Los medicamentos para inducir el sueño y combatir el insomnio constituyen uno de los grupos con mayor nivel de consumo en nuestra sociedad, con cerca de 100 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. Su uso, inadecuado en muchas ocasiones, conlleva ciertos riesgos, pues se está modulando un proceso fisiológico –el ciclo sueño-vigilia– que, siendo esencial para la vida, es base de otros muchos procesos bioquímicos de nuestro organismo. Destaca, por ejemplo, el riesgo de tolerancia y de dependencia asociado al uso de benzodiacepinas, o la somnolencia y reducción del estado de alerta durante el día con los antihistamínicos (doxilamina, difenhidramina) o los fármacos Z (