Nº422
En 1998 se publicó en la revista Lancet un estudio que establecía una relación entre la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola (triple vírica) y la aparición de autismo en niños. Generó gran controversia entre la comunidad científica internacional y una gran polémica sanitaria en la sociedad. A pesar de que dicho estudio fue retractado y que estudios posteriores refutaron sus conclusiones, las tasas de vacunación contra el sarampión se han visto afectadas en la última década, lo cual se ha traducido en la aparición de diversos brotes de la enfermedad en nuestro entorno en los últimos años.
Con el objetivo de evaluar si la vacuna triple vírica incrementa el riesgo de autismo en niños, bien en algunos subgrupos de éstos o bien en diversos periodos de tiempos posvacunación, un estudio de cohortes restrospectivo –realizado por investigadores del Statens Serum Institut de Copenhague (Dinamarca)– ha evaluado los datos de un total de 657.461 niños nacidos en Dinamarca desde 1999 hasta 2010. El seguimiento de estos pacientes se realizó desde su primer año de vida y hasta el 31 de agosto de 2013.
Los autores utilizaron registros de información sobre el estado de vacunación (tanto de la triple vírica como de otras vacunas infantiles), los diagnósticos de autismo, el historial de autismo entre hermanos y los factores de riesgo de autismo en los niños de la cohorte. Partiendo del tiempo hasta el diagnóstico, se empleó el análisis de supervivencia, también conocido como regresión de Cox, para estimar los ratios de riesgo de autismo según el estado de vacunación con la triple vírica ajustado por diversos factores (edad, año de nacimiento, sexo, otras vacunas infantiles, riesgo de autismo, etc.).
Habida cuenta de que el 95% de los niños habían recibido la vacuna triple vírica, los resultados muestran que, durante un total de 5.025.754 persona-año de seguimiento, 6.517 niños fueron diagnosticados con autismo (tasa de incidencia de 129,7 casos por 100.000 persona-año). La comparación de niños vacunados frente a los niños no vacunados con la triple vírica arrojó un índice de riesgo de autismo muy ajustado (HR: 0,93; IC95% de 0,85 a 1,02). Si bien las diferencias no fueron estadísticamente significativas, los resultados apuntaban a que los niños que recibieron la vacuna tenían un 7% menos de probabilidades de desarrollar un autismo respecto a aquellos que no la habían recibido.
En la misma línea, no se observó un aumento del riesgo de autismo después de la vacunación con triple vírica en el análisis por subgrupos de niños, definidos éstos en base al historial de autismo de los hermanos, los factores de riesgo de autismo u otras vacunaciones infantiles, o durante períodos de tiempo específicos después de la vacunación. El estudio sí que reveló, no obstante, que los niños con hermanos diagnosticados de autismo tienen 7 veces más probabilidades de padecer la enfermedad, que los niños tienen 4 veces más probabilidades que las niñas, y que los niños que no recibieron ninguna vacuna de las recomendadas en la infancia tenían un riesgo un 17% mayor que los niños a quienes se les administraron las vacunas recomendadas.
En conclusión, el estudio apoya firmemente que la vacunación con la vacuna triple vírica no aumenta el riesgo de autismo, no desencadena el autismo en niños susceptibles y no se asocia con una mayor agrupación de casos de autismo tras de la vacunación; sino más bien lo contrario. Este se suma a otros estudios previos, aportando un significativo poder estadístico adicional al abordar las hipótesis de subgrupos susceptibles y agrupación de casos. Parece evidente que es una imprudencia por parte de los padres saltarse la vacuna triple vírica de sus hijos por miedo al desarrollo de autismo.