Nº443
En los inicios de la pandemia por COVID-19 hubo una intensa controversia sobre el mecanismo de transmisión del nuevo coronavirus entre personas. Incluso serias revisiones sistemáticas de la evidencia disponible concluían, allá por marzo de 2020, que “la falta de muestras recuperables de cultivos del SARS-CoV-2 impedía extraer conclusiones firmes sobre su transmisión aérea”. Se consideró en un principio que el contagio de la infección se producía fundamentalmente por las gotículas respiratorias relativamente grandes (> 5 µm de diámetro), que a priori caen por efecto de la gravedad en una distancia no superior a 2 m desde el foco emisor. La inefectividad de algunas de las medidas de control inicialmente planteadas (por ejemplo, limpieza de superficies o alimentos) y la aparición de casos de contagios inexplicables mediante esa teoría motivaron que se planteara la transmisión del virus a través de aerosoles respiratorios, con menor tamaño de partícula, que pueden emitirse al estornudar o toser, pero también al hablar o exhalar, y que pueden mantenerse en suspensión incluso en ausencia de la persona que los ha generado.
A pesar de que es difícil de demostrar directamente, diversas corrientes de evidencia aparecidas a lo largo de estos meses de intenso estudio epidemiológico apoyan colectivamente la hipótesis de la transmisión aérea del SARS-CoV-2 a través de aerosoles como ruta dominante. Un reciente artículo firmado por un grupo interdisciplinar e internacional de autores ha destacado razonadamente 10 de ellas, a saber:
1. Los episodios de supertransmisión descritos en diversos contextos (por ejemplo, conciertos, barcos, residencias, etc.), que pueden ser considerados “motores clave” de la difusión de la pandemia, no pueden explicarse por gotículas grandes.
2. Se han documentado contagios entre personas que no se encontraban próximas físicamente (por ejemplo, entre habitaciones de hotel adyacentes durante una cuarentena).
3. Se estima que en torno a un tercio de los contagios (y hasta la mitad, según los distintos cálculos) se deben a personas asintomáticas que, en principio, ni tosen ni estornudan.
4. Se ha probado que la transmisión aumenta significativamente en espacios cerrados y se reduce cuando hay ventilación.
5. Ha habido infecciones nosocomiales en un entorno sanitario en el cual las medidas de prevención frente a gotículas eran estrictas, no así la protección frente a aerosoles.
6. Diversos estudios1 han identificado partículas de SARS-CoV-2 viables en el aire (por ejemplo, en muestras tomadas en habitaciones o coches de infectados) e incluso se ha probado en laboratorio su potencial infeccioso durante periodos de hasta 3 h (vida media de 1,1 h).
7. Se ha hallado el SARS-CoV-2 en filtros de aire de edificios y hospitales con pacientes infectados, localizaciones donde solo podrían llegar los aerosoles.
8. Hay estudios en modelos animales en los que se ha evidenciado la transmisión de la enfermedad entre jaulas separadas solo conectadas por conductos de ventilación.
9. No se dispone aún de estudios que refuten consistentemente la hipótesis del contagio por el aire. Los casos de personas que han evitado el contagio, aun compartiendo espacio con infectados, se explican por otras circunstancias: posibles variaciones en la carga viral o factores como la ventilación.
10. La evidencia para respaldar otras vías de transmisión dominantes (como la de las gotículas respiratorias o los fómites) es insuficiente.
1 Los patógenos de otras enfermedades infecciosas transmitidas por el aire, como el sarampión o la tuberculosis, no se han conseguido cultivar a partir del aire. Por tanto, el hecho de que algunos estudios no hayan conseguido aislar el SARS-CoV-2 del aire no quiere decir que la COVID-19 no se transmita por aerosoles.