y microorganismos eucariotas. Por lo tanto, todos y cada uno de los nichos microbianos presentes en nuestro organismo están colonizados por comunidades microbianas, cuya composición y estructura dependen de las condiciones ambientales presentes en dicho nicho. Además de los microorganismos constituyentes y adaptados a ese nicho, denominados microorganismos autóctonos, podemos encontrar también microorganismos presentes de modo transitorio en el mismo, son los denominados microorganismos alóctonos. Un ejemplo de estos últimos puede ser, por ejemplo, los microorganismos de origen alimentario que pueden detectarse en el intestino. Generalmente, estos microorganismos están peor adaptados a las condiciones ambientales presentes en ese nicho y, con frecuencia, son capaces de colonizar, tan solo, de un modo transitorio, acabando desplazados por la microbiota autóctona. Cabe señalar que todos ellos, incluso la microbiota autóctona, presentan una elevada variabilidad debida tanto a factores genéticos como ambientales. La dieta del individuo, su estado fisiológico y de salud y/o los tratamientos farmacológicos –por ejemplo, los antibióticos– son factores que van a afectar a la microbiota y contribuir a estas diferencias interindividuales.

La microbiota intestinal ha sido la más ampliamente estudiada; sin embargo, existen también otras microbiotas de gran relevancia para nuestra salud. Anteriormente, ya se revisó la microbiota intestinal, por lo que ahora se revisarán estas otras microbiotas de gran relevancia para nuestra salud.

La microbiota del tracto respiratorio

El tracto respiratorio consta de hábitats muy diversos. Si consideramos la boca o la nasofaringe como lugares de entrada, podemos diferenciar comunidades microbianas muy complejas y diversas. En la cavidad oral se estima la presencia de cientos de especies microbianas, más de 500 según algunos autores. Mientras que en los labios o la cavidad nasal son frecuentes los microorganismos que también se encuentran en la piel, como Staphylococcus o Streptococcus, en otras superficies como la cavidad bucal o la faringe ya son frecuentes también otros microorganismos como Actinomyces o Prevotella. Por otra parte, la presencia de nichos ecológicos tan específicos y diferentes como la superficie dental o los surcos gingivales hacen que en los mismos aparezcan comunidades microbianas muy especializadas, que con frecuencia se encuentran en forma de biopelículas. Así, por ejemplo, mientras que en la encía sana encontraremos microorganismos como Streptococcus, Actinomyces o Porphyromonas, cuando se produce enfermedad periodontal lo que encontraremos en los surcos gingivales serán otros microorganismos como LeptotrichiaTreponema o Fusobacterium, indicándonos la presencia de una clara disbiosis microbiana en esta condición.

A medida que nos desplazamos por el tracto respiratorio, nos encontraremos con condiciones muy variables en cuanto al ambiente, con gradientes de temperatura de concentración de O2, etc. Además, se producen continuas microaspiraciones que hacen que la presencia de microorganismos oro-nasales sea frecuente en la tráquea y los bronquios. No obstante, hay que señalar que, a diferencia de otras mucosas, aquí se produce una exclusión activa de los microorganismos por parte de las células ciliadas de este epitelio. Así, podemos encontrar, principalmente, microrganismos como Prevotella y Veillonella en la tráquea y bronquios, mientras que desde los broquiolos a los alveolos aparecerán otros microorganismos como Pseudomonas o Acidocella, cuyos niveles están incrementados en determinados contextos patológicos. Diversos estudios han señalado la presencia de disbiosis en el tracto respiratorio en varias patologías, como la tuberculosis pulmonar o la enfermedad obstructiva pulmonar crónica.

La microbiota de la piel

La piel sufre abrasiones continuas, está expuesta a la radiación solar y los nutrientes son escasos, todo lo cual limita mucho los microorganismos que pueden establecerse sobre ella. Estas condiciones tan inhóspitas se atenúan en las glándulas sudoríparas y sebáceas y en los folículos pilosos, en los que hay más humedad y nutrientes y, por tanto, una mayor colonización.

