Formación continuada

Enfermedades diarreicas

Publicado en Nº467 Nº467

Más de 1 500 000 pérdidas humanas mundiales anuales estimadas (cerca de 16 000 en Europa), segunda causa de muerte en niños menores de cinco años, llegando incluso a producir anualmente 525 000 muertes en este colectivo, más de 1700 millones de casos en la población infantil cada año (400 000 en España), 525 defunciones en personas de 85 años o más en nuestro país en 2020, cerca de 37 500 casos de incapacidad temporal en las de origen presuntamente infeccioso en España en 2014 y 20 830 en las de origen no infeccioso: estas cifras alarmantes reflejan la importancia de las enfermedades diarreicas como problema de Salud Pública a nivel global.

Pese a ser un trastorno que puede originarse en cualquier época del año, su frecuencia suele ser muy elevada en verano. Esto es debido a diferentes factores, entre los cuales se incluye una mayor ingesta de agua en este periodo debido al calor. El agua de consumo, además de sus derivados, como los cubitos de hielo o los helados, entre otros, o el agua empleada para lavar y cocinar los alimentos, pueden estar potencialmente contaminados con microorganismos patógenos causantes de diarrea. Esto se produce, en especial, en los casos en los que su procedencia es dudosa o cuando existe movilidad a otras regiones geográficas. Por ejemplo, si se ha realizado un desplazamiento a un lugar remoto del planeta o que presente unas condiciones sanitarias inferiores a las del lugar de origen. Las altas temperaturas estivales, además, contribuyen a una mayor degradación de los alimentos, siendo también más sencillo que se produzca una ruptura en su cadena del frío, implicando de manera simultánea una mayor propagación de diferentes microorganismos y de muy diversos agentes transmisores de patógenos a los alimentos, como los insectos.

Todos estos hechos favorecen el incremento de los procesos diarreicos, en cuya transmisión, adicionalmente, el contacto entre personas presenta un papel importante. Otros factores de riesgo para la diarrea incluirían ciertas prácticas sexuales inusuales (ya que microorganismos patógenos como Shigella spp., Campylobacter spp., Salmonella spp., los virus de las hepatitis A, B y C, y las infecciones de giardiasis o amebiasis se pueden transmitir a partir de actividades sexuales con posible contaminación fecal-oral, como las prácticas oral-rectal, anogenital, orogenital o coito genito-genital), ser usuario de drogas por vía parenteral (debido a la alta probabilidad de contraer infecciones como las producidas por los virus de la hepatitis B ó C, con capacidad de generar diarrea, entre otras complicaciones), casos de inmunodepresión, uso reciente de antibióticos, institucionalización o la ingesta de comidas fuera de las habituales.

Conviene subrayar que el 90 % de los casos de diarrea aguda se han asociado a agentes infecciosos (virus, bacterias y protozoos), mientras que solo el 10 % restante se atribuye a medicamentos, sustancias tóxicas, isquemia y otras causas. Los microorganismos patógenos asociados con más frecuencia a las infecciones de origen alimentario son los norovirus, mientras que el consumo de productos avícolas, debido a las infecciones por Salmonella spp. y Listeria spp que transmiten, es la principal causa de muerte.

Además, se ha determinado que la gran mayoría de los casos de diarrea infecciosa aguda son probablemente de origen vírico, si bien los agentes etiológicos bacterianos son los responsables de más casos de diarrea severa. En relación con la diarrea crónica, de duración superior a las 4 semanas por definición, las causas más frecuentes serían las enfermedades inflamatorias, neoplásicas, malabsortivas o infecciosas. Otras posibles causas de diarrea serían las intolerancias alimentarias, la maldigestión por insuficiencia pancreática, los efectos secundarios de algunos fármacos o las afecciones postquirúrgicas. La diarrea crónica incluso podría ser un síntoma de algunas enfermedades sistémicas, como la diabetes o el hipertiroidismo.

Las intervenciones preventivas más habituales y, en especial, teniendo en cuenta la etiología infecciosa, se centran en lograr el acceso a agua de consumo inocua y a sistemas de saneamiento apropiados, pero también en evitar consumir algunos alimentos o bebidas que puedan estar contaminados. Adicionalmente, se deben aplicar medidas higiénicas personales (como el lavado de manos con jabón) y medidas de seguridad alimentaria (como limpieza y desinfección de las superficies en contacto con los alimentos o mantener la cadena del frío), educar sobre salud y vías de transmisión de las infecciones o, incluso, vacunar frente a patógenos causantes de diarrea, como los rotavirus.

Si pese a las medidas preventivas tiene lugar la aparición de diarrea, entonces se puede recurrir a diferentes medidas terapéuticas para su manejo. En los casos de diarrea aguda las bases terapéuticas consisten en realizar reposición hidroelectrolítica (objetivo primordial, pues pretende evitar las graves consecuencias de la deshidratación), tratar los síntomas y recurrir a la antibioterapia, en caso necesario. Las recomendaciones dietéticas, importantes en estas situaciones, incluyen ingestas graduales de comidas suaves (arroz hervido, cremas, carne de ave a la plancha, pescado blanco cocido, entre otras) o evitar alimentos grasos, dulces o lácteos, a excepción de los yogures. En el tratamiento farmacológico destaca la administración de loperamida, si bien no es aconsejable el abuso de este fármaco, y normalmente la diarrea se autorresuelve en un corto periodo de tiempo. También, existen otros fármacos disponibles (como el racecadotrilo o el tanato de gelatina) y el empleo de probióticos es altamente recomendable en muchos casos. El tratamiento mediante antibióticos sólo se contempla si: a) existe fiebre superior a 38,5 ºC, afectación del estado general, deshidratación, dolor abdominal cólico importante, presencia de sangre o moco en heces o cuando la duración de la diarrea es superior a 7 días; b) si la diarrea se está produciendo en un paciente con inmunodepresión, tratamiento con corticoides, comorbilidad importante o patología vascular; o c) en casos de diarrea del viajero de gravedad moderada o alta.

Respecto a la diarrea crónica, lo recomendable es recurrir al tratamiento específico de algunas de sus causas, como puede ser el síndrome del intestino irritable, el desequilibrio de ácidos biliares o la giardiasis.

En conclusión, las enfermedades diarreicas suponen un problema grave de salud mundial, presentándose un número elevado de casos en nuestro país y contando con diferentes tratamientos disponibles. No obstante, una gran parte de ellas y, especialmente en verano, podrían evitarse mediante la aplicación de sencillas medidas de prevención. Entre ellas, encontraríamos la evitación del consumo de ciertos alimentos y bebidas potencialmente contaminados con patógenos o realizar protocolos adecuados de saneamiento e higiene. Como indicaba Benjamin Franklin: “una onza de prevención vale más que una libra de cura”.

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