Nº424
Por todos es sabido que los eventos adversos (EA) relacionados con la medicación son comunes en la terapéutica farmacológica e implican una carga elevada de gastos económicos en los sistemas de salud de todos los países; de hecho, se estima que, en Europa, hasta el 5% de los ingresos hospitalarios y casi 197.000 muertes anuales se relacionan con esta causa.
En las últimas dos décadas, numerosos trabajos (aunque algunos pequeños y con diseño inadecuado) han sugerido que estos EA relacionados con el tratamiento son prevenibles mediante la reconciliación de la medicación; se entiende como tal el proceso que pretende identificar y resolver discrepancias en los tratamientos prescritos y los fármacos finalmente administrados antes de que surja ningún problema relacionado con los mismos. La reconciliación ha sido reconocida, incluso, por diversos organismos internacionales –por ejemplo, The Joint Comission– como un medio efectivo para reducir los perjuicios derivados de los eventos adversos y mejorar la seguridad de los tratamientos.
Las investigaciones han demostrado que la precisión y la eficacia de la conciliación de los tratamientos mejoran cuando los farmacéuticos participan directamente en el proceso. Así, parece evidente que el profesional farmacéutico, tanto en el ámbito de la farmacia hospitalaria (en pacientes ingresados) como de la comunitaria (en pacientes ambulatorios), juega un papel fundamental en el proceso de la conciliación, si bien resulta difícil su implantación continua a través de las etapas del proceso asistencial en los sistemas de salud.
Una reciente revisión sistemática ha evaluado la evidencia publicada al respecto entre enero de 2012 y noviembre de 2018, empleando la base de datos MEDLINE y una búsqueda manual de bibliografía. En los últimos años, algunos estudios han presentado resultados muy reveladores. Por ejemplo, un estudio controlado y aleatorizado –que enroló a 1.467 pacientes– demostró que una intervención del farmacéutico basada en la revisión de la medicación y una conciliación de la misma al alta hospitalaria reducía significativamente el número de pacientes que eran ingresados de nuevo a los 30 (HR: 0,62; IC95% 0,46-0,84) y a los 180 días (HR: 0,75; IC95% 0,62-0,90), en comparación con la práctica habitual que no incluía tales medidas. Otro estudio apuntaba a que los errores de la medicación al ingreso hospitalario se reducían en un 80% cuando un farmacéutico participa en el proceso de la reconciliación del tratamiento. En esa misma línea, otro trabajo apuntaba a que los farmacéuticos eran capaces de corregir un mayor número de errores de medicación en comparación con las enfermeras (6,39 vs. 0,48; p<0,001).
Los autores concluían que, a pesar de que los farmacéuticos se encuentran con grandes limitaciones (como no disponer del historial clínico del paciente), su capacidad de evitar –mediante el servicio de conciliación– al menos en parte las reacciones adversas por errores en la medicación, así como los costes asociados, plantea la necesidad de que amplíen sus funciones relacionadas con el uso seguro de medicamentos, tal y como han sugerido numerosas organizaciones, entre ellas la OMS.