Las bacterias constituyen alrededor del 95% de la microbiota de la piel, predominando las pertenecientes a los filos Actinobacteria (60% del total) y Firmicutes (25%); estos dos grupos de bacterias Gram positivas representan líneas evolutivas independientes y se diferencian primordialmente por el porcentaje de G (guanina) + C (citosina) de sus genomas, superior al 50% en el primer caso e inferior a esta cifra en el segundo. Las actinobacterias están representadas por corinebacterias y Cutibacterium acnes (denominado anteriormente Propionibacterium acnes), mientras que Staphylococcus epidermidis sería el representante casi exclusivo de los Firmicutes. También aparecen hongos, principalmente del género Malassezia –que, como veremos, son beneficiosos, pero cuya proliferación excesiva es el origen de la caspa y de la tiña denominada pitiriasis versicolor–, y ácaros (arácnidos microscópicos) que viven en los folículos pilosos. En las zonas más secas de la piel, como los antebrazos o la parte anterior de las piernas, hay pocos microorganismos (102–103 células/cm2) y una gran variabilidad, lo que sugiere contaminación continuada más que residencia estable. Los pliegues (ingles, axilas, espacios interdigitales, etc.) son las zonas más húmedas de la piel y en ellos predominan las corinebacterias y los estafilococos, cuya actividad metabólica es responsable del olor característico de cada uno de dichos pliegues. En las regiones sebáceas (el cuero cabelludo, detrás de las orejas, la cara, la espalda, etc.) predominan C. acnes y Malassezia, que degradan los lípidos presentes en el “sebum” y liberan ácidos grasos, contribuyendo decisivamente al pH ácido de la piel y a su protección frente al establecimiento de organismos patógenos. En las zonas húmedas y sebáceas la concentración puede exceder los 107 microorganismos/cm2.

La microbiota del aparato genitourinario

Las diferencias anatómicas y fisiológicas del aparato urogenital de hombres y mujeres obligan a que los tratemos por separado.

  • Hombre: la microbiota es escasa (menos de 103/ml), debido a que la orina lava la uretra periódicamente y a que el orificio de salida está muy separado del ano, que es la principal fuente de contaminación del aparato excretor. Por eso, las infecciones urinarias son infrecuentes en los hombres, salvo que haya circunstancias predisponentes, como el uso de pañales. Los organismos encontrados más frecuentemente son corinebacterias y estafilococos que, como vimos, son típicos de la piel, por lo que se considera que es la fuente de dicha microbiota.
  • Mujer: la colonización microbiana de uretra y vagina es semejante en términos cualitativos y está dominada por unas pocas especies de Lactobacillus, lo que indica que existe una contaminación constante de ambos conductos a través de la piel del perineo. En la uretra, la densidad microbiana es habitualmente menor de 105 bacterias/ml debido al ya mencionado efecto de barrido de la orina, mientras que en vagina alcanza los 108 microorganismos/ml. Los lactobacilos provocan la acidificación de la mucosa, lo que resulta ser inhibitorio para el desarrollo de otros microorganismos, especialmente los procedentes del tracto entérico, que con frecuencia invaden la cavidad debido a la proximidad entre los orificios anal y vaginal.

La microbiota de la glándula mamaria

La glándula mamaria no presenta una microbiota peculiar hasta que se induce la lactación. En ese momento, la humedad y la presencia de nutrientes fomenta la contaminación de los conductos galactóforos por microorganismos de la piel, como Staphylococcus y Corynebacterium (responsables de la mayoría de las mastitis), y también de bacterias intestinales (principalmente, de los géneros Lactobacillus, y Enterococcus). El acceso de estos microorganismos puede ser por contaminación desde el exterior, pero también a través de la vía enteromamaria, por la que determinados grupos de células dendríticas captan microorganismos en el tracto entérico y los transportan asociados a su superficie hasta la mama. En cualquier caso, la concentración bacteriana de la leche de una mujer sana es muy baja (103 células/ml), pero se postula que podría constituir una fuente significativa para la colonización temprana del intestino del lactante.

Se ha postulado que la placenta, el líquido amniótico, el intestino fetal, el pulmón e incluso el encéfalo poseen sus propias microbiotas. Las evidencias apuntan a que, casi con seguridad, esto no sea así, y que los datos que avalan dichos hallazgos son artefactuales y producto de la contaminación de los reactivos con ADN de microorganismos ambientales.

La microbiota del medio interno

Se ha postulado que la placenta, el líquido amniótico, el intestino fetal, el pulmón e incluso el encéfalo poseen sus propias microbiotas. Las evidencias apuntan a que, casi con seguridad, esto no sea así, y que los datos que avalan dichos hallazgos son artefactuales y producto de la contaminación de los reactivos con ADN de microorganismos ambientales.

